Madres que no llegan a reivindicarse Entre tantas comedias sobre hombres que pierden el control (¿Qué pasó ayer?; Old School) le damos la bienvenida a El club de las madres rebeldes, que muestra a mujeres que un día le dicen basta a las mil presiones que la sociedad les impone. Es una buena noticia, aún cuando el resultado no sea óptimo. El tratamiento de este tema en tono de comedia es original y la película tiene grandes momentos en los que se muestra cómo estas madres intentan descargar las tensiones, pasándose de la raya a veces, pero en un muy acertado camino de auto descubrimiento. Las actrices Kathryn Hahn, Kristen Bell y Christina Applegate, mucho más que la protagonista Mila Kunis, se lucen a puro talento y con perfecto timing para la comedia. La película demuestra sus buenas intenciones al hablar sobre la forma en que la sociedad juzga a las madres y la pérdida de la libertad personal que implica criar a los hijos, al mismo tiempo que se intenta tener una carrera y una pareja feliz. Pero los realizadores, Jon Lucas y Scott Moore, no buscaron una forma propia para contar esta historia de tres madres descontroladas y se ciñeron a la narrativa y estética típica de estas comedias. Resultan un poco cansadoras las incontables escenas filmadas como mini videoclips con canciones pop de moda y la inclusión de un conflicto que implica una competencia entre dos madres. Ambas parecen sacadas de un implícito manual de la comedia de Hollywood de esta época, sin considerar que aplicar sus reglas, efectivas como han probado ser, no siempre es lo que se necesita. En este caso hubiera sido necesario un planteo diferente para una película que pretende ser transgresora. Durante los títulos hay una serie de diálogos entre las actrices junto a sus madres reales que resultan muy emotivos y divertidos.
La surfista y el tiburón Las películas que se concentran en mostrar cómo una persona intenta sobrevivir en una situación de peligro extremo ofrecen un placer sadomasoquista o son para aquellos que quieren ver en el cine la prueba de la fortaleza y determinación del ser humano. Miedo profundo cumple con ambos tipos de espectadores, con un relato sin mayores pretensiones ni logros. La primera vez que vemos a Nancy (Blake Lively) está yendo a surfear a una playa mexicana secreta, en una camioneta manejada por un lugareño. En esa escena y en otra que sucede luego, la conversación y el uso de un teléfono funcionan como mecanismos para darle al espectador gran parte de la información necesaria para entender qué hace esta chica norteamericana en ese lugar. Es como un trámite por el que hay que pasar antes de que empiece la acción. Luego vendrán escenas de estética publicitaria, dedicadas a mostrar la belleza de la playa y de la actriz, que no aportan demasiado a la narración. Cuando, por fin, aparece el tiburón que arruinará el día de playa de Nancy, la película sale del letargo y empieza a ser un juego de suspenso bastante ingenioso y entretenido. Distintos objetivos inmediatos van apareciendo en el camino de la protagonista, como pasos a seguir hacia la meta final: sobrevivir. El director Jaume Collet-Serra (Non-stop: sin escalas) sale del molde publicitario después de esa primera parte del film y, al sumergirse en la lucha de Nancy contra el tiburón, sabe cómo aprovechar los pocos elementos de la historia para construir un clima de peligro constante y mantener los nervios del espectador alterados hasta el final.
En Nada es lo que parece 2, los magos quieren divertirse Nada es lo que parece 2 es una película llena de escenas y personajes ridículos, lo cual no quiere decir que no sea divertida y pueda ser disfrutada con quien tiene afinidad con este tipo de cosas. Su mayor problema no es el delirio que abunda en esta secuela sobre las aventuras de un dream team de magos, sino los momentos en que se quiere profundizar en los aspectos más dramáticos de la historia y se reniega de la propia naturaleza. La primera Nada es lo que parece se tomaba más en serio a sí misma. La película dirigida por Louis Leterrier (Furia de titanes) era canchera, sobre todo con su cuestionable vuelta de tuerca final, pero apuntaba a ser un entretenimiento ingenioso y elegante, aunque no lo consiguiera del todo. En esta segunda parte, los guionistas y el director Jon M. Chu (G.I. Joe: El contraataque) parecen haber renunciado a esas pretensiones, entregándose a un espíritu más cercano a la idea de que si tenían que hacer una secuela, al menos iban a divertirse con ella. El resultado es un film que tiene una lista de elementos absurdos y varios clichés: el actor de Harry Potter como un malo que quiere hacer un gran truco de magia para su beneficio (magia? Harry Potter? guiño); el gemelo malvado de uno de los protagonistas (no diremos quién, pero es quien mejor podía hacerlo); un antiguo negocio de magia en Macau atendido por una mujer mayor china (¿será un personaje lleno de sabiduría? La respuesta no los sorprenderá). Con el humor indicado todo esto resulta divertido. El desacierto de la película está en la historia de origen del personaje de Mark Ruffalo y las consecuencias que tiene en toda la historia. Ahí se intenta ir a un plano más dramático y darle pinceladas de explicaciones psicológicas a una película que está en otro registro. Dentro de lo mejor de Nada es lo que parece 2 está Woody Harrelson aportando su toque de locura usual; Lizzie Caplan actuando su personaje de comedia a la perfección, y Radcliffe y Caine, que son de los que más se divierten en sus papeles de villanos de parodia de Bond que, entre la ejecución de sus planes malvados, se hacen de un tiempito para tomarse un té.
En Mi amigo el dragón brilla la mascota menos pensada Mi amigo el dragón sorprende con un estilo clásico y una historia de cuento de hadas, muy simple, con mucha fantasía, pero con el acento puesto en los sentimientos humanos. Mientras la cartelera está llena de superhéroes que intentan salvar al mundo del apocalipsis, acá sólo hay chicos, adultos y un dragón que necesitan cuidar y querer incondicionalmente a otros, es decir, ser parte de una familia. Como la mayoría de las historias de Disney ésta también comienza con un chiquito que pierde a sus padres. Tras un accidente automovilístico, Pete (Oakes Fegley) queda solo en el bosque y es adoptado por un dragón, que además de volar tiene la capacidad de hacerse invisible. Seis años después Grace, una guardabosques (Bryce Dallas Howard), lo encuentra y pronto quedará al descubierto que la leyenda del dragón que se esconde en el bosque es real. Pete empieza a revivir lo que es un hogar y una familia, encariñándose con Grace, su novio Jack (Wes Bentley) y la hija de éste, y el hermano de Jack se lanza a cazar al dragón. Mientras tanto, Meacham ( Robert Redford ), el padre de Grace, se encuentra con la oportunidad de probar que la historia que siempre le cuenta a los chicos del pueblo tiene algo de realidad. Basada en una película de 1977 del mismo título, que mezclaba animación y acción real, Mi amigo el dragón no tuvo una actualización total al presente. El uso del 3D y los efectos especiales impecables marcan que es un film producido en 2016, pero tiene un aire de nostalgia que está siempre presente, tanto en las características de los personajes como en las canciones folk de la banda de sonido y en la narrativa visual clásica. Las actuaciones dan en la nota precisa, la misma que proponen el resto de los elementos de la película. Los chicos tienen mucha frescura y Howard tiene la presencia necesaria para ser protagonista, además de carisma. Redford sigue impresionando como en cada uno de sus trabajos frente a la cámara. La escena en la que le cuenta a su hija la verdadera historia sobre su encuentro con el dragón es una prueba de que conserva intactos su talento y capacidad para construir un personaje a partir de trazos sencillos.
Agárrese como pueda es una radiografía del viejo y querido cachascán Agárrese como pueda. Qué dicen los cuerpos al volar cuenta la historia del catch en la Argentina a través de imágenes de archivo y entrevistas a luchadores. Más allá de su perspectiva histórica, el documental dirigido por Javier Romero, Nicolás Bratosevich y Claudio Celada pretende explicar la fascinación que genera la lucha libre y darle cierta legitimidad artística. Para este último objetivo recurren a textos de Roland Barthes, citados al comienzo de cada una de las partes en las que se divide la película, y a una intervención del actor y dramaturgo Pompeyo Audivert, quien habla sobre las características teatrales y la cualidad catártica de la lucha libre. Pero ese esfuerzo teórico no resulta tan atractivo como el retrato emocional que ofrece el resto de la película. El corazón del documental son las escenas de "El Ancho" Peucelle caminando por la costanera de Vicente López y recordando su pasado; o las que muestran a otras leyendas de la actividad, como Sarkis Tchirichián, en sus casas, compartiendo un asadito con el equipo de la película, hablando sobre los trabajos que hacían para ganar algo de dinero mientras se dedicaban a la lucha, contando sus anécdotas y disfrutando de cada palabra. Estos momentos tienen más fuerza que las observaciones académicas y se complementan bien con las imágenes de los gimnasios de barrio en donde entrenan los luchadores actuales y las que muestran las peleas, observadas de cerca por chicos compenetrados con el espectáculo. La película tiene una estética sencilla y se hubiera visto beneficiada por una edición más ajustada en tiempo, pero, de todos modos, resulta entretenida y seguramente lo será más para los fanáticos del tema. Entre otros aspectos muy destacables del documental se encuentran la relación que establece entre el catch y la propia historia de la ciudad de Buenos Aires y el uso de una impresionante cantidad de material de archivo fílmico y gráfico para contar los comienzos de la lucha libre en la Argentina y su momento de gloria con Martín Karadagián y sus Titanes en el Ring.
Romance, emoción y llanto Yo antes de ti promete romance, emoción y mucho llanto y aunque no llega a cumplir del todo sus promesas, tiene suficiente encanto como para que verla sea una experiencia agradable, más allá de su trágica historia. Basada en la muy exitosa novela homónima de Jojo Moyes, quien también se ocupó de la adaptación cinematográfica, la película cuenta la historia de Lou (Emilia Clarke), una joven que vive en un pueblo y que necesita desesperadamente un trabajo para ayudar con la economía familiar. Lo encuentra en el hogar de los Traynor, una familia millonaria y dueña de un castillo cercano, que la contratan para asistir a Will (Sam Calflin), quien quedó tetrapléjico tras ser atropellado por una moto. Will se resiste al principio a los intentos de entablar amistad de Lou, pero pronto empiezan a conocerse y ambos ven sus vidas modificadas por la relación. A partir de esa premisa sucede todo más o menos como el espectador podría esperar, de forma bastante esquemática. El film, primer largometraje de la directora de teatro y series como The Hollow Crown y Call the Midwife, Thea Sharrock, resulta sorprendentemente liviano durante su desarrollo. Esto hace que sea entretenido, pero cuando aparece en la historia el tema de la eutanasia esa liviandad se traduce en superficialidad y subraya la negación de la película en profundizar sobre el sufrimiento de su protagonista. La trama romántica, aún con su destino trágico, resulta un poco débil como para satisfacer al público que busca emociones fuertes del tipo de las que ofrecen películas como Diario de una pasión. Lo que sí van a encontrar en Yo antes de ti es encanto, construido sobre la base de paisajes hermosos, un par de vestidos soñados y algunas escenas que generan emoción genuina. Claflin se destaca con una muy buena interpretación de Will, mientras que Clarke se nota algo forzada en su personaje y depende de su gran carisma para superar la prueba. Ambos están rodeados de un elenco de excelentes actores británicos, que incluye a Brendan Coyle, el John Bates de Downton Abbey, y Charles Dance, quien fue Tywin Lannister en Game of Thrones.
Las vecinas universitarias y feministas En Buenos vecinos, de Nicholas Stoller, estrenada en 2014, Seth Rogen y Rose Byrne interpretaban a una pareja con una beba recién nacida que se enfrentaba al infierno de tener de vecinos a una fraternidad universitaria, presidida por Zac Efron. No parecía necesario continuar con la historia; sin embargo, seguramente alentados por el buen desempeño de esa película en la taquilla, el mismo director y los mismos protagonistas decidieron volver con una comedia que retoma a esos personajes y se centra en una situación casi idéntica, sólo que esta vez las nuevas vecinas son las integrantes de una hermandad de chicas, comandada por Chloë Grace Moretz. La vuelta de tuerca más significativa y acertada que le dieron a esta segunda parte fue agregar un poco de feminismo a la visión sobre el sistema universitario norteamericano, en un momento en el que sus políticas de género están siendo muy cuestionadas. Así, las chicas se rebelan contra el sistema y forman una hermandad, exigiendo tener los mismos derechos que sus pares varones y negándose a la imposición de vestirse sexy o simular divertirse en las fiestas de las fraternidades. Es probable que esto, agregado a la novedad de que el personaje de Dave Franco sea gay, haya sido ideado para actualizar la comedia juvenil a un modelo más acorde con estos tiempos, lo cual es bienvenido. Aunque hay algunas situaciones sobre la paternidad que son más jugadas, la transgresión en Buenos vecinos 2 no va más allá de tener personajes que fumen marihuana y chistes escatológicos o sexuales, que ya no cuentan como una provocación para el espectador actual y que son un poco repetitivos, teniendo en cuenta la película original. De todas maneras se trata de una película divertida y llena de chistes que hacen reír en voz alta. Rogen, Byrne y Efron vuelven a demostrar que tienen el suficiente talento para elevar el nivel de las escenas cómicas con su ajustado timing, aunque deban luchar con un guión que, tras pasar por varias manos, tiene algunos sinsentidos narrativos y no termina de explotar todas sus posibilidades.
Propone una fantasía demasiado empalagosa A veces se dice de una película que no importa si es buena porque "es para chicos". Idea errónea. Hay cientos de films orientados al público más joven que tienen la potencia de una buena historia bien contada y terminan ganándose también a los adultos. Disney es un estudio experto en eso de realizar muy buenas películas para toda la familia, desde Un viernes de locos, pasando por Juego de gemelas, hasta El diario de la princesa y muchas más. Pero esta vez, con Tini: el gran cambio de Violetta, no fue ése el resultado. Que quede claro: el público fan de Violetta, más o menos restringido a niñas de 5 a 11 años, va a salir feliz de haber visto el nuevo film de su ídola. No se trata de subestimarlo con esta apreciación. El film tiene todo lo necesario para crear un mundo de ensueño que ese público sabrá apreciar: una protagonista adorable, canciones, bailes, chicos lindos, paisajes divinos. Cualquiera que no esté dentro de ese segmento demográfico encontrará que no es suficiente para contrarrestar un guión que une situaciones sin mucha lógica, diálogos que no suenan nada bien y actuaciones muy desparejas. Violetta (Martina Stoessel) vuelve cansada de una gira y se encuentra con la noticia de que su amado León (Jorge Blanco) está con otra chica en Los Ángeles. Por supuesto que esto no es verdad pero, como ella no puede contactarse con él, lo cree y se profundiza su crisis personal. La cantante decide abandonar su carrera y acepta una invitación a Italia, para pasar un tiempo en la residencia para artistas de Isabella (Ángela Molina), una amiga de su padre (Diego Ramos). Allí conocerá a un buen mozo muchacho que maneja un barco y a unos jóvenes que serán sus aliados en la búsqueda de sí misma. La película, dirigida correctamente por Juan Pablo Buscarini y con un gran despliegue de producción, no teme ir por el camino más meloso posible. Se entiende que es una fantasía color rosa pero, aun así, supera un límite soportable para el espectador que no sea fanático de su protagonista. El gran cambio de Violetta prometido desde el título, con la idea de dejar atrás la adolescencia y encarar la adultez, no termina de concretarse.
Es un bienvenido y extraño objeto cinematográfico Hay llanto, sangre, indicios claros de una tragedia en el comienzo de Algunas chicas. Con esa escena en la que se sugiere mucho y se aclara poco, protagonizada por un personaje enigmático, el director Santiago Palavecino pone de manifiesto desde el principio su propuesta alejada del realismo y extiende una invitación al espectador a dejarse llevar por el espíritu pesadillesco de la película, sin pedir explicaciones. Algunas chicas, que está inspirada en una obra de Cesare Pavese, apenas sigue las reglas de la forma clásica de contar una historia, poniendo ciertos hechos en un orden narrativo, porque lo que cuenta, en realidad, tiene mucho más que ver con la psiquis de sus personajes que con situaciones del mundo exterior. Celina (Cecilia Rainero), una cirujana, se va de Buenos Aires, escapando de una crisis matrimonial y llega al campo donde vive su amiga Delfina (Agustina Liendo), con su marido (Alan Pauls) y la hija de éste, Paula (Agostina López), quien sufre depresión con intentos de suicidio incluidos. Celina forma con las amigas de Paula, María (Agustina Muñoz) y Nené (Ailín Salas), un grupo que encuentra diversas formas de matar el tiempo, que incluyen sexo, drogas, visitas al casino y nadar en una pileta. Pero nada de esto puede sacarlas de sus depresiones, desesperación y sueños perturbadores. Tanto en su estética como en su narración, Algunas chicas es un bienvenido objeto extraño en el cine argentino. La fotografía de Fernando Lockett y el sonido, a cargo de Federico Esquerro y Santiago Fumagalli, son los pilares sobre los que se construye el clima enrarecido del film, que recuerda el cine de David Lynch. Lo más atractivo es la original mirada de Palavecino sobre la vida de pueblo, que se aleja del costumbrismo y se anima a internarse en las zonas más oscuras del inconsciente de sus habitantes. Las actrices que interpretan a las chicas del título hacen un gran trabajo, cada una con su forma personal de darle matices y sugestión al retrato de sus personajes.
La intimidad de Banda de Turistas En principio, parecería que no tiene mucho sentido ver un documental si no es por interés en su temática, pero, como sucede también con la ficción, hay varios casos en los que una sólida construcción del relato permiten disfrutar de una película sobre algo que no nos fascina en particular. Poner al rock de moda supera esa prueba, con una narrativa bastante ajustada y una estética muy bien trabajada, que incluye imágenes filmadas en Súper 8 y otras grabadas en video. No importa tanto si al espectador le gusta la música de Banda de Turistas, aunque si es fanático seguro le resultará más fascinante, porque el documental de Santiago Charriere genera suficiente interés propio con su retrato de la vida de gira y las grabaciones de discos de una banda de rock en ascenso. La película funciona mejor cuando se atiene a una serie de escenas cortas que muestran los detalles de la cotidianidad de la gira, tanto los shows en lugares tan diversos como un boliche o una plaza, como los tiempos muertos en los que los miembros de la banda miran televisión, guardan los bolsos en el colectivo o dan entrevistas. La acumulación de esos momentos presenta un panorama general de la realidad de banda, que se completa con las menos divertidas escenas de grabación en estudio. La inclusión de breves y mudas intervenciones del gran Luis Luque, jugando al manager magnate que insta a los integrantes de Banda de Turistas a hacer un hit, es un recurso ficcional simpático, que lleva al documental a una reflexión sobre las decisiones que tiene que tomar el grupo sobre lo que quieren para su carrera y su música.