The Expendables coronó a Jason Statham como el héroe de acción más joven de la camada y la tercera parte en la saga demostró que la sangre fresca no es suficiente como para reemplazarlo a él o a sus camaradas. Sylvester Stallone sabe que es quien más se destaca dentro del género en estos días –Liam Neeson también compite, aunque se mueve a través de diferentes proyectos en los que no siempre requiere de los puños- y por eso le pasó la posta en su momento, lo que básicamente ha garantizado que sea uno de los pocos dentro de esta línea de trabajo que vea sus films con estreno comercial en vez de directo al formato hogareño. De igual modo, su presencia acarrea la participación de otras figuras destacadas de la industria, con lo que goza del pasar que sus compañeros indestructibles tenían en su época de mayor gloria. Y un ejemplo obvio de ello es Homefront. Basada en la novela homónima de Chuck Logan, es parte de la serie de libros encabezados por el personaje Phil Broker. El propio Stallone es quien escribió el guión en la línea de Rambo, Cobra o Halcón, por lo que se trata de una película que él tranquilamente hubiera podido encabezar si no fuera por el hecho de que está cerca de los 70. Es un film genérico que recayó en Gary Fleder (Runaway Jury, Don't Say a Word), quien ofrece una mano competente para lograr que sea un thriller de acción con cierto dinamismo y moderadas dosis de adrenalina que le permiten ser creíble en todo momento, que funciona para los fanáticos del protagonista pero que carece de cualquier otro tipo de ambición. Desde los títulos quedé realmente sorprendido con el elenco estelar que se atrajo. Ya contar con el siempre ocupado James Franco como el malo de turno Gator Bodine es un lujo, más allá de que el papel lo haya cumplido en piloto automático y sin la magnética locura de su Alien en Spring Breakers, la cual también hubiera estado justificada. Kate Bosworth, Winona Ryder y Rachelle Lefevre como las tres mujeres de la película -todas en roles poco amplios-, Clancy Brown como el sheriff de la ciudad y Frank Grillo como un villano secundario; no se puede decir que actualmente sean estrellas pero son personalidades reconocidas dentro del ambiente y sus presencias conforman un gran equipo frente a cámaras. Más allá de la carencia de pretensiones de la propuesta en general y la previsibilidad de su argumento, Statham es hoy por hoy el mejor a la hora de combinar en pantalla las secuencias de acción con los dramas del héroe, por lo que cada film del que participa es satisfactorio, a pesar de que no sea memorable. Homefront se suma a Parker, Safe, Killer Elite, 13 e incluso The Mechanic –que tiene secuela en camino- como películas encabezadas en los últimos años por el inglés que no pasan a la historia, pero que sirven para apuntalar su enorme figura y su presente como el hombre de acción por excelencia.
El found footage está tan gastado a esta altura del partido que hace años dejó de ser una novedad y se convirtió en una suerte de norma. Ya no es un recurso de cineastas debutantes a la hora de filmar terror realista de bajo presupuesto, sino una estrategia comercial de estudios que ven en esto la posibilidad de entregar propuestas económicas que logran ganancias exponenciales en la taquilla mundial. Previo a The Blair Witch Project (1999) se contaban con los dedos de una mano los trabajos que se valían de él, no obstante en estos últimos 15 años deben haberse estrenado unos 50 títulos que lo utilizaron. Ya ni siquiera importa que alguien encuentre el "metraje encontrado", lo que se necesita es variar un poco la premisa –exorcismos, fantasmas, el horror de turno- y mostrar los eventos en la forma más real y barata posible. Y tras una presentación prometedora, en eso cae As Above, So Below. Una traducción literal sería "así como es arriba, es abajo", lo cual como título tiene un impacto mucho menor que el elegido por la distribuidora local con Así en la Tierra como en el Infierno. Es interesante la primera interpretación, la de los realizadores, que se sostiene en el principio de correspondencia del Kybalión, un documento que resume las enseñanzas del Hermetismo. Esta tradición filosófica muy apoyada en la alquimia supone una fuerte base a partir de la cual se pone en acción este film, que atrapa por la extrañeza en su planteo. Fuera de Paulo Coehlo o la primera Harry Potter, no es mucho lo que uno conoce de Nicolas Flamel y la piedra filosofal, por lo que una búsqueda arqueológica en suelo francés se ve a todas luces como algo diferente. El problema se da con la interpretación que da uno como espectador… Así como es arriba, no es abajo. En la búsqueda de la sustancia legendaria capaz de convertir a los metales corrientes en oro, la película lleva a su equipo de protagonistas a un viaje por las catacumbas de París. Este cementerio, una red subterránea de túneles, es el escenario elegido por los hermanos Drew y John Erick Dowdle para que la historia se desarrolle. Lamentablemente desaprovechan la original locación y premisa para poner en marcha todos los clichés del género que tienen a disposición. Mientras la partida de la hermosa Scarlett (Perdita Weeks) se adentra más en las profundidades de lo desconocido, el público se ve rodeado de un terreno anodinamente familiar. Los Dowdle han sido una suerte de "pioneros" en esta nueva ola del found footage. Tenían lista The Poughkeepsie Tapes meses antes que Paranormal Activity fuera lanzada -aunque MGM decidió no estrenarla cuando estaba a semanas de hacerlo y aún no vio la luz en forma oficial-, lo cual les dio la posibilidad de encargarse de Quarantine, la remake de [REC]. Al igual que con Devil, la publicitada película del 2010 que provenía de una historia de M. Night Shyamalan, lo que aquí presentan es una premisa prometedora que poco a poco pierde el rumbo y que, al hallarse extraviada, encuentra confort en replicar todos los lugares comunes que puede. Todo el fundamento histórico, filosófico y religioso de la primera parte se malgasta durante el desarrollo y el tercer acto, donde pierde credibilidad con cada cuestionable decisión que la dupla toma, al punto de generar situaciones verdaderamente irrisorias. Si tan solo lo de abajo hubiera sido como lo de arriba...
Con Liam Neeson convertido en una estrella madura del cine de acción, me llamaba poderosamente la atención A Walk Among the Tombstones, dado que no es frecuente que una película que lo tenga como protagonista pase desapercibida. Es un proyecto que fue anunciado apenas después de que el actor se vinculara a Non-Stop o Third Person, tiempo antes del estreno de Taken 2 o incluso previo a que A Million Ways to Die in the West siquiera estuviera en los planes, pero que recién mostraría sus primeras imágenes mucho después de que todos aquellos films vieran la luz. Incluso cuando se conoció un avance fue poco y mal publicitada -el adelanto revela demasiado-, especialmente con la calidad y el tipo de película que daba cuenta ser. Afortunadamente tiene su debut en cines, para mostrar una faceta del actor irlandés que hace tiempo no se ve, en un tipo de producción que hace tiempo no se hace. Scott Frank, guionista de Minority Report o The Wolverine, es el director de este policial negro, que sigue a un detective privado sin licencia en la Nueva York de fines de los años '90. No hay una misteriosa y hermosa mujer que lo acerque al caso de turno, sino un narcotraficante deseoso de venganza, cuya esposa fue secuestrada y asesinada pero que no puede recurrir a la Policía por su cuestionable forma de vida. Así se dan los lineamientos para un film noir de aquellos que se hacían tanto entre los años '30 y '50, pero que en la actualidad son cada vez menos frecuentes. Una ciudad cruda y oscura, en zonas de edificios bajos bien retratados por el ojo del director de fotografía Mihai Malaimare Jr. (The Master), es el escenario para que Matt Scudder inicie su investigación, una que muestra su costado más sórdido. Asesinos, narcotraficantes, pervertidos, matones, el contacto del ex-policía retirado y alcohólico en recuperación es exclusivamente con lo más peligroso que se puede encontrar por la zona. Y Neeson aporta una de sus mejores interpretaciones de los últimos años, un hombre atribulado y con cara de haberlo visto casi todo, preparado para morir si a eso lo llevara su línea de trabajo, pero no como el sujeto dotado de un conjunto de habilidades letales en que se ha convertido desde la primera Taken. La novela negra homónima de Lawrence Block es la fuente de este film –cerca de dos decenas de títulos tienen a Matt Scudder como protagonista-, que pierde un poco de sustancia a la hora de ser trasladada a la gran pantalla. Aún conociendo a la víctima, al asesino y al héroe casi desde el comienzo, la película atrapa y no suelta al espectador en sus casi dos horas de duración. El director se guarda de mostrar el rostro de los victimarios, aún así el público es omnisciente desde un primer momento y es tarea de Scudder el poner las fichas en orden para resolver el caso. El problema es que no termina de desarrollar a otros personajes fuera del detective y así su resultado es algo insatisfactorio. No quedan en claro las motivaciones de los secuestradores/homicidas, la raíz de su relación, el rol de las fuerzas de seguridad, aspectos que tienen su espacio en el argumento pero que posteriormente son hechos a un lado sin miramientos. A Walk Among the Tombstones puede no pasar a los anales en la historia del género, pero es una propuesta efectiva que remite a un tipo de cine que ya no es corriente. No solo es bueno ver a Neeson en un tipo de producción diferente a aquellas en las que se encasilló durante el último lustro, sino que además es un auspicioso segundo trabajo de Scott Frank, quien ya había hecho un buen paso de guionista a director con The Lookout, otro proyecto afín. Hay una buena idea, giros inesperados, una interpretación destacada de su protagonista -no hay que perder el rastro tampoco a Dan Stevens, en camino a ser una estrella- y el realizador demuestra tener un buen pulso para el suspenso. Lo curioso es que es en su faceta más reconocida, la de escritor, donde faltó ajustar algunas tuercas y desarrollar algunos elementos más de la trama. Desafortunadamente hay grietas que quedan expuestas y socavan lo que pudo haber sido una de las propuestas más contundentes del año.
Al momento de presentar Torrente 4: Lethal Crisis en los cines argentinos, Santiago Segura prometía dar "torrentazos" a su público hasta que este se cansara. Dado que a la cuarta película en la saga no le fue nada mal en la taquilla, se estrena Torrente 5: Operación Eurovegas, una comedia que sigue los férreos lineamientos que el director empezó a establecer desde la segunda parte. Pasa que él encontró una fórmula y esta funciona. No solo el público responde bien a ella en términos financieros, sino que realmente son producciones con un gran sentido del humor. No hay una novedad real en esta quinta entrega, pero los fanáticos del personaje no pueden dejar de disfrutarla. Ya en 1998 se introducía a este ser cínico y despreciable, un policía corrupto y nacionalista sin respeto ni siquiera por su padre inválido, por lo que con cada continuación se trató de superarlo. Lo que arrancó como una parodia a los films del género se convirtió en la norma. El antihéroe español tiene su franquicia, una en la que cada vez se arriesga menos. ¿La receta? Una trama policial o de acción, guiños claros a aquellos que han visto los films anteriores, innumerables cameos de figuras reconocidas, una canción de turno al estilo producción de James Bond y en el centro de todo Torrente como un espejo de las peores miserias humanas, siempre buscando aumentar su tajada aunque perjudique a todos los demás. El guionista y director sitúa a su nueva película en el 2018, lo que le permite hacer una crítica política y social en boca de su incorrecto protagonista. La sociedad que conocía no es la misma, Cataluña se independizó y España está fuera del euro... algo original si se considera que la saga más duradera en la filmografía del país se inició cuando la moneda oficial aún era la peseta. Pero Torrente es el mismo de siempre y no hay tiempo en prisión que moldee su carácter -en todo caso lo vuelve peor-, por lo que no tarda en encontrar un plan para intentar salvarse de por vida una vez más. Y para demostrar que la saga sigue firme y que esta es su apuesta más ambiciosa, Segura consiguió que Alec Baldwin tenga un papel central como John Marshall, el hombre que pone en marcha esta suerte de Ocean's Eleven (La Gran Estafa) con Torrente al frente del operativo. Es que Operación Eurovegas quizás sea la película que más explore los límites del género dentro de la saga. Ya no es una comedia con acción, sino que se lleva adelante un específico heist film, una película de robo en la que se aborda la planificación, ejecución y consecuencias del atraco. Y si en la cuarta parte la novedad era el uso injustificado del 3D, esta se luce a la hora de filmar las secuencias de riesgo. El mayor presupuesto otorga nuevas posibilidades -se puede filmar una persecución a todo trapo- y Segura se ocupa de que el espectáculo valga la pena. Torrente 5 se desenvuelve a partir de la mencionada fórmula, pero hay un ingrediente clave en ella que es fundamental para que esta funcione. Los cameos, los guiños, la trama de acción, nada de ello saldría bien parado si no fuera por una interminable seguidilla de gags. Segura es una máquina de escribir chistes y como una metralleta los lanza uno detrás del otro. Algunos no tienen impacto, otros no se captan –hay veces que la barrera del idioma se siente- pero en su mayoría surten efecto y la risa fluye, gracias a un notable sentido del humor. Aún así, el refugiarse en guiños al espectador –debo admitir que la variante de las "pajillas" me descostilló- o encontrar comedia siempre en los mismos lugares, da cuenta de las limitaciones. No son propias del escritor y realizador madrileño, seguramente, sino de su personaje central. Después de cinco películas a lo largo de 16 años, quizás sea hora de que Torrente se retire del negocio. El público responde bien y probablemente siga haciéndolo con una sexta o séptima entrega. Quizás Segura no tenga intenciones de dirigir nada más por fuera de esta franquicia, pero uno no puede evitar sentir ganas de verlo detrás de otros proyectos. Sobre todo cuando se hace evidente que tiene ojo para producciones más jugadas.
En su nueva comedia, Diego Recalde toma como punto de partida algo que podría considerarse una de las mayores pesadillas del género masculino: la pérdida literal del pene. Ernesto se despierta en medio de la noche, va al baño y descubre que su compañero de toda la vida ha desaparecido. Lo busca por todos los rincones del pijama, revisa un mueble… su amigo fiel no está y tiene que encontrarlo. Se pone así en marcha un film que se sostiene en el absurdo, con el atribulado personaje central conociendo a todo tipo de sujetos capaces de "ayudarlo" a recuperar ese bien tan preciado que perdió. La película, su quinto trabajo como realizador y guionista, se sostiene en un humor ridículo que parece más propio del ramo de la televisión, pero aún así por momentos logra sorprender. Tiene algunas vueltas de tuerca inesperadas, hace buen uso de la aliteración para causar un efecto de complicidad que no es difícil de captar y propone diálogos que en ocasiones divierten. Aún así, por el hecho de partir de una premisa rica en posibilidades, con la que cualquiera es capaz de identificarse, pareciera que Recalde solo rasga la superficie, más interesado en que los distintos secundarios expresen algún sinónimo de la palabra "pene" antes que darles algo de real crecimiento como para que la comicidad explote sola. Uno de los grandes problemas que tiene Ernesto es el propio Ernesto. Recalde produce, edita, dirige, escribe, musicaliza y protagoniza. El hombre asume todas las tareas de peso de su último film pero, si bien tiene pericia como guionista y se nota en algunas de las cosas que plantea, no se puede decir que sea un actor que de la talla. Su voz grave, su forma de interpretar la desesperación del protagonista, no es la de alguien con quien se genere una real empatía, lo cual es extraño cuando se propone un problema capaz de afectar a cualquiera. Es, a fin de cuentas, un trabajo tibio. No recae en el extremo de la guarangada gratuita que desde siempre caracteriza al humor nacional, pero sí se apoya en cierto efectismo que no le sienta bien con el tipo de producción que propone –el travesti del cementerio, el chamán en el albergue transitorio, los mencionados sinóminos de la "deshuesada"-. Premio para el diálogo en que el médico le aconseja que se consiga un "miembro cadavérico" para reemplazar su pérdida... posiblemente lo más ingenioso de la película.
Con más de 200 películas que lo incluyen como uno de sus protagonistas, Drácula no solo es el vampiro más famoso sino que además es uno de los personajes más revisitados en la historia del cine. Con esto en mente es difícil que Dracula Untold sea efectivamente la historia jamás contada, pero para el bien de la crítica será bueno seguirle el juego a los estudios. El objetivo de Universal Pictures es un universo de monstruos y lo primero que se necesita es un film que narre el origen de uno de ellos, con lo que se toman elementos históricos libremente interpretados de la vida de Vlad Tepes, se lo cruza con lo escrito por Bram Stoker y voilá, he aquí su resultado. Dracula Untold hace el mismo recorrido que la reciente Maleficent. Se aborda el pasado poco familiar de uno de los villanos más reconocidos de la cultura pero se necesita suavizarlo y llevarlo hacia el terreno del "antihéroe", porque el público puede no soportar a un malo como protagonista y eso es grave para quienes ponen la plata. Santo para los que salvó, diablo para los que empaló, no hay medias tintas en esta película y es muy clara la posición que se toma respecto al príncipe Vlad: el fin justifica los medios. De esta forma la oscuridad viene solo por el lado de la fotografía. No hay grandes conflictos existenciales o internos, dado que el camino podrá ser novedoso pero el destino es el de siempre. Música lúgubre, terrenos desolados, no son más que maquillaje gótico para una producción que falla en su guión y dirección. El debutante Gary Shore es quien la tiene a su cargo y lejos está de demostrar algo de valor. Puede ser competente, pero si con un presupuesto de 100 millones de dólares no se puede lograr que una pelea sea clara, es un problema serio. El guión de la dupla Matt Sazama y Burk Sharpless tampoco lo ayuda. Sin ser detallista, es acomodaticio a las necesidades del argumento y torpe al momento de su ejecución –"una estaca al corazón puede matarte… como a cualquiera"-, se mueve dentro de férreas líneas de conducción que no permiten ahondar seriamente en los conflictos que expone y siente la necesidad de incluir "guiños" a la obra original que lo ridiculizan. Aún con una película floja, el gran beneficiado sigue siendo Luke Evans. La carrera en pantalla grande del galés recién comenzó en el último lustro, cuando él ya había pasado los 30. Tras tener roles secundarios de importancia en franquicias grandes como The Hobbit o Fast & Furious, le toca tener una superproducción sobre sus hombros, prácticamente en escena durante los 90 minutos. Y si el film falla, puede decirse que él no. Hay buenos efectos especiales, una lograda ambientación, pero no sale por ningún momento de la medianía con que se ruedan las secuencias de acción y eso es grave para una película que depende tanto de ellas. Tampoco se puede ser injusto y decir que aburra, es breve y su narrativa dinámica, pero con hechos que se mastican y digieren al servicio del espectador, no hay ningún tipo de suspenso. La historia inédita es harto conocida y no se hace ningún esfuerzo para demostrar lo contrario. Evans sale bien parado, pero aún así será una de las caras de la idea de Universal de llevar un universo cinematográfico de monstruos clásicos a la gran pantalla, porque si Marvel lo hizo y DC Cómics está en camino a hacerlo, se presume que cualquiera puede emprender una tarea así. De esta forma, el próximo tiempo verá un relanzamiento de The Mummy que estará conectado con Dracula Untold y habrá que esperar que Frankenstein, El Hombre Invisible y muchos más tengan sus propias historias jamás contadas. ¿Qué medios justifican estos filmes?
Con la presentación de la muy buena Rompecabezas en el 2010, se tomaba contacto con Natalia Smirnoff, una prometedora cineasta argentina que acercaba un personaje inmenso dentro de una historia mínima. Allí, María Onetto encarnaba a una mujer casada de mediana edad, descuidada por su marido y con hijos grandes, que descubría poseer un enorme talento para los juegos de mesa del título. Esa misma línea sigue El Cerrajero, otro film pequeño con un protagonista notable, con un gran desarrollo personal en un recorte de días que se sostiene en dos grandes actuaciones. La directora ambienta su nueva película en el 2008, durante la semana en que el humo invadió Buenos Aires y puso en alerta a la población. Este sofocamiento sacude la vida de Sebastián, que durante un breve lapso de tiempo ve su cómoda vida trastocada en todos los frentes. Escéptico respecto al compromiso, recibe la noticia del embarazo de una pareja que tuvo, y descubre que tiene un "don" en su trabajo más allá de la facilidad con que lo hace. Cada vez que se dedica a una cerradura, tiene epifanías respecto a sus clientes y funciona como un espejo para ellos, diciéndoles crudas verdades que ninguno quiere escuchar pero que inevitablemente deben soportar. Al frente de ella está Esteban Lamothe, una presencia cada vez más grande a la que le sale de taquito el rol de chico de barrio, de buen corazón, pero con alguna turbulencia. Recuerdo ver Lo que más quiero, La Carrera del Animal, El Estudiante, Villegas y pensar que la industria debería ser más justa con actores como él -Esteban Bigliardi, Pilar Gamboa y muchos más-, algo que por suerte ha empezado a cambiar con papeles cada vez más jugosos en la pantalla chica -Sos mi Hombre, Farsantes y hoy Guapas, donde goza de gran popularidad junto a otro que la merecía como es Alberto Ajaka-. Él carga el peso de la película como un sujeto oprimido por su entorno -hay planos detalle, cerrados, y un tintineo de llaves permanente que nos sumergen en su cabeza- pero que es más libre en su micromundo, uno rico en imágenes que nos son por lo general ajenas, como un mar de cerraduras y cajas musicales. No es menor la compañía que tiene, dado que Érica Rivas hace tiempo que se ha afirmado como una notable actriz de cine y ofrece una interpretación tierna pero descorazonadora, como una joven frágil y vulnerable que no tiene muy claro su camino a seguir. Dos de los protagonistas del film anterior de la realizadora ayudan a dar consistencia al equipo delante de cámaras, como son la mencionada Onetto y el recientemente fallecido Arturo Goetz, uno de los hombres más prolíficos de la pantalla grande en el último tiempo. Y la cuota de dulzura e inocencia llega por el lado de Yosiria Huaripata, como una empleada doméstica peruana que cree fervientemente en el don del protagonista. El Cerrajero se apuntala en grandes personajes y notables actuaciones, dentro de un ambiente tan cotidiano como extraño. En su mezcla de drama, comedia costumbrista y fantasía, no siempre termina por funcionar, con una progresión irregular que al final deja tantas preguntas como al comienzo. En el constante contacto con clientes de Sebastián, Smirnoff lo acerca a nuevas historias de las que él no quiere ser parte, por lo que el espectador accede a un conflicto que rápidamente debe abandonar. El núcleo no deja de ser el personaje del título y su crecimiento personal, pero aún así uno esperaría a un cerrajero que supiera cerrar puertas además de abrirlas.
Si bien en el duelo entre Los Caballeros del Zodiaco y Dragon Ball mi corazón siempre estuvo más cerca de la segunda, es innegable la importancia que la primera también tuvo en mi infancia, como en la de tantos otros. Ambas llegaron a la televisión argentina en el ’95, pero solo el dibujo animado de Goku fue el que se mantuvo de forma permanente al aire con sus diferentes sagas, mientras que aquella protagonizada por Seiya desapareció luego de que se emitieran en continuado la del Santuario, la de Asgard y la de Poseidón. Años después volvería con la saga de Hades, de la cual solo vi algunos episodios en el 2004, pero personalmente ya no sentía la necesidad de seguirla. Aún así, eso no borraba el hecho de que una década antes había jugado a la batalla de las 12 casas en el colegio, que había deseado con todas mis fuerzas uno de los muñecos coleccionables* -50 pesos costaban, todo un lujo dado que para la época eran 50 dólares- o que había completado todos los álbumes de figuritas. A este espectador nostálgico es al que se dirige Diamond Films cuando trae Los Caballeros del Zodiaco: La leyenda del Santuario a los cines argentinos, al igual que meses atrás lo hiciera con Dragon Ball Z: La Batalla de los Dioses. El problema es que no parece ser este el público al que apuntaron los realizadores… El film viene a ser un relanzamiento de la conocida serie, una versión en CGI para adecuarla a los tiempos que corren. No obstante, lo que hay es un error de criterio. Se trata de un reboot, aún así parece depender de forma constante del conocimiento de la audiencia del material original. Toda la primera parte funciona muy bien, con la introducción de lo ocurrido años antes con Aioros, el Patriarca y el legado de la reencarnación de Athena a Mitsumasa Kido. Desde ahí, los Caballeros de Bronce son rápidamente presentados, Saori cobra mayor protagonismo y se da inicio a lo que supone una reimaginación de la Saga del Santuario. Una treintena de episodios se resumen en algunos minutos y si bien se dejan afuera del nuevo corte algunos elementos que pueden no llegar a influir -torneo, caballeros negros, de plata, de acero-, lo que más sufre viene por el lado de los personajes. El núcleo de la serie siempre fue el grupo que integraban Seiya, Hyoga, Shiryu y Shun, con Ikki también presente, y la previa a las Doce Casas no era en vano. Cada uno tenía sus experiencias -algunas duras, como las de Fénix en la Isla de la Reina Muerte o la del Cisne visitando la tumba acuática de su madre- y su cuota de sufrimiento, lo que los moldeaba en los guerreros que serían a futuro. En esta oportunidad, despojados de todo su bagaje, son maniquíes, personajes de videojuego seleccionados para cada batalla, sin crecimiento o desarrollo personal. Y este problema se acrecienta durante el ingreso al Santuario. Resumir los 40 episodios restantes de la saga en una hora, genera saltos y huecos brutales en la historia. Algunas cosas se respetan -los hechos ocurridos en las casas de Aries y Tauro-, otras se recortan y reinterpretan -la pelea de Seiya con Aioria, la de Hyoga con Camus-, otras se readaptan para caer mejor al público -Milo de Escorpio es una mujer, un festivo y colorido Máscara de la Muerte como contraparte del sádico original- y directamente otras quedan afuera, como las gloriosas y emotivas batallas contra Shura de Capricornio o Shaka de Virgo. Así, la cuota de sentimentalismo y nostalgia se cruza con dosis de extrañeza y desconcierto, por un relanzamiento que exige que se conozca el producto original para compensar un guión sin progresión que lo edita a lo bruto y deja un sinfín de cabos sueltos. Hay un notable nivel de animación, algunos combates bien logrados, un diseño de los personajes y las armaduras que llamarán mucho la atención y algún recurso ingenioso -los colgantes para invocar a los mantos sagrados, el portal hacia el Santuario-, pero nada que justifique realmente un reboot de la serie o una adaptación para la actualidad. Reconozco que cuando asistí por segunda vez a ver Dragon Ball: La Batalla de los Dioses -la primera en función privada, la otra con un grupo de amigos- disfruté más del evento por la liturgia misma, como parte de una conciencia colectiva que recordaba su infancia. Dudo que algo así ocurra con Los Caballeros del Zodíaco... *Dato de Color: Para quienes quieran saberlo, recuerdo recorrer una juguetería en el Shopping Spinetto buscando al Caballero perfecto con el que mis papás me premiaban por aprobar todas las materias en el colegio. Sabiendo que todos iban a buscar a los conocidos, elegí a uno que nunca antes había visto. Cuando la televisión llegó a la Saga de Poseidón, me enteré de que el muñeco comprado era Bian de Hipocampo, el primer soldado, el más débil y el que más rápido se moría. Por suerte tiempo después me regalaron otro e hice lo que hacían todos y pedí a Aioria de Leo.
Lucy es un nombre más en la lista de mujeres fuertes que Luc Besson ha sabido trasladar a la gran pantalla. El guionista y productor de Taken y The Transporter, franquicias por excelencia del sujeto dotado de un conjunto de habilidades letales capaces de eliminar a todo aquel que se cruce en el camino, siempre ha tenido una debilidad por las protagonistas femeninas a la hora de sentarse en la silla de director. Nikita, Juana de Arco, la Leeloo de The Fifth Element, la Aung San Suu Kyi de The Lady o la Mathilda de Léon son ejemplos del empoderamiento femenino que el francés siempre profesó, el cual lleva un paso más lejos con Lucy, su primera superheroína. Es imposible de ocultar el hecho de que su film guarda un parecido notable con Limitless (2011), semejanza que se acrecienta con la cercanía temporal de uno con otro. Aún así, hay una diferencia fundamental y tiene que ver con el tono elegido. Con la premisa del uso del 100% del cerebro, Neil Burger apuntó a hacer un thriller creíble con los pies sobre la tierra. Besson, por su lado, aspira al terreno más lúdico, a un film explosivo con toques de comedia negra, una celebración de la figura de Scarlett Johansson como la diosa de armas tomar, un aliciente para la película en solitario de Black Widow que por lo pronto no llega. El francés se refugia en la pretendida ciencia y en la filosofía barata para darle una justificación a lo que propone, algo que se pone en boca de un actor siempre identificado con la sabiduría como es Morgan Freeman, aunque lo cierto es que alcanza con tener a la actriz en pantalla, dándole su merecido a todo aquel que lo requiera. El gran problema de Lucy está en la mera concepción del proyecto o en su ejecución. El acceso al 100% de la capacidad cerebral es gradual, por lo que poco a poco el personaje se vuelve menos emocional, más frío y calculador, a la vez que parece ser capaz de hacer cualquier cosa que se proponga, como controlar la totalidad de su organismo o conectarse con la historia del mundo. La cuestión es que mientras más se desapega Lucy de su entorno, más distancia toma de la audiencia. De ser una joven vulnerable y usada, alejada de una familia que necesita, pasa a ser una máquina con la que es imposible sentir empatía. Así, su destino parece no ser importante. Si vive o muere es indiferente a un público condenado a contemplar su accionar, pero sin realmente preocuparse por él. Como cualquier producción tocada por el cineasta francés, Lucy goza de algunas destacadas secuencias de acción, como la clásica persecución en auto que puede hallarse en la mayoría de sus thrillers. El montaje de imágenes documentales para reforzar lo que la joven atraviesa y una fotografía brillante que aprovecha toda la paleta de colores, ayudan a delinear un film dinámico de 89 minutos hiperquinéticos que transcurren a una velocidad pasmosa. No hay una gran pretensión detrás de la película, que se siente más como un film clase B de alto presupuesto. Y como tal, sobresale.
Erizo Cooking in the Francia Cuando se estrenó en el 2005, Casanova fue un fracaso de taquilla tan grande que prácticamente dejó fuera de la industria al director Lasse Hallström por cerca de dos años. No fue fácil pero el sueco de a poco logró volver a ponerse de pie, apegándose a ciertas fórmulas que se probaron moderadamente exitosas. Dos películas con Richard Gere (The Hoax y Hachiko: A Dog's Tale) y dos adaptaciones de Nicholas Sparks (Dear John y Safe Heaven) lo pusieron de nuevo en el panorama. No es casualidad el hablar de recetas a la hora de referirnos a The Hundred-Foot Journey, dado que supone una vuelta al cine culinario en Francia que emprendió con Chocolat, pero que está fuertemente emparentada con la tierna Salmon Fishing in the Yemen, una de las curiosidades más notables de su etapa de renovación. El sueco propone un viaje para los sentidos por una bella región del Sur francés, retratada con gran pericia por el director de fotografía Linus Sandgren. Tierna, cálida, amable, su cámara abre el apetito de una audiencia que prácticamente puede saborear cada plato. Los colores explotan en pantalla y los ingredientes naturales son la utilería perfecta para un film que parece destinado a disfrutarse con el paladar. Las verduras brillan capturadas por su lente y no por nada un recorrido por el mercado se parece más a un paseo por una joyería. Y el compatriota del realizador no es el único que se destaca en su tarea, dado que si bien este "viaje de diez metros" es por terrenos familiares, se lo hace junto a un equipo de notables. La producción de Steven Spielberg abre muchas puertas para un proyecto de estas características, que por su naturaleza trillada podría caer en la misma bolsa que innumerables comedias románticas pero que sin embargo se destaca. El británico Steven Knight (Dirty Pretty Things) venía de tomarse un tiempo fuera de la industria después del estreno de Eastern Promises y volvió con fuerza en el 2013, con una seguidilla envidiable de proyectos como guionista y director. Redemption, Closed Circuit, la muy buena Locke y ahora este film confirman su excelente mano para la escritura, que lo ha puesto otra vez en la mira de muchos estudios como una pluma que cotiza. La música también se lleva sus méritos gracias al ganador de dos Oscar A.R. Rahman (127 Hours, Slumdog Millonaire), el hombre a acudir a la hora de poner algo de cultura india en lo que se escucha. Y con sus casi 70 años, Helen Mirren sigue siendo una hermosa mujer que reluce en cámara. Estoica y altanera como una reina, devota y amable como una madre, la británica es quien brilla entre un elenco de rostros poco conocidos (aunque hay que seguir de cerca a la bellísima Charlotte Le Bon, una canadiense que parece destinada a ser la nueva Audrey Tautou). Pero tal y como se ha dicho –el subtítulo no es casual-, se trata de un film que a pesar de preciarse de modificar recetas establecidas desde hace añares, no logra romper con sus lugares comunes. Se vincula a Salmon Fishing in the Yemen porque básicamente sigue una misma fórmula: una región apartada y poco conocida, dos extraños unidos por una misma pasión, un intento de llevar algo propio de otro país a una zona que en primera instancia lo resistirá y la figura de un hombre de fe que cree en su extravagante proyecto contra todo pronóstico. Incluso se repite el ataque terrorista (xenófobo en este caso) que busca destruir el sueño de los protagonistas. Si bien se alarga más de la cuenta –el tercer acto es más de lo que uno necesita y nunca es tan bueno como todo lo anterior- el preparado de siempre con nuevos ingredientes y especias es gustoso y se merece todas las estrellas Michelin que reciba. Bon appetit.