Por fuera de Canadá, una de las regiones del mundo más burladas en cine y televisión es Nueva Jersey. Es una humorada recurrente decir que "apesta", más allá de no se entienda el verdadero motivo de algo que a todas luces parece infundado. El hecho de que la segunda oportunidad para la avejentada estrella de la música protagonista de Danny Collins se sitúe en dicho estado, es un golpe de efecto tan transparente como la totalidad de la película. Un lugar que uno solo visitaría por obligación es el de esta nueva posibilidad, como reza la sinopsis, la de "redescubrir a su familia y encontrar el amor verdadero". La locación puede ser diferente pero el terreno es conocido. Aún así, pese a ser predecible en sus intenciones, es sincera y afable, con suficiente a su favor como para que se trate de un viaje placentero. La voz de Nick Offerman, pausada, grave y suave como el jazz –cualquier seguidor de Parks and Recreation sabe que es él antes de que aparezca-, se imprime sobre una pantalla en negro previo a dar paso a una entrevista ambientada en los '70, en la que un periodista especializado en música dispara sus preguntas sobre un joven Danny Collins, con un actor muy parecido al reconocido protagonista en sus años de The Godfather, Serpico o Dog Day Afternoon. Un chico talentoso, con un susto de muerte a la fama, es la contracara del veterano cantante que encarna Al Pacino, como un hombre que probó todo lo que tuvo a su alcance y que canta los mismos temas que compuso hace décadas para un público en su mayoría de la tercera edad. Es ahí que recibe la carta nunca entregada de John Lennon y toda su vida es puesta en perspectiva. En su debut como director, Dan Fogelman (Last Vegas, Tangled, Crazy, Stupid, Love.) compone una historia sencilla y tradicional, que funciona por ciertos recursos que compensan su falta de pretensiones. El exitoso millonario que se da cuenta de que le falta lo más importante es un tópico frecuente y esta no esquiva los lugares comunes, pero los abraza con un nivel de frescura y soltura que ayudan a mejorar el resultado general. El disparador –la mencionada carta- es original, pero no alcanza para cubrir la totalidad de la producción. No obstante es la excusa perfecta para utilizar una banda sonora compuesta en su mayoría de canciones del fallecido Beatle, lo cual eleva en forma instantánea la calidad de cualquier film. Danny Collins bien podría llamarse Al Pacino, dado que se puede considerar que en este relato de redención hay algo de personal, exclusivamente en lo que se refiere al estado actual de su carrera. Scent of a Woman le dio su único Premio de la Academia hace más de dos décadas, un galardón compensatorio porque durante años se lo había dejado solo en la nominación por films en los que merecía mucho más. Pero con el Oscar en mano, nunca más se lo vio en la terna. Su presente dista del de Robert De Niro –es cierto también que filma mucho menos-, pero durante la última década muchos de los proyectos que eligió han resultado en verdaderas decepciones, como Stand Up Guys o Righteous Kill, lejos de las películas magistrales que lo han convertido en un ícono. Aquí está muy bien acompañado por Bobby Cannavale y Jennifer Garner –no hacen mucho más de lo que acostumbran a hacer siempre-, pero sobre todo por Christopher Plummer como un solvente agente/mejor amigo y por Annette Bening, una partenaire que no le pierde pisada con el diálogo. Collins reconoce que tiene un muy buen ida y vuelta con el personaje de Mary Sinclair y esto es uno de los elementos fundamentales de la película. La química entre ellos existe y el cantante interpretado por Pacino es agradable y comprador al extremo, gracias a un guión que le da una lengua ágil y una personalidad avasalladora. Así se consigue un film predecible que no sale de su zona de comodidad, pero con ciertas particularidades que propone Fogelman –tanto en materia de personajes como situaciones que atraviesan- que son las que terminan de imponerse en favor de una apuesta amena y honesta. Eso y la vigencia de Lennon.
Annie comienza con un buen guiño del director Will Gluck, una toma de postura que se diluye con el correr de los minutos. Una Annie pelirroja, referencia directa a la tira diaria de principios de los años '20 así como al film de John Huston, expone un trabajo ante una clase que manifiesta su desagrado, lo que da paso a la entrada de Annie B, interpretada por Quvenzhané Wallis. Es un chiste que funciona y augura cierta distancia respecto a las azucaradas versiones que se conocen del personaje. Se pasa después a poner en práctica uno de los mejores recursos con los que el musical contará, que es integrar sonidos de ambiente como instrumentos que dan ritmo a la narrativa. El film parece encaminado, pero hay algo que no está bien y esa sensación no hará más que crecer a medida que esta avance. Esta nueva versión deja de lado la época de la Gran Depresión y se ubica en la actualidad, con una historia más "sensata" respecto a cómo la huérfana del título llega a vivir con un multimillonario. El hombre es un magnate de la telefonía celular que quiere ser alcalde de la ciudad y una oportunista campaña para mejorar su imagen hace uso de la niña, quien se vuelve una sensación en redes sociales. Hay mucho de contenido moderno con el que se dota a esta remake, ni hablar de la música original que cuenta con arreglos de Sia y Greg Kurstin para acercarla a los tiempos que corren. Sin embargo, en su núcleo, es una producción pasada de moda. Como el comerciante que borra la fecha de vencimiento de sus productos para que duren una semana más a la venta, es un film que huele a rancio pero que se lo decoró de otra forma para que se lo consuma hoy. Con producción de Jay-Z y Will Smith, el film hubiera supuesto otro intento nepotista del actor por instalar a uno de sus hijos en la industria, dado que hace algunos años iba a ser Willow Smith la protagonista. Una maniobra así denota qué es lo que se buscaba con un proyecto como este, que sinceramente es una gran oportunidad para que todos los involucrados malgasten su talento. No se puede decir nada de la joven Wallis, nominada al Oscar por Beasts of the Southern Wild, una niña de 11 años eficaz y encantadora en su papel, o de una Rose Byrne a quien la comedia le hace muy bien y siempre cumple. Salvadas ellas dos, son un espanto los papeles de Jamie Foxx y, en mayor medida, Cameron Diaz. La sobreactuación de ambos lleva a que toda la puesta en escena sea poco realista y difícil de ver. Él no sirve en la piel de un empresario duro de corazón blando ni ella como una villana hiperbolizada, al punto de que se ruega que tenga menos tiempo de pantalla para ver si la película puede mejorar. Por fuera de quienes están delante de cámaras, es una chance malograda para Gluck y la guionista Aline Brosh McKenna, quienes parecen haber perdido ese filo de sus primeros años. Él, responsable de comedias románticas más jugadas como Easy A o Friends with Benefits, ella la escritora de The Devil Wears Prada, entregan un film aniñado e irregular que en ocasiones funciona pero a lo largo de sus dos horas atraviesa grandes dificultades. Sí, algunos números están bien y se emplean con tino algunos recursos que se han visto en sus trabajos anteriores –la falsa película, por ejemplo-, pero no son suficientes como para compensar el todo. Lo que en sus primeros minutos se anunciaba como distinto y punzante, a la hora de los créditos prueba ser mediocre y tibio. Annie es Chiquititas de Cris Morena pero con un presupuesto millonario.
Buena parte de la crítica mundial y, sobre todo, aquellos que deciden quiénes se llevan los mayores premios cada año entienden que Birdman es una obra maestra, cuando en realidad es un ambicioso e irregular ejercicio cinematográfico que es difícil de analizar como un todo. A lo largo de su carrera, Alejandro González Iñárritu se ha regodeado en la miseria humana y ha acumulado en pantalla perpetuos sufrimientos para sus personajes, en busca de una redención que no llega. Los "especialistas" lo han celebrado, lo han llenado de galardones y le han permitido encarar proyectos como el que nos compete, en el que un estudio grande lo deja rodearse de una enorme cantidad de talento para embarcarse en un emprendimiento difícil. Sin duda hay una apreciable ruptura respecto al resto de su filmografía dado que es una película más liviana y de mejor digestión, una comedia dramática dinámica que aún así tiene esos toques del cineasta mexicano que la impiden ser un trabajo superior. El planteo de que es más fácil ir por las partes se debe a que Birdman es una acumulación de elementos notables. Su ambición empieza por el deseo de filmarla como si fuera un largo plano secuencia, algo que no es novedoso (Rope, La Casa Muda) pero sí una rareza. Así el premiado Emmanuel Lubezki se consagra como uno de los directores de fotografía más importantes de la actualidad, dado que la película es inquieta y sus personajes se mueven de un lado a otro, no obstante tiene el pulso y la capacidad para que la iluminación y todo su armado se mantenga uniforme y la toma larga no se quiebre. A eso hay que sumar la enorme labor del baterista Antonio Sánchez, cuyo perpetuo jazz hace un matrimonio perfecto con la cinematografía del otro y se retroalimentan. Sin embargo el logro es limitado, dado que por más brillante que sea su trabajo, el film sufre por codicia. No es una toma larga al servicio de la historia sino al del ego del propio realizador. Su efectismo resiente la narrativa, sus personajes pierden intimidad y naturalidad. Hay un ensamble destacado que lideran Michael Keaton, Emma Stone, Edward Norton, Zach Galifianakis, Naomi Watts, Andrea Riseborough y Amy Ryan que no puede terminar de brillar como tal, a disposición de una sátira sobre el mundo del espectáculo que se enreda en su pretendida grandeza. No hay que buscar más lejos que en su título para encontrar un ejemplo claro. Esa ridícula expansión a Birdman or (The Unexpected Virtue of Ignorance) (O La Inesperada Virtud de la Ignorancia) pone en evidencia un film que se cree más inteligente de lo que es, al que no le queda claro que su mérito principal es el de suponer una mirada humorística al detrás de escena del espectáculo. Keaton interpreta en forma destacada a un actor acabado cuya fama le llegó por encarnar al superhéroe del título años atrás. Es un papel autorreferencial porque, si bien se mantuvo activo en la industria, su éxito nunca volvió a equipararse con el que obtuvo cuando fue el Batman de Tim Burton. Con la excusa de una caótica puesta en escena de "De qué hablamos cuando hablamos de amor" de Raymond Carver, la película se permite poner su ojo mordaz sobre el estado del show business moderno. Actores de método tan conflictivos como aclamados, hijas salidas de rehabilitación, actrices que pasan una fase lésbica, la cantidad de seguidores en Twitter como indicio de éxito, el espectro es amplio para que hinque el diente el guión del realizador junto a Alexander Dinelaris, Nicolás Giacobone y Armando Bo –la dupla argentina con la que escribió Biutiful-. González Iñarritu se despacha también contra la crítica y contra un tipo de cine que él cree que está por debajo de lo que hace. Su forma de hacer arte es, entonces, señalar con el dedo hacia lo que cree que no lo es. Y lo que pudo ser una sátira afilada, en sus manos es una obra ampulosa y pretenciosa, demasiado preocupada en que su mensaje se escuche fuerte y claro, al punto de hacer una representación literal de aquellas producciones que desprecia. Autoindulgente y sobrador, quiere hacer un intrincado ensayo sobre todo lo que el espectáculo tiene de ridículo hoy, pero en favor de su glorificada toma única se impide apreciar los grandes puntos de interés y concentrarse en ellos. Conectada en espíritu con The Wrestler, termina por ser superficial donde aquella era sentida. Su indagatoria en la personalidad de una figura acabada se limita al recurso humorístico del alter ego exigente, su intento por recuperar a su familia se siente vacío e inacabado y así su final no es ni de cerca tan satisfactorio. A pesar de sus problemas, puede considerarse un paso adelante de un González Iñárritu que, si bien sigue empecinado en revolver mugre, en este caso lo hace con una temática más ligera y menos "trascendental". Su ego de autor se pone en el camino de lo que pudo ser un film especial en su totalidad, subrayando lo obvio y haciendo explícitas sus opiniones como si aún no confiara en la belleza de un toque sutil. Pero la calidad final del proyecto se sobrepone a las partes que fallan e incluso a la grandilocuencia de su director. Birdman tiene sus méritos y ayuda a poner una vez más en el centro de la escena a un Michael Keaton necesitado de un comeback desde hace años y, en caso de no ganar su Oscar, la nominación servirá para volverlo relevante una vez más, como ocurrió con John Travolta o Mickey Rourke.
The Hawking's Speech The Theory of Everything es una película típica de la temporada de premios más grandes. Carnada para el Oscar se las suele llamar. Un film de gran producción y con sólidas actuaciones centrales, pero que no rompe con las limitaciones que suelen encontrarse en apuestas biográficas de este estilo. Es un trabajo típico de esos que tienden a disfrutar los votantes de la Academia, que años atrás consagraron a The King's Speech y sentaron jurisprudencia para lo que se podría llegar a hacer después. Sea que a uno le interese la física o no, de una forma u otra se conoce a Stephen Hawking. Más allá de sus teorías sobre agujeros negros o demás aportes a la materia, la propia imagen del hombre en silla de ruedas e incapaz de hablar por sí mismo a excepción de por un aparato generador de voz es mundialmente conocida y le ha dado múltiples apariciones con distinto grado de seriedad tanto en cine como en televisión. Quizás quien no se haya dedicado a estudiar en detalle o siquiera leído algo relacionado a la vida del físico conozca cómo fue el camino previo hacia ese estado, pero sin lugar a dudas sabe el destino al que llegará. Y con eso se plantea una doble situación que el film de James Marsh (Man on Wire) no termina de resolver como para llegar a ser algo mejor de lo que es. Ocurre que el mérito de la película viene por el lado de Jane Wilde y no el de Stephen Hawking. Ese es el personaje más interesante que hay para explorar. Sí, no hay dudas de que el galardonado físico, el más grande de nuestros tiempos, es un sujeto que merece análisis, pero no tanto en un drama romántico sobre su relación a lo largo de los años con esta estudiante de artes y madre de sus hijos, porque es la faceta menos conocida la que necesitaba ser explorada. La película es siempre más interesante cuando se centra en el personaje de Felicity Jones y el desafío que tiene que afrontar, al cuidado de un genio que no quiere más ayuda que la de ella y de hijos pequeños que necesitan tanta o más atención. El ser un soporte, una piedra angular en la vida del teórico, es el ejemplo de lo que no se suele ver: la sombra detrás del icono, quien lo acompaña hora tras hora en una vida que no se compone exclusivamente de charlas frente a una audiencia o de presentaciones de libros. Al querer explorar las dos caras de la moneda, el guión de Anthony McCarten desaprovecha la posibilidad de explotar del todo un costado inédito por seguir las pautas de una biopic tradicional. Eddie Redmayne hace un trabajo notable en la piel de Hawking, una mímica perfecta de gestos faciales y motrices que no por nada lo han puesto en el centro de atención como el gran candidato a irse a casa con el Oscar. Algo excéntrico en sus primeros años y ya perfilado a la gloria desde entonces, carga una personalidad amigable y compradora que se mantiene, con altibajos, siendo un adulto consagrado. Y el joven londinense lleva a cuestas un film en el que brilla como en ningún otro proyecto en el que participó a la fecha, en el que hace que su sufrimiento se perciba como real cada vez que la cámara lo toma. Pero una película biográfica que trata de condensar dos décadas de eventos que podrían considerarse históricos, evidentemente acarrea un costo. El querer mostrar los descubrimientos de Hawking cruzándolos con sus dramas personales es ambicioso y eventualmente no se destaca ni en un lado ni en el otro. Sus estudios y teorías son entradas de manual señaladas con resaltador, sin ahondar en su proceso sino mostrando resultados una y otra vez. Igual caso se da con el progreso de su enfermedad, estabilizada durante ciertos fragmentos hasta que llega el momento de otra crisis. Y lo que más sufre, en ese sentido, es el costado romántico. Las licencias elípticas que el film se toma llevan a saltos de años que se devoran la infancia de los niños y el malestar creciente de Jane Wilde. Jones hace un buen papel a la hora de reflejar su condición de "mujer sola" al frente de una familia que no es normal y la película es siempre mejor cuando se concentra en ella. Pero los problemas puertas adentro parecen ir en contra de la idea de biopic liviana de los productores, una feel good movie inspiradora que toma las crisis como simples baches en el camino y que por ese motivo no hay una sincera explosión sentimental de ninguno de sus protagonistas. Sí, hay un gran trabajo de sus protagonistas, una gran musicalización de parte del islandés Jóhann Jóhannsonn y una muy buena fotografía de Benoît Delhomme, que usa luces y colores en forma tal que ciertamente se hace notar. Pero la incapacidad de acotar el abanico de posibilidades y limitarse al aspecto romántico, el menos familiar y por eso más suculento de un film así, conlleva a que muchos pasajes claves sean tocados en forma casual, graves problemas familiares sean manejados con simpleza y que los personajes claves se conviertan en figuras sin pleno desarrollo cuyos cambios sean impuestos antes que naturales. Así se obtiene una biopic más clínica o de enciclopedia. Por ese motivo lo mejor está al comienzo, en los años de formación, cuando todas las vertientes están más condensadas y se permite secuencias bellas como la del baile universitario y la anécdota del jabón en polvo.
Si bien es sabido que ha cosechado millones de fanáticos a nivel mundial, Bob Esponja es uno de esos dibujos animados que, como Los Padrinos Mágicos, llegó unos años más tarde de lo que hacía falta para volverme un espectador más. A diferencia de Johnny Bravo, La Vaca y el Pollito o El Laboratorio de Dexter, exponentes de lo que ahora sería el clásico Cartoon Network, me agarró un poco más de grande y nunca sentí siquiera curiosidad por ver un episodio –tampoco ayudaba el estar en Nickelodeon-. A decir verdad, The SpongeBob Movie: Sponge Out of Water es el primer contacto que tengo con este famoso invertebrado y supone una clara evidencia para entender el por qué de su éxito. Disfrutable sin ser seguidor o siquiera conociendo a sus personajes, es una comedia frenética con mejor timing que muchas de las que llegan a las salas. Su argumento es una excusa que se pone de manifiesto para justificar una serie de locuras durante 93 minutos, en el que Fondo de Bikini se ha vuelto un páramo post-apocalíptico después de que un pirata (Antonio Banderas) roba la receta de las cangreburguers, el principal alimento de la población. Hay un gran sentido del humor en el guión que proponen Glenn Berger y Jonathan Aibel, una dupla cotizada en la industria que después de sus experiencias en MadTV pasaron a escribir la saga Kung Fu Panda e incluso firmaron un boceto para Doctor Strange. La película les da cierta libertad para desarrollar un chiste detrás de otro dentro en un mundo con personajes ya establecidos, pero que no deja afuera al público que no siguió nunca el programa. Desde el delfín que controla el universo a las gaviotas que cantan, todo está pasado por un filtro cómico absurdo que parece pueden disfrutar tanto los fanáticos como los primerizos. Es claro que Bob Esponja es uno de esos dibujos destinados a los más chicos, pero cuyo humor es apreciado en su totalidad por los más grandes. No hay nada de inapropiado en la película –algunos episodios dejaban pasar algún doble sentido, por lo que pude ver-, pero hay juegos de palabras y recursos cómicos que son entendidos del todo por un adulto. Aún así, hay mucho de universal en lo que se propone, como la divertida canción "Team Work" que cantan Bob y el antagonista Sheldon Plankton, incapaz de decir en forma correcta las palabras "trabajo en equipo". Más allá de sus méritos, la película se siente como algo que se podría haber hecho en un capítulo pero que se extendió más de la cuenta. La gran novedad es la salida del mar que se anticipa desde el título y esta ocurre promediando el final y su resultado deja mucho que desear en relación a toda la primera parte. El CGI es menos logrado que en la animación simple y pierde algo del buen sentido del humor que tenía, con una resolución de superhéroes que es más que nada una excusa para justificar que se haya hecho la película. Se agradece que no se caiga en la simpleza del cameo por el cameo mismo –de hecho en los avances se adelantaba la presencia de Slash y no hay rastros de él, al menos en la versión que se mostró aquí-, pero la salida del agua se percibe como algo desconectado de lo que se proponía. Quizás a fin de cuentas la experiencia para quien disfruta de Bob Esponja por primera vez sea más valiosa que la de un fanático, como aquel que arrancó con Los Simpsons en las últimas temporadas -o con la pobre película que se hizo- y los encuentra geniales a pesar de ser una pálida versión de lo que era hace años. The SpongeBob Movie: Sponge Out of Water está lejos de ser un destacado film animado, pero sí es una propuesta efectiva.
El hecho de que Whiplash haya recibido cinco nominaciones al Oscar y que tenga fuertes chances de llevarse al menos uno, pone al film a las puertas de lo que es un cierre fantástico para su propia historia. Hace poco más de un año debutaba en el Festival de Sundance y se convertía en una sensación, llevándose tanto el Gran Premio del Jurado como el del Público, los cuales no tienden a coincidir. Desde allí el film, que a su vez nace de un cortometraje de 18 minutos, hizo su recorrido con éxito por el mundo antes de tener su salida comercial y, lo que pudo ser un evento limitado solo al circuito independiente, probó que tenía el respaldo suficiente para crecer aún más. Y si la película de Damien Chazelle suma acólitos es por un simple motivo: es una gran película. Lo logrado por el director en su segundo largometraje es de una intensidad como no se ha visto en el último tiempo. La percusión es el pulso de una banda y, como tal, Whiplash tiene un ritmo infernal que explota en lo que puede ser el mejor final que un film ha tenido en años. Si bien sus personajes lo son, no se trata de una película ambiciosa pero alcanza con creces todo lo que se propone. Apasiona desde el principio al fin, como un largo solo de batería que se extiende a lo largo de 107 minutos con distintos grados de energía. Dado que la llevan en su totalidad sobre sus hombros –o sus manos, para ser más precisos-, es imposible no destacar por sobre todas las cosas las interpretaciones de sus dos protagonistas. Mucho se habló de J.K. Simmons –también lo haremos aquí-, pero se tiende a opacar a un Miles Teller que tampoco le pierde el paso. Si el chico está en todos lados (Divergent, Fantastic Four, dramas, comedias) se debe a que demostró tener aptitudes para muchos géneros, con un rango que supera al de la media. Desde el vamos, es absolutamente convincente a la hora de fingir que toca la batería en una banda de primer nivel de jazz, lo cual no es sencillo como con el piano, que gracias a la magia del cine y de unos planos cerrados o en detalle sobre las manos se puede lograr que cualquiera luzca como un virtuoso. La pasión de Andrew se vuelve pronto en una manía, se posiciona al borde de su resistencia física y mental en cada oportunidad en que se sienta frente a su instrumento, y todo esto es creíble por un joven con gran futuro en la industria. De más está decir que quien brilla en serio es J.K. Simmons, un hombre de larga trayectoria como actor de reparto tanto en la pantalla grande como chica, cuyo papel más reconocido hasta la fecha era el de J. Jonah Jameson en las Spider-Man de Sam Raimi. Por fuera de ser una suerte de musa para Jason Reitman, que lo puso en todas sus películas aunque sea en algo mínimo (Juno es la más recordada), no ha tenido grandes oportunidades para obtener un reconocimiento merecido más allá de que siempre cumpla con lo que se propone. Whiplash le da esa chance con un papel que le otorga mucho tiempo de cámara y que le permite cierta libertad para ser verdaderamente aterrador, un villano de ley que no tiene nada que envidiarle a algún némesis de historietas. Fletcher es la pesadilla de todo alumno, pero también de todo individuo en cualquier ámbito. Un hombre convencido de que está haciendo el bien más allá de que sabe que sus métodos son de mínima cuestionables, es un peligro. Y frente a su banda de jazz, es una figura temible e imponente. Su remera corta y apretada pone de relieve unos músculos que no se sabía que el actor podía tener, su rostro severo por momentos parece el de un monstruo que espera abalanzarse sobre su presa. Frases que repite como "not quite my tempo" (no es mi tempo) o "rushing or dragging" (apurando o retrasando) se vuelven causales de terror en su boca, cual si fuera el sádico de Szell que pregunta "¿Is it safe?" en Marathon Man. El trabajo de Simmons es notable y ayuda a que el film se consagre, con un personaje enorme y verborrágico que lanza insultos como dardos y sabe perfectamente qué botones presionar para llevar a sus alumnos hasta la cornisa. Whiplash es un gran film que explora la dinámica entre alumno y profesor con una potencia difícil de encontrar. Sí, hay otros aspectos que sufren por ello como la escasa vida romántica de su protagonista o la relación con su padre, un Paul Reiser que desde hace tiempo se extraña en la pantalla. Pero es innegable que Chazelle construyó una obra poderosa, una batería con sus tambores y platillos bien ubicados y afinados, que dan en la nota con cada toque magistral de su conductor. La música es de primera, como es de esperar con una película así, y su edición dinámica pero no apabullante es otro de los aspectos que hacen al lujo de la producción. Y como si todo esto no alcanzara, el realizador pone en marcha el cierre perfecto. Uno en el que todo lo que hizo de Whiplash una gran película, confluya en una larga secuencia final con una pasión desbordante y explosiva.
13 Sins abre con una impactante escena que no tiene peso alguno en la historia, pero que sirve como ejemplo perfecto para mostrar los alcances que tendrá el peligroso juego que se desenvolverá. Una misteriosa voz al teléfono brinda a sujetos en situaciones financieras desesperadas la posibilidad de obtener fortunas con tal de cumplir una serie de tareas -13 en total- y, como ya se sabe gracias a los minutos iniciales, estas progresarán hacia rumbos aterradores. El film del alemán Daniel Stamm (The Last Exorcism), una remake de la tailandesa 13 game sayawng, es un tenue estudio sobre la condición humana, que usa la excusa del "reality" como una vía para explorar lo que uno está dispuesto a hacer en condiciones extremas. Jason Blum, uno de los productores de Paranormal Activity, The Purge, Ouija, Sinister e Insidious entre otros films de terror de bajo presupuesto que han abierto franquicias, es el productor ejecutivo de este film y eso ya dice mucho. El hombre se ha vuelto una suerte de eminencia a la hora de pensar en propuestas del género que cuestan centavos y ganan fortunas en la taquilla, y tiene a apostar por proyectos con buenas premisas que pueden abrir una saga. 13 Sins no es la excepción y puede estar emparentada con la primera The Purge, al plantear un escenario rico en posibilidades pero que se limita en su ejecución, a la vez que abre las puertas para que futuras secuelas amplíen el espectro. Esta remake no viene a aportar algo novedoso a un género que en apenas siete años vio estrenadas siete películas de Saw, un juego del miedo de lineamientos muy similares al de este. Sin embargo, 13 Pecados tiene a su favor el no caer en la sencillez de la porno-tortura y apunta al crecimiento de sus personajes. Jigsaw se enfoca en aquellos que han desperdiciado sus vidas y los hace sufrir por ello para darles una lección, aquí el juego se dirige hacia sujetos miserables y cobardes, a los que se les da la oportunidad de hacerse valer. Desde ya que hay una cuota de entretenimiento para unos espectadores misteriosos -hay tela para cortar en alguna continuación enfocada en los victimarios, como The Purge: Anarchy o Hostel II- que elevan las penurias del participante con cada nueva misión. Mark Webber es quien lleva bien sobre sus hombros un film que escala rápido, tanto en la gravedad de sus actos como en la transformación de su personaje. Las primeras tareas son simples y enganchan tanto a Elliot como al espectador, que sabe que todo dará un giro tétrico tarde o temprano. El cambio en la actitud del protagonista es necesario pero aquí resulta radical, transformándose en una persona completamente diferente cuando es un hombre con mucho que perder. Pero así no se empantana en su narrativa ni resulta tediosa en su paso por las distintas misiones; Elliot cambia a medida que las resuelve y por primera vez demuestra valor cuando toda su vida fue un perdedor. En pos de que el film avance se conceden ciertas licencias, como el giro de 180º en su personalidad o la existencia de un omnipotente conductor del juego que parece saber absolutamente todo de todos. Sucede que 13 Sins no es una película corriente del género y tiene algo más que decir, por eso funciona durante una buena parte. Sus grandes dificultades se dan recién durante el tercer acto, cuando tiene que empezar a buscar soluciones. Es que, para tratarse de una producción con algunas ideas por encima de la media, busca respuestas en el libro de lugares comunes del género, prefiriendo el efectismo por encima de la lógica. Sin tener grandes pretensiones, es en su mayoría un digno entretenimiento con una premisa que da -y daba- para algo más.
"Es fácil matar una película… sólo muévela a enero" (Dr. Evil acerca de The Interview, Saturday Night Live, 2014) Seventh Son debió haber visto la luz hace dos años y bajo el sello de Warner Bros., antes de ser demorada numerosas veces y pasar a Universal Pictures luego de que Legendary rompiera el vínculo con la primera. Desde el vamos, un lanzamiento en enero no es prometedor, dado que se trata de una suerte de "mes vertedero" en el que los estudios estrenan algunas películas en las que no conservan ninguna esperanza o con las que no saben mucho qué hacer. Con 24 meses de retraso, entonces, llega a las salas una fallida adaptación de una novela fantástica, que podría sumarse a la infame lista de proyectos del género que intentaron abrir una exitosa franquicia, como Eragon, I Am Number Four, The Golden Compass o John Carter. Ocurre que El Séptimo Hijo es, antes que nada, una película muy pobre. La cantidad de talento involucrada delante y detrás de cámara debería, en otras condiciones, ofrecer un producto notable, sin embargo la transposición del primer libro en la saga The Wardstone Chronicles de Joseph Delaney es un pésimo trabajo colectivo. El ruso Sergey Bodrov, de la nominada al Oscar extranjero Mongol, es quien tuvo a su cargo este festival de clichés del género, que contó con guión de Charles Leavitt (Blood Diamond) y Steven Knight (Eastern Promises). El último viene de firmar y dirigir Locke, uno de los thrillers más apasionantes del 2014 centrado en un hombre que no se baja de su auto y ve cómo toda su vida se derrumba a partir de llamadas telefónicas, no obstante en Seventh Son no hay ni una pizca de esa emoción ni algo que despierte sincero interés. Es un refrito de sobras de otros films más exitosos, que en ningún momento aspira a romper el letargo en el que está inmerso. Julianne Moore y Jeff Bridges son los actores de peso que lideran a un elenco que en ningún momento sobresale y se caracteriza por la falta de química general. Ben Barnes, que nunca terminó de explotar como figura -los productores deben haber lamentado haber dejado ir rápido a Kit Harington, que es más conocido-, y una joven en ascenso como es Alicia Vikander no hacen creíble su floreciente relación porque tampoco tienen mucho con qué trabajar. El guión es llamativamente limitado y el film se toma demasiado en serio como para funcionar. No hay espacio para la comedia o para que esta respire, más allá de que Bridges vuelva a capitalizar a su Rooster Cogburn de True Grit, como ya había hecho en la fallida R.I.P.D.. El combo se completa con unos efectos especiales que no resaltan y que se pueden encontrar en cualquier producción del género, pero que en este caso se ven mucho peor. Por alguna extraña decisión de los realizadores, el film está pasado por un filtro tipo Instagram que apunta a generar una sensación de antigüedad, pero lo único que logra es un malestar visual que afecta el trabajo de Rhythm and Hues Studios -compañía ganadora del Oscar por Life of Pi, que entró en una famosa quiebra durante el trabajo en este proyecto-. Seventh Son es torpe en su construcción pero dinámica en su desarrollo, con lo cual no es un paquete imposible de digerir, por más flojo que sea. El hecho de que el Maestro Gregory tenga solo una semana para entrenar a su nuevo aprendiz acelera todos los tiempos, con lo que su avance no es aburrido más allá de que sea algo visto incontables veces. En el baúl de lugares comunes del que dispone se puede encontrar alguna leve sorpresa, una flor en el pantano, pero están lejos de ser suficientes como para mejorar el resultado final. Es una adaptación decididamente pobre de esas que muchos estudios quisieron encarar para reemplazar a Harry Potter como nueva franquicia lucrativa para jóvenes adultos. Que pase la que sigue.
Es imposible hablar de The Interview sin hacer algún tipo de referencia a todo lo que la rodeó en la previa a su estreno. El hackeo a Sony y la amenaza terrorista en caso de que se la exhibiera –Corea del Norte como responsable de ambas-, los cines que decidieron sacarla de cartelera antes del debut, el estudio que eventualmente optó por retirarla previo a su lanzamiento, el Gobierno de Estados Unidos y el FBI que se involucraron en el asunto, idas y vueltas en torno a si vería o no la luz. Todo el contexto generó que una comedia quizás intrascendente se volviera una cuestión de importancia nacional. El film es más relevante por el suceso histórico que generó que por sus cualidades cinematográficas, uno interpelado por la coyuntura y que quizás en ese sentido sea considerado menor, a la luz de todo lo que ocurrió. Una nación que intenta impedir que se difunda, otra que necesita que se la conozca para así mantener sus ideales de libertad, no hay mayor logro para The Interview que este. Es una suerte de profecía argumental que se cumplió, dos héroes improbables que se dirigen a la reclusiva Norcorea para matar a su líder es algo que se considera absurdo, no así que su propia película sea el eje de disputa entre dos estados con poder nuclear. Más allá de los sueños más alocados. Suficiente contexto, es hora de hablar del film en sí. Después de haber entregado This is the End y convertirla en una de las comedias más exitosas del 2013, Seth Rogen y Evan Goldberg tenían luz verde en Sony para encarar lo que quisieran y vaya si lo hicieron. Es impactante el nivel de producción del que se dispone, una rareza en una comedia que no se ve prácticamente desde Tropic Thunder. A la dupla se le permitió jugar, divertirse, se podía anticipar que habría algún tipo de revuelo alrededor del contenido de su película pero no la desproporcionada exageración en la que se vio envuelta, que por efecto contagio implicó que New Regency cancelara el próximo film de Gore Verbinski, titulado Pyongyang. The Interview es un paso más de Rogen para consagrarse como una de las figuras más importantes de la comedia americana actual. Ese tipo de cine que pone a la amistad por sobre todas las cosas, el gran tópico del humor moderno, es uno que tiene al director en el centro. Junto a él está James Franco, con quien celebra su bromance en cada oportunidad que tiene delante de cámaras. Ya desde Superbad el guionista demostraba que lo importante no era lo que los protagonistas querían lograr, sino la evolución y perdurabilidad de su vínculo. Su nueva comedia mantiene esa hermandad entre Dave Skylark y Aaron, no obstante pasa a un segundo plano cuando es la entrevista lo que realmente importa. Hay una certeza en torno a The Interview y es que no se explotó todo el potencial que se tenía a disposición. No es a un nivel como A Million Ways to Die in the West o Sex Tape, los peores ejemplos de este 2014 de cómo desaprovechar una buena premisa y todos los recursos de los estudios, pero sí genera la impresión de que se pudo haber hecho más. El escritor Dan Sterling opta por un humor más básico que contrasta con la elaborada producción y su absurdamente ambiciosa premisa. Insinuaciones sexuales, chistes escatológicos, referencias a celebridades, mientras que de movida se apuntó bien alto con lo que se quería hacer –y de hecho se les dio la oportunidad de hacerlo- a la hora del guión se dejaron las pretensiones de lado y se prefirió mantener la comodidad en el nivel más bajo del espectro cómico. El hiperactivo James Franco, tan necesitado de confirmarse como artista multitalentoso que trabaja en 20 proyectos a la vez en todas las tareas, no ofrece una actuación en piloto automático sino que es el corazón de The Interview. En perpetuo estado de excitación por la vida que lleva, goza de cada minuto que tiene en pantalla y su cuerpo muestra espasmos de felicidad. Rogen es Rogen. Y Randall Park da su salto a la fama como el dictador norcoreano, con una interpretación que es oscura o festiva cuando se lo necesita y nunca el film es mejor que cuando se lo ve en pleno disfrute junto a Dave. Una Loca Entrevista por momentos quiere tomar una postura y eso no le sienta, no hay lugar para el aleccionamiento o la corrección política en una película que por definición debe ser incorrecta. Sin embargo no es ese el motivo por el que no trasciende, sino por su falta de ambición a la hora de encontrar la comedia. ¿Es absoluta pereza o humor autoreferencial el hecho de que para el final se utilice el mismo recurso cómico que en This is the End? Quizás un poco de ambas, de todas formas no es algo que funcione. Las constantes menciones a El Señor de los Anillos, al famoso de turno –Matthew McConaughey, Miley Cyrus, Nicky Minaj-, los sexual innuendos que un personaje celebra de forma explícita, el sentido del humor es limitado y nunca termina de explotar. Rogen y Goldberg quisieron hacer una comedia que tuviera la producción seria de un film bélico o de acción y lo logran, no obstante el chiste recurrente acaba por mostrarse corto. Nos mostraron el caramelito o nos endulzaron, un término al que se hace referencia en forma frecuente durante la película como "The Honey Pot" (El Frasco de Miel). Se mostraron avances sumamente divertidos –algunos que incluyen casi todos los chistes de la película-, una puesta en escena notable y estalló un conflicto internacional que sacó al film de todo tipo de proporción. Tras 112 minutos, se muestra como una película más, una comedia en ocasiones ingeniosa pero limitada en mayor medida. Y todo lo que se generó a su alrededor –incluso puso en tablas la cuestión de el lanzamiento de grandes estrenos en formato VOD- es su máximo logro posible.
Mientras que Matthew McConaughey sigue dando que hablar gracias a su notable transformación en pantalla como un respetado y galardonado actor, otro que sigue sus pasos es Jake Gyllenhaal. Es cierto que este siempre tuvo un perfil diferente y que no tenía una filmografía en el ámbito de la comedia romántica, no obstante en los últimos años su carrera gozó de un resurgimiento comparable al del primero, con una elección concienzuda de cada proyecto que encara. Prince of Persia: The Sands of Time, un film que no fue bien recibido por la crítica y por el público norteamericano –en la cabeza de Disney iba a ser la nueva Pirates of the Caribbean-, fue el equivalente a tocar fondo para un actor que sabía estaba para más y decidió dar un paso al costado de los papeles que lo tipificaron como el héroe joven bueno para perseguir roles más demandantes. Y Nightcrawler se percibe como esa decisión llevada al límite. Pocas veces se ha visto a Los Ángeles tan desolada y vacía como la muestra Dan Gilroy en su ópera prima. El guionista de Real Steel o The Bourne Legacy, que le sigue los pasos a su hermano Tony -que también pasó de escribir guiones a filmar-, ofrece un auspicioso primer film en la forma de un thriller que utiliza con sapiencia sus limitados recursos, proponiendo un apasionante vistazo a la vida nocturna de la ciudad y al mundo del freelancismo criminal. Quizás exagerado a la hora de dar cuenta de cómo funciona dicho ambiente, se permite hacer una crítica al periodismo sensacionalista que llega a buen puerto. Más allá de esto, el fuerte de la película corre por cuenta de Gyllenhaal y de su Lou Bloom, un curioso protagonista para lo que estila el Hollywood actual. Desde el primer momento se lo presenta como un ladrón de poca monta, un oportunista capaz de hacer cualquier cosa para poder sacar un dólar. No es un individuo corriente, dado que se nota cierto desapego emocional y ausencia de moral –que se hacen más evidentes conforme avance en su metraje-, que encuentra la horma de su zapato desde el comienzo en una línea de trabajo que requiere sangre fría y un ojo avezado para captar las peores tragedias posibles. Bloom es un sociópata al que no se le ve una interacción común con otro individuo. Parece no dormir ni cumplir las funciones básicas de cualquier ser humano y toda relación con otro se da a través de un filtro de engaño. Gyllenhaal adelgazó unos 10 kilos para convertirse en este sujeto y lo interpreta en forma notable. Con algo de lo que su detective Loki tenía en Prisoners, es un hombre desgarbado, encorvado, con ropa algún talle por encima de lo que necesita. Tratándose de un tipo sin ética que comete varios delitos, con un claro trastorno en su personalidad, causa una irremediable empatía con el espectador, a quien no le queda otra posibilidad más que esperar que triunfe. Lou Bloom es un buscavidas producto de la sociedad y el actor le aporta tanto carisma que no asusta ni preocupa, más allá de que se haga cada vez más evidente que es una persona inescrutable que demuestra no tener escrúpulos. Si bien Riz Ahmed y Bill Pullman aportan mucho con sus papeles, es Rene Russo quien realmente se destaca junto al protagonista. La actriz, que fuera de sus participaciones en las películas de Thor no ha hecho mucho en casi una década, tiene un rol a la medida en este film escrito y dirigido por su marido, quien parecería haber hecho el papel pensando en ella. Es una veterana productora de un noticiero flojo de rating que establece una relación simbiótica con Lou, vínculo que ayuda a cerrar la atención sobre la ética periodística y los extremos del sensacionalismo. Bloom progresa en una dirección esperada, mientras que Nightcrawler avanza hacia un desenlace imprevisto. El desarrollo del protagonista es coherente y natural, solo tiene una dirección y esa es hacia adelante, por más que la película se torne más increíble o inverosímil. Aún así, Gilroy entrega un notable debut como director y da cuenta de que es un hombre al que hay que seguirle el rastro. Con una gran dirección de fotografía, un brillante personaje central y un ritmo vertiginoso, el film bien merecería tener una oportunidad en la carrera por los premios más importantes de la industria. Y Gyllenhaal necesita empezar a recibir el reconocimiento como el gran actor que es.