Un cura guerrero desobedece a la Iglesia y se une a la aventura de un joven sheriff y a una bella sacerdotisa en busca de un peligroso grupo de vampiros, quienes han secuestrado a su sobrina con la intención de convertirla en uno de ellos. Suena la campana y Scott Charles Stewart sube nuevamente al ring dispuesto a llevarse al público por delante. Lo que ofreció en la primera parte no alcanzó para ganar. Legion, película en la que Paul Bettany interpretó al arcángel Miguel defendiendo a la humanidad de una horda de ángeles dispuestos a exterminarla, no tuvo una gran recepción de la crítica ni la rompió en la taquilla. Pero ahora en este segundo round hay una idea revolucionaria que cambiará la forma en que todos la vean: los ángeles ahora son vampiros y el héroe es un cura. Para completar semejante concepción, al proyecto se suma el mismo actor protagonista y ocurre en gran parte en un desierto de Estados Unidos. ¿Quién dice que en Hollywood no hay ideas? Priest es un filme con algunas logradas secuencias de acción, pero con un guión que daba para una mayor profundidad, pero que se ve cargado de clichés ya desde su secuencia inicial, en la que se delimita la figura del renegado y el compañero que se convierte en el enemigo mortal. Siguiendo la tendencia del ralenti al que Zack Snyder rinde culto, cada escena de acción tiene por lo menos cinco cámaras lentas, algo que queda lindo estéticamente pero que aburre rápido. Debería probarse cuánto tiempo de película ganan con este efecto, dado que al durar esta tan solo una hora y cuarto, podría pensarse que antes era un corto de 30 minutos. Si el filme se salva es por una buena idea contextual, con el autoritarismo de la institución eclesiástica presente en cada rincón de las vidas. Fuera de esto no hay otros aspectos que destacar, es probable que en unos años, cuando pase el furor vampírico de la actualidad, Scott Charles Stewart al fin consiga que su idea triunfe. Quizás con hombres lobo, no lo sé.
Es la historia de Ilich Ramírez Sánchez, quien durante dos décadas fue uno de los terroristas más buscados. Entre 1974, en Londres, donde intentó asesinar a un hombre de negocios británico, y 1994, en que fue arrestado en Jartum, vivió varias vidas bajo varios seudónimos siguiendo su camino a través de las complejidades de la política internacional de la época. Luego de aceptar una oferta del canal Plus de Francia, Olivier Assayas se puso al frente de un proyecto cinematográfico que resultó en una realización de cinco horas y media de duración. Sabiendo las dificultades que una película así tendría para venderse, esto se convirtió en una miniserie de tres episodios, a lo que se sumó que el mismo director se encargó personalmente de reeditar y controlar el desarrollo de una segunda versión de una extensión reducida de 165 minutos para estrenar en las salas. Los cortes o los saltos temporales no son bruscos, está todo tan bien realizado que el francés fue capaz de eliminar la mitad de su trabajo con una pericia tal, que esto no se nota, cada pieza encaja a la perfección en una gran obra que una vez más demuestra su gran capacidad como artista. Carlos tiene tantos elementos a favor que es fácil que alguno de ellos quede afuera a la hora de enumerarlos. No sólo se trata de una historia atrapante con un excelente guión, hay también actuaciones logradas, una ambientación de época perfecta y una notable banda sonora. Las situaciones límite son llevadas adelante con un magnífico pulso, como la de la toma de rehenes en la OPEP, una secuencia que tiene una extensión de más de 40 minutos y que en otra película se habría visto resumida a diez. Seguramente el único inconveniente de tan magnífico trabajo se limita a una cuestión de tiempos. Si bien la mitad de la historia quedó afuera, se trata de una película larga que hacia el ocaso de la carrera del terrorista encuentra su único punto de descanso, recuperándose con un cierre notable que deja ganas de más. "El arma es una extensión de mi mano", sostiene Ilich Ramírez Sánchez, un Édgar Ramírez en el mejor rol que le he visto, acerca de sus dotes como tirador. Esa frase bien podría decirla el genial Assayas, sin pistola, pero con una cámara.
Tras cumplir su condena por haber matado a un niño un joven comienza una nueva vida como organista de iglesia, no obstante la madre de su víctima lo encuentra y comienza a perseguirlo en un esfuerzo fatídico por conocer la verdad. Jan Thomas sale de prisión luego de cumplir su condena por homicidio. Aunque en ningún momento queda del todo claro qué intentó hacer, hubo un secuestro de un nene que se vio frustrado por un accidente, el cual supuso la muerte del pequeño. Su capacidad para la música le permite conseguir trabajo como el organista de una Iglesia, desde donde intenta, sin éxito, expiar sus culpas y dejar atrás su pasado. DeUsynlige (Aguas turbulentas) es una oportunidad para acercarse al cine noruego, el cual no tiene mucha repercusión en nuestro país. Las posibilidades de verlo tampoco abundan, si bien hubo en la Argentina un ciclo dedicado a la filmografía de la nación a mediados de febrero con una buena concurrencia, es difícil que esas películas logren hacerse un lugar en la ajustada cartelera de estrenos comerciales. En su tercera realización, Erik Poppe desarrolla una lograda historia de redención, capaz de esquivar la mayoría de los lugares comunes a su alcance. Además de un muy buen montaje y musicalización, el filme cuenta con acertadas interpretaciones, especialmente en la que mayor profundización necesitaba, la de Pål Sverre Valheim Hagen, su torturado protagonista. Al llegar al punto climático del desarrollo, exactamente a la mitad, el filme cambia su perspectiva y encara la historia desde el punto de vista de la madre del niño fallecido. Lo que en un primer momento parece ser un novedoso y momentáneo cambio de enfoque, eventualmente termina convirtiéndose en un exceso de explicaciones que alargan la historia más de la cuenta y retrasan la resolución del conflicto. El tratamiento de dos personas opuestas, unidas por un hecho terrible del pasado que buscan dejar atrás, parece demasiado si para esto es necesario dedicar igual cantidad de tiempo a cada historia. Esto supone además que ciertos elementos sean subrayados y que se llenen espacios en blanco que no necesariamente necesitaban ser llenados, ya que se entendían con los datos que el espectador poseía. Es más allá de esto una buena película que trata un tema delicado como la muerte de un niño sin recurrir a golpes bajos, pero que, a diferencia de otro filme de temática similar como Rabbit Hole (El laberinto), pierde fuerza por querer abarcar más de la cuenta.
Antes de que Charles Xavier y Erik Lensherr se convirtieran en Profesor X y Magneto eran simplemente dos jóvenes descubriendo sus poderes. Antes de que fueran enemigos acérrimos, eran amigos cercanos. Una saga en franco declive como la de X-Men necesitaba de un cambio favorable para demostrar que aún seguía con vida. Los antecedentes más cercanos no eran los mejores, The Last Stand (2006) fue la peor película de la trilogía original, y Origins: Wolverine (2009) sólo será recordada por el escándalo de la filtración de una copia sin terminar en Internet. Centrarse en el pasado no era suficiente, lo que hacía falta era acertar con un director capaz de llenar el puesto que Bryan Singer había dejado en el 2003 y que tanto a Brett Ratner como a Gavin Hood les quedó enorme. El elegido entonces fue Matthew Vaughn, quien sorprendió en el 2010 con Kick-Ass, un filme capaz de combinar muy buenos niveles de humor con algunas de las escenas de mayor brutalidad vistas en una película de superhéroes. Y el resultado, sin duda superó las expectativas. En los orígenes de la historia, Charles y Erik fueron amigos, dos aliados que decidieron crear una institución capaz de ayudar a otros mutantes como ellos. Décadas antes del enfrentamiento que refleja la trilogía previa, ellos trabajaron juntos contra un enemigo común y buscaron evitar el comienzo de una tercera guerra mundial. Este es el punto de partida para una película con suficientes puntos a favor como para ser considerada de lo mejor que la saga ofreció. No sólo la silla de director está ocupada por alguien que tuvo un paso, reciente pero paso al fin, por el cine de superhéroes, sino que en esta oportunidad hay algo que contar. Hay un grupo de guionistas detrás del proyecto con una historia lo suficientemente amplia como para llenar 132 minutos de película sin necesidad de recurrir a largas y repetitivas batallas que oculten la falta de sustancia. A esto se debe sumar las buenas actuaciones en los roles centrales de Kevin Bacon, James McAvoy y principalmente Michael Fassbender, este último con un meteórico ascenso hacia el estrellato desde hace algunos meses, así como también las escenas de combate, en una dosis justa y con efectos notables, aumentando la eficacia del film en general. El problema de X-Men First Class es inversamente opuesto al que castigaba a la tercera película de la saga. En aquella, el despliegue de efectos, la inclusión de un sinnúmero de personajes y una lucha constante entre mutantes, resaltaba una carencia de argumento y la falta de elaboración del guión. En esta, por el contrario, es tan rica la historia, es tanto lo que se tiene para decir que se tiene que optar por qué temas tratar en profundidad y cuáles no. La infancia de sus protagonistas, la búsqueda de los otros miembros del equipo y su entrenamiento se muestran así como apuntes, un collage en clave humorística, fragmentos que si bien son importantes deben ser resumidos para priorizar otros. Este nuevo producto de la Marvel sorprende y se posiciona como una de las mejores de la franquicia hasta el momento. Si bien X2 aún es la más lograda, con esas inolvidables escenas de Nightcrawler (aquí se recupera ese espíritu con Azazel), esta Primera Generación supera con comodidad a las últimas dos e incluso a la X-Men original, película que no ha envejecido bien. La Fox deberá estar agradecida a Matthew Vaughn… con las buenas críticas que viene cosechando y el éxito asegurado de público, es cantado que habrá mutantes para rato.
Qué culpa tiene el tomate, película iberoamericana ganadora de la Selección Oficial del MOMA, se trata de un documental realizado por siete directores de diferentes nacionalidades, que abordan de manera conjunta el proceso que atraviesa la comida cuando no pasa por el supermercado. A través de un recorrido por los distintos mercados populares, se logra un acercamiento a las distintas culturas y formas de vida propias de cada región. Pequeños productores, feriantes y consumidores dan cuenta de un estilo comercial antiguo que mantiene las tradiciones por fuera del circuito de las grandes cadenas y distribuidoras. Si bien el planteo es interesante, como suele suceder en cualquier proyecto colectivo los resultados de cada segmento son dispares, por lo que en consecuencia a nivel general este queda a mitad de camino. Uno de los grandes atractivos de la propuesta es la participación tanto de directores de trayectoria y reconocimiento en festivales a de todo el mundo, como de realizadores jóvenes con menor experiencia y miradas frescas. El argentino Alejo Hoijman, quien estuvo detrás del multipremiado documental Unidad 25 (2008), es quien inaugura el filme con un trabajo que es en muchos aspectos diferente al de los otros seis, lo que no necesariamente implica algo positivo. Su cámara documenta el proceso productivo de una pareja mayor en las tierras de Misiones, antes incluso de que el alimento llegue al puesto de venta. Su postura es de testigo, captura la jornada de trabajo sin interactuar con sus personajes, quienes no hablan ni siquiera entre ellos. Con su planteo, no obstante, pareciera que busca reflejar con fidelidad la monótona vida de ciertos hombres de campo. Un cautivador despliegue visual de la región mesopotámica se ve acompañado de un interminable silencio y un crudo costumbrismo que suponen que la película sea algo pesada y monótona desde el comienzo. Esto cambia rápidamente a partir del segundo segmento, a cargo del boliviano Marcos Loayza, el cual demuestra que se puede mantener el interés y a la vez lograr un desarrollo ágil y colorido. Esta tendencia se irá profundizando en algunos de los países, con música y testimonios a la cámara, que permiten que se imprima a lo documentado un sentir nacional que no aparece durante la primera parte. Encarar por separado cada fragmento conduce a que ciertos planteos se vuelvan repetitivos en el tratamiento y que, al fin y al cabo, no sean del todo distinguibles entre sí. Más allá de que apunten a reflejar cosas diferentes, tanto el de Colombia como el de Bolivia y Perú, son ciertamente parecidos, y si se reconoce su procedencia se debe a alguna locación o vestimenta determinada. Para tal caso se podría hacer mención al realizado por Alejandra Szeplaki de Venezuela, que tiene muchas similitudes con el resto aunque acaba por diferenciarse al centrarse en un restaurante que sirve comidas típicas. Al fin y al cabo son las miradas de Brasil, a cargo de Paola Vieira, y España, por Jorge Coira, las que se reconocen con mayor facilidad (sin contar a la Argentina que abarca otro proceso), así como las que otorgan un mayor disfrute. Ambos realizadores ofrecen el mismo enfoque sobre los mercados populares aunque lo hacen a partir de sujetos carismáticos que aportan su cuota de humor a la vez que se regocijan por su momento delante de las cámaras. De esta manera, con personajes extravagantes, cortes rápidos y buena música, se regala un poco de entretenimiento sin perder de vista la idea central del proyecto. "Qué culpa tiene el tomate" se preguntaba Víctor Jara en La hierba de los caminos y siete directores de nacionalidades diferentes van en busca de su respuesta. El proyecto es interesante y sin dudas es una apuesta diferente, su resultado en líneas generales es bueno aunque se trate en definitiva de un abordaje demostrativo antes que crítico. A pesar de que no hay reproches en forma directa a la comercialización masiva de las grandes cadenas de supermercados, hay un objetivo claro que se cumple, el de demostrar que aún existen otras vías de consumo, sanas y tradicionales, sin aquel intermediario que agarra al tomate y "lo mete en una lata".
Es la historia de dos duelos: uno amoroso, de inmediata repercusión y dilución más sencilla; otro más duro, de procesos más lentos y luctuosos. Es también la historia de una amistad entre dos chicas, sostenida a la distancia y puesta a prueba en la convivencia. Lo que más quiero abre con un plano de dos amigas sentadas una al lado de la otra. Delante de ellas las montañas, un paisaje hermoso que en este país solo puede dar el Sur. Toman mate, se cuentan algún chisme, dan paso al primer "duelo" que se menciona arriba. El personaje que interpreta María Villar se está tomando un tiempo de su novio de hace cuatro años y aprovecha esa semana con su amiga (Pilar Gamboa) para reflexionar. Esta apertura, que dura unos cuantos minutos, permite evidenciar dos cosas: primero la química de las protagonistas, una constante sobre la que se apoya la película. En segundo lugar, se tendrá conocimiento del recurso a los planos secuencia por Delfina Castagnino para contar su historia. Ambos aspectos están íntimamente ligados, las notables interpretaciones necesitan este uso de cámara para poder mostrarse como tales, a la vez que la lente necesita ese nivel de actuaciones para que su uso se justifique. En un principio se podría pensar que el problema importante es el amoroso de la recién llegada, no obstante quedará comprobado que el conflicto de Pilar es el más grave, y el que va a mover gran parte del relato. Este es el generador de algunas de las escenas más logradas, entre ellas la más impactante, cuando en un mismo plano la joven debe comunicar a los empleados el futuro de la empresa. No creo que hubiese forma de hacer una escena mejor que esa, con una clase magistral de actuación de su protagonista, llegando a niveles de un intenso realismo. Sin música o agregados de edición, Lo que más quiero sigue una tendencia de hacer cine bastante recurrente en las producciones nacionales. Si bien hay un buen trabajo en la dirección y un guión capaz de pasar de situaciones dramáticas a cómicas con facilidad, la razón por la que se destaca es por la dupla de actrices que la conducen. Hoy una de ellas goza de reconocimiento masivo por su participación en dos exitosas series de televisión, algo de demorada justicia en la industria nacional, que también tendría que recompensar a su compañera de fórmula y a Esteban Lamothe, quien ya demostró lo suyo protagonizando la gran El Estudiante.
La historia gira en torno a Dean y Cindy, marido y mujer, y su relación a través de los años, moviéndose en diferentes períodos de tiempo. Los conflictos que enfrenta la pareja encuentran su raíz en la ambición de ella, yuxtapuesto a la satisfacción que percibe el marido, quién centra su vida alrededor de su mujer e hija. La descripción que los autores emplean para referirse a Blue Valentine desde el póster es que se trata de "una historia de amor". Si bien esto es en parte cierto, no se podría decir que es una definición adecuada. Como la canción homónima de Tom Waits, esta es una doble historia, presente y pasado, lo que es y lo que fue. A la primera que se accede es a la de la pareja en la actualidad, con una hija pequeña, una casa, un perro, pero muchas frustraciones que desembocan en los problemas matrimoniales. A lo que se puede denominar una segunda es a los comienzos de la relación, la verdadera "love story", cuando el amor del uno por el otro los hace superar uno de los mayores desafíos que una pareja puede atravesar. Los autores han adoptado posturas definidas sobre dos tópicos intocables propios del cine romántico, ya que si bien permiten el amor a primera vista, van a puntualizar que el amor no es para siempre. Construyen un gran romance entre dos jóvenes que son el uno para el otro y luego recogen los pedazos. Así la originalidad del filme recae en la forma en que está construido el relato, se hace parte al espectador tanto del principio como del final pero, elipsis mediante, se lo excluye del desarrollo, es decir de toda su vida de casados. De esta forma no se explica qué es lo que pasó con esta joven pareja que, según la historia del cine, tendría que haber vivido feliz para siempre. Los sueños de juventud de ella se vieron frustrados y se encuentra con un marido que, desperdiciando su potencial, se conforma con una vida libre de pretensiones pero también carente de logros. Es una pareja real con problemas reales, no hay factores externos que hayan generado el cortocircuito, es el paso del tiempo el que los lleva a ese quiebre. Al ser una película sobre la evolución de los protagonistas las actuaciones son un elemento fundamental y ambos actores están a la altura de la situación. Tanto Michelle Williams como Ryan Gosling brindan performances impecables en ambos extremos de la historia. La química entre los dos es evidente, ya sea en los momentos de romance, escena jugada de sexo incluida, así como en las situaciones de hastío. Uno de los puntos más importantes, que tiene lugar en un albergue transitorio, se produce cuando Dean trata de reavivar su matrimonio, no desde un punto puramente sexual sino buscando reconectar con su mujer, mientras que Cindy lo rechaza poniéndole obstáculos, pidiéndole incluso que la golpee para que esa falta de amor sea justificada. Se trata de una escena angular, es un punto de declive del que parece que ya no hay retorno, y fue desarrollado con la pericia que requería. Si bien sólo ella fue reconocida en la carrera por el Oscar, tanto uno como el otro ofrecen una actuación cruda, sentida y realista por la que deberían haber recibido sendas nominaciones. Es un muy buen trabajo por parte del debutante Derek Cianfrance que sin caer en golpes bajos u obviedades logra que se refleje en pantalla un estado de crisis palpable con el que se es capaz de identificarse. Acompañado de dos actuaciones excelentes así como por una gran banda sonora, en su mayoría a cargo de Grizzly Bear pero con una canción que se destaca por el resto como es la gema oculta You and me de Penny and the Quarters, se ha logrado una película original digna de reconocimiento.
Dos años pasaron desde que Todd Phillips tomara por sorpresa al público y la crítica mundial con aquella divertida comedia que le devolvía el status ganado dentro del género, luego de la fallida Starsky & Hutch y la olvidable School for Scoundrels (Escuela de tontos). Una historia de hombres maduros que necesitaban un tiempo fuera de la rutina y llegaban hasta los límites del descontrol. Un trío fiestero como el de Old School (Aquellos viejos tiempos) probaba hasta qué punto se podían volver a ser jóvenes, regalando así una de las joyas del humor de los últimos tiempos. En el camino quedó otra gran lección sobre la amistad de la mano de Due Date (Todo un parto), repitiendo sólo uno de los ingredientes de la fórmula pero logrando que nuevamente la química fuera perfecta. En esta oportunidad el wolfpack viaja hasta Tailandia para el casamiento de Stu, quien toma todos los recaudos posibles para que lo que pasó en Las Vegas sólo sea un oscuro recuerdo de su pasado. Este olvido intencional incluye a Alan, uno de los personajes cómicos de la década, quien vive atrapado en ese momento y muere por recuperar a sus amigos. Cuando el plan del novio se desmorone y la resaca de Bangkok se sienta peor que la anterior, los tres protagonistas darán pie a situaciones desopilantes que, lamentablemente, sólo repiten a la original. La mejor forma de describir a The Hangover Part II (¿Qué pasó ayer 2? Parte II) es la que se ha utilizado mucho en los últimos días, una para ver con amigos. Esa valoración no la siento como algo positivo, limitar el disfrute de una película a una determinada situación no parecería ser lo correcto, y sin embargo es lo que pasa. El motivo de la demora de esta crítica es que, en vez de acceder a una función temprana, la cita fue a las 23 del día del estreno con diez amigos. Las risas acompañaron el desarrollo desde el principio hasta el fin, dado que no hay una escena que no sea divertida. Y sin embargo no es una gran película como la original y ni siquiera una buena segunda parte, ya que sólo se trata de una fiel imitación. Como uno de esos juegos de niños en los que se cuenta una historia con espacios en blanco y uno puede completarlos con lo que se le ocurra para luego leer el resultado final, esta segunda parte toma una matriz ya hecha y añade algunos detalles mínimos. Si lo novedoso de la primera era el buen guión, con una búsqueda detectivesca de la noche anterior, en esta parece escrito en piloto automático y en forma apurada. La capacidad para el humor se da cuenta en forma constante, los chistes son buenos, los diálogos graciosos, la mayor participación de Mr. Chow (el genial Ken Jeong) es un acierto y las actuaciones de su trío central efectivas, y sin embargo la sensación es que se está viendo la misma película. Como si fuera una necesidad de complacer a los seguidores, los personajes utilizan iguales expresiones y repiten gestos, con lo que el efecto se refuerza. The Hangover Part II no resiste una mirada muy crítica por todas estas cuestiones arriba mencionadas, pero estas no ocultan el hecho de que se trata de una comedia muy divertida que cumple sobradamente su objetivo de hacer reír. Tener una nueva oportunidad de ver en acción a Zach Galifianakis y Ed Helms es algo para celebrar, más allá de que se necesiten amigos para hacerlo.
Un pequeño pueblo se ve revolucionado ante el asesinato del candidato a intendente. Su dedo, tras un juramento de venganza, reposará en un frasco de un almacén y será la excusa para desentrañar el asesinato, dar vuelta una elección a intendente, refrescar historias de amor y avivar al tranquilo pueblo. En su primera película, el director Sergio Teubal incursiona en la comedia y rebautiza al género como "absurdo latino". Es grande la sorpresa cuando uno se encuentra con que El Dedo, si bien tiene un importante componente humorístico, prioriza durante toda una primera parte una suerte de western. En el año 1983, año que pasa a la historia argentina como el de la vuelta de la democracia, un pequeño pueblo del Interior del país no se quiere quedar fuera del cambio. Con el nacimiento del habitante 501, se puede llamar a elecciones para tener un intendente, y el adinerado juez de paz (Gabriel Goity) es el más interesado en hacerse con el cargo. Su principal contendiente es Baldomero (Martín Seefeld) un hombre que a diferencia suya, es querido y respetado. No obstante, este es asesinado y su crimen se vuelve un misterio, y con la policía de un solo hombre abocada a la búsqueda de un perro Gran Danés, quedará en manos de Florencio (Fabián Vena), su hermano, vengar su muerte. No es fácil hacer buenas comedias en el país, sacando algunos pocos casos todos los años el humor tiende a la repetición y a la simpleza del chiste fácil. Por eso es que películas como Excursiones, El hombre de al lado, la reciente Amateur o esta misma, se reciben con los brazos abiertos. Filmes que parten de una buena idea y la profundizan con un cuidado trabajo de guión, en este caso de Carina Catelli, y un importante manejo de actores, no por nada las interpretaciones en todos estos casos son bien logradas. Un dedo y una promesa flotan en un frasco de vidrio, y en una revelación rápida, sin vueltas ni segundas opciones, el western se termina junto al misterio, y sin embargo queda un largo tramo de película por recorrer y el recuerdo de Baldomero todavía nada en formol. Y como dice la madre del juez "el pueblo está huérfano de candidatos", pero creen en el dedo, como creemos nosotros. Ahí empieza el absurdo, del bueno, al que Teubal hacía referencia, y la película alcanza sus puntos más cómicos. Entretenida, bien captada la imagen de época y del pueblo, con muy buenas actuaciones y musicalización, con una lograda labor de su director y su guionista, aunque me pareció algo precipitada la resolución del crimen, El Dedo es una recomendable propuesta que genera expectativas para el futuro de sus realizadores.
Josh, su esposa Reani y sus tres hijos acaban de mudarse a una vieja casa. Cuando el pequeño Dalton sufra un accidente y caiga en coma, empezarán a producirse extraños fenómenos y la familia se verá acosada por algo que no parece de este mundo. Insidious (La noche del demonio) remite en muchos aspectos a la última película de Sam Raimi, Drag me to hell (Arrástrame al infierno). No es una cuestión que se limite sólo a la historia, aunque hay puntos importantes en común a pesar de que el argumento sea diferente, sino que hay similitudes en la forma de desarrollarla, en su filmación, en el uso de efectos, incluso hay un parecido en la secuencia de títulos iniciales. En una época en que el terror vive una nueva etapa, el director de The Evil Dead recuperó ciertos elementos del cine clase B de los '80 y su apuesta fue bien recibida. Es curioso que sea James Wan, director de la Saw (El juego del miedo) original y productor de las seis siguientes, quien busque desarrollar una película no convencional para la actualidad, tratando de romper los códigos que él mismo ayudó a instalar. En la historia, Josh y Reani se mudan con sus tres hijos a una nueva casa y pronto empiezan a notar que algunas cosas no están bien. Cuando el menor de los chicos, Dalton, entra en un inexplicable coma profundo, los problemas se profundizan y la evidencia de que hay una fuerza maligna en el hogar se hace cada vez más contundente. Para ser una película que busca ser "diferente", James Wan se toma mucho trabajo para lograr que sea parecida a otras. Aún con argumentos distintos es muy similar al ya mencionado filme del 2009, dado que se respeta a rajatabla lo hecho por los otros. Las diferencias entre los que creen y los que no, las presencias que deambulan por la casa, el eventual llamado a la especialista y su equipo de expertos, el segundo final, el director pareciera buscar un Poltergeist moderno que tiene sus logros a pesar de sus dificultades. Un aspecto importante es el hecho de causar impresión con economía de recursos. Como sucediera algunas semanas atrás con Scream 4, más allá de ser un producto algo gastado se recibe como un soplo de aire fresco que de Estados Unidos provenga una película de terror sin torturas o en la que se busque la forma más novedosa de matar. En los planos detalles a la hora del ritual, en la sobriedad de los efectos y sus espectros en trajes de época, en las caras de sonrisas espeluznantes y las imágenes estáticas de las apariciones, se encuentra el elemento fuerte de Insidious. Que muchas veces menos es más, Wan lo sabe desde El juego del miedo y de esta forma es que se anota unos puntos; fuera de esto la película no es original, se vuelve repetitiva y el misterio que busca crear es bastante predecible.