Steve Rogers, un joven frágil y enfermo, desea enlistarse en el Ejército para combatir a los nazis. Rechazado una y otra vez a causa de sus problemas físicos, será aceptado como sujeto de prueba en un experimento especial para crear un súper soldado: el Capitán América. El ensamble está completo, el primer Vengador fue el último en llegar, y el megaproyecto previsto para mayo del 2012 ya no tiene nada que se interponga en su camino hacia el éxito de taquilla. El patriota más grande que el mismísimo Tío Sam irrumpe en las pantallas de todo el mundo ondeando su bandera azul, roja y blanca junto a su americanismo exacerbado y, para gusto de fanáticos y espectadores en general, no lo hace nada mal. O, para decirlo en forma más precisa, durante una buena parte logra presentarse como una muy buena película. El largo camino del héroe se divide, como es habitual, en dos tiempos. Por un lado está Steve Rogers, flaco, débil y enfermo, pero con agallas y ganas de unirse a un Ejército que lo rechaza constantemente a causa de sus problemas físicos. Por el otro, el Capitán América, alto, fuerte y musculoso, pero con el mismo corazón y espíritu que su yo pasado. Una de estas partes está bien llevada, con trabajo sobre los personajes y el guión, un logrado retrato de época que permite introducir el mundo del superhéroe de Marvel a todo aquel que no haya leído nunca un comic. La otra, por el contrario, tiene efectos. Y es este sometimiento a la forma estándar de hacer este tipo de filmes lo que termina descuidando todo lo hecho hasta el momento. Christopher Markus y Stephen McFeely, quienes a pesar de venir imbuidos de Narnia no hicieron una adaptación infantil, dan un paso al costado en el guión y permiten que los efectos especiales se hagan cargo de la historia. Que la sucesión constante de escenas de acción y el ralenti Zack Snyder conduzcan en piloto automático algo que estaba bien manejado. Se podría decir que a medida que gana en Capitán América, pierde como película. Pero antes que el músculo le ganara la batalla a la emoción y al argumento, una buena historia de superhéroes era desarrollada. Joe Johnston, director de trayectoria oscilante, aprovecha los recursos a disposición para llevar su adaptación en un bello tono ocre, con tres pesos pesados como Hugo Weaving, Stanley Tucci y Tommy Lee Jones, acompañando a un elenco joven que funciona. Este efecto incluso se mantiene durante buena parte tras la transformación de Steve Rogers, antes que el cambio al Capitán América sea total. Entretenida, con buenas dosis de acción y efectos aunque no bien repartidas, supera la categoría de mera presentación que tenía su predecesora Thor. La diferencia de 70 años con el presente ayuda a que no sea una referencia constante al The Avengers por venir y que se haga un desarrollo por separado antes de la conocida unificación. Captain America: The First Avenger no es the best avenger, pero se acerca bastante.
Kiarostami transforma la campiña toscana en otra de esas rutas fluctuantes de su Irán natal para contar la historia de un hombre y una mujer (Juliette Binoche) que apenas se conocen, o que tal vez simulan no conocerse. Copie Conforme (Copia Certificada) es la última película de Abbas Kiarostami, uno de los cineastas más influyentes del cine iraní, así como también uno de los directores más prestigiosos del cine mundial. Se centra en la relación que se desarrolla entre James Miller (William Shimell), un escritor inglés, y una galerista francesa interpretada por Juliette Binoche. El filme más comercial del director, el primero que rueda fuera de Irán, vuelve al cine narrativo que le hizo ganar el reconocimiento de la crítica y el público, luego de algunos trabajos experimentales. Desde el primer momento Kiarostami dejará en claro que el rumbo de su realización es el que se plantea desde el título. En la presentación de su nuevo libro, Miller diserta sobre el tópico que guía su obra, un análisis sobre la relación entre copias y originales. El viaje que emprenden los protagonistas está teñido por teorías y planteos acerca del valor de una buena copia certificada por encima de un mal original. Este camino se seguirá hasta que ellos, quienes actúan como si no se conocieran, desayunen en una cantina de la Toscana ante la mirada de la dueña italiana, mujer que dará comienzo a una nueva película. Ocurre que la señora concluye que ambos son pareja y la galerista sigue ese juego, contando detalles maritales que no se sabe si son reales o inventados. A partir de entonces la historia toma otro rumbo mejor, centrándose en la desgastada relación de la pareja y los intentos de la mujer por reanimarla. Ambos protagonistas conducen sus papeles con soltura, brindando muy buenas interpretaciones entre las que se destaca gratamente la de Juliette Binoche, que con toda naturalidad emociona o divierte, tan sólo con alguna inflexión en la voz o sus miradas. En los dos recae la totalidad de un filme íntimo y en ellos, por supuesto también en el director, está el logro de mantener el misterio acerca de la realidad de la pareja hasta el final. En suma se trata de un buen trabajo por parte del iraní, con dos mitades bien definidas sobre las cuales podrán emitirse distintas opiniones. Habrá quienes la amen en su totalidad u otros que elijan una sobre la otra, por mi parte valoro la segunda, cuando el pasado de amor queda al descubierto frente a un presente distante, pero sobre todo cuando se deja de aleccionar al espectador acerca de las copias y sus originales.
El épico final de la saga se produce cuando la batalla entre las fuerzas del mal y el bien en el mundo de la magia deriven en una guerra sin proporciones. Las apuestas nunca estuvieron tan altas y nadie está a salvo. Es imposible obviar la importancia que la saga de Harry Potter ha tenido, y tiene, a nivel mundial. La historia del joven mago y su lucha contra Lord Voldemort se inauguró en papel catorce años atrás, lo que la convirtió en el mayor exponente del conjunto de frases hechas sobre el crecimiento. Crecer con una canción, con un artista infantil, con un dibujito animado, son cosas que se suelen decir, aunque generalmente sólo acompañen alguna etapa. La continuidad que la sucesión de libros ofrece, permitió vislumbrar esta idea de maduración en simultáneo, sin embargo fue el paso al cine lo que realmente provocó el efecto. La ficción se volvió real, los jóvenes magos finalmente tenían rostro y, al ser debutantes, el vínculo que los unió con los personajes se hizo irrompible. Uno no puede más que sentirse identificado entonces con esta noción de “se creció junto a Harry Potter”, si año tras año se vio a Daniel Radcliffe crecer a la par. Pero “todo termina”. Y si la saga tuvo una doble apertura, en libro y en cine, el cierre para ser definitivo tuvo que hacerse en ambos medios. No importa que la literatura haya visto el fin de la historia en el 2007, para que el fin sea tal, la película debió ser completada. No hay que perder de vista que Harry Potter es la franquicia cinematográfica más exitosa de la historia, pero que sin embargo los siete huevos de la gallina de oro no fueron suficientes y se exigió un octavo. Si había algo que criticarle a la primera parte de Harry Potter and the Deathly Hallows era que básicamente no ocurría nada. Si hay algo que criticarle a la segunda, es que pasa todo, y todo es mucho. En las primeras películas se buscaba sintetizar, y así se podía seguir la historia aún cuando no se hubieran leído los libros. En esta adaptación por partida doble no se lo quiso hacer, y el resultado es un compendio de escenas de acción y de situaciones clave tratadas tan a la ligera que cuesta seguirle el ritmo aun habiendo leído el libro al momento de su salida. La séptima publicación está bien lograda, con la acción dosificada a lo largo de sus numerosas páginas, constituyendo un final digno para la saga. Distribuir los acontecimientos entre las dos partes hubiera resultado en mejores películas, al no hacerlo así, todo pierde sustancia, incluso el ansiado combate final carece de la espectacularidad que uno aguardaría tras una década de espera. Si bien se destaca en las muy buenas escenas de acción, los efectos visuales, un buen uso del 3D y buenas dosis de sentido del humor, aunque un tanto inocentes y esperables, los puntos más logrados son los dos en los que por primera vez se pisa la pelota y se detiene el juego. Dos momentos determinantes del libro y de toda la historia que merecían un cuidado manejo y así lo recibieron. Por un lado el encuentro en el cuarto blanco con Albus Dumbledore, y por el otro la mirada al pensadero de Snape, este último llevando el nivel de emotividad a uno de los puntos más altos de las ocho películas y autorizando a Alan Rickman a demostrar una versatilidad actoral que la franquicia, hasta ahora, no le había permitido. Por el contrario son muchos los personajes que sufren el recorte, a excepción de Neville Longbotton, quien en la primera parte tuvo sólo una línea y en la segunda goza de una notoria sobreexposición. La carencia de dramatismo con la que se trata la muerte de compañeros y familiares con destacados roles en los filmes anteriores, la fría ausencia de diálogos de aquellos que acompañaron la historia desde sus comienzos, son el alto precio a pagar por no haber hecho lo que correspondía desde la Parte 1. Porque como bien señala la premisa todo terminó… pero a las apuradas.
Hoy no tuve miedo es la nueva realización de Iván Fund, acerca de las amistades, familias y vínculos. El bello título de la ambiciosa y a la vez cálida película tiene que ver con la compañía, con ese pertenecer a un entramado de seres cercanos. En Competencia Argentina se exhibió Hoy no tuve miedo, la nueva película en solitario de Iván Fund, director de la recientemente estrenada La Risa (2009) y de la premiada Los Labios, realizada en compañía de Santiago Loza, la cual representó a la Argentina en el Festival de Cannes y tendrá su estreno “comercial” en mayo. Este proyecto experimental supuso, dentro de la categoría correspondiente, lo más ambicioso y arriesgado que pudo encontrarse. Se trata de dos películas en una pero en forma literal, separada en dos partes de casi idéntica duración y cada una con sus correspondientes créditos iniciales. La primera, una aparente ficción, se centra en las hermanas Ara y Marian, los simpáticos nenes que una de ellas cuida, la amiga Belén y su perra Lulú. Con protagonistas definidas, una musicalización hermosa y un conflicto paterno que se va decantando a medida que avanza, se presenta como un buen relato, interesante, costumbrista, un buen reflejo de la ciudad entrerriana en la que tiene lugar. Llegada al punto de clímax, cuando el conflicto es abordado, empieza Hoy no tuve miedo - Parte 2, una nueva película bien diferente de la anterior. Lo primero que será evidente es el cambio de cámaras empleadas (cuatro distintas), así como también un abandono de las tres protagonistas para hacer foco en otros personajes. Ciertos elementos hacen suponer que esta segunda parte se deriva de la primera, no obstante por momentos pareciera no estar unida. El riesgo de Fund es aún mayor cuando cambia por completo el género, ya que si antes se trataba de una ficción, ahora es un registro documental, con eventos sociales, una visita a un pastor que lee el futuro, apariciones del equipo técnico y cortes bruscos del sonido. Si acaba por dejar un sabor algo agridulce se debe a que al parecer mitades desconectadas, no se entiende bien el motivo por el que no se hizo en dos películas separadas. Este prolífico director logra, no obstante, un trabajo interesante cuya experimentación en la búsqueda de un nuevo lenguaje fusionado debe valorarse, a la vez que se reafirma como uno de los jóvenes a seguir de cerca dentro del cine argentino.
Gil, su prometida y los padres de ella se encuentran de viaje en París. El es un guionista de éxito que lleva un tiempo intentando escribir una novela. Fascinado por la ciudad, Gil realiza largos paseos por sus calles y una de las noches es recogido por un coche que le transporta atrás en el tiempo, a la época dorada parisina. Por esas cosas que tiene la distribución, Midnight in Paris es la tercera película de Woody Allen que se estrena en lo que va del año. Pocos directores son tan prolíficos como él, y son pocos también los que sufren tanto de las comparaciones consigo mismos como en su caso. En los últimos años ha salido de su amado Nueva York para pintar hermosos retratos de ciudades europeas, ya fue el turno de Londres y Barcelona, será Roma en su próximo trabajo, y en esta oportunidad se ocupó de la bella capital francesa. Su cámara recorre París y la captura en forma esplendorosa, logrando que esa fascinación que siente Gil al caminar sus calles sea la misma que uno experimente al redescubrir una ciudad tan delicada como esta. Gil, el rendidor Owen Wilson, descansa una noche de la pedantería de los amigos de su futura esposa, cuando es recogido por un auto antiguo que lo conduce a una fiesta. Desde ese momento, y todos los días a la medianoche, será transportado hasta los años ’20, a la época dorada parisina, en donde conocerá a Hemingway, Picasso o Buñuel, y dejará que Gertrude Stein evalúe su boceto. Woody Allen demuestra así una vez más que sus dotes como guionista siguen vigentes, esa capacidad de pensar historias originales y entretenidas e imprimirles siempre su toque personal, permitiendo que la "cosa" funcione sin importar lo difícil que la idea pueda resultar. Ese toque personal lo dan sus ingeniosos diálogos y su punzante sentido del humor, los cuales lamentablemente no están del todo presentes en este recorrido por París, así como esos tópicos recurrentes que son pilares fundamentales en su obra, como la literatura, la música, el sexo, la psicología, la política y tantos otros. Y uno de estos temas es la columna vertebral de su nueva realización, del cual se permite la burla y su desmitificación: la nostalgia. Fuera de lugar en su presente del 2010, Gil añora con todo su ser el vivir en la década del '20, y cuando finalmente lo logre, descubrirá que hay quienes vivieron en ese período pero que querían estar en tiempos de la Belle Époque. Y a su vez, los que vivían esa época, añoraban ser parte del Renacimiento. Allen se ríe de la nostalgia y a su vez contesta a todos los que establecen comparaciones, los que miden su obra actual con los lejanos '70 y '80 y sólo encuentran negativas diferencias. Woody todavía sorprende, divierte y emociona. Y a los 75 años sigue dando batalla a los defensores de que todo tiempo pasado siempre fue mejor.
En esta nueva película, los Autobots y los Decepticons se involucran en una peligrosa carrera espacial entre los EE.UU. y Rusia, y una vez más Sam Witwicky tiene que acudir en ayuda de sus amigos. Uno se pregunta, ¿no hay secuelas en las que pase algo más simple?. Me explico mejor, digamos que tenemos una película exitosa en la que se juega el destino de la Tierra… para hacer una segunda parte, ¿tiene que estar en riesgo el destino de dos planetas?. Bueno, Michael Bay nos enseña que sí, y siguiendo con su teoría, en una tercera realización la apuesta tiene que ser aún más alta todavía, si usted pensó que el peligro estaba en Transformers del 2007, espere a conocer el que le depara el 2011. Para ser justos con el escritor Ehren Kruger, hay un poco más de esfuerzo en la construcción de la historia, con un guión más trabajado sobre todo en la primera parte, mezclando dosis de realismo de la carrera espacial de los ’60 con la ficción propia de los robots de Hasbro. En esa idea que se construye a partir de algunas obviedades, con todos los clichés del alunizaje posibles (técnicos de la NASA aplaudiendo, "un pequeño paso para el hombre…", incluidos), se encontrará lo mejor de la película. Esto alcanza incluso para ser superior que Transformers: Revenge of the Fallen, si es que eso significa algo teniendo en cuenta que aquella es realmente muy mala. Si a eso se suma la presencia, algo desaprovechada, de John Malkovich y del genial Ken Jeong, en dos roles desopilantes, esta tercera parte parecía que estaba para más, sin embargo finalmente se acordaron que había que vender. Ahí aparece la mano de Bay, el mercader del digital, para ofrecerle al público lo que quiere, robots peleándose entre sí. Las explosiones, los gritos, los diálogos solemnes, las malas actuaciones, la madre insoportable, que si alguno esperaba que se fuera con Megan Fox lamentablemente no lo hizo, la excesiva e injustificada duración, la disparatada vuelta de tuerca al personaje de Patrick Dempsey, las escenas como videos musicales para MTV, la estafa del 3D y demás no importan, porque lo que uno va a buscar son robots peleándose entre sí. Es penosa la forma en que se abandona así una idea y se toma el camino de la flojera respecto al guión. Hace algunas semanas atrás se estrenó Fast Five y siendo una quinta parte resultó ser la mejor película de la saga Rápido y Furioso. Se podría haber hecho lo fácil y dejar que los autos corran para escudarse en "es una película de autos rápidos", pero no lo hicieron, ¿por qué hay que dejar que Michael Bay lo haga?.
Rachel es una prestigiosa abogada de una importante firma de Nueva York, que pasados los años, todavía permanece soltera. Todo se complica cuando al celebrar su treinta cumpleaños, termina la fiesta acostándose con el prometido de su mejor amiga. Hay dos amigas, una rubia, la otra morocha, una narcisista y egocéntrica, la otra sumisa y complaciente, una a punto de casarse, la otra como siempre obligada a ver desde afuera. Esto se revierte la noche de su cumpleaños, cuando Rachel (Ginnifer Goodwin) se acuesta con Dex, el prometido de la otra. Por supuesto que una industria tan moralizante como esta condena los cuernos, a menos que estos estén justificados. La otra es una arpía, hace años que la maltrata, ella le robó al novio en primer lugar, el cual está secretamente enamorado de la chica buena y ella siempre lo amo. Por supuesto que el engaño tiene sus motivos, nadie podría dudar de semejante lista. La película empieza entonces un ida y vuelta que se extiende a lo largo de unos pesados 107 minutos, enredándose una y otra vez en una idea simple a la que se le buscó dar un grado de complejidad que nunca tuvo. Hay aspectos que incluso se pasan de ridículos, como que en pleno 2011 un joven quiera casarse con una chica fiestera, sin plata ni familia de renombre porque el padre lo obliga, o que el personaje de John Krasinski, el cual sobró durante hora y media, se declare a la protagonista en una de las formas más forzadas que el cine jamás conocerá. Lo que realmente se padece de esta historia es que aproximadamente al minuto 40 los amantes se declaran su amor y sus deseos de estar juntos, pero como queda más de una hora por delante empieza a girar en círculos como si quisiera llegar a una duración preestablecida. Respecto a las actuaciones, a Krasinski le habrán pedido que haga su papel de Jim Halpert en The Office y a Kate Hudson que repita las escenas más insoportables de How to lose a guy in ten days, porque realmente es insufrible. El resto debe lidiar con unos personajes tan trillados que se puede hasta adivinar literalmente lo que dirán a continuación. El toque de la guionista Jennie Snyder, que viene del ámbito de la televisión, está muy presente en una película en la que los problemas aparentan ser más serios de lo que son y en la que nadie trabaja y se pasa la mitad del tiempo en la playa (debe ser porque lo último que escribió es la nueva generación de 90210). Por otro lado está Luke Greenfeld, quien no tiene una extensa carrera como director, con solo dos comedias previas, una muy mala como Animal y otra bastante entretenida titulada The girl next door. A pesar de que en una tuviera más mérito que en la otra, por lo menos en ambas buscaba entretener. Ciertamente no había realizado una "comedia romántica" que de comedia no tiene nada, pero que es repetitiva hasta el hartazgo, que falla en numerosos aspectos y que parece invitarlo a que vuelva a hacer filmes sólo para televisión.
El capitán Colter Stevens se despierta en el cuerpo de un hombre desconocido y toma conocimiento de que está en plena misión de encontrar una bomba en un tren. Allí descubrirá que es parte de un experimento del gobierno, un programa que permite que adopte la identidad de otra persona en los ocho últimos minutos de su vida. Source Code parte de una idea que no es original y que debe ser algo recurrente entre los cultores de la ciencia ficción. No obstante tiene el mérito de ser desarrollada en forma hábil, sin dejar cabos sueltos y con el equilibrio justo entre complejidad y sencillez, evitando en su mayoría ser confusa sin caer en un tratamiento en exceso simplista. La historia no se da muchas vueltas, explica el conflicto en forma rápida y no se pierde en giros innecesarios. El piloto al que Jake Gyllenhaal interpreta debe encontrar a quien plantó la bomba en el tren, no para salvar a quienes ya murieron, sino para proteger a las víctimas de un futuro atentado que este terrorista llevará adelante en otro lugar. Eso es todo y game over. Este aspecto se destaca aún más en comparación con otro filme de ciencia ficción que en este momento se encuentra en cartelera, The Adjustment Bureau. Aquella se trata de una película romántica inserta dentro de un relato fantástico, mientras que en este filme el romance es algo circunstancial, lo importante es la misión y después habrá tiempo para lo demás. Una historia potente que se lleva adelante en forma ágil y sin distracciones, avanza con soltura hasta que tropieza en el final, enredándose en forma complaciente pero innecesaria con un confuso mensaje que genera más preguntas que respuestas. Fuera de este obstáculo, se trata de un filme fresco, entretenido y que no se extiende, que cuenta con un buen guión, con sólidas actuaciones, especialmente la de su actor protagonista, y que supone otro paso más en el camino hacia la gloria de su director. Duncan Jones, con sólo una película en su haber, la muy lograda Moon, da cuenta una vez más de su capacidad detrás de cámara y se presenta como un realizador al que, si sigue encarando proyectos de esta naturaleza, habrá que seguir de cerca.
Es la última película de John Cameron Mitchell, basada en la obra teatral ganadora del Premio Pulitzer escrita por David Lindsay-Abaire, quien fue encargado de realizar el guión. Protagonizada por Nicole Kidman y Aaron Eckhart, este drama cuenta la historia de un matrimonio joven que tiene que lidiar con la reciente pérdida de su hijo de cuatro años tras un accidente de tránsito. El título de la película proviene de una expresión que tiene su origen en la obra de Lewis Carroll, Alicia en el país de las maravillas, y su uso actual tiene correlación con las vivencias del personaje literario que al pasar dentro de la madriguera ("down the rabbit hole") se encuentra en un mundo alternativo, bizarro y surrealista. Rabbit Hole es la historia de Becca y Howie, un matrimonio que atraviesa esa situación dado que a ocho meses del fallecimiento de su único hijo están tratando de sobrellevar la pérdida, cada uno a su manera. Él busca consuelo, frecuenta un grupo de padres que han pasado por lo mismo, se aferra a los recuerdos de Danny que aún tiene, ella adopta una postura fría, no busca ayuda y sufre en soledad, trata de desprenderse de todo lo que la haga pensar en su hijo ya que es muy difícil recordarlo en todo momento. Un conflicto más grave para Becca es que su hermana Izzy (Tammy Blanchard) una joven inmadura y problemática ha quedado embarazada de un hombre al que poco conoce, con lo que la sensación de que la otra ha sido premiada con algo que no merece se hace palpable. La estructura narrativa elegida para realizar esta película dificulta que se haga referencia a otras situaciones sin dejar en evidencia aspectos importantes de la trama. El autor elige presentar temas, un nombre, un rostro o una conversación para retomarlos y desarrollarlos conforme avanza la película. Si hay un aspecto fundamental que hace que esta funcione son las actuaciones. Siempre importa que el trabajo de un actor sea creíble, pero hay historias que pueden ser contadas a pesar de sus actores. Rabbit Hole sólo puede ser una gran película si sus protagonistas brindan grandes actuaciones, porque el enfoque está puesto pura y exclusivamente en ellos y en cómo hacen para superar la terrible situación en la que se encuentran. Nicole Kidman, por momentos irreconocible, y Aaron Eckhart, sin duda en uno de sus puntos más altos de su carrera, se entienden muy bien en pantalla y eso se refleja en sus trabajos, brindando dos actuaciones desgarradoras que merecen su apropiado reconocimiento. John Cameron Mitchell, lejos de sus controversiales films anteriores -Hedwig and the Angry Inch y Shortbus- lleva adelante una historia compleja, cargada de emotividad. Su mayor logro es trabajar en torno a la situación más difícil que una pareja puede llegar a afrontar, sin caer en golpes bajos e involucrando al espectador en la narración, sufriendo junto a los protagonistas por su tragedia. El buen trabajo con los actores entre los que se destaca también Dianne Wiest como la madre de Becca, es uno de los logros significativos de un director que, como en el caso de Hedwig, no suele delegar los aspectos importantes de sus realizaciones. Otro punto alto de la producción es la música original, a cargo de Antón Sanko, que logra crear unos climas melancólicos o reconfortantes con base puramente instrumental. Rabbit Hole es así un gran paso para Mitchell, que demuestra que puede hacerse cargo de un proyecto de importancia para un público masivo y a la vez no perder su toque personal e íntimo, logrando así uno de los mejores dramas en lo que va de este 2011.
David Norris, un carismático congresista destinado a ser toda una eminencia dentro de la política nacional, conoce a una hermosa mujer llamada Elise, para la cual siente estar destinado, sin embargo descubrirá que hay fuerzas superiores que intentan mantenerles separados. La ciencia ficción debe mucho al escritor Phillip K. Dick, cuyas novelas y cuentos influenciaron al género a lo largo de décadas. El cine no fue ajeno a su prolífica obra, de la que derivaron películas importantes como Blade Runner, Total Recall, Minority Report o A Scanner Darkly así como también realizaciones bastante menores como Next. El guionista George Nolfi, detrás de The Bourne Ultimatum entre otras, debuta como director llevando a la gran pantalla Adjustment Team, uno de los cuentos cortos que este referente concibió en 1954. Más allá de los antecedentes del director, esta historia atrapante, original y bien llevada en la complejidad como en la sencillez, se ve convertida en una película romántica que más de una vez cae en la obviedad. Recuerdo estar viéndola pensando en lo ridículo de ciertos aspectos de la trama y no entender cómo es que este famoso escritor fuera tan inocente a la hora de escribir este cuento. Unos días más tarde pude leer este breve relato de unas pocas páginas y comprender que en realidad, todos los agregados perezosos que molestan en el filme, corresponden exclusivamente a George Nolfi. Él es el causante de que el guión parezca que se va escribiendo sobre la marcha, quien decide por ejemplo, que para caminar libremente por otra dimensión hace falta un sombrero o que el agua sea lo que impida a los agentes escuchar conversaciones. Él es sobre todas las cosas quien convierte la crisis mental de un hombre que se encuentra con algo que no debería haber visto en una película romántica con buenas interpretaciones pero cargada de clichés. Para ser justo con George Nolfi, él es quien logra llevar adelante un thriller de acción con ciertas dosis de emoción sin disparar una sola pistola o quien pinta un retrato de una New York hermosa, como el descubrir de un mundo nuevo con cada picaporte que se gira.