Cuando el notario Lebel les explica a Jeanne y Simon Marwan la última voluntad de su fallecida madre, los gemelos se sorprenden al recibir un par de sobres - uno para el padre que creían muerto y otro para un hermano que no sabían que existía. En esta herencia enigmática, Jeanne ve la clave de la retirada emocional de su madre durante las últimas semanas de vida y emprenderá un viaje a Medio Oriente buscando desentrañar su historia familiar. Nominada en la última edición de los premios Oscar en la categoría Mejor película extranjera, que finalmente se llevó la danesa In a better world de Susanne Bier, Incendies es la nueva realización del canadiense Denis Villeneuve. Separada en capítulos que dan cuenta de las distintas etapas del camino, la historia sigue dos viajes, el de Nawal Marwan, el cual comienza cuatro décadas atrás, y el de su hija Jeanne en el presente, tratando de cumplir con el deseo póstumo de su madre. Tras un impactante comienzo, con un chico devorado por la guerra mientras el "You and whose army?" (¿Tú y qué ejército?) de Radiohead inunda la pantalla, se abre una historia familiar teñida de oscuros secretos que ya no pueden ser ocultados. Una madre distante, que para completar su desapego emocional tras un determinado acontecimiento permanece en un estado catatónico hasta su muerte, reparte sus bienes entre sus dos gemelos y deja instrucciones precisas sobre cómo dar entierro a su cuerpo. El baldazo de agua fría que los hermanos reciben al escuchar el testamento de boca del notario tiene su réplica en el espectador, son tan contundentes las palabras de la mujer que el conflicto se dispara ni bien comienza la película. Un padre que se creía muerto y un hermano cuya existencia desconocían es el panorama que se les presenta a los jóvenes, y es Jeanne quien emprenderá un viaje en busca del pasado familiar, revelando facetas de las que nada sabía. Una historia que empieza con amor y rápidamente se tiñe con el odio y la segregación, una mujer que forja su vida al calor de la guerra civil entre cristianos y musulmanes. Villeneuve adapta la obra teatral Scorched, del libanés Wajdi Mouawad, y desarrolla una película fuerte de alto contenido emocional. Sus más de dos horas de duración no pesan en ningún momento, se trata de un filme que no encuentra escollos en el camino y que logra ser más interesante a medida que transcurre, tarea que era difícil considerando su gran apertura. El detalle que no cierra del todo tiene que ver con los años de los personajes, fundamental para que el desenlace tenga su coherencia, los cuales no terminan de cuadrar y si lo hacen es en una forma algo forzada. Fuera de esto, que no deja de ser un detalle, se trata de una muy buena película: una tragedia griega en el Medio Oriente.
El Capitán Jack Sparrow se cruza con Angélica, una mujer de su pasado, y no sabe si nuevamente hay amor o si ella lo está usando para hallar la famosa Fuente de la Juventud. Cuando ella lo obligue a abordar el barco del temible pirata Barba Negra, el héroe se encontrará en una inesperada aventura de grandes peligros. Reflejo exacto de la realidad, Jack Sparrow emprende su viaje sólo, sin barco ni tripulación, de la misma forma que Johnny Depp se aventura a una cuarta parte sin sus dos compañeros centrales de elenco o Gore Verbinski detrás de cámaras. La única cara conocida para el Capitán es su contramaestre Gibbs, a quien luego de rescatar en distintas oportunidades mantendrá alejado de la acción una y otra vez, como si se tomara en serio lo de encarar el filme solo. Es uno de esos casos en que el protagonista es una presencia tan poderosa, después de todo él es la película, que un cambio radical de actores no termina de afectar al resultado, siempre y cuando él siga firme allí. A falta de un mejor ejemplo, en televisión pasó eso mismo en la cuarta temporada de House M.D., mientras el rol central fuera ocupado por la misma persona de la misma forma, el hospital podía caerse a pedazos que poco iba a perjudicar al producto. Con el equipo al hombro, Depp encara un partido complicado. Una saga que fue hundiéndose más con cada secuela, ahora sin salvavidas en los que confiar y con un Rob Marshall como comandante, cuyas grandes producciones generalmente decepcionan, parecía una empresa destinada al fracaso. Y sin embargo sale a flote. No es que sea un clásico moderno pero entretiene, hay una extensa duración que no se padece como en la anterior, y logra desarrollar una trama clara y definida. Para que se entienda bien mi punto, no está ni cerca de la película original, pero sí es superior a la tercera y por lo menos pasa algo, a diferencia de la segunda. Por supuesto tiene sus problemas, la idea general ya está bastante gastada, y si bien este hace un trabajo formidable, no se puede depender de un solo actor. Aquellos experimentados que lo secundan, Geoffrey Rush e Ian McShane, llevan sus papeles con soltura y su participación es celebrada, pero algunas de las incorporaciones teclean y sus apariciones molestan. Sorprende que Penélope Cruz todavía no pueda actuar y hablar inglés al mismo tiempo, creo que demostró en los últimos años que tiene la capacidad para llevar bien un rol, pero no el de hot latina que Hollywood le asigna una y otra vez. Lo mismo sucede con Sam Claflin, el carilindo intento de reemplazo de Orlando Bloom, en quien se trata de apoyar una historia romántica que poco importa. Muy bien musicalizada por el inagotable Hans Zimmer, con mucha guitarra flamenca lo cual supone un plus, la película se destaca en los aspectos técnicos, haciendo un uso adecuado de todo lo que Disney pone al alcance de la mano. Es criticable por supuesto el uso con fines exclusivamente recaudatorios del 3D, lo cual parece una burla dado que las veces que se lo utiliza se cuentan con los dedos de una mano y sin embargo los lentes hay que tenerlos puestos más de dos horas. Para cerrar, la introducción del filme es impagable, con el sello de la industria por todos lados… españoles que hablan entre sí en inglés, pero con acento español, es algo que como diría la tarjeta de crédito, no tiene precio.
Un hombre maduro y excéntrico de Nueva York decide abandonar su acomodada vida para llevar una existencia más bohemia. Su relación con una bella joven sureña desembocará en una serie de enredos familiares y sentimentales. Siempre es agradable toparse con una nueva película del prolífico Woody Allen, no importa si es inferior a los clásicos que regaló a lo largo de su carrera o si se trata de un trabajo digno. En los últimos años parece ser que el ejercicio de ver un filme de este director se convirtió en un juego de las siete diferencias entre el Allen del presente y el de su lejano pasado. Más allá del resultado final que cada realización tenga, Whatever works en particular no es una obra maestra pero sí superior a muchos de sus títulos de la última década, es refrescante encontrar esa pluma irónica siempre afilada. Los diálogos y monólogos del protagonista, sobre todo en la primera mitad, demuestran el por qué de su grandeza. Esta película tiene una importante diferencia con aquella que el director hizo después pero que en Argentina se estrenó antes, You will meet a tall dark stranger, y es que el personaje neurótico típico del mundo Allen está bien llevado y funciona. Es que el protagonista no es cualquier intérprete, sino que es Larry David, el co-creador y guionista detrás de Seinfeld, la mejor serie cómica de todos los tiempos. Sólo comediantes de su talla, familiarizados con el cinismo y la neurosis por haberlas plasmado en sus creaciones, pueden ponerse los amplios zapatos de Woody Allen y hacer que su ausencia no se lamente. Su Boris, que no es Grushenko sino Yellnikoff, es un físico genio que tuvo épocas de mayor gloria y vive protestando por la estupidez que lo rodea. Desde un primer momento romperá la cuarta pared y hablará directamente hacia una audiencia que él percibe pero el resto de los personajes no. El director nuevamente hace gala de su talento para los diálogos ágiles e inteligentes acerca de sus tópicos predilectos, moviéndose con soltura entre la existencia y el amor pasando por la muerte o la música, así como de su capacidad para encontrar la gracia en cualquier línea del guión. El aspecto negativo más importante que presenta este filme es la dependencia total que se genera con el personaje de Larry David. Con todas sus excentricidades, la presencia de Boris es tan necesaria en la pantalla, que su sola ausencia por algunos minutos genera que inevitablemente la historia pierda fuerza. La aparición de Patricia Clarkson, más allá de que ella esté muy bien y sea un punto a favor en la construcción del relato, conduce a que su hija (Evan Rachel Wood) tome distancia del protagonista para acercarse a un hombre joven. Este aspecto conduce a una reducción notable en la comicidad de la propuesta, recuperándose recién hacia el final cuando la vuelta del personaje central es imprescindible. Todo el arco de romances que el director abarca hacia el cierre demuestra que la "cosa" podía funcionar para muchos, cuando en realidad la película se construye en su totalidad para que nos importe sólo si funciona para uno. Más allá de esto, que resulte hilarante la crueldad de un sujeto capaz de insultar a los más chicos porque no saben jugar al ajedrez o maltratar a una veinteañera dulce e inocente, es algo que pocos pueden lograr. Que sus sentencias, maldiciones y el uso constante de una palabra tan poco utilizada en cine como "imbécil" se vuelvan una necesidad imperiosa para el espectador, es algo que sólo Woody Allen puede hacer.
Narra la historia real de Valerie Plame, una agente de la CIA cuya identidad fue desvelada por miembros de la Casa Blanca para desacreditar a su marido, quien en el año 2003 escribió un polémico artículo criticando el inicio de los ataques norteamericanos en contra de Irak. Segundos antes de apretar el botón de play para reproducir el DVD de Fair Game, los portales de Internet de todo el mundo difundían la muerte de Osama Bin Laden y la memoria colectiva se retrotraía al 11 de septiembre del 2001. Minutos después de una breve introducción, los créditos al ritmo de Gorillaz daban cuenta del punto de partida de la historia, el ataque terrorista a las Torres Gemelas y el interrogante acerca de qué seguiría, pregunta que hoy, diez años más tarde, vuelve a tener vigencia. El filme de Doug Liman (The Bourne Identity) encara uno de los temas más oscuros y polémicos de los últimos años, la invasión que Estados Unidos encabezó en contra de Irak con el pretexto de desabastecer al país de sus armas de destrucción masiva, armas que se probó más adelante nunca existieron. Como en el caso de Green Zone de Paul Greengrass, se trata de una crítica al Gobierno norteamericano y su fachada protectora con la que ocultaron otro tipo de intereses, aunque en esta ocasión la mirada se sitúe en los agentes que producen la inteligencia y no en los soldados que la reciben y ejecutan. Hay en esta también otro tipo de reproches hacia el prejuicio y al miedo injustificado, incluyendo así tanto a la sociedad civil como a los medios de comunicación que no solo avalaron sino también alentaron el avance militar. Siendo este un tema tan vasto y poco explorado, parece demasiado el tinte de drama familiar que atraviesa a la historia. La relación de un matrimonio que se desgasta y los problemas laborales, en este caso particular, de alcance internacional, son muy amplios como para intentar abordarlos en forma conjunta. Así se percibirá que durante una extensa porción de la película las dificultades maritales no serán mencionadas, sólo para retomarlas más adelante en la forma de un conflicto importante que necesita una separación temporal. Este aspecto no sólo no tiene el desarrollo suficiente sino que termina por teñir de melodramático a uno de los cuestionamientos políticos más graves de la historia reciente. La tercera colaboración de Sean Penn y Naomi Watts, luego de The Assassination of Richard Nixon y 21 grams, los encuentra inmersos en una intriga de gran interés a la que ellos aportan su cuota de solidez en la construcción de los personajes. A diferencia de todos los filmes de acción que el director realizó en la última década, Fair Game es un interesante thriller político en el que sus protagonistas no lanzan golpes ni usan sus pistolas, sabiendo que en muchas oportunidades la (des)información puede ser la mejor arma.
Mickey Haller es un abogado criminalista que dirige su negocio desde el asiento trasero de su coche Lincoln, con el que recorre las calles de Los Ángeles. Entre su clientela figura gente de todo tipo, pero todo se complica cuando es contratado por un hombre adinerado de Beverly Hills arrestado por atacar a una joven. Basada en la novela homónima de Michael Conelly del 2005, The Lincoln Lawyer es la primera que introduce al personaje Mickey Haller. No es costumbre que en las películas de temática legal la cámara se cierna sobre la figura del abogado defensor, algo que sí ocurre en series de televisión. A estos habitualmente se los ve con ojos críticos, juzgando su elección como protectores de los acusados. Un punto a favor que tiene esta adaptación de Brad Furman es la de mostrar ese lado que suele no tener espacio fuera de la pantalla chica, el costado simpático y humano del abogado del diablo. Y para esto hace falta un actor como Matthew McConaughey, que con su carisma, su acento sureño y su hablar como metralleta puede comprar a quien quiera. No es un hombre comprometido con su causa como el abogado de la defensa que interpretó en A time to kill, sabe que representa a gente de lo peor y esto no le quita el sueño. Esto no significa que no tenga algo de conciencia, su elección profesional no sólo le acarrea las críticas de todo aquel que lo conoce, sino que hay un temor legado por su padre. El defiende a cualquier tipo de criminal, pero vive preocupado por la posibilidad de que alguna vez el condenado sea un inocente, que estar tan acostumbrado a la culpabilidad de sus clientes le impida ver cuando uno esté realmente limpio. En lo que es un interesante giro en la trama causado por un momento de revelación, el relato pasa a enfocarse más en el aspecto thriller de la película. Este cambio, que se basa en la introducción de un personaje fundamental al que jamás se había hecho algún tipo de referencia, rápidamente deja de hacer ruido para ensamblarse en forma correcta con lo desarrollado. Mientras que en general este tipo de cartas se guarda hasta el final, aquí no hay inconvenientes en mostrar que tienen la mano ganadora, contestando el interrogante del título en castellano a mitad de la película. Hay algunas muy buenas interpretaciones que acompañan al protagonista, tanto de los principales como William H. Macy junto a Marisa Tomei y Ryan Phillippe, estos dos últimos efectivos en roles recurrentes, así como también de otros con papeles con menor protagonismo como Josh Lucas o Bryan Cranston, a quien finalmente le llega algo de reconocimiento. El problema que se puede encontrar en The Lincoln Lawyer es que se termina imponiendo una mirada algo condescendiente para con su protagonista. Más allá de que se busque resaltar en el desenlace que él vivió todos estos acontecimientos sin obtener ningún tipo de aprendizaje, la realidad es que en el desarrollo en más de una oportunidad se perciben rasgos de crecimiento. A pesar de las buenas intenciones del comienzo, el ojo crítico acaba colándose en la consideración de un personaje de moral dudosa, al que se termina revalorizando como padre, colega y defensor de la Justicia.
Tras abandonar el cuerpo de policía, Brian O'Conner se asocia con el fugitivo Dom Toretto. Perseguidos por la Justicia, son acorralados en Río de Janeiro. Su única opción de conseguir la liberad será acabar con una banda de crimen organizado que tiene asolada la ciudad. Que la quinta parte de The Fast and the Furious haya resultado ser la mejor de la saga es algo que debe haber tomado a muchos por sorpresa. La ruta hacia Fast Five empezó a trazarse en el 2009, cuando se estrenó la cuarta parte, y el director Justin Lin dio muestras de ser capaz de reinventar la franquicia. Básicamente lo que se hizo fue ignorar que hubo una segunda parte, y situar la historia en un tiempo previo a la de Tokio, es decir la tercera. Los resultados fueron evidentes y los motores que parecían apagarse tras dos secuelas fallidas, rugieron con una furia similar a la original. El regreso de sus dos protagonistas es un pilar fundamental para que estas películas funcionen. Paul Walker demostró en 2 Fast 2 Furious que sin su musculosa pareja la propuesta no iba a funcionar. Es que a Vin Diesel se le puede criticar mucho sus actuaciones y su inexpresividad, pero él es Dom Toretto y no alcanzó reemplazarlo con Tyrese Gibson. Él debería estar agradecido de que el director le brindó la oportunidad de redimir su carrera, luego de cometer tres graves errores de juicio. Servidas en bandeja la secuela de los autos veloces y la de xXx, él optó por reponer su rol de Riddick para una segunda parte que no vieron ni sus amigos, y desde entonces se condenó a siete años de películas inferiores a la espera de una nueva oportunidad. El punto a favor en materia de actores, no se limita a los que figuran en el póster, también el armado de un equipo complementario para no delegar el peso de la historia en sólo dos personajes y la integración de una contrafigura decente como Dwayne Johnson constituyen sendos aciertos. Fast Five retoma exactamente en donde finaliza su antecesora, con la fuga de Toretto del micro que lo lleva a prisión. Lin sabe lo que hace y si en aquella dejó un final de sobreentendidos y miradas cómplices a modo de remate, en esta oportunidad vuelve a filmar esa secuencia y la lleva adelante hasta su conclusión, logrando así una apertura ágil, rabiosa y completamente justificada. Lo que hace que esta sea la mejor, es lo que la hace tan diferente a las anteriores. Los ajustes de guión, las prioridades, todo se puso al servicio de una película que necesitaba luz propia y no luces de neón. Con muy pocas referencias a otros autos y menos exclamaciones al ver el armado debajo del capó, con poco digital y más acción pura y dura, el guionista Chris Morgan y su realizador se concentraron en la importancia de desarrollar una buena historia antes que todo. El punto fundamental que permite comprender que realmente se trate del filme más logrado se produce cuando la dupla central necesita conseguir un auto veloz, de esos que sólo se ven por esta pantalla. El desafío es el mismo de siempre, el ganador de la carrera se queda con el coche del otro, pero en vez de elegir mostrar ese duelo, directamente se lo pasa por alto. Ignorar aquello que definió a las otras películas es una toma de postura sorpresiva y ciertamente tiene su efecto. Convertir a los autos en herramientas con las que lograr objetivos y no hacerlos fines en sí mismos es un paso adelante de los realizadores. Pocas son las sagas que pueden preciarse de lograr un buen resultado en su quinto intento. Salvando las distancias y parafraseando a la mejor quinta parte de la historia, con Fast Five Justin Lin logró su Episodio V.
El general es secuestrado y trasladado a una casa de campo, donde sus captores lo encierran en un cuarto y llevan adelante un juicio, en el que deberá explicarles decisiones políticas que tomó años atrás. La película que abrió la edición 2010 del Bafici, la que en su momento agotó las entradas anticipadas, la que dio mucho que hablar, finalmente tiene su estreno en el circuito comercial. Por distintos motivos fue demorada y, tras dejar muy atrás aquel lanzamiento previsto para el 28 de octubre pasado, Secuestro y Muerte encontró pantalla. Aun sin nombres y sin datos concretos, es fácil darse cuenta de qué trata. El general secuestrado es Pedro Eugenio Aramburu y los cuatro jóvenes que ejecutan la acción están perpetrando el acto fundacional de la agrupación Montoneros. Una cosa es sabida, se lo va a enjuiciar en nombre del pueblo y se lo va a encontrar culpable. Centrada en la etapa de cautiverio, Rafael Filippelli sigue de cerca los preparativos y la puesta en marcha de la captura del militar, al que mantienen recluido durante tres días en una casa de campo. Que casi en su totalidad transcurra dentro de un mismo espacio no pesa, no ralentiza la historia, la cual prueba ser lo suficientemente interesante como para mantener a uno expectante aun conociendo el destino final de cada personaje. No se trata de la primera película de temática política que el director lleva adelante, quizás podría considerarse la que pueda levantar mayor polémica por su enfoque. En su momento se plantearon interrogantes acerca de la toma de postura, probablemente ahora en su flamante llegada al cine Cosmos/UBA sean más las voces que se sumen al debate. El guión estuvo a cargo de la esposa del director, Beatriz Sarlo junto a Mariano Llinás, y luego llegó a manos del crítico de cine David Oubiña que le hizo sus agregados. Se la calificó de película "gorila" (término despectivo para denominar a los opositores al Peronismo), algo que se deriva en el modo en que están retratados los eventos. Sin hablar de santificación de Aramburu, lo que se ve es a unos jóvenes que secuestraron, juzgaron y mataron a un hombre agotado de 67 años. No se le permite un confesor ni despedirse de su esposa, y si bien es conocedor de los crímenes que se le imputan, sostiene que los llevó adelante con "motivos justificados". La tendencia hacia esta visión, diferente a la contada por quien estuvo presente en esa casa, se ve reforzada además desde las actuaciones, ya que la rigidez de los jóvenes conduce inevitablemente a una cercanía al General, interpretado por el director Enrique Piñeyro. El mayor inconveniente de la película se encuentra en los diálogos y monólogos solemnes de los involucrados, perjudicando a una propuesta de la que se esperaba un poco más. Lejos de las libertades que se hayan podido tomar a la hora de construir el relato, no deja de constituir una propuesta digna de ver, especialmente como una alternativa para completar una historia de la que se sabe el principio y el fin, pero de cuyo desarrollo hay sólo una versión que se consideró oficial.
Los dos enanos de jardín, Gnomeo y Julieta, intentan que su destino fatal no se cumpla. Luchan para que su historia de amor tenga un final feliz a pesar de verse envueltos en una disputa entre vecinos. Es curioso que de la factoría Disney surja una película de las características de Gnomeo y Julieta, tanto que a lo largo de sus 75 minutos de duración en más de una ocasión me pregunté si no se trataría de una película inglesa. Más allá del acento (la gran mayoría de actores que dieron sus voces provienen de Gran Bretaña), su tipo de humor suele no encontrarse en filmes infantiles, basándose por ejemplo en muchos juegos de palabras. El clásico de William Shakespeare, una de las más grandes historias de amor, es adaptado con los pequeños habitantes de dos jardines contrapuestos. Si bien se le puede criticar algunos puntos, es una simpática apuesta que deja un poco de lado la tragedia para hacer más foco en la comedia. El cine de animación trajo algunas semanas atrás su primer gran fracaso a cargo de Marte necesita mamás. La falta de humor, de emoción y la consideración de que por ser infantil la película podía ser tonta fue un combo imposible de digerir para una gran mayoría. A diferencia de ella, la nueva película de Kelly Asbury (Shrek 2), con bajo presupuesto y todo, logró unas enormes ganancias y liderar la taquilla por algunas semanas. Este mercado no se encuentra saturado como se llegó a decir, las propuestas tienen que ser logradas, dado que ya no es suficiente que los protagonistas sean digitales. Más allá de su apreciable sentido del humor, con secuencias muy logradas, la adaptación tiene ciertos inconvenientes que provienen de tomarse enormes libertades en algunos aspectos pero tratar de respetar a rajatabla otros que no la benefician. La mano de Elton John, productor con su compañía Rocket Pictures, se nota a lo largo de la película y, si bien en un principio se toma a bien, hacia el final puede considerarse un exceso. Como ocurriera en Enredados, la corta duración de la película debería ser suficiente como para justificar que no haya tantos musicales. La escena en la que los personajes del título se conocen, acompañada por su correspondiente canción, es de lo más destacable, algo que no se podría decir del resto de los "videos" que se decidieron a incluir. Fuera de estos aspectos, la película funciona y sorprende. El cuidado de los detalles (en cada movimiento de los personajes hay ruido de cerámica) o algunos personajes secundarios, como el flamenco de plástico y su triste historia, acaban por inclinar la balanza a su favor, superando las expectativas que la premisa podría haber generado.
Para algunos, el Super 8 fue la posibilidad de hacer cine familiar. Para Jorge Mario, dentista de profesión y hombre orquesta por vocación, fue la de hacer cine a secas. Cuando el Super 8 alcanzó su auge en la década del ’70, los cineastas de entrecasa se multiplicaron. Las ventajas que ofrecía para el uso doméstico eran muchas e hizo furor entre quienes tenían el poder adquisitivo y, sobre todo, el interés en la materia. Con la llegada del video en los ’80, estas cámaras quedaron en desuso y fueron olvidadas. Si bien desde algunos años atrás ha vuelto a experimentar un crecimiento, el Bafici 2011 incluso ha creado una sección enteramente dedicada al formato, esa época parece dorada e irrecuperable. Con una gama variada de recursos, ni hablar de la facilidad que ofrece el digital, el cine parece al alcance de la mano, y este soporte fílmico un romance de nostálgicos. Néstor Frenkel, al igual que su estrella, busca rescatar a esas cámaras de ese destino de cajón, las pone en pantalla y las reivindica, las celebra. Jorge Mario es un amante del cine, un hombre que vive por y para el séptimo arte. Su diploma reza 'Odontólogo', pero debería decir 'Cinéfilo'. Inquieto, apasionado, pocos deben mantenerse tan activos como él, sean jóvenes o viejos. A sus 70 años conduce un programa de radio, practica tiro, es el fundador de un grupo de boy scouts, subasta estampitas, colecciona lo que puede. Fue también un cineasta amateur en la época de gloria del Super 8 y aún conserva todo el equipo, incluso fue comprando más con el paso de los años. Cuarenta años antes filmó Winchester Martín, su obra cumbre, un western hecho con los vecinos emulando las películas que llegaban de Estados Unidos. Su filmografía se detuvo cuando el formato dejó de importar, cuando el VHS ganó la pulseada y relegó al otro al olvido. Hoy ve la oportunidad de recuperar ese pasado de realizador llevando adelante una segunda remake de esa película. A modo de documental didáctico, Frenkel introduce al Super 8 de una forma original y divertida, siguiendo su historia y desarrollo a través de los años, toda una cadena de acontecimientos que llevan a conocer a Jorge Mario y sus películas hechas en casa. Desde el primer momento se reconoce que su estrella puede ser un personaje antológico, y a medida que avanza la historia se comprueba que efectivamente lo es. Jorge Mario es un hombre tan apasionado por su vida, tan convencido de lo que hace, que el espectador se entrega a lo que tiene para decir, esperando ver y oír cada vez más. Amateur es entretenida, efectiva, por momentos desopilante, aunque esto se termine haciendo en muchas oportunidades a costa del propio protagonista. Mientras veía la película no podía dejar de pensar en él y en qué pensaría de las risas que sus pasiones despiertan en el público. Es que uno se termina encariñando, y respeta su entrega total en todo lo que hace, por lo que reírse parece algo equivocado, algo involuntario. Quizás haya un poco de ficción en la realidad de Jorge Mario, no se puede saber, pero en ese desconocimiento hay un gran logro del director. Quizás Jorge Mario no sea un hombre que hace castings mientras juega al paddle o que honestamente piense en Pablo Rago o en Echarri para que protagonicen su remake, pero me gusta pensar que sí.
El poderoso pero arrogante guerrero nórdico Thor a causa de sus imprudentes acciones revive una guerra antigua. Desterrado a la Tierra por su padre Odin, aprenderá lo que se necesita para ser un héroe verdadero. Finalmente llegó el estreno de una de las películas más esperadas o que al menos tuvo una mayor campaña de difusión detrás. Trailers, spots, avances e imágenes de Thor inundaron las pantallas, revelándose incluso algunas escenas hasta el día de hoy. También llegó el momento de la puesta a prueba de Kenneth Branagh, director de un cine más clásico, con mucho Shakespeare a cuestas, y ver si daba como resultado un nuevo Christopher Nolan con sus Batman. Se trata, no obstante, de un filme poco logrado que no alcanza a cumplir las expectativas y que tan sólo de compararse con las dos Iron Man pierde por goleada. Parafraseando uno de los títulos del propio Branagh pero de 1993, hubo mucho ruido y pocas nueces. A diferencia de las películas sobre el hombre de acero, que no es Superman sino Tony Stark, o incluso The Incredible Hulk, Thor ya se hizo sabiendo que el filme que reúna a todo el equipo de héroes de Marvel, es decir The Avengers, es una realidad. Tan conscientes están de este proyecto que el anuncio de que el guerrero nórdico regresará a las pantallas en el 2012 toma forma de pantalla negra en el cierre de la película. Esto es un dato no menor, dado que acaba por parecer una larga introducción para la siguiente. Las otras eran proyectos en sí mismos, con sus personajes, sus conflictos, y se unían entre sí en alguna escena en particular, principalmente al final de los créditos. En esta oportunidad todo parece puesto al servicio de un proyecto masivo, haciendo referencias a los demás héroes, pero sin desarrollar un argumento propio. El conflicto shakespeariano que Branagh introduce en Thor es una pelea entre hermanos, situación que el espectador conoce por tener acceso a ciertas escenas particulares de Loki (Tom Hiddleston), pero que el guerrero que da título a la historia no. El personaje al que da vida Chris Hemsworth, sin la gracia, el timing o la capacidad actoral que tiene un Robert Downey Jr., se entera que pasa algo recién en los últimos 20 minutos de película, lo cual es demasiado tarde como para compensar todo el tiempo en que no sucede nada. Dotada de un humor escaso y bastante payasesco, acaba por generar indiferencia. El gran obstáculo que Branagh no logra sortear es el de lograr entretener y mantener al público atento aún cuando su personaje no está enfundado en su traje. Esto es algo que sí pudo hacer Jon Favreau al llevar adelante las dos Iron Man, contando también con un protagonista con el carisma suficiente como para cargarse la película al hombro. Este nuevo producto de Marvel tiene un buen comienzo, con la guerra de los dos mundos, y un buen final, ninguno de los cuales tiene lugar en la Tierra. En este planeta el Dios nórdico es un simple mortal, y en esa forma es un ser poco interesante. Sacando alguna secuencia de combate, aquí es donde tiene lugar un largo desarrollo en el que la historia se ameseta, y deja la molesta sensación de que en verdad no ha pasado nada y que, para eso, habrá que esperar al próximo año.