Tenebroso y fascinante cuento de Navidad Los fantasmas de Scrooge, no apta para los pequeños En esta nueva versión de la historia navideña creada por Charles Dickens en el siglo XIX, la moderna tecnología del siglo XXI que captura el movimiento de los actores para trasladarlos del escenario a la computadora -y de allí a la pantalla-, y el 3D, actualizan las imágenes del relato sin quitarle ninguno de los elementos que lo convirtieron en un clásico. Con un considerable número de adaptaciones tanto para el cine como para la TV, el cuento de redención del avaro Ebenezer Scrooge, prestamista amargado, despiadado e insensible al que Jim Carrey le presta el cuerpo -y la voz en la versión en inglés-, transcurre en una Londres cubierta de nieve, imagen de postal pintoresca y al mismo tiempo espacio de miseria y desolación para quienes no tienen refugio del frío. El director Robert Zemeckis ( Forrest Gump ), que hace unos años se fascinó con la captura de movimiento y ya realizó otras dos películas con la ayuda de la computadora ( El expreso polar y Beowulf ), respetó ese contexto y, aunque se trata de un film de Disney, decidió no escatimar escenas de terror tanto sociales como fantásticas. Cuando la cámara recorre la ciudad, sus edificios nevados y sus interiores oscuros y opulentos, el espectador está dentro del cuento tal como lo escribió Dickens. Un efecto de la historia con el que la tecnología 3D colabora, a diferencia de muchas otras películas en las que relato e innovación pelean por imponerse con la segunda siempre ganando la partida. Cuando el viejo Scrooge es visitado por sus fantasmas el film se vuelve tenebroso y al mismo tiempo fascinante aunque cabe aclarar que algunas de las secuencias pueden ser demasiado terroríficas para el público infantil. Especialmente la aparición del torturado Marley, el fallecido socio del protagonista y heraldo de los espíritus por venir. Con un lenguaje que respeta el estilo del original literario, con el que el doblaje local a veces tropieza en detrimento del desarrollo de la historia, Los fantasmas de Scrooge convierte una experiencia fílmica en una casi táctil, gracias a la belleza y el detalle de sus imágenes suntuosas. La llegada del fantasma de la Navidad presente resulta un momento culminante de esta elección estética del exceso. Para los seguidores de Carrey, el film es un deleite del rango físico e interpretativo del actor que aquí compone a los espíritus que lo visitan además de a las versiones más jóvenes del propio Scrooge que, una vez más, como en todas las Nochebuenas, volverá a sufrir para finalmente aprender a disfrutar de la blanca Navidad.
La vida es sueño y mucho más también Sangre del Pacífico no convence con sus líneas argumentales, pero logra contundentes y emocionantes imágenes. En el desarrollo de Sangre del Pacífico hay tantas ideas, algunas muy buenas, otras no tanto, como imágenes interesantes, emocionantes, bellas. Claro que en este film de Boy Olmi que debuta aquí como realizador de largometraje, el problema es que unas y otras no siempre logran amalgamarse. La historia muestra a un veterano actor y director de cine (Delfi Galbiati) que, aunque enfermo, sueña con dirigir y protagonizar una última película; a su hija, una antropóloga (Ana Celentano) que además de trabajar en el Museo de Ciencias Naturales de Buenos Aires realiza entrevistas con mujeres que trabajan en el servicio doméstico y, por último, a Charito (Emilia Paino), una joven peruana que deja su país en busca de un futuro mejor en la Argentina. Cada uno de estos personajes tendrá su momento y luego comenzarán a cruzarse en un giro del guión que comienza bien y luego tiene demasiado de resolución telenovelesca. Claro que, más allá de la estructura del guión, lo que marca la diferencia en Sangre del P acífico son sus pasajes oníricos, esos momentos en los que el director se sube a la cornisa y se anima a utilizar el recurso del realismo mágico. Lo usa para mostrar los delirios/recuerdos del viejo realizador, los conflictos internos de su hija, y sobre todo, el viaje exterior e interior que emprende Charito. El riesgo asumido por Olmi resulta lo mejor de un film que falla cuando intenta atar todos los cabos sueltos de un relato que hubiera ganado si confiaba más en sus bellas imágenes. Una actriz Aunque el protagonismo del film está repartido entre sus tres intérpretes principales, son las actrices, especialmente Paino -en su primer papel para el cine- quién lleva adelante el costado más emocional y emocionante de la película. Mientras la historia explora la vida y las experiencias de "los de arriba y los de abajo" desde un punto de vista de clase media bien pensante, con pocos gestos Paino consigue dotar a su personaje de una profundidad conmovedora. Como en los delirios del veterano director, Olmi encontró una musa a la altura del lirismo de sus imágenes.
Crónica de un final dialogado Desde los minutos iniciales de este film dirigido por Marcelo Trotta y Vivián Imar queda claro que en la pareja formada por Pablo (Antonio Birabent) y Victoria (Florencia Raggi) algo anda muy mal. Apenas unos segundos del prólogo alcanzan para ver cómo la tensión entre ellos provoca largos silencios incómodos interrumpidos por rígidas frases que anuncian acciones y ocultan sentimientos. Así, en un puñado de escenas, el conflicto está planteado y sólo queda desarrollarlo. Claro que es entre la presentación de los personajes y su crecimiento dramático donde esta película encuentra sus mayores dificultades. Porque mientras caminan por la costa y las calles de Colonia, Uruguay, los personajes centrales de Tres deseos sostienen diálogos que opacan más que aclaran quiénes son y qué les pasa. El drama del final de un amor filmado con prolijidad se complica con la sorpresiva aparición de Ana (Julieta Cardinali), ex novia de Pablo, que en pocos segundos le explicará que se separó el día anterior y entablará con él un largo intercambio de superficiales ideas sobre la finitud del amor. Mientras caminan por las pintorescas calles de la ciudad y hablan, hablan y hablan, Ana y Pablo recuerdan a Celine y Jesse, de Antes del amanecer y Antes del atardecer, de Richard Linklater, claro que a esos personajes interpretados por Julie Delpy y Ethan Hawke, aunque pretenciosos, era un placer verlos y escucharlos. Aquí no pasa lo mismo. A Birabent le toca la ingrata tarea de interpretar a este hombre al que no le otorgaron ni un rasgo positivo para balancear los muchos negativos que ostenta: obsesivo, malhumorado, cobarde e infiel, cuesta creer que alguien como Pablo sea o haya sido deseado por Victoria y Ana. Especialmente por la primera que, gracias al trabajo de Raggi, consigue ser el personaje con más carnadura e interés de la película. Hacia la segunda parte de la historia, Victoria y la actriz que la interpreta crecen frente a la mirada del espectador, que puede verla más allá de su belleza y la clara infelicidad de su matrimonio. Algo que no sucede con los otros dos personajes, apenas dos bonitos globos de papel llenos de aire como los que cierran la última escena del film.