Pretenciosa película sobre la adopción El director David Lipszyc y un tema sensible Al tratar un tema como la adopción, tan sensible como susceptible de caer en el golpe bajo, el director y guionista David Lipszyc corrió un riesgo. Al encarar su película como un falso de documental, basado en una historia real, corrió otro. Al mezclar el caso de familia homoparental con las trágicas apropiaciones de chicos durante la dictadura militar, el realizador aumentó tanto la apuesta artística que terminó por construir un film confuso, cuyo bien intencionado contenido se pierde en desconcertantes elecciones de guión y edición. El relato comienza con unas confusas imágenes de los supuestos recuerdos de un niño. Gritos, llantos y un coche huyendo a la carrera sugieren más de lo que explican. Las explicaciones llegarán cuando la historia se ubique en el "presente" para mostrar a un padre y un hijo compartiendo un mate y hablando frente a cámara de su relación. Las miradas expresivas y cariñosas que comparten Juan (Ignacio Monná) y Ricardo (Ricardo González) quedarán aplastadas por unos textos más bien forzados en los que uno y otro contarán como llegaron a ser una familia. Del orfanato dónde vivía el chico de ocho años que Ricardo decidió adoptar a pesar de la desconfianza que su soltería generaba en el ámbito social y la necesidad de ocultar su homosexualidad y a su pareja, la película salta sin demasiada lógica dramática ni de estilo por diferentes etapas de la vida de Juan. Como separadores entre un segmento y otro aparecen juegos infantiles, muñequitos playmobil que por momentos representan, de manera bastante rudimentaria, a Juan, Ricardo y su pareja José. Los mejores pasajes de Adopción son aquellos que se centran en el establecimiento del lazo entre un niño conflictuado y su nuevo padre, claro que esas escenas pronto dejan lugar a desordenadas menciones a la historia argentina reciente. Tanto la Guerra de Malvinas como la represión y la desaparición de personas son usadas como marco para hablar de cuestiones más íntimas que, aunque estén basadas en situaciones verdaderas, son muy poco verosímiles.
Percy Jackson, un héroe que daba para más El film es una adaptación de una exitosa serie literaria sobre un adolescente que resulta ser el hijo de Poseidón Con la gran sombra de Harry Potter y su exitosa adaptación cinematográfica rondando, Percy Jackson y el ladrón del rayo comienza su marcha en la pantalla grande con algunas desventajas. Porque es imposible no comparar su historia con la del mago adolescente, a sus compañeros de aventuras con los de él y a la imponente Hogwarts con el campamento de verano en el que el protagonista aprenderá sobre su herencia paterna. Lo cierto es que la premisa de la saga literaria ahora convertida en película es de lo más atractiva. Percy, un adolescente disléxico y con problemas de atención, descubre de manera bastante violenta que el padre que no conoce es en realidad el dios Poseidón y que su tío, Zeus, le robó su rayo para comenzar una guerra entre los habitantes del Olimpo. Claro que del planteo del guión -que modifica y mucho el contenido del libro en el que está basado-, a las imágenes que finalmente están en la película, hay un trecho largo que tal vez en manos de un director algo más imaginativo que Chris Columbus hubiera dado un resultado mucho más divertido. Responsable de las dos primeras entregas de Harry Potter, Columbus filma apurado, sin dejar lugar para el asombro de sus personajes ni el de los espectadores. La película no aburre, pero lo cierto es que su material de origen daba para mucho más. No ayuda mucho el deficiente doblaje con el que se estrena localmente el film. Pensado para un público de preadolescentes, los diálogos son tratados como un mal necesario entre una pelea y otra. El contraste entre los mitos griegos sobre dioses y semidioses y la vida de los jóvenes protagonistas en los Estados Unidos del siglo XXI genera algunas escenas divertidas, especialmente cuando Percy (Logan Lerman) pasa de la escuela secundaria a luchar contra minotauros y furias que intentan castigarlo. Sin embargo, al tiempo que el trío de aventureros que completan Annabeth (Alexandra Daddario), la hija de la diosa Atenea y Grover (Brandon T. Jackson), el sátiro encargado de la seguridad del héroe, llegan a la guarida de Medusa, el choque de culturas se convierte en desvergonzada excusa publicitaria. Sin revelar demasiado de la trama se puede decir que la capacidad para convertir a los humanos en piedra de la malvada Medusa -interpretada sin demasiada inspiración por Uma Thurman-, encontrará su límite en la brillante superficie de un iPod. Pequeño gran héroe Uno de los puntos más atractivos de Percy Jackson y el ladrón del rayo es la aparición de las criaturas mitológicas que intentarán dar caza o ayudar al pequeño gran héroe. Toda una tropilla de centauros, comandada por Quirón (Pierce Brosnan) dirigirá el campamento donde los hijos de los dioses del Olimpo irán a cultivar sus habilidades. Allí, Percy, siempre con un detalle de azul marino en su ropa, se destacará del resto. Como Harry Potter. Aunque con menos magia.
Historias de amor en la ciudad de Los Angeles Demasiados personajes para un film romántico "¡En el Día de San Valentín uno no piensa, sólo hace!" La frase dicha por unos de los muchos personajes protagónicos de Día de los E namorados es un muy buen resumen de la película. Repleto de actores y actrices famosos y en general bastante buenos en su trabajo -la excepción hecha de la bella pero acartonada Jessica Alba-, los responsables del film no se tomaron el tiempo para pensar en qué hacer con ellos. La clave para realizar una comedia romántica exitosa no es sólo mostrar a los protagonistas enamorándose, sino lograr que al espectador le importe el estado del corazón de esos personajes. En este caso, el director Garry Marshall, de probada experiencia en el género ( Mujer bonita ),adaptó suestilo más bien clásico de realización a un relato coral escrito por Katherine Fugate, la responsable del efectivo guión de Simplemente no te quiere. Claro que todo lo que funcionaba en aquel film aquí se complica, porque además del elenco multitudinario y transgeneracional, todas las historias se desarrollan en la ciudad de Los Angeles durante doce horas del día de los enamorados del título. Vidas cruzadas Así pasan las escenas de la dulce Julia (Jennifer Garner), enamorada de un hombre que no la merece; de Reed (Ashton Kutcher), enamorado de una mujer que no lo merece; de Liz (Anne Hathaway), que no logra disfrutar de los primeros días de un romance que promete. Y la lista sigue. Las escenas se acumulan sin destacarse ni distinguirse una de otra. Hasta que la historia se mete en la casa y la vida de Edgar y Estelle, una pareja casada hace más de cincuenta años que interpretan Hector Elizondo y Shirley MacLaine. Al mismo tiempo encantadores, románticos y graciosos, los actores y sus personajes son de los más logrados de la película. Algo similar sucede con el periodista que interpreta Jamie Foxx ( Ray ), un talentoso intérprete que merecía más tiempo en pantalla. Lo mismo que Julia Roberts, cuyo carisma cumple la doble función de elevar la calidad de Día de los E namorados, además de forzar las comparaciones con Mujer bonita , especialmente por una escena en los títulos finales que ningún fanático de aquella gran comedia romántica debería perderse.
Astroboy, un fallido film en homenaje al animé Para los adultos que todavía recuerdan la emoción de ver volar al niño robot de ojos enormes y corazón aun más grande, la satisfacción de ver la nueva versión de Astroboy durará pocos minutos. Aquí poco queda de la serie de los años sesenta, una de las piedras fundacionales de la obsesión de Occidente por el arte del manga y el animé. Realizada por un director inglés, David Bowers ( Lo que el agua se llevó ), la película es un pastiche de referencias cinematográficas y literarias que en su profusión distraen a los chicos y no logran el objetivo de divertir a los adultos. La historia comienza en Ciudad Metro, un mundo artificial elevado sobre la tierra que, por descuido del hombre, se convirtió en un basural. En la nueva metrópolis los robots son esclavos fabricados por humanos inteligentes como el doctor Tenma y su hijo Toby. El chico, desesperado por la atención de su padre, se involucra en un experimento que tendrá terribles consecuencias. A pesar de que el público infantil, especialmente el masculino, está acostumbrado a cierto grado de violencia en sus programas y films, en el caso de Astroboy, la acción comienza a partir de la muerte de un niño y la aventura del robot niño a partir del desprecio de su creador. Un poco de Frankenstein y otro de Oliver Twist, la historia tiene además un villano con ambiciones desmedidas y una célula de robots revolucionarios que leen a Lenin. En este costado más bien absurdo, el realizador demuestra que no le faltaron ideas, aunque sí la necesaria reflexión sobre cómo ponerlas en marcha y en pantalla.
Música, escuela y muchas más ardillas La secuela de Alvin y las ardillas, para los más chicos El modelo de High School Musical , el inesperado tanque de Disney parece no agotarse nunca y logra inspirar historias que en apariencia nada tienen que ver con los problemas de unos lindos adolescentes cantantes y bailarines. Pero como esta película lo demuestra, High School Musical da para todo. Hasta para prestarle parte de su conflicto central a Alvin y la ardillas . Aunque parezca imposible a primera vista, Alvin, la ardilla líder de un exitoso trío musical tendrá que pasar en este film lo mismo que Troy (Zac Efron) en las historias de Disney. La inquieta ardilla y sus hermanos Simón y Teodoro comenzarán a asistir a la escuela secundaria -aunque parezcan estar más preparados para el jardín de infantes-, y allí Alvin tendrá que decidir entre ser deportista y popular o músico y muy impopular. Más ardillitas En esta secuela de Alvin y las ardillas , los animados personajes centrales convivirán con nuevos humanos, cantarán canciones pop como si fueran los hermanos Jonas -pero con bastante más pelos- y aprenderán lo difícil que es ser adolescente, sea uno de la especie que sea. Especialmente cuando los matones de la escuela los persigan, y su padre y representante Dave (Jason Lee) deba guardar cama y queden al cuidado del primo Toby (Zachary Levi), más interesado en juegar con su computadora que en cuidarlos. Y todo será aun peor cuando el villano de la primera parte reaparezca en escena y no lo haga solo. A las tres ardillitas originales ahora se sumarán otras tres, las hermanitas Eleanor, Jeanette y Brittany, que también sueñan con cantar a todo pulmón y voces estridentes además de ser aceptadas por lo que son. La película está dirigida por Betty Thomas, una experimentada realizadora que ya había trabajado con la combinación de actores y personajes animados en la remake de Dr. Dolittle protagonizada hace unos años Eddie Murphy. A diferencia de aquellos animales que aparecían en pantalla para hacer más graciosos a los humanos, acá los verdaderos protagonistas son los roedores cantarines. Alvin y las ardillas 2 ofrece un tierno entretenimiento para los más chicos y gracias a las desopilantes versiones de canciones de Beyonce, Katie Perry y los Bee Gees, entre otros, los adultos no podrán evitar las sonrisas.
La joven Victoria, histórica y entretenida En 2006, Sofia Coppola dejó Tokio y viajó hasta Versailles para contar la historia de María Antonieta, la reina adolescente . El resultado de la moderna directora norteamericana poniendo su ojo en la vida de la rococó aristócrata europea provocó fríos elogios pero, sobre todo, calientes polémicas. La joven Victoria , otro relato con una reina adolescente como protagonista,causa reacciones mucho más templadas. El film, dirigido por Jean-Marc Vallée ( Mis gloriosos hermanos ), recorre la vida de una de las monarcas más importantes y poderosas del Reino Unido desde su infancia de princesita aislada del mundo hasta sus primeros años como la reina Victoria. El guión de Julian Fellowes ( Gosford Park, crimen a la medianoche ) hace un recorrido cronológico por la vida de la reina utilizando conocidos detalles de su cotidianeidad para repasar, rápido, la infancia solitaria de la pobre niña rica y luego meterse de lleno en los años previos y los inmediatamente posteriores a su coronación. Desde un inicio queda claro que las circunstancias de su nacimiento y las intrigas palaciegas de media Europa colaboraron en formar el carácter de una de las personas más poderosas del siglo XIX que, además, era una mujer. Para interpretar a un personaje tan complejo, más ícono que ser humano, el film requería de una actriz joven y al mismo tiempo con la suficiente presencia escénica para llevar toda la película sobre sus hombros. Emily Blunt es Victoria -aunque físicamente no se parezca en nada a la verdadera reina-, tanto en sus caprichos adolescentes, su enamoramiento del príncipe Alberto (interpretado con equilibrio por Rupert Friend) como en la fortaleza que deberá demostrar como monarca. La actriz, conocida por El diablo viste a la moda y por sus dotes de comediante, es lo mejor de un elenco de grandes intérpretes británicos: Paul Bettany en el papel del interesadamente solícito Lord Melbourne, Jim Broadbent como el anciano rey y Miranda Richardson en el rol de la madre de la futura reina (que interpreta con su acostumbrado rictus de amargura). Ni las impresionantes escenografías ni el excelente vestuario que pintan una época de floreciente progreso para la monarquía británica logran distraer la mirada de Blunt y su notable interpretación.
Emotivas y bellas postales desde el Chaco Una ópera prima local con variados aciertos En una de las primeras imágenes de este film, la cámara hace un paneo lento, a la velocidad necesaria para que el espectador pueda leer el cartel que marca la entrada al espacio escénico y al pueblo en que transcurrirá la historia. "La Tigra, rugir del Chaco", dice sobre el arco de ingreso del lugar al que regresará Esteban (Ezequiel Tronconi) en busca de su padre. Claro que ni el nombre del paraje ni su slogan tienen, en apariencia, demasiado que ver con sus calles más que tranquilas, donde hasta el sonido de los pájaros se escuchan al mínimo. En el marco de la eterna siesta en la que parece transcurrir el pueblo de cielos interminables (captados por una fotografía de notable lirismo y belleza, a cargo de Paula Gullco), Esteban no encontrará a su papá pero si tendrá la compañía y el cobijo de su tía Candelaria. Interpretada con soltura y una increíble dosis de melancolía por Ana Allende -más que notable en la escena aparentemente sencilla en la que le canta a su perro- una de las varias vecinas de La Tigra que participó de esta ópera prima de Federico Godfrid y Juan Sasiaín. Con un guión que se ahorra diálogos demasiado explicativos pero que al mismo tiempo, por su mismo estilo de dirección e interpretación, puede resultar algo repetitivo en sus intenciones, La Tigra, Chaco cuenta con un dúo protagónico tan expresivo como carismático. A la espera del padre camionero ausente y sus graciosos y tiernos intercambios con la tía Candelaria, Esteban irá en busca de Vero (Guadalupe Docampo), su amiga de la infancia. A partir de ese encuentro y sin dejar de lado la línea argumental del implícito conflicto familiar, la película explora la atracción, el seductor baile de acercamiento y distancia entre la pareja que comunica sus intenciones, sus deseos en conflicto con unas pocas miradas que la cámara apenas capta. Para el espectador iniciado en los temas y la cadencia del nuevo cine argentino, La Tigra, Chaco es una propuesta interesante pero sobre todo sorprendentemente emotiva.
Avatar, la última gran aventura de Cameron Un film entretenido, lleno de efectos especiales. La promoción de Avatar insiste y promete que éste es el film que cambiará para siempre el modo en que vemos y disfrutamos del cine. Una enorme expectativa que la película, mal que le pese a su director, James Cameron, no cumple. Avatar es muchas cosas, muchas buenas y hasta muy buenas también, pero ciertamente no revolucionará el cine. Al menos no más de lo que lo hicieron en su momento El abismo , Terminator y hasta Titanic, por citar algunas de las mejores y más exitosas películas del director. Todos films que, como éste, pretenden impartir una lección sobre el uso irresponsable de la tecnología y las terribles consecuencias que podría enfrentar la humanidad -y la ecología- si se entusiasma con lo que es capaz de hacer y deja de pensar en si debería hacerlo. Y todo utilizando los más nuevos e impresionantes efectos especiales que las computadoras supieran conseguir. El de Cameron siempre fue y sigue siendo un cine de mensajes contradictorios y algo superficiales, y sin embargo extremadamente entretenido. Avatar no es la excepción, sino parte de esa regla, de ese estilo, que incluye, sobre todo, imágenes impresionantes, sorprendentes y, algunas veces, como es el caso, bellas en extremo. El director -fiel a su fama de megalómano, también se ocupó del guión y la edición- creó Pandora, un planeta que en el año 2154 está al borde de ser colonizado por inescrupulosos humanos en busca de un mineral que transformará el lugar de paraíso espiritual a infierno industrial. Con vegetación, paisajes y unos nativos más que exuberantes ?montañas flotantes, pterodáctilos de colores y árboles luminiscentes?, este nuevo mundo es materia ideal para el uso del 3D. Y, a diferencia del resto de las películas que utilizan la técnica sólo para impresionar al espectador como si se tratara del truco de un ilusionista, en Avatar funciona como un puente tendido para acercar lo que se ve en la pantalla a las butacas de la sala de cine. Lo que Cameron no logra con el guión algo previsible y unos diálogos que por momentos parecen dictados por Greenpeace lo consigue con sus imágenes, que incluyen a los Na?vi, habitantes originarios del mundo Pandora. Los gigantes azules de rasgos felinos, largas colas y cabello trenzado con unas prácticas terminaciones nerviosas en las puntas fueron diseñados con una tecnología similar al film de animación digital Los fantasmas de Scrooge. Claro que los personajes de Avatar están tan lejos ?y por encima? de los de la película de Disney protagonizada por Jim Carrey como la Londres victoriana del espacio exterior. Amor azul La historia que cuenta esta película de ciencia ficción comienza con la llegada de un grupo de mercenarios a la base humana en Pandora. Allí, una corporación prepara la definitiva conquista del suelo y de los habitantes del planeta, que aprendieron a desconfiar de los pequeños pero destructivos hombres. Así, para lograr que se rindan sin pelear, un grupo de científicos se acercarán a ellos transformados en versiones Na?vi de sí mismos creadas en un laboratorio. Entre los exploradores estará Jake Scully (Sam Worthington), un ex militar parapléjico que reemplazará en la misión a su fallecido hermano gemelo, un científico listo para integrar el equipo de la doctora Grace Augustine, experta y admiradora del nuevo planeta. Interpretada por Sigourney Weaver, la heroína de la saga Alien (cuya segunda entrega dirigió Cameron), Augustine se suma a la lista de mujeres poderosas, sensatas y sabias que el director suele poner al frente de sus relatos y de sus protagonistas masculinos. Y no es la única en Avatar. Para dar lugar al romance que sus films siempre incluyen aparece Neytiri, una suerte de princesa Na?vi, que será la encargada de enseñarle a Jake los usos y costumbres de los suyos. Con la voz y muchos de los rasgos de la actriz Zoe Saldana (Viaje a las estrellas), a este personaje le tocará transmitir las premisas new age que son el costado más flaco de la película, aunque lo hará desde el lugar de poder que antes ocuparon la Sarah Connor de Terminator, la teniente Ripley de Alien y el personaje central femenino de El abismo. Entretenimiento puro Si bien el director parece tener una habilidad especial para escribir mujeres creíbles y a veces más profundas que las tramas que protagonizan, no parece suceder lo mismo con sus contrapartes masculinas. El personaje de Scully, interpretado con solidez por Worthington, no logra mucho más que cumplir con el estereotipo del converso, mientras que al villano de la historia no le va mejor. El coronel Miles Quaritch (Stephen Lang) es un militar irracional, casi demente, cuyo único objetivo es destruir al enemigo con todas las armas a su disposición, sin aceptar más grises en su razonamiento que el de las bombas que está ansioso por lanzar. Sin contar con un guión especialmente original ni sutil en sus intenciones, Avatar es, de todos modos, un espectáculo cinematográfico alucinante, un viaje a un mundo que al final de las entretenidas más de dos horas y media de metraje al espectador le costará dejar atrás.
Una historia de pérdidas y de tristezas Lacrimógeno relato dirigido por Diego Musiak La película comienza con el ritual del encendido de las velas, costumbre secular pero fundamental de la ceremonia judía en la que los niños de trece años y las niñas de doce celebran su ingreso a la madurez para la religión. En la primera escena la festejada Jenny lee de una carpeta las dedicatorias a sus amigas, su tía, su padre y su hermano. La que falta, la que no está, es la madre, a la que recordará en su última vela. Tan emotivo como efectista, el ritual retratado con fidelidad le presta su tono a toda la película en cuyo guión se apilan la tragedia de la muerte de la mamá, un embarazo no deseado, un novio rockero y un viaje iniciático a Israel. Gracias a unas cartas dejadas por su madre como guía para un futuro del que no podrá formar parte por una enfermedad que nunca es explicada, Jenny conocerá algo de su historia pero, sobre todo, llorará mucho por su pérdida. Interpretada por Gimena Accardi, la chica carga con una tristeza que no impacta más allá de lo superficial ni aporta nada demasiado original en la representación cinematográfica del duelo. Cada vuelta del guión escrito por Andrea Bauab -la boda planeada a las corridas, las dudas sobre el final de la madre y hasta la posibilidad del romance con un amigo de la infancia (interpretado por Fabio Di Tomasso) instalado en Israel- cargan con la obviedad y la precipitación en el desarrollo de un melodrama televisivo sin contar con su encanto episódico, claro. Desde las escenas realizadas en San Luis, hasta los segmentos filmados en los puntos más reconocibles y turísticos de Israel, la cámara de Musiak pinta unos cuadros muchos más interesantes e intrigantes que el relato que acompañan.
Igor, un genio escondido Hay personajes que nacieron para protagonizar y otros creados para acompañar. Claro que como premisa para un relato resulta muy divertido pensar en lo que pasaría si la criatura en las sombras tomara un lugar en el centro del escenario. Esta es la historia que impulsa a Igor . El film animado transcurre en el reino de Malaria, una tierra que luego de una supuesta tragedia que oscureció el sol encontró que la más lucrativa forma de sobrevivir era exportar maldades. Así, sus mayores productores son un grupo de científicos locos que fabrican extraños aparatos con gran capacidad para hacer el mal. Todos con nombres de sonoridad germánica, los inventores siempre tienen intenciones nefastas y un ayudante a mano, Igor, para bajar la palanca y darle vida al monstruo. Las referencias a Frankenstein dan el puntapié inicial de una catarata de guiños a la cultura popular -especialmente la norteamericana-, muy graciosos para los padres jóvenes pero que probablemente excedan los conocimientos y los intereses de los chicos a los que supuestamente está dirigido el film. Si en Shrek la idea de invertir los roles del héroe y el villano típico de los cuentos de hadas fue acompañado por un guión inspirado, aquí la intención de subvertir los papeles al imaginar al científico como un mediocre y a su ayudante como el verdadero genio desesperado por crear vida no va más allá de la buena idea inicial. Con una estética que le debe mucho al imaginario de Tim Burton (especialmente a El extraño mundo de Jack y El cadá ver de la novia), Igor intenta abarcar, con ironía, muchos aspectos de la vida moderna. Especialmente de la vida según Hollywood. Así, el monstruo creado por Igor resulta ser una mujer que por una serie de malentendidos cree ser una actriz a punto de triunfar. La criatura llamada Eva canta canciones del musical Annie y tiene en su lista de cosas para hacer tomar clases de yoga y adoptar chicos del mundo entero. Por momentos muy graciosa, en un estilo irónico y sorprendentemente incorrecto políticamente, la película funciona mejor como homenaje -merecidísimo- a El joven Frankenstein de Mel Brooks que como film para que disfrute el público infantil.