Una de las cualidades que se le puede aplicar a la nueva ola del cine francés, es la vital importancia que se le da a la palabra como forma de reforzar la naturalidad de sus personajes. Generalmente reflejada en el caos personal que atraviesan sus protagonistas y la solitaria condición humana de la sociedad moderna. Abarcando una gran parte de estas características, la actriz y directora Valeria Bruni-Tedeschi profundiza una vez más en la inspiración autobiográfica (mejor dicho autoficción según ella) de sus trabajos anteriores, para la realización de “Un Château en Italie”. Nominada a la palma de oro en el festival de Cannes del año pasado y formando parte de la competencia internacional del pasado BAFICI, la cinta de Bruni Tedeschi cuenta la historia de Louise, una ex actriz un poco perdida y siempre al borde de la histeria, que tras la muerte de su padre se ve obligada junto a su adinerada familia a deshacerse del castillo en donde viven. Por si fuera poco su hermano Ludovic, con el que mantiene una relación muy estrecha, es enfermo de sida. Esto no hace más que profundizar la crisis existencial de la protagonista al verse todavía soltera y sin hijos, cuestionando la fragilidad de la vida y lo poco que aprovechó la suya. En este momento de debilidad conoce a Nathan (Louis Garrell, ex pareja en la vida real de Bruni Tedeschi), un hombre veinte años menor que ella, con el cual comienza una relación y le confía todos sus traumas y conflictos. La historia se divide en tres estaciones (invierno, primavera y verano) a modo de capítulos, denotando de forma ágil y simbólica el paso del tiempo en la relación de pareja y la progresión de la enfermedad de su hermano, el cual se va deteriorando lentamente pero sin perder su fuerte carácter dominante sobre su familia. Desde el punto de vista visual “Un Château en Italie” es impecable, destacándose decorados potenciados por la luz natural de las locaciones francesas e italianas. Por otro lado la película cambia constantemente de tono y de género, siempre manteniéndose entre el drama y la comedia. Pero nunca pierde ese encanto romántico y autentico, generando la sensación de que Bruni Tedeschi, como realizadora y protagonista, se entrega completamente a su creación. A su vez, al transcurrir entre Francia e Italia, la ductilidad de los actores principales de representar dos idiosincrasias tan distintas más allá del idioma, le da a la película la impronta de dos de los cines más importantes de la industria. Combinando la proyección física y emocional del actor italiano con la poética de los diálogos del cine francés. Tampoco pasan inadvertidos los guiños al público más añejo, como la inclusión de “Viva la pappa col pomodoro” de Rita Pavone (y con clip incluido en los créditos) o la pequeña participación del legendario actor egipcio Omar Sharif. Estos son detalles que suman a cualquier película. Ante tantas cualidades, probablemente “Un Château en Italie” pueda pecar de ser algo dispersa en determinados momentos, pero como se pudo ver en su anterior película “Actrices”, Bruni Tedeschi sabe narrar de manera atractiva sus vivencias pero a su vez convertir esas emociones en algo universal para el público. Una muy buena alternativa tanto para el amante del cine francés, como para el espectador ocasional que gusta de una buena historia. Por Nicolás Feldmann
Reivindicando a la parodia Desde hace ya un tiempo que el género de la parodia no pasa por su mejor momento. Con solo ver los estragos generados por el legado de Scary Movie y sus sucesoras bajo el común denominador “movie” (lease Epic Movie y Date Movie), más podemos decir que la formula se fue gastando en los últimos años. Por suerte, de vez en cuando, aparecen películas dispuestas a romper con la monotonía de los géneros que se encuentran estancados. Hoy le toca el turno a What We Do In The Shadows de los neozelandeses Jemaine Clement y Taika Waititi, nombres que probablemente no signifiquen mucho para el que no está familiarizado con la multipremiada serie de HBO “Flight of the Conchords”. El film se plantea desde el recurso tan versátil del mockumentary (falso documental) para retratar la vida cotidiana de un grupo de tradicionales vampiros en la urbe de Nueva Zelanda. Los problemas son los mismos de cualquier grupo de inmortales amigos chupa sangre que conviven en una tenebrosa mansión. Es decir, quién lava la ropa, quién limpia la casa, cómo afeitarse sin poder reflejarse en un espejo, quién consigue los humanos para la cena, situaciones muy frecuentes para cualquier vampiro de la actualidad. Al grupo inicial compuesto por Viago (Taika Waititi), proveniente de la ilustración del siglo XVIII, Vladislav (Jemaine Clement), un sanguinario y mujeriego guerrero del imperio otomano, Deacon (Jonathan Brugh), el rebelde seductor del siglo XIX, y Petyr (Ben Fransham), un ser milenario con gran parecido a Nosferatu, se le suma como nuevo integrante Nick (Cori Gonzalez-Macuer), un vampiro principiante pero con bastantes conocimientos de la diversión nocturna neozelandesa. Es a partir de esta premisa que What We Do In The Shadows triunfa en lo que las demás parodias fracasan. Desarrollando un argumento propio habitado por personajes bien identificables y representativos de cada versión de vampiro en la historia del cine. Es así que con orígenes tan distintos y costumbres tan diferentes entre los personajes, la aparición de problemas en la convivencia dentro de la casa termina siendo algo inevitable. Dando como resultado una serie de situaciones divertidísimas que mantienen a la película en un estado de risa continua. Se nota que Clement y Waititi son grandes fanáticos del género y en vez de caer en lo más obvio y fácil como podría ser una sátira de Crepúsculo o cualquier otra película de terror actual, prefirieron homenajear a todos los clichés vampíricos del cine clásico. Posibilitando un desarrollo de la historia más orgánico y evitando convertirse en una simple suma de escenas paródicas inconexas totalmente dependientes del argumento de las películas a parodiar. Tras convertirse en la sorpresa del último festival internacional de Mar del Plata, está más que claro que el boca a boca fue la principal razón para que esta película tenga su merecido lugar dentro de la programación del actual BAFICI y de nuestra cartelera comercial para principios de Mayo. Oportunidades para poder disfrutarla en pantalla grande no faltan.
Unidos y organizados Continuando con el paso firme y abrumador de las últimas producciones de Marvel, llega la segunda entrega del grupo de superhéroes estrella de la editorial de comics norteamericana. Y con el difícil objetivo de despejar todas las dudas que podían suponer un posible estancamiento de la fórmula. Aunque después de once películas el factor sorpresa ya sea prácticamente nulo. El equipo compuesto por Iron Man (Robert Downey Jr.), Thor (Chris Hemsworth), el Capitán América (Chris Evans), Bruce “Hulk” Banner (Mark Ruffalo), Hawkeye (Jeremy Renner) y Black Widow (Scarlett Johansson) no se toma mucho tiempo para las presentaciones y recién comenzada la película ya los vemos envueltos en una batalla campal dentro de una base militar en la “lejana y fría” Europa oriental. Este combate a modo de prólogo es casi una muestra de lo que se verá el resto de las casi dos horas y media que dura el film: Mucha pelea, diálogos mordaces y muchos efectos especiales. Es que ni siquiera enfrentando a Ultron (una inteligencia artificial rebelde con el único objetivo de extinguir a la raza humana para hacerla “evolucionar”) y a todo su ejército de robots, los avengers dejan de hacer fan-service con comentarios irónicos sobre todo lo que sucede durante la lucha. Joss Whedon sabe muy bien como equilibrar a este elenco de personajes ya de por sí carismáticos individualmente, concediéndoles a cada uno su momento específico para que se luzca en la gran pantalla. Claro que cada uno tiene su favorito, pero es evidente que Iron Man, el Capitan América y Thor se roban gran parte de la escena. Aunque la trama también se toma su tiempo para desarrollar la relación romántica entre Hulk y Black Widow, algo que entre toda la vorágine es de agradecer para variar entre tantos tiros y piñas. Del mismo modo hay que destacar al villano Ultron, el cual tiene el carisma suficiente para no convertirse solamente en el malo de turno. Sea por sus motivaciones dignas del evolucionismo más radical como también en gran medida gracias a la inconfundible voz de James Spader, que dota al personaje de un aura lúgubre y siniestra ya desde su primera aparición en escena. Avengers: Age of Ultron es lo que todo fanático del universo cinematográfico de Marvel podía esperar de esta secuela. Más peleas, más grandilocuencia, más efectos especiales, en definitiva lo mismo pero mejor. No obstante si les gusta el género de los superhéroes pero con un poco más de debate ético, la solución sería esperar al estreno de Batman v Superman: Dawn of Justice. DC tiene la palabra ahora.
Regreso a los orígenes “Big Eyes” es el nuevo intento por parte de Tim Burton de recuperarse de ese estancamiento artístico que hace ya varios años viene demostrando en sus películas. Y es que obviando algunas excepciones, la cinematografía del californiano ya no tiene el mismo impacto que antes, allá por los tiempos de “Beatlejuice” o “Big Fish”. A pesar de todo, la idea de regresar a las historias más terrenales y no tan estrafalarias de sus últimas producciones podía esperanzarnos a los todavía fanáticos de su particular mirada. Es así que volvió a reunirse con Scott Alexander y Larry Karaszewski (los guionistas de su probablemente mejor película, “Ed Wood”) para recrear de alguna manera esa impronta de emotividad y nostalgia propia de sus primeros trabajos. Aunque el resultado diste bastante de ser el retorno triunfal que en los papeles parecía pronosticar. Con los ojos bien abiertos Basada en una historia real, “Big Eyes” gira alrededor de Margaret Keane (interpretada por Amy Adams), creadora de una serie de cuadros muy reconocidos en los años 50’, que a partir de la manipulación de su segundo esposo Walter (Christoph Waltz) se ve obligada a cederle la autoría a cambio de mayores ventas dentro del machismo reinante en el ámbito artístico de la época. Producto del carisma de su marido, las pinturas rápidamente se volvieron un furor entre los adinerados coleccionistas de arte como también en la gente común que prefería comprar afiches o imitaciones. Mientras que Margaret era la responsable de pintar en masa esos cuadros desde la oscuridad de un altillo en su casa, Walter era la cara visible que se llevaba todo el reconocimiento. Un buen día Margaret decide separarse para contar toda la verdad de una vez por todas. Aunque después de tantos años quizás no sea tan fácil desbaratar el imperio publicitario fundado por su ex-marido. Otro intento fallido El principal problema de “Big Eyes” reside en la narración demasiado apresurada como forma de aportarle dinamismo a una historia que ya de por sí es una adaptación libre de una historia real. Los años pasan dentro del relato pero los personajes carecen de un desarrollo emocional más de lo que ya se puede ver desde los primeros quince minutos. Sin contar la casi nula importancia de los personajes secundarios. Y ya que hablamos de los personajes, lo que más puede llegar a irritar es la actitud exageradamente pasiva otorgada al personaje de Amy Adams (aunque argumentalmente esté justificada por la opresión masculina de mitad de siglo XX), totalmente opuesta a la desproporcionada interpretación de Christoph Waltz, que en algunas ocasiones llega a situarse entre lo caricaturesco y lo ridículo. Y esto es algo puntualmente llamativo teniendo en cuenta que los dos actores suelen destacarse como grandes intérpretes. De todas formas estamos frente a una película que cuando decide tomarse su tiempo, tiene momentos brillantes en donde se logra ver el toque detallista al mejor estilo “Edward Scissorhands” que tanto cimentaron la carrera de Burton. Quedando la duda sobre si este bajón artístico se debe más a una falta de confianza frente al posible fracaso de taquilla y no como fruto de la pérdida de talento. Podemos decir que “Big Eyes” no es el regreso a los orígenes de las cinematografía Burtoniana que tanto se esperaba. No obstante si se la compara con otros films fallidos como “Dark Shadows”, la historia de Margaret Keane no sale tan mal parada. Y en el mejor de los casos (con el permiso de los pesimistas) dejándonos una luz al final del túnel para que en un futuro cercano vuelva a realizar esas películas tanto disfrutamos hace unos años. Vayan marcando Beatlejuice 2 en sus calendarios.
Con los tapones de punta Después de muchas interpretaciones fallidas por parte del cine estadounidense con respecto a nuestro amado “Soccer”, podemos sentirnos felices de por fin disfrutar de una película que hable con soltura y conocimiento del mundo del futbol. “El 5 de Talleres” es la historia del Patón Bonassiolle (Esteban Lamothe), veterano volante central de Talleres de Remedios de Escalada, considerado referente dentro y fuera de la cancha por sus compañeros y su leal hinchada. Un jugador que con sus capacidades de liderazgo como también su rústica solidez defensiva lo convierten en una pieza clave para ganar los duros partidos de la primera C, aunque muchas veces sea la causante de ser expulsado bastante seguido y dejar a su equipo con uno menos. Es así que después de una de sus habituales expulsiones es suspendido por ocho partidos y es obligado a tener que perderse casi todo el resto del campeonato. Todo este tiempo libre sin tener que entrenar lo hacen reflexionar a sus 35 años y tomar la dura decisión de colgar los botines. Está claro que el desgaste físico es mucho peor que antes, pero el principal problema para Bonassiolle es darse cuenta que nunca supo ganarse la vida de otra manera que no sea jugando a la pelota. Un problema muy común en el ámbito de los jugadores retirados. Por suerte el Patón no está solo en esta nueva etapa. Su novia Ale (Julieta Zylberberg) va a ser la encargada de brindarle su apoyo incondicional para encarar de la mejor forma la difícil situación del retiro. Sin golpes bajos La nueva película de Adrián Biniez, director de “Gigante” (2009), conserva mucho de la sutileza narrativa que demostró en su ópera prima. Una cualidad que se hace notoria a la hora de retratar de forma orgánica y verosímil el proceso emocional por el que va transitando el protagonista. En esta película no hay lugar para los golpes bajos. Los aciertos y errores forman parte de la naturaleza de los personajes y no de un guion en el que se le puedan ver los hilos. Dando la sensación que el momento por el que debe pasar el personaje principal y sus pensamientos en cuanto a eso son mucho más lógicos de lo que pueden parecer al principio. Parte de ese encanto se debe gracias a la acertada interpretación de Esteban Lamothe, que no se destacará por su versatilidad actoral, pero el método para encarnar al personaje del patón Bonassiolle le queda perfecto. Complementado por su mujer Julieta Zylberberg, en la que encuentra una compañera ideal en la difícil tarea de representar de manera creíble a una pareja con dificultades para entenderse. Muy pocas veces se puede encontrar el equilibrio dentro del llamado “costumbrismo” argentino y no caer ni una sola vez en enfatizar artificialmente los momentos más emotivos. Biniez lo sabe muy bien y convierte su segundo largometraje en un relato de perseverancia y autosuperación sin dejar de lado la dinámica narrativa. A simple vista “El 5 de Talleres” parecerá solamente un guiño al hincha del futbol, particularmente del ascenso. Pero si le quitamos el folclore futbolero y las referencias deportivas, nos queda el costado humano de cualquier persona en busca de rescribir su futuro y solucionar cuentas pendientes. Y a fin de cuentas eso es más o menos lo que todos intentamos hacer en nuestro día a día.
Cuando el árbol tapa el bosque Campusano regresa al cine que tanto lo representa y le gusta hacer. Ese que intenta mostrarnos el costado oculto de los bajos fondos del conurbano con toda su fauna y situaciones características. Desde el principio se nota que “El Perro Molina” vendría a ser una propuesta mucho más ambiciosa y a su vez más tradicional si la comparamos con películas anteriores suyas como “Vikingo” o “Fango”. Pero en eso se queda, en un intento. Totalmente bastardeada por actuaciones de cartón, diálogos sobreescritos y una historia digna de las telenovelas brasileñas, cuesta entender cómo se pudo incluir esta película en la competencia internacional del festival de Mar del Plata a la par de largometrajes de primer nivel. Comencemos con la historia. Antonio “el perro” Molina (Daniel Quaranta) es uno de esos asesinos a sueldo con códigos. Un viejo lobo de mar cansado de realizar el trabajo sucio de otros dispuesto retirarse al ver que los pibes de hoy no tienen la misma lealtad que él tanto defiende. Y como último trabajo decide asociarse con Ramón (Damián Avila), novato dentro del mundo criminal y aprendiz de Molina.El-Perro-Molina Paralelamente a esto se nos cuenta la historia de Natalia (Florencia Bobadilla), esposa y víctima del corrupto comisario de la zona (Ricardo Garino), que tras descubrir por enésima vez que su marido la engaña decide vengarse de la manera más inteligente que se le podía ocurrir, se hace prostituta. Ya con el orgullo tocado, el policía decide llamar a Molina para que se haga cargo de un tal “Calavera” (Carlos Vuletich), el dueño del prostíbulo al que fue a parar su ex esposa, sin saber que este es uno de los pocos amigos que le quedan al protagonista dentro de su vida de forajido. Después de esto el argumento se convierte en un enredo con triángulos amorosos, tiroteos absurdos y discursos solemnes que no llevan a ningún lado. Aunque probablemente este no sea su peor problema. Como adelanté al principio son sus paupérrimas actuaciones las que hacen que todo este relato pierda la intensidad que Campusano seguramente tenía en mente. Porque si bien se nota que la película es bastante prolija a nivel técnico, es el pobre desempeño actoral lo que genera una total sensación de incredulidad en todo el relato. Desde los diálogos claramente artificiales y esa maldita necesidad de a veces hacer hablar a los personajes en neutro (un ejemplo claro es escuchar diálogos tan poco naturales en el conurbano como “espérame que yo te avisaré”) hasta la forma casi declamada incluso para pedir un mate. Esto da la sensación que a pesar de las limitaciones de un elenco a simple vista falto de experiencia, estas falencias tienen más que ver con una mala dirección de actores. Pero sucede que el mismo Campusano es el que sostiene según sus propias palabras que prefiere “que los cuerpos digan su verdad y no que la técnica diga sus mentiras”, dando a entender que este estilo de intepretación es casi a pedido. elperromolina_3No es por ponerme purista (y es que claramente no existe una única verdad en el cine) pero me inclino por pensar que una mala actuación de ninguna manera tendría que ser tomada como una decisión estética (para la sobreactuación está la sátira o la parodia). Y mucho menos si lo que se quiere contar es un drama. Porque lamentablemente si la idea del director no fuera retratar de forma dura y cruel la marginalidad, la corrupción policial y la falta de lealtad en un mundo violento, estas interpretaciones hasta podrían causar gracia. Y todo esto queda en evidencia si vemos películas recientes del neorrealismo argentino como “Mauro” de Hernán Rosselli que demuestran que ningún método actoral “fingido” puede arruinar la experiencia de mostrar al conurbano y sus antihéroes al natural, tal cual nos los imaginamos. Por eso es que “El Perro Molina” deja un sabor amargo al ver que una idea con mucho potencial junto a la disponibilidad de locaciones perfectas para plasmarla, se traduzca en una película que nos representa con tanta disparidad a nivel internacional. Será este un llamado de atención para Campusano a la hora de elegir el elenco para su próximo proyecto y que esto no contamine su ya visceral forma de ver el cine.
El recuerdo de un recuerdo La memoria es uno de los mecanismos más curiosos y a la vez más complejos de analizar. Ese archivo en donde guardamos todos nuestros recuerdos y que al mismo tiempo intentamos darles un significado para interpretar de todo lo que sucede a nuestro alrededor. Basada en la exitosa novela del escritor Steve J. Watson, “Antes de despertar” nos cuenta la historia de Christine (Nicole Kidman), una mujer amnésica incapaz de poder formar nuevos recuerdos. Cada día en su vida se basa en descubrir una y otra vez todo lo que sucedió desde que sufrió un terrible accidente que la dejo en ese estado. Todas las mañanas transcurren igual. Su marido Ben (Colin Firth) le cuenta que están casados hace catorce años, le deja recordatorios sobre las cosas importantes de la casa y se va a trabajar. Dejando a Christine en un estado de incertidumbre propio de alguien que se acaba de enterar que perdió los últimos veinte años de su vida. Pero como no todo es lo que parece, y menos en un thriller, Christine recibe el llamado de un tal Doctor Nash (Mark Strong). Un neurólogo con el cual viene recibiendo un tratamiento en secreto para recuperar su memoria. A través de una cámara digital en donde la protagonista va registrando de forma cotidiana las distintas revelaciones que va teniendo sobre el origen de su enfermedad. IMG_0053.CR2 Con claras influencias de “Memento” (2000) en cuanto a la utilización de una narrativa fragmentada y anacrónica, el director Rowan Joffe logra recrear una atmósfera de tensión constante. Reforzada por una banda de sonido que acompaña el suspenso pero que en algunas ocasiones se hace un poco forzada en busca de angustiar al espectador. Uno de los puntos fuertes del film son las constantes vueltas de tuerca en el argumento que llegan a ser lo suficientemente inesperadas para sorprender. Aunque a veces da la sensación que la historia nunca se complejiza demasiado por temor a perder al público, apostando solo lo justo y necesario para mantener el suspenso. De todas formas lo que hace que la película despegue son las sobrias interpretaciones de la pareja principal compuesta por Nicole Kidman y Colin Firth. La actriz australiana hace bastante que intenta distanciarse de sus papeles románticos y en este caso no hace más que demostrar una ductilidad notable para poder sobrellevar con soltura un papel tan exigente a nivel emocional. Por otra parte Colin Firth se muestra en un lugar cómodo desde su característica parsimonia inglesa. Pero con el correr de los minutos demuestra una vez más por qué se ha convertido en uno de los actores más versátiles del cine. Hay que destacar que más allá de sus falencias, el film tiene como mayor virtud que su argumento atrapa. Y probablemente sea la naturaleza vulnerable que logra exhibir Nicole Kidman, y profundizada con numerosos primeros planos, lo que consiga mantenernos enganchados para saber cómo termina. “Antes de Despertar” no reinventa la rueda, pero cumple y bastante si lo que se busca es estar al borde del asiento sacando conclusiones durante los poco más de noventa minutos que dura la película. Por Nicolás Feldmann
Pasión y locura. Esas dos cualidades lamentablemente tan humanas son las que intentó darle Szifron a su serie de relatos salvajes. Porque como diría alguna vez el gran Joker de Alan Moore, “La locura es una solución válida a la realidad”. Y aquí el joven director no hace más que afirmar que solo de los problemas más triviales puede salir la peor versión de nosotros. Casi nueve años más tarde nos encontramos con el regreso del niño mimado de nuestro cine a la pantalla grande. Y es que en la actualidad no hay ningún otro director nacional que pueda andar entre el camino de lo irreverente y comercial con tanta comodidad y destreza. Ni siquiera el clásico costumbrismo de Campanella. Pero Szifron lo hizo otra vez. “Relatos Salvajes” llega como una película ganadora, arrasadora por donde se la mire. Siendo proyectada en casi 300 salas y contando con un elenco de primer nivel, presupuestos astronómicos para una producción argentina, y a falta de uno, SEIS guiones igualmente sólidos. Queda sobrentendido que con todo esto a su favor podemos decir que el margen de error en las expectativas era bastante pequeño. Pero hablemos de “Relatos Salvajes” como película. Una serie de seis historias sin ninguna vinculación entre sí más que por la atmosfera de violencia contenida (e incontenida) que desarrollan todos los personajes ante situaciones totalmente extremas. Y es aquí donde se puede ver la gran versatilidad que tiene Damián Szifron detrás de cámara: La película podrá girar en torno de la violencia, pero no es el mismo tipo de violencia el que prima todos los cortos. En las distintas historias que se nos van narrando podemos ver desde la violencia más explícita como la física y la verbal (puntualmente las protagonizadas por Rita Corteze/julieta zylberberg y Leonardo Sbaraglia) hasta la violencia más calculadora vista desde un punto de vista social o burocrático (representada en las historias protagonizadas por Darío Grandinetti, Ricardo Darín y Oscar Martinez). Por último surge desde otra mirada la historia protagonizada por Érica Rivas como la versión más simbólica de la violencia pasional, en donde el amor es el vehículo para llegar a la locura. Hay que aclarar que en un principio “Relatos Salvajes” podrá parecer a simple vista una apología de la violencia, pero no lo es. Ya desde “Los Simuladores” que Szifron siempre juguetea con esa fantasía de la justicia mano propia ante los villanos cotidianos. Pero en este caso, el realizador se aseguró de que la impronta de cada relato por separado este de lo más cuidada para que lo que podía llegar a generarnos una empatía en determinado momento, al siguiente nos haga reflexionar si realmente apoyamos las distintas decisiones que toman los protagonistas. Relatos_1 Otro elemento que suma, y mucho, es el humor negro bien cercano al estilo de la primera época de Alex de la Iglesia. Con esto elimina a grandes rasgos esa misantropía que algunos detractores de Szifron podrían criticarle. Y es que en todo momento el director no duda en torturar a sus personajes llevándolos hasta el límite. Un límite capaz de hacernos reflexionar como espectadores si en realidad todo lo que se muestra no es definitiva una faceta humana sin explorar en un mundo lleno de injusticias. Y si con el humor negro no alcanza, nos queda el ingenioso simbolismo que el director nos plantea desde el primer momento de los créditos iniciales relacionando el nombre de los intérpretes con fotografías de animales salvajes, adelantando de alguna manera la vorágine que está por venir. Digno de destacar también en este dream team del cine es la colaboración de Gustavo Santaolalla en la musicalización del film. Y retomando de alguna manera ese estilo tan western que tan bien supo confeccionar Guillermo Guareschi en “Tiempo de Valientes” (Gran análisis de esta banda sonora por parte de Gastón Pereyra), el músico doblemente ganador del Oscar elabora una cortina capaz de acompañar de la mejor manera la crudeza de estas pequeñas narraciones. Por último es interesante analizar también un poco la naturaleza de los personajes que se ven representados en cada una de estas historias. El creador de “Los simuladores” y “Hermanos y Detectives” siempre se caracterizó por desarrollar protagonistas masculinos en plena crisis existencial y pertenecientes a una clase media acomodada, algo también visto en los protagonistas de sus dos películas anteriores personificados por Daniel Hendler y Diego Peretti. Pero en “Relatos Salvajes” tenemos la inclusión de los primeros personajes femeninos influyentes en la cinematografía de Szifron. Las participaciones de Érica Rivas y Rita Cortese se podría decir que son las que revitalizan al género femenino en un contexto en donde la violencia no es meramente una cuestión de fuerza física. Esto es algo para destacar teniendo en cuenta que en “Tiempo de Valientes” la única mujer que aparece en pantalla termina escapándose de la acción y huyendo a casa de sus padres (como también destaca Melina Cherro en este ensayo). “Relatos Salvajes” tranquilamente podría haber sido el nuevo proyecto televisivo al mejor estilo “La dimensión desconocida” y significaría el regreso triunfal de Damián Szifrón a un medio que ya conoce muy bien. La razón por la que este conjunto de cortometrajes se convirtió en película más que en serie de TV es la posibilidad de promocionarla en los principales festivales de cine. Eso y la intervención del legendario Pedro Almodóvar con el “cuasi” padrinazgo que le otorgó con su productora El Deseo. Pero si algo queda claro es que Szifr0n tiene bien en claro que quiere contar y de qué manera. Actualmente es el único capaz de tomar los riesgos necesarios e imponer una mirada propia en un género al que las distribuidoras no le tienen mucha confianza. Será cuestión de esperar a que su próximo proyecto no se demore nueve años más. Acá, seguidores de su estilo sobran.
MAURO de HERNAN ROSSELLI El contexto histórico denota indudablemente la forma de contar historias. Y evidentemente el nuevo cine argentino se tuvo que ir renovando en los últimos veinte años para estar a la altura de las circunstancias. Precisamente con la ostentación y la fragilidad económica de la década del 90 surge el neorrealismo en nuestro cine, que da lugar a los “antihéroes” de todos los días. ¿Por qué es necesario hacer esta pequeña reseña histórica? Porque después de varios años de depuración del género, “Mauro” vendría a ser el mayor exponente del neorrealismo argentino en la actualidad. Mauro es un “pasador”. Es el encargado de comprar cosas con billetes falsos y hacer diferencia con los vueltos. Además es el dueño, junto a su amigo Luís, de un taller de serigrafía totalmente equipado para fabricar aún más efectivo trucho. En una de sus salidas por los boliches de zona sur conoce a Paula, con la cuál comienza una relación que pronto pondrá en riesgo tanto su negocio como sus relaciones personales. La película del debutante Hernán Rosselli (montajista de campanella, esta es su primera experiencia como director) cuenta una historia relativamente simple. Pero no está en el “qué” sino en el “cómo” la clave para poder apreciar su ópera prima. Desde el comienzo se infiere en el film una esencia de verdad al retratar la vida de este hombre que paradójicamente se dedica a falsificar dinero. Los diálogos y las interpretaciones parecen tan verídicas que en algunos casos parece que fuéramos espectadores de un documental y no de una ficción. Especialmente cuando se muestra de forma extremadamente detallada el método que utilizan los personajes para elaborar sus propios billetes. Esta “crudeza” (si se puede denominar así) con la que se representa el submundo del conurbano, se ve potenciado por la elección del director al conservar el eco de algunas locaciones y así obtener un sonido más natural y no tan artificial. Haciendo recordar en algunas ocasiones a los comienzos de la filmografía de Pablo Trapero con trabajos como “Mundo grúa” y “Leonera”, “Mauro” viene a ser un más que auspicioso debut para Rosselli. Ahora solo queda esperar por su próximo proyecto.