No se puede caer más bajo Quién hubiera imaginado que Robert De Niro, legendario actor de Taxi Driver (1976), Toro Salvaje (1980) y Cabo de Miedo (1991), entre tantos otros hitos del cine, llegaría a conformarse en su vejez con participar de películas tan burdas y poco imaginativas como Mi Abuelo es un Peligro (Dirty Grandpa, 2016). Y esta duda también incluye a Zac Effron, quien ya tuvo la oportunidad de demostrar como actor que no se conforma con ser solamente un galán juvenil. De Niro es Dick, un ex agente del servicio secreto recientemente viudo, con ganas de aprovechar su nueva soltería después de cuarenta años de matrimonio. Para eso engaña a su prudente nieto Jason (Effron) para que lo acompañe a Florida con la excusa de cumplirle una promesa a su esposa fallecida. Aunque no pasará mucho tiempo hasta que Jason descubra la verdadera razón de su abuelo para realizar este viaje: Seducir universitarias durante el receso escolar. Para colmo su tiránica y posesiva prometida Meredith (Juliann Hough) no para de controlarlo por teléfono mientras Dick intenta por todos los medios posibles llevarse alguna chica a su cama. En el camino se encontrarán con Shadia (Zoey Deutch), una ex compañera de Jason de la secundaria, y su amiga Leonore (Aubrey Plaza), una ninfómana con un fetiche por los hombres mayores, para las cuales no cuesta imaginar el rol que cumplirán el resto de la historia y su relación con los protagonistas. El director de Mi abuelo es un peligro, Dan Mazer (conocido solamente por producir los proyectos de Sacha Baron Cohen) apela al humor escatológico, como también a las constantes referencias sexuales, de forma tan directa y grosera que hasta hace perder el factor controversial que tanto parece andar buscando. Existen varias teorías sobre la comedia, pero si hay algo que va de la mano de un buen chiste es la sutileza con la que se deja caer. De esta manera los gags directamente no tienen gracia, y eso es algo en donde la película fracasa estrepitosamente, situándose entre el mal gusto y la incorrección política fortuita. Por otro lado se nota que De Niro y Effron intentan hasta donde más pueden por sacar a flote un guion condenado a mostrar lo peor de ellos. No es que haya tampoco mucho lugar para el lucimiento de ambos, pero se percibe una química entre abuelo y nieto que aporta a que este film no sea peor de lo que ya es. Mi abuelo es un peligro resulta ser una comedia totalmente olvidable para la que ni siquiera vale la pena verla por curiosidad. Sólo los/las que deseen ver a Zac Effron mostrando su físico de gimnasio van a poder sacar algo limpio, mientras que Robert De Niro debería replantearse un poco mejor la elección de sus papeles.
En el Nombre del Padre Dentro del llamado costumbrismo que Daniel Burman instala en sus películas, se trata de una cualidad del director hacer que el espectador se identifique con una realidad que nunca va a poder serle ajena del todo. En muchos casos esto se da a través del judaísmo (temática omnipresente en casi toda su filmografía), y en otros desde la identificación emocional con situaciones y personajes, creados a imagen y semejanza del porteño promedio. Pero a pesar de que esta característica tan habitual del cine argentino pueda sonar algunas veces repetitiva, nunca llega a serlo cuando Burman está al frente. Desde un primer momento se nota que “El Rey del Once” es producto del gusto de Burman por comprender el vínculo único entre padres e hijos, tal como se vio en “El Abrazo Partido” (2003) y “Derecho de Familia” (2005). Aunque el protagonista real, por detrás de cualquier otra interpretación que tenga la película, sea definitivamente el barrio del Once y su fauna cotidiana. Después de trabajar muchos años en Estados Unidos, Ariel (un excelente Alan Sabbagh) vuelve a la Argentina – más precisamente al Once – para reencontrarse con su padre Usher y solucionar algunos temas pendientes. Su padre es el director de una entidad de ayuda a la comunidad judía más necesitada, que provee desde medicamentos hasta comida Kosher a los judios menos pudientes. Una tarea realmente admirable, pero es la principal causa de la ausencia de Usher en los momentos importantes de la vida de Ariel. Algo que aún con su regreso, sigue siendo una prioridad después de tanto tiempo. Un poco perdido entre la vorágine de fábricas de tela y los puestos ambulantes, a Ariel no le queda otra que reintegrarse al universo religioso que tanto rechazó de chico. Es así que no pasa mucho tiempo hasta que conoce a Eva (Julieta Zylberberg), una judía ortodoxa muda – o que decide serlo –, con la cual ayuda en la fundación mientras espera volver a ver a su padre. Burman retrata de forma magistral un mundo tan heterogéneo como es el barrio de Once, regido por sus propias reglas y costumbres. Cada calle repleta de vidrieras, vendedores ambulantes y cajas de mercadería, representa el caos ordenado en el que Ariel se tiene manejar todos los días realizando los encargos que le da Usher por teléfono. Y todo esto acompañado de las constantes referencias a la cultura hebrea, con su filosofía y tradiciones más características. “El Rey del Once” probablemente sea la película de Burman con m influencia de la religión judía, a diferencia de otros films en los cuales este factor sólo cumplía el rol de ser un simple contexto. Y es a partir de esa determinación, que promediando la segunda mitad de la película se deja de lado la impronta cómica, para pasar a una especie de adoctrinamiento en cuanto la búsqueda de la fe perdida, obviando los traumas y razones lógicas por las cuales el protagonista se alejó del judaísmo en primer lugar. Esto al final termina haciendo que gran parte de los asuntos sin resolver de Ariel, sean minimizados con el sólo hecho de buscar en las costumbres la solución a cualquier conflicto emocional del pasado. A fin de cuentas este giro dependerá de la predisposición del espectador a inclinarse por creer o no que la fe puede mover montañas. Para el resto nos queda solamente apreciar a Burman como un buen director, independientemente de sus creencias.
Con lo justo y necesario Lo que en su momento comenzó siendo la secuela de “Se7en” (1995), obra maestra de David Fincher, recorrió distintas productoras y cambios de guionista a lo largo de estos últimos años, para finalmente recaer en el novel director brasileño Afonso Poyart. Que si bien toma las nociones básicas del thriller psicológico policial para realizar un correcto debut Hollywoodense, cuenta con un handycap importante al contar con Anthony Hopkins y Collin Farrell entre sus dirigidos. Aunque el producto final no pase de ser una película del montón. Joe Merriwather (Jeffrey Dean Morgan) y Katherine Cowles (Abbie Cornish) son dos agentes del FBI envueltos en la búsqueda de un asesino serial (Farrell) capaz de matar de forma indolora introduciendo un punzón en la base del cráneo de sus víctimas. Este extraño método y las crípticas pistas dejadas adrede en cada escena del crimen, demuestran que este psicópata piadoso es demasiado hábil para ser atrapado con una investigación convencional. Es así que los agentes recurren a John Clancy (Hopkins), un médico retirado con habilidades psíquicas para poder adelantarse a los siguientes crímenes antes que sucedan. Dentro de la vorágine de visiones y clarividencias, Clancy no tardará en descubrir que el asesino también puede ver el futuro y que gracias a eso elige entre sus víctimas a pacientes terminales como forma de evitarles el sufrimiento. Lo que desencadenará una lucha de egos entre ambos psíquicos, con el condimento de poner en juego el dilema ético de aceptar la eutanasia como solución al dolor o enfrentar el destino sea cual fuere. Solace (2015) Sin ser una maravilla, “En la Mente del Asesino” transita con facilidad momentos de acción a base de escenas en cámara lenta muy bien logradas, a disminuir el ritmo con secuencias más introspectivas, centradas en el pasado (y futuro) de cada personaje y sus motivaciones. De todas formas la historia funciona siempre y cuando se tome como verosímil que una investigación policial se guie casi exclusivamente en la habilidad de predecir el futuro. Y eso es algo que a pesar de los clichés del género, el film se toma completamente en serio sin que esto signifique tener que plantear una batalla entre escépticos y creyentes. Aunque a veces el guion se exceda un poco en los límites de este superpoder para hacer avanzar la trama. Anthony Hopkins y Collin Farrell son claramente las figuras principales que le dan un pequeño atractivo adicional a la película, pero no es que haya mucho que destacar sobre sus interpretaciones, o las del elenco en general. En realidad es más el estilo visual elegido por Poyart, en una mezcla entre alucinógeno y noire, lo que hace que un argumento algo limitado genere un poco más de interés del que debería. Dentro de sus limitaciones, no llega a ser del todo condenable por ser un debut con presupuesto acotado. Aunque quizás sea más la decepción de intentar verla por la presencia de Hopkins y Farrell en el afiche y encontrarse con que la película no supera el aceptable. En la Mente del Asesino resulta una película para ver un Domingo lluvioso por cable y sin muchas más pretensiones.
El universo en una habitación Pocas películas pueden jactarse de compenetrar tan poderosamente con el espectador, como lo logra “Room” sin caer en los sensacionalismos ni en dramatismos redundantes. La historia de una mujer y su hijo encerrados por un psicópata en una pequeña habitación podía prestarse a miles de posibles interpretaciones, teniendo en cuenta la facilidad con la que Hollywood pierde el equilibrio entre el melodrama y lo estrictamente morboso. Sin embargo gran parte de este éxito se debe a que nos encontramos frente a una historia que a simple vista puede tratar solamente los horrores de un secuestro y sus abusos tanto físicos como psicológicos, pero que termina convirtiéndose sin dudas en la representación más pura del amor entre madre e hijo. Y es ese pilar fundamental lo que hace que su director Lenny Abrahamson — reconocido por otras joyas independientes como “What Richard Did” (2012) y “Frank” (2014) — junto a la guionista y escritora Emma Donoghue (encargada de adaptar su propia novela), decidan no focalizarse en el hecho del rapto en sí como un motivo más que suficiente para la venganza con su captor, sino en el proceso emocional de los protagonistas en cuanto al encierro y su noción de libertad. Hace poco más de 7 años que Joy (Brie Larson) y su pequeño Jack (Jacob Tremblay) se encuentran atrapados en un reducido cobertizo sin ventanas. Viviendo a duras penas con lo mínimo indispensable proporcionado por el secuestrador (Sean Bridgers), logran pasar el día a día imaginando ese minúsculo espacio como la única realidad posible. O al menos eso es lo que Joy intenta hacerle creer a Jack para hacer menos terrible su infancia. Para Jack no existe otro mundo que no sea “ La Habitación” (forma a la que se refiere a ese universo de 10 m²) y llega a aceptar lo aberrante como algo normal. Pero cuando el niño comienza a ver a su carcelero como un dios generoso, Joy se verá obligada a romper con la fantasía y explicarle la cruda verdad. Room (2015) Abrahamson nos plantea este escenario claustrofóbico a través de la mirada curiosa constante de un nene de 5 años que no termina de ver la gravedad de algunas situaciones. Será por eso que el director prefiere quitar la cámara a un lado en los momentos más explícitos, dejando al espectador la responsabilidad de llenar los espacios en blanco con los sucesos dramáticos subyacentes que Jack no llega a comprender. Otro gran acierto, y sin temor a destripar más del argumento que lo que ya se adelanta en los trailers, es que la película se divide en dos etapas completamente distintas dentro de este calvario. Mientras que por lo general este tipo de historias terminaría en el momento en el que logran escapar de la habitación, “Room” se da el lujo de exponer en su segunda mitad la lógica adaptación al mundo exterior y las consecuentes secuelas psicológicas que pueden generar 7 años de cautiverio. Algo no solamente novedoso, sino también excelentemente desarrollado a nivel narrativo. Párrafo aparte merecen las actuaciones de Brie Larson y Jacob Tremblay. Ambos recrean un vínculo afectivo como madre e hijo tan orgánico y conmovedor pocas veces visto en pantalla. Larson sabe equilibrar de manera magistral la angustia del aislamiento con la delicada fortaleza emocional que debe demostrar para tranquilizar a Jack. Realmente no sorprende que haya ganado un Globo de Oro y el Critic´s Choice, entre otros premios, por este rol. Mientras que Jacob Tremblay, en cambio, significa una verdadera revelación al interpretar con la solvencia de un adulto, un papel por demás oscuro para un niño de 8 años. De ahora en adelante su nombre tendrá que ser tenido bien en cuenta dentro del ámbito cinematográfico. De esta manera “Room” (2015) se destaca excepcionalmente en conjunto, a partir de la perfecta combinación entre dirección, guion y actores. Y aunque le sea imposible competir con los abultados presupuestos de sus competidoras por el Oscar a mejor película, sus cuatro nominaciones le han dado un más que merecido reconocimiento tratándose de una producción independiente.
Economía para tontos Lo primero que viene a la cabeza al ver La Gran Apuesta (The Big Short, 2015), es que el mundo de la macroeconomía se traduce en uno de los más complejos y difíciles de entender para el común denominador de la gente. Más de uno se habrá encontrado atónito al ver en los portales de noticias decenas de análisis, estudios y reflexiones sobre las causas de la crisis financiera global ocurrida en 2008. Y no es para menos, teniendo en cuenta que casi ningún economista se esmera en simplificar sus comentarios. Su director Adam Mckay – conocido principalmente por su faceta cómica en Saturday Night Live o su sociedad cinematográfica con Will Ferrell – decide tomar esta temática de lo más confusa para la mayoría, y la convierte en una comedia con tenor documentalista al alcance del más novato en materia económica. Y como si esto fuera poco, convoca a un elenco de primera línea y cameos de celebridades varias, para que sea aún más atractiva para el público en general. Haciendo un poco de revisionismo histórico, allá por 2005, el confiable mercado inmobiliario estadounidense ya comenzaba a mostrar debilidades a través de los miles de préstamos hipotecarios que los bancos regalaban a cambio de altísimos intereses. Esa burbuja inmobiliaria a punto de estallar fue lo que motivó a un grupo de economistas a vaticinar el colapso financiero más grande desde la gran depresión de 1930. El primero en darse cuenta de la llegada de este apocalipsis es Michael Burry (Christian Bale), un administrador de inversiones algo freak que decide tomar ventaja de esta situación apostando los fondos de su compañía en contra del mercado, y por sobre la ignorancia total de Wall Street frente a la reinante fragilidad crediticia. Estas apuestas a futuro son malinterpretadas como una locura por los superiores de Burry, pero le dan la pauta a Jared Vennet (Ryan Gosling), un cínico corredor de bolsa clásico, para sumarse al juego de las predicciones junto a otro inversionista, Mark Baum (Steve Carrell), y sacar el mayor provecho posible. Por último está Ben Rickert (Brad Pitt), un asesor retirado que decide volver al ruedo para guiar a dos novatos (John Magaro y Finn Wittrock) a introducirse en el tramposo mundo de las especulaciones económicas. Todos ellos serán los únicos héroes en este oceano de números, siglas y estadísticas bursátiles. El argumento es denso y la fundamentación teórica se acerca casi a la rigurosidad de un ensayo académico, aunque por momentos pareciera que la historia corre a mil por hora entre tanto vocabulario técnico y dato duro. Adam Mckay toma la posta de la narrativa en primera persona – a cargo del personaje de Gosling – tan bien utilizada en películas como El Lobo de Wall Street (2013), para romper constantemente la cuarta pared con el espectador y hacerlo participe de esta especie de golpe al sistema económico norteamericano. A esto se le suma la participación de Margot Robbie y Selena Gomez, entre otras figuritas populares, para explicar magistralmente los conceptos más difíciles en clave de humor. Sin embargo esta propuesta perdería su dinámica sino fuera por la caracterización de estos inoportunos visionarios. Christian Bale se luce como el socialmente inadaptado Michael Burry, mientras que Steve Carrell hace de Mark Baum un querible neurótico idealista que se toma el colapso de la bolsa de valores como una batalla propia. Claramente los dos figuran entre los puntos altos de un elenco compuesto por nombres rutilantes. Del otro lado se encuentran Ryan Gosling y Brad Pitt, ambos sin salir de su zona de confort. Uno interpreta al más reconocible estereotipo del corredor de bolsa sin códigos, pero sin destacar demasiado. Como del mismo modo Pitt se atiene a recitar un par de observaciones éticas y morales a sus protegidos, en vez de tomar un rol más activo en la trama. Dos personajes algo desaprovechados en la vorágine del sálvese quien pueda que se ve reflejada en el film. De todas formas es increíble ver como se simplifica el universo financiero hasta el punto de terminar asqueado, después de ver los inescrupulosos métodos utilizados para quebrar la economía desde adentro. Los protagonistas hablan de cientos de miles de millones de dólares como si fueran un vuelto, llegando incluso a tomar el dinero como una herramienta de legitimación y no como un fin. Tanto dinero conceptual termina haciéndose algo trivial después de ver cómo estas personas ganan o pierden billones en cuestión de minutos. Y lo peor es que todo esto está basado en hechos reales. La gran Apuesta se muestra como una radiografía de la mayor catástrofe económica mundial de los últimos tiempos, y hasta se toma la licencia de ironizar con la complicidad de los bancos a la hora de ocultar que la economía estadounidense se había convertido en una torre de naipes. Hay que reconocer que en algunos momentos su terminología resulta incompresible, pero ya de por sí es destacable que Adam Mckay haya logrado resumir de forma tan didáctica un tema por demás críptico. Y que encima sea interesante de ver. Sea por argumento o por estilo, definitivamente estamos frente a una de las claras candidatas a arrasar en la próxima temporada de premios.
El mismo secreto con distintos ojos Es difícil hablar de “Secretos de una Obsesión” (The Secret in Their Eyes, 2015) de manera independiente y despojada de cualquier juicio previo. La obra de Juan José Campanella, ganadora del premio Oscar a mejor película extranjera en 2010, significó un gran orgullo dentro del cine argentino y probablemente esta remake sea inevitablemente condenada por el público local, a excepción de los curiosos que quieran ir a verla con el único objetivo de compararlas. Pero a pesar de que lo más acertado sería determinar primero si esta adaptación funciona por sí misma, en casos como este es imposible dejar de lado el material original en el que fue basada. Siguiendo la tradicional costumbre de Hollywood de reversionar y localizar los éxitos extranjeros, la película dirigida por Billy Ray (guionista de Capitán Phillips y Los juegos del hambre, entre otros) se posiciona como un thriller policial bastante común dentro del cine norteamericano, casi calcado de un capítulo de La ley y el orden. En este caso se decide cambiar la dictadura militar argentina de los 70’ por la incertidumbre post atentados de las torres gemelas, como un contexto histórico casi accesorio. Lo que termina haciendo que el contraste entre el relato pasado y presente pierda fuerza a nivel narrativo. Si en “El Secreto de sus Ojos” parte de su encanto estaba en ver como un truculento crimen y el trasfondo político cambian radicalmente a cada uno de los involucrados, en la versión estadounidense, el transcurso de diez años y el terrorismo islámico se hacen demasiado poco para notar una gran diferencia en el desarrollo de los personajes. Por otro lado, algunas modificaciones en el argumento original hacen que el relato se vuelva confuso entre tantas deducciones e hipótesis durante la investigación. Teniendo en cuenta que desde el principio no se hace ningún esfuerzo en ocultar la identidad del asesino. Ya después queda como anecdótico que los personajes de Julia Roberts (en una lograda actuación) y Dean Norris, sean una combinación de los interpretados inicialmente por Guillermo Francella y Pablo Rago. O que en vez de perseguir al culpable en la cancha de Huracán, el climax suceda durante un partido de Baseball. El problema principal es que la historia pierde la sutileza del relato original. En el guion de Eduardo Sacheri, junto a la dirección de Campanella, se hacía especial hincapié en los silencios y la actuación gestual, tanto para generar tensión como para marcar los tiempos en el proceso de cada personaje. En esta remake, el romance entre Chiwetel Ejiofor y Nicole Kidman (versiones simplificadas de los papeles de Ricardo Darín y Soledad Villamil) se convierte en un recurso que los personajes secundarios necesitan recordar constantemente, por miedo a que el espectador se olvide que los protagonistas están secretamente enamorados. En definitiva estamos hablando de idiosincrasias totalmente distintas, que no se reflejan solamente en la manera de hacer cine. Sino que se hacen notar desde la forma en que se encara una escena, hasta el modo en que se habla de la pena de muerte. Son este tipo de adaptaciones las que se asemejan a un producto descartable, casi a pedido, que solamente se estrenan solamente para ocupar un espacio estudiado en las salas. Como sucedió en su momento con “Criminal” (2004), reinterpretación fallida de Nueve Reinas (2003), hoy es el turno de El Secreto de sus Ojos (2009) en tener su versión boba. Y teniendo en cuenta el nivel creciente del cine argentino, podemos estar seguros de que no será la última.
El respeto a los abuelos El recurso del metraje encontrado (found footage) está de moda y parece que no existe nada que haga pensar lo contrario a los capos de la industria del cine. Y más todavía si el público acompaña en cada estreno por sobre lo repetitiva que puede volverse esta propuesta. De esta forma, películas como “Actividad paranormal”, “El ultimo exorcismo” o “Proyecto X”, demuestran que más allá de la calidad del producto final, no hay indicios de que este estilo vaya a desaparecer a corto plazo. Ahora bien, sin duda “The Visit” (llamada Los Huéspedes en las salas argentinas) llega con claras intenciones de seguir explotando este particular fenómeno. Pero también funciona como una suerte de redención para su director M. Night Shyamalan, que hace bastante tiempo perdió el respeto del público y la prensa en partes iguales. Tras los últimos tropiezos que significaron “The Happening”(2008), “The Last Airbender”(2010) y “Después de la Tierra”(2013), el realizador indio regresa al suspenso con un film que lo deja mucho mejor parado desde el punto de vista narrativo. Siguiendo el estilo de la cámara en mano, la película cuenta la visita de Rebecca (Olivia DeJonge) y Tyler (Ed Oxenbould) a la granja de sus abuelos maternos (Deanna Dunagan y Peter McRobbie), con el objetivo de finalmente conocerlos. Sucede que su madre (Kathryn Hahn) tuvo una gran pelea con ellos durante su adolescencia y el contacto con sus padres quedó trunco durante la crianza de los pequeños. Es así que su hija mayor aprovecha esta situación de rencuentro familiar para documentar junto a su hermano la estadía y lograr que sus abuelos hagan las paces con su madre. Al principio el recibimiento de los abuelos no puede ser mejor. Los ancianos se muestran tan encantados de recibir a sus nietos, que las recetas caseras y los paseos por el pueblo no se hacen esperar. Pero con el paso de los días, el comportamiento de aquellos simpáticos viejitos se va haciendo cada vez más siniestro para con sus jóvenes invitados. Especialmente por las noches. Como en sus mejores momentos, Shyamalan sabe manejar muy bien los tiempos para jugar con la mente del público y que termine haciendo sus suposiciones a partir de lo que no se ve. Aunque esto se nota en mucha menor medida de lo que se podía apreciar en “El Sexto Sentido” o “Señales”, dos de sus trabajos más celebrados desde la dirección. Los Huéspedes hace hincapié en la orgánica relación de los dos hermanos protagonistas frente a los distintos sucesos que van presenciando en la granja, para construir un ambiente de tensión. Aunque se trata de una tensión algo dispersa, que no termina sostener las escenas de terror con las que promociona el film. Que no se malinterprete, el horror y el suspenso están presentes, pero los elementos de comedia negra que se hacen notar a lo largo de la película, hacen que el llamado clímax de la historia transcurra entre la risa por lo delirante de algunas situaciones y la expectativa por los misterios que encierran estos dos ancianos. Y aunque parezca mentira, esto a fin de cuentas termina enriqueciendo lo que podría haber sido otro estreno de terror genérico. De todas formas la película cae en el mismo cliché de casi todo exponente del found footage al obligar a los protagonistas a filmar la acción en todo momento (incluso en situaciones de extremo peligro). Aunque desde un punto de vista cinematográfico es entendible que este tipo de tomas sea necesario para que la historia avance. Pero se hace injustificable cuando el género tiene como principal meta dar una sensación subjetividad y realismo al espectador. Algo que se hace notorio también con los diálogos forzados, escritos específicamente para hacerle saber al público lo que debería ser implícito en escena. Independientemente de los lugares comunes del género, esta vez Shyamalan se mantiene alejado de las temáticas espirituales ya conocidas de su cinematografía y prefiere volver a un ámbito más terrenal y no tan esotérico. Sin embargo parece inevitable que en todos sus films tenga que justificar las acciones de los personajes a partir de moralejas idealistas, y en este caso “The Visit” no es la excepción. Esto podrá gustar más o menos, pero hay que rescatar que a pesar de recibir tantas críticas por este recurso tan redundante, el director de “El Protegido” nunca cambie sus convicciones. Porque a pesar de sus defectos y vicios narrativos, Shyamalan tiene bien en claro qué contar y cómo hacerlo. Por Nicolás Feldmann
Cuando un amigo se va Asumir la propia muerte o la de un ser querido es una las experiencias más difíciles que nos toca vivir como seres humanos. Es algo que tarde o temprano todos tendremos que enfrentar en algún momento. Y como en casi todas las circunstancias de la vida, el cine nunca deja de ser un reflejo de nuestras vivencias. Truman (2015) cuenta la historia de Julián (Ricardo Darín), un actor argentino radicado hace varios años en Madrid haciendo teatro -uno de los pioneros en los tiempos en que los actores argentinos no eran contratados en el teatro español- al que le diagnostican un cáncer terminal. Decidido a no continuar con la quimioterapia y no prolongar una posible agonía, a Julián le preocupa más encontrarle un nuevo hogar a su perro Truman para cuando él no esté, que finalizar sus asuntos pendientes. Es así que en este panorama desolador su mejor amigo Tomás (Javier Cámara) regresa a España con la intención de acompañarlo en este difícil momento, pero a su vez convencerlo de que prosiga con el tratamiento. A partir de este rencuentro los dos amigos irán recuperando algunos códigos de su amistad, mientras Julián intenta despedirse de su hijo que vive en Ámsterdam, de su prima Paula (Dolores Fonzi), sostén emocional en el día a día, y por último de Tomás. En un proceso de aceptación de la enfermedad que no solamente lo afecta a él, sino que también afecta a su círculo más cercano. Basada en una historia real de su director (el guionista español Cesc Gay), Truman se concibe como una película con un alto grado de identificación por parte del público. Es un film que aborda de una manera sutil y acertada la complejidad que implica afrontar una enfermedad tan desgastante como es el cáncer, pero sin una solemnidad capaz de caer en golpes bajos. Y parte de esto se debe en gran medida a la química que reflejan en pantalla Darín y Cámara como dos entrañables amigos frente y detrás de escena. Una confianza que se intuye que desarrollaron durante su participación en “Una pistola en cada mano” (2012), uno de los últimos largometrajes de Gay. También es de destacar la participación de Dolores Fonzi en el rol de la prima del protagonista. En las contadas escenas en las que su personaje se hace presente, la talentosa actriz argentina representa, casi sin diálogos, la angustia y el agotamiento que implícitamente generó el tratamiento de quimioterapia al que se sometió Julián, y del que su amigo Tomás sólo pudo enterarse a distancia mediante correo electrónico. En determinados momentos la historia se vuelve algo predecible y desde el principio el mensaje pro-muerte digna se hace un poco obvio y artificial. Aunque no se puede pasar por alto que Cesc Gay se maneja con facilidad a la hora de representar amistades y lazos afectivos. Y esto es algo que sobresale aún más cuando hay una temática tan delicada como premisa principal. Intima, dolorosa pero optimista, Truman conmueve y motiva por partes iguales.
La infidelidad cuesta caro Ya hace unos años que todo lo que involucra a Eli Roth es merecedor, al menos, de prestarle atención. Al tratarse del director de películas como Cabin Fever (2002) y Hostel (2005), consideradas de culto para el terror moderno, Roth no solamente fue uno de los encargados de revivir el género Gore, sino que también intentó aportar una pequeña cuota de sátira social a las pesadillas por las que obligaba pasar a sus personajes. Ahora bien, a pesar de que sus últimas propuestas como Clown no sean las más representativas de lo que el realizador supo demostrar en sus primeros filmes, es evidente que su particular mirada todavía es capaz de seguir cautivando por sobre sus errores. Al mejor estilo Funny Games (1997) de Michael Haneke, Knock knock (conocida en Argentina con la horrible traducción El lado peligroso del deseo) cuenta la historia de Evan Webber (Keanu Reeves), un solvente arquitecto y padre de familia que por cuestiones laborales debe quedarse en su casa mientras su mujer e hijos se van a la playa por el fin de semana. Esa misma primera noche Evan recibe la visita de dos hermosas señoritas llamadas Bel y Genesis (Ana de Armas y Lorenza Izzo) quienes le piden por favor utilizar su teléfono y de paso resguardarse de la lluvia en su casa. El buenazo del protagonista las recibe pero no sin antes aclarar que se encuentra felizmente casado, cada vez que sus invitadas pretenden seducirlo. A pesar de la advertencia, el coqueteo no dura mucho y la infidelidad termina ocurriendo tarde o temprano. A la mañana siguiente, Evan despierta con la certeza de mantener en secreto lo ocurrido la noche anterior, por el resto de su vida, e intenta despedirse rápidamente de sus ocasionales amantes. El problema es que ellas no tienen intenciones de irse y pretenden torturarlo de todas las maneras posibles, como castigo por haber traicionado a su esposa. Lorenza-Izzo-and-Ana-De-Armas-in-Knock-Knock La historia no se aleja en ningún momento de esta sencilla premisa inicial. Por eso, nos deja la sensación de que se le podría haber dado alguna que otra vuelta de tuerca para fomentar aún más el suspenso y la tensión de este juego macabro. Prácticamente el film se sostiene únicamente en las excelentes interpretaciones de Ana de Armas y Lorenza Izzo (casualmente la pareja de Eli Roth) en el papel de las dos encantadoras psicópatas dispuestas a cualquier cosa por el sólo hecho de divertirse enloqueciendo a sus víctimas. Algo que se opone a lo incómodo que resulta ver a Keanu Reeves recitando solemnemente la mayor parte de sus líneas. De todas formas la película no se toma muy en serio a sí misma y eso se convierte en un acierto cuando comienzan a aparecer los cabos sueltos y las situaciones inverosímiles que claramente podrían opacar al resto de la realización. Porque si bien este tipo de falencias nunca dejan de hacerse notar, son más fáciles de pasar por alto si es que la narrativa entretiene. Y eso es algo de lo que podemos estar seguros si el proyecto es de Eli Roth.
El duro camino a la fama La cruda competencia que existe en el ambiente artístico no es una gran novedad y tanto el cine como la televisión se ocuparon en varias ocasiones de contarlo. La motivadora historia de la actriz inexperta que llega a Hollywood con su valija semi vacía pero con muchas ganas de triunfar, es una de las más trilladas que puede dar la ficción. Pero esto no significa que sea imposible poder contar algo nuevo dentro del género de los largos caminos al éxito. En este caso “Aventurera” vendría a ser una interpretación local y actual de este tipo relatos, que a pesar de caer predeciblemente en los lugares comunes ya conocidos, nunca pierde esa sensación de verdad tan característica del llamado neorrealismo argentino, a base de buenas actuaciones y escenas largas. La ópera prima de Leonardo D’Antoni, ganadora del premio DAC en el 29° festival Internacional de cine de Mar del Plata, cuenta la historia de Bea (Mélanie Delloye, hija de la política Ingrid Betancourt), una actriz colombiana del teatro under de Buenos Aires que sueña con la fama popular que sólo el cine y la TV le pueden dar. Mientras tanto se gana la vida cuidando a dos ancianas, lo que le alcanza para vivir en un departamento compartido y le da la libertad suficiente de asistir a los distintos castings y audiciones del medio. Es en una de estas pruebas actorales, en donde Bea conoce a un productor televisivo (Cesar Bordón) que le asegura un papel en una novela a cambio de mantener una relación con él. Desde ese momento la ambición y el desarraigo juegan un papel fundamental en los métodos y acciones de la protagonista, llegando incluso a debatirse hasta donde está dispuesta a llegar en nombre de la fama. Aunque sea perdiendo el respeto de sus amigos y el suyo propio en el camino. Sin embargo la simpatía que irradia Bea se mantiene intacta a lo largo de la película y eso se debe en gran medida a su actriz principal Mélanie Delloye. Su interpretación hace querible a un personaje que a pesar de su marcada personalidad de trepadora, genera una empatía capaz de hacernos justificar algunas veces sus discutibles decisiones. Esto sumado al prolijo nivel técnico en general, hace de Aventurera una buena representación de la artificialidad que reina en el medio artístico. Algo que D’Antoni supo plasmar muy bien sin caer en el juicio de valor y la moraleja fácil.