Dirán que soy un pesimista En el film noir de Olivier Marchal no hay redención posible. Olivier Marchal es un pesimista. Ha sido policía antes que cineasta, y en este film noir emparenta agentes del orden con delincuentes en un sociedad para él desoladora. No hay redención posible ni de un lado ni del otro de la Ley. Su protagonista -cabría pensar si también alter ego- es Louis Schneider (Daniel Auteuil), un detective al que le ganó la embriaguez por el accidente automovilístico que le quitó la vida a su pequeña hija y dejó en estado vegetativo a su esposa. Igual o más traumada está Justine (Olivia Bonamy), que ve 25 años después cómo el hombre que violó y asesinó a su madre, y también le quitó la vida a su padre, está a punto de quedar libre por buena conducta en prisión. El hecho de que Justine fuese una niña y observara -y se salvara- de- la masacre no es un tema menor. Tampoco que a Schneider le saquen el caso de un asesino serial que estaba investigando. Al promediar el relato, ambos personajes se conocerán, cuando ella advierta que el policía que se va ganando enemigos en su propia fuerza fue el hombre que detuvo al asesino de sus padres. Y claro, ella quiere venganza. Lo mismo que él. Lo más llamativo de MR 73 -el título responde a una pistola que utilizaba la élite de la policía francesa- es la sequedad y el escaso grado de concesión que Marchal está dispuesto a dar en su realización. Sus personajes -Schneider, Justine, Marie, la policía de asuntos internos, que interpreta la mujer del director, Catherine Marchal, y el viejo asesino (Philippe Nahon, el padre de Solo contra todos, de Gaspar Noé)- se mueven impulsivamente, pero también como con bloques de cemento de peso sobre sus hombros y espaldas. Auteuil sobrelleva la carga desde su boca -escupiendo frases y bebiendo o fumando-, hasta llegar a un clímax en el que directamente, pega un grito de desahogo. Ese que se le niega al resto de los personajes centrales de un filme con formato de thriller, con historias paralelas y flashbacks quizá demasiado elocuentes y nada sutiles. La iluminación contrastante ayuda a ese clima de sordidez casi constante que tiene el filme, con diálogos que van del "Soy como vos, perdí la esperanza", de Marie a Schneider, "Algún día voy a matar a Dios", o "De niña descubrí que los monstruos no eran una fantasía, tenían rostro y era el suyo". El desenlace puede molestar a muchos, bienpensantes o no, pero no se le puede negar el nervio que Marchal le imprime a su relato.
Hermanos en armas El debut de Jeff Nichols aborda una tragedia entre hermanastros. Lacónico, violento pero sin estridencias, contenido y formal, Shotgun Stories fluye en la pantalla como un thriller de ribetes dramáticos, con una tensión que se acrecienta minuto a minuto, pero sin recargar las tintas ni extralimitar las interpretaciones. Toda una extrañeza en esta época, por más que sea un filme del cine independiente estadounidense. Ubicada en el campo, en el ambiente rural de Arkansas, los conflictos comienzan en un entierro, cuando Son, Kid y Boy asisten al funeral de quien fuera su padre, pero que los abandonó y formó otra familia con otra mujer, con la que tuvo cuatro hijos. Son (Michael Shannon) no hace más que echar leña al fuego -en verdad, escupe el ataúd-, poniendo en blanco sobre negro todo su rencor y odio, y de-satando una guerra entre hermanos de un mismo padre. Jeff Nichols, que debutó en la realización con este filme a los 29 años, opta por sugerir más que mostrar. No sólo el desenlace de los encuentros a las piñas y a los golpes suelen estar en el espacio off, fuera de cámara, sino que también es más sutil que gráfico al desarrollar la trama. El gran Michael Shannon (candidato al Oscar este año por su interpretación de John en Sólo un sueño, el esquizofrénico de Peligro en la intimidad) sorprende con un papel bastante diferente. Son es el mayor de sus hermanos, y se debate entre un difícil equilibrio, por su aficción al juego -del que se habla, pero nunca se muestra-, porque su mujer lo dejó y se llevó a su hijito y porque la inestabilidad emocional suele jugarle malas pasadas. Nichols sabe centrar la acción en lo que Son dice y hace, y en las omisiones del protagonista para acrecentar las diferencias con sus hermanos o hermanastros. Uno puede adivinar abusos en sus infancias, y el tono de tragedia que sucede a la venganza se avizora en un destino inmediato, y difícil. La escalada de violencia, para la que ninguno de los involucrados está preparado, los pone de frente a la elección de sus destinos. Y saber qué hacer ante una encrucijada y decidir por sí mismos es la ardua resolución que Shotgun Stories le dispara a su público. Porque hay dolores que ningún arma puede disparar.
Es el pasado que vuelve Cómo influye la muerte de un ser cercano, o por culpa de uno de los protagonistas, ya es una marca de registro de los guiones de Guillermo Arriaga. El mexicano debuta como realizador contando tres historias en paralelo, que en algún momento se enlazarán, pero no de la manera que sucedía en los filmes que guionó para Alejandro González Iñárritu (Amores perros, 21 gramos y Babel). El espacio y el tiempo son como encrucijadas para Arriaga, que ama las historias corales, aunque las de Camino a la redención tienen una vuelta de tuerca que conviene que sea descubierta por el espectador ya en el cine. Si los personajes femeninos eran determinantes en buena parte de las tramas de aquellas películas, en ésta, que compitió en Venecia 08, lo son más aún. Por un lado, Sylvia (Charlize Theron) accede a llevar a su cama en Portland a cualquier hombre que se le cruce, pero está como ida, sin querer comprometerse. Algo similar le sucede a Gina (Kim Basinger), que en Nuevo México engaña a su esposo camionero con un fogoso mexicano, pero su hija adolescente la descubre. El tercer personaje que entra en juego es otra hija, la de un mexicano que ve cómo su padre se estrella con su avión fumigador. Camino a la redención posa su mirada sobre estas tres mujeres más que sobre los personajes masculinos -que los hay, y muchos, aunque casi sin matices- y se sitúa en el borde de la calificación moralista. El público atento advertirá la relación entre las historias, que suceden en tiempos y espacios distintos, y que convertirán a este rompecabezas en un tratado sobre la indulgencia, el dolor y el arrepentimiento. La película arranca con el final de una de esas tres historias (el trailer en el que Gina y su amante se encuentran se incendia, con ellos adentro), por lo que hay un relato de cómo esas muertes repercutieron en sus respectivos hijos en un falso presente, y un racconto de cómo se llegó a ese momento fatal. Y es esa hija (Mariana, interpretada por Jennifer Lawrence, todo un descubrimiento) una pieza clave para el andamiaje de la película. Estos dramas familiares son la moneda de mayor y mejor uso para Arriaga, con las relaciones interraciales y los conflictos étnicos, si no en primer plano, ejerciendo su peso ya desde su mera presencia. Con todo, las mayores responsabilidades en cuanto a la interpretación quedaron destinadas a actores no mexicanos. Theron es dueña de una máscara increíble, que desde Monster a esta parte no deja de sorprender con personajes disímiles y de enorme fuerza interior. Basinger parece tener un renacimiento en continuado (Curtis Hanson en Los Angeles: al desnudo le dio su primera oportunidad de demostrar que es una buena actriz además de una cara bonita). Lo dicho: cada historia del guionista de Los tres entierros de Melquíades Estrada es diferente también en su estructura, pero quedarse en esas instancias del relato fracturado, para sólo hablar de la forma, desdibuja el contenido