Todo por un beso El premiado filme uruguayo aborda los traumas de cualquier adolescente. No deja de llamar la atención que los realizadores jóvenes de éste y del otro lado del Río de la Plata tengan recuerdos más traumáticos que felices de su adolescencia. Al menos eso es lo que testimonian en sus películas. Suelen ser comedias dramáticas -una sonrisita por aquí, algún clisé por allá para garantizar empatía con el espectador-, pero el sabor en la boca que queda al final de las proyecciones por lo general es amargo. Acné es la opera prima del uruguayo Federico Veiroj, quien se desempeñó como continuista en 25 Watts y Whisky, las dos películas que marcaron el nacimiento del nuevo cine uruguayo, parangonándolo con el argentino. A la hora de lanzarse solo, Veiroj es menos críptico y más lineal. Montevideano, Rafa fuma y juega al póker a escondidas con sus amigos, se trata el acné que lo avergüenza, toca el piano y juega al tenis horrible, y debuta en lo sexual pero no en el amor, ya que no se anima a hablarle a Nicole, la compañera del cole de la que está enamorado. Hijo de padres que se separan, el joven Bregman vive momentos cruciales de su vida sin saber, en verdad, qué hacer. Como a tantos adolescentes, las cosas le pasan, no es él el que decide el curso de su vida. La baja autoestima de Rafa, claro, no le facilita nada, y menos en sus ansias por conseguir el primer beso de amor. Tomando al protagonista como centro de una mirada más global, Acné aborda tal vez no demasiadas cuestiones, pero sí muchas. La iniciación sexual, la timidez, la relación de Rafa con su padre, sus hermanos, sus amigos y las chicas, el adoctrinamiento en su colegio religioso judío -Veiroj se permite una saludable ironía-, todo conforma una viñeta colorida, que le ha permitido a esta coproducción con la Argentina pasearse y ganarse el respeto en varios festivales internacionales -estuvo en la Quincena de realizadores en Cannes 2008-. Así, Acné es, sino un híbrido, un filme entre cierto lacónico cine, llamémosle rioplatense, y otro más abierto, sin ser popular, pero que demuestra las raíces -en sus obsesiones, en su puesta en escena y en su deseo de alejarse del relato costumbrista y patético- de un cine de autor, que seguramente explotará a futuro. La adolescencia pasa, el talento permanece o crece.
Bésame mucho Gran apuesta de Disney a la animación tradicional. La apuesta de Disney a regresar al mundo de la animación a mano alzada en momentos en los que todos se lanzan a la digitalización y al 3D fue al menos llamativa cuando se anunció. Y ahora que La princesa y el sapo está en la pantalla, puede apelarse al latiguillo conocido de que Disney lo ha hecho de nuevo para testimoniar que de lo que le faltan a muchos filmes animados del presente -historia, desarrollo de personajes, creatividad, que le decían- La princesa... tiene a borbotones. Los responsables del filme son Ron Clements y John Musker, quienes fueron los adalides del comienzo de la segunda Edad de oro de la animación de la compañía del Ratón, con La Sirenita (1989) y -sí, lo hicieron de nuevo- Aladdin (1992). Claro que después llegaron Hércules (1997) y El planeta del tesoro (2002), filmes no tan logrados y el dúo se tomó su tiempo para volver a dirigir juntos. Y bienvenidos sean. Por varias razones, hay que aplaudir La princesa..., aunque a diferencia de aquellos dos primeros títulos, les falte un plus para convertirse en clásico. Clements y Musker se han especializado en aquéllo que Disney mejor sabe hacer: tomar relatos preexistentes e, importándoles poco respetar los originales, imprimirles vida propia y variarlos como deseen. Y si a los puristas puede molestar(nos), la vuelta de tuerca hecha a la historia del príncipe convertido en sapo que debe conseguir un beso de amor de una joven para volver a convertirse en humano es, digámoslo, ingeniosa. Por un lado, la "princesa", que en verdad no es tal, es una afroamericana. Por otro, es pobre y huérfana de padre -cuándo no le va a faltar un progenitor a un personaje de Disney-, y ansía abrir un restaurante. Y además, la historia transcurre en Nueva Orléans, por los años '20. Y si quedaba algo, La princesa y el sapo es, aquí sí, como La Sirenita y Aladdin, un filme musical. Con canciones, jazz y personajes que se expresan con las letras de Randy Newman (hombre de confianza de John Lasseter, de Pixar, pero ahora también mandamás de Disney). Y si es cierto que no hay muchos "hits" en la banda sonora -ninguna canción que uno salga tarareando y la recuerde al día siguiente sino se la pasan por la radio-, el combo está bien. Por momentos, muy bien. Aquel cambio en la historia tiene que ver con que, al besar al sapo príncipe, éste no se convierte en humano, sino que Tiana pasa a ser una rana. El conjuro de un especialista en vudú algo chanta, el personaje maléfico con algún rasgo de Jafar, de Aladdin, traerá más problemas y personajes secundarios que suman y no restan, como un cocodrilo que siempre soñó salir de los pantanos de Nueva Orleáns para tocar en una banda de jazz. Entre canciones y embrujos lo que abunda es el humor -y Aladdin salta a la mente de inmediato-. Al colorido y el despliegue visual que tiene el filme se le contrapone la oscuridad del maléfico Dr. Facillier, con escenas que pueden asustar a los más pequeñitos. Papis, niñas y niños, vayan avisados.
Ser y tener Esta obra maestra de los Dardenne no perdió actualidad. Hace ya diez años que Rosetta sorprendió al mundo en el Festival de Cannes, donde los hermanos Luc y Jean-Pierre Dardenne se llevaron la Palma de Oro a la mejor película y la jovencísima y debutante Emilie Dequenne, el correspondiente a la mejor labor protagónica femenina. Ha pasado bastante tiempo y Rosetta -que en nuestro país se exhibió en una Semana de Preestrenos organizada por Fipresci Argentina, en 2001- no ha perdido actualidad ni vehemencia. Sigue siendo una obra de arte, un alegato social, un filme sobre la humildad, un grito desgarrador acerca de cómo el entorno puede socavar el espíritu humano. A los Dardenne les bastan los tres primeros minutos para pintar a su protagonista y lo que le sucede. Rosetta es despedida de una fábrica luego de pasar su período de prueba. Ella se niega a abandonar el lugar y es forzada a hacerlo por los guardias. A partir de ese comienzo, Rosetta experimentará un espiral hacia el autoconocimiento. Y así como los directores de El silencio de Lorna utilizan la cámara en mano para promover nuestro acercamiento a la protagonista, el sonido ambiente, con los silencios que dicen más que mil palabras, y hasta la respiración de Rosetta retratan a la muchacha. Los primeros planos y los planos detalles no fueron elegidos porque sí. Hay una distinción entre lo que se quiere recortar y fortalecer en la mirada del espectador, por más que los Dardenne no cuestionen ni ofrezcan explicaciones del comportamiento, a veces díscolo, otros extremos, de Rosetta. Rosetta tiene los ojos azules más tristes del mundo. A los 17 años es víctima de una sociedad del Primer Mundo, en la que conseguir trabajo no es sencillo, pero indispensable. Para ella, tener trabajo es igual a ser un ser humano. No entiende la vida sin él, y hará todo, hasta lo impensable, para conseguirlo. Rosetta ve en la salida laboral un único camino para no caer en el hoyo en el que está su madre alcohólica, con la que comparte su casa rodante. Está sola en la vida, y cuando conoce a un muchacho, que puede quererla bien, o no, y ella puede enamorarse de él, por alguna circunstancia obrará de manera equivocada y despertará en el espectador un sentido primario más de rechazo que de comprensión. Los Dardenne, que antes de lanzarse al cine de ficción realizaron como productores o directores unos 60 documentales de tinte social, suelen privilegiar en sus personajes a los jóvenes. El tema del dinero (mejor, la necesidad de aferrarse a él para sobrevivir) ha sido central en La promesa, en Rosetta y en El niño -también premiada con la Palma de Oro en Cannes en 2005-, como evidencia de que algo les falta a esos hombres y mujeres para sentirse llenos, bien. No es que Rosetta sea ambiciosa. Sería un error entenderlo como un filme sobre las ramificaciones que tiene la avaricia, ya que Rosetta es un ser que pide, a su manera, que le den una mano. Contada desde un estilo que abreva en el neorrealismo, los Dardenne no utilizan en la columna del sonido ni un solo acorde. No hay música que adorne las situaciones o remarque actuación alguna. Todos los sonidos son de captación directa, bien al estilo documental. Parece increíble que Emilie Dequenne haya debutado con este filme, porque su labor es excepcional. Ese dolor en el estómago, recurrente en Rosetta, es un síntoma que queda en el espectador, que no saldrá igual después de ver esta película, testimonio de una época, y una circunstancia que, si bien se contó a fines del siglo pasado, tiene ribetes de dolor que permanecen, inequívocamente.
El hombre que amaba demasiado La comedia con Catherine Deneuve y Emmanuelle Beárt se centra en un fan... insoportable. El fanático puede ser crónico y crónica de la sección Policiales, o hasta risueño y quedar como una mera apostilla de color en una historia. Robert es fan de tres estrellas del cine francés de distintas edades, pero algunos síntomas pueden llevar a pensar que algo no funciona del todo bien en su cabeza. Se sabe: el fanático no entiende razones y su única razón de ser -fanático- es el objeto de su deseo, admiración o devoción. Mis estrellas y yo parte de una premisa inusual para una comedia. Original idea sobre un fan que vuelve loca a sus estrellas, nada menos que Catherine Deneuve y Emmanuelle Béart, que juegan unos pasos de comedia para el aplauso, sus puntos más altos están en el comienzo, cuando el espectador ingresa en la trama sin saber demasiado de Robert, de su obsesión o trabajo. El esquema de hacer creer al espectador algo que en verdad no es -pero sin haberle mentido al público, que lo cree por su cuenta como verdadero- es base de muchos enredos, y la guionista, directora y actriz Laetitia Colombani (es la psic cat analista, psicoanalista de gatos) juega con ello reiteradas veces. Por una cuestión, que no conviene adelantar para que no se pierda ese espíritu de asombro o sorpresa, Solange (Deneuve), Isabelle (Béart) y Violette (Mélanie Bernier) terminan reunidas en el casting de una película gracias a Robert, que ha sabido volver loco al chofer de Solange. Y cada una de las actrices trabará relación con el fan, y sabrá cómo vengarse y/o perdonarle lo que les haya hecho sufrir o no su desmedida intromisión en sus vidas. Si las estrellas son otras, quien lleva el rol central en esta simpática y pasatista comedia es Kad Merad, hoy por hoy un actor más taquillero que Deneuve y Béart juntas, al menos para el mercado del cine galo. Protagonista del mayor éxito de su país en años (Bienvenidos al país de la locura, otra comedia, estrenada aquí en octubre), su semblante es fundamental para el éxito del relato. Que no apunta a más que la sonrisa, es cierto, y que Colombani no intenta forzar la carcajada ni virar hacia el disparate es tan cierto como que es un placer ver enemistarse a Catherine Deneuve con quien se le cruce en escena.SRit
Un gran inventor Gracioso y entretenido filme de animación, con influencias de "Frankenstein" y "El extraño mundo de Jack". De Shrek a esta parte los intentos de la animación para renovarse -y renovar también su vínculo con el espectador adulto que acompaña a los niños- no para. Pero si abundaron referencias a otros clásicos de manera explícita como búsqueda del gag o el guiño, en Igor la frescura del relato, aunque se base en personajes ya creados, le abre un crédito, y no conviene dejarla pasar. Como el ogro de aspecto verde, Igor no es esbelto ni mucho menos. Pertenece a una casta -los Igor, suerte de esclavos que acompañan a maléficos científicos, sí, por Frankenstein- y que escuchan "jala el interruptor" cada hora de por medio. Vive en Malaria, donde el Rey ha hecho que sus habitantes crean que sólo a través del Mal pueden sobrevivir a las inclemencias del tiempo que los azota. Pero Igor sabe más que su amo, el Dr. Glickenstein, y cuando éste muere a causa de una invención propia, nuestro héroe se abocará a la creación de Eva, una mujer de proporciones desproporcionadas, que no tiene nada de malvada (en el original Eva juega con el término Evil), por lo que Igor trata de que el hueso de la maldad que le colocó se active, para ganar en la Feria de las ciencias del mal. Pero no lo logra. Hablábamos de referencias, y en Igor hay muchísimas, que van desde lo estético a El extraño mundo de Jack y El cadáver de la novia, de lo temático por El Jorobado de Notre Dame, y la parodia, sí, a Annie, La naranja mecánica y ciertamente Frankenstein. Realizada para los chicos y los grandes con corazón de niño, el mensaje de la no violencia -aunque haya escenas en que los golpes no faltan- y en el que el Bien debe estar por sobre el Mal, y el amor verdadero sobre la mezquindad, el robo y la mentira, están en un primer plano. La película ofrece escenas y diálogos divertidos, con una parejita de inventos -Brian o Brain (cerebro, precisamente un descerebrado) y un gato con intentos de suicidio que no puede morir- que funcionan muy bien como comic relief, acompañando a Igor y a Eva, el amor de su vida. Hay un inventor aplaudido por el pueblo que no hace otra cosa que robar ideas ajenas, y una mujer que tiene mil caras, de acuerdo a lo que necesite, para balancear la historia. "Cuando vean de lo que soy capaz, mi vida cambiará", dice Igor. Al director Anthony Leondis (egresado de DreamWorks y Disney) le podría suceder lo mismo, porque muestra tanto talento como Igor. Porque aunque digan que lo esencial es invisible a los ojos, en el cine mejor que se vea y se note.
Nada es lo que parece Drama italiano de Federico Bondi. Dos mujeres, una anciana que acaba de enviudar y una joven rumana, inmigrante ilegal en Italia, a la que contratan para cuidar a la señora en su departamento en Florencia, son las protagonistas de Mar negro, opera prima del italiano Federico Bondi en la que abundan clisés en el retrato de ese choque de caracteres, pero que poco a poco va remontando la cuesta hasta arribar a un no menos clásico final de previsible entendimiento. Gemma (Ilaria Occhini, veterana actriz, premiada por este papel en el Festival de Locarno del año pasado) vive amargada y culpando al resto del mundo de sus pesares. Por supuesto que ve con malos ojos a la recién llegada, que reemplaza a otra mujer a la que hizo despedir. Pero en la historia de Angela verá reflejada la suya, sus sueños postergados, el deseo de sobreponerse a las adversidades. Algún manejo en el que el maniqueísmo se hace evidente impide poder considerar a Mar negro una obra acabada. Es en las actuaciones de Occhini y Dorotea Petre (mejor actriz en Un certain regard en Cannes 2006 por Como celebré el fin del mundo) donde mejor se recuesta el director. A la primera impresión de que Gemma es insufrible y Angela todo candor le va ganando la apuesta de que nada es lo que parece si se escarba en los corazones de las protagonistas. En eso sí, Bondi acierta, pero para ello hay que pasar casi una hora de relato. Tal vez el hecho de que la historia que cuenta se basa en hechos que le tocaron vivir de cerca (Gemma es en verdad su abuela, y Angela, la persona que la cuidaba) lo haya obligado a idealizar de más algunas cuestiones. Eso es lo que, como un boomerang, le juega en contra al realizador nacido en Florencia, como la nona.
Cuento cargado de emotividad Adaptación de un clásico de Dickens, funde el espíritu navideño con la redención. Con el mismo aliento que animaba, en todo sentido, El Expreso Polar, Robert Zemeckis decide dar nuevos aires al espíritu navideño en Los fantasmas de Scrooge, adaptación del clásico de Charles Dickens Un cuento de Navidad. Y como en aquella película, vuelve a apelar a la captura de movimientos, método que apresa digitalmente los movimientos y gestos de los actores y los traduce en imágenes animadas. El avance técnico entre El Expreso Polar (2004) y también Beowulf (2007) y Los fantasmas... es notable. Pero el salto cualitativo mayor se da en la narración y el haber conseguido que esas figuras animadas, que pueden tener similitudes con los rostros de Jim Carrey, Colin Firth o Gary Oldman, logren transmitir emociones de lo más genuinas. Y en tal sentido, la obra de Dickens publicada en 1843 se presentaba perfecta para la transformación, acorde en las escenas dramáticas y la resolución de los diálogos. Tal vez todo esto haga dudar al lector de si estamos ante un filme de producción "para toda la familia". Y de hecho Los fantasmas... puede asustar a los más pequeños, pero lo que sobrevuela y termina venciendo es la necesidad de ser amado, sentirse parte de una familia y la redención humana ante las dificultades de la vida. Ocurra hoy o en el Londres de la época victoriana. Ebenezer Scrooge es un tipo amargo. Huraño prestamista, desde que falleció su socio se ha vuelto más avaro y aborrece la Navidad. Hasta que un 24 de diciembre recibe primero al fantasma de su ex compañero -tal vez el momento de mayor temor para los niños- quien le avisa que los Fantasmas de la Navidad pasada, presente y futura se le presentarán. Y ahí habrá que ver cómo está el corazón del avejentado Scrooge. Fue el propio Zemeckis quien adaptó el libro -un clásico de la literatura más leído en el Hemisferio Norte que por estas tierras-, y se mantuvo bastante fiel al original. El director de Forrest Gump y la trilogía de Volver al futuro no hace distinciones entre seres buenos y malos, sino que apela a cómo un alma puede redimirse o sentirse iluminada, sea por el motivo que fuera. Todo esto es fácil de advertir tanto por el público adulto como por los más pequeños, que seguramente se sentirán más atraídos y sumergidos si la ven en el sistema 3D -la película se estrena en salas convencionales y otras con la tecnología tridimensional, y en la sala Imax-. No sólo por los viajes y vuelos que Scrooge realiza en cada contacto con los fantasmas de las Navidades. El uso de la tridimensionalidad permite una profundidad mayor, aunque el ojo muerto de los personajes -la frialdad de la mirada- siga siendo el escollo hasta ahora insalvable en la animación virtual. Jim Carrey se ha animado no a uno, sino a ocho personajes. Su figura se presta para Scrooge en sus distintas edades, y también en los tres Fantasmas del título. Su histrionismo es buena razón del éxito del relato, que tiene momentos muy tocantes en cuanto a la situación que atraviesa la familia de Bob Cratchit (Gary Oldman), el ayudante de Scrooge, pobre y con su hijito enfermo. Ese drama, seguro, es mucho más movilizante que las visitas fantasmagóricas. Por momentos aterradora, lúgubre casi siempre, Los fantasmas de Scrooge es un paso enorme en cuanto a la tecnología y un acercamiento para los más chicos a un cuento cargado de emotividad. Toda la ambientación, la iluminación y la música -de Alan Silvestri: sí, el mismo de Volver al futuro y favorito de Zemeckis- apuntalan a Los fantasmas de Scrooge como una más que lograda adaptación
Amor y fantasía El segundo capítulo de la saga "Crepúsculo" ofrece acción y romance, cada uno por separado. La estructura en la que descansa el éxito de la saga de Crepúsculo es tan simple como contundente: el amor de dos personas diferentes, la necesidad de protección de uno por el otro, el despertar sexual y el entregarse por amor, y la lucha entre sociedades enfrentadas desde hace años, al menos en el mundo fantástico creado por la escritora -creyente y vegetariana- Stephenie Meyer. Bella volvía con su padre, separado de su madre, y al reinsertarse en el pueblito Forks, conocía a Edward, el vampiro del cual quedaba perdidamente enamorada en Crepúsculo, la primera de las cuatro entregas. En Luna nueva, Bella cumple 18 y Edward no tiene mejor regalito que decirle que la abandonará, por protección. Nunca han pasado más que de los besos, y para Edward, no sería una salvación que Bella se transformara en vampira, sino "una tragedia". Por lo que -y las fanáticas lo saben- Robert Pattinson no está tanto tiempo en pantalla, aunque regresa en esa imagen que se aparece a la desangelada Bella, cada vez que ella asume ponerse en peligro y acrecentar su adrenalina sólo para saber que cuenta con su (ex) amado. Kristen Stewart y Taylor Lautner (Jacob), sí, y las desavenencias románticas y el debatirse entre dos mundos nuevos para Bella -el de los chupasangres y el de los hombres lobo- harán que la muchacha deba definirse. "Estás a punto de cruzar una línea", se escucha. Todo tiene sus riesgos. Así las cosas, en Luna nueva tendremos dos películas, algo que estaba mejor balanceado y lograba una conjunción más homogénea en Crepúsculo, donde el romance daba lugar a la acción. Aquí, todo lo romántico -el abandono, el flirteo entre Bella y Jacob, el licántropo, la esperanza de la protagonista de sentirse protegida a la distancia por la imagen de Edward- va por un lado, y la acción y violencia -las peleas, la aparición de los hombres lobos, el suspenso- por otro. Con Chris Weitz al mando del proyecto, se buscó quien uniera el mundo más fantástico que alumbra en Luna nueva con el de los personajes sensibles. Y el director de La brújula dorada y Un gran chico parecía el indicado. Es tan notoria la diferencia entre un estilo y otro que quienes se acerquen a Luna nueva por el conflicto amoroso ansiarán que las escenas de acción -mejor resueltas que las de Crepúsculo- terminen de una vez y viceversa. La guionista Melissa Rosenberg -que ya había adaptado Crepúsculo e hizo lo mismo con Eclipse, a estrenarse a mediados de 2010- no ha modificado la sustancia de la novela, y los fanáticos no se sentirán traicionados. Ni siquiera algún pedido de Edward sonará fuera de lugar: es que aquí todo está donde debe estar. La buena creación de climas y las participaciones de Michael Sheen y Dakota Fanning como dos "nuevos" vampiros suman a un fenómeno que cosecha allí donde pocos veían frutos: el corazón de las espectadoras, siempre sediento de los fuegos eternos.
El riesgo siempre es bienvenido Boy Olmi debuta con un filme ambicioso y también previsible. Por más sesos que le gusten comer a Jorge, un actor devenido cineasta, no hay mucho raciocinio en lo que el hombre hace. Entre alucinaciones y deseos, Jorge es un hombre que parece que se deja llevar por los impulsos más que por su cerebro. Su hija, Sara, es antropóloga, y está haciendo un video sobre las mujeres que trabajan, discute acaloradamente en paneles de televisión y parece estar tan en soledad como su padre. Pero "no estoy sola -le aclara a Jorge-. Tengo mis cosas." Actor de cine, pero que "odia la TV", Jorge fue famoso aunque "hace tiempo que no trabaja tanto". Está enfermo. Nada (de nadar). Y se inyecta. El tercer personaje de peso en Sangre del Pacífico es Charito, peruana, que deja a su hijito en su pueblo y se viene a Buenos Aires a probar suerte. Mucho no llega a probar, porque pronto le consiguen trabajo -previa cometa- en la casa de una señora mayor, algunos dirán oligarca, al menos adinerada. A Carmen (China Zorrilla) a veces se le vuelan las chapas, y le espeta un "Sos tan primitiva como las otras", cuando la echa porque cree que le robó una pulsera. Pero no la echa tanto porque sino se terminaría la película. En algún momento los personajes se cruzan, las miradas que dirige Jorge hacia la mucama son extrañas y bastará que alguien comience a explicar en palabras lo que se veía venir en imágenes para que todo, si no cierre, al menos permita entender de qué va la película. La relación entre Jorge, Sara y Charito es central en la opera prima de Boy Olmi, tanto como la intención de denunciar o al menos poner en primer plano el maltrato laboral de las mujeres. El filme incluye testimonios ficcionalizados, pero que en vez de agregar, restan, y si suman es a la confusión. No puede decirse que Olmi (que asume riegos) no se ha rodeado de gente de cine, que sabe como pocos el metier. Todos los rubros técnicos son impecables, pero donde Sangre en el Pacífico hace agua -vaya paradoja- es en el guión. No sólo por algunos diálogos, o situaciones que les toca vivir principalmente a Jorge y a Charito por separado -el personaje peruano es bastante elemental, y que le hagan decir que no sabe cómo piensan los pájaros tampoco ayuda-. Si Zorrilla está, como siempre, en su nivel, no puede decirse lo mismo de su coterráneo Delfi Galbiati como Jorge. Ana Celentano cumple y aporta su mirada y look intrigante, y Emilia Paino, la altruista de Expedición Robinson, parece más preocupada por su entonación, su voz a-la-peruana, tratando de ti, diciendo "ia" o ceviche.
No debe ser fácil El fime con Kate Beckinsale no asusta ni entretiene. Bien pegado al estreno internacional de Terror en la Antártida, Kate Beckinsale fue nombrada la mujer más sexy del mundo por la revista Esquire. Cuestiones de marketing al margen -cuando en verdad están en el centro-, no debe ser fácil vender una película con la linda Beckinsale si transcurre en la Antártida, y ella debe estar abrigada del cuello para abajo. Porque para arriba, al menos debe vérsele el rostro, con su naricita operada, su dentadura conejera perfecta. No debe ser fácil. No, no debe ser fácil tener a Kate y no poder mostrar sus formas. Entonces, ¿qué tal si se pega una ducha y se cambia? No debe ser fácil para una policía dejar el calor de Miami y terminar en la Antártida (bah, Manitoba, en Canadá, donde se rodó, no queda tan, tan lejos). Y menos fácil debe ser el hecho de ser la única agente de la ley y no tener mucho por hacer, hasta que, bingo, aparece un muerto. Helado. Congelado. En la nieve. No debe ser fácil construir un thriller cuando el suspenso es nulo. Cuando los cadáveres se suman como hielitos en una cubetera y siempre -siempre- hay alguien que explica lo que estamos viendo. ¿Será porque temen que la traducción no sea de confiar? Carrie, de apellido Stitko -intenten decirlo de nuevo, verán qué lindo suena- es sagaz hasta el paroxismo. Hace unos cuantos años, cuando la Guerra fría era más fría que el continente antártico, abordo de un avión ruso unos rusos se tirotean entre sí por el contenido de una caja fuerte, y la aeronave cae en la Antártida. Cincuenta años más tarde, Stitko tiene que apurarse, y no sólo porque a la película le quedan pocos minutos, sino porque en la ficción el sol se ocultará pronto por espacio de seis meses, y la base quedará desierta. Justo a ella, que por una cuestión que no vamos a adelantar, la manicura pronto le saldrá más barata, le toca el primer homicidio en la Antártida. No debe ser fácil. Menos fácil es descubrir a Tom Skerritt, a los 76 años, y a 30 del capitán de la nave Nostromo en Alien, barbudo y desganado. Y que detrás de cámaras está Dominic Sena, aquel que debutó como realizador en Kalifornia, con Brad Pitt y Juliette Lewis. O reconocer algo de la novela gráfica original de Greg Rucka y Steve Lieber en que se basa esto. No debe ser fácil. Pero si a usted no le gustan las cosas fáciles, ya sabe lo que debe hacer con esta película. Eso sí que es fácil.