Tomar un avión en silla de ruedas El director de “Cocalero” basa este filme en la historia real de un aeropirata con una historia muy particular. Una película que comienza y termina en un mismo lugar, lo cíclico de la vida. La existencia repetitiva de un tal Porfirio Ramírez Aldana, quien en septiembre de 2005 llegó a la tapa de los diarios por el intento de secuestro de un avión, granada en mano. Tamaña sorpresa se llevaron las autoridades aeroportuarias al dar con un terrorista en silla de ruedas al que luego se sentenció a ocho años de arresto domiciliario. El realizador Alejandro Landes ( Cocalero ) encontró en esta noticia el motor de su nuevo filme donde viajó a Florencia, Colombia, para proponerle la idea al aeropirata Porfirio: actuar de él mismo, con trámite de permiso de trabajo de por medio. Lo mejor de esta película es que en ningún momento el espectador sospechará que se está frente a un virtual recluso, al contrario, el entrañable protagonista será visto como una víctima de una bala policial que lo dejó postrado en una silla de ruedas. Y desde esa dura realidad, despega el filme que muestra con un detalle y crudeza envidiable cómo es el día a día en la vida de una persona cuyas piernas no responden. La vivienda es su cárcel, desde donde Porfirio contempla el repetido paso de los días y noches, amparado bajo el cuidado de su hijo Lissin y su pareja Jasbleidy, el amor hecho fuerza de uno y otros para superar situaciones. El aseo personal al detalle (baño -solo y en pareja-, cortar las uñas, lavado de dientes) se contrasta con imágenes fuertes, escatológicas. Sr. Landes: ¿era necesario mostrar a Ramírez hacer sus necesidades? Porfirio vende minutos de telefonía celular, se aísla en su micromundo de Florencia (Colombia) y está harto que lo llamen erróneamente a su teléfono público móvil. Los planos obvios de su deseo de volver a caminar (viendo por televisión una carrera de caballos en donde se enfocan las patas del equino), la lucha contra un estado que lo ignora pero juzga y gambetear a vendedores de remedios “milagrosos”, que lucran con la desesperación ajena, son algunos de los frentes que toca Porfirio , filme que no deja al protagonista como una víctima ni tampoco cae en lo lacrimógeno o el golpe sino que se centra en la crudeza de sufrir una limitación física y sus consecuencias. El día a día. Recién pasados los 45 minutos de película el protagonista saldrá de su vivienda para hacer trámites, una bocanada fresca a un argumento que corría peligro de asfixia por su encierro constante. Pero logra salir a flote.
Horror, humor, inteligencia Aprender a reírse de uno mismo, en este caso de las limitaciones del terror, un género cinematográfico que arrastra un vacío creativo a contramano de la cantidad de remakes, precuelas y toda clase de filmes que se estrenan por año. La cabaña del terror combina formatos de televisión (como es el caso del reality show) ámbito conocido por Drew Goddard quien junto a Joss Whedon (realizador de Los Vengadores ) unieron fuerzas creativas para las tiras juveniles Buffy , La CazaVampiros y A ngel , entre otras. ¿Y que hizo esta dupla? Plantó la típica propuesta de miedo de los ochenta (cabaña símil Evil Dead , bosque, universitarios libertinos, zombies asesinos a lo George A. Romero) y la cruzó con un experimento mediático que recuerda a The Truman Show . El ficticio montaje es controlado a la distancia desde una sala de operaciones comandada por Hadley (Bradley Whitford) y Sitterson (Richard Jenkins) donde los miedos, comportamientos y demás acciones son digitados por estos sarcásticos titiriteros a los que les gusta especular, apostar y ¿disfrutar? por el destino de sus víctimas. Una proyección de lo que sienten los fanáticos del género. Desde ese momento, el espectador conocerá el juego de este filme: el triunfo desde lo absurdo, la autocrítica hecha película que se escuda en sus miserias y clichés. Chris Hemsworth (Thor) en la piel de Curt, la actriz Kristen Connolly (Dana) y el enigmático pero acertado Marty (Fran Kranz) son parte de los conejillos de indias dentro de la cabaña, presa de los manipulados “muertos vivientes”. Aunque algo fallará y el sistema de control (inspirado en el medioambiente tecnológico de la NASA de los setenta) sucumbirá. Esta película pregona contra el excesivo daño a los jóvenes en pantalla, su primitivo y limitado comportamiento donde la muerte es sólo un remate obvio carente de suspenso. Uno de sus guionistas fue lapidario: “las tramas son cada vez más predecibles y las muertes cada vez más repugnantes. Se invierte más interés en los instrumentos de tortura y menos en los personajes y el diálogo. El sistema se ha abaratado”. Como pocos exponentes del género, La cabaña del terror te dejará pensando.
La venganza de los enanos Popularizados en el siglo XIX en Alemania, los enanos (o gnomos) de jardín decían traer buena suerte a la casa, aparte de decorar el espacio al aire libre. Pero con el paso del tiempo ese mito se cruzó hacia el costado del infortunio. Supersticiones al fin y al cabo, como alimento de Malditos sean! , que parte en 1979 con una redada policial que da con una vivienda derruida. Allí una enigmática anciana se ensambla con Ulises, un peligroso curandero al que todos persiguen. Nadie sabe por qué, pero este personaje es el hilo conductor de un tríptico de situaciones que se articula en capítulos. Tanto el brujo como los gnomos encierran un aura de misterio muy bien llevado por Demián Rugna & Fabián Forte gracias a algunos pasajes gore, suspenso, surrealismo y una pizca de humor negro que remiten al truculento cine de Clive Barker, pero con la salvedad que los realizadores se las arreglaron con 10.000 dólares. El capítulo de 1999 parte de una caja (recuerden la dibbuk de The Possession , 2012) que emana unas perturbadoras voces -al igual que los enanos de jardín- y busca redimir el alma de un niño asesinado. Diez años antes, en 1989 un grupo de adivinas se somete a un destino sangriento, este apartado es lo más disonante del filme. El cierre viaja a lo hilarante, absurdo, lo más discutible de un filme que merecía mantener el serio registro de suspenso hasta el final.
Un mito nacido en Jamaica “La gente amaba su música por las historias que contaba. Y esas historias tenían tristeza”. Esa es la llave de la devoción que despierta Robert Nesta Marley, ese ídolo cobrizo que en tres letras resume la leyenda: Bob. Hijo de padre inglés y madre afrojamaiquina, Marley refleja la retraída personalidad del astro quien carga desde pequeño con el estigma del mestizaje del cual se libera al abrazar la cultura rastafari. Más que una exhaustiva biografía, el documentalista Kevin Macdonald brinda una profunda lección histórica del desarrollo del reggae. El filme cuenta con entrevistados de lujo como Bunny Wailer, único sobreviviente del núcleo fundador de The Wailers, el mítico grupo que catapulta la carrera de Marley junto al multiinstrumentista Peter Tosh. Las imágenes de archivo laten actuales (observen la nitidez de la visita del emperador de Etiopía a Jamaica), como si el tiempo no pasara, una metáfora de la atemporalidad del legado Marley que se plasma con fragmentos de sus himnos reggae por distintos pedazos del globo: Estados Unidos, Japón, Zimbabwe, Bahamas, Brasil, Inglaterra y, obviamente, Jamaica. Las tomas aéreas de la naturaleza selvática jamaiquina, sus primeros pasos musicales en Trenchtown, su intensa vida en Hope Road -una alta zona residencial de Kingston donde sufre un atentado del que resulta herido- y su fanatismo por el fútbol muestran la versatilidad de temas y recursos con la que el director cuenta para ensamblar un jugoso documental repleto de fotos familiares, audios y videos inéditos. Un dato no menor: uno de los productores ejecutivos es Ziggy Marley, uno de los hijos de Bob. La película es narrada por el entorno de la estrella reggae con algunas placas sobreimpresas con frases célebres y datos de su prolífica carrera que fusionó jazz, rithm & blues y funk en forma única, gestando un género. Eso sí, no abundan las entrevistas audiovisuales de Marley frente a cámara, excepto en una bien informal en la que no se consigna fecha y lugar. El demo No Woman no Cry en clave gospel o la imagen de su mujer Rita que llora mientras mira por la ventana del bus de gira, al tiempo que a Bob se lo nota ausente, refleja la otra cara de la vida de Marley: una cosecha de decenas de amantes y 11 hijos. El extenso, aunque no aburrido, documental maneja muy bien los silencios ante declaraciones de fuerte tenor y jamás cae en el golpe bajo, aun ante las desgracias de salud como la que Bob tuvo que enfrentar luego que una metástasis de un melanoma mal tratado (un voraz cáncer cutáneo) que lo arrinconó desde mediados de 1980 hasta su muerte en Miami el 11 de mayo de 1981. El fallido tratamiento holístico en Alemania, el regreso a América y las imágenes del funeral de Estado bajo elementos de la tradición rastafari, son de una crudeza a la altura de esta leyenda musical de 36 años. Un merecido y respetuoso homenaje fílmico.
El cantar es un placer El payaso cordobés, en un filme con animalitos animados. La música como mensaje y bandera de la felicidad y libre expresión. Fabián Gómez, el famoso Piñón Fijo, protagoniza una película que comienza en un show circense en Córdoba junto a su amigo El Cabrito. De repente, aparece la primera figura animada, es el grillo Cri Cri quien luego de acoplar en un micrófono se mete en el camarín del clown para pedirle ayuda: ir a una laguna para esconder un cancionero del que un malvado cuis busca apoderarse. ¿El fin? Que sólo se cante una canción compuesta por él: su desafinada marcha. Para cumplir esta misión, los realizadores de Piñón Fijo y la magia de la música afrontaron el desafío de “encoger” digitalmente al payaso y así meterlo en el mundo de los bichos cantores. Esta película, que combina live action con animación 3D, recrea los escenarios mediante maquetas con elementos naturales, circulación de agua y cielos pintados en cicloramas. De esta forma, el protagonista -único personaje humano en la película- interactúa con divertidos bichos imaginarios como El sapo -jefe del grupo-, la enamoradiza araña Anita (bien lograda por su sensibilidad y carácter) y el tímido pero simpático grillo Cri Cri. El lado ¿podría llamarse oscuro dentro de tantos colores animados? es José Mandoni, el cuis quien junto a sus secuaces (atención a la lombriz camaleónica) se apodera del cancionero. Una perla: los temas no están en un gran libro o se escriben en un pergamino, sino que se almacenan en un ¡pendrive!, fresco guiño tecnológico para una película donde el cruce de escenarios reales y digitales estructuran un relato sólido que sólo desentona con la velocidad de los diálogos de El Cabrito al que a veces es difícil de entender. Las energéticas apariciones de este muñeco -que busca al payaso perdido- no cuajan con la tranquilidad del mundo animado de los bichos. Las criaturitas cantantes forman un jurado propio (que califica con voto secreto incluido a lo ShowMatch ) para seleccionar las mejores canciones y rehacer así su libreto musical perdido. Piñón fijo, miembro del tribunal, siempre apuntará al optimismo para hacer brillar a los bichitos más limitados. Mientras ocurre el peregrinaje de la búsqueda del cancionero que al principio está escondido dentro de un saxo cloacal, se intercalan varios hits musicales del payaso cordobés, acompañado por los bichos del arroyo. Esta película instala varias sonrisas y deja enseñanzas desde el lado de la aceptación, la superación de la timidez y, sobre todo, la comprensión. ¡Que viva la música!
Piñas van, piñas vienen Un gimnasio subterráneo en Constitución, eje de este interesante documental. Va sólo en el Arte Cinema. El gimnasio subterráneo del andén 4 de la estación de trenes de Constitución es un secreto para muchos de los que transitan el Ferrocarril Roca. Pero no para los amantes del boxeo. El realizador austríaco Jakob Weingartner, quien dirigió los cortos Obras y obreros y Murga en Lugones , se metió de lleno en un mundo de sudor, golpes, ilusiones y fracasos donde la lucha diaria no sólo está en el ring, sino en la vida misma. Boxeo Constitución sigue el camino de los debutantes Federico Rodríguez y El colo. Este último quería ser una estrella, tocar la guitarra y después se le dio por el boxeo, mientras trabaja en una carnicería. “No tengo la violencia que debe tener un boxeador, es un deporte”, dice. Los muchachos anhelan la fama, el reconocimiento y respeto, una inocente inercia que choca con la cruda realidad del debut sobre el cuadrilátero. Con sus limitaciones, desconfianza (“tu entrenador te ve el signo de pesos, nadie te quiere, no tenés amigos”) y el apoyo familiar, Fede y El colo se abren camino en el espinoso universo pugilístico. Las rutinas de trabajo en esta locación sombría son seguidas con un gran detalle mientras los sonidos cumbieros de El Remolón le meten frescura y ritmo a un relato que a veces exagera el dramatismo. El predio inundado, problemas de electricidad, típicas discusiones alumno-entrenador y exigencias varias -bajar de peso o lograr volumen corporal a fuerza de gimnasio- son momentos que llenan de vallas a un documental correcto. Y gusta decorarse con paisajes tormentosos, con una mirada intimista que roza lo bizarro como los innecesarios planos detalle de dientes recién extraídos en un consultorio odontológico. Todo, para mostrar la otra cara de un mundo a los golpes.
El macho de España Filme sobre un conquistador, con un guión marcado por lo romántico, sexual y, sobre todo, lo superficial de la vida. El director Fernando González Molina no tuvo mejor idea que armar una segunda parte de 3 metros sobre el cielo , también de su autoría, basada en la novela de Federico Moccia. Tanto Tengo ganas de ti como en su precuela se repite el objetivo: elevar al actor Mario Casas como uno de los íconos juveniles del cine español. Con un look que puede recordar a Taylor Lautner (Jacob Black, el lobizón crepuscular), el galán ibérico se hermana con su colega estadounidense por su destreza motociclística. Y, obvio, por conquistar (y destrozar) corazones femeninos en estos cuentos de hadas para adolescentes. El bueno de Mario encarna a Hache, quien vuelve luego de una larga estadía en Londres a su Barcelona natal. En la ciudad española se reencuentra con su entorno de años atrás, y esto engarza el recuerdo tormentoso de su amor por Babi (María Valverde), en esta ocasión eclipsada por la actuación de Clara Lago (Gin, lo mejor de la película) quien también conquista al galancete. Ella tiene el desenfado, fluidez, complicidad, misterio y una pizca de masculinidad que magnetizará a Hache. El es reflejado como el típico macho alfa que se lleva todo por delante y carga con el Manual del Buen Levante: mirada felina, cuerpo torneado, algo torpe (vean las escenas de los vestuarios) y en complicidad con una montaña de clichés amorosos dispuestas por el director: lluvia, arena, mar, noche, velas, etc. “Odio los tíos como tú”, dice Gin, “¿Irresistibles?”, contesta él. No comments. Conversaciones con un amigo muerto, embarazos no deseados, enfermedades terminales, infidelidades y abusos son situaciones que González Molina cruza peligrosamente en un guión marcado por lo romántico, sexual y, sobre todo, lo superficial de la vida. Un delicado contraste, poco efectivo en este filme. La celestial voz de Gin -participa en un ciclo de casting a la búsqueda de talentos musicales- le da algo de vuelo a una película que nunca despega donde se enaltece hasta el hartazgo las virtudes del conquistador. Tengo ganas de ti insiste y siempre se empantana en los conflictos de amores no resueltos y, en parte, la irresponsabilidad juvenil. ¿Ejemplo? Andar parado en la parte de atrás de una motocicleta en movimiento, brazos en cruz. Y sin casco, obvio: ¡bienvenida la seguridad vial! En síntesis, un filme que alerta a las chicas enamoradizas ante los pretendientes con agallas (de película) para la seducción. Muchachos: apliquen el método Hache a ver si les funciona.
Misterio que empalaga Un teléfono que se descompone, una llamada perdida y una mujer que no se puede olvidar. Tres momentos de Sebastián Oviedo (Luciano Cáceres), un arquitecto en crisis con su pareja, que lo motorizan a viajar al interior. Pero queda varado en un pueblo sombrío, con personajes que parecen inanimados. Y está Ella, Mariela (Camila Fiardi Mazza), una niña huérfana, muy creyente y con mantras apocalípticos. Su estampa fantasmal (un recurso recurrente en el filme) lo acecha, piensa que Oviedo es un enviado de Dios por el que estuvo rezando. Y lo transforma, le cambia la identidad diciendo que es su tío y vino a hacerse cargo de ella. Uno fuerza el suspenso con lugares comunes: taconeo a oscuras en un piso de madera, una recepcionista con un don profético, muebles de una posada abandonada tapados con sábanas blancas... Del otro lado del cuadrilátero aparece Hernán Barrera (Carlos Belloso, lo mejor), quien con su mirada penetrante intimida al estático arquitecto. El busca adueñarse de una hostería familiar, heredada por Mariela, y asedia a Sebastián. Una tenaza argumentativa que asfixia, no avanza, donde el filme se pierde en un laberinto de enigmas de pueblo chico e infierno grande. El plano de las moscas muertas atrapadas en una telaraña, reflejan la médula espinal del filme donde el encadenamiento de mentiras toma protagonismo. Por esas aguas navega Oviedo, presa de la niña que lo atrapa con sus caprichos y busca seducirlo desde su despertar sexual. Bajo una estela de traiciones, el pueblo teje una trama que paraliza al protagonista, sus movimientos no parecen naturales sino digitados símil autómata bajo designios ajenos. Un títere de las circunstancias donde las mentiras crecen y arrastran a la película hacia el filo del misterio, que empalaga como la miel.
Una esclava de otra vida La relación entre Wallis y Edward, el rey que abdicó por amor, en la mira de Madonna. La búsqueda del amor verdadero y de una identidad. Madonna, en su segunda incursión como directora de un largometraje (la comedia dramática Filth and Wisdom es de 2008) cuenta la historia de Wally Winthrop (Abbie Cornish), quien presa de su infelicidad conyugal se sintió atraída por la historia de Wallis Simpson (Andrea Riseborough), la mujer que luego de dos matrimonios conquistó el corazón de Edward (James D’Arcy), el principe de Gales, luego rey, y que decidió abdicar su trono en 1936 y transformarse en duque de Windsor. Y ella en duquesa. Todo por amor. Una verdadera revolución institucional para la realeza del Reino Unido. La película viaja a Manhattan en 1998 donde se subastan los bienes de la pareja y Wally se enamora, es esclava de una vida ajena ocurrida varias décadas atrás. Mientras recorre los objetos se retrotrae a los años mozos de la famosa pareja de Windsor. Un ida y vuelta de tiempos que por momentos funden sus vidas y cuesta seguirle el hilo a la duquesa y su copycat siglo XX. Wally imagina ver a la figura fantasmal de Wallis, quien le aconseja que “se busque una vida”. Pero no lo logra y su vida es un reflejo vívido: desengaño, soledad, violencia de género (escenas muy crudas) y una fogosa epístola que toca el nervio de estas almas gemelas. W.E. (su título en inglés o las siglas de Wallis y Edward) se extiende demasiado en un argumento que podría resolverse en menos tiempo, pero gana en detallismo, preciosismo tanto en su fotografía como vestuario. En esta película pasado y presente se cruzan, se tocan, pegan y despiertan. La cámara rodea a las protagonistas y también se aleja para que las locaciones brillen, desde París a Nueva York. La vida de Wally se transforma cuando se enreda con un guardia de seguridad de la colección, lo que necesitaba para estar en el corazón del mundo de W.E. Las acciones de subasta muestran su caída al vacío de la devoción, llenar su vida con una ajena. ¿Con qué fin? ¿Cambiarla del lujo a la simpleza? ¿Lograr una identidad propia? Los actores principales se lucen más en las escenas conmovedoras (D’Arcy, al dar el discurso radial para informar su abdicación) que en las tomas más relajadas y festivas. Y siempre con el piano como música de fondo, un sello de La reina del Pop (hoy y el sábado en River), quien lo refleja a puro dramatismo clásico en sintonía con el argumento del filme. Y muta, como la Ciccone, como cuando suenan los Sex Pistols y su Pretty Vacant en medio de una fiesta o cuando Wallis baila The Twist de Chubby Checker frente al lecho de muerte de su marido. Un codazo a tanta solemnidad.
Blackie: monumento a ella misma El costado menos conocido, la estela femenina dominada por la vorágine laboral. La que siempre iba por más. Una idealista, una pionera. Paloma Efron tiene su justo y merecido homenaje en Blackie, una vida en blanco y negro a cargo del montajista Alberto Ponce, quien encolumnó la rica historia de la estrella entrerriana alrededor de una entrevista ficticia entre Blackie y un periodista. Todo dentro de un registro ameno, cómplice, biográfico, sumidos en un ambiente algo sombrío, con volutas de humo, aquel silente compañero de Efron. La lograda adaptación vocal de Dora Baret da vida a los 64 años de una Blackie multifacética: cantante de jazz, actriz, periodista, productora y directora de televisión. Y políglota: dominaba hebreo, alemán, francés, italiano y portugués. Con un valiosísimo trabajo de archivo, el documental reúne fotos, audios y videos de las diferentes etapas profesionales de Paloma, quien anteayer hubiese cumplido 100 años. El guión de Ponce se realizó en colaboración con Diego Sabanés y parte del libro Memorias y Recuerdos de Blackie , de Ricardo Horvath, a quien también se entrevista. Suman las palabras de Hinde Pomeraniec (autora de Blackie: La dama que hacía hablar al país ) y de Carlos Ulanovsky, quienes entregan datos imperdibles de una mujer que se camufló, a fuerza de disciplina, algo de soberbia y mucho trabajo, en un mundo de hombres. El filme también plasma la visión empresarial de Blackie, que la ayudó a catapultarse y exportar algunos libretos cinematográficos, de la Argentina a Hollywood, escritos por el periodista y guionista Juan Carlos Olivari, con quien se casó y mantuvo una relación por diez años. Al morir su padre y separarse de “Carlucho”, Blackie, una vida en blanco y negro refleja un quiebre en el relato. Y una decisión de la mujer: abocarse al trabajo y relegar para siempre su vida sentimental. De allí en más emergería la productora estrella de la televisión argentina, la que todos conocemos. En la parte final de la película se plantea un interesante debate (contrastado con testimonios) acerca del legado que dejó Blackie en la pantalla chica y qué pensaría acerca del amarillismo que pulula hoy. ¿El momento emotivo? Cuando su primer productor y amigo Tito Bajnoff lee una carta manuscrita de ella, pero sin caer en el golpe bajo. “No me molestan las arrugas, ni los cumpleaños, sino cuando el bocho no me funcione”, expresa. Ese que iluminó a la cultura argentina.