Dos especialistas en matar sin sentido El fuego, el calor chaqueño... y la locura. En esas palabras parece justificarse El décimo infierno , obra del escritor, periodista y guionista Mempo Giardinelli quien, junto al realizador colombiano Juan Pablo Méndez Restrepo, debuta en el rol de director. La trama se centra en Alfredo (Patricio Contreras), un divorciado cincuentón, soez, que cree que puede llevarse al mundo por delante. Junto a Griselda (Aymará Rovera) construye una relación clandestina de dos años a espaldas de Antonio, su amigo y socio inmobiliario. Hasta ahí todo “normal”, y el protagonista se pregunta “¿Por qué Antonio acepta ser cornudo y jamás dice nada?”. Los directores reiteran en relacionar las altas temperaturas con las reacciones violentas. “De pronto uno enloquece”, enuncia en off Alfredo. Y, pala en mano, asesina a traición a Antonio en presencia de su infiel mujer. En vez de buscarle una salida rápida al asunto (ocultar el cuerpo, llevarse el dinero), la vivienda es el primer escenario de un raid criminal sin sentido. O sino cómo se entiende que la pareja deja pasar a una vecina a la casa porque oyó ruidos y es acuchillada. O un delivery boy es ultimado de un tiro sin ingresar a la vivienda. Salidas y recursos inofensivos, poco efectivos. De allí en adelante la estirpe asesina de los amantes irá in crescendo sin valores morales ni planificación alguna. Todo será en caliente, en la ruta, espontáneo, donde la ley brilla por su ausencia y no se comprende cómo no son atrapados. Presas de la paranoia más que del peligro, la pareja buscará fugarse al Paraguay (increíble el proceso de coima con el lanchero y un oficial corrupto enfrente) con Brasil como destino final. El sexo ocasional en distintas locaciones, un argumento escaso con recursos repetidos (caso el cigarrillo encendido como mecha del Mal) y la absurda cosecha de muertes dibuja un panorama predecible del cual ni el más vil podría escapar, pero ellos sí. Solo estarán atados a su propia desconfianza. Y a la sangre, que todo lo salpica. Y arruina.
Muerta y llena de misterio En su primer largometraje, Bucca maneja muy bien la intriga. Con una estructura coral, la trama es atrapante. Enfermedades, secretos y traiciones bajo el signo del desamor. Un féretro. En torno al ritual de la muerte, una mujer es velada. Pero se desconoce quién es, si tiene familia, un verdadero enigma femenino con una brutal tormenta de fondo en un perdido pueblito del interior. Durante algunas noches y días, sólo tres hombres se acercarán al cajón para reconstruir el pasado de la difunta y así forjar una identidad a conveniencia: pertenecerle. El director Pablo Bucca, en su primer largometraje basado en la novela del escritor Luis Lozano, presenta a los personajes como si fuesen cartas sobre el paño: Fernández (Alejandro Awada), un escritor que cuenta la historia de Laura, una mujer a la que conoce en una biblioteca y con quién se enreda sentimentalmente; Santos (Eduardo Blanco) habla acerca de su relación con Sofía, una antigua amante y esposa de su íntimo amigo. Por último, Villalba (Oscar Alegre), un empleado municipal que relata cuando era chofer de colectivo y conoce a Rosita, una mujer al borde de la no videncia que busca seguir viendo a través de su imaginación. Enfermedades, traiciones, secretos, todo regido bajo el signo del desamor articulan las tres historias de los hombres a los que parece no importarles estar frente a un cadáver (¿jugarías al truco sobre un muerto?). Lo que realmente interesa en Una mujer sucede es que ellos no pierdan protagonismo ni cedan un centímetro a su rival en esa surrealista carrera hacia la misteriosa dama inerte. La intriga permanente y una narración dinámica hacen avanzar al relato con fluidez, mantiene al espectador en el núcleo del conflicto. Eso sí, hay que estar muy atento durante la primera mitad del filme para no perder el hilo de las múltiples historias, sobre todo la de Fernández, y así no enredarse y tropezar en esta verdadera mamushka de corazones rotos. Con una estructura coral, esta atrapante película se desarrolla en diferentes capas como si fuese una cebolla fílmica, donde los relatos tienen texturas propias y, según su director, tonalidades particulares. “Marrones y verdes en la historia de Fernández y Laura, lo moderno y actual para el relato de Santos y Sofía y mucho contraste y colores brillantes en la narración de Villalba y Rosita”. Todo en pos de descifrar quién es realmente esa mujer que pasó a mejor vida. ¿O no?
Nuestro y de nadie más Del amor a la obsesión puede haber un largo y espinoso camino. O puede ser fugaz, invasivo, sin límites. Y peligroso. La inocencia de la araña se desarrolla en la tierra natal de su director, en esta ocasión Formosa. El realizador Sebastián Caulier viaja introspectivamente hacia su infancia, identificándose en Camila y Daniela, dos estudiantes de 12 años que se enamoran perdidamente de Manuel (Juan Gil Navarro), un tímido profesor de Biología, recién llegado de Buenos Aires, que dictará clases en un colegio donde todos miran hacia el costado de la indiferencia. El enigma del imaginario infantil, con su compleja trama y procesos de elaboración a cuestas, se apodera del argumento donde la fantasía y lo platónico cruzan la delgada línea hacia un oscuro universo de celos, envidias, magia y... ¿pero a qué se debe este cambio? A la mujer que conquistó a Manuel, Ana, la profesora de gimnasia, encarnada por la también formoseña Gabriela Pastor. Ella será la “presa” de las chicas y, su musa, Ofelia, la tarántula-mascota de Manuel. Como todo lo que rodea al profesor, el arácnido es objeto de análisis y devoción de las niñas. Ver como lo alimentan (con insectos y hasta un ratón bebé) anticipa la cruel metáfora de su macabra búsqueda: poseer al profesor. Las nenas (Lourdes Rodas y Renata Mussano) no son actrices y, aunque a veces ingresan en un guión muy pausado, cumplen un buen rol protagónico. Eso sí, a veces las “persecuciones” e intromisiones con su profe son más que ficticias. La historia de este filme sale a flote, sin caer en un análisis psicológico de la obsesión de los niños. Capturen esta imagen: la danza de las chicas alrededor del fuego.
Justicia diabólica La historia de un boxeador frustrado que mató a un rival es el pretexto para esta comedia negra en la que abunda la sangre. Un boxeador que besa la lona de la frustración, del abatimiento, al matar a un rival en un combate, ese es Marcos Wainsberg, el Inca del Sinaí. El rústico personaje de Juan Palomino en Diablo , de Nicanor Loreti, muestra su costado más salvaje, casi desconocido. La sorpresiva llegada de Hugo (Sergio Boris), primo del pugilista, con su camisa manchada de sangre, es un aviso de que se avecinan tiempos violentos para los dos. Exactamente tres horas donde pasará de todo: violencia, muerte, torturas, delirios bizarros, humor y sangre, mucha sangre, con algunas escenas no aptas para estómagos y retinas sensibles La tensión entre Marcos y Hugo crece en base a sospechas y silencios de este último, quien carga con negocios turbios y además se conecta “orgánicamente” con un viejo moribundo. Pero el personaje que quiebra el argumento y le inyecta vértigo y muchas risas a Diablo es Café con leche, la eléctrica caracterización de Luis Aranosky. El absurdo y la adrenalina en parejas dosis, tributo al Guy Ritchie de Snatch , también refleja en esta película claros guiños a lo más border del cine de Tarantino. Nicanor Loreti, especialista en el mundo del terror, ensambla una comedia negra con toques de thriller y acción, con coloridos personajes secundarios como los matones de cotillón que terminan muertos en un baño y hasta un grupo de elite a cargo de Hugo “Kato” Quiril, el gran Ninja blanco de Lucha Fuerte . La pelea final entre el grupo comando y los primos es brutal, al igual que la escena de Hugo al grito de ¡mandangaaaaa! La casa del boxeador apila situaciones desopilantes, caseros elementos de tortura (¡hielo, agua hirviendo y un embudo!) y diálogos muy bien llevados por los protagonistas, aunque a veces los recursos se repiten y la historia se torna predecible y demasiado bizarra. La música pesada no falta en el filme (recordemos que Loreti dirigió el documental La H y es afín al heavy metal), donde el sonido distorsionado calza justo en las escenas más fuertes. La presencia del Maligno, ¿versión carnavalesca? deja una enseñanza y un mensaje en Hugo. Esperemos que otros actores, fuera del mundo clase b o gore, muestren su lado más zarpado como lo hizo Palomino en Diablo.
La pasión no tiene edad El documental sobre Elsa Agras muestra la labor del Ballet 40/90. Atrapa tu sueño. Ese es el mensaje que parece transmitir Elsa Agras, la directora de ballet que allá por 1995 creó una particular compañía de baile. Por un lado, ninguna integrante tenía formación académica y, por el otro, la menor rondaba los 40 y la mayor se acercaba a los 90. Esta última es Elsa, su motor, quien se vio reflejada en la vida de la bailarina, coreógrafa y profesora de danza alemana Pina Bausch. Este documental del realizador Darío Doria ( Grissinopoli , Cuatrocientos cincuenta ) se mete de lleno en la vida de Agras, guía natural de unas 60 mujeres que son desde amas de casa hasta profesionales y están unidas por una misma pasión: la expresión corporal a través del baile. Créase o no, la protagonista pudo comenzar a desarrollar su vocación a los 71 años, bastón en mano. La atenta (y a veces hasta ausente) cámara de Doria, en varias oportunidades enfoca a espaldas de la mujer y así ubica al espectador desde la perspectiva doctrinaria y contemplativa de la maestra, donde suma jugosos planos y movimientos imperceptibles de la protagonista. Elsa no se calla nada, gesticula, reta a sus chicas, las arenga y aconseja. Busca sacar lo mejor de cada una, sin soberbia, con comprensión y una dulce -pero estricta- disciplina. Ella supervisa todo, no se le escapa nada, cada paso y gesto está bajo su atenta mirada desde donde conjuga un chachachá, música clásica y hasta La marcha de San Lorenzo (imperdible), donde aflora el humor post 40, característica siempre latente en este documental. Emociona ver las caras de las bailarinas cuando Elsa anuncia que se presentarán en el Teatro Empire o que se armará una función donde podrán actuar con sus nietos. Este filme no plantea una postura de protesta acerca de los pocos espacios de ocio que hay para las personas de la “tercera edad” (término que Elsa detesta). Todo lo contrario, se pondera lo maravilloso que otorga el paso de los años donde la madurez hace cumbre y las cosas se ven desde una perspectiva diferente. Siguiendo a las alumnas en la preparación del vestuario para la función en el Empire, repartiendo volantes, la profesora de 87 juveniles años no claudica en llevarles confianza a sus alumnas, aún estando enferma. Desde su creación en 1995, el Ballet 40/90 se presentó en distintos centros culturales y desde 2000, desarrollan una temporada teatral de cuatro meses donde se destacan los espectáculos Miusijol , Per Viver e, Te bailo la justa y Sandunga . Hasta el 30 de noviembre presentaron A los hechos pechos , en el Espacio Cultural y teatro Garrick. Elsa y su ballet es un viaje hacia un sueño, no hacia un escape.
El baile del cambio Bailar por el arte mismo o con un fin de protesta, allí está la disyuntiva, el quiebre de Step Up 4: la revolución donde The Mob, un grupo under de bailarines urbanos, irrumpe sin aviso en distintas locaciones de la glamorosa Miami. Bajo furiosos ritmos dubstep y hip hop, entre otros estilos, chicas y chicos con cuerpos sin un gramo de grasa y torneados a puro gym que despliegan impresionantes flashmobs (lo mejor de la peli) en Ocean Drive, un museo de arte, sobre una explanada y hasta encima de varios containers. Todo ese trabajo es para cosechar 10 millones de visitas en YouTube y ser financiados. Aunque el fin es otro: hacerse notar, ser conocidos. La bailarina Kathryn McCormick encarna a Emily Anderson, una aspirante a entrar en un selecto elenco de danza y además es hija de un poderoso constructor cuyos designios financieros se interpondrán con Sean (Ryan Guzmán), el amor de Emily y uno de los líderes de The Mob quien la incluirá en el team urbano sin desenmascarar el acaudalado origen de la muchacha. Pero fallará. Cuando los planes de la empresa de papá Anderson se interponen con las propiedades costeras donde Sean vive, en el corazón de Emily latirá la lucha: padre vs. novio. ¿Qué pasará? Las escenas acarameladas de los tortolitos le quitan vibración a un filme que promete, pero hacia el final roza la banquina del ridículo.
El amor de toda una vida “¿Cuánto dura el amor? Hay amores que pueden durar toda una vida”. A la inversa del ícono tanguero (el abandonado por una mujer), el poeta José María Contursi hizo letra, al ritmo del 2 x 4, sobre como dejó a Gricel, una joven de 16 años y luego, preso de la culpa, arrastró una pena eterna. Y la buscó. Reconstruir esa increíble historia de amor prohibido, ocurrida en la década del ‘40, es la misión de este documental, donde Manuel (Pablo Basualdo) es un cantante lírico que quiere llevar el tango Gricel a escala de ópera. Entonces bucea en archivos (lee la epístola amorosa entre ellos), y entrevista a historiadores, amigos y familiares de la pareja para ensamblar aquella aventura de pasión y pecado donde el tanguero se arrojó a una aventura sin igual para encontrar a su amada en Capilla del Monte. El filme, con un tranquilo desarrollo donde convive la música clásica y el tango, exhala aires de melancolía tanto en Buenos Aires como en Córdoba, proponiendo cuidadas locaciones y logrados personajes secundarios que colaboran en reconstruir la historia. Con la música de Mariano Mores, Contursi -a diferencia de muchos tangueros- se corrió de la ficción para inspirarse en la vida misma. El desengaño, la depresión por enviudar de su esposa, los fantasmas del alcohol y la muerte que lo rondaban, transportó al poeta hacia un sinfín de heridas y desdichas. Al que sólo la bella Gricel pudo rescatar. Y curar.
Sangre descontrolada Las segundas partes nunca fueron buenas, reza el dicho popular, y el director Marcus Dunstan, al frente de The Collector (2009), se lo toma al pie de la letra. Con un comienzo que parece de otro filme, la “estructura” de este relato atropella con una serie de matanzas donde la sangre abunda y faltan ideas. La película se centra en Elena (Emma Fitzpatrick), única sobreviviente de una fiesta en un boliche, donde el Coleccionista (una cruza del Mago Enmascarado y Machine, de 8mm ) digita el destino de sus futuras víctimas. Desde las alturas comanda una maquinaria letal (aspas de una trilladora, una jaula metálica que compacta), sello de la dupla Marcus Dunstan-Melton, responsables de las últimas cuatro partes de El juego del miedo , donde los recursos también se desgastaron. Elena, encerrada en una caja por el psicópata enmascarado, buscará ser liberada por Arkin (Josh Stewart), quien hará lo imposible por rescatarla. Varias de las escenas causan gracia en vez de miedo y se busca una repulsión innecesaria, caso fracturas expuestas. A un ritmo frenético (¿una gran trailer movie?), Juegos de muerte muestra todo ya, carece de suspenso, es predecible y no asusta. Estos filmes deben ir a boxes, refrescar ideas y volver a pista. Urgente.
Andy Warhol a la vasca Agujeros, en euskera, el idioma vasco. Eso significa Zuloak , lo nuevo del músico Fermín Muguruza, quien como director tomó la posta iniciada por la cazatalentos Arrate Rodríguez -dibujante y documentalista amateur-. Ella, como lo hizo Andy Warhol con The Velvet Underground & Nico, repitió el proceso con una emergente banda de punk rock vasco: Zuloak. Con el feminismo, la protesta adulta, el sexo (a veces explícito, aunque en general sin groserías), los apoyos monetarios virtuales y muchas influencias (Black Keys, Patti Smith, White Stripes, PJ Harvey), el trío -hoy quinteto- se dejó llevar por la incisiva cámara de Rodríguez, a quien varias veces le pidieron respeto a la intimidad. “Si Dios es un DJ/Satán es un punk/Si Dios es un hombre/Satán es una mujer”, son algunas de las frases que muestran el ímpetu de estas chicas que atraviesan los típicos conflictos rockeros. Con una fotografía impecable, edición de gran vértigo y muchas entrevistas (desde modelos y artistas hasta íconos femeninos del rock vasco), Zuloak refleja la tensión documentalista-banda, su entorno, los problemas de ego (ida de la primer cantante y gran reemplazo con Tania de Sousa) y hasta chistosas sesiones de depilación. Zuloak es un brillante ejemplo de como documentar a una banda con recursos artesanales. Hoy en plena gira europea, flota la pregunta obligada: ¿vendrán?
Propiedad reservada Indignación y confusión, saber que se es el titular de unas tierras que uno no eligió ni compró y, a su vez, no poder visitarlas porque el dueño ¡es otro! ¿Cómo? Sí, el realizador ítalo-argentino Daniele Incalcaterra heredó de su padre 2.500 hectáreas en el chaco paraguayo (otras 2.500 fueron para su hermano) y se llevó una sorpresa: fueron vendidas por duplicado a un ex diputado uruguayo, meses antes que a su progenitor, allá por 1983. Por este chiste, Daniele no podía acceder a su terreno y declararlo reserva natural, un sueño pendiente que tenía desde que codirigió La nación mapuche junto a su pareja, Fausta Quattrini. Incalcaterra documenta con gran rigor el paso a paso de su periplo por la selva chaqueña desde donde filma el pulso de la naturaleza (con excelente planos detalle) y además recorre el ríspido espinel de la burocracia paraguaya. El realizador entrevista a funcionarios, un poderoso empresario que tiene de vecino y hasta al mismísimo ex presidente Lugo, quien firmó un decreto de preservación natural con el que Daniele pudo nombrar al terreno como reserva. ¿Es suyo? Esa es otra historia.