Texto publicado en edición impresa.
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Es difícil que aquel día los damnificados hayan dicho “así da gusto que lo roben a uno”. Quizá lo dijeron después, cuando el banco los indemnizó. Pero hasta ellos se habrán sentido admirados por el robo. Incluso habrán sentido algo de pena cuando la Policía capturó a los ladrones (pero nunca recuperó toda la plata). Bien, ahora damnificados, policías, gerentes de banco, amigos, clientes y proveedores, y público espectador, lógicamente, pueden decir, todos juntos, “así da gusto que hagan una película sobre aquel robo”. De hecho, tiene la elegancia y el buen humor que le faltaban a “Cien años de perdón”, que era la versión libre del mismo hecho. Risueña, entretenida, bien cuidada, con un lindo elenco, personajes queribles (algo fundamental), frases regocijantes, marcada fidelidad a los hechos reales, agregando interesantes novedades (la gente cree saberlo todo sobre este caso, pero hay sorpresas), “El robo del siglo” es un lindo homenaje a la singular picardía de quienes cometieron aquel famoso ilícito “sin odios ni rencores” a la sucursal Acasusso del Banco Rio. Y es, desde ya, una de las mejores comedias policiales argentinas. Así como Fernando Araujo pudo haberse inspirado en el robo al banco de Niza de 1976, mejorando ampliamente la idea y dándole el debido toque personal, Ariel Winograd, el mismo de “Vino para robar”, toma algunas pautas genéricas de las comedias clásicas de ladrones y hace la suya, con su propio toque de verdadero amante del cine y fabricante de éxitos. Como base, emplea testimonios de los propios partícipes en el hecho, que ya de por sí era “de película” (algunos hasta hacen un cameo). Como resortes para manejar la tensión salta ciertos pasos de los preparativos del robo, que luego explica con flashbacks bien puestos. Y maneja sin descuido alguno la sonrisa cómplice y el suspenso. Todo está bien contado. Y todo culmina en los créditos finales, nada sobra. En la producción, varios de los mejores especialistas locales, desde el benemérito director de fotografía Félix Monti para abajo. Y en pantalla, un seleccionado de lujo con la dupla Peretti-Francella como punta de lanza. Esto es un robo, dirá la competencia (acaso por eso hay sólo dos estrenos esta semana).
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Una chiquilina tiene su primer desengaño sexo-amoroso pero lo supera rápidamente cuando empieza a voltear muñecos en una juguetería. Es decir, entra a trabajar en una empresa de juguetes con buena provisión de empleados jóvenes, lindos, heteros y bien dispuestos, y se dedica a pasarlo bomba con uno atrás de otro. Hasta que un día sus compañeros de trabajo, y en especial sus demás compañeras, le dicen en la cara lo que piensan de ella. Entonces da un giro copernicano y pasa a liderar una campaña por la abstinencia, con colecta incluida. Pero al mismo tiempo histeriquea con el único que todavía no pudo llevarse a la cama. Se anticipa un final feliz. Película quebequense bastante simpática, que deja picando algunas cositas sobre adolescencia, hormonas, sentimientos, prejuicios y encasillamientos, su título original puede ser traducido como “Charlotte se divierte”. En EE.UU. se conoció como “Slut in a good way”, en España “Guarra en el buen sentido”, y en Francia, donde son más considerados, “Charlotte a 17 ans”. Se supone que a los 18 sentará cabeza. Autora, Sophie Lorain, exitosa actriz (acá la vimos en “Las invasiones bárbaras”), directora y productora de cine y TV canadiense. Su anterior película fue “Les grandes chaleurs”, sobre una madre de familia que acaba de enviudar y se engancha con un pibe de 19 años. Guión, Catherine Leger. Intérpretes, Margueritte Bouchard, que viene de la televisión infantil, Romane Denis (la amiga izquierdosa y ridícula) y Rose Adam (la amiga alta, tímida y romántica, personaje poco aprovechado).
Nacido en Puerto Iguazú, formado en Rosario, Maximiliano González viene desarrollando un cine atento a la expresión del interior, las localidades del interior, y los padecimientos femeninos. En su opera prima, “La soledad”, un hombre abandonado por su mujer se ocupa de ayudar a la hija de su vecina, una nena de apenas 13 años, ya embarazada. En “La guayaba”, una joven prostituida vive su calvario al costado de una ruta provincial, hasta que encuentra la salida gracias a un supuesto viejo reblandecido. En su tercera película, que ahora vemos, filmada en Formosa y Misiones, una mujer y su segundo esposo esperan a la hija adoptiva que ella sueña. Pero la madre biológica, que inicialmente había aceptado el trámite, parece haber cambiado de opinión. Durante la noche de espera en el hotel, bajo una copiosa lluvia subtropical, los miedos y recuerdos de la pareja se disparan, igual que se disparan algunos habitantes huyendo de una posible inundación. Otros siguen firmes bajo el agua. Al mismo tiempo, el hombre debe atender, cada vez con menos interés, las llamadas de un socio que está literalmente en las antípodas (de ahí el título). El autor no exagera los símbolos, simplemente sintoniza las situaciones y maneja de este modo un clima de tensiones internas. Esa es la noche. Después vendrá el día. Buenos intérpretes, Elena Roger y Javier Drolas, junto a interesantes artistas del interior y en escenas especiales Cecilia Rosetto, José María Marcos (como un hombre que justo en el 40° aniversario de casados le confesó a su mujer que tiene dos hijas naturales) y Pascual Condito. La música también es buena.
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