El rey Arturo: La leyenda de la espada, de Guy Ritchie El cine de Guy Ritchie suele ser bastante criticado por la artificialidad de su manufactura, pero es la exteriorización del hacer cinematográfico la que le dio (entre otros aspectos) un sello reconocible a su carrera como director. Es su montaje frenético y la velocidad de planos y palabras las que hacen de su cine una experiencia contemporánea muy ligada al pastiche y la hibridación de géneros. Y su último film, El rey Arturo, la leyenda de la espada, no sólo no revierte esta tendencia, sino que la potencia transformando la tradicional épica vikinga en un tour de force con aires rocanroleros. Dada la codicia de su tío Vortigem (Jude Law), el pequeño Arturo (hijo de los reyes) es expulsado del castillo y obligado a criarse como un bastardo fuera del apaño de la vida real. Pero gracias a la brujería y el dominio de la naturaleza, las aguas de los mares descienden dejando al descubierto a Excalibur, la poderosa espada que sólo responde a las manos de sus verdaderos dueños: los reyes de sangre. Es por eso que Vortigem no puede dominarla, y la única opción que tiene es la de, mediante un extenso casting de jóvenes, encontrar a aquel que alguna vez desterró con el único fin de robarle el poder de la Excalibur y ponerle fin a su vida para reinar hasta el fin de los tiempos. El mito de Arturo es visitado por distintos lenguajes artísticos aportando cada uno su punto de vista. La versión de Ritchie es no sólo hiper estilizada, sino moldeada a su propio estilo, ofreciendo un contraste entre la épica natural del relato y la hechura de un cine contemporáneo preocupado por una representación verosímil dentro de los parámetros de: una fotografía impecable, y un diseño de sonido digno de las mejores películas de batallas, donde cada sonido cobra importancia creando el efecto de realismo que tanto impacta al espectador. Así el mito continúa y promete (seguramente) ofrecer una secuela porque el film culmina con la introducción de un pacto con los vikingos y la presentación de la Mesa Redonda. ¿Cuál será la próxima aventura de Arturo ahora que dominó a Excalibur? EL REY ARTURO. LA LEYENDA DE LA ESPADA King Arthur: Legend of the Sword. Estados Unidos, 2017. Dirección: Guy Ritchie. Guión: Joby Harold, Guy Ritchie y Lionel Wigram. Intérpretes: Charlie Hunnam, Astrid Bergès-Frisbey, Jude Law, Djimon Hounsou y Eric Bana. Fotografía: John Mathieson. Edición: James Herbert. Duración: 126 minutos.
La prolífica realizadora Nicole García presenta Mal de pierres (la enfermedad de las piedras) o Un momento de amor, un melodrama francés de época protagonizado por la grandísima Marion Cotillard en un rol que la deja desplegar todo su encanto. Tal vez un poco extensa y previsible, la película cuenta la historia de una mujer de pueblo considerada loca por su familia. Es fácil catalogarla de tal cuando sus comportamientos sociales, para 1950, no eran los adecuados para una señorita de su procedencia. Pero por las venas de Gabrielle emerge la excitación propia de una joven enardecida por la velocidad de sus pensamientos. Y García rescata esta cualidad esencial del personaje para dar pie a un relato desde el punto de vista femenino acerca de lo que significa el amor. Dada la insostenible situación de Gabrielle en su pueblo natal, su madre le propone dos alternativas: el psiquiátrico o un matrimonio arreglado. Optando por la segunda vía, la joven hipotecará su futuro a costas de un matrimonio sin amor. Pero una enfermedad la llevará a internarse de varios meses donde finalmente descubrirá el verdadero amor. Es en un hotel sanitario suizo donde aparecerá el Sr. Sauvage (Louis Garrel), un excombatiente en resiliencia que captura toda su atención. Un momento de amor es un relato cinematográfico que se presenta bajo la estructura de un gran flashback motorizado por la repentina aparición de un recuerdo de la protagonista al ver el nombre de una calle en la ciudad de Lyon: la rue de Cominnes, que transporta a Gabrielle, no solo a los días de su internación en Suiza, sino también a la agradable compañía del intrigante Sr. Sauvage. El Sr. Sauvage alguna vez le confiesa que los pacientes del hospital eran llevados a Lyon para morir y no es casualidad que el film comience con el matrimonio más su hijo arribando a dicha ciudad, que en la diégesis del film significa la muerte. Porque la pulsión de muerte está atravesada por todo el relato, jugando una doble partida con la locura y la desdicha. En su constante apatía, Gabrielle quería morir hasta que conoció al Sr. Sauvage, pero aun así su destino la encuentra en Lyon donde defectiblemente algo morirá. Por Paula Caffaro @paula_caffaro
Pinamar, de Federico Godfrid Dicen que el mar alegra a las personas. Dicen también que sus propiedades salinas provocan la liberación de la hormona de la felicidad causando bienestar general a todo aquel que se sumerja en sus aguas. Verdad o mito, lo cierto es que el oleaje hipnotiza y la brisa marina que golpea los rostros no causa ninguna sensación que no sea placentera. Sin embargo, hay momentos en los que la costa no es sinónimo de verano y diversión sino de duelo y despedida, como en el caso de Pinamar, la segunda película de Federico Godfrid. Ante la inesperada muerte de su madre, Miguel y Pablo deben viajar a la casa de veraneo ubicada en la localidad balnearia de Pinamar para vender el departamento de su propiedad. El viaje también servirá de excusa para concluir la etapa de duelo esparciendo sus cenizas al mar en un acto simbólico de despedida. Ambos hermanos parecen contener la tristeza y en continuos actos de evasión mental, el film los muestra disfrutando del dolce far niente o el placer de hacer nada. Paseos nocturnos por la noche, porro, birra y hasta un amorcito costero. Hacer nada ante la angustia también es vivir el dolor y más aún cuando lo inesperado ocurre y hay que actuar ante la contingencia. Por eso, Miguel y Pablo, con sus personalidades casi opuestas, lo único que tienen que hacer es transitar el proceso. Y será en cada acción vacía de contenido productivo, que cada uno de ellos se liberará de la carga sentimental que carga. Y ante la nada, el todo. La venta del inmueble con todas sus pertenencias dentro (un fragmento de infancia en cada uno de los objetos) no puede significar otra cosa más que la conclusión de una etapa de la vida de cara a la responsabilidad y las exigencias de la adultez. Pinamar es un film que representa la ambigüedad de la angustia del ser cuando opone de forma constante el sentimiento con la materialidad y la nostalgia. Elementos que se prendan de sentido cuando entran en juego con la historia propiamente dicha. Por eso, es una película sensible que no busca dejar enseñanzas, sino sensaciones. El mar, el recuerdo y el adiós. Y un amor pasajero como piedra angular de la construcción de un nuevo comienzo. PINAMAR Pinamar. Argentina, 2016. Dirección: Federico Godfrid. Intérpretes: Juan Grandinetti, Agustín Pardella y Violeta Palukas. Guión: Lucía Möller. Fotografía: Fernando Lockett. Música: Daniel Godfrid, Sebastián Espósito. Edición: Valeria Otheguy. Dirección de arte:Lucila Presa, Manuel Faillace. Sonido: Martín Grignaschi. Duración: 84 minutos.
RELACIONES MEDIADAS La última película de Oliver Assayas, Personal Shopper, es un producto cinematográfico bastante indefinido. Del amplio género dramático se desprenden ribetes fantásticos y secuencias de suspenso muy propias del thriller. Es, en su indefinición un filme por momentos fascinante y por otros agotador, pues uno no sabe nunca qué vendrá después de cada escena. En Paris, Maureen (Kristen Stewart) trabaja como empleada full time de una reconocida modelo de la actualidad del fashion show francés encargándose de conseguirle vestidos, zapatos y accesorios para los eventos. Maureen recorre las casas de moda de la alta costura parisina llevando y trayendo bolsas valuadas en más de un puñado de euros para luego organizar esos productos en el lujoso vestidor de Lara. Lo curioso, y tal vez, más atractivo del filme es justamente que la relación entre Maureen y Lara (la modelo) es en el 90 por ciento del tiempo de forma indirecta. Es decir, ambas se comunican a través de whatsapp, notas escritas a mano o llamadas por teléfono. La única oportunidad en la que las veremos juntas es en una escena en la que Maureen intenta hablar con ella, pero Lara está encerrada en su cuarto hablando por celular. Lara parece no advertir la presencia de Maureen hasta que levanta un dedo haciendo entender que hablarían más tarde. Luego, otra escena las encontrará juntas, pero tampoco podrán comunicarse aún, estando en el mismo cuarto. Maureen también tiene el mismo problema de comunicación diferida con su novio (con el cual habla vía Skype) y con su hermano gemelo fallecido de quién espera una señal del más allá. El hilo conductor del filme logra trazar un recorrido lógico aparentemente a través del tópico de la imposibilidad de comunicación directa. Maureen vive pendiente de personas con las que no tiene relación física, y es la tecnología la que le permite vincularse con terceros, siempre de forma mediada. Con respecto a la relación mística que tiene con su gemelo fallecido es cuando la película pone en escena sus elementos sobrenaturales. Maureen espera una señal del más allá y en esa búsqueda recorre los espacios donde habitó Lewis, pero también las zonas oscuras de su propia soledad. El miedo de Maureen es terminar como Lewis (ambos comparten la misma afección cardíaca), pero sigue esperando la comunicación aún, poniendo en riesgo su salud. Personal Shopper también explora el tema del deseo y lo prohibido. Ambos aspectos que despiertan la curiosidad de Maureen y la obligan a ponerse en contacto con su cuerpo y sentimientos. Ante el objeto deseado, en este caso, los productos de moda que le lleva a Lara, Maureen siente atracción por vestir aquellas telas sobre su piel. En definitiva, jugar a ser otra persona. Y ese juego va más allá de lo físico. Assayas logra crear un ambiente terrorífico mediante efectos de puesta en escena que ponen en juego una actuación sobresaliente como la de Stewart y una fotografía pálida que crea una sensación gélida de forma permanente. Todos elementos que confluyen para construir un relato desconcertante y misterioso. Por Paula Caffaro @paula_caffaro
El faro de las orcas, de Gerardo Olivares El autismo es una enfermedad que padecen miles de niños en el mundo y se caracteriza por la imposibilidad de establecer vínculos con otras personas, incluso con los miembros de su propia familia. Son niños hiper sensibles y desarrollan una inteligencia emocional que pocos pueden comprender (y practicar). El cine, por su parte, con su misión no sólo de entretener sino también de educar y sociabilizar, es esta vez el encargado de transmitir el mensaje que El faro de las orcas desea divulgar; un mensaje de esperanza y solidaridad. El nuevo film del español Gerardo Olivares presenta la historia de una madre que cruza el océano en búsqueda de un tratamiento para su hijo con autismo. Llegados al confín de la Patagonia argentina se encuentran con Beto (Joaquín Furriel) un fotógrafo cuidador de la reserva natural de orcas que vive al pie del faro a metros de la costa. En soledad y acostumbrado a vivir aislado rechaza la presencia de Lola (Maribel Verdú) y Tristán, hasta que la empatía con el niño y la incipiente relación con la madre lo convencen de que debe cumplir su tarea. ¿Podrán las orcas curar a Tristán? Olivares retrata en el Faro de las orcas una paisaje sureño soñado de la mano de imágenes dignas de los documentales de la National Geogrhapic y una puesta en escena austera que hacen del film no sólo un conjunto de bellas imágenes sino también, y sobre todo, una radiografía autóctona de la vida en la Patagonia. A su vez, se compromete al tocar un tema tan delicado (y poco tratado en el cine) como lo es el autismo, y sale triunfante cuando logra despegarse de los lugares comunes y ofrecer una mirada sensible y realista de la enfermedad que afecta a millones de niños en el mundo. Con actuaciones medidas pero fieles al tono que la película logra crear, El faro de las orcas parece querer contar algo más allá de su trama. Tal vez, ofrecer un mensaje de esperanza a todos aquellos padres que luchan día a día para mejorar la vida de sus hijos, pero también plantear una mirada diferente acerca de la medicina tradicional y los tratamientos alternativos aportando material de archivo para compartir con toda la sociedad. EL FARO DE LAS ORCAS El faro de las orcas. Argentina, 2017. Dirección: Gerardo Olivares. Intérpretes: Joaquín Furriel, Maribel Verdú y Joaquín Rapalini. Fotografía: Oscar Durán. Montaje: Iván Aledo. Duración: 110 minutos.
EL PRÍNCIPE DEL VACÍO “El diablo no es el príncipe de la materia, el diablo es la arrogancia del espíritu, la fe sin sonrisa, la verdad jamás tocada por la duda. El diablo es sombrío porque sabe a dónde va, y siempre va hacia el sitio que procede. Eres el diablo y como el diablo, vives en las tinieblas”. El nombre de la rosa, Umberto Eco. Lamentablemente la nueva entrega de Nunca digas su nombre deja mucho que desear. Casi siempre un pasado no tan lejano, década del 70, oficia de escenario para sucesos que tendrán su incidencia en el presente. Un objeto, un ritual y un nombre componen la puesta en escena para un grupo determinado de adolescentes. Todo esto, y el resto, es historia ya sabida: el juego pone a los personajes sobre el tablero y los expulsa lentamente en una suma paulatina de sufrimiento. Un componente rescatable de la puesta es la dirección de cámara, la composición de los planos, en la construcción de escenas con atmósferas claustrofóbicas funciona. Aun así Nunca digas su nombre parece reforzar cierta querella por la que el cine de terror no deja de atravesar: la aparición o mostración del mal en escena resulta un elemento contraproducente. Que la maldición invocada encarne un personaje es un giro en el guión que muchas películas contemporáneas del género tratan de evadir. Esta propuesta materializa el mal en un personaje poco desarrollado, lo cual deja un gusto amargo al espectador curioso. Sumado a ello un pésimo diseño de personaje y una animación que deja muchísimo que desear. A pesar de todo ello Nunca digas su nombre dispara ciertos motivos interesantes, alusiones a antiguas discusiones sobre el vínculo metafísico entre las palabras y las cosas. Es una verdadera lástima que su protagonista, bien interpretado por Douglas Smith, no haya podido generar una estrategia discursiva que evadiera el llano final que presenta esta historia. Porque entre realistas y nominalistas ésta discusión ya fue dada, entre quienes sostienen que los universales tiene una existencia separada de las cosas y aquellos que dan primacía a lo sensible y la experiencia individual. La eterna batalla entre platónicos y aristotélicos aparece en pantalla; Elliot, Sasha y John pivotean entre confiar en su experiencia sensible, luchando contra las alucinaciones, y por otro lado concederle una entidad performativa real a la maldición. La metáfora del virus sirve a la historia para dar a entender que una vez enraizado en el intelecto el concepto deNunca digas su nombre, que encarna el mal y los miedos más profundos de la psicología de los personajes, existe con independencia de aquello que le ha dado nacimiento. El mal existe vacío por fuera de los padecientes y actualiza su significado a través de las historias que este género nos trae. NUNCA DIGAS SU NOMBRE The Bye Bye Man. Estados Unidos, 2017. Dirección: Stacy Title. Intérpretes: Douglas Smith, Lucien Laviscount, Doug Jones, Michael Trucco y Cressida Bonas. Duración: 96 minutos.
El otro Caetano Es una tarea difícil tener que “hablar mal” de una película argentina, principalmente porque sabemos lo que cuesta generar una especie de industria local, y teniendo en cuenta, también, que hay cierto sector de la crítica que tiende a ser más condescendiente con directores de renombre aunque el material este inacabado. El otro hermano, el último film de Adrián Israel, es una película oscura que coquetea con la muerte. Inspirada en la novela de Carlos Busqued, Bajo este sol tremendo, la visión de Caetano se posa sobre la historia de Certati (Hendler), un muchacho alejado de su familia que viaja a Lapachito (Chaco) para hacerse cargo de los cuerpos de su madre y hermano quienes fueron brutalmente asesinados. La misión parece simple sabiendo, además, que Certati no mantenía ningún vínculo afectivo con estos dos seres. Al llegar al pueblo, lo recibe Duarte (Sbaraglia) un ex militar retirado que lo “asistirá” en el proceso de trámites. Con la personalidad típica de chanta, Duarte sólo parece ser un personaje pintoresco, pero el correr de las acciones lo descubre como responsable de espeluznantes delitos. Así la sociedad forzada entre Certati y Duarte propone la cara y contra cara del relato, que con una historia fuerte y certera falla a la hora de la realización. En El otro hermano todo parece trunco, inacabado, desordenado. Fallan la estructura y las actuaciones, el humor negro no llega a construirse y todo parece un chiste. Es fuerte leer todas estas características juntas, pero lo cierto es que el film se sitúa en coordenadas interesantes y novedosas para la filmografía nacional y las expectativas son inmensas. El contrapunto es un material contundente en el poder de las imágenes pero que no logran generar verosimilitud: desde la escena en la que Certati debe reconocer los cadáveres y las bolsas plásticas flamean como si alguien respirara dentro, hasta los retorcijones de dolor antes que impacten las balas. Se puede hablar de muchas cosas como el intercambio de bienes en mercados paralelos, de la recurrencia en la mostración del dinero y su sucia procedencia, del poco valor de la vida humana y hasta de las miserias más bajas de los hombres, como la enfermedad y por supuesto la muerte. Pero lamentablemente todo queda opacado por la realización de un Caetano que creo que si vuelve a revisar el film seguro estaríamos ante otra película. Una más organizada y elaborada. Por Paula Caffaro @paula_caffaro
LA MENTE DE UN CYBORG Basada en un manga japonés homónimo, Ghost in the Shell es un film que plantea la posibilidad de crear robots con cerebro humano. Es decir, que fantasea con la idea de superar las ya conocidas propuestas de la inteligencia artificial. Rupert Sanders se sitúa en un futuro no muy lejano para poner en escena una historia que narra la vida de Major (Scarlett Johanson) uno de los primeros ejemplares en superar la fase de experimentación. Ghost in the Shell comienza con el nacimiento de Major, y en una secuencia de efectos especiales y sonido impecable, el film abre entregando todo lo mejor de su artillería técnica en la que se destacan planos estéticamente compuestos y un diseño de fotografía con huellas de las últimas tendencias en imagen y tecnología. Así, logra sostener más de treinta minutos de cinta adentrando al espectador a un mundo de fantasía cibernética. Más allá de la prevalencia de la tecnología y el despliegue técnico del film, la película se posa sobre el problema ético que se presenta cuando se manipula no sólo el cuerpo humano sino también la mente. Ya hemos visto docenas de cyborgs en la pantalla grande y por ese motivo, Major, no sería la novedad. Lo que aquí se pone en cuestión es una nueva forma de robótica empeñada en superar los errores de la inteligencia artificial creando un ser con cuerpo de máquina pero cerebro de humano con todo lo que eso conlleva: sentimientos, sentido de la culpa y, sobre todo, autodeterminación. A partir de esta premisa existencial, es cuando Ghost in the Shell parece decaer en tanto ritmo y atención. Porque es interesante el planteo psicológico del nuevo cyborg, pero dadas las condiciones de espectacularidad audiovisual que el film venía aportando, el cambio es radical cuando la protagonista se sumerge en el análisis de su pasado del cuál sospecha no conocer toda la verdad. Por eso entre gliches (errores informáticos que se volvieron objetos estéticos para el mundo del diseño) y una suerte de laberinto de batallas llenas de explosiones y armamento del futuro, la película se diluye hacia el final. Sin embargo, es una excelente pieza fílmica que se encamina hacia otra forma de hacer ciencia ficción: una más preocupada por la ética sin dejar de lado las necesidades espectatoriales de un público cada vez más avezado en juzgar la calidad tecnológica del producto que se le ofrece. LA VIGILANTE DEL FUTURO. GHOST IN THE SHELL Ghost in th Shell. Estados Unidos, 2017. Dirección: Rupert Sanders. Intérpretes: Scarlett Johanson, Takeshi Kitano, Juliette Binoche. Fotográfia: Jess Hall. Montaje: Billy Rich y Neil Smith.
REVIVAL NOSTÁLGICO En los últimos años, Disney se ha brindado a filmar sus clásicos animados en live action; y no parece ser por falta de ideas sino más bien por un interés comercial que lucra con la nostalgia de aquellos que tienen más de treinta y supieron ver cada estreno anual de la compañía en el empinado cine Los Ángeles. Es así como luego de La Cenicienta y Blancanieves ahora le tocó a La bella y la bestia, uno de los clásicos más entrañables de Disney inspirado en un cuento tradicional francés. La historia la conocemos todos y versa sobre la maldición que cae sobre el castillo de un joven príncipe un tanto engreído. Durante un lujoso baile en el salón principal de la mansión una bruja arroja un hechizo no sólo condenando al dueño de casa a una feroz transformación física, sino también a todos aquellos que la habitan, convirtiéndolos en objetos hasta que la bestia encuentre al amor de su vida. La bella y la bestia descansa sobre la esencia original del clásico animado y se vincula con él de manera cien por ciento fiel. Es decir, así como Gus Van Sant lo hiciera con Psycho (Hitchcock, 1961) Disney se auto cita realizando una película a imagen y semejanza. Si tuviéramos la posibilidad de reproducir ambas cintas al mismo tiempo podríamos corroborar el hecho. Y el debate se centra en sentar posiciones y ubicarse de uno u otro lado del abismo. ¿Es o no un defecto del film su íntegra fidelidad? La respuesta depende si se opta por la emoción que provoca la nostalgia o la búsqueda de algún tipo de innovación cinematográfica. Lo cierto es que la nostalgia cotiza y la magia de Disney hace lo suyo. Con una superproducción digna de la firma y un diseño de arte impecable, el film logra emocionar a todos sus fans de la mano de una historia que nunca perderá su encanto. Si bien las actuaciones son un tanto cuestionables, no hay dudas que la fotogenia de Watson eclipsa cualquier otro parecer e invita a sumergirse en los laberintos fantásticos del cuento tradicional que supo marcar el ícono de princesa de toda una generación. Por Paula Caffaro @paula_caffaro
LO QUE MATA ES LO DESCONOCIDO Daniel Espinosa (Child 44, Safe House) regresa a las pantallas con Life, un film para los amantes del SCI-FI y los nostálgicos de Alien (Ridley Scott). Una película que explora las consecuencias de las investigaciones en campo que conllevan a la inevitable consecuencia de la alteración de los micro climas, en este caso el de la Estación Espacial Pelgrim. Un grupo de astronautas está de regreso a la Tierra con una muestra biológica de Marte, pero una tormenta de basura espacial avería el brazo donde estaba siendo transportada y los tripulantes deben rescatarla antes que el equipamiento se desprenda de la nave. Una vez dentro de Pelgrim, la muestra comienza a ser estudiada hasta que la pequeña mono célula se convierte en el séptimo pasajero, ese del que hay que huir. Espinosa se la juega y pone a Miranda North (Rebecca Ferguson) al mando de la Estación. Una mujer rusa a cargo de la misión quien pone en juego su vida a merced de salvar la de toda la humanidad. Las posiciones existenciales de los astronautas son un punto interesante para discutir, pues cada uno cumple un rol fundamental para el desempeño de la estructura dramática. Pero el guión es débil, y muy a pesar de cada una de estas representaciones, el film cae en el cliché en reiteradas oportunidades. Si bien Life no deslumbra, el film logra re visitar tópicos característicos de su género, introduciendo climas de thriller y algunas escenas de horror en las que la sangre brota de los cuerpos al ritmo de la gravedad cero. Además, como buena película de ciencia ficción presenta la tecnología del futuro y es aquí donde falla porque tal vez se esperaba un mayor despliegue a nivel arte y escenografía. El diseño de la nave no innova, así como tampoco lo hace el diseño del marciano. Sin embargo, la dirección de fotografía es destacable en un intento por emular aquella que ya mostrara Tarkovsky en su bellísima Solaris (1972). LIFE: VIDA INTELIGENTE Life. Dirección: Daniel Espinosa. Intérpretes: Jake Gyllenhaal, Ariyon Bakare, Rebecca Ferguson, Ryan Reynolds, Olga Dihovichnaya y Hiroyuki Sanada. Fotografía: Seamus McGarvey. Montaje: Mary Jo Markey y Frances Parker.