"No te olvides de mí": la familia ausente Hay búsquedas que son tan intensas que a veces desnaturalizan el objeto del deseo. Y aparece otra cosa, quizá algo mejor. "No te olvides de mí" parte de esa consigna: todos los personajes tienen un vacío familiar y exponen la necesidad de llenarlo, como pueden, claro. Ambientada en 1934 en una zona pampeana (en realidad se filmó mayormente en la localidad bonaerense 9 de julio), la película cuenta la historia de Carmela y el pequeño Aurelio, quienes caminan en medio de una ruta perdida en el campo en busca de su padre. Arriba de un camión desvencijado irá Mateo, un anarquista renegado y osco, que los invitará a llevarlos a destino. El vínculo que se logra entre los tres es lo más maravilloso del filme, porque sin apelar al golpe bajo ni a la lágrima fácil, la directora Fernanda Ramondo se las ingenia para mostrar las diferencias y complicidades. Y también para exponer todos los costados vulnerables y cuánto se necesitan entre ellos. Mateo (otra impecable composición de Sbaraglia) es un tipo solitario, recién salido de prisión, con amores inconclusos y capaz de confesar que "hace mucho sí tenía" una casa. Su obsesión es encontrar el gallo Rey, un animal al que se aferra como quien apaña a un hijo, aunque le dio más de un dolor de cabeza debido al ilegal juego de la riña. Contada a la manera de una road movie, "No te olvides de mí", que participó en la competencia argentina del último Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, tiene algún guiño al neorrealismo italiano y también al western. Pero más allá de los géneros, la realizadora apuntó a la profundidad de los personajes. A mostrar corazones solitarios en busca de amor en una Argentina de los años 30, pero no tan lejana en el reflejo de los vínculos afectivos.
La industria del cine hoollywoodense está carente de ideas y si es ciencia ficción habría que decir que el vacío creativo es crónico. Bien, la idea aquí era buscar un escritor con la suficiente chapa como Stephen King para seducir a los espectadores. King es un maestro del terror y el suspenso, con títulos inolvidables como "Carrie", "It", "Misery" y "El resplandor", todos llevados al cine con éxito. "La torre oscura" es una de las pocas incursiones a la ciencia ficción y el realizador Nikolaj Arcel hizo lo que pudo con la historia, en el caso de que la haya entendido, aunque mucho no se nota. Jake (Tom Taylor) es un adolescente con la capacidad de ver más allá. Todas las noches sueña que unos seres malvados capturan y envían niños, vaya uno a saber por qué, y luego los deportan a una Torre Oscura que está en otro planeta. Jake podrá viajar a esa otra dimensión y allí conocerá a un rebelde llamado El Pistolero (Idris Elba), que ya lo conocía porque era uno de los personajes que dibujaba detalladamente tras sus pesadillas.Jake se vinculará con El PIstolero para vencer al Hombre de Negro (McConaughey), cuyo plan es capturar a Jake para absorberle su energía y destruir la tan mentada torre. ¿Por qué? Imposible saberlo, porque nunca se explica. Después de muchos tiros, líos y "cosa golda" (perdón Oaky), el final deja muy en claro que se trata de otra película más de ciencia ficción. O bien: otra película menos.
"El pampero", un viaje al interior Fernando no atiende un llamado de su hijo, se sube a un velero y viaja sin rumbo por tiempo indeterminado. En medio del delta escucha un ruido en la cabina y descubre que hay una tripulante a bordo que nadie la invitó. Y encima está manchada de sangre. Matías Lucchesi configuró un relato con la misma esencia iniciática de "Ciencias naturales", su ópera prima, y armó una película pequeña y a la vez potente. Se trata del típico filme en el que el rol de los actores es más valioso que la trama en sí. Con la soledad como punto en común en todos los personajes, la joven desesperada (Pilar Gamboa) buscará amparo y protección en este conflictuado viajero (Julio Chávez), que padece una enfermedad terminal de la que no da detalles. En el camino, el tercero en discordia será Mario (César Troncoso), un oficial de la Prefectura que no sabe qué hacer con su tiempo libre y se le ocurre poner en la belleza de esta joven su oscuro objeto del deseo. En el medio de la tormenta ocasionada por un viento Pampero, Fernando se enfrentará a Mario, como quien batalla contra el Poder, y decidirá casi azarosamente un nuevo destino en su viaje. La película tiene muchos silencios, quizá demasiados, pero paradójicamente en el vínculo entre los tres protagonistas todo queda más que explícito.
"Transformers: El último caballero", las ideas en extinción El caso de la quinta película de la saga "Transformers" es el típico ejemplo de que las ideas están en extinción. Y más en el cine de ciencia ficción y de la industria hollywoodense. Lo peor es que a la falta de ingenio le agregan la repetición de lo malo ya hecho. Es decir, aquí, en "El último caballero" se vuelve a ese universo distópico en el que la amenaza más grande es el fin del mundo. Sí, leyeron bien, es otra película yanqui más de ciencia ficción sobre el fin del mundo. A Michael Bay, en el último filme que dirige de "Transformers" (lo que no implica que sea la última de la saga), se le ocurrió tirar toda la carne al asador, según él, bah. Porque armó una pelea en la que el héroe Cade (Whalberg) se le adjudica el poder del Rey Arturo, y será el encargado de defender la destrucción de la Tierra junto a Vivian (Haddock), última heredera del mago Merlín. En esa mescolanza, se suman los Transformers buenos contra los malos, en un escenario variopinto que va de Londres a Cuba y de ahí a Washington, con batallas, una supuesta historia de amor, un costadito tristón y hasta guiños humorísticos. En ese contexto, se lamenta la actuación de Anthony Hopkins, porque es como ver a Messi en una publicidad de dentífrico. Otra cosa insoportable es que la película, sin un guión inteligente, dure dos horas y media. Sólo para fans de la saga.
Un atentado terrorista en Jerusalén deja a Oliel internado y con su vida en riesgo. La sala del sanatorio será un espacio común en donde se conocerán Bina, la madre del joven israelí, y Sarah, una muchacha estudiante de música, que supuestamente está cuidando a su padre enfermo. Las diferencias religiosas entre árabes e israelíes marcan el pulso de esta historia, desde el derrotero del joven que hace dos años se distanció de su familia por no comulgar con la fe ortodoxa hasta la distancia de sensibilidades entre los padres del accidentado en cuestión. La trama tomará una tensión especial cuando se conozca la historia de amor entre Sarah, que en realidad es Amal y es árabe en vez de judía, y Oliel, a quien ella llama cariñosamente Oli. El vínculo entre suegra y nuera, sobre el que ya se han escrito cientos de historias costumbristas, aquí tendrá su costado más cruel. Porque la solidaridad y la mirada humana hacia el prójimo abrirá una puerta que inmediatamente se cerrará al descubrirse algo desconocido de esa persona. La directora Miya Hatav escribió y dirigió esta historia inspirada en un hecho autobiográfico y puso el foco en las mezquindades afectivas de una pareja (la de los padres del accidentado) y el amor poderoso de otra (la de Oli y Amal), a la que no le importó ninguna creencia religiosa porque sólo confiaron en lo que les dictó el corazón. Muy romántico sí, pero real.
Crítica publicada en la edición impresa.
Como el Panóptico de Foucault, o la metáfora del Gran Hermano de Orwell en "1984", vuelve la amenaza de que alguien nos está mirando. Y como no es nadie tangible, está en ninguna parte y también en todos lados. Y lo peor: eso se traduce en poder. Por allí pasa la idea de "El círculo", la película inspirada en la novela de Dave Eggers, que se dispara desde una empresa de Internet cuyo lema gira sobre los beneficios que genera estar conectado todo el tiempo. El ideólogo es Eamon Bailey, que no es otro que Tom Hanks, en un rol con una perversidad medida que suma credibilidad. La chica buena es Mae Holland, impecablemente personificada por Emma Watson, como esa ascendente joven que va ganando espacio en la empresa con tanta inocencia como desconfianza ante el mundo virtual. La película se mueve entre los extremos, porque muestra que estar hiperconectados te puede salvar la vida y también puede quitártela. En el medio, Mae deberá decidir si es capaz de entrar en la vorágine de compartir con todos desde lavarse los dientes hasta mostrar cómo hacen el amor sus padres o bien regresar a sus días relajados con menos presiones pero también con más necesidades y facturas impagas. Quizá la pérdida de la privacidad pueda tener un precio, pero a la vez un beneficio con cierto tono justiciero. Pero para eso habrá que esperar hasta el final de la película.
El monstruo soy yo Gloria es la típica mujer a la que todo le sale mal: la abandonó su novio, el alcohol en exceso le hace perder la memoria, no tiene trabajo y la felicidad es una señorita esquiva. Un día vuelve a su pueblo natal, a su vieja casa abandonada, y su amigo Oscar, que siempre estuvo enamorado de ella, le tiende una mano y la hace trabajar en su bar. Pero cuando parecía que algo de su vida tenía sentido, mira las noticias y descubre que un monstruo azota Seúl. Eso es más que suficiente para que ella pierda el rumbo. ¿Qué tiene que ver esto con Gloria? Más de lo imaginable: es que entre ese monstruo y esta bella mujer (Anne Hathaway, excelente como casi siempre) hay una conexión insólita. Y que toma otra dimensión cuando Gloria se ubica en un punto geográfico de su pueblo y cada movimiento que realiza se corresponde exactamente con el que hace ese monstruo en pleno centro de la capital coreana. El realizador español Nacho Vigalondo no le teme a las películas atípicas. Y de la mano de una actriz de Hollywood y de Jason Sudeikis (Oscar) le da el pulso necesario a “Colossal” para que la trama vaya in crescendo con el plus de alguna que otra sorpresa bien craneada que logra efecto. El logro de Vigalondo, conocido en Europa por su cine transgresor, fue tomar como punto de partida una historia aparentemente superficial, con giros de comedia,de ciencia ficción y hasta con cierto guiño al cine industrial, para hablar de algo mucho más importante. Así reflexiona sobre la soledad, la vida chata de algunos habitantes de pueblos chicos, la tiranía de las tecnologías comunicacionales, los amores desencontrados y los vicios expuestos y ocultos. Y quizá la metáfora más sutil surge de preguntar hasta dónde el monstruo es menos monstruo que un humano.
De pobre a asesina sin escalas Matilde trabaja en un comedor de una ONG y rasca la olla para llegar a fin de mes. Hasta que un día a su marido lo matan en la calle tras un robo y su vida cambia abruptamente, tan abruptamente que aquí reside el error clave de la película. Es que esta mujer, algo subida de peso y muy compinche de Vanina (Sofía Gala Castiglione), se conecta casi por casualidad con el crimen organizado y se convierte de la noche a la mañana en una asesina serial. Esa mutación, que atraviesa hasta su look y su silueta, es muy poco creíble. Porque Matilde (floja labor de Loren Acuña) no muestra ninguna crisis psicológica, ni complejo de personalidad, ni dudas. Ella cobra un dinero por adelantado, que le dejan en el casillero de un supermercado, mata por encargo y sigue con su vida. Quizá alguno asocie esa doble personalidad a la que lucía Walter White en “Breaking Bad”, pero Vince Gilligan construyó una criatura atormentada, ambigua, que se excitaba y sufría cuanto más se metía en el fango. Aquí Matilde vive como en un cuento de hadas. Quizá Hernán Aguilar quiso hacer una pintura bizarra de la clase baja porteña con aire de comedia negra. Pero su tiro no dio en el blanco.
Un fantasma en Nueva York Nico es un actor argentino treintañero que llega a Nueva York para rodar una película. Hasta ahí parece que todo lo mejor está por venir. Pero nada más lejos. Es que Nico no es un simple viajero en el País del Norte, es un tipo que escapa de la Argentina por amor. Y es capaz de perder los 15 minutos de fama que ostentaba por su participación en una serie para huir de la relación incómoda con Martín, el productor de esa ficción, que está casado y con familia, y hasta lo llama primo. Julia Solomonoff partió desde esa insatisfacción de Nico (brillante interpretación de Guillermo Pfening) para hablar de la invisibilidad del inmigrante latino en Estados Unidos, pero también de lo efímero del éxito, de los sinsabores de la carrera actoral, y hasta de la voracidad y fugacidad de las nuevas tecnologías comunicacionales. Y claro, todo esto contado desde una historia de amor que atraviesa los perfumes de una Manhattan filmada como pocas veces se vio, y en donde la cineasta rosarina demuestra que sabe combinar sensibilidad y pulso propio. La pintura de Nico es uno de los logros de esta película, porque actúa de lo que no es pero nadie lo ve. Puede ser niñero del hijo de su amiga o burlarse de las cámaras de un supermercado para robar una latita, o seducir a un tipo en un boliche gay o a una productora para que lo contrate. En ese ir hasta los límites buscará su norte. Y quizá la ruta hacia su verdad.