Hay un momento en que algo que es de lo peor se convierte en lo mejor. Eso ocurrió con "The Room" en 2003, escrita, producida, dirigida e interpretada por Tommy Wiseau, considerada "la peor película de la historia". El filme, gracias a esa etiqueta, se convirtió en una película de culto, tanto que aún se sigue exhibiendo y generó cierto fanatismo cool. Eso disparó la idea de James Franco para actuar y dirigir "The Disaster Artist", en donde interpreta magistralmente a Wiseau, convertido en una suerte de Ed Wood, aquel pésimo cineasta cuya historia también fue llevada al cine interpretada por Johnny Depp en 1994 con dirección de Tim Burton. El filme de Franco, que viene de ganar la Concha de Oro a la mejor película en el Festival de San Sebastián, utiliza el mismo concepto del ridículo que pasaba por la cabeza de Wiseau para armar una trama sobre el rodaje de "The Room", que estaba concebida como una historia de amor, si se quiere dramática y hasta con cierta carga erótica, pero cuando se cristalizó en la pantalla grande lo que generó corre por cuenta de los espectadores. Es que en aquella oportunidad no despertó ni romanticismo ni erotismo, simplemente risas, carcajadas y hasta burlas. Y desde ese lugar Franco construyó a su personaje, en una pintura que roza más la búsqueda por imitar al personaje real que provocar una caricatura y mucho menos mofarse de él. Al contrario, Franco lo expone como un tipo excéntrico y extraño (desde ya, nunca se supo de donde sacó el dinero para producir la película original), pero también lo retrata con cierta inocencia. Es el tipo que quiere alcanzar un sueño de filmar simplemente porque le encanta hacerlo y no porque tenga el conocimiento para llevarlo a cabo. Y en ese derrotero, en el que también talla la angustia del personaje, conocerá a Greg Sestero (magistralmente interpretado por Dave Franco, su hermano, de asombroso parecido a James), y el vínculo con ese "Baby Face" (así lo llama) será tan natural como traumático. Participan varias estrellas de Hollywood y es otra muestra del cine dentro del cine. Aviso: Hay una sorpresa imperdible en los títulos finales. Para verla y disfrutarla de principio al fin.
La mafia no enamora Es una historia de amor, es un relato fantástico y también un crudo alegato sobre la mafia. “Luna, una fábula siciliana” parte de un hecho real ocurrido en el sur de Italia en 1993, cuando secuestraron al adolescente Giuseppe Di Matteo y lo mantuvieron en cautiverio durante 779 días. Fabio Grassadonia y Antonio Piazza parten de este drama para hacer foco en un relato que tiene al amor y a la esperanza como eje, pero también a esa lucha por ir en busca de lo que uno cree y siente hasta las últimas consecuencias. En el afiche de la película se lee “si sueñas con algo significa que existe”, y vaya que es acertada la frase para el derrotero de Luna. Ella se enamora de Giuseppe, un compañero de colegio, que es de otra clase social y representa a lo prohibido. No sólo se opone la familia de Luna, sino que todos saben que el padre de Giuseppe es un soplón de la policía. Y la mafia no perdona. Un día lo secuestran a Giuseppe y parece que a nadie le interesa, pero Luna se enfrentará a todo y a todos para saber dónde está su enamorado y qué hicieron con él, aunque su vida también corra peligro. Hay un giro hacia lo fantástico que por momentos es excesivo, pero el filme mantiene hasta el final un equilibrio entre la denuncia, lo poético y lo romántico.
Esta película ya la vi Difícilmente “En defensa propia” sea de esas películas que queden en la memoria del espectador. Por momentos es mucho menos que un chicle, porque los Bazooka al menos dejan un gustito a fruta en la boca. Esta es la historia de Will (Hayden Christensen), un empresario ocupadísimo que al ver que su hijo Dany (Ty Shelton) sufre bullying en la escuela decide llevarlo a cazar ciervos, en una supuesta iniciación a la hombría. Will no tiene mejor idea que llevarlo a su pueblo natal, allí donde su padre, desaparecido en circunstancias extrañas, lo contactó con la naturaleza, con la caza, y aceitó el vínculo familiar entre ambos. Miller quiso utilizar la trillada la máxima “pueblo chico-infierno grande”, pero no lo logró. Le salió un relato poco claro, pretencioso, plagado de lugares comunes y encima con actuaciones flojas en escenas menos creíbles todavía. Como caballito de batalla disfrazó de villano a su actor fetiche, el ex “Duro de matar” Bruce Willis, que ya lo había tenido en sus filas en “El gran golpe”. Pero Willis ya no es lo que era, si alguna vez lo fue, y su rol de policía justiciero primero y corrupto después luce desdibujado, forzado, sin matices. El nudo del conflicto se dispara cuando secuestran a Dany en medio de la cacería de ciervos, porque fueron testigos de algo que no deberían haber visto. En ese intríngulis Will matará a una persona para salvar la vida de su hijo, sin saber que su víctima es un policía, lo que dará inicio a otro problema más. La película se torna chata, nunca atrapa al espectador y tiene toda la onda de las películas de “Sábados de Súper Acción”, cuando se miraba tele para matar al hastío. Con la diferencia que en aquellos años estaba todo por descubrir. Y acá es todo tan visto y repetido que aburre.
Un vínculo poco claro Julia es empleada de un casino en Comodoro Rivadavia y hace lo imposible para sobrevivir al hastío. Un buen día, un tipo que apenas conoce le propone un trabajo y ella se engancha. Supone que por malo que sea nunca será peor que lo que está haciendo. Todo muta cuando el oscuro Gwynfor, que es quien le hace la propuesta, la secuestra y decide apropiarse del tiempo y del destino de Julia. Rosell acierta en la ambientación de la película, porque los dos protagonistas se pierden en medio del desierto patagónico y de repente los roles de víctimas y victimarios se van intercambiando. Pero no da el tono justo en el vínculo entre ambos, porque en su intención de retratarlos con deseos ambiguos y tan sufridos se le fue de las manos la tensión dramática del relato. Al caer esa tensión se tornan poco creíbles algunas situaciones, y hasta aparece forzado que Julia sienta un deseo sexual hacia su secuestrador, más allá de los casos probados de Síndrome de Estocolmo. Hay un giro de road movie y hasta un guiño al género policial, pero “Al desierto” no logra empatía a través de sus personajes, pese a las buenas intenciones del realizador. Valentina Bassi se destaca en su rol, pero su Julia hubiese tomado otro vuelo con una historia más lograda.
Machismo contra la pared Para poner en valor “La batalla de los sexos” hay que ambientarse en una década del 70 atravesada por el surgimiento del hippismo y donde cierto aire revolucionario en lo cultural chocaba contra los eternos conservadores de la moral y las buenas costumbres. En ese escenario surge Billie Jean King, una tenista que fue una de las estrellas del tenis mundial y que adquirió protagonismo por su activismo en defensa de los derechos femeninos. La primera escena del filme revela, quizá innecesariamente, un hecho que sucederá más adelante, pero no le quita mérito a este logrado biopic codirigido por Jonathan Dayton y Valerie Faris. La por entonces número uno del ranking levanta los brazos en señal de victoria y recibe el saludo del presidente Richard Nixon. Más que suficiente para entender la importancia del tenis en Estados Unidos en un momento clave. King (magistralmente interpretada por Emma Stone) es fiel a su instinto. No se resigna a ganar menos que los tenistas ni tampoco a frenar un deseo sexual, pese a que para la vista del mundo vive feliz con su esposo, que además es su manager. En pleno quiebre con la federación de tenis, su corazón también quebrará ante la dulce mirada de su estilista, con quien vivirá un romance inevitable. En ese contexto aparece el díscolo Bobby Rigs (Steve Carell, en un personaje a su medida), que fue número uno del mundo, y que hoy a los 55 años sigue siendo un adicto al juego. Así como es capaz de jugar al tenis con dos perros, total de ganar dinero, se le ocurrirá batirse a duelo con una mujer en una cancha de tenis. La idea no es sólo medir quién es el mejor, sino exponer la rivalidad del machismo contra el feminismo. Para verla hasta el último match point.
De romance y mafia Una historia de amor en medio de las bombas y con una trama basada en un caso real. “A la guerra por amor” es una comedia de Pierfrancesco Diliberto, más conocido como PIF, quien escribe, dirige y protagoniza un filme directo, sensible y anclado en las mejores tradiciones del cine italiano. La dedicatoria a Ettore Scola ya abre una puerta que nunca se cierra para el espectador. Porque es muy fácil asociar esta producción a “Nos habíamos amado tanto” o incluso al pulso costumbrista de Giuseppe Tornatore. PIF da vida a Arturo Giammaresi, un mozo italiano enamorado de Flora (Miriam Leone), que es la sobrina de un poderoso dueño de un restaurante neoyorquino. Ambientada en julio de 1943, en plena Segunda Guerra Mundial, Flora es pretendida por el hijo de un alto capo mafioso, mano derecha de quien fue el temible Lucky Luciano. En un rapto desesperado, Arturo sabe que la única manera de casarse con Flora es pidiéndole la mano a su padre, que vive en Sicilia. Allí volará Arturo, montado literalmente sobre un burro (hay que verlo para comprobarlo) y se alistará con los aliados norteamericanos para dar con su futuro suegro, aunque deberá sortear nazis y amigos mafiosos del pretendiente de su novia. Para sonreír y disfrutarla.
"Norman, el hombre que lo conseguía todo", caer bajo por volar alto Norman es un especialista en estrategias. Eso es lo que se lee en su tarjeta, pero a la hora de la verdad, su identidad es tan ambigua como plena de interrogantes. Norman Oppenheimer (logrado rol de Richard Gere) es alguien entrado en años, que siempre anda bien vestido, con sobretodo, gorra y maletín, y que es el típico tipo pesado, de esos pegajosos que no se detiene hasta que obtiene lo que se propuso, y de allí el extenso título del filme. Un buen día tendrá la misión de llegar hasta un político de peso con el objetivo de cerrar algún negocio. No queda muy claro qué tipo de negocio es ni a quiénes favorece. Esa madeja de diálogos cruzados estuvo mal piloteada por el director, en el punto más bajo de la película. Lo más jugoso, que es el vínculo de Norman con el primer ministro israelí (Lior Ashkenazi, impecable) no fue explotado lo suficiente como para apreciar las miserias más crudas del mundo de la política. Sin embargo, Joseph Cedar, que también lo tuvo como actor fetiche a Ashkenazi en su ópera prima "Pie de página", abrocha una película que cierra en varios conceptos, pero sobre todo en exponer la poca red que sufren quienes no tienen poder. Y a la vez cómo los poderosos pueden gracias a su telaraña de influencias acomodar las cosas como les plazca en pos de lograr objetivos. El final, entre lo real y lo imaginario, es tan ambiguo como Norman.
Ver gente reírse en una sala por lo mala que es una película es un mal síntoma. "Desearás al hombre de tu hermana", de Diego Kaplan, lo logra, al pecar de pretenciosa, de querer seducir a la crítica con el mote de que es una película kitsch y almodovariana, cuando en realidad está mal guionada, pésimamente actuada, tiene una defectuosa ambientación de época (la historia transcurre en los 70 como si el único tip de esa década fuera la ropa colorida y el estilo hippie) y encima pretende ser erótica y lo último que despierta en el espectador es erotismo. El gancho es Pampita, que en su debut cinematográfico utiliza su nombre Carolina Ardohain, pero (mala noticia para sus fans) a la novia de Pico Mónaco y jurado de "ShowMatch" no se le ve absolutamente nada. O sea, ni sale desnuda ni se le cree una sola línea de su parlamento y mucho menos conmueve en lo expresivo. La historia, basada en el libro de Erika Halvorsen ("El hilo rojo"), plantea el enfrentamiento de dos hermanas: Ofelia (Pampita) y Lucía (Mónica Antonópulos), cuya madre (Andrea Frigerio, la única que se salva de este bodrio) es una mujer desprejuiciada. Hay un drama familiar no resuelto y el deseo de las hermanas, ya desde niñas, se asocia más a lo carnal que al amor. La competencia entre ambas explotará el día de casamiento de Lucía con Juan (Juan Sorini, protagonista de escenas insólitas), dado que Ofelia llega de Brasil con su nuevo novio Andrés (un pésimo Guilherme Winter, el de "Moisés y los diez mandamientos"). El director pretende hacer un cine kitsch y le salió una mala imitación al cine de Armando Bó. Se ven culos y miembros masculinos, chicas haciendo sexo oral y guiños naif del más burdo erotismo que no erotiza. De lo peorcito del cine argentino de los últimos años.
"Zama", los riesgos del cine de culto La espera y la frustración son el motor de "Zama". El filme de Lucrecia Martel viene de un gran paso por Venecia y Toronto, fue elegida para representar a la Argentina en los premios Oscar y los Goya, y como si esto fuera poco la crítica la elogió ampliamente. Sin embargo, "Zama" no es una obra maestra como se la promociona, aunque sería injusto -si existe la justicia en el cine- tildarla como una mala película. Ambientada en el siglo XVIII, esta es la historia de Diego de Zama, un funcionario de la corona española que espera y desespera por una carta del rey para que le otorgue el traslado a Buenos Aires. Allí están sus hijos y su esposa, en otra vida muy lejana a este presente, en el que convive con presiones de arriba mientras actúa como un voyeur, y bastante destrato con los que están abajo. Martel apuesta a los planos cuidados y eso es un acierto en este filme, cuya trama es muy difícil de entrar en la sensibilidad del espectador. Diego de Zama aparece como un ser al que primero se lo odia y al final inspira piedad. El deseo sexual difuso, el protagonismo de los animales, los nativos con sus costumbres y su dialecto sin traducción construyen un caos en la mente de este funcionario, que cada vez se aleja más de su propia identidad. "Zama" está planteada como una película de culto, a la que que no se le puede negar una lograda producción, pero que costará mucho digerir para el público medio.
Tan cerca, tan lejos La relación padre-hijo o para el caso padres-hijo está en foco en "Temporada de caza". Natalia Garagiola eligió explicar poco -a veces demasiado poco- para contar una historia con vacíos, desencuentros y soledades. Nahuel (Lautaro Bettoni) es un joven que elige mostrarse rebelde y distante para enmascarar su duelo. Lo único que le queda vivo de su madre es su sonrisa en un video que reproducirá una y mil veces en el celular, y eso es casi nada para seguir adelante. Bautista (Boy Olmi, en un rol pequeño pero de alto vuelo) es el padrastro de Nahuel y lo enviará a San Martín de los Andes para encontrarse con su padre biológico Ernesto (Germán Palacios, sólido como siempre). Ese cambio de paisaje también representará una mutación interna. Y el frío, la nieve e incluso la caza de ciervos jugarán como metáfora. Tanto para esa batalla que Nahuel librará con el padre que ahora tiene cerca pero siempre estuvo muy lejos, e incluso con el que vivió siempre con él, que sigue en Buenos Aires, y sólo lo insulta por celular. La película se toma demasiado tiempo para explicar estos vínculos, en un error de la directora que pone en la cornisa el registro sensible de la trama. Con todo, vale sumarse a este viaje de autodescubrimiento de Nahuel y creer en las segundas oportunidades.