Un padre asoma en la ausencia Una llamada telefónica de un desconocido puede significar encontrarse con una nueva familia. Eso le ocurre a Mathieu, un empleado parisino de clase media, casado y con un hijo, al que un día Pierre, el mejor amigo de su padre, le comunica que ese progenitor, a quien no vio en su vida, murió en Montreal. El tema es que antes de ir al funeral deberá encontrar el cuerpo, perdido en la profundidad de un lago canadiense, y esa tarea la tendrá que hacer con sus dos hermanos, a quienes tampoco conoce. Aunque parezca la trama de una comedia de enredos, Philippe Lioret (“Welcome”) plantea una historia de búsqueda de lazos familiares, en la que el drama a veces le hace un guiño al humor, pero siempre desde un relato que sensibiliza sin ser sensiblero, diferencia clave. Porque en el camino de Mathieu hacia su padre, él encontrará en Pierre una suerte de cómplice, y verá que en la familia de ese amigo descubrirá vínculos que jamás imaginó. El filme seduce desde el tratamiento narrativo, pero más aún desde el modo en que se muestran las relaciones humanas y las sintonías afectivas. Hay sutileza en algunos diálogos, un buen nivel de actuaciones en una película para no dejar pasar.
Relaciones quebradas El paisaje serrano promete paz, pero cuando las relaciones están quebradas siempre asoma la guerra. Carla llega de Capital a visitar a Martina en medio de la calma chicha de Villa Carlos Paz, pero lo que recibe está lejos de ser una bienvenida. Nunca se explica si Carla es mamá de Martina, pero es evidente que lo es. Ambas atraviesan la angustia de la pérdida del supuesto papá de Martina y cada una lo vive a su manera. Martina elige descargar tensiones tocando la batería, fumando porro, haciendo nada todo el día y teniendo sexo fuerte con un tipo violento, que además está casado y con familia. Carla toma sol, alguna que otra cerveza de más y se enfiesta con un ex y una amiga, como una suerte de antídoto ante la infelicidad. El director Moroco Colman hizo foco en esas soledades, con más sugerencias que apuntes explicativos y retrató como pocos ese vínculo ambiguo madre-hija con tanto odio expuesto como amor impuesto. Y también se animó a mostrar la crudeza de ciertas relaciones, y lo hizo incluso con una escena de sexo explícito tan riesgosa como necesaria. Hay pocas cosas que pueden cambiar de cuajo en un fin de semana. En las películas pochocleras en dos días todo se soluciona. Por suerte, en esta historia, la realidad sin tapujos se apodera de la pantalla.
El más allá está más acá Maureen no tiene un sólo gesto de felicidad. Trabaja de asistente de compras (de ahí "Personal shopper") y viaja de París a Londres a comprar los últimos diseños de ropa y costosas joyas de Cartier para Kyra, una celebrity que no está para ese tipo de tareas supuestamente menores. Maureen tiene un novio trabajando en Arabia con quien se comunica por Skype, una jefa omnipotente a la que pocas veces le ve la cara y un hermano gemelo, Lewis, que acaba de morir y le dijo que le iba a dejar una señal. Lewis era medium y Maureen también tiene esa habilidad para conectarse con el más allá. El director Olivier Assayas pone el foco en los fantasmas y los expone coqueteando con los géneros de terror y suspenso para hablar de los miedos internos y de la vulnerabilidad de la soledad. Y también echa luz sobre las dificultades de elegir trabajos y cómo repercute hacer una tarea que a priori es placentera pero al tiempo es poco menos que una tortura. Maureen no puede salir de su propia prisión. Está tan sola que hasta se engancha con un desconocido que le envía mensajes en su celular, en el único momento de la película en que asoma el género policial. Assayas tiene ese pulso suficiente como para meter al espectador en ese infierno de Maureen. Todo lo demás, lo hace Kristen Stewart, en un papel inmejorable. Juntos invitan a ver que el más allá está más acá.
Paz en el fondo del mar La Patagonia argentina es el escenario que atraviesa toda la historia de “El faro de las orcas”. Porque sólo desde ese lugar, desde ese paisaje y desde ese espacio tan bello como salvaje, se puede entender la angustia y la desolación de los tres protagonistas. Beto (Furriel) es un guardafauna hosco, de pocas palabras, que sólo sonríe cuando tiene delante suyo a Shaka, una orca con quien lo une un vínculo entre afectivo y místico. Beto es un estudioso obsesivo de la vida de las orcas, y está convencido que esa especie marina puede estimular la comunicación humana. Incluso difundió públicamente ese mensaje, que no es visto con tanta alegría por las autoridades patagónicas. Osvaldo Santoro es quien representa al antagonista, y es quien amenazará a este guardafauna con trasladarlo a otro destino si sigue promoviendo ese “peligroso” acercamiento humano al mundo animal. En este contexto aparece Lola (siempre impecable Maribel Verdú), quien llegará desde España a este paisaje perdido en el mundo junto con su hijo Tristán, que es autista. Ella comprobó que su hijo movió las manos, como signo de alegría, cuando vio en televisión cómo Beto se comunicaba con las orcas. El vínculo entre los tres no tardará en llegar a buen puerto, quizá lo más cuestionable por lo previsible. Sin embargo, la historia toma otra dimensión cuando sobre el final se atestigua que se trata de un caso real, lo que le quita esa mochila de endulzar el relato con que se le puede caer al realizador. Olivares tiene experiencia como documentalista y aprovechó ese pulso en beneficio de la imagen, en la que combinó realidad con tecnología. La película habla de la búsqueda de la felicidad y los motivos íntimos por los que se recurre a la naturaleza como metáfora de la paz.
La culpa detrás de la tragedia Hay tragedias que marcan un punto de quiebre. Y mucho más para un padre al que le matan a su hijo delante de su cara. Gustavo (Marrale) y Cristina (Morán) son una pareja feliz. El es un importante cirujano, ella es oftalmóloga, tienen un buen pasar y son padres de Facundo, un joven apasionado por las animaciones. La parsimonia familiar entra en turbulencias cuando Gustavo descubre que su hijo es homosexual. No puede superarlo, esa realidad lo tortura. Una madrugada, cuando volvía de yirar por las calles para reflexionar sobre ese tema, un par de delincuentes lo apunta con un arma en la puerta de su casa e ingresa encañonado sin oponer resistencia. Facundo intenta defender a su padre, irrita a uno de los ladrones, que le dispara y lo mata. A partir de aquí, todo se derrumba para la pareja, pero más para Gustavo. Se siente culpable por no haber comprendido la sensibilidad de Facundo y tratará de acercarse a los ladrones, quizá para vengarse o para buscar explicaciones. El pulso del director ofrece una vuelta de tuerca en la historia a partir de que los ladrones también son padre e hijo (Machín y Nicolás Francella). Gustavo tratará de espejarse con esa relación para hallar las piezas que le faltan al rompecabezas que representa el vínculo con su hijo ausente. Y aquí despunta el oficio de Marrale para una composición tan compleja como brillante, que justifica por lejos ver esta película.
La codicia antes que la vida Pasaron dos décadas del "boom" de "Pizza, birra, faso" y no es descabellado decir que Israel Adrián Caetano construyó un prestigio que supera incluso la calidad real de sus películas. Porque si bien aquella lo ponía en el top five del Nuevo Cine Argentino, defendió esa credencial con "Un oso rojo", ya que derrapó con "Francia" y mordió mal la banquina con "Mala", que le hizo honor al título. Ahora, con "El otro hermano", levanta un poco la puntería, pero hasta ahí. Sobre todo en la pintura de la situación, de los climas y sobre todo de los personajes, especialmente el villano creado por Sbaraglia, ya que el otro protagonista, encarnado por Hendler, es más de lo mismo en lo que respecta a interpretación y gestualidad. Aquí se pinta una trama de antihéroes, tipos cuya única pasión es hacer plata a como dé lugar. Y en ese derrotero, Cetarti (Hendler, con diez kilos más para componer su personaje) llegará a Lapachito, un pueblo perdido en el que Caetano se encargará de subrayar la manida paradoja de "pueblo chico, infierno grande". Cetarti viajará desde Buenos Aires a ese lugar oscuro para obtener la herencia de su madre y su hermano asesinados en circunstancias extrañas. Y se topará con un ex militar (Sbaraglia) que practica secuestros extorsivos en una modalidad que recordará a Arquímedes Puccio en "El clan". Hay crueldad y un final de western previsible. Sin brillar, ojalá marque el regreso al cine del mejor Caetano.
Justicia con mala pata La Justicia parece no estar a la altura del mundo de los justos. Y si los involucrados son de la Argentina, mucho peor. Basado en un caso real que supo despertar polémicas y burlas en el Tribunal de Mar del Plata, Fernán Mirás bebió de esa historia para componer su debut como director. Y pese a que la película tiene buenos momentos y otros no tan logrados, goza de los atributos suficientes como para disfrutarla en el cine. Es la historia de Gloria Soriano (Barrientos), una abogada que ostenta un récord difícil de empardar: en toda su carrera jamás le tocó defender a un inocente. Quizá por eso está ante una crisis vocacional y enfrenta un hastío tan lúgubre como su oficina, tapada de expedientes. Hasta que un día encuentra un caso que la despierta. Incluso la invita a investigar y caminar las calles de un pueblo perdido, pese a una renguera crónica que funciona como metáfora de la mala pata de la Justicia. Pero se topará con obstáculos difíciles de saltar. Primero la fiscal Rivas (Onetto), que no es otra que esa profesora que admiraba, y que hasta le dio el título al rendir su último materia en la facultad. Pero ahora es detestable, y sólo le interesa ascender a jueza, para lo que deberá contar con el guiño de un juez (Grandinetti), que también tiene algún muerto en el placard. Mirás, que también compone un personaje además de coescribir el guión y dirigir, modeló una película de actores. El trío protagónico es impecable. Barrientos, Grandinetti y Onetto funcionan a la perfección como un bloque homogéneo de alto vuelo. A la película le falta dinámica en la primera mitad y tiene discursos demasiado cerraditos, lo que por momentos es un golazo y por otros atenta contra la frescura de la propuesta. Pese a esto, es un buen debut de Fernán Mirás tras las cámaras.
Juntas, pero con dudas Dos mujeres independientes y de buen pasar parecen tener todo resuelto en medio de la belleza romana. Federica (Margherita Buy) es arquitecta y restauradora y Marina (Sabrina Ferilli) es una actriz retirada que ahora dirige un coqueto restaurante casi como un pasatiempo. Pero tras cinco años de convivencia, de gato bengalí sobre la cama, tostadas con café y exquisitos placeres compartidos, también aparecen los baches de la relación. Esas fisuras que pasan más por los roles no asumidos que por la falta de amor. Es que Federica experimentó su faceta heterosexual, es madre y está algo insegura de su elección sexual. Por ahí transitará el caos que plantea María Sole Tognazzi, hija del eterno Ugo Tognazzi. Las dudas comienzan a afectar la confianza de Marina, quien siempre tuvo muy en claro su lesbianismo y hasta lo contará en una revista tipo Caras. No todos tienen ganas de contar con quien duermen, y quizá menos en una Italia cerrada al matrimonio igualitario, aunque la realizadora jamás hace foco en este punto. Lo que sí muestra Tognazzi es a los hombres básicos y estereotipados, como si la complejidad fuera sólo del universo femenino. Las actuaciones son efectivas y sacan apenas a flote a un filme previsible, pero que puede dejar con una sonrisa a muchos espectadores.
La cruz de ser un cristiano La fe mueve montañas y también las derrumba. Martin Scorsese eligió un título inmejorable para contar una historia de creencias religiosas, pero más aún de límites humanos y de escalas de valores. "Silencio" se estructura desde el derrotero de dos sacerdotes portugueses del siglo XVII que viajan a Japón en búsqueda de su mentor, el Padre Ferreira (Liam Neeson, inexpresivo como siempre). Ferreira renunció al cristianismo y eligió una nueva ruta en su vida, pero sus discípulos Rodrigues (brillante Andrew Garfield) y Garupe (Adam Driver, con 23 kilos menos para este rol) quieren saber por qué. En el afán de hallar respuestas llegarán a tierras japonesas en plan de clandestinidad y tomarán visibilidad al comenzar a evangelizar a otros cristianos que estaban necesitados de referentes de cruz en pecho. Todo se oscurece peligrosamente cuando el padre Rodrigues viaja a Nagasaki y se topa con la opresión budista. La peor tortura para el sacerdote cristiano se convierte paradójicamente en lo mejor de la película de Scorsese. Porque a través de métodos tan perversos y crueles como sutiles, Ferreira se pondrá de cara a su lealtad a Dios y a su resistencia. Y en ese delgado equilibrio quizá el silencio sea un faro para iluminar su camino.