Una escritora que usa el deseo como disparador creativo La historia de la escritora Shirley Jackson, considerada una referencia de la literatura del género de terror, es abordada desde la mirada sutil de la directora Josephine Decker. Aunque quizá para muchos sea una desconocida, Jackson es la escritora de novelas que son una referencia en los relatos asociados al misterio y al suspenso. Entre los más icónicos están “La lotería” y “La maldición de Hill House”, que posiblemente sea el más popular. En el film “Shirley”, la realizadora tuvo el plus de contar con una protagonista ideal, como es el caso de Elisabeth Moss (conocida por su personaje protagónico de “El cuento de la criada”), quien maneja una galería de matices interpretativos que van de la perversidad a la debilidad. Por momentos, Moss compone a una Shirley que genera tanto rechazo como ternura. La película narra el derrotero de Fred y Rose, una pareja que está en su mejor momento, con las endorfinas al máximo después del casamiento, y deciden ir a vivir provisoriamente a la casa del profesor Stanley (el marido de Shirley), quien es una suerte de tutor en la residencia académica del joven. Pero cuando llegan a esa casa, en una alejada localidad estadounidense, es todo raro. Porque Shirley, quien goza de la admiración de Rose (gran papel de Odessa Young) está encerrada en su pieza, no puede escribir una línea, no sale a la calle porque padece fobia, y no socializa con casi nadie. Encima Stanley apadrina a Fred pero compite con él y lo destrata. Pero cuando van pasando los días de convivencia, Shirley comienza a sentirse atraída por Rose. En ella verá a la amiga que no tiene, pero también a alguien que le mueve el deseo. Y ese deseo se puede disparar para la pulsión sexual en un juego de seducción que también moviliza a Rose, pero también para la creatividad. Y Shirley, en medio de los devaríos de su mente y mientras sortea como puede la presión de su esposo para que termine la novela, parece manejar las situaciones a su antojo. Pero con una particularidad: va del disfrute al sufrimiento en décimas de segundo. En ese devenir se luce Moss, quien sabe pintar a su personaje con una máscara de dulce desequilibrio. En la novela de Shirley hay un relato sobre una joven que desapareció en esa localidad, y esa ausencia también se mezcla en la voz en off en la que hay textos de una futura novela. Por momentos el guión confunde, porque no está en claro ni quién habla ni a quién se dirige. Con todo, dan ganas de meterse en esta historia.
La adolescencia, entre el deseo y el empoderamiento Lo único permanente es el cambio para Camila. De sus días distendidos en La Plata, de golpe tendrá que ir a vivir a Ciudad de Buenos Aires. Otra casa, otras amistades, otro colegio, otra adolescencia. La Plata es “el interior” para los porteños, una denominación bien conocida para la directora cordobesa Inés Barrionuevo, quien en su cuarto largometraje alcanza su film más logrado. “Camila saldrá esta noche” es una película que pinta de maravillas un retrato generacional para los y las jóvenes que están entre los 16 y los 18 años. Se termina la secundaria, se viene la vida adulta, parece que todo vuelve a comenzar y nada se termina de aprender del todo. La abuela de Camila se está muriendo y su mamá necesita estar cerca para cuidarla. Allí se dispara el cambio de planes. Pero todo se le complica a esta joven de carácter fuerte, que no se calla nada, que defiende los derechos de las mujeres y encima le toca un colegio privado donde lo primero que le piden es que saque el pañuelo verde de la mochila. Con un cuidado trabajo de fotografía y diseño de arte, Barrionuevo cuenta una historia donde los colores mandan. La vida de Camila cambió de matices, hay otra luz en su vida y también en su casa, en la escuela, en su mirada. Con ojos que se encienden cuando aparece el deseo, que no sabe de prejuicios. Y en ese camino de búsqueda se topará con un compañero perverso que la obligará a otro desafío por afrontar. La película de Barrionuevo muestra cómo los adolescentes viven sorteando obstáculos propios y ajenos para encontrar su yo y también de qué modo se vinculan con la familia y sus mandatos, con las instituciones y el poder. Y también hace foco en las amistades reales, esas que saben poner el cuerpo cuando más se las necesita.
Una mujer libre que está presa de su palabra María Linde es una escritora polaca famosa considerada una celebridad en su residencia de Toscana. Hace lo que le viene en gana, tiene un amante egipcio, ningunea a su marido y es tan estrella que tiene a su hija pendiente de ella todo el tiempo. Pero un día, luego de un atentado terrorista que azotó a Roma, dice una frase terrible justo en el momento en que recibe su Premio Nobel. La película podría leerse como un coletazo de la cultura de la cancelación, pero va mucho más allá. Porque el director Jacek Borcuch evita juzgar, solo muestra cómo actúa esta escritora y cómo responde en consecuencia la gente de su entorno, que podría tomarse dentro de la máxima “pueblo chico, infierno grande”. El film invita a reflexionar sobre la delgada línea que separa lo moral y lo inmoral; y también sobre el costo de decir lo que se piensa sin reparar en los efectos secundarios. El realizador polaco plasma un relato sobre la xenofobia a través de una protagonista hija de sobrevivientes del Holocausto y elige sobre el final un guiño metafórico al encierro que atraviesa a todo ser viviente en el marco de una sociedad prejuiciosa.
El plato del día se come con esperanza El amor se cocina a fuego lento. De eso pueden hablar Sirkka, la dueña de un restaurante ubicado en la Laponia finlandesa, y Cheng, un chef chino, que busca una pizca de sal en su golpeada vida. La película de Mika Kaurismaki puede plantear una encrucijada para el espectador. Porque si se busca un film arriesgado y disruptivo estaría yendo por el camino equivocado. Pero si en cambio se entrega a una historia de amor sazonada con un entretenido cruce de culturas y enmarcada en bellos paisajes, se convierte en una aventura realmente disfrutable. “Un amor cerca del paraíso” gira sobre el derrotero de Cheng, un chef que llega a un pueblito finés con su pequeño hijo desde Shangai en busca de un amigo llamado “Fongtron”. En principio va todo mal, porque nadie le entiende lo que dice, pese a su inglés más o menos claro, y encima ningún lugareño tiene idea de la existencia de esa persona. Hasta que Sirkka, la bonita dueña de un bodegón en el que solo se come salchichas con puré, lo recibe con una sonrisa. La calidez será mayor cuando llega un contingente de turistas de China y descubre que Cheng les puede cocinar a todos y todas, aunque sean unos simples fideos con pollo, en una actitud que será más que suficiente para captar su atención. La película expone un cruce cultural, pero también de sabores, sin abusar del golpe bajo, en un acierto del director, dado que el protagonista es un viudo que perdió a su mujer al ser atropellada por un vehículo mientras iba en bicicleta. “Uno se siente muy pequeño”, dice Cheng, abrazado a su hijo Niu Niu, quien extraña su mamá, los amigos y su barrio. Pero muy de a poco, ambos se comienzan a vincular con el ritmo de vida despojado de ese pueblo, con su gente, con los niños, y con los abuelos, que hasta disfrutan de cierto valor curativo de las comidas de Cheng. El film plantea que se puede encontrar la felicidad, aún después de una tragedia, y que a veces lo desconocido incluye una pócima sabrosa que marida de maravillas con la esperanza.
Dame de baja el servicio o te mato A un tipo como Axel la vida le sonríe. Joven, fachero, una novia médica con la que se va a casar y una amante que rankea como diosa, aunque el único problemita es que se trata de la directora del call center donde está empleado. Justo en el lugar de trabajo es donde su vida es un mundo de sensaciones. A veces placenteras, como cuando se escapa a tener sexo a escondidas, y a veces todo lo contrario, que es cuando un cliente insufrible le exige que le dé la baja al servicio o lo mata. Ricardo Hornos y Carlos Gil plantearon una idea que habían plasmado en un capítulo de “Encerrados” (hoy disponible en Contar), pero que falla en la falta de riesgo que deviene de un formato demasiado standard, más cercano a la estética televisiva que a la cinematográfica. Desde esa mirada es donde no cierra esta historia que, en principio, sí acierta en el concepto de la propuesta, que se mueve entre la denuncia a los sistemas burocráticos de ciertas empresas privadas que supuestamente son de servicios y cómo se reacciona ante una circunstancia límite, en la que una mala decisión puede definir la muerte propia o de algún compañero de trabajo. Esa tensión tiene buenos momentos. Incluso en la escena en la que la ira se apodera de Axel, en la mejor versión de Nico Francella. El cierre, que pretende ser sorpresivo, termina siendo previsible, por lo que las buenas intenciones del comienzo quedan fuera de la mira.
Un western en el que dos mujeres luchan por la verdad Hay varias lecturas que atraviesan “Las Rojas”, una puede ser la lucha de dos mujeres enfrentadas por defender la verdad, pero también cómo aparece la sororidad en las situaciones límite. La mejor manera de internalizar esta historia es tomando las dos miradas, que se entrecruzan todo el tiempo. Matías Lucchesi, el mismo realizador de “Ciencias naturales” y “El pampero”, trae en esta oportunidad el derrotero de dos paleontólogas que, en el medio de las montañas de Mendoza, van por todo. Una es Carlota (Mercedes Morán), quien hace diez años que está al frente de una reserva, en la que todos tienen el acceso prohibido, y en donde guarda con mucho recelo los restos fósiles de un animal mitológico mitad ave y mitad león. La otra es Constanza (Natalia Oreiro), quien llega a esa reserva, enviada por la fundación que costea los excesivos gastos de Carlota, para supervisar cuánto hay de verdad en el trabajo de esta colega. Las dos mujeres parecen mundos irreconciliables, no solo no tienen empatía, sino que se rechazan. Incluso Carlota la odia en un momento puntual. Lucchesi supo manejar muy bien la tensión dramática entre las dos al principio, pero luego se diluyó con el correr de la trama, en uno de los pocos puntos flojos de esta producción. Sin embargo, ese foco de tensión aparece logradamente cuando el centro de la escena lo ocupa Freddy (Diego Velázquez), otro paleontólogo que surge como el tercero en discordia, quien se quiere apoderar de Las Rojas, por lejos el secreto mejor guardado de esa reserva, y que conviene no spoilear en esta crítica. El filme está contado a manera de western, en una apuesta difícil para el director, pero que supo llevar a buen puerto. Primero porque los paisajes montañosos de Uspallata y Potrerillos en Mendoza le dieron la suficiente aspereza escénica al relato. Y segundo, porque la película tiene un giro al cine fantástico sobre el cierre que jerarquiza “Las Rojas”. Porque le da vuelo poético, le baja el precio a los que militan por las verdades absolutas y, de paso, pone en primer plano la solidaridad entre mujeres, un saludable signo de estos tiempos.
Cuando el ego es tan fuerte que es capaz de matar Demasiado ego. Y no se trata aquí del título de un disco de Charly García, sino de los egos de dos actores Félix Rivero (Banderas), tallado en Hollywood, y el otro es Iván Torres (Martínez), que respira teatro y prestigio. Como si fuera poco, tienen que hacer una película juntos bajo la dirección de Lola Cuevas (Penélope Cruz), que es peor que los dos juntos. La dupla de Gastón Duprat y Mariano Cohn se especializa en hacer una mirada crítica y mordaz sobre el universo de los artistas. “El artista”, “El hombre de al lado” y “El ciudadano ilustre” son tres ejemplos contundentes. Y aquí vuelven a surfear esas aguas, y lo bien que lo hacen. Todo arranca con el capricho de un multimillonario poderoso -otro ególatra perdido- que está por cumplir 80 años y quiere dejar algo a este mundo, piensa en un puente, pero le parece poco, entonces se le ocurre una película. Y debe ser con los mejores. El libro, que nunca leyó, es “Rivalidad”, y sobre esa idea trabajará una realizadora tan creativa como disparatada, que tendrá métodos poco ortodoxos para lograr el máximo rendimiento de los protagonistas. Por ejemplo (perdón por el spoiler) romperles en su propia cara algunos de los premios más importantes de su carrera para que potencien su furia en el rodaje, y encima no pueden impedirlo debido a que ambos están atados con cinta de embalar. Esa delgada línea entre el talento y la ridiculez es lo que explora la dupla de directores. Y lo jugoso está en cómo muestran los ensayos, y de qué manera cada uno a su turno busca su propia conveniencia, sin importarle si perjudica al de al lado. En esa tensión de vanidades, que en algunos casos incluye también la tensión sexual, no hay nadie que salga ileso o ilesa. Planteada como una comedia, la película es ideal para los estudiantes de teatro, no sólo porque pueden ver de cerca un mundo de ficción muy cercano a lo real, sino porque en ese trayecto disfrutarán del talento de figuras como Penélope Cruz, Oscar Martínez y Antonio Banderas. Es que, en pequeñas o máximas dosis, entregarán una clase de actuación con personajes tan descabellados pero no tan lejanos a ciertos divos y divas del jet set mundial. El final es a lo Cohn-Duprat, con algún tinte trágico y un mensaje en clave de moraleja. Para tenerle miedo al ego.
Ciudad Gótica está inundada de oscuros secretos Una voz en off, con respiración agitada, abre “Batman”, mientras de fondo se oye el Ave María en versión lírica. Todo un acertijo. Es el disparador ideal para esta nueva aventura de Matt Reeves, donde precisamente El Acertijo es el villano a vencer en un relato de cajas chinas que permite que las tres horas de duración sean apenas una anécdota. Lejos de la oscuridad estética de Tim Burton y de Christopher Nolan, este Batman bucea aún más en el conflicto personal de Bruce Wayne, pero ahora va más allá de sus contradicciones con ser un superhéroe. Esta historia se mete en el pasado familiar como nunca antes, en un juego de víctimas y victimarios en el que hay más enmascarados que el Hombre Murciélago. En un cuidado guión, con los climas necesarios para que la trama nunca decaiga y siempre haya otro sobre secreto por descubrir, se irán revelando quiénes son los verdaderos dueños del poder en Ciudad Gótica. Batman tendrá que darle más pantalla a Bruce Wayne (una intensa composición de Robert Pattinson) para revelar cuál es la punta del ovillo en un combo que incluye corrupción política, narcotráfico, connivencia policial y esa ambiciosa zanahoria que es ganar las elecciones, en este caso para la alcaldía de Ciudad Gótica. Lo seductor de este “Batman” de Reeves es que antes que se termine de cerrar un enigma aparece uno nuevo. Y eso mantiene atrapado al espectador. Así, las escenas de acción -que las hay y muy logradas- pasan a ser un factor complementario de la trama. Es decir, hay bombas que estallan, peleas extremas, tiros y sangre porque hay una historia que enmarca y lo justifica. Las piñas van detrás del relato y no al revés como tantas películas hollywoodenses pochocleras con autos que explotan y nadie sabe por qué ni para qué. Es en ese contexto que Batman se permite mostrarse como un superhéroe vulnerable, que puede estar al borde de la muerte (sí, como tantas otras veces), pero también puede sucumbir por amor, o al menos por el deseo hacia una mujer. Y aquí empieza a jugar Gatúbela, que aquí se llamará Selina, pero es ella, interpretada por Zöe Kravitz (sobresaliente, expresiva y sexy). Siempre con la misma dinámica de ir revelando incógnitas de a poco y cada vez con temas más urticantes, Selina va tomando peso en la trama, porque es otro de los personajes que tendrá algo que ocultar en este puzzle de máscaras. En un guiño a los villanos del cómic original, primero aparecerá El Pingüino (irreconocible Colin Farrel por la acertada caracterización), pero el más temido será El Acertijo (Paul Dano, también impecable), quien irá llevando el timón de la historia a través del asesinato de los referentes del poder de Ciudad Gótica. Y ahí surgirá la figura perversa de Carmine Falcone (John Turturro, sólido como siempre), cuya historia tendrá tantas ramificaciones que llegará hasta el mismísmo padre de Bruce Wayne, cuando también pugnaba por ser alcalde en el pasado y recurrió a la mafia para silenciar a un periodista. Todos y todas tienen algo que esconder. Y de ese gancho se cuelga El Acertijo para reclamar “No más mentiras”. Hay un juego de espejos con Batman porque ambos buscan ser los justicieros en Ciudad Gótica, pero el método del villano es la destrucción total, como una manera de rechazo terminante a la clase política. Una suerte de outsider tan brillante como desquiciado. Y Batman tendrá que poner a prueba una vez más su ingenio y su fuerza para vencerlo. Bien vale meterse de lleno en esta historia de acertijos y descubrir qué es lo que está oculto debajo de las máscaras.
El errante que va por todo aunque no tenga nada La tradición oral suele ser tan bastarda como sus personajes. Nadie sabe quién creó esas historias pero tienen vida propia.“La historia principal es de 10 palabras, el otro cuenta 15 y después llegan hasta 50 o más palabras” dice uno de los parroquianos veteranos mientras apuran un trago con sus amigos en un bar de Italia.Los directores de “La leyenda del Rey Cangrejo” adoran ese tipo de relatos que nacen en un lugar y viajan en el tiempo sin destino conocido. Y en este primer filme de ficción, luego de dos documentales, se remontaron hasta un pueblo de Italia en el siglo XIX para meterse en la cabeza de Luciano, más conocido como el borracho, hijo del doctor, y que anda perdido por la vida. “Me siento vacío” le dice a su padre cuando lo rescata de otra noche de alcohol. Luciano es la metáfora del hombre que busca algo que nunca encuentra, y que a la vez no se resigna por no encontrarlo. Es más, tampoco dejará que lo pisoteen por pensar distinto. Y por allí fueron estos jóvenes directores. Porque representaron en esa Italia llena de sumisiones y prejuicios, a la eterna lucha entre patrón y empleados, o entre el poder y los oprimidos. Luciano se enamora de la hija de Severino y no entiende por qué motivo no puede vivir ese amor. De pronto una tragedia lo llevará a huir de su pueblo. No sólo porque el príncipe quiere matarlo, sino porque todos están convencidos que el borracho perdido mató a una persona. La acción siguiente continúa en Tierra del Fuego, un lugar al que los realizadores decidieron identificar con un capítulo titulado “En el culo del mundo”. Ahora Luciano aparecerá como un sacerdote errante. No busca un amor, pero sí un tesoro en medio de la fiebre del oro. Y asegura que él es el mapa para llegar a ese objetivo, pero de la única manera que se puede encontrar el punto exacto es siguiendo los pasos del cangrejo. El filme muta en un western de culto que evoca a Sergio Leone. Y dispara varias metáforas para reflexionar.
La guerra de afuera y la batalla interior El estreno de “Belfast” fue el jueves pasado, el mismo día en que el mundo estaba convulsionado por el conflicto bélico entre Rusia y Ucrania. “Belfast” también respira un enfrentamiento entre dos posiciones bien diferentes, en este caso son los católicos contra los protestantes en Irlanda. Kenneth Branagh quería filmar esta historia porque fue su propia historia de vida. Ambientada hacia fines de los 60, la película arranca a todo color con la floreciente e industrial Belfast actual y linkea al blanco y negro para contar en esa tonalidad casi todo el filme, salvo algunos chispazos coloridos para situaciones muy puntuales. El pequeño Buddy (brillante Jude Hill) es el alter ego del laureado actor y realizador, cuyo filme tiene siete nominaciones, entre ellas mejor película y mejor director, para la cita más importante de la industria del cine: los premios Oscar, que tendrán su gala el 27 de marzo. Buddy es el eje indiscutible de este relato. El chico juega a la guerra en las calles de su barrio, estudia todo lo que puede para captar la atención de una compañerita de clases de la cual está enamorado, se entretiene mirando tele en su casa junto a sus autitos Matchbox, disfruta de la compañía de sus abuelos -que siempre lo apañan, lo miman y lo educan- y de su hermano mayor. Pero hay un clima de tensión en el vínculo con sus padres. Su papá (el flojo actor Jamie Dorman, el mismo de “Cincuenta sombras de Grey”) va y viene a Londres por cuestiones laborales y a veces es algo así como una visita de lujo. Su madre (buen rol de Caitriona Balfe) se la pasa haciendo equilibrio para que sus hijos, principalmente Buddy, sean felices y para conformar el pedido de su esposo, que imperiosamente quiere irse a “una vida mejor” en Inglaterra. Belfast no solo es la ciudad que vio nacer a Buddy, también es el lugar en el que su abuela (maravillosa Judi Dench) y su abuelo (Ciarán Hins, superlativo) decidieron quedarse, postergando otros sueños. Pero el romanticismo del lugar se cae a pedazos cuando en la misma calle donde se jugaba a la guerra ya no se puede ni arrimar la nariz porque la vida está en juego, justamente. Lo bueno del filme de Branagh fue que no se quedó en las llagas del conflicto sino que rescató la mirada inocente del niño (sin llegar al extremo de “La vida es bella”). Branagh muestra a la Belfast que disfrutó, por eso se justifican tantas escenas evocando al cine. Desde el guiño al western con las imágenes y la música de “A la hora señalada”, hasta el musical “Chitty Chitty Bang Bang”, con Dick Van Dicke. La violencia invadía las calles pero el cine lo llevaba a otros paisajes, y era necesario rescatar ese sentimiento y esa emoción. En medio de aquellas vidas de película siempre se respira el amor por el lugar donde se caminó por primera vez. Esa defensa de los aromas, la gente cercana, los espacios conocidos y el derecho a la identidad. Cuando aparecía como tentador viajar a Inglaterra para tener una casa con jardín, la mamá de Buddy defiende el valor de jugar en la calle. Porque ahí están sus amigos, y en Londres ni siquiera lo entenderán al hablar. Es la misma batalla por la identidad de los personajes de la obra “Made in Lanús” (que en cine fue “Made in Argentina”). El final de la película levanta la bandera de los que resistieron y de los que se fueron. Y siempre por amor a Belfast.