El amor después del desamor Lucía (Valeria Bertuccelli) que está a punto de emprender un viaje con su novio, recibe a una amiga, Ana (Elena Anaya), a la que dejará cuidando a su hija adolescente, Abi, y por supuesto, la casa donde vive, en un coqueto barrio de las afueras de Capital Federal. Ana no está en pareja y se sobreentiende que la causa es que no es muy estable en ese aspecto de su personalidad. Cuando recibe al padre separado que cumple su régimen de visitas con Abi, que se llama Ricky (Fernán Mirás) y al que conoce vagamente del pasado lejano, queda flotando la sensación de que hay allí algunas puertas abiertas. Horas más tarde, Ana y Ricky están en una relación. Pensé que iba a haber fiesta es una buena película, que con las herramientas de la ficción invita al espectador a reflexionar sobre una situación social poco frecuente, en la que los prejuicios se vuelven la paja en el trigo. Lástima que no sea un filme todavía un poco mejor, porque estaríamos hablando de algo ya coronado. La directora Victoria Galardi (este es su tercer largometraje) monta un colchón dramático muy atractivo en la base de la historia, pero en algunos momentos trascendentes se queda corta de recursos. Un poco se entiende, porque es una artista joven, y el lápiz se le corre por ejemplo en esos diálogos que requieren cierto rodaje en la vida, como la confesión de partes de las dos amigas. Igual la falla se siente. Es como pagar para ver un malabarista que lanzará cinco pelotas al aire, pero termina dando un show solo con cuatro. El desenlace de la historia es otro punto importante a conversar. Está entre lo abierto y lo abrupto. Dejar preguntas para que las responda el espectador es nutricional, pero con esta película la sensación es que se dejaron líneas argumentales enteras afuera. Vemos la reacción de Lucía por la confesión de Ana, pero no lo que ocurre entre Ana y Ricky, o entre ambos padres y su hija Abi, o entre Lucía y su actual pareja, o entre Ana y Abi, con quien se había hecho compinche durante el tiempo que pasaron juntas. Parecen momentos demasiado importantes como para soslayarlos, pero también es verdad que este filme pretende no ser grandilocuente, y se aferra a esa convicción casi sin fijarse en el precio. Otra virtud de las muchas que tiene, entre ellas, la de ser una película sencilla, responsable, y bastante entretenida.
Nosotros, los alienígenas Héroes del espacio entra con facilidad por los ojos. Tiene unos de los diseños más consistentes y originales de mundos y personajes extraterrestres de los últimos tiempos, y eso ya es un placer tanto para el adulto como para el niño, que quizá se deleite con las formas coloridas e insólitas que ofrece la pantalla. Como muestra, puede detenerse el espectador en un plano de la habitación del pequeño Kip Supernova. Sobre la pared del cuarto de la casa con forma de globo, hay varias pequeñas ventanas circulares hacia al exterior, que reproducen la marca de los cráteres sobre la superficie lunar. Una panorámica al cielo estrellado, a través de un muro de gruyere. Pero claro, hay una historia en medio de este entorno tan hábilmente animado, y es la de la familia Supernova. En el planeta Baab, un musculoso astronauta llamado Scorch Supernova es el héroe local, quien no duda en socorrer a quien lo necesita ante cualquier peligro que suceda en la galaxia, acompañado desde el cuartel central por su inteligente hermano Gary. Pero un día esa fraternidad se rompe. Scorch acepta acudir a un SOS procedente de un peligroso planeta del que nadie volvió y Gary, enojado por esa decisión, se aparta del equipo. Poco después, será testigo televisivo, junto a su esposa Kira y a Skip, de la captura de Scorch en ese lejano sitio llamado Tierra. Sí. La amenazante raza de alienígenas que toma prisionero a Scorch somos nosotros, los terrícolas, "la peor parte de una curva descendente que comenzó en ese planeta con los inteligentes dinosaurios", y fue degradándose hasta decantar en unos inexplicables seres "que conducen autos ruidosos y emplean el hilo dental". Así que preparados para reírse un poco de nosotros mismos. La película incluye una buena banda sonora, con un tema sobresaliente como Shooting star, interpretado por Owl City, un grupo de Minnessota, Estados Unidos que viene de colocar su música en filmes como Ralph el Demoledor y Los Croods y que dentro de poco meterá la cuchara en Monsters University.
Con caja de sexta Todo cambió para los chicos de Rápido y furioso 5, que transcurrió en Río de Janeiro y les dejó 100 millones de dólares como botín, para disfrutarlos como ricachones y gastarse todo lo que quisieran en sus adorados autos. Lo diferente es que ahora ellos viven separados y están aburguesados. Incluso Brian, el personaje que interpreta Paul Walker, casado con la hermana de Dominic y padre de un bebé, le dice a su cuñado que siente que lo tiene todo pero le falta algo. Ese algo que extraña es la acción, por supuesto, pero no será por demasiado tiempo. La sexta película de la saga empezó minutos antes con una caravana de autos explotados sobre un puente en Moscú, y un policía, Luke, encarnado por Dwayne Johnson, preguntando por los culpables. Estos resultaron ser la banda internacional liderada por alguien llamado Shaw, el actor Luke Evans, quien por las pesquisas está robando piezas para construir un arma muy potente. Dato que conecta con Dominic: entre los soldados de Shaw se encuentra Letty, o sea Michelle Rodríguez, la novia del héroe que todos daban por muerta. Gran acertijo, y gran anzuelo para que los chicos de las picadas acepten volver a las pistas. Pero con una condición. Si capturan a los malos, se convierten ellos en buenos, es decir, les retiran los cargos por los que son buscados por la ley estadounidense. Nadie al que le guste el género, saldrá de esta proyección diciendo que la película no le gustó, pero los fanáticos de esta franquicia deben estar advertidos acerca de algo muy importante. Rápido y furioso cambió en esta oportunidad. Y la diferencia se nota. Se convirtió en un largometraje de acción y espionaje más parecido a los que la industria hollywoodense mercadea con regularidad, que a aquella producción de corte más independiente, más marginal, pese a su innegable glamour, que se conoció en el comienzo, dirigida por alguien que después de aquella vez no quiso repetir, el talentoso Rob Cohen. El riesgo de los que están ahora, como el nuevo director, Justin Li, es enorme, porque Rápido y furioso 6 abandonó su identidad y entró en el terreno donde otra clase de filmes son muy buenos y muy difíciles de superar. En otras palabras, desaparecieron casi (salvo por una escena de menos de cinco minutos) esas reuniones alrededor del fuego callejero y el reggaeton, donde las chicas caminan como gatitas en minifalda acariciando las carrocerías de los coches antes de las picadas, y todo el folklore de alrededor. Ahora, Dominic, Brian y su equipo manejan computadoras y armas sofisticadas además de autos. Van en sexta por el mundo, eso sí. Como siempre desde que se hicieron conocidos.
La señorita del capullo La película “El reino secreto” recrea maravillosamente la naturaleza y plantea un debate sobre la entrega y el compromiso social. Nuestro comentario de la película. Épica, se llamó esta película en su país de origen, Estados Unidos, y su historia realmente lo es. Una joven que visita a su padre en un apartado bosque descubre que sus locuras de científico, las que lo alejaron prácticamente de la sociedad, tienen un fundamento. Pero al principio eso no parece posible. Es que Mary Katherine es una chica escéptica, incluso respecto a la cordura de su progenitor, hasta que un hecho maravilloso le cambia la vida. De repente, el reino secreto del que habla el título en castellano se apodera de ella y la lleva a experimentar una aventura asombrosa, de gran aliento, en la que el amor se interpone como una luz en la batalla entre las poderosas fuerzas del bien y del mal. En ese mundo secreto que habita "allí donde, si nos quedamos un rato quietos en mitad de un bosque, veremos sucedes cosas increíbles", Katherine pasa a tener cuatro centímetros de altura, y puede tutearse con los caracoles, los pájaros, las flores, los hombres hoja, y sus archienemigos, quienes quieren robar el capullo original para que el verde de la floresta muera para siempre. Si bien el argumento es consistente, las palmas se las lleva sobradamente la animación de esta película. Detrás de ella está Chris Wedge, un nombre puede resultar desconocido, hasta que sabemos que fue el responsable del filme La era del hielo. La naturaleza, ambiente mágico que largometrajes de aventuras dibujadas y de acción real han representado de gran manera, es en El reino secreto una extraordinaria protagonista. La fisonomía y la personalidad de la flora y la fauna, desgranada en sus miles de formas, es para el asombro y la admiración. Sirve para explicar hasta dónde llega el trabajo de los guionistas y su interacción con los diseñadores, pues se nota que hay cientos de horas de trabajo y muchísimas más neuronas puestas en accionar cada movimiento y dar organicidad al personaje a medida que se desenvuelve la historia. Entre los varios subtemas que despliega el argumento, hay uno que tal vez es un guiño no del todo complaciente con personas como las que retrata la figura del científico, el papá de Mary Katherine, que yendo tras una pasión que conlleva un gran compromiso social, lo arriesga casi todo, incluso el sustento de su núcleo afectivo, que entra en tensión con él.¿Películas para toda la familia? Buen asunto para comentar después de la función.
Los asesinos del presidente Las películas sobre presidentes, Washington y la Casa Blanca son para la industria del cine de Estados Unidos una tradición regular, como armar el arbolito de Navidad cada año. Muchos indicios señalan que, para el público norteamericano, deben ser como cantar el himno nacional en un acto escolar, o durante un feriado: avivan un sentimiento compartido de pertenencia, confraternidad y valor. También parecen funcionar como un termómetro de cierto humor social dentro de esa superpotencia. Los creadores de estos filmes tratan de poner en imágenes, y tal vez hacer una catarsis colectiva con ellas, las pesadillas del ciudadano común respecto a la política exterior de los EE.UU., un tema muy sensible para ellos desde siempre por las guerras libradas en el extranjero, y desde el año 2001 también por la acción de grupos terroristas dentro de sus fronteras. Largometrajes como Avión presidencial, En la línea de fuego, Días de furia, son sólo algunos de los que previamente exploraron las posibilidades de una crisis política y militar semejante. Ataque a la Casa Blanca, lamentablemente, es una versión no muy feliz de la costumbre recién mencionada. Pese a su muy buen director Antoine Fuqua, es una producción sin el ángel necesario para capturar en alta frecuencia el interés. Uno de sus puntos más flacos es el de los efectos especiales. Una película de acción estadounidense del siglo 21 no puede poner helicópteros de combate que parecen stickers pegados por un niño sobre una fotografía de la Casa Blanca. Otra sintonía errada es la del argumento. El relato comienza con un claro intento de manipulación: la mujer del presidente muere en dudosas condiciones, después de un accidente automovilístico. La intención, obviamente, es poner al espectador de parte del mandatario, tal vez porque su imagen pública no es demasiado amigable. Pero no es lo más reprobable en términos cinematográficos. Posteriormente, un grupo de terroristas coreanos del norte atacan el edificio emblema de la democracia norteamericana, con el político número uno dentro. Y aquí aparece otra falencia más. Ataque a la Casa Blanca parece una película de hace cinco o 10 años atrás. Es lenta (sí, aunque sea de acción) para la norma de los días que corren. La única manera de sacar con vida de ahí al presidente y a los demás rehenes, y no ceder a las extorsiones del enemigo, es confiar en un miembro de la seguridad del líder que ha conseguido infiltrarse en el edificio. La figura del héroe sigue intacta, y en el actor Gerard Butler encuentra a un buen continuador de la tarea realizada anteriormente por hombres como Harrison Ford o Clint Eastwood.
Los amores difíciles Un poco lenta, como todas las películas francesas un poco lentas, a esta historia le cuesta mantener en pie el espejismo, y por eso de a ratos la ficción no convence, no funciona. Es la trampa en la que caen estos filmes que bordean lo pretencioso, aunque parezca que sólo se están ocupando "de una historia pequeña". Y es que capturar el detalle justo, único, a veces es tan difícil, tan todopoderoso, como querer abarcar el todo. Justo lo que sucede en Tu amor mi perdición, este relato romántico que pareciera querer asir, con una pinza de costurero, una de las hebras del amor, para mostrarla como un trofeo, y a la postre se queda con las manos prácticamente vacías, literalmente, porque los personajes se despiden de la cámara como si fueran extraños, personas desconocidas que nada tienen que ver con nuestra vida. Mina tiene su vida armada: una casa, una hija de cuatro años, una pareja, salud, trabajo. La situación de Paul es diferente, él está separado, vive con una joven cada vez más independiente, su hija, y tiene a su padre muy enfermo y a su madre cuidando de él. De pronto, Mina y Paul comienzan una relación. Es ella la que tiene que rendir cuentas en alguna parte, y de eso va la historia. De los amores difíciles y algunas cosas más. Sin dudas, en el marco de la historia del gran cine francés, esta es una producción menor. Tiene unas cuantas obviedades, de esas que al cine norteamericano no se le perdonan pero en el europeo parecen ser menos pecaminosas. Por ejemplo, que Paul sea escritor. ¿Hace falta subrayar de ese modo el perfil de un hombre que se mete en una relación sentimental compleja? Si cada vez que aparezca en una pantalla un amante sensible y pensante y algo conflictuado, éste será un escritor, se terminará pensando que sólo los escritores podrán ser esa clase de amantes, y por ejemplo un carnicero será fácilmente encasillado y discriminado por su oficio, que aparentemente no tiene nada de espiritual ni de intelectual. ¿Es justo? ¿Es real? Stephen King, uno de los grandes escritores vivos del mundo, lleva 40 años en matrimonio con la misma mujer, y no parece poco feliz al respecto. Pese a todo, sería injusto decir que Tu amor mi perdición es floja. Como película, es orgánica, coherente, organizada, e interesante en unas cuantas cosas.
Cinco víctimas en busca de un autor Suena en muchos lugares. Las nuevas películas de terror argentinas son cada vez más y, lo que es todavía más promisorio, todas demuestran algún grado de pasión, creatividad, talento, sensibilidad, ingenio, astucia y profesionalismo. Son organismos vivos, diría un biólogo, y están evolucionando. Nadie, felizmente, sabe hasta dónde pueden llegar. O quizá sí. El que más lejos lo hizo por ahora es Andrés Muschietti, un chico de Buenos Aires que con el gran productor mejicano Guillermo del Toro como padrino y Universal Pictures como compañía, rompió este año el mercado con su opera prima Mamá, que aquí en Córdoba hizo muy buenos números, y que globalmente multiplicó sus 15 millones de dólares de costo hasta convertirlos en más de 135 millones en recaudación. Yendo a La memoria del muerto, es un largometraje dirigido y coescrito por Javier Valentín Diment, ambientado en el interior de una casa y su parque, donde un grupo de personas debe elegir si participar o escapar de un ritual planeado por la viuda de un amigo, ritual destinado a volverlo a la vida a través de un sacrificio múltiple. Para empezar, La memoria del muerto no es un filme que juegue en las mismas ligas de Mamá, ni lo pretende. En cambio, como aquel filme, está conectado de modo subterráneo con toda la tremenda imaginación de terror, gore y cine de clase B que bajo el suelo nacional está haciendo brotar hacia el sol (o hacia una noche de luna llena) cosas cada vez más sorprendentes. Diego Curubeto, eminencia en el estudio de este y otros géneros similares, da un muy buen punto cuando resuelve que la película es entretenida gracias a las escenas de abundantes sangre que aparecen en todo su recorrido. Por fortuna, estas escenas no sólo son muchas, sino que además están muy bien resueltas en algunas ocasiones, en las que se lucen los aspectos técnicos como los efectos especiales, el maquillaje, o los distintos y a veces originales puntos de vista que puede adoptar el espectador. También hay que hablar de los actores. Qué bien elegidos que están. Al primer vistazo, el espectador se percata de que el armazón sobre el que está montado el elenco son un puñado de caras conocidas de muy buenos actores de la televisión, como Gabriel Goity, Luis Ziembroski, Lola Berthet y Rafael Ferro. Oficio, claramente, no va a faltar, y los intérpretes formados en tiras o unitarios tienen otra característica distintiva. No llenan el espacio, o la pantalla, como un actor de teatro, pero tienen consigo el gen del realismo, ese colectivo detrás del cual la pantalla chica argentina casi siempre está corriendo. En síntesis, una película que los fans del terror y el gore no querrán perderse, y que el resto del público, sabiendo más o meno lo que verá, puede elegir ver o no.
Jugando con la delgada línea “Proyecto 43” es una película ambiciosa que cuenta 13 historias distintas, protagonizadas por actores famosos de Hollywood. Aunque en cuestión de gustos no hay quién legisle, esta película trae consigo una abrumadora catarata de desprestigio, que no salpicará demasiado al espectador que quiera bucear en aguas sin control de seguridad. Si este último es su caso, pruebe y vea. Son alrededor de 13 historias, unos 18 guionistas, y aproximadamente 15 primeras estrellas de Hollywood las que participan en este banquete para gourmets del "humor loco" -como lo llaman los norteamericanos- que en este caso llega con un toque de negrura y escatología que juega permanentemente con aquello de pasarse de la raya, al estilo básicamente de Peter Farrelly, quien estuvo entre los más activos impulsores de este largometraje y acabó no solo dirigiendo sino produciéndolo, escollo tras escollo según parece. Peter Farrelly es quien viene de dirigir la primera adaptación de la tira cómica televisiva Los tres chiflados a la pantalla grande, aunque antes ciertamente se hizo famoso por cintas como Tonto y retonto o Loco por Mary, en las que desafió varias veces y de diversas maneras los límites del supuesto pudor público. Con Proyecto 43 logró poner en cartelera un proyecto que tenía más de 10 años paseándose por los hangares de Hollywood, y del cual se eyectaron precautoriamente unos cuantos participantes, como George Clooney, Colin Farrell o el director Jerry Zucker. A Richard Gere parece que ya le habían cerrado la puerta por dentro cuando intentó imitarlos. En el staff quedaron, sin embargo, varios actores que se animaron a dirigir, algunos, y a reincidir, otros, como, Elizabeth Banks, Steve Carr, Brett Ratner, o Griffin Dune, en orden aleatorio, lo cual es una de las posibles causas de que tantas estrellas de primera plana hayan accedido a participar en esta comedia independiente de bajo costo (poco más de 10 millones de dólares) como hoy pululan tantas en la industria yanqui. Reunirlos fue un problema, está claro: tardaron más de dos años en terminar las filmaciones, con meses de parate entre semana y semana de trabajo. Y sin que eso haya redituado mucho hasta ahora: reprobación altamente mayoritaria de crítica y público posterior al estreno, casi nula cantidad de premios ganados a la fecha, y todavía una cifra menor de recaudación a la que dicen que gastaron en hacerla.
Tadeo es albañil en los Estados Unidos. Su prestigio como trabajador no es grande, pero es lo mejor que ha podido hacer para estar cerca de los lugares con los que sueña: las excavaciones. Él quiere ser arqueólogo, qué va, pero para eso hay que tener estudios, dinero, e incluso recibir un golpe de suerte. De todo eso le habla siempre su amigo, el profesor Humbert, hasta que un día la coincidencia o el destino tocan a la puerta de Tadeo. El profesor recibe un comunicado de un colega. Ha aparecido la otra mitad de una llave de piedra para ingresar a una ciudad sagrada llena de riquezas. Se le requiere de inmediato en Perú, territorio del desaparecido imperio Inca. Y, por un accidente, Tadeo termina viajando en su reemplazo. Tadeo, el explorador perdido es una película bastante entretenida. Buen panorama visual general, con escenarios suficientemente trabajados, reales, llenando bien los espacios. Los personajes en general están bien delineados, aunque podrían tener rostros más expresivos y sus movimientos podrían flexibilizarse mejor. La banda sonora, impecable. El lenguaje de la animación es universal. El de los niños también. Y está muy bien que un equipo de trabajo mayormente integrado y sobre todo dirigido desde la cabeza por españoles, haya hecho una película tan ambiciosa y lograda como Tadeo, el explorador perdido. No faltarán los que digan que se nota la influencia de Disney u algunas otras. No es problema. Es diferente el diálogo con el arte de los demás, que la copia. Aquí hay algo más importante, que es la evolución integral de un oficio con el que el mundo de habla hispana, mundialmente respetado por la talla de sus dibujantes, tiene en cierta medida una materia pendiente, que es el del cruce de la ilustración con los movimientos. Pero no sólo eso. El desarrollo de áreas profesionales ligadas a la producción de este tipo de cine en particular, también es imprescindible a esta altura del siglo. Una película que se puede disfrutar, que marca un norte para este género, dibujado y hablado en español, y con un entendimiento del mundo que corre a Estados Unidos del ombligo del planeta.
No rompas su ley Cuando usted, o sus hijos o nietos ya crecidos caminen dentro de unos años delante de los estantes de películas clásicas se encontrarán seguramente con esta muy buena producción dirigida por Taylor Hackford (Reto al destino, Ray). El filme se basa en la novela de Donald E. Westlake y cuenta con Jason Statham, una Jennifer Lopez en un papel de latina ideal para ella, y un Nick Nolte que ya merece que se lo mire de pie. No se confunda y piense que esta es una película perfecta, genial, o que será señalada algún día como la mejor, o una de las 10 mejores de todos los tiempos. Un clásico no necesita alcanzar esas notas para serlo. Esta sencillamente es una buena historia contada con una abundancia de aciertos, con toques de elegancia, de buen humor, de originalidad, y algunos intervalos, de apenas minutos, que al menos merecen que se piense que perdurarán durante mucho tiempo. Al comenzar la historia, el suegro (Nick Nolte) de Parker (Statham) lo conecta con una banda para robar en un parque de diversiones. Serán 200 mil dólares limpios. Pero después de completar la tarea con éxito, Parker tiene un contratiempo importante. Sus compañeros no quieren seguir junto a él. Traicionado y golpeado, jura venganza (él lo denomina "hacer justicia", pero ya se sabe que el hampa habla en otro idioma) y parte hacia donde los tipos se han instalado para dar su próximo y culminante golpe. Ese lugar es Palm Beach, un gran condominio donde los millonarios buscan no sentirse unos bichos raros. Un sitio "lleno de gente inteligente", como le dirá Leslie, la agente inmobiliaria que sin querer se cuela en la historia de revancha de Parker, creyendo que es un cliente al que podrá convertir en el hombre de su vida. Súmese a todo esto que Parker tiene una novia, y que el gran atraco que se planea es contra la colección de joyas más importante de la ciudad, y ya tendrá casi todos los condimentos de este entretenimiento. Las buenas escenas mejor no develarlas aquí, porque perjudicarían el suspenso de la película. Sin embargo, está toda la carne en el asador de un director como Hackford que ha andado y mucho y que comanda el asunto como un chef experto lo haría con la cocina de un hotel de categoría. Detalles de todo tipo encontrará el espectador, pasibles de ser apreciados: destellos de paisajes; estados del tiempo, del lujo y de perfiles humanos, fotografiados con calidad; ideas nuevas circulando en el aire; microclimas especiales entre los personajes; y un sabroso etcétera.