“Amanecer en mi tierra”, de Ulises De la Orden Por Ricardo Ottone Desde 2005 con Río arriba, su primer largometraje, Ulises de la Orden viene construyendo una filmografía comprometida política y socialmente y de un carácter personal que a lo largo de sus seis documentales, que comprenden también Tierra adentro (2011), Desierto verde (2013), Mujer entera (2015), Chaco (2017) y ahora Amanecer en mi tierra, permiten observar la recurrencia de temas como la relación con la tierra, los efectos depredadores del capitalismo, la lucha de los pueblos originarios, y la defensa por parte de la comunidad de sus derechos, su identidad y su cultura. Amanecer en mi tierra va en ese mismo sentido, así como contiene y condensa varias de estas inquietudes. Este nuevo documental da cuenta de una experiencia interesante e inédita, la construcción de un barrio que contiene varias características particulares. Se trata de un barrio intercultural producto de la alianza estratégica entre Vecinos Sin Techo y una comunidad mapuche, el Lof Curruhuinca, quienes aunaron esfuerzos ante la falta de vivienda. Se trata de un emprendimiento no comercial sino social buscando dar respuesta a una necesidad común. Y además se encuentra en San Martín de los Andes, uno de los destinos turísticos que más creció en la Patagonia, que recibe mucho visitantes extranjeros y cuyo crecimiento implica también precios altos y un elevamiento en el costo de vida que se hace muy difícil de sostener para los trabajadores que hacen funcionar la ciudad. Más aún, una iniciativa de estas características en esta locación implica chocar, o por lo menos ponerse en la vereda de enfrente, a los emprendimientos inmobiliarios de la zona y los negocios de funcionarios con los privados. Todo esto suena bien y es fácil de decir pero otra cosa es llevarlo a cabo. Los vecinos sin techo y la comunidad mapuche lo vienen llevando a cabo con la organización, los acuerdos, las dificultades y también los conflictos que eso conlleva. Ulises de la Orden fue documentando el proceso y este film muestra el trabajo de varios años. Esta documentación implica el registro de incontables reuniones, asambleas y discusiones, a veces amables y a veces no tanto, entre representantes de las organizaciones, vecinos y técnicos y la comparecencia ante funcionarios. Registros que forman el grueso del film y que, para dar cierto ordenamiento, están atravesados por una entrevista radial donde se cuenta el origen e intenciones del proyecto, que incluyen no solo la vivienda sino también una economía autosustentable, el respeto por el medio ambiente y la soberanía alimentaria. Lo más interesante del film es dar cuenta de que un proyecto así, con lo idealismo que está en sus bases y la simpatía que obviamente despierta, no implica (y no debería sorprender por ello) un camino libre de obstáculos y de enfrentamientos, tanto con los de afuera como especialmente entre los propios implicados que tienen que poner en juego, discutir, a veces defender y a veces deponer posiciones muy encontradas en pos del objetivo común, y muchas veces de manera áspera. Por otro lado, la elección de contar a través de estos intercambios hace que uno vaya asistiendo al proceso de construcción y también a sus vaivenes, pero también resulta por momentos fatigosa (algo que no sucede cuando justamente la discusión se pone más picante) y con un predominio agobiante de lo discursivo, resultando en un encadenamiento de asambleas, discusiones de trabajo y a veces denuncias, que se airea de a ratos por imágenes de la construcción o de la cotidianeidad de los vecinos que por lo general funcionan como separadores. De la Orden tomó un tema fascinante pero a la vez complejo, sostenido a lo largo del tiempo y con unas cuantas alternativas, idas y vueltas. Tuvo que hacer allí un trabajo arduo de edición para condensar todo ese material y dar forma a un relato que es inevitablemente coral. Lo hace sin subrayados pero con una toma de posición clara, apostando por la lucha pero también por la solidaridad y por la necesidad de negociación y lograr consensos en las diferencias cuando la necesidad y los objetivos son los mismos. AMANECER EN MI TIERRA Amanecer en mi tierra– Lihuntun Inchin Mapu. Argentina. 2019 Dirección: Ulises De la Orden. Guión: Mariano Starosta. Fotografía: Federico Bracken. Música: Juan De la Orden. Montaje: Germán Cantore. Dirección de Sonido: Julián Caparrós. Producción: Juan de la Orden: Duración: 80 minutos.
Estrenada comercialmente en la plataforma Cine.Ar Daniel (Joaquín Furriel) es un consultor técnico argentino que trabaja para una empresa minera en Asturias. A pesar de que su trabajo no implica necesariamente bajar a los túneles, es enviado junto a cuatro compañeros (dos viejos mineros españoles, otro minero emigrado de Rusia y una experta en explosivos) para explorar las posibilidades de explotación de un área hace tiempo abandonada pero que podría volver a abrirse si las condiciones lo justifican. Van con cierta reticencia y la oposición de uno de los viejos mineros ya que la misión no parece segura. Razón no les falta, ya que estando en el lugar se produce un derrumbe dejándolos encerrados en una galería, sin contacto con el exterior y a 600 metros de profundidad. A medida que transcurren las horas y después los días, el pequeño grupo se va dando cuenta de que posiblemente nadie va a venir a buscarlos, que quizás ni siquiera saben dónde se encuentran, y que van a tener que arreglárselas solos para salir de allí. Con lo planteado hasta aquí, Enterrados se trataría de un relato de supervivencia. Un grupo de personas de características opuestas en una situación de vida o muerte, con el correr del tiempo en contra (la escasez de alimento y hasta de aire) y con las relaciones que se van tensando, tienen que ponerse de acuerdo y colaborar, pese a las diferencias, para sobrevivir. Pero esta premisa, que de por sí ha justificado muchas películas de ese mismo subgénero, no parece suficiente para el español Luis Trapiello, que quiere darle a su opera prima una intención aparte, una ambición de parábola, de viaje interior, de historia de autoconocimiento y superación. Trapiello introduce entonces otras líneas narrativas, que van desde lo que está pasando en el exterior, los intentos ni muy eficientes ni muy entusiastas de la empresa por encontrarlos, lo que pasa con la familia de Daniel (su esposa, su hijo y un abuelo recién llegado), flashbacks que van y vuelven entre varios momentos de su pasado, sus recuerdos y sus sueños. Un ida y vuelta entre el exterior y el interior, entre la realidad y la mente de su protagonista. Esto que podría ser una manera de airear la sensación de claustrofobia del escenario principal, se usa como manera de introducir supuestas pistas, de mostrar coincidencias y paralelismos muchas veces forzados, jugar con lo que es y no es real en un relato confuso y pretencioso. Daniel pasó recientemente por una separación de la que todavía no se recupera. Durante su encierro se muestran varios momentos de su pasado desde que junto a su esposa y su hijo eran una familia feliz, pasando por los dolorosos momentos de crisis y abandono. Uno podría preguntarse en qué medida todo esto es necesario para lidiar con la situación presente ahí abajo, pero para su realizador parece algo indispensable en lo que tiene para decir respecto al amor, el dolor, la pérdida o la redención, donde la premisa inicial queda apenas como excusa. Así es como se ofrecen pistas, se hacen conexiones, aparecen elementos que luego serán resignificados y otros que por algún motivo el realizador necesita explicar casi de inmediato privándolos del posible misterio que podían ofrecer, como la descolgada y providencial aparición de un ciervo muerto en la mina, que necesita primero ser explicada por medio de un flashback y luego, por si no fuera suficiente, verbalmente por uno de los personajes. Enterrados se trata de un film de origen industrial y factura técnica impecable que se permite incluso algún virtuosismo visual, como el plano secuencia que arranca con un dron, acercándose desde el aire a las instalaciones de la empresa, corte oculto mediante continúa pegado al protagonista entrando a la mina y termina en un plano a través del espejo. A pesar de los diálogos inverosímiles y los personajes pobremente trazados (el empresario canallesco, el abuelo justo y digno), la línea argumental que hace a la supervivencia en los túneles mantiene la tensión y cierto interés, pero las pretensiones de trascendencia y los continuas idas y venidas resultan en un relato deshilachado y poco convincente que promete mucho más de lo finalmente ofrece y desemboca en una vuelta de tuerca igualmente tirada de los pelos. Y así, mientras sus personajes se debaten a 600 metros de profundidad, el film no consigue moverse de la superficie. ENTERRADOS Enterrados. España, Argentina. 2018 Dirección: Luis Trapiello. Intérpretes: Joaquín Furriel, Candela Peña, Paula Prendes, José Antonio Lobato, Manuel Pizarro. Guión: Luis Trapiello. Fotografía: Lucio Bonelli. Música: Ernesto Paredano. Montaje: Alejandro Lázaro. Dirección de Sonido: Antonio de Benito. Dirección de Arte: Carmen Castañón. Producción: Rodolfo Pochat, Rafael Álvarez. Producción Ejecutiva: Aida Gaitero, Rodolfo Pochat. Duración: 102 minutos.
“Badur Hogar”, de Rodrigo Moscoso Por Ricardo Ottone Dieciocho años después deModelo 73(2001), Rodrigo Moscoso vuelve al largometraje. Y vuelve también a Salta, escenario de aquella opera prima que seguía el deambular veraniego de un trío de adolescentes tardíos o en el camino incierto a dejar de serlo. Se podría afirmar que 18 años no es nada, aunque sabemos que no es tan así. Sin embargo para Juan (Javier Flores), que ya esta por la mitad de sus 30, las cosas parecen no haber cambiado tanto en los últimos años: Sigue viviendo con sus padres, su vida social es limitada y se gana algunos pesos (no muchos) limpiando piletas junto a un amigo/socio (un “trabajo de adolescente” comenta su madre cuando cree que este no lo escucha). La vieja joya de la familia, responsable del relativo buen pasar que hoy disfrutan, es Badur Hogar, legendario emporio del electrodoméstico, ex líder del ramo en la zona del noroeste, hoy cerrado con mercadería intacta de dos décadas atrás. Usado como cuartel y refugio por Juan, el local suspendido en el tiempo funciona como metáfora del mismo estancamiento en la vida del personaje, del estado de suspensión al que sometió sus ambiciones y deseos. Las cosas parecerían moverse un poco cuando conoce a Luciana (Bárbara Lombardo), una porteña extrovertida con la que el más cauteloso Juan arranca una relación en la que hay afinidad y piel, pero que ciertos secretos que Juan no se atreve a compartir pueden poner en riesgo. Con tan solo una película, Moscoso se hizo un nombre en aquel Nuevo Cine Argentino, al que generacionalmente pertenecía. Aunque aquel coming of age quizás no se emparentaba tanto con los reconocibles adolescentes abúlicos porteños sino un poco más con una joven comedia uruguaya de aquel entonces como 25 Watts(2001) de Pablo Stoll y Juan Pablo Rebella. Con Badur Hogar, Moscoso parece traernos de vuelta a esos personajes, Juan es torpe, perdedor, algo melancólico e inmaduro, que no sabe muy bien qué hacer con su vida. Pero lo que intenta el realizador es también subvertir esa lógica y ver si algo de eso se pone en marcha. Un personaje salteño que se fue y supuestamente “triunfó” en Buenos Aires describe con cierta condescendencia a sus coprovincianos diciendo que son “quedados”, pero este retrato, demasiado difundido, va a ponerse aquí en cuestión. Uno se puede sentir tentado de hablar de la comedia salteña, como si supiera bien de qué se trata eso, pero quizás en este caso el origen no sea tan importante. Badur Hogar es una comedia hecha y derecha, una comedia romántica además, que usa sus reglas y convenciones y a veces también juega con ellas para ir por otro lado, con diálogos y situaciones tan incómodas como desopilantes, cuyos protagonistas tienen química y resultan queribles y que constituye para Moscoso un bienvenido regreso. Esta reseña corresponde a la presentación de Badur Hogar en la Competencia Argentina del 21º Bafici. BADUR HOGAR Badur Hogar. Argentina. 2019 Dirección: Rodrigo Moscoso. Intérpretes: Bárbara Lombardo, Javier Flores, Castulo Guerra, Daniel Elías. Guión: Patricio Carrega, Rodrigo Moscoso. Fotografía: Enrique Silva. Música: Axel Krygier. Edición: Federico Casoni. Dirección de Arte: Mariela Rípodas. Producción: Rodrigo Moscoso. Producción Ejecutiva: Mariel Vítori. Distribuye: Cine Tren. Duración: 101 minutos
“El bosque de los perros”, de Gonzalo Javier Zapico Por Ricardo Ottone Mariela (Lorena Vega) una joven de unos 35 años regresa a su pueblo natal en zona de la costa después de 15 años de ausencia. En cierto sentido es lugareña, pero a esta altura se siente (y también la tratan) como una forastera ya que desde entonces cortó todo contacto. Los motivos de su partida y también los de su regreso no están claros de movida y se irán develando con el transcurso de los días y de sus encuentros. Pero en primer lugar se trata de arreglar algunas cuentas pendientes con su novio de adolescencia Gastón (Guillermo Pfening) y también, aunque esto no era tan buscado, con el hermano de éste Carlos (Marcelo Subiotto). La llegada de Mariela no cae bien ni a aquellos a los que busca ni tampoco a los que trata de evitar y la protagonista se mueve por las calles del pueblo en medio de una atmósfera cada vez más cargada de hostilidad y rechazo, que al principio es sutil y solapado y después ya no tanto. La razón de este enrarecimiento se irá develando a través de sucesivos flashbacks a la adolescencia del trío conformado por Mariela, Gastón y Carlos descubriéndose una trama de secretos enterrados pero con ganas de salir a la superficie. El bosque de los perros es el primer largometraje del santacruceño Gonzalo Javier Zapico y forma parte de una corriente de películas independientes de género que en los últimos años viene mostrando exponentes muy interesantes. Suerte de thriller y oscuro coming of age en locación rural, con la idea ya conocida hasta el lugar común, pero que sigue siendo efectiva, de pueblo chico infierno grande. Ese lugar apacible en apariencia se revela como un escenario denso y asfixiante, testigo de traiciones, resentimientos y desafíos perversos que se manifiestan en la crueldad inútil de un ritual de sacrificio de perros. En ese sentido se emparenta con otro film reciente como El eslabón podrido (2015) de Valentín Javier Diment que también muestra el pueblo y la comunidad en su vertiente más sórdida y corrompida. El personaje de Mariela se mueve en la ambigüedad. Está en su pueblo, el lugar donde pasaron cosas determinantes para su vida, y a la vez lo siente completamente ajeno. Fluctúa en su adolescencia entre ambos hermanos, uno sensible y frágil al que ama pero manipula y el otro más fuerte y prepotente al cual rechaza y a la vez se entrega. Pero en cualquier caso, aunque en su presente sea de algún modo acosada, no se comporta como una víctima. Se defiende, pelea, putea y muestra los dientes, algo mucho más saludable que el rol acostumbrado de la dama en peligro para el que no se postula. Los diálogos son cortos, precisos y cortantes y por eso mismo más creíbles. La trama avanza entre los intentos de Mariela de ajustar cuentas y arreglar algo del pasado y los flashbacks que van resignificando y sugiriendo que ese algo quizás no tenga arreglo. En este marco turbio nos encontramos con la pérdida de la inocencia, el peso de un pasado que vuelve a repetirse fatalmente y la idea de que los inocentes y las almas bellas no tienen demasiadas posibilidades de sobrevivir. Nos damos cuenta de que a lo mejor nadie es bueno, y ciertamente no lo es su protagonista, pero eso no impide que a veces nos pongamos de su lado. Un logro también de Lorena Vega que construye un personaje complejo e intrigante. EL BOSQUE DE LOS PERROS El bosque de los perros. Argentina, 2019. Dirección: Gonzalo Javier Zapico. Intérpretes: Lorena Vega, Guillermo Pfening, Marcelo Subiotto, Angelo Mutti Spinetta, Julieta Brito, Francisco Macia. Guión: Gonzalo Javier Zapico. Fotografía: Germán Constantino. Música: Damián Grafigna. Dirección de Arte: Victoria Cachan. Producción: Marcelo Vitali, Julio Midu, Roberto Salomone. Producción Ejecutiva: Marcelo Vitali, Sebastián Feldman, Tito Vitali. Distribuye: Primer Plano. Duración: 82 minutos.
“Los periféricos”, del Colectivo Los Periféricos Por Ricardo Ottone Los Periféricos es el nombre del colectivo de seis directores responsable del documental del mismo título, así que este funciona de alguna manera como carta de presentación. Pero el nombre Los periféricos también hace referencia a la forma de encarar el objeto del film, en este caso el rock nacional, y en particular a la elección de sus personajes, entendiendo aquí periféricos como marginales no necesariamente en el sentido del reviente o la marginalidad más lumpen sino el estar y haber pasado por la historia desde los bordes. Personajes que no ocupan el centro de la escena, no forman parte del canon establecido del rock nacional, no están consagrados ni tienen la prensa de las grandes figuras. El largometraje está compuesto a su vez por seis cortometrajes, cada uno con un director distinto abordando un tema o personaje diferente. Y si bien hay una temática común, cada realizador realiza su corto con su propia estética, su propia narrativa, haciendo uso de recursos diversos. Así, mientras algunos eligen un formato de documental más tradicional, otros exploran otras variantes. Como Juan Riggirozzi con Viva CualKier Revolución que introduce animaciones y texto escrito que subraya o comenta lo que se cuenta, en función de adecuarse a la estética desprolija propia de lo que está relatando que es la historia del emblemático salón Pueyrredón, reducto histórico desde los 90 hasta hoy del Punk y el activismo contracultural. Otros, como Luis Histoshi Díaz y Gonzalo Hernández con aDDRogué, prefieren una fotografía en sobrio blanco y negro y un uso muy expresivo del sonido para que el baterista y técnico de grabación Marcelo Belén cuente las particularidades del ya legendario estudio de sonido que regentea en la localidad de Adrogué. Algunos personajes como el escritor y periodista Enrique Symns, que protagoniza el corto La Mala Suerte de Gabriel Patrono, son figuras clave de la escena desde sus libros, desde su ya mítico papel de presentador de Los Redonditos de Ricota y como director y redactor de la revista Cerdos & Peces, pero aquí se lo ve en otra faceta, la de poeta en vivo acompañado en escena por una banda de blues rock. En entrevistas los realizadores contaron que cada uno de ellos filmó su propio segmento sin meterse en el del otro hasta llegada la instancia del montaje y recién ahí trabajaron en conjunto. Esto, que podría hacer pensar a priori en una pura unión de fragmentos, posee sin embargo una ilación trabajada para que el relato fluya y se pase naturalmente de un corto a otro, de una historia a la otra, sin separadores o transiciones, y logre su carácter de obra completa y coherente en su diversidad. Y lo que le da también esa coherencia, esa lógica propia, es la actitud que está presente en todos ellos. Una actitud que podríamos llamar punk, aun cuando este no es el único género que se muestra y se llega incluso a los verdaderos inicios del rock en la Argentina. Una disposición abierta, una vocación de cuestionar y no quedarse con las ideas cristalizadas y los preconceptos en torno al rock argentino y su historia. Riggirozzi en su corto hace una reivindicación pero trata de desmarcarse en lo posible de una épica o de la pura celebración, y así cuanto entrevista a los responsables del Salón Pueyrredón muestra todas las dudas, el hartazgo y hasta el pesimismo de uno de sus artífices, Gustavo López, que hasta se permite dudar de la pertinencia de este material para un documental. El último corto, Mi Historia del Rock de Iván Wolovik, ejemplifica claramente esta voluntad desmitificadora. El joven historiador de rock Victor Tapia parado en el baño de La Perla de Once cuenta la consabida historia de cómo Tanguito y Litto Nebbia compusieron allí La Balsa en lo que la historia oficial ubica como inicio del rock nacional. Lo que hace luego es ubicar este mojón como un momento fundacional, quizás necesario y hasta hermoso, pero que no solo es una convención sino también un acto de injusticia con unos cuantos artistas que ya venían haciendo rock en la Argentina desde fines de la década del 50. Acto seguido se desplaza de este baño legendario (que ya no es igual al del mito), pasa por el boliche La Cueva (de la cual no queda nada) y recorre la ciudad en un relato que reintroduce para la historia del rock a figuras como Johnny Tedesco y principalmente Eddie Pequenino, a quien los que tenemos cierta edad lo recordamos como humorista pero que fue uno de los primeros músicos en grabar canciones de rock en nuestro país (varias de las cuales no cuentan con copias que hayan sobrevivido). Como un arqueólogo desplazándose por una locación en ruinas pero con la voluntad rigurosa de traer visibilidad a una historia que fue ignorada o menospreciada. El género documental de música, y en particular el de rock, al que a veces se bautiza como rockumental, está teniendo un bienvenido auge en el mundo y también en la Argentina. Basta observar su presencia en los festivales y también en las plataformas de streaming. Los periféricos es un buen exponente de esta tendencia que además deja en claro que, además de las figuras consagradas y omnipresentes, hay muchas más historias en nuestro rock que merecen ser contadas. LOS PERIFÉRICOS Los Periféricos. Argentina. 2019. Dirección: Colectivo “Los Periféricos” (Juan Riggirozzi, Iván Wolovik, Tomás Makaji, Luis Histoshi Díaz, Gonzalo Hernández, Gabriel Patrono, Lautaro Aledda, Pablo Arias). Con la participación de Máximo Martín Soto (Max Secuestro), Marcelo Belén, Enrique Symns, Raúl “Rulo” Fernández, Batra Luna, Gustavo Lopez, Victor Tapia. Montaje: Iván Wolovik, Juan Riggirozzi. Música: The Tormentos. Diseño y gráfica: Nancy Lopez. Post Producción de Imagen: Filmódromo. Post Producción de Sonido: Santiago Greco. Producción: Idealista, Filmódromo, La Nave De Los Sueños, Divagario, Arti Films, Boca Seca. Duración: 60 minutos. Todos los jueves de mayo en el Centro Cultural de la Cooperación (Av. Corrientes 1543, CABA)
“La guerra silenciosa”, de Stéphane Brizé Por Ricardo Ottone El momento actual de las condiciones laborales, con la llegada de la precarización, la flexibilización, y todo aquello que un poco cínicamente se llama modernización y búsqueda de sustentabilidad, es un tema que mereció, y con razón, la atención del cine de intención social. En el cine francés dio algunos ejemplos notables ya desde comienzos del milenio cuando este fenómeno se empezaba a hacer notorio como enRecursos humanos (1999) y El empleo del tiempo (2001) de Laurent Cantet o en La Corporación (2005) de Costa-Gavras, y más recientemente Dos días, una noche(2014) de los hermanos Dardenne. Uno de esos exponentes destacados pertenece a Stéphane Brizé con su película El precio de un hombre(2015). En aquel film, un reciente desocupado interpretado por Vincent Lindon conseguía un trabajo como seguridad de un shopping y se veía enfrentado al dilema moral de hasta dónde era capaz de soportar con tal de conservar su empleo. Allí se ponían en juego temas como la explotación con cara amable y de buenos modales (que se acaban muy rápidamente cuando la ocasión se presenta) y también las posibilidad de conservar la dignidad en un contexto apremiante y que empuja cada vez más a la desesperación y el sálvese quien pueda, temas que Brizé retoma en La guerra silenciosa. Una empresa automovilística de origen alemán decide cerrar una de sus fábricas en territorio francés acabando con 1100 puestos de trabajo. La situación, que ya de por sí es trágica, es aún más indignante ya que dos años atrás la misma dirección se comprometió con los empleados a que estos acepten una rebaja salarial con el fin de salvar la fábrica y conservar los trabajos durante un plazo de cinco años. Después de menos de la mitad del tiempo acordado, y de que los empleados hayan cumplido con su parte del trato, la empresa anuncia el cierre inminente de la fábrica por razones de competitividad dejando a los trabajadores en la calle. Ante esta situación los futuros desempleados deciden tomar la fábrica hasta que las autoridades de la empresa se dignen a recibirlos y les ofrezca una solución. Uno de los líderes es Laurent Amédéo (Vincent Lindon), representante del ala más combativa, que guía a los trabajadores en una larga y difícil lucha que va a involucrar como mediadores a las autoridades del gobierno francés. El título local es un poco inadecuado ya que esta pelea no tiene nada de silenciosa y es más bien franca y ruidosa. El título original (simplemente “En guerra”) en todo caso lo que intenta es hacer un paralelo a la situación de guerra del mismo modo que se puede equiparar la política como la guerra por otros medios, y en especial en una situación donde se juega la propia supervivencia. Y a esta guerra Brizé elige contarla prácticamente como un corresponsal, con un estilo documental, sosteniendo la escena sin cortes, con la cámara en movimiento siempre atenta a seguir a quien toma la palabra. Y si bien hay un claro protagonismo del personaje de Laurent hay también un protagonismo colectivo. Las escenas siempre son en grupo, siempre hay varios interactuando, y siempre hay una discusión que por lo general es a los gritos o termina a los gritos, quizás porque así es como Brizé entiende esta guerra, como batalla abierta donde hasta las negociaciones son exasperadas. A esta crónica de pelea tras pelea, el realizador la alterna con fragmentos de noticieros que cuentan la versión pública del conflicto y también escenas de marchas y de represión sin diálogos, con algún acompañamiento musical, casi como clips. Estas escenas tienen una función narrativa pero funcionan más bien como transición y una forma de airear un relato que, aun así, se vuelve extenuante en una acumulación que casi no ofrece respiro al espectador. Vincent Lindon hace un gran papel y le da a Laurent la fuerza y también la vulnerabilidad que su personaje requiere, aun cuando el guión y la puesta en escena le da pocas oportunidades de bajarse del ring y atender su interioridad con cuestiones más íntimas. Apenas unas pocas y breves escenas donde lo vemos comunicándose con su hija a punto de dar a luz. Uno de sus desafíos más grandes, y a la vez uno de los aciertos de la película, es no solamente vérselas contra un enemigo difícil de combatir pero fácil de identificar en el bando de los explotadores sino también con las peleas en el seno mismo de los trabajadores, que en este caso se da entre quienes no quieren ceder para que se conserven los puestos de trabajo y quienes prefieren enfocarse en conseguir mejores indemnizaciones. Una lucha amarga y sin retorno que la patronal aprovecha para desgastar y también desvirtuar la lucha. Aun cuando puede ser agotador por momentos, el film es atrapante y plantea varios temas interesantes y pertinentes: El carácter multinacional del capital encarnado en una empresa alemana que opera en otros países y aquí se rige “por las leyes francesas” cuando esto le conviene pero en realidad le importa un cuerno lo que pasa en cada país donde se establece, el abandono de su papel por parte de un Estado que interviene de mala gana y con poca convicción, la mitificación del mercado como orden impersonal pero de poder casi sobrenatural con leyes que no se cuestionan, los trabajadores como eterna variable de ajuste, y el hecho de que en tiempos de crisis el único factor que no se discute es la rentabilidad de las empresas. Hay sin embargo algunos elementos discutibles, como el planteo de un liderazgo mesiánico en el sentido del martirio, de aquel que se sacrifica por todos. Y sobre todo una escena final que no vamos a revelar y que, aun cuando tiene sus razones en la analogía con la guerra y la referencia a imágenes conocidas por todos, es un golpe bajo brutal Más aún enlazada con la escena que la precede y la vuelve aún más manipuladora. Cuestiones que en cualquier film, pero sobre todo en uno de estas características, no son menores. LA GUERRA SILENCIOSA En guerre. Francia. 2019 Dirección: Stéphane Brizé. Intérpretes: Vincent Lindon, Jacques Borderie, Bruno Bourthol, Valérie Lamond, Guillaume Draux, Mélanie Rover. Guión: Stéphane Brizé, Olivier Gorce. Fotografía: Eric Dumont. Música: Bertrand Blessing. Edición: Anne Klotz. Producción: Philip Boëffard, Christophe Rossignon. Producción ejecutiva: Eve François-Machuel. Diseño de Producción: Valérie Saradjian. Distribuye: Mont Blanc. Duración: 113 minutos.
“La guarida del lobo”, de Alex Tossenberger Por Ricardo Ottone En su cuarto largometraje, Alex Tossenberger vuelve a plantear temáticas que ya estaban presentes en el primero, Gigantes de Valdésde 2008: el conflicto entre la naturaleza y la civilización entendida la primera como representante de la pureza y la segunda de la corrupción, en términos que ya entonces tenían una mirada maniquea que situaba ambos conceptos, naturaleza y civilización, en el lugar del bien y el mal. El enfrentamiento inocencia versus explotación ambientado en el escenario de un paraíso en peligro. En aquel film, el enviado de una multinacional llegaba a la Península Valdés para instalar un megaemprendimiento turístico. El contacto con el lugar y sus maravillas lo hacían cambiar de opinión y ubicarse junto a los lugareños, al rescate del santuario natural, enfrentándose a un empresario corrupto. En el caso de La Guarida del Lobo, el papel del extranjero lo ocupa Vicente (Gastón Pauls), un presunto turista de viaje por los bosques de Tierra del Fuego en pleno invierno que, tras un accidente, es rescatado inconsciente por Toco (José Luis Gioa), un lugareño que vive solo con sus perros y corderos en una cabaña aislada en un paisaje bello pero inhóspito. Toco refugia a Vicente en su casa y lo cuida mientras este se recupera. La relación al principio es áspera por la diferencia de caracteres entre el citadino que ignora todo del mundo rural y el nativo hosco y de pocas pulgas. Pero con el correr de los días estos opuestos empiezan a acercarse y se forja cierta amistad entre ambos personajes. Vicente se fascina con el lugar y ese modo de vida que le es tan ajeno y se va incorporando a las actividades de ese refugio agreste. Es entonces que hace su aparición el representante de la codicia del mundo moderno encarnado en un empresario interpretado por Víctor Laplace quien quiere comprar las tierras de Toco. Ante la negativa de éste, el empresario demuestra que está dispuesto a emplear métodos más duros para lograr sus propósitos. En principio testigo de este conflicto, Vicente se va a poner del lado de Toco en la defensa del paraíso invadido. El planteo es mínimo y se juega con tres protagonistas más algunos pocos secundarios. La novedad está en ver a José Luis Gioa moverse por completo en un papel dramático. Es cierto que en cierta medida ya lo había hecho en El secreto de sus ojos (2009) en un rol secundario que le valió más de un premio como actor revelación, pero aquí Gioa tiene un protagonismo indiscutible, su caracterización es algo totalmente distinto y, si bien muestra algunos rasgos de humor, la esencia del personaje pasa por otro lado: un tipo parco, intransigente, enamorado de su entorno, con la única compañía de sus perros, testarudo, un poco básico pero honesto. Y se las arregla muy bien en ese papel al que hace verosímil y querible, aún cuando en el guión se lo pongan difícil con algunas líneas de diálogo altisonantes y poco creíbles que subrayan demasiado su papel de representante de la naturaleza pura e indómita. La relación de este con Gastón Pauls es el eje del relato y gran parte del interés está en las pequeñas interacciones, peleas, desacuerdos y momentos de complicidad. Víctor Laplace interpreta un villano siniestro y mayormente contenido cuya amenaza está latente hasta el momento final de estallido. El paisaje de Tierra del Fuego es otro gran protagonista y el realizador (que ya había filmado en esa zona en su anterior film, QTH) lo filma en numerosos pasajes y tomas aéreas con una fotografía que resalta la belleza del lugar y sugiere también un carácter salvaje que merece respeto. Cerca del final aparece una escena descolgada, que se lleva de patadas con el resto del film, cuando Vicente pretende festejar el cumpleaños a Toco con una compañía invitada. Una escena cuya única justificación parece ser la de introducir un personaje para poder pegarle un tiro poco después. El preludio de un final precipitado que hace desbarrancar un relato que, aunque previsible, se venía construyendo con paciencia y mantenía la tensión con más sutileza. LA GUARIDA DEL LOBO La guarida del lobo. Argentina,2019. Dirección: Alex Tossenberger. Intérpretes: Gastón Pauls, José Luis Gioia, Víctor Laplace. Guión: Alex Tossenberger. Fotografía: Mariano Cúneo. Música: Diego Sánchez, Jorge Gentile. Edición: Franco Giacometti. Dirección de Arte: Julio Suárez. Jefe de Producción: Fabricio Gómez. Producción Ejecutiva: María Vanesa Gimenez. Distribuye: 3C Films Group. Duración: 94 minutos.
“Nosotros”, de Jordan Peele Por Ricardo Ottone En 2017 Jordan Peele, hasta entonces conocido como actor de comedias, sorprendió con su Opera Prima como director, ¡Huye!, un film de terror independiente donde se introducía de manera original el tema de la tensión racial como parte esencial a la trama. Su inclusión no aparecía forzada sino como un comentario ácido y provocador sobre la paranoia (bastante justificada) de ser negro en Estados Unidos y la mala conciencia del blanco supuestamente progresista. Con tan solo una película en su haber, Peele se convirtió en un referente en el género y uno de sus nombres a seguir. Naturalmente las expectativas por su próxima película eran altas y así llegamos a Nosotros, donde el realizador viene a revalidar el crédito ganado con su debut. El film se abre con un prólogo ambientado en 1986 donde la niña Adelaide está viendo en la tele las noticias sobre Hands Across America, un evento de caridad masivo que no tuvo la trascendencia internacional de sus contemporáneos USA for Africa o Band Aid, pero que a nivel nacional convocó gente de costa a costa en Estados Unidos para juntar fondos para los pobres y desamparados del país. La elección de este contexto ya anuncia para donde pueden disparar esta vez los dardos de Peele. La pequeña Adelaide esa noche se pierde en una feria costera y vive una situación terrorífica en el salón de espejos de la cual no guarda después recuerdo pero se constituye como evento traumático. La acción salta a la actualidad donde una Adelaide ya mayor (Lupita Nyong’o) viaja de vacaciones junto a su marido Gabe (Wiston Duke) y sus dos hijos, al mismo pueblo en la costa donde se perdió de niña. Por la noche la familia va a sufrir en su hogar el acoso de un grupo familiar idéntico, como su propia versión oscura, dañada y peligrosa, con intenciones al principio poco claras pero obviamente nada amistosas. Como film de terrorNosotrosno defrauda y tiene lo que tiene que tener: suspenso, climas inquietantes y tensión sostenida. La acción transcurre en una noche en la que los protagonistas no tienen respiro en la lucha por salvar sus vidas y conservar su integridad como grupo. Peele acude a algunas variantes reconocidas del género como el Doppelganger, o doble maligno, y las Home Invasions (Invasiones al hogar) de las cuales el referente más notable en este caso es Funny Games(1997) de Michael Haneke, film cuya influencia el mismo realizador reconoce y mostró a sus actores para que entiendan de qué iba la cosa. Hay además algunos homenajes a clásicos como El resplandor (1980) y la propuesta argumental tiene algo de La dimensión desconocida, ciclo del cual ahora el mismo Peele se convirtió en nuevo presentador y showrunner. Pero además el realizador afroamericano vuelve a mostrar su interés por los temas sociales. Esta vez la injusticia, la desigualdad social, la brecha entre los que pertenecen y los que cayeron fuera del sistema. Esto presentado de una manera metafórica pero bastante clara. Peele pertenece al grupo de autores que, como John Carpenter o George Romero, están convencidos de que se puede hacer comentarios políticos en el marco de un relato de género y su inclusión es totalmente pertinente. Por eso hay en Nosotrosuna historia de terror efectiva y también una declaración sobre el estado de la cosas en su país de origen. Algo que insinúa ya desde la ambigüedad posible de su título original, Us (Nosotros, pero también la sigla de United States). Esta línea no desentona ni es extraña a la propuesta inicial y ambas vertientes se complementan naturalmente. Los dobles, también llamados “atados” denuncian esta injusticia de clase donde se ven obligados a reproducir en sus túneles los movimientos de los de arriba, a observar desde afuera aquello a lo que no pueden acceder y darse cuenta impotentes cómo funciona el sistema: para que uno sea feliz e integrado, otro tiene que sufrir y ser excluido. La referencia a Hands Across America también va en ese sentido, un evento de caridad que palia una situación pero no otorga realmente justicia social y además ofrece a los que lo tienen todo la posibilidad de lavar elegantemente sus culpas. Los “atados”, que después veremos tienen un origen más complejo de lo que parece, van a remedar esta puesta en escena de una manera que parece de oscura ironía para llamar la atención sobre su existencia. Toda esta declaración no se hace sin embargo a través de un discurso solemne y panfletario. Peele es consciente de que el mensaje entra mejor cuando es entretenido y servido en un buen envase y ahí muestra todo su oficio y talento. Y si la letra con sangre entra, la sangre fluye y se derrama. Por eso también acude con frecuencia al humor, que está en sus orígenes y que ya había mostrado en su anterior film. Acá su peso se reparte entre varios personajes pero en particular en el de Gabe, esposo tarambana y padre irresponsable, poco apto para el liderazgo, algo que en la situación de crisis tiene que asumir Adelaide sin dudarlo y sin que su marido tenga mucho que cuestionar. Acá las mujeres son las que mandan mientras los hombres hacen un papel bastante penoso (Gabe, el vecino blanco y hasta el padre de Adelaide), aún más ridículo cuando tratan fallidamente de imponerse. Entre las tantas ideas que Peelle se atreve a incluir en la mezcla está una inversión interesante. Es conocido y casi folklórico que la inclusión de compromiso de las minorías en las películas hollywoodenses del género suele mostrar su poca convicción en su uso frecuente como carne -más que de cañón cortada a cuchillo- disponible y desechable. Tanto es así que se acuñó el concepto de “Token Minority” (un integrante de minoría añadido a un grupo homogéneo mayoritariamente blanco para dar ilusión de diversidad) y sobre todo “Black dude dies first” (El tipo negro muere primero) denunciando las escasas posibilidades de un negro de llegar vivo al final de la película. Peele evidentemente conoce estos lugares comunes y en su film, protagonizado por una familia negra, los invierte alegremente dando a los personajes blancos un papel muy específico, quizás también para mostrarle a las audiencias blancas qué pasa cuando les arrebatan sus privilegios de protagonista. Con todo esto Peele demuestra que está a la altura de las expectativos que generó y confirma su lugar de referente, mostrando que con dos películas ya podemos reconocer en él un estilo y un universo propio. NOSOTROS Us. Estados Unidos. 2018. Dirección: Jordan Peele. Intérpretes: Lupita Nyong’o, Elisabeth Moss, Winston Duke, Tim Heidecker, Yahya Abdul-Mateen II, Anna Diop.Guión: Jordan Peele. Fotografía: Mike Gioulakis. Música: Michael Abels. Edición: Nicholas Monsour. Dirección de Arte: Cara Brower. Producción: Jason Blum, Ian Cooper, Sean McKittrick, Jordan Peele. Producción Ejecutiva: Daniel Lupi, Beatriz Sequeira. Diseño de Producción: Ruth De Jong. Distribuye: UIP. Duración: 120 minutos.
“La decisión”, de Vahid Jalilvand Por Ricardo Ottone Kaveh Nariman es un médico de cierto prestigio y autoridad en un Hospital general. Una noche voltea accidentalmente con el coche a una familia que va en moto por la ruta. Nariman se para, los atiende y trata de llevarlos al hospital pero el padre se niega. El médico hace lo que supuestamente tiene que hacer, pero se resiste a llamar a la policía porque tiene el seguro del auto vencido. Como nadie salió aparentemente muy lastimado por el golpe, familia y médico siguen cada cual por su lado. La cosa parece terminar allí, como una anécdota tensa pero menor, pero al día siguiente en el hospital Nariman se encuentra con que el hijo pequeño llegó muerto y su cuerpo está esperando la autopsia que determine la causa. Los padres de la víctima ignoran la presencia del Nariman en el hospital y este no se revela pero hace las averiguaciones para saber qué pasa. La autopsia determina la muerte del chico como un caso de intoxicación (botulismo) por ingerir comida en mal estado, cosa que el padre no reconoce ante las autoridades pero sabe que efectivamente ocurrió. Movido por cierta mala conciencia y la sospecha de que la causa podría estar en realidad en secuelas del accidente que la autopsia no registró, Nariman empieza un camino de investigación en busca de la verdad que a medida que avanza se transforma en una obsesión. La decisión tiene elementos de thriller en relación a la investigación que se vuelve caso policial. El médico trabaja para el cuerpo forense, pertenece al sistema legal y todas las derivaciones del caso se adentran en el campo criminal. Hay además un manejo de la tensión y la intriga que lo relaciona con el género, pero el film es en esencia un cuento moral. Su realizador Vahid Jalilvand, aquí en su segundo largometraje, plantea una situación para poder hacer ciertas preguntas que tienen que ver con la responsabilidad, las consecuencias de las decisiones y también con las motivaciones de esas mismas decisiones. El realizador iraní plantea un problema moral y trata de desmenuzar sus diferentes aristas mostrando que las cosas pueden parecer pero no son simples. La muerte del chico tiene dos posibles causas (la intoxicación o la secuela del accidente). Cada una tiene derivaciones diferentes y lleva a los personajes a tomar nuevos cursos de acción ya que tanto el padre y el médico se consideran responsables, ambos por causas diferentes pero igualmente por decisiones que tomaron. El relato sigue alternativamente a cada uno en el derrotero al que su conciencia los empuja. Así, un hecho concreto, un acontecimiento inesperado como un accidente, y las decisiones que provoca (o falta de decisiones, que para el caso es lo mismo) desencadena una serie de otros acontecimientos con un determinado peso y consecuencias concretas. Hay también algo del orden de lo irreversible, la idea de que en ciertas cuestiones hay una imposibilidad de vuelta atrás. Gran parte de las acciones del protagonista van en la dirección de reparar algo que ya es irreparable. Su papel es complejo ya que por un lado uno ve que trata de actuar correctamente y puede simpatizar con su búsqueda de la verdad aún a riesgo de perjudicar su carrera pero, por otro lado, el carácter obsesivo de su demanda también lo aliena de los que lo rodean. Es así como una colega, la única que conoce los motivos de esa insistencia, le dice que si se equivoca lo único que va a lograr es agregar más dolor. Además ciertas actitudes en nombre de esa búsqueda de la verdad son por lo menos ambiguas y llevan a preguntarse hasta qué punto su motivación es tan pura o legítima. La puesta en escena es sobria y naturalista aunque su austeridad es engañosa. Esta simplicidad aparente apunta a no distraer de lo que realmente importa que son los planteos morales y también de la problemática social, institucional y de clase. Hay sin embargo más ideas formales de lo que parece a simple vista y una puesta cuidada y elegante que por momentos remite al cine de los Dardenne en el seguimiento sin tregua de sus personajes. Jalivand presenta su historia con los ropajes del género y a la vez con una intención realista. Lo que está en el fondo de este relato es complejo en su búsqueda y a la vez sutil en su propuesta. No busca imponer respuestas al espectador sino desafiarlo a buscar las propias y quizás plantearse nuevas preguntas. LA DECISIÓN Bedoune Tarikh, Bedoune Emza. Irán. 2017. Dirección: Vahid Jalilvand. Intérpretes: Amir Aghaee, Zakieh Behbahani, Saeed Dakh, Navid Mohammadzadeh, Alireza Ostadi, Hediyeh Tehrani. Guión: Ali Zarnegar. Fotografía: Morteza Poursamadi, Payman Shadmanfar. Música: Peyman Yazdanian. Edición: Vahid Jalilvand, Sepehr Vakili. Producción: Ehsan Alikhani: Ali Jalilvand. Diseño de Producción: Mohammadreza Malekan. Distribuye: MontBlanc. Duración: 100 minutos.
“Olmedo: El rey de la risa”, de Mariano Olmedo Por Ricardo Ottone A poco de arrancado este documental dedicado a la figura de Alberto Olmedo, su director Mariano Olmedo (hijo del popular cómico) se presenta en cámara hablando directamente al público y declara desde un principio que lo que vamos a ver es su punto de vista acerca de su padre. Con este movimiento da cuenta de las intenciones del film pero, en cierta manera, también de sus límites. Olmedo, el hijo y realizador, estructura la historia utilizando como eje una entrevista ficticia que le realiza una periodista interpretada por Marcela Baños acerca de la realización del mismo film que supuestamente está en preproducción. Esto le permite ponerse a sí mismo como el narrador que va contestando las preguntas y así va haciendo un seguimiento mayormente cronológico de la vida de Alberto Olmedo. Hay uso de archivo y entrevistas en lo que hace a su época ya como artista consagrado mientras que su infancia y juventud en los 40 y 50 en Rosario se recrean por medio de dramatizaciones (con Juan Orol como el joven Olmedo) e incluyen también sus primeros pasos en el espectáculo y alguna anécdotas más específicas de su vida posterior. Un formato que aproxima a la película más al documental televisivo que al cinematográfico. El hecho de que el film está dirigido por el propio hijo del cómico da la pauta de que su intención va a ser celebratoria. Esto no tiene porque necesariamente ser así, pero efectivamente es lo que sucede y el propio realizador no lo esconde. Se trata de un homenaje del que también participan el resto de los hijos, artistas que lo conocieron en el plano personal y profesional (Moria Casán, Palito Ortega) y algunos actores/cómicos actuales que hablan de su influencia (Diego Capusotto, Guillermo Francella, Dady Brieva). No hay un acercamiento más profundo al personaje, no se muestran grises en su vida ni se exploran sus conflictos. El tema de su muerte, cuyas circunstancias nunca fueron del todo claras, es apenas mencionado. Tampoco hay un intento de diseccionar su estilo y las características de su humor por parte de los actores mencionados, que siguen la tónica celebratoria pero, salvo levemente por Brieva, no hay un intento de ver que es lo que convirtió a Olmedo en un artista tan fascinante. El archivo que acompaña el relato está en parte compuesto por fragmentos de sus películas o algún hallazgo como una antigua entrevista de 1960. El material televisivo más antiguo está ausente y esto se debe a la nula conciencia de preservación del archivo de televisión en el país que dio como resultado que la mayoría esté fatalmente pedido. Gran parte de los que se ve entonces en el documental son fragmentos de sus programas de los años 80. Esto muestra sin embargo un hecho notable, y es que la visión de este material sigue siendo disfrutable, entretenida y hasta desopilante, aun cuando está mucho más visto y es más fácilmente recordado. Y esto es algo que debe no solo a la nostalgia sino que tiene que ver con el carisma y el talento de un artista que brillaba independientemente de los guiones, los cuales muchas veces eran olímpicamente ignorados. Tanto así que los mejores momentos suelen ser aquellos en que se sale del libreto y se abandona a la absoluta improvisación. Treinta años después, esa magia parece intacta. Mariano Olmedo declaró que este film era algo así como una cuenta pendiente con la memoria de su padre, la última materia “para dejarlo descansar en paz”. Un objetivo así es algo absolutamente personal y si a ese nivel la película cumplió su objetivo es algo que solo su realizador puede saber. En lo que hace al film en sí, sus ambiciones y logros formales son limitados, su visón es amena y amable pero no aporta más de lo que ya se conoce y rasca apenas la superficie de un personaje que tiene muchas más aristas para explorar. OLMEDO: EL REY DE LA RISA Olmedo: El rey de la risa. Argentina, 2018. Dirección: Mariano Olmedo. Intérpretes: Marcela Baños, Juan Orol, Vitto Marchessi, Marcelo Mininno, Sabrina Olmedo. Testimonios: Dady Brieva, Diego Capusotto, Moria Casán, Guillermo Francella, Alberto Olmedo (h), Javier Olmedo, Marcelo Olmedo, Mariano Olmedo, Sabrina Olmedo, Palito Ortega. Guión: Mariano Olmedo. Fotografía: Flavio Dragoset. Música: Pablo Sala, Mariano Olmedo, Humberto Ortiz. Edición: Ezequiel Scarpini. Producción: Mariano Olmedo, Guillermo Roig. Producción Ejecutiva: Jorge Zelasco. Duración: 81 minutos.