CORRIENTES DE AMOR Esteros viene de recorrer el circuito de festivales LGBT, lo cual movería a priori a calificarla como una película gay como si de la adscripción a un género se tratara. Y si bien es cierto que lo que está en el centro de su trama es una relación homosexual, la historia de la película intenta, y en cierta medida logra, trascender la temática gay y abordar en su transcurso temas más universales. Se trata de la historia de Matías (Ignacio Rogers) y Jerónimo (Esteban Masturini), amigos de la infancia en la ciudad de Paso de los Libres, Corrientes, que en la pubertad, ese momento bisagra de irrupción del deseo, empiezan a sentir que su amistad parece ir virando hacia otra cosa que todavía no saben bien qué es, hasta que su relación se ve truncada por la decisión de los padres de Matías de mudarse a Brasil. Así pasan los años separados y sin contacto alguno hasta que, ya adulto, Matías vuelve de visita a Paso de los Libres durante el carnaval junto a su esposa y allí se reencuentra con Jerónimo, despertándose entonces los recuerdos, las dudas, y la tensión amorosa y sexual que habían quedado pendientes y se revelan como todavía presentes y actuales. Ambos personajes ya habían hecho una primera aparición en el cortometraje de 2015 del mismo director, Papu Curotto (aquí la entrevista), llamado precisamente Matías y Jerónimo, quienes en su versión pre-púber presenciaban, durante el carnaval en la misma ciudad, la paliza que una patota le propinaba a un joven homosexual. En aquel corto era más pesada la problemática de la homofobia, que no es el tema de Esteros donde esta no se percibe de manera evidente salvo por las miradas desaprobatorias del padre de Matías al presenciar los juegos demasiado cercanos y ambiguos de su hijo con su amigo. En realidad aquí el conflicto con la homosexualidad es más bien un proceso interno de Matías, en su miedo y su dificultad de asumirse, en el intento de huida de sí mismo y de su propio deseo. Pero el de la sexualidad no es el único conflicto que el personaje enfrenta, ya que el mismo estudio Biología con la intención de trabajar en los esteros de su infancia y terminó utilizando su título y su conocimiento para trabajar en investigación de soja transgénica en la empresa de su suegro. Es por eso que además tiene que vérselas con el malestar ante la renuncia a su vocación y a su lugar en el mundo. Todo eso es lo que va a entrar en crisis con el encuentro con su viejo amigo. Contada desde el presente adulto y con continuos flashbacks a los días del fin de la infancia previos a su separación, lo más logrado que el film ofrece es retratar y transmitir la tensión entre los personajes. En los chicos una tensión en medio de juegos presuntamente infantiles que se cargan de un elemento que todavía no logran comprender pero que se vuelve cada vez más innegable e incontenible. En los adultos una tensión amorosa y sexual, ciertamente, pero también en el caso de Jerónimo, quien asumió libremente su sexualidad pero nunca pudo formar una pareja estable, el resentimiento por sentirse abandonado y traicionado, y en el caso de Matías la tensión ante su propio deseo y la culpa y el miedo a abandonar su estado de seguridad. Esteros es una película sin estridencias, con una puesta sobria, sin música que remarque salvo la que los propios personajes escuchan y con pocos movimientos de cámara. Hay si un trabajo más notorio en la fotografía en lo que hace al paisaje de los esteros, el marco de lo que fue y ahora vuelve a ser la historia de estos personajes y que adquiere entonces particular protagonismo. Por su planteo, el mayor peso de la película recae en los actores tanto los chicos como los adultos. Es notable el trabajo en ambos casos ya que logran transmitir con empatía y verosimilitud ese universo interno que no alcanza a expresarse en palabras, esa tensión todo el tiempo contenida y a punto de estallar. El tema de la película es la identidad en una acepción que no se aplica solamente a la sexualidad. Es cierto que hay algo de un romanticismo un poco naif en esa propuesta de seguir los sueños, pero esta se presenta a través de personajes creíbles y desde una intención que se percibe honesta y sensible. ESTEROS Esteros. Argentina. 2016. Dirección: Papu Curotto. Intérpretes: Ignacio Rogers, Esteban Masturini, Joaquín Parada, Blas Finardi Niz, Renata Calmon. Guión: Andi Nachon. Fotografía:Eric Elizondo. Edición: Luz López Mañe. Duración: 83 minutos.
GÓTICO REMIXADO Hay escenarios que son lugares habituales del relato gótico. El castillo aislado en la montaña donde habita el amo/dueño/ monstruo es uno de ellos. El asilo o sanatorio donde se tratan extrañas enfermedades del cuerpo o la mente mediante procedimientos originales pero cuestionables es otro. La locación principal de La cura siniestra es una mezcla de todas, lo cual marca de manera inequívoca cuál es su tono y da cuenta además de su vocación compilatoria. La trama es en realidad bastante simple. Lockhart (Dane DeHaan), un joven ejecutivo ambicioso y despiadado, pero también torturado y solitario, es enviado por la corporación que lo emplea a un misterioso centro de salud en los Alpes suizos donde está internado un CEO de la empresa con la orden de traerlo de regreso. La misión no parece complicada, pero una vez in situ Lockhart se encuentra con la resistencia de la institución y con que un desafortunado ¿accidente? provoca su internación. Una vez como involuntario paciente irá descubriendo los terribles secretos que el lugar encierra. Se trata más de un thriller o film de suspenso antes que uno de terror, aunque reúne una cantidad bastante respetable de elementos típicos de la narración gótica: el castillo en la montaña, los pueblerinos temerosos, el científico mesiánico que desafía las leyes de la naturaleza, la doncella inocente en peligro, los pasadizos y catacumbas, la idea de un fluido vital y la ciencia que linda con la magia. Aquí es claramente más importante la forma, la estética, la atmósfera que la historia. Esta sigue los tópicos de la mencionada narrativa gótica y culmina en un climax que es el paroxismo de este tipo de relatos y cuyo referente podría estar en El fantasma de la Ópera. De hecho, es esa estética y ese clima de pesadilla y alucinación el que logra que la cosa no se caiga a pedazos y se sostenga por 146 minutos. El responsable entonces de que el film se sostenga es su director Gore Verbinski, que aquí hace una apuesta fuerte para imprimir esa atmósfera enrarecida que se nutre del elemento decimonónico para lograr un contexto de lugar fuera del mundo, detenido en el tiempo. A pesar de la ubicación contemporánea, con un protagonista ejecutivo de una moderna corporación (aunque la idea del yuppie workaholic también se está volviendo añeja), una vez en el sanatorio, arriba de la montaña, parece que retrocedemos más de un sigo. No solo porque ya no hay más señal de celular y nadie usa computadoras ni siquiera para llevar un archivo (todo son fichas y carpetas) sino porque toda la ambientación, el mobiliario y la tecnología remite a fines del XIX y principios del XX. Con sus propias reglas independientes del mundo exterior, el sanatorio muestra en su versión amable algo de baño termal, de casa de descanso o de retiro, y en su versión más ominosa se ve más bien como un asilo para locos peligrosos con sus reglas de sujeción, su maquinaria aparatosa y unas prótesis de pesadilla en la que los pacientes díscolos son sometidos y doblegados, mas un uso bastante poco ético de la los método odontológicos. El otro responsable de que esto se sostenga es Dane DeHaan, que es un número fijo para personajes perturbados y enfermizos y aquí se carga la película al hombro y se somete (o es sometido) a todo tipo de prácticas pesadillescas y tortuosas. Para el espectador al que se apunta, toda esta acumulación de lugares reconocibles (¿comunes?), donde también podríamos incluir el folletín y las películas de monstruos de la Universal, funciona como guiños cuya identificación forman parte del combo. La cura siniestra es una propuesta estética antes que narrativa. Requiere una suspensión de la credibilidad y un abandono al clima de sueño o pesadilla. Y hacerlo sin ponerse a cuestionar la lógica ni buscarle los agujeros a la trama ni ninguna de esas minucias que arruinarían la experiencia. LA CURA SINIESTRA A Cure for Wellness. Estados Unidos. 2017. Dirección: Gore Verbinski. Intérpretes:. Dane DeHaan, Jason Isaacs, Mia Goth, Adrian Schiller, Ivo Nandi, Harry Groener. Guión: Justin Haythe, Gore Verbinski. Fotografía: Bojan Bazelli. Música: Hans Zimmer. Edición: Pete Beaudreau, Lance Pereira. Duración: 146 minutos.
CUIDADO CON LA VíCTIMA Las Home Invasion Movies son esas películas que tratan de la irrupción de uno o más extraños (por lo general delincuentes) en una casa, planteada esta como la caída del hogar en tanto último bastión de defensa y seguridad. Se puede acudir como ejemplos a films tan disimiles como Panic Room, La noche de la expiación o Funny Games. En ese espectro existen aquellas que subvierten la situación y que podríamos etiquetar de una manera muy coloquial y zumbona como “a los cacos les salió el tiro por la culata”. En esta vertiente, que también podría pensarse como una fantasía compensatoria ante la inseguridad, el peligro no viene de afuera (o no solamente) sino también y básicamente de adentro. Así, lo que sucede es que los invasores se llevan el chasco de encontrarse con alguien que es más peligroso que ellos. La versión risueña podría ser Mi pobre angelito, la que no lo es en absoluto sería la reciente No respires. Si las primeras se planteaban como la invasión del peligro del espacio público en la seguridad del espacio privado, ahora lo que tenemos es que el espacio seguro ya no existe. Intrusos pertenece claramente a este segundo subgrupo. La protagonista es Anna (Beth Riesgraf), una joven que sufre de Agorafobia y que, después de perder a su hermano tras una larga enfermedad, se queda sola en una enorme casa de la que es incapaz de salir. Un trio de malvivientes se entera de que guarda una suma importante de dinero e irrumpe en el lugar. Anna deberá hacer frente a los intrusos con el agravante de que su fobia le impide escapar. Este elemento, que agrega un plus de indefensión, no es sin embargo el único problemita que Anna tiene, ni siquiera el más grave, y pronto los asaltantes se van a enterar de que la casa guarda unos cuantos secretos y que la involuntaria anfitriona esta menos indefensa y es más peligrosa de lo que parece. El relato se sostiene en principio en la situación desesperada de su protagonista y luego pega el volantazo cuando el interés de dicha situación empieza a perderse. Ahí la trama se complejiza y se mantiene el suspenso incluso cuando se vuelve un poco más rebuscada de lo conveniente. Digamos, para hacer una analogía, que arranca como Panic Room y sigue como El juego del miedo. Pero hay que aclarar que por suerte nunca cae en las redes del Torture Porn aunque más de una vez amague con hacerlo. La línea entre víctima y victimario se corre no una sino varias veces a lo largo del film, por lo que Anna puede ser ambas cosas alternativamente o al mismo tiempo. Esto también corre para los intrusos que, como es habitual en este tipo de películas, se dividen entre los malos en serio y los que están del lado equivocado por culpa de las circunstancias. Como para que nos preocupemos un poco más por estos últimos mientras que con respecto a los primeros no nos importe demasiado cuando los pasan a valores. Se trata de una película concentrada, de pocos personajes y una sola locación. Sin embargo esta locación muta, se expande y se va transformando prácticamente en otro protagonista. La progresiva inmersión en los recovecos y secretos de la casa y la imposibilidad de salir hacen que el clima se vuelva asfixiante y claustrofóbico. Jugando todo el tiempo con estas dualidades adentro/afuera, victima/victimario, agorafobia/claustrofobia, Intrusos es una propuesta que intenta ser más rica y compleja de lo que a primera vista sugiere. A veces logra convencernos de ello y a veces se pierde en vueltas de tuerca y explicaciones que estancan la acción y restan eficacia. Aún así, y en parte debido a la performance de Beth Riesgraf, consigue mantener hasta el final el interés y hasta la empatía con su problemática protagonista. INTRUSOS Shut In / Intruders. Estados Unidos. 2015. Dirección: Adam Schindler. Intérpretes: Beth Riesgraf, Rory Culkin, Jack Kesy, Joshua Mikel, Martin Starr, Timothy T. McKinney y Leticia Jimenez. Guión: David White, T.J. Cimfel. Fotografía: Eric Leach. Música: Frederik Wiedmann. Edición: Brian Netto, Adam Schindler. Duración: 90 minutos.
QUIERO SER TU PERRO Son conocidas las propiedades de los perros como armas de manipulación masiva, sea en versión simpática y juguetona o en versión desamparada y sufriente. Lo vemos todos los días en las redes sociales. La industria cinematográfica también lo sabe y por eso viene explotando a los pobres pichichos desde la época Rin Tin Tin presentándonos al mejor amigo del hombre haciendo honor a ese título y tratando de arrancar sonrisas y lágrimas en proporciones variables. En esta larga tradición del ¿sub-género? “Lección de Vida con Perro”, en la cual podemos incluir referentes como Siempre a su lado (Hachiko) o Marley y yo, se inscribe La razón de estar contigo, a la cual agrega el elemento de perro que habla, o más bien piensa y comparte su monologo interno con el espectador en una versión canina de Mira quién habla. El protagonista y narrador es Bailey, un perro ligado muy fuertemente a su dueño Ethan con quien comparte la niñez y adolescencia de este, sus vivencias, sus triunfos, sus amores, sus tristezas y fracasos, interviniendo varias veces para alegrarlo, consolarlo, ayudarle y a veces también meterlo en algún problema siempre hilarante y menor. Esto hasta que su vida perruna, lógicamente más corta que la humana, se termina. Pero la cosa no acaba ahí porque el perro no se va al cielo como nos enseñaron que hacen todos los perros sino que reencarna como otro perro en otro lugar, con otro nombre, otra raza, otros dueños y otras experiencias. El ciclo se repite varias veces con el pobre perro siempre recordando la memoria de sus vidas pasadas y con el denominador común de su personalidad y su voluntad, su misión se diría, de mejorar las vidas de sus amos. De todos modos, aunque Bailey reencarne, el lazo indestructible es con Ethan. No vamos a spoilear acá, total para eso está el tráiler (que cuenta absolutamente todo, como si la película fuera la versión extendida del tráiler y no al revés). Acá tenemos más código, pero igual se imaginarán hacia donde se dirige la cosa. Uno podría advertirles la presencia ominosa de los golpes bajos que en cantidad abrumadora se arrojan sobre el espectador en ataque fulminante. Pero eso solo serviría para los desprevenidos (que si no se los vieron venir son bastante pajarones) porque, en realidad, el público de este tipo de películas es exactamente lo que está buscando, solo que no lo llama de ese modo. Es gente que va al cine a emocionarse, que quiere historias como la vida misma y mide la efectividad/calidad del film en términos de lágrimas derramadas. Esos no van a salir defraudados ya que en ese sentido el producto cumple con creces con lo que promete. De hecho acá tenemos no la muerte de un perro (¿quieren algo más triste y conmovedor?) sino un perro que se muere varias veces. Está bien, siempre es el mismo y resucita pero eso no disminuye el efecto. Si pudiéramos observar gráficamente el recorrido emocional del film lo veríamos como una línea que va oscilando en zigzag entre los momentos luminosos y los momentos de bajón. El director de este compilado es el sueco Lasse Hallström, un especialista en épicas lacrimógenas (es el director de Hachiko nada menos, un hito de este tipo de films). Se podría decir que es un manipulador experto y acá demuestra nuevamente su pericia en estas artes, porque hay que decir que cumple su cometido varias veces a la hora de estrujarte el corazón (salvo, claro, que no tengas uno), aunque lo hace con obviedad, yendo a lo seguro, con un uso desvergonzado de todos los trucos probados del repertorio sensiblero a la hora de subrayar. Bailey es un perro canchero y querible que comenta todo con una mezcla de ingenuidad y picardía. Gran parte de la efectividad del film se basa en su relato en off. Y porque puede y porque al fin y al cabo esta es una lección de vida, nos reserva una enseñanza para el final, formulada de manera explícita para anotarla y pegarla en la heladera, como para que el espectador no sienta que perdió la plata de la entrada. ¿Sutileza? A otro perro con ese hueso. LA RAZÓN DE ESTAR CONTIGO A Dog’s Purpose. Estados Unidos. 2017 Dirección: Lasse Hallström. Intérpretes: Dennis Quaid , Peggy Lipton, K.J. Apa, Britt Robertson, Juliet Rylance, Bryce Gheisar, Luke Kirby, Josh Gad. Guión. Cathryn Michon, Audrey Wells, Maya Forbes y Wally Wolodarsky, sobre la novella de W. Bruce Cameron. Fotografía: Terry Stacey. Música: Rachel Portman. Edición: Robert Leighton. Duración: 120 minutos.
ENCADENADO AL ANIMUS El cine no ha tenido mucha suerte con los videojuegos. Por lo menos en lo que hace a las adaptaciones. La gran mayoría de los proyectos derivados del algún exponente exitoso del mundo gamer terminaron o en una película fallida o en un fracaso comercial o, por lo general, en ambos. Habría que remontarse a las primeras Resident Evil para ubicar un puñado de películas por lo menos entretenidas, con cierta complejidad, y que hayan sido lo suficientemente exitosas como para justificar una saga que continúa hasta hoy. Es evidente que hay algo que no está funcionando. No hay, sin embargo, señales de que vayan a dejar de intentarlo. Assassin’s Creed es un videojuego que este año va a cumplir una década de existencia y que en ese lapso produjo unas cuantas versiones. Ahora llega el film que se constituye en la nueva esperanza de formar un matrimonio exitoso entre ambos medios y no parece que la suerte vaya a cambiar de momento. Se trata de un caso parecido al de la reciente Warcraft, donde se contrató a un realizador (Duncan Jones) imaginativo y con un universo propio al que se lo drenó de toda personalidad. En el caso presente, el realizador es el australiano Justin Kurzel, cuyo film anterior, una adaptación del clásico Macbeth, había llamado la atención sobre todo por sus ideas visuales, incluso se le crítico cierto manierismo, pero lo que no podía negársele es una visión y un estilo personal. Suponemos que son estas las cualidades que le valieron el puesto pero, como suele suceder, son las que no le dejaron desplegar del todo. El film toma la premisa del juego que tiene como trasfondo un antiguo enfrentamiento entre dos sociedades secretas, los Caballeros Templarios y la Secta de los Asesinos, y coloca a su protagonista Callum Lynch (Michael Fassbender) en el medio de esta lucha ya que es el único descendiente de un miembro del bando de los Asesinos (interpretado por el mismo actor). Lynch es rescatado/secuestrado por una corporación que posee un dispositivo, el Animus, que permite a quien se conecte al mismo recuperar su memoria genética reviviendo las experiencias de sus antepasados. Así, nuestro protagonista es periódicamente conectado para viajar en el recuerdo pero con una sensación de total realidad a las luchas de su antepasado en el marco de la España de la Inquisición. Mientras tanto los científicos de la corpo van grabando, observando y buscando pistas para encontrar un objeto, una pieza antigua que posee ciertos conocimientos ancestrales. Es decir, el famoso McGuffin aquí reencarnado como artefacto de poder. Lo más interesante es esta narración en paralelo entre el presente en la corporación y el pasado revivido que, si bien el protagonista lo vive como presente real, para el relato funciona como flashbacks. Hay como podía esperarse una estética cuidada y preciosista aunque sin llegar al nivel de juego formal que Kunzel mostró en Macbeth. Se nota que el realizador quiere hacer cine antes que traducir rutinariamente las imágenes de piruetas animadas del videojuego, por eso las escenas de acción son un poco más interesantes que la media de este tipo de films. No vamos a perder el tiempo con el uso un poco chapucero de ciertos elementos históricos, porque estos ya provienen del videojuego, su fuente original, y al fin y al cabo no son más que excusas para situar la acción. Además en un punto uno tiene que saber cuándo resignar rigor para para no arruinar la diversión. Sin embargo hay algo que todavía se resiste. Un tono de gravedad, de impostura, de solemnidad pomposa que funciona como obstáculo. Seguramente esto también es achacable a la fuente original, pero está claro que lo que funciona en un medio puede no hacerlo en otro y lo que puede verse bien en uno puede ser ridículo en el otro dejando al espectador afuera. Eso es un problema repetido y que sigue sin tomarse en cuenta en la traducción. Y es también (o en parte) por eso que hay algo en esta relación de renovada frustración entre videojuegos y cine que sigue sin funcionar. ASSASSIN’S CREED Assassin’s Creed. Estados Unidos. 2016. Dirección: Justin Kurzel. Intérpretes: Michael Fassbender, Marion Cotillard, Jeremy Irons, Charlotte Rampling, Brendan Gleeson, Michael Kenneth Williams, Ariane Labed. Guión: Adam Cooper, Bill Collage, Michael Lesslie. Basado en el videojuego creado por Patrick Désilets, Corey May y Jade Raymond. Fotografía: Adam Arkapaw. Música: Jed Kurzel. Edición: Christopher Tellefsen. Duración: 115 minutos.
TREN DE CONSECUENCIAS En una vía últimamente tan transitada como el cine de zombies, superpoblada en cine y TV, con productos de diferentes origines pero propuestas muy similares, se hace difícil esperar algo fresco y estimulante. Sin embargo Invasión zombie (con su título local tan poco invitante) se convirtió en una sorpresa bienvenida cuando irrumpió en el último Festival de Cannes y es, claramente, el mejor film del género en años. No necesariamente por lo novedoso de sus ideas, como por la maestría con que su realizador, Yeon Sang-ho, las distribuye y las pone en escena. Sang-ho debuta aquí en el live action después de una carrera destacada en el cine de animación, donde uno de sus films animados, Seoul Station (exhibida en la última edición del Festival de Mar del Plata), se estrenó también en 2016 y trascurre en el mismo escenario con otros personajes, pudiendo verse como un díptico junto con esta. En esta historia los protagonistas, pasajeros ocasionales en viaje de Seúl a Busan, se enteran, con el tren ya en marcha y obviamente de la peor manera, de la infección zombie en su vertiente infecciosa y acelerada, que se propaga a velocidad alarmante, y ese va a ser el escenario donde se defina la posibilidad o no de su supervivencia. Invasión zombie pertenece entonces a otro sub-género que es el de las Películas de Trenes, un tipo de film, que combina en un mismo lugar tanto la claustrofobia como el movimiento. Sang-ho aprovecha precisamente el espacio en que la acción se desarrolla, adaptando al mismo la lógica del relato. Por eso despliega una estructura episódica o secuencial que es la de los vagones de tren o la sucesión de las estaciones. Y, a pesar de esa lógica entrecortada, el ritmo es sostenido, el relato fluye y no tiene baches. Cada pausa es simplemente tomar aire para arremeter de nuevo a la próxima situación, al próximo encuentro frenético, donde la fuga es siempre hacia a delante. En ese sentido, del desplazamiento continuo dentro y fuera del tren, puede recordar un poco a cult-movies sobre rieles como Pánico en el Transiberiano (1972) o a la más reciente Snowpiercer (2013) del también coreano Bong Joon-ho, con la cual comparte cierta cuota de crítica social, aunque en el caso de esta última la crítica iba por el lado de la diferencia (y la lucha) de clases. Algo de eso hay aquí, pero si bien existe cierto comentario social a partir de elementos como la profesión especulativa de su protagonista, la forma turbia en que la infección se produjo o las maneras con que el gobierno la está manejando, lo cierto es que el blanco de la crítica es a la condición humana, precisamente en sus miserias. Algo que es habitual en el cine de zombies, y no es la excepción en este caso, es que las criaturas más peligrosas y temibles terminan siendo por lo general los seres humanos, elevados a ese pedestal por su miedo, su crueldad y su mezquindad. Precisamente una de las escenas más sobrecogedoras es cuando un grupo de sobrevivientes es rechazado y hostigado por otro que sin embargo comparte con ellos la misma situación y el mismo peligro. Invasión zombie nos presenta un elenco de personajes en apariencia estereotipados pero más bien claramente identificables, que son imperfectos y queribles y con los cuales uno empatiza y sufre cuando les toca la mala. Personajes que a su vez tiene sus matices y van evolucionando aun en el breve transcurso. Por eso el film es también la historia de redención de su protagonista, un asesor financiero preocupado solo por su trabajo y por sí mismo, que descuida a su hija y hasta pretende, por suerte sin éxito, transmitirle su mismo egoísmo. La odisea de supervivencia en el tren es también su travesía moral, la oportunidad de convertirse en alguien mejor. Claro que la redención no funciona para todos, y la muestra más acabada es el funcionario a cargo, una alimaña irredimible y espantosamente impune que se constituye en el villano más desagradable y odiable aparecido en mucho tiempo en el cine. Con sus personajes bien delineados, su ritmo vertiginoso, su espectacularidad visual, que propone todo el tiempo imágenes impactantes y que, sobre todo, no suelta nunca al espectador, Invasión Zombie es lo que estaba necesitando un género al borde del rigor mortis. Una película que lo convierte otra vez, y paradójicamente, en algo vivo. INVASIÓN ZOMBIE Busanhaeng. Corea del Sur. 2016 Dirección: Yeon Sang-ho. Intérpretes: Gong Yoo, Ma Dong-seok, Ahn So-hee, Kim Soo-an, Jung Yu-mi. Guión: Yeon Sang-ho. Fotografía: Lee Hyung-deok. Música: Jang Young-gyu. Duración: 118 minutos.
CADÁVER EXQUISITO Algunas películas arrancan de una premisa muy simple que se puede resumir en pocas líneas. Ideas que a veces apelan al impacto y por eso resultan llamativas y seductoras, aunque el riesgo ahí es que la idea se agote en sí misma y en su formulación ruidosa. En su opera prima el español Héctor Hernández Vicens sortea ese riesgo con gracia y demuestra habilidad para sacarle el jugo a una de esas premisas aparentemente tan simples. El planteo es el siguiente: Tres amigos jóvenes se reúnen en el hospital donde uno de ellos trabaja como empleado de la morgue para arrancar la previa a la parranda del fin de semana. Pero esa noche y en ese lugar ocurre un hecho que lo convierte en una suerte de polo magnético. Acaba de llegar el cadáver de Anna Fritz, una diva que murió ante circunstancias no aclaradas pero que no dejaron huellas visibles en su cuerpo. Y mientras el resto del país lo duela y no deja de hablar de ella, los tres muchachos disfrutan del raro privilegio de tener ahí ante sus ojos a la estrella que siguió la regla de morir joven y dejar un cadáver bien parecido. Ahí surge la pregunta, primero como broma, “¿y si nos la cogemos?” (“nos al follamos” dicen, claro). Ayudados por el evidente morbo, el desafío de la masculinidad, el uso de estimulantes y una versión desmedida del culto a la personalidad, la propuesta pasa rápidamente del dicho al hecho. Si la situación ya era complicada de por sí, se pone peor cuando en medio de la faena se viene a descubrir que la declaración de defunción fue un poco apresurada y que el cadáver no era tal. Ahora ellos tienen un problema. Y ella tiene otro, no menos grave. El truco está en que en el preciso instante en que parece que la cosa se agota, surge el elemento (está viva) que dispara la trama hacia adelante. El cadáver de Anna Fritz no es una película de terror, pese al uso de algunos de sus componentes, sino una película de suspenso. Y es a partir de ese momento en que eso se hace más evidente, en ese ¿y ahora qué hacemos? Lo importante entonces pasa a ser el manejo de la tensión (que está muy bien lograda), y la necesidad de no caer en la previsibilidad (que a veces se logra y otras no tanto). La cuestión pasa ahora ya no por la explotación del morbo inherente a la propuesta sino la puesta en marcha de un mecanismo que tiene que ser (y por suerte es) preciso. Otro punto a favor es la capacidad de alternar naturalmente con el punto de vista y, a la vez, con las identificaciones. Todos tienen algo que perder. Ellos ven la posibilidad de que, al descubrirse su acto monstruoso, su vida se arruine para siempre. Ella, en su indefensión, comprende con obvio terror la posibilidad cierta de que su segunda oportunidad de vivir dure lo que un suspiro. Se trata de una película a pequeña escala, de esas que se suelen llamar minimalistas. Duración acotada, cuatro personajes, un solo lugar y un espacio de tiempo limitado. Hernández Vicens plantea el tablero y mueve las fichas con habilidad. Y es con esa economía de recursos que construye un relato conciso y atrapante. EL CADÁVER DE ANNA FRITZ El cadáver de Anna Fritz. España. 2015. Dirección: Hèctor Hernández Vicens. Intérpretes: Alba Ribas, Cristian Valencia, Bernat Saumell, Albert Carbó. Guión: Hèctor Hernández Vicens, Isaac P. Creus. Fotografía: Ricard Canyellas. Edición: Alberto Bernad. Música: Tolo Prats. Duración: 71 minutos.
ALGO HUELE MAL EN DINAMARCA L a información, o la trivia, indica que Sorgenfri (Ellos te están esperando) es la primera película de zombies danesa. No es que los realizadores en Dinamarca sean ajenos al cine fantástico, ya que algunos de sus próceres primordiales como Carl Th. Dreyer o Benjamin Christensen ya habían mostrado interés en el vampirismo, la brujería y el satanismo. Pero en el subgénero zombies sus vecinos noruegos les ganaron de mano y ahí tenemos los zombies nazis de Dead Snow, por ejemplo, aunque en este caso con una intención y un tono totalmente distinto. Y es que los zombies y los muertos vivos no solo son lo suficientemente versátiles para ser internacionales y adoptarse a cualquier contexto. Ya vimos zombies españoles, griegos, cubanos, ingleses, un montón de italianos haciéndose pasar por norteamericanos, y también argentinos (véase la serie Plaga Zombie). Son también los que mejor se han adecuado a la época, los que mejor la representan, dejando por detrás a cualquier monstruo clásico. Los zombies de Sorgenfri pertenecen a la especie de zombies más relacionada con la facción epidemiológica, de la cual ya tuvimos un estreno este año, Viral, con una trama (muy) similar. Quizás porque ambos films le deben mucho a The Crazies (1973) del maestro George Romero, el tipo que en este tema inventó casi todo. Sorgenfri es un suburbio acomodado donde empiezan a manifestarse los primeros casos de una gripe bastante agresiva. Por lo menos es lo que los vecinos pueden ir observando y los medios les van comunicando. Claro, la situación es mucho más complicada, y no van a quedar dudas de ello cuando los militares aíslen la zona, mantengan a la gente sin poder salir de sus casas, no los proporcionen información de los que pasa afuera, y se empiecen escuchar ruidos raros e intranquilizados. Gran parte de la efectividad de la película reside en la dosificación de la información ya que los espectadores saben más o menos lo mismo que los protagonistas -una familia tipo de padre, madre, hija menor e hijo adolescente- y se van enterando en la misma medida. Y está claro que la información se les escamotea y la van obteniendo a veces de la peor manera. El relato avanza en un crescendo en el que, obviamente, todo va empeorando, y uno, identificado con los personajes a pesar de las pésimas decisiones que toman, va incorporando esa tensión. El gore y la violencia están contenidos en la primera mitad y gran parte de los truculento queda fuera de campo, sugiriendo que hay algo muy feo suelto pero si mostrarlo del todo. Y es que de los que se trata en un principio es de los que el título internacional sugiere, “What we become”, “en que nos convertimos. No solo en que se convierten los infectados, sino en que se van convirtiendo los sanos con tal de sobrevivir. Se trata entonces del intento desesperado de mantener los diques de contención. A veces de reforzarlos a la fuerza, como hace el gobierno, para que la enfermedad no se esparza. Pero también de mantener los diques que contengan el progresivo desmoronamiento de todo lo humano. De las leyes, los lazos, la amistad, la pareja, la familia. Por eso en el climax final, en ese desmoronamiento, es cuando los zombies hacen su entrada a cuadro masiva y triunfal y, ahí sí, la sangre, se desparrama. En sus dos vertientes, muertos vivos o infectados rabiosos, los zombies, fueron no solo vehículo para el horror y la alegre diversión descerebrada (a veces sí, y está bien), sino también para para hablar del estado de las cosas, de esos otros monstruos: los seres humanos vivos o sanos. Lo que somos y en los que nos podemos convertir. ELLOS TE ESTÁN ESPERANDO Sorgenfri. Dinamarca. 2015 Dirección: Bo Mikkelsen. Intérpretes: Mille Dinesen, Ole Dupont, Mikael Birkkjær, Troels Lyby, Marie Hammer Boda, Benjamin Engell. Guión: Bo Mikkelsen. Fotografía: Adam Philp. Edición: Bo Mikkelsen y Niels Ostenfeld. Musica: Martin Pedersen. Duración: 87 minutos.
UN DIOS COTIDIANO Y VULGAR En el Informe sobre ciegos su protagonista, Juan Pablo Castel, se preguntaba acerca de la existencia de Dios y como podía esta ser compatible con las calamidades del mundo. Una de las respuestas que ensayaba postulaba que “Dios existe y es un canalla”. Una respuesta que tal vez podría convencer al realizador Jaco Van Dorael, por lo menos de lo que surge viendo El nuevísimo testamento”. Pero lo canallesco que el director belga muestra en el Dios de su película no tiene que ver con la tiranía de un monarca despótico como denuncian los ángeles rebeldes de El paraíso perdido sino con la mezquindad banal de un Dios cotidiano y vulgar en el sentido más prosaico y hasta berreta. Este Dios, que vive en Bruselas pero jamás se le ocurrió pisar la calle, que vive y trabaja encerrado en una casa con una esposa a la que somete y una hija a la que maltrata psicológica y hasta físicamente, es una criatura egoísta y cruel, sin otro poder que la sartén por el mango que le otorga su acceso a decidir a través de una computadora el destino de los seres humanos. Criaturas estas a las que creó por mero aburrimiento y a los cuales se divierte en torturar con desgracias arbitrarias y leyes exasperantes que no son otras que las archiconocidas leyes de Murphy. Esta situación de oprobio se trastoca con la rebelión de Ea, la hija maltratada de Dios que poco antes de huir del hogar paterno le intervine la computadora y le envía a todos los humanos la fecha de su muerte y la cuenta regresiva del tiempo que les queda sobre la tierra, con el consiguiente descalabro global. El nuevísimo testamento es una película que funciona a partir de una premisa, una idea que se puede formular en forma de preguntas: ¿Qué pasaría si supiéramos la fecha de nuestra muerte? ¿Cambiarían en algo nuestras vidas? ¿Daríamos un vuelco o seguiríamos como hasta ahora? Son estas preguntas existenciales. Y claro, esto no es Bergman, pero ahí están los grandes temas: la existencia de Dios, la muerte, el sentido de la vida. Y hay que reconocerle a Van Dorael el coraje de meterse con temas a los cuales la mayoría de los realizadores actuales le huye como a la peste. En ese abordaje tiene la inteligencia de aligerar la pesadez de esos grandes temas con el permanente ida y vuelta con lo cotidiano y trivial. Y también en apoyarse en el humor, un humor absurdo, seco, a cara de perro y mala onda. Hay además un uso ingenioso de ciertos recursos que hacen a la incorporación de lo contemporáneo: El mensaje con la fecha de muerte llega por mensaje de texto, Dios maneja todo a través de una PC hogareña, y el fenómeno de filtración es bautizado mediáticamente como Deathleak, en obvia referencia a Julian Assange y sus wikileaks. Le tout nouveau testamentLo más interesante del film viene por el lado de la propuesta visual, que está siempre ofreciendo una puesta cuidada y no naturalista. Una imaginería y una estética que se nutre del grotesco y también del comic adulto europeo, y que está emparentada con el universo de directores como Jean-Pierre Jeunet o un Tery Gillian menos sacado. La premisa es efectiva en principio y hace que el relato avance con interés, pero también da muestras de agotamiento cerca del final. La idea da para cierto abordaje filosófico existencial pero también para coquetear con la lección de vida, mientras el tono se va ablandando y poniendo sensiblero y ñoño. El retrato de los personajes es, por otro lado, bastante simplista y maniqueo, claramente dividido entre los personajes inocentes y los deleznables. La salida que se desprende finalmente es la de reiniciar en tanto barajar y dar de nuevo, reescribir un nuevo testamento basado en el libre aalbedrío No hay nada de malo en ello, son visiones, pero es notoria la distancia entre la propuesta inicial, más escéptica y oscura, y la que termina imponiéndose como una mirada optimista y hasta naif. EL NUEVÍSIMO TESTAMENTO Le tout nouveau testament. Bélgica. 2015. Dirección: Jaco Van Dormael. Intérpretes: Pili Groyne, Benoît Poelvoorde, Yolande Moreau, Catherine Deneuve, Laura Verlinden, François Damiens, Serge Larivière. Guión: Jaco Van Dormael, Thomas Gunzig. Fotografía: Christophe Beaucarne. Edición: Hervé de Luze. Música: An Pierlé .Duración: 114 minutos.
A COMERLA Hace un tiempo ya que la llamada Nueva Comedia Americana dejó de ser una novedad y sus principales figuras un grupo de outsiders. Su humor irreverente e incorrecto hoy es la norma y su grupete de comediantes pasó a convertirse en los referentes obligados de la comedia a secas. Tanto es así que, en una suerte de movimiento de expansión y conquista fueron incorporando otros géneros y subgéneros para imprimirles (o enchastrarlos con) su particular impronta. Así lo hicieron con algunos que les son naturalmente afines como las “Party Movies” (Vecinos 1 y 2, la serie ¿Que pasó ayer?) y con otros no tan cercanos como las películas apocalípticas (Este es el fin). Un bastión que permanecía virgen a esa movida era el cine de animación. Hasta ahora. Y entendámonos, la animación para adultos no es nueva, pero acá no se trata de seguir la senda trazada por Ralph Bakshi u otros exponentes conocidos en esa área. De lo que se trata más bien es de una parodia descarada e irrespetuosa, como se supone debería ser, que tiene como principal víctima a las animaciones infantiles de Disney /Pixar. De ahí se saca el recurso principal de La Fiesta de las salchichas que es el de la antropomorfización de objetos. En el universo aquí planteado los protagonistas humanizados son los productos comestibles en las góndolas de un supermercado esperando inocentemente que los consumidores se los lleven a su casa pensando que se trata de alguna especie de paraíso. Y si en Toy Story lo que se planteaba era una convivencia más o menos armoniosa entre los protagonistas no humanos y sus dueños, con un conflicto que siempre se resuelve de un modo feliz para todos, aquí la razón de ser de estos comestibles es obviamente perecer de manera atroz y dolorosa en las fauces humanas. Al principio no lo saben, pero cuando lo descubren la reacción natural no puede sino ser de horror y su visión de los humanos pasar inevitablemente de adorarlos como dioses a temerlos como a monstruos. Los protagonistas ya dan una idea del tono que podemos esperar: Una salchicha (símbolo fálico por antonomasia y objeto favorito de cualquier chiste de doble sentido), su amigo deforme, y un pan de pancho en versión femenina y sexy cuya forma recuerda ineludiblemente a una vagina. Los acompañan un dueto formado por un Bagel judío y un Lavash árabe (ideales para hacer humor sobre la vieja enemistad y el conflicto de medio oriente) y un taco mexicano en versión femenina y lésbica. El villano es un producto de higiene vaginal totalmente sacado y obsesionado por la venganza cruel e irracional contra el grupo protagónico. De este modo los productos comestibles (y otros artículos de consumo) tienen sexo en todas sus variantes, se insultan, se pelean, se drogan, se matan, se violan, y a su vez son cortados, despellejados, hervidos vivos y masticados. Y todo en medio de horribles sufrimientos. El humor es grueso y sacado, y especialmente orientado para provocar, no respetar nada, y cuanto más ofensivo mejor. Los responsables mayores son dos viejos conocidos de esta Nueva Comedia: Seth Rogen y Jonah Hill, que tanto prestan sus voces como colaboran en el guión, y convocan a su vez a un seleccionado de amigotes de la movida, así como también a algunas estrellas invitadas. Y para ayudarlos a perpetrar su tropelía ponen a dirigir a dos realizadores cuyos currículums incluyen títulos como Shrek o Madagascar. Es decir dos quinta columnas convocados para armar el atentado desde adentro. La fiesta de las salchichas funciona en parte por acumulación, aunque a veces esta misma le juega en contra y vuelve el asunto un poco monótono. Igualmente la propuesta es tan básica como efectiva y entrega exactamente lo que promete. Hay sí, algo de sátira social y algún guiño filosófico-teológico, pero lo que prima es la diversión incorrecta y descerebrada en un envase de apariencia inocente e infantil. No es mucho, pero es bastante. Como para ir esperando la próxima profanación. LA FIESTA DE LAS SALCHICHAS Sausage Party. Estados Unidos. 2016 Dirección: Conrad Vernon, Greg Tiernan. Con las voces de: James Franco, Salma Hayek, Michael Cera, Jonah Hill, Bill Hader, Edward Norton, Seth Rogen, Paul Rudd, Kristen Wiig, Craig Robinson. Guión: Evan Goldberg, Kyle Hunter, Seth Rogen, Ariel Shaffir. Edición: Kevin Pavlovic. Música: Christopher Lennertz, Alan Menken. Duración: 89 minutos.