Uncharted es una serie de videojuegos que está entre los más populares y a la vez más premiados de la industria. Con su primer juego lanzado en 2007 y cuatro entregas más, la última en 2017, alcanzó ventas millonarias. Aclamado por la crítica y los fans, era cuestión de tiempo para que llegara la versión cinematográfica que se sumaría a la serie ya extensa de adaptaciones de videojuegos que Hollywood viene emprendiendo hace tiempo, en general con resultados bastante pobres. Uncharted, la película, no viene a dar vuelta la tortilla drásticamente en ese sentido, pero presenta un producto más digno que la mayoría de las películas realizadas con la misma intención. Uno de los motivos por los cuales en este caso la transición funciona más naturalmente es porque ya el videojuego toma elementos que son propios del cine, en particular el cine de aventuras clásico. Son varios los que señalan (y entre ellos sus propios creadores) la influencia que en Nathan Drake, el personaje principal, tiene Indiana Jones. Y como para reforzar ese lazo, el querido arqueólogo aventurero es mencionado explícitamente en la película, mientras algunas escenas, en particular la de búsqueda de pistas y trampas entre las catacumbas de Barcelona, recuerdan fuertemente al comienzo de Los cazadores del arca perdida. El encargado de encarnar al cazador de tesoros Nathan Drake es Tom Holland. El film muestra los orígenes del personaje y lo muestra en el periodo en que conoce al que será su compañero de aventuras y suerte de mentor, Victor Sullivan o “Sully” (aquí interpretado por Mark Wahlberg) con quien va a vivir su primera gran aventura que tiene que ver con la búsqueda del tesoro presuntamente hallado por la expedición que dio la vuelta al mundo iniciada por Fernando de Magallanes y concluida por Sebastián Elcano en el siglo XVI. Nathan tiene motivos personales para involucrarse además del oro y es que ese viaje lo remite directamente a su hermano mayor, a quien no ve desde su infancia y de quien Sully afirma fue su socio y principal promotor de la misión antes de desaparecer. Esta búsqueda los va a meter en unas cuantas situaciones peligrosas porque obviamente no son los únicos interesados en hallar el tesoro oculto. Holland y Wahlberg muestran química juntos, algo fundamental en un film que funciona también como Buddy Movie. Este dúo se amplía a trío con la inclusión de Chloe Frazer (Sophia Ali), también cazadora de tesoros y personaje recurrente del juego. Lo que le da ese carácter de relación conflictiva, propio del subgénero, es que, a pesar del interés en común que los obliga a trabajar en sociedad, ninguno de los tres confía en el otro y razones no les faltan porque ninguno hizo méritos para ello en el pasado o incluso el presente salvo a veces el (al principio) ingenuo Nathan, y en parte el relato es sobre la construcción entre ellos de un vínculo más sólido. Y si los protagonistas hacen lo suyo con oficio es claramente Holland el que brilla, no solo en la comedia sino también por su entrega física que hace que se ponga la película al hombro combinando dotes de bailarín, luchador y acróbata. Ruben Fleisher, responsable de Zombieland (2009), Zombieland: Tiro de gracia (2019) y Venom (2018), vuelve a explotar su talento para la comedia y aquí se juega de lleno por la acción y la aventura pulp. La primera escena ya establece el tono: Un despliegue de acción vertiginosa donde el protagonista cuelga de un avión en vuelo luchando por no caer al vacío. Esta escena que cronológicamente corresponde a un momento posterior del relato y se cierra con un cliffhanger para recién ahí mostrar los orígenes del personaje, está puesta ahí con la clara intención de golpear primero y anunciar cómo es lo que se viene. A lo largo del film hay unos cuantos guiños para los gamers entre ellos un cameo de Nolan North, quien hace la voz de Drake en el juego, y el final deja todo explícitamente servido para una secuela que los números dirán si es factible. Uncharted no cuenta nada nuevo y es más bien un refrito de unas cuantas influencias, es genérica y a veces previsible, pero es ágil, entretenida y sus personajes son interesantes y queribles. No es poca cosa y ciertamente es más de lo que la mayoría de los films basados en videojuegos nos tiene acostumbrados. UNCHARTED: FUERA DEL MAPA Uncharted. Estados Unidos, 2022. Dirección: Ruben Fleischer. Intérpretes: Tom Holland, Mark Wahlberg, Sophia Ali, Antonio Banderas, Tati Gabrielle. Guión: Rafe Judkins, Art Marcum, Matt Holloway, Jonathan Rosenberg, Mark D. Walker. Fotografía: Chung Chung-hoon. Edición: Chris Lebenzon, Richard Pearson. Música: Ramin Djawadi. Diseño de Producción: Shepherd Frankel. Duración: 115 minutos.
Ya desde algunas de sus obras anteriores Juan Martín Hsu, hijo de inmigrantes taiwaneses, había representado la experiencia migrante. En el cortometraje Diamante Mandarín (2015, integrante de Historias breves 10) mostraba a una familia China ante la amenaza de saqueo a su supermercado en plena crisis de 2001, mientras que en el largo La Salada (2014) se contaban historias de diferentes comunidades en la multitudinaria feria del Gran Buenos Aires. Para La luna representa mi corazón, Hsu retoma esta temática con algunas variantes. La primera es que lo hace desde el documental (o principalmente desde el documental como se verá después), pero la segunda y crucial es que esta vez lo hace desde su propia experiencia y la de su familia. Así planteado como documental en primera persona, Hsu toma su historia familiar como objeto también para explorar y descubrir, ya que son varios los interrogantes y los puntos ciegos de una novela familiar en la que no faltan los acontecimientos trágicos y que el realizador va desmadejando en un relato en construcción. Los padres de Hsu vinieron de Taiwán para instalarse en la Argentina y tuvieron su propio restaurante, lugar donde nacieron y fueron criados Juan Martín y su hermano menor Juan Marcelo. Cuando el realizador tenia apenas cinco años sucede la muerte del padre en un episodio nunca del todo aclarado pero que todo indica se trata de un asesinato mafioso. La madre, que ya desde antes de la muerte del marido había manifestado su dificultad para adaptarse a la vida en Argentina, cuando los hijos ya son adolescentes finalmente vuelve a Taiwán mientras estos deciden quedarse en el país. Su reencuentro después de varios años es la excusa para intentar sacar algunas cosas a la luz. Este reencuentro en el film se da en dos etapas, en dos viajes de los hijos a Taiwan. El primero en 2012 sirve como prólogo, donde vemos las imágenes que Juan Martin tomó con su cámara en aquel momento. Imágenes que evidencian cierta desprolijidad y también la imposibilidad entonces del realizador de enfrentarse a sus interrogantes y hablar abiertamente de ellos, algo que en un momento su hermano le reprocha. Y luego el segundo viaje, unos cuantos años después, ya con la intención de hacer una película aunque aún sin saber muy bien a dónde esta se dirige. En esta segunda oportunidad se evidencian ya no solo un planteo formal, sino una intención de ir detrás de aquello que lo viene cuestionando desde hace años. Hsu llega a Taiwan con algunas ideas previas y hasta con unos guiones preliminares pero también necesariamente abierto a lo que puede pasar y la película va mutando con el correr de su propio transcurso. Las escenas familiares, los reencuentros, los momentos de pura cotidianeidad conviven con los de conflicto que el realizador no teme exponer como tampoco exponerse a sí mismo, como cuando muestra una discusión entre él y su hermano donde éste último manifiesta su decisión de no participar del film y donde el primero da cuenta explícitamente de lo que está película significa para él. Las revelaciones se suceden: La historia del abuelo secuestrado y torturado por el Kuomintang durante el gobierno de Chiang Kai-shek, la difícil vida de la madre en Argentina y detalles acerca de la muerte del padre. Un material complejo y de fuerte implicancia personal. El realizador toma decisiones arriesgadas y así es como el film se transforma en un híbrido de documental con ficción, incluyendo un puñado de escenas de ficción con otros personajes migrantes a medio camino entre Taiwán y la Argentina. Escenas que al principio descolocan y parecen ajenas al contexto, pero que con el transcurso van tomando sentido en función de dar cuenta de otras maneras de la experiencia migrante, que incluye como compañera inseparable la del desarraigo. En ese cruce propio de esta experiencia, de doble pertenencia y también de ajenidad, es que se incluyen canciones de rock nacional (Charly Garcia, Soda Stereo, Luis Alberto Spinetta) adaptados al chino que al reconocerlas causan cierta gracia y a la vez producen un interesante extrañamiento. Hay algo inevitablemente catártico y posiblemente terapéutico en la manera en que Hsu arregla cuentas con su pasado, pero si lo emotivo juega un papel principal, no por eso se cede al desborde. En tiempos en que se viene poniendo en cuestión qué es una familia, Juan Martín Hsu ensaya sus respuestas, que no están acabadas sino más bien en estado de descubrimiento y construcción, de una manera que se percibe sentida y honesta. Reseña publicada en oportunidad de la cobertura de la 36 edición del Festival de Mar del Plata (2021). LA LUNA REPRESENTA MI CORAZÓN La Luna representa mi corazón. Argentina/Taiwan, 2021. Guion y dirección: Juan Martín Hsu. Fotografía: Juan Martín Hsu y Tebbe Schöningh (escenas de ficción). Edición: Ana Remón y José Goyeneche. Sonido: Nicolás Torchinsky. Duración: 100 minutos.
El fantástico ruso continúa su tarea de expansión más allá de sus fronteras, y es así como recientemente tuvimos estrenos locales de films de ese origen dentro del ámbito del terror (La leyenda de la viuda) y la ciencia ficción (Sputnik, Invasión: el fin de los tiempos). Pasajero 666 no pertenece a ninguna de estas dos categorías, si bien es claramente un film del género. Se trata más bien de un híbrido, una suerte de thriller fantástico que tiene elementos de terror y, dada su locación principal y la propuesta argumental, también algo de cine catástrofe. La primera escena establece el tono de lo que vendrá. Katerina es una niña a bordo de un avión de pasajeros. Está inquieta y razones hay de sobra. Cuando el avión entra en una gran turbulencia, las máquinas empiezan a fallar y la catástrofe es inminente, Katerina pierde de vista a su madre pero alcanza a ver en otro asiento a una anciana en trance realizando un extraño rezo. Esto tendrá su importancia más adelante. Cuando el avión finalmente se estrella, la niña es la única sobreviviente. Varios años después, Katerina emprende nuevamente un vuelo, esta vez con su pequeña hija la cual tiene una edad similar a la que ella tenía cuando sucedió el accidente. Katerina arrastra lógicas secuelas a las que ha tratado de enfrentar a lo largo de los años con una filosofía declarada de enfrentar los miedos, y este viaje de alguna manera forma parte de esa misma idea. Pese a que trata de aparentar calma, sobre todo frente a su hija, es evidente su nerviosismo. Las circunstancias no la ayudan. El avión tiene que despegar en medio de una tormenta y el vuelo es bastante accidentado. Esto es en realidad lo de menos, ya que al poco tiempo empiezan a ocurrir extraños fenómenos a bordo que poco tienen que ver con el clima o las condiciones técnicas, sino que parecen de un orden más oscuro y a Katerina no solo la remiten a la catástrofe de su primeros años, y a la posibilidad concreta de que ésta se repita, sino al hecho de que hay algo allí que parece estar dirigiéndose específicamente a ella. Pese a su título local, Pasajero 666 no tiene que ver con el satanismo, ni con el terror religioso. Acá no hay Anticristo ni Número de la Bestia involucrado. Los fenómenos que se suceden durante el vuelo son de origen sobrenatural pero su origen es intencionalmente poco claro al principio. Y aunque Katerina empiece a dudar de su cordura y algunos de sus acompañantes traten de convencerla de que sus visiones son producto del trauma pasado o de la medicación que está tomando, hay suficientes indicios de que algo siniestro efectivamente está sucediendo por más que no esté claro de qué se trata ni quién está involucrado. En su primer largometraje, el realizador Alexander Babaev va sembrando diferentes pistas, algunas se van resolviendo, algunas quedan como vías muertas y otras son simplemente engañosas. El film tiene el acierto de no dejar en claro hasta el final cuál es el origen ni el sentido de los fenómenos que se van sucediendo. Y aunque la resolución pueda parecer decepcionante, trillada o tirada de los pelos, durante su transcurso el interés y la tensión se mantienen, con algunas escenas efectivas y también con otras más rudimentarias. La mayor parte del relato transcurre dentro de la cabina de pasajeros del avión, con lo cual lo más obvio es decir que se trata de un film claustrofóbico, lo cual no deja de ser cierto tampoco. El realizador aprovecha esta circunstancia a su favor así como el hecho de que cualquier situación problemática se vuelve mucho más inquietante si además transcurre a varios miles de metros de altura y de una manera muy poco estable. Pese a estas alturas atravesadas Pasajero 666 es una película de vuelo bajo y sin muchas pretensiones, que entretiene durante el viaje y se deja olvidar ni bien toca tierra. PASAJERO 666 Ryad 19. Rusia. 2021 Dirección: Alexander Babaev, Samantha A. Morrison (versión en inglés). Intérpretes: Svetlana Ivanova, Marta Kessler, Viktoriya Korlyakova. Guión: James Rabb. Fotografía: Nikolay Smirnov. Duración: 77 minutos.
La existencia de otro mundo, fantástico y exuberante, paralelo a este, cotidiano y ordinario, así como el pasaje entre ambos, es uno de los temas preferidos del realizador japonés Mamoru Hosoda. Podemos citar como ejemplos, entre sus films de animación más conocidos en esta esquina del mundo, Summer Wars (2009) y su mundo virtual al que se accede por medio de un avatar o El niño y la bestia (2015) con su mundo fantástico al que se accede de la mano de uno de sus también fantásticos habitantes que pueden pasar fácilmente de uno a otro. En el caso de Belle, ese otro mundo es, al igual que en Summer Wars, un mundo virtual que en este caso se llama simplemente U, una experiencia inmersiva creada por una megacorporación cuyos dueños-creadores-administradores responden al sugestivo apelativo de Las Voces y de los cuales sabemos prácticamente nada. La protagonista, Suzu, es una adolescente tímida que perdió a su madre de niña cuando ésta se arrojó al río a rescatar a un niño que se estaba ahogando. Episodio que ella presenció y que, lógicamente, le dejó un trauma indeleble. Suzu tiene problemas para socializar y, tras el impulso de su mejor amiga que la invita de manera más o menos compulsiva a crearse una cuenta en U, se introduce con una nueva y secreta identidad en la arena virtual. Los avatares con los cuales uno se presenta en U tienen la cualidad de ser personalizados pero no electivos. El programa crea una identidad y una apariencia en base a un perfil que toma de una foto y, de una manera que tiene más de mágica que de tecnológica, construye el personaje tomando algo del alma o la esencia del usuario. El que le toca a Suzu es Belle, una joven estrella pop de largo cabello rosa y magnética presencia, que comparte con Suzu la voz y las pecas. Suzu ama cantar y tiene talento para ello, pero después de la muerte de su madre ya no es capaz de cantar en público. El anonimato asegurado en U le permite hacerlo protegida por su nueva y secreta identidad. Actuando como Belle Suzu no solo recupera su capacidad de cantar sino que se convierte rápidamente en un fenómeno global, con lo cual se gana el amor y adoración de millones y también el odio y la envidia de otros tantos. En medio de una de sus presentaciones irrumpe El Dragón, una criatura gigantesca, irascible y peluda, perseguida por un grupo de vigilantes dentro del mundo U, reemplazo contemporáneo de la turba enfurecida. A pesar de su carácter y apariencia, Belle se conmueve y siente simpatía por El Dragón ya que percibe en él un alma doliente como la suya y, después de los iniciales rechazos, se construye un lazo entre ambos. Belle es una nueva adaptación de La Bella y la Bestia, un cuento tradicional que cuenta con varias y célebres versiones cinematográficas desde la clásica de Jean Cocteau en 1946 a la popular película animada de Disney en 1991, pasando por la oscura y terrorífica versión checa de Juraj Herz en 1978 no apta para niños impresionables. Belle es la versión para la era del ciberespacio, al punto que varios medios la calificaron como una cruza del cuento tradicional con The Matrix. Pero si en un punto el film de Hosoda sigue la línea narrativa del cuento adaptada al nuevo contexto, y hasta se permite un homenaje escenográfico a la versión de Disney, cuando creemos prever lo que va a pasar, da un giro, una vuelta de tuerca que reenvía el relato hacia un lugar diferente. Hosoda incluye temas universales que son además recurrentes en su obra como el duelo, la familia, el amor, la amistad, el crecimiento en medio de las dificultades y los problemas para encajar dentro de un mundo hostil. Suzu es uno de esos personajes sensibles, heridos y desamparados que son frecuentes en sus películas. Pero lo que el nuevo contexto permite es incluir otros temas más actuales que tienen que ver con la relación muchas veces tóxica que tenemos con las redes, como la fama instantánea, la agresión anónima, el Backlash y los justicieros del teclado, personificados aquí en esa suerte de grupo parapolicial autonombrado como guardián del orden en ese espacio que se supone libre. También está de algún modo la ubicua presencia de las corporaciones que, de todos modos, no tiene aquí un gran desarrollo en la misteriosa entidad de Las Voces, pese a que Hosoda ha comparado a U con gigantes del negocio virtual como Google, Apple, Facebook o Amazon. Hosoda no suele ser sutil a la hora de dar mensajes y bajar línea pero aquí se permite insinuar algunas cosas interesantes como que los conflictos que se expresan en ese mundo virtual provienen y sólo pueden resolverse finalmente en el mundo real. Lo que hace que Belle realmente valga la pena es que se trata de una experiencia visual fascinante donde todo el tiempo las imágenes capturan el ojo del espectador en ambos mundos retratados. El mundo real con su presentación hiperrealista y el mundo virtual como un espacio brillante y barroco que deslumbra con sus detalles, su diseño de escenarios, de personajes y vestuario. Los fanáticos del J-Pop tendrán también lo suyo con las canciones interpretadas por la protagonista. Este universo estético exuberante y seductor es el que puso a Hosoda en el panteón junto a otros grandes del anime como Hayao Miyazaki, Katsuhiro Otomo o Satoshi Kon, y hacen también que el estreno de uno de sus films sea un bienvenido acontecimiento. BELLE Ryū to Sobakasu no Hime. Japón, 2021. Dirección y guión: Mamoru Hosoda. Voces: Kaho Nakamura, Ryô Narita, Shôta Sometani, Tina Tamashiro. Música: Taisei Iwasaki, Yûta Bandoh, Ludvig Forssell. Duración: 122 minutos
Rodrigo (Nahuel Perez Biscayart) es un joven de unos treinta y pico. Tiene un look levemente desaliñando, va a recitales de rock y fuma marihuana. Se comporta y parece un joven urbano y moderno pero es un patrón de estancia. Aunque no parezca uno, aunque no quiera parecer uno ni comportarse como uno. Pero es lo que es. Rodrigo junto a su padre (Jean Pierre Noher) poseen un campo al norte de Uruguay al borde de la frontera con Brasil donde cultivan soja y crían caballos. Rodrigo además está casado y tiene un hijo recién nacido que parece haber nacido con problemas de salud, un síndrome del que no sabemos mucho y del que nos enteramos en una primera y enigmática escena donde una mujer le está haciendo al bebé una suerte de análisis-diagnóstico que linda con lo ritual. Carlos (Cristán Borges) es más joven que Rodrigo y es peón de campo. Y tiene toda la apariencia de serlo, ahí no hay lugar para confusiones. Es hijo de un ex empleado de Rodrigo y su padre y hace todo tipo de trabajos en el campo para sobrevivir, sobre todo ahora que tiene una pequeña hija que mantener. A Carlos además le gustan los caballos, le gusta montar, le gusta correr, y sueña con participar en una próxima carrera en un pueblo cercano aunque no tiene un caballo propio para inscribirse. Los destinos de ambos se cruzan en el momento en Rodrigo está buscando tractoristas para trabajar en su campo. La mano de obra es escasa y Rodrigo emplea a Carlos pese a que no tiene libreta para conducir tractores. Rodrigo no se siente cómodo en el ejercicio del poder, aunque efectivamente lo ejerce, y procura en el trato borrar las diferencias. Hasta que un accidente que termina en tragedia con la muerte de la pequeña hija de Carlos viene a complejizar toda la trama de relaciones entre ambos jóvenes y su familias. Se forma allí un vínculo extraño, más o menos cercano, más o menos amistoso, más o menos cómplice, pero donde se percibe algo sutilmente turbio. El empleado y el patrón es el tercer largometraje de Manuel Nieto Zas, cuyo primer film, La perrera (2006) fue una de las revelaciones del Nuevo Cine Uruguayo junto con otros films de esa camada como 25 Watts(2001) de Pablo Stoll y Juan Pablo Rebella o Acné(2008) de Federico Veiroj, con los cuales coincidía en sus jóvenes protagonistas perdedores. El empleado…comparte con este primer film de Nieto Zas y con el segundo, El lugar del hijo (2015), algunos temas comunes: el crecimiento, la responsabilidad, la herencia, ser padre, ser hijo, los mandatos, los roles impuestos y también las relaciones (y los conflictos) de clase. Lo que la tragedia que sucede en el film pone en evidencia es que hay algo estructural siempre presente bajo las apariencias, una desigualdad que las presuntas complicidades, el trato amistoso y los buenos modales apenas disimulan pero no pueden borrar. La horizontalidad del trato es solo aparente y el film lo explícita ya desde su título, hay un empleado y hay un patrón, y no son iguales. Y esto es así a pesar de las buenas intenciones. Rodrigo, que desde un principio tiene una actitud culposa respecto de su rol, no parece estar fingiendo y, si bien en parte le conviene acompañar a Carlos, también parece por momentos sentir por él una empatía verdadera, aunque la relación ya está enrarecida más allá de la voluntad de sus actores. Los personajes que presenta Nieto Zas son complejos, ambiguos. Ninguno es héroe o villano. Tienen sus razones, sus debilidades y también sus determinaciones, de las que quieren escapar aunque no siempre es posible. Y ambos protagonistas tienen actitudes por lo menos discutibles después de la tragedia. Carlos aprovecha la ventaja y cierto flanco débil que presentan sus patrones para conseguir un buen caballo para la carrera. Rodrigo decide ayudar a la familia de Carlos y conceder su pedido en parte por su conciencia culpable y también por lo que su padre expresa de manera más práctica y hasta cínica: ante una posible demanda, “mejor tenerlos cerca”. Lo que se despliega es una lucha de clases asordinada, camuflada entre sonrisas y muestras solidarias, pero donde juegan la venganza y la conveniencia. El empleado… es una película claramente política sin hacer subrayados ni bajadas de línea evidentes. El de Nieto Zas es además un film pertinente en estos tiempos de patronales que pretenden maquillar la explotación con discursos amigables e imágenes descontracturadas. Lo que se pone de manifiesto es un sistema básicamente injusto que sigue ahí detrás de los buenos modales, del trato cordial y también de la fachada moderna y cool. EL EMPLEADO Y EL PATRÓN El empleado y el patrón. Uruguay/Brasil/Argentina/Francia, 2021. Dirección: Manuel Nieto Zas. Intérpretes: Nahuel Pérez Biscayart, Cristian Borges, Justina Bustos, Fátima Quintanilla, Jean Pierre Noher. Guión: Manuel Nieto Zas. Fotografía: Arauco Hernández Holz. Música: Holocausto Vegetal & Buenos Muchachos. Montaje: Pablo Riera. Duración: 106 minutos.
Con el cambio de milenio se produjo un boom del cine de terror oriental. La primera oleada vino de Japón, y por eso la primera etiqueta al uso fue la de J-Horror, pero pronto empezaron a llegar a occidente películas de Corea del Sur, Tailandia o Singapur que, aún en su diversidad tenían puntos en común ya que trabajaban mayormente con la vertiente sobrenatural y el subgénero de fantasmas. Sadako y Kayako, los espectros principales de The Ring (1998) y Ju-On (2000) respectivamente, pálidos, quebradizos y pelilargos, dieron forma a la estética a seguir. ¿Y en el caso de China? También aportaron sus exponentes Taiwan y sobre todo Hong Kong, con El ojo (2002) de los hermanos Pang como uno de los más reconocidos que participaron de ese modelo predominante. La República Popular China, por el contrario, no tuvo exponentes de importancia (si es que acaso tuvo alguno) y eso se debe en buena medida a la bajada de línea del gobierno chino que desalienta, cuando no directamente prohíbe, entre otras cosas la fantasía y lo sobrenatural para no alentar las “supersticiones feudales”. Suena hasta gracioso, pero al fin y al cabo la historia universal de la censura ofrece ejemplos abundantes en el terreno del ridículo. Dado este contexto parecía bastante sorprendente el anuncio de que una nueva entrega de El aro (o The Ring, tal su título internacional), la película de Hideo Nakata que dio el puntapié inicial del boom, llegase precisamente de un lugar donde lo sobrenatural es mala palabra a nivel oficial. Pero como los misterios fantásticos suelen tener explicaciones naturales en muchas películas malas, en este caso la solución del enigma es de lo más pedestre. El aro, la resurrección poco y nada tiene que ver con The Ring original. No es una secuela, ni una precuela, ni una remake, ni un reboot (todas manifestaciones que el original nipón ya tuvo). Al mero alcance de nombres (el título internacional se traduciría como El peligroso aro de Internet) se le suma la participación del realizador japonés Norio Tsuruta, director de Ring 0: Birthday (2000), precuela, esta sí oficial, del primer film. No mucho más. La trama, adaptación de una novela del escritor chino Ma Boyong, coloca a una pareja de estudiantes en la resolución de unas misteriosas muertes que parecen producirse luego de que las víctimas leen una novela web donde cada muerte se corresponde a la que se describe en un último capítulo que se va actualizando periódicamente. No parece muy aterrador cuando se lo describe y tampoco lo es en pantalla, como suele suceder en la mayoría de los exponentes del Cyber Horror, es decir el terror basado en la tecnología. Como excepciones podemos mencionar la original The Ring, Kairo (2001) de Kiyoshi Kurosawa o más recientemente Host (2020). Los ejemplos de fracaso sobran. Tsuruta deja bien en claro que este es un trabajo de encargo y entrega la puesta en escena más rutinaria y desganada posible, haciendo un uso descarado de los clichés del J-Horror (empezando por el infaltable fantasma femenino de pelo largo) y desplegando un relato que en principio es más o menos de manual y en su transcurso se va haciendo cada vez más inconsistente, con un desenlace que no por explicable en los términos ya expuestos deja de ser desconcertante en su torpeza y hasta su moraleja final. Decepcionante para el público en general y para cualquier fan del terror en particular, es inevitable la pregunta de por qué hicieron esto. Quizás la respuesta esté simplemente en las intenciones declaradas de advertir acerca de “los peligros de la adicción a internet” y la recomendación de hacer de esta “un lugar mejor”. Aunque parezca ridículo. Porque quizás este resultado risible dé la clave de cuál podría ser para un producto de este tipo un destino alternativo al descarte: el consumo irónico. EL ARO: RESURRECCIÓN The Perilous Internet Ring. China. 2020 Dirección: Norio Tsuruta. Intérpretes: Meng-Po, FuMu-Si, NiYihan Sun. Guión: Yang Yang, Norio Tsuruta , Ji Jialing, Wu Yuyao, Sun Ying, sobre la novela She Died On QQ de Ma Boyong. Fotografía: Kanda Hajime. Montaje: Sunaga Hiroshi. Música: Obata Takahiro, Okawara Masaru. Dirección de Arte: Li Jia. Duración: 95 minutos
Dos desconocidos en un lugar extraño, juntos por un breve lapso y unidos por la casualidad. Tal es la premisa. Lucía y Horacio coinciden la última noche del año en un hotel en Puerto Iguazú. No están ahí por propia voluntad sino porque, por culpa de una tormenta, los aviones que los transportaban a sus respectivos destinos tienen que hacer en esa ciudad una parada forzosa y reprogramar la continuación del viaje para el día siguiente. Tras un encuentro y una charla casual en el bar del hotel y de haber hecho algún tipo de conexión, deciden pasar juntos la noche de Año Nuevo. El hecho de tratarse de perfectos extraños lejos de sus casas y la probabilidad de que no vuelvan a encontrarse, es la excusa para un juego que Horacio le propone a Lucia y ella acepta: durante esa noche todo lo que se digan será verdad, después de todo, no habrá consecuencias. O eso creen ellos. Lucia y Horacio están interpretados por Emilia Attias y el “Turco” Naim Sibara, que además son una pareja conocida en la vida real y aquí demuestran que tienen química también en la pantalla. El realizador Luis Hitoshi Díaz (Hoy, Hérxs del 88) y la guionista Laura Gargarella (Motivos para no enamorarse, Verdades verdaderas, la vida de Estela; Invisible) sitúan su historia y sus personajes en ese no lugar fuera de tiempo, como en un instante de vida suspendida. Siendo el entorno y el otro algo tan ajeno a ellos, a su vida cotidiana, que paradójicamente les ofrece la oportunidad de ser ellos mismos. En este caso los protagonistas están pasando por un momento personal de crisis, de pareja y de vida, y la circunstancia en que el azar o el destino los colocó es también la oportunidad para la catarsis. El riesgo, claro, es que eso que les parece inofensivo en realidad no lo sea tanto. El interés está entonces en aquello que los protagonistas puedan revelar de sí mismos y abrirse al otro y en qué medida evoluciona ese vínculo que arranca de cero pero inevitablemente se va convirtiendo en otra cosa. El film remite a la propuesta de Antes del amanecer (1995) y también en buena medida a la de Perdidos en Tokio (2003). Pero si ambos ejemplos lo que se destacaba y los hacía disfrutables era la frescura, el humor y el desenfado, en Una sola noche gana la solemnidad que se despliega en pretenciosas parrafadas acerca de la vida, el amor o el destino que los personajes van soltando mientras se van desplazando de un ambiente al otro del hotel. Si el encuentro de los protagonistas arranca con liviandad y un duelo verbal donde ambos se van midiendo, a medida que avanzan la noche y las confesiones, el tono se va volviendo cada vez más grave y con una buena dosis de afectación. La química entre Attias y Sibara es la que logra mantener por un tiempo el interés, pero esta por sí sola no alcanza. La tensión amorosa que se insinúa al principio se va diluyendo, la premisa presuntamente ingeniosa se agota rápidamente y el film naufraga en un intento de trascendencia insostenible. UNA SOLA NOCHE Una sola noche. Argentina, 2021. Dirección: Luis Hitoshi Díaz. Intérpretes: Emilia Attias, Naim Sibara. Guión: María Laura Gargarella. Fotografía: Federico Frazer. Música: Iván Rusansky, Daniel Ortega, Fabián “Zorrito” Quinteiro. Montaje: Mariana Durán. Producción: Hugo Castro Fau. Dirección de Producción: Alejandro de Benedetti. Jefe de Producción: Sebastián Sires. Duración: 74 minutos.
David es un adolescente y su pasaje por esa etapa es en parte como la de muchos otros. Es inseguro, está buscando su identidad y en buena medida se apoya en sus grupos de pertenencia para tratar de construirla. Pero hay otra parte de su vida que se parece muy poco a la de los otros chicos de su edad. David entrena todos los días de forma rigurosa y exigente y se ha construido un cuerpo de fisicoculturista que mantiene y perfecciona bajo la mirada atenta de su entrenador y de Juana, su madre. Se podría decir que David está obsesionado por su físico y un ideal de perfección y no se estaría del todo errado. Pero habría que añadir que, por sobre todo, es su madre la que está obsesionada con ese cuerpo, el de su hijo, y es bajo su tutela que la transformación de David se está llevando a cabo, siendo ella la que supervisa los avances y sanciona los retrocesos y las conductas que puedan apartarlo del objetivo. Juana es artista plástica y está preparando una exposición en la cual su hijo, o su cuerpo para ser más precisos, es el elemento principal. Y es por esto que vigila menos con preocupación de madre (o lo que uno supone que esto pueda llegar a ser) y más con rigor profesional y la actitud posesiva de quien considera que ese adolescente le pertenece y por ende le caben todos los derechos y la justifican para una exigencia desmedida. Donde otros pueden ver crueldad, ella ve precisión y disciplina, y en ese camino cualquier desvío es señal de debilidad. David acata como puede ese mandato con las inevitables y cada vez más notorias consecuencias sobre su cuerpo y su mente. En su primer largometraje, Felipe Gómez Aparicio aborda un tema y un ámbito poco transitado en el cine argentino, y lo hace con una historia que sin ser autobiográfica tiene bastante de personal, ya que según el mismo realizador declara, él mismo sintió en su adolescencia una presión similar a la de su protagonista, en su caso en el ambiente del rugby y en un contexto de clase media alta que es también en el que David se mueve. La elección de ubicar el relato en el ambiente del fisicoculturismo (y también del arte) puede ir en el sentido de establecer con más fuerza la búsqueda del ideal de perfección que es el ideal de belleza física establecida y hegemónica. Es por eso que tampoco suena casual la coincidencia del nombre del protagonista con la del célebre David de Miguel Ángel, modelo a su vez de perfección para la cultura occidental. Pero sobre todo El perfecto David es una película sobre los mandatos, sobre padres que devoran a sus hijos (otra referencia clásica), o en este caso una madre que en su voluntad de usar a su hijo como materia prima, lo convierte conscientemente en objeto y no advierte, o no le importa, que esto puede arrasar con la subjetividad del joven. En esta relación extraña y por momentos bizarra son fundamentales las interpretaciones de su dúo protagónico. Umbra Colombo se pone en la piel de una mujer pragmática, hierática y hasta despiadada y que en la manera de relacionarse con su hijo puede ser distante y asfixiante al mismo tiempo. Mauricio Di Yorio, en su debut en el cine, personifica a este David tironeado cuya presencia física imponente contrasta con su rostro aniñado, su timidez, su constante sentimiento de inadecuación y su vulnerabilidad. En este vínculo pocos momentos hay de ternura o calidez y sí unos cuantos de aridez, incomodidad o apatía. Y si hay algo que se siente en falta en el film es que este vínculo que se nos presenta ya dado no se explore un poco más en su historia y sus motivaciones. Gómez Aparicio acompaña este relato de demanda y desapego con una puesta sobria, una estética de colores fríos y ambientes en penumbra, y un clima de tensión contenida y sentimientos reprimidos esperando estallar. Y si bien el camino en que David se embarca para complacer a su madre lo termina convirtiendo a él mismo en agente de un mandato tóxico y autodestructivo, el ambiente del fisicoculturismo es mostrado, sin embargo, como el más parecido a una familia que encuentra y donde quizás algo de su subjetividad y su deseo pueda respirar y abrirse paso. EL PERFECTO DAVID El perfecto David. Argentina, Uruguay. 2021 Dirección: Felipe Gomez Aparicio. Intérpretes: Mauricio Di Yorio, Umbra Colombo, Diego Starosta, Pablo Staffolarini, José Luis Sain. Guión: Leandro Custo, Felipe Gomez Aparicio. Fotografía: Adolpho Veloso. Edición: Federico Peretti. Producción: Martín Cuinat, Felipe Gomez Aparicio, Pablo Ingercher Casas, Ramiro Pavon, Fiona Pittaluga, Nicolás Pérez Veiga. Producción ejecutiva: Hebe Tabachnik. Duración: 75 minutos
Sonia (Jorgelina Aruzzi) y Roberto (Roberto Moldavsky) son un matrimonio en descomposición. Roberto, un exitoso publicista y director cinematográfico es la encarnación de casi todo lo que las corrientes feministas repudian: es machista, soberbio, sobrador, adúltero, mentiroso y vano. En su relación con su esposa de manera continua la desdeña, desvaloriza su trabajo de fotógrafa profesional tratándola como una amateur, la crítica por cualquier nimiedad y la culpabiliza de todos sus problemas. Sonia no se queda atrás en su airada reacción, harta de un comportamiento que se arrastra desde hace años y que hace que a esta altura el vínculo ya no pueda sostenerse. El permanente combate verbal entre ambos tiene un fin previsible y seguramente el más saludable: la separación. Un par de años después, en plena negociación para la separación de bienes, Roberto sufre un accidente del cual Sonia es en buena parte responsable. En su convalecencia Roberto necesita quien lo cuide y será paradójicamente su ex quien tenga que hacerse cargo de la tarea, forzando una nueva convivencia. Este escenario desata una serie de situaciones incómodas y explosivas y es la oportunidad para seguir renovando el conflicto pero también para que resurjan otros sentimientos. Dentro de una filmografía bastante ecléctica que incluye entre otras muestras Desmadre, fragmentos de una relación (2017) un interesante y muy fresco documental en primera persona, Ex casados es de alguna manera un regreso de Sabrina Farji a la comedia romántica en la que había incursionado en su primer largometraje Cuando ella saltó (2007) ahora con protagonistas de más edad, de otra clase y con una apuesta estética diferente. Roberto y Sonia son un matrimonio de mediana edad (aunque a esta altura el término mediana edad debería revisarse), de clase acomodada, que viven en un lujoso departamento, van a exclusivos restaurantes y en la separación de bienes tienen para dividir unas cuantas propiedades entre las que se cuentan la Productora que él comparte con su socio y unos viñedos que ambos poseen en La Rioja y que van terminar visitando en el último tramo de la película como para que esta se de en un entorno idílico. Este deambular de los protagonistas del film por ambientes lujosos y presuntamente sofisticados y al final una incursión en el paisajismo turístico, le dan al film una impronta publicitaria que puede ser coherente con la profesión de Roberto, pero que también lo vuelve más artificial y lo emparentan con un tipo de comedia romántica convencional, de una estética demasiado transitada que le debe más a la televisión y a un cine de hace dos o tres décadas. Eso no quiere decir que como comedia Ex casados no funcione. El film se deja ver con cierta gracia y liviandad, los diálogos escritos por Farji y Daniel Guebel son filosos e ingeniosos y el reparto hace lo suyo con efectividad. Se trata, eso sí, de una comedia romántica de manual, sin riesgo y con unos cuantos elementos reconocibles y repetidos como para entrar en la categoría de clichés: Al separarse Roberto se pone de novio con una actriz joven y frívola mientras Sonia hace lo propio con el abogado que le lleva la causa de los bienes y que también es más joven que ella, los personajes son en su mayoría unidimensionales, de lo cual la actriz superficial interpretada por Liz Solari todo el tiempo enganchada a las redes sociales y al exhibicionismo mediático es el ejemplo más evidente. Y no, no se trata de un comentario irónico sobre los lugares comunes del género, son lugares comunes nomas. La ironía está ausente. Este tratamiento no haría tanto ruido sino fuera porque además contrasta con otras intenciones para el film que pretenden hacerlo entrar en un contexto contemporáneo, incluyendo las corrientes de empoderamiento femenino y el cuestionamiento de una masculinidad tóxica que el relato explicita. Roberto es un macho de los de antes (un machirulo para el caso), que desvaloriza a las mujeres a quien ve como objetos de su satisfacción personal hasta que Sonia se harta de él y se libra de su opresión y destrato. En algún momento, viendo que su comportamiento no le ha traído muchos beneficios, Roberto pretenderá deconstruirse, aunque no sepa ni cómo eso se pronuncia. Pero esta inclusión en el film de elementos contemporáneos es solo declarada. Su modernidad es temática pero en un planteo añejo tirando a rancio. Ahí está su paradoja, en lo temático quiere ser actual, en lo formal atrasa. EX CASADOS Ex casados. Argentina, 2021. Dirección: Sabrina Farji. Intérpretes: Jorgelina Aruzzi, Roberto Moldavsky, Celina Font, Martín Campilongo, Michel Noher, Liz Solari, Gabriel Corrado. Guión: Sabrina Farji, Daniel Guebel. Fotografía: Hugo Colace. Música: Gustavo Pomeranec. Edición: Jimena Garcia Molt. Sonido: Mariana Delgado. Dirección de Arte: Augusto Latorraca. Producción Ejecutiva: Maria Vacas. Duración: 98 minutos.
Liam Neeson regresa como héroe de acción. Una veta en su carrera a la que ya se había aproximado en Star wars: Episodio I (1999) o Batman inicia (2005), o incluso ya desde Darkman (1990), pero que empezó a explotar de manera recurrente desde Búsqueda implacable (2008), un film que fue lo suficientemente exitoso como para generar dos secuelas y establecer a quien saltó a la fama mundial por La lista de Schindler (1993) como el action hero maduro que puede competirle en su terreno a un Bruce Willis con películas como El pasajero (2018), Venganza (2019) o El protector (2021). Este giro pasó hace ya tiempo y por eso ya no nos sorprende ver a Neeson en un proyecto como Riesgo bajo cero, un thriller de acción y supervivencia frente a la naturaleza, algo que Neeson ya había hecho en Un día para sobrevivir (2011) con entorno similar. La acción arranca con una explosión en una mina en una región aislada al norte de Canadá. Como consecuencia de la misma, un grupo de mineros queda atrapado, algunos de ellos heridos, y es cuestión de unas cuantas horas para que se queden sin oxígeno. El urgente rescate requiere maquinaria pesada que hay que traer por rutas inhóspitas y peligrosas. Para transportar ese equipamiento es contratado Mike McCann (Liam Neeson), un camionero honesto pero de pocas pulgas, que acaba de ser despedido por defender a las piñas a su hermano Gurty (Marcus Thomas). Gurty es un tipo retraído que a primera vista parece estar dentro del espectro autista pero en realidad es un veterano de guerra con Trastorno de Estrés Post Traumático y además de co-piloto es un prodigio de la mecánica (sí, parece un cliché y lo es). Ambos hermanos junto a un reducido equipo que viaja en tres camiones salen a las rutas que son básicamente caminos de hielo trazados sobre la superficie congelada de varios lagos. El problema es que está llegando la primavera y el hielo ya no es tan estable, los vehículos son pesados y un movimiento en falso puede quebrar el hielo y tragarse a los camiones y su carga, incluida la humana. En parte la propuesta remite a un clásico como El salario del miedo (1953), donde los sinuosos caminos tropicales y la posibilidad de volar por los aires gracias a una carga de nitroglicerina se reemplazan por frágiles caminos polares y la posibilidad de hundirse irremediablemente en aguas heladas. En ambos casos está presente la lucha contra la naturaleza como ante las propias debilidades. La premisa inicial parece interesante a pesar de un tosco planteo de personajes y los primeros obstáculos que plantea el terreno prometen nervio y tensión. Sin embargo, este planteo inicial no parece ser suficiente para el realizador y guionista Jonathan Hensleigh, director y escritor de The Punisher (2004) y guionista de blockbusters como Duro de matar 3 (1995), Jumanji (1995), El santo (1997) o Armageddon (1998). Así es como introduce un giro que redirecciona el film hacia el campo de la acción más obvia. La necesidad de ocultar cierta información en torno a las causas del accidente hace que nuestros rescatistas no tengan solo al territorio hostil como antagonista sino a quienes van a intentar interrumpir su viaje por cualquier medio para que la carga se quede en el camino y si es posible también quienes la transportan. Lejos de ganar complejidad con este añadido, el relato pierde interés y se banaliza. Lo que al principio pintaba como una road movie sobre terreno difícil, con la lucha contra una naturaleza imponente e impiadosa, se transforma en un thriller convencional. La naturaleza es apenas un fondo que cada tanto ofrece algún desafío, pero pierde cada vez más protagonismo en manos de unos perseguidores bastante pedestres, y así termina de desaparecer el poco vuelo que la premisa inicial prometía hundido entre las piñas, los tiros, las persecuciones y las explosiones digitales. RIESGO BAJO CERO The Ice Road. Estados Unidos. 2021 Dirección: Jonathan Hensleigh. Intérpretes: Liam Neeson, Laurence Fishburne, Amber Midthunder, Holt McCallany, Matt McCoy. Guión: Jonathan Hensleigh. Fotografía: Marcus James, Tom Stern. Música: Max Aruj. Edición: Douglas Crise. Diseño de Producción: Arvinder Greywal. Dirección de Arte: David Best. Duración: 109 minutos.