“Gilda” entre real y ficcional que conformará a sus fieles • UN BUEN ELENCO, LIDERADO POR NATALIA OREIRO, ANIMA LA IDEALIZADA BIOGRAFÍA DE LA CANTANTE La película de Lorena Muñoz es un producto realizado profesionalmente y con buenos actores, aunque al guión le falta profundidad y le sobra maniqueísmo. "Basada en hechos reales", informa esta película que, a manera de exaltación de la cantante a 20 años de su trágica muerte, tiene a Natalia Oreiro como estrella casi excluyente. Y esa afirmación, que pone al film entre la ficción y la realidad, en el formato "biopic" a la que la directora Lorena Muñoz se acerca aquí muy ficcionado- desde su experiencia con el documental. El guión (Muñoz y Tamara Viñes) no es precisamente el fuerte de este film: en un tono maniqueo impuesto desde el inicio, todo sucede como en un comic, en el que los buenos sólo hacen bondades y los malos son temibles e irredimibles. Se exponen muchos temas. Las contradicciones de la verdadera Myriam Alejandra Bianchi (Gilda) entre la maestra jardinera que fue, la chica de clase media barrial, su matrimonio, su madre, su familia, la relación con su padre (con un desopilante Daniel Melingo en ese rol) y sus ambiciones de triunfar en un ambiente que en parte le era ajeno. Los amores de sus hombres: esposo (muy bien Lautaro Delgado) y pianista/amante Toti Giménez (Javier Drolas) con quien tiene una relación raramente poco erótica. Los productores que, de tan malos son directamente caricaturas; aún con la excelente actuación de Roly Serrano en el papel de un repugnante y violento rey de la bailanta. La idolatría popular que la convirtió en una santa pagana. La lucha de Myriam/Gilda frente a un medio que no conocía y que no se la hizo fácil. La aceptación y el éxito, finalmente. Pero todo está surfeado. Todo se sugiere, se aboceta, pero no se profundiza. Todo se confunde entre la realidad y lo ficcional. Todo tiene el fin de poner a Oreiro mucho tiempo en escena, que se escuchen las canciones (no siempre completas) que pronto tendrán también un disco exitoso. Sobran los golpes bajos, las cámaras ralentadas y las situaciones inverosímiles. Si se lo piensa comercialmente, "Gilda, no me arrepiento de este amor" es seguramente un buen producto, realizado profesionalmente, con una Oreiro omnipresente que cumple como cantante pero que actoralmente no logra jamás dejar de ser ella misma. Aparece la joven actriz Ángela Torres para sumar público televisivo. Hay un guión pobre, algunas figuras exitosas y buenos actores que bancan la parada. Es probable que no falle en la taquilla. Misión cumplida.
Fascinante historia de amor con el tango como excusa y nexo Ésta es una película de tango; de la danza del tango; un documental sobre la vida en común, en lo artístico y en lo personal, de dos personas que ya superan los 80 años; la recreación ficcional de una Buenos Aires que ya no es; la mirada de familiares y bailarines del presente, que observan con algo de extrañeza y desde sus propias sensibilidades, una historia que por muchos momentos rompe con los cánones de la lógica. Y es, sobre todo, una película de amor y desamor, de encuentros y desencuentros, de acercamientos y rupturas, de dulzura y violencia entre una mujer y un hombre; con la particularidad de que todo sucede con y por el tango, algo que se escapa de todos los moldes. Juan Carlos Copes (84) y María Nieves Rego (81) fueron la pareja más famosa del género. Trabajaron juntos por 40 años. Fueron compañeros de vida en una gran parte de ese tiempo. Se necesitaron artísticamente y por eso prolongaron su sociedad en el escenario y en las giras aún cuando ya ni se dirigían la palabra. El bailarín armó una familia hace ya mucho. Ella, la bailarina, la que se sometió a los caprichos y los mandatos creativos de él (el cuadro de la mesa que fue todo un símbolo quizá sea el más llamativo al respecto), termina su vida sola. Los dos se respetan en lo profesional y saben que se fueron mutuamente imprescindibles. Los dos conservan una fuerte dosis de odio que quizá trasluce un amor nunca terminado del todo. Todas esas cosas están en este muy bello y emotivo film de Germán Kral, un argentino que se formó y vive en Alemania, que ha dedicado una parte significativa de su trabajo a hablar del tango, y que aquí contó con la producción ejecutiva de Win Wenders. Copes y María Nieves son los protagonistas excluyentes; aunque ella tiene muchos más minutos en la película, seguramente porque estuvo más dispuesta para el diálogo y las confesiones. Se sumaron Myriam, la esposa del bailarín, su hija bailarina Johana, y los bailarines y coreógrafos Pablo Verón, Alejandra Gutty, Juan Malizzia, Ayelén Álvarez Miño, etc., que hacen de ellos mismos en el presente o personificando a Juan y María de otras épocas. Y juegan un papel importante aunque de respetuoso segundo plano, las músicas de Luis Borda, el Sexteto Mayor (al que se ve en escena con la voz del Chino Laborde) y Gerd Baumann. En conclusión: "Un tango más" no es una película apta exclusivamente para amantes de la danza y la música rioplatenses, aunque éstas sean omnipresentes. Es en verdad un relato de vida, una fascinante historia de amor, un film romántico que tiene al tango como brillante excusa.
la emotiva intimidad de una gloria tanguera Esta es una película que tiene que ver muchísimo con la música y, en ese sentido, puede ser un buen plan para interesados en ver la parte constructiva del tango desde la mirada de una de las mayores figuras del género. Pero más claramente, es un film de amor filial entre dos personas muy particulares que muchas veces parecen tener vidas guionadas. Horacio Salgán, con 99 años excelentemente bien llevados, sigue siendo un gran pianista aunque hace rato que decidió dejar de tocar en público; ha sido un renovador, un compositor de los emblemáticos, un referente que ha atravesado épocas y trascendido largamente al tango. Su hijo César Salgán hizo una carrera de piloto en Fórmula Renault, y llegó a hacerse un lugar destacado en esa actividad. Padre e hijo estuvieron distanciados mucho tiempo por cuestiones que no están del todo claras en el relato, pero que ambos cuentan con absoluta naturalidad; incluso cuando por cuestiones de salud el padre tiene que irse a vivir durante un tiempo a la casa de su hijo. César conoció a su padre viendo televisión cuando tenía unos 9 años, porque fue ése el momento, y de ese modo, en que se lo contó su mamá. Desde pequeño tuvo interés por la música, originalmente por el bajo. Pero después llegó al piano y el reencuentro le pegó un sacudón tan grande que está en ese proceso de cambio de rumbo, aunque "yo soy mucho mejor piloto que pianista", dice. Nacida en EE.UU. y con ya larga residencia en nuestro país, la directora Caroline Neal se sintió atraída por esta historia y se dispuso a contarla en un largometraje. Le costó convencer a Horacio, pero finalmente lo logró y pudo meterse tanto en su intimidad como en los momentos públicos, en ensayos, giras, conversaciones íntimas donde se escuchan chistes viejos o intercambios de pura familiaridad. La película, concebida como un documental aunque no siga las reglas más convencionales al respecto, tiene una enorme emotividad. Todo es creíble. Todo sucede sin artificios. Es una película querible que puede arrancar una lágrima a más de uno. Es de vista obligada para los fanáticos de Salgán, por su arte y para conocerlo más en lo personal. Y es muy recomendable para ver de cerca una de las tantas maneras que existen de quererse, respetarse y llevar adelante la vida en los vínculos familiares.
Una calle luminosa, un documental de interés Familia de pianistas y vecinos de la Rue Bosquet, en Bruselas, donde viven muchos músicos y entre ellos varios pianistas de renombre internacional. Por allí circulan Lyl Tiempo (hija de Antonio De Raco y Elizabeth Westerkamp, y por tanto nieta artística de Vicente Scaramuzza), sus hijos Sergio Tiempo y la otrora niña prodigio Karin Lechner, su nieta adolescente y prodigio actual Natasha Binder y una nieta preescolar que aún no es música pero que parece destinada a serlo. Pero por allí viven también otros argentinos virtuosos, como los pianistas Alan Kwiek y Martha Argerich. La extrañeza de una calle tan particularmente nutrida dio pie a la crítica musical Sandra de la Fuente para pensar una película que partió de una buena idea: meterse, a manera de documental intencionadamente desprolijo, en la cotidianeidad de toda esa gente con amplia mayoría femenina. La calle del título es apenas una mención en el comienzo del film; la sorpresa que puede tener el espectador es el hecho de que todos se escuchen mutuamente mientras practican o ensayan; y que tengan además algo para decir. Y lo más atractivo ocurre cada vez que alguien dice "esa es Martha", o "Martha está en su casa", con la admiración que casi todos expresan hacia la ilustre argentina. Con esos elementos, entre los que se cuelan pequeñas rencillas familiares, una parte de una entrevista a Karin Lechner realizada en Radio Clásica por la propia De la Fuente, fragmentos de algunos de los diarios personales de la pianista, retazos de actuaciones en Europa y en la Argentina, la película transcurre sin mayores altibajos. Para espectadores no iniciados, no termina de ser claro el grado de parentesco, cuando lo hay, que une a los protagonistas. Todo circula centralmente en la relación artístico-filial de Karin y Natasha y el resto, aun Martha Argerich (cuya presencia es prácticamente un cameo; si hasta el contestador telefónico de su casa forma parte del asunto) son invitados especiales al banquete. Con partes cargadas de diálogos que pueden resultar algo tediosos, "La calle de los pianistas" tiene a la vez momentos de belleza estética muy altos, sobre todo cuando la cámara de Nante se atreve a salirse del encierro de las paredes de los domicilios y "caminar" un poquito por Bruselas. Y, claro, da gusto escuchar a esta gente tocando el piano en los recortes de los conciertos en vivo; salvo cuando la música que eligen es la de Piazzolla.
Viaje al interior de un músico atípico "Su realidad" es un juego de palabras, que puede significar cosas diferentes según se las lea unidas o por separado. Tan es así que en la traducción al inglés, se ha optado directamente por el vocablo "Surreality". Y el asunto viene perfectamente a cuento. Para quienes no saben de su existencia, vale decir que Daniel Melingo es un cantante, clarinetista, saxofonista, guitarrista y compositor que ha recorrido durante muchos años el mundo del rock y que ha sido socio artístico de músicos como Charly García, Pipo Cipolatti, Fabiana Cantilo o Andrés Calamaro, y parte fundamental de grupos como Los Abuelos de la Nada o Los Twist. Pero desde hace unos años, se ha volcado al tango. Partió de un lenguaje cercano al del cantor tradicional al estilo Edmundo Rivero y terminó virando hacia un modo "performance" que tiene mucho de teatral. En este rubro le ha ido para nada mal, ni aquí ni en el exterior; y son habituales sus giras por ciudades europeas que lo acogen de buen agrado. Sin embargo, Daniel Melingo es también un personaje, alguien que no cumple con los mandatos del artista internacional convencional. En tal caso, su "máscara" tiene más que ver con el artista bohemio y romántico, que se muestra poco interesado por las formas y la elegancia, y al que le gusta jugar en ciertos límites aunque sin caerse nunca del todo. Precisamente, esas características del personaje es lo que quiso y logró rescatar el director Mariano Galperín "1000 bumerangs", "Futuro perfecto", "100 tragedias", entre una decena de películas-; partiendo de la realidad pero sin atarse a ella. En esta suerte de documental falseado, se confunde lo real con lo ficcional. Aparecen Melingo, su manager y sus músicos en gira por Europa, aún actuando sobre distintos escenarios o en momentos de ensayo. Hay acciones en locaciones reales de Frankfurt, Buenos Aires, Bruselas, París, Londres o Atenas, aunque nadie se preocupa por explicar en cada caso donde se aloja la cámara. Hay también invitados haciendo de sí mismos en escenas guionadas, como Jaime Torres o el mencionado Calamaro; y también actores y músicos jugando papeles variados, como Miguel Zavaleta, Guillermo Pfening, Iván González, el propio Galperín y algunos más. Con muy buenas imágenes en blanco y negro, el film tiende por momentos a una morosidad y a una "oscuridad" estética que pueden alejar al espectador, pero jamás atraviesa esas líneas; y, de algún modo, se las arregla siempre para sostener el interés, aún cuando hay escenas algo estiradas. Pero, como contraparte, lo surrealista, el humor y hasta el disparate de algunas escenas, suelen llegar en los momentos justos, para divertir al público y hasta para arrancarle alguna carcajada. Por supuesto, la película será más del agrado de aquellos que conocen a Melingo y que entonces saben que mucho de lo que parece surreal no lo es tanto. Pero, a quienes estén dispuestos a meterse en el discurso del protagonista y director, la visión de "Su realidad" puede ser también una experiencia muy agradable.
Disquisiciones sobre el origen del tango No hay argentino ni uruguayo que puedan suponer que el tango nació en otra parte que en el Río de la Plata. Y hay estudios serios, ya de larga data, que dan cuenta de esa gestación en el siglo XIX a partir de una no tan lejana relación con la habanera cubana. A contrapelo del resto del mundo, muchos finlandeses están plenamente convencidos de que el recorrido fue otro; o sea que el género y su danza se formaron en su país y que fueron los viajes trasatlánticos los que terminaron depositándolo en nuestras tierras. Y entre ellos está, por caso, el director de cine Aki KaurismTMki, que aparece afirmándolo en el comienzo de este film. Esa teoría, disparatada para nosotros, es precisamente el punto de arranque de una película que puede ser perfectamente apta también para quienes tienen relativo interés por el tango. Entre el documental y la ficción, entre Buenos Aires y lugares remotos de Finlandia, con la cámara que se evidencia presente a ratos y que pretende desaparecer por otros, tres músicos argentinos cruzan el océano para intentar develar el misterio del origen y plantarse frente a lo que, en buena medida, consideran una vanidad absurda de los nórdicos. Los protagonistas son el guitarrista Diego "Dipi" Kvitko, el cantor Walter "Chino" Laborde y el bandoneonista Pablo Greco. Todos haciendo de sí mismos tienen diálogos que, de tan graciosos y redondos, dejan al espectador con la curiosidad por saber si fueron improvisados o guionados. No son actores, está claro. Pero es tal la frescura, la credibilidad que generan y lo picante de sus intervenciones, que se lucen en ese sentido; tanto cuando están solos en pequeñas tenidas filosófico/tangueras como cuando interactúan con músicos y cantores profesionales o amateurs, cuando se entrometen en los bailes populares o cuando tienen algunas escenas muy divertidas con personas aparentemente comunes y, otra vez, sin que quede claro cuánto de casualidad y cuánto de ficción preparada tienen esos momentos. La directora alemana Viviane Blumenschein es también la responsable de un guión que no tiene solidez narrativa. Hay imágenes bellas. Hay "sketches" muy bien logrados. La película se hace entretenida en la suma. Quizá le falte, sin embargo, una puntada en la edición final para redondear la idea que motivó esta coproducción trinacional.
Valiosa evocación de un hito cultural del Brasil La Tropicália o Tropicalismo fue un movimiento musical brasileño, de corta duración pero intenso en su significación histórica, que tuvo a Caetano Veloso y Gilberto Gil como las cabezas más visibles y populares. A fines de la década del 60, Latinoamérica tenía como eje la revolución social y el antinorteamericanismo. Amante del cine y la música de EE.UU., Caetano se resistía a lo que él consideraba un abordaje superficial del asunto. Pero además, veía en ciertas expresiones "modernas" del pop británico y norteamericano, en los postulados del hippismo, en las libertades sexuales nacientes de los países centrales, una vitalidad de la que parecían carecer los movimientos políticos de su país. A contrapelo de muchos, se sentía atraído por igual por las canciones y la expresividad de Roberto Carlos y por la herencia cultural africana, por la psicodelia y la bossa nova (la "música popular culta" en el Brasil de entonces), por el rock & roll y el fado portugués, por la televisión y el internacionalismo cultural por sobre el nacionalismo. Con algo menos de potencia de liderazgo, en aguas parecidas navegaban su hermana María Bethânia que sin embargo prefirió no sumarse al Tropicalismo-, Gil, Gal Costa, Tom Zé, Rita Lee, Arnaldo Baptista, Sérgio Días (estos tres últimos, integrantes de Os Mutantes) Nara Leão y Rogério Duprat, o los poetas Torquato Neto y José Capinan. Época culturalmente caliente, de búsquedas y dictaduras, fue el escenario que dio lugar precisamente a este movimiento aunque nunca terminó de gustarles ese concepto movimientista- que dejó marca en la historia musical de Brasil, que existió como tal entre 1967 y 1968, les valió el repudio por "entreguistas" de un buen sector del "bienpensantismo" y los artistas más ligados a los movimientos revolucionarios, dejó solamente un disco como tal: el colectivo "Tropicália ou Panis et Circencis", publicado en enero del 68, que contenía la canción de Caetano que dio nombre a todo, y que terminó, casi absurdamente, con la detención por dos meses y luego la expulsión hacia Londres de Caetano y Gil. De todo ese mundo, ya lejano, da cuenta este documental de Marcelo Machado, rebosante de imágenes de archivo, quietas y en movimiento, públicas o más privadas (como las del casamiento hippie y playero de Veloso), casi todas en blanco y negro. Hay, muy pocas opiniones actuales y desde la perspectiva histórica. En cambio, hay mucho material de época o más cercano en el tiempo, de muchos de los protagonistas o "actores de reparto" de este hito cultural. Y todo fue planteado desde una estética varias veces, coloreada" al estilo pop art- que busca ilustrar también desde lo formal sobre la época abordada. El film fue visto aquí en el BAFICI 2012 y ahora circulará solamente por salas no comerciales. No es una película apuntada a lo masivo; porque tampoco lo fue, en definitiva, el Tropicalismo. Pero es sin dudas un material valiosísimo, bien presentado, con mucho de desconocido, que regocijará de quienes se interesan por la historia musical brasileña.
Merecido homenaje al “padre de la chacarera”, Carlos Carabajal En agosto de 2006, a los 77 años, murió Carlos Carabajal, "el padre de la chacarera". Obvio es que no fue el inventor de un género que se ha convertido en emblema de una provincia. Pero este santiagueño, nacido en la ciudad de La Banda, uno de cinco hermanos -Cuty Carabajal entre ellos- y cabeza de una gran familia de músicos, fue el que le dio el gran impulso. Fue un enorme autor y compositor, recorrió muchos escenarios como cantor, y puso al género en el mapa grande del folklore argentino, ocupado antes casi exclusivamente por la zamba del noroeste. Su muerte produjo un importante vacío, y a poco de ocurrida, varios de sus descendientes se dieron a la tarea de homenajearlo, rescatando sus canciones -las conocidas y las no tanto-, chacareras y también muchas zambas. Con su hijo Peteco, sin dudas el más popular de la zaga, al frente del proyecto, se unieron para hacer una serie de conciertos que recorrieron muchos escenarios del país. Roxana, Graciela, Demi y algún otro integrante del clan, todos cantantes y ligados a Carabajal padre por diferentes lazos sanguíneos, fueron las otras caras visibles. Con la filmación de muchas horas de recitales, Peteco pensó que era además el momento de poner todo en una película. Se unió al director Miguel Miño,. y juntos construyeron un film que está a mitad de camino entre el documental y el tributo, entre el análisis musical y el entretenimiento, entre la realidad y la ficción. Pese al título, el eje de la película no está tanto en la chacarera como en la figura de don Carlos, que sobrevuela todo aunque aparezca relativamente poco en imágenes de archivo. En verdad, el homenaje se va construyendo a partir de opiniones variadas de historiadores y músicos, de fragmentos de los conciertos de la gira evocativa y de algunos momentos de ficción que son la parte más floja. Los temas que cruzan esa ficción son la "Salamanca" (el diablo), las dificultades sociales de los trabajadores rurales, los conflictos culturales, los sueños de triunfo con la guitarra y el canto, etcétera. Es entonces cuando fallan un grupo de personas, entre las que hay niños, que muestran su falta de entrenamiento para la actuación y que además tienen que decir -como escolares de primaria- textos muy estereotipados. Así como resultó, "Chacarera" es un producto excelente para quienes gustan de Peteco Carabajal y de sus parientes, quienes conocen la obra de Carlos y pueden corear sus canciones, y quienes disfrutan de ver la cocina de la construcción de un repertorio a partir de sentimientos muy profundos. Lo documental sobre la música y aún sobre la vida del homenajeado, queda más deslucido. Y lo ficcional merece un respetuoso olvido.
Emociona limpiamente el film que Mercedes Sosa se merecía Mercedes Sosa merecía su película, y llegó dos años y medio después de su muerte, de la mano de su único hijo Fabián Matus. Conocida en su faceta de cantante y de ciudadana comprometida en causas políticas y sociales, públicamente se sabe mucho menos respecto de sus cuestiones más íntimas. En ese sentido, este documental que es el debut como director de Rodrigo H. Vila, hasta ahora dedicado fundamentalmente a la producción, será sin dudas una experiencia muy valiosa, especialmente para los que admiraban a "la Negra" tucumana. El film tiene un formato de documental clásico. Se suceden las imágenes de archivo y los testimonios de amigos, músicos y parientes que fueron importantes en la carrera de la artista. Los materiales seleccionados son abundantes y, en varios casos muy raros aun para los conocedores profundos de la historia de la cantante. Hay montones de registros sonoros. También son muchas las personas que aportaron su palabra: Charly García, Fito Páez, David Byrne, los hermanos y nietos de Mercedes, amigos que la albergaron en su exilio francés, viejas amigas de Tucumán y Mendoza, Pablo Milanés, Chico Buarque, Julio Bocca, Abel Pintos, René Pérez, Teresa Parodi, Víctor Heredia, León Gieco, Isabel Parra, etcétera. Claro que podría haber más, y hasta podrían reclamarse algunas ausencias, pero viendo el armado final puede decirse que, los que están, dan buena cuenta de los aspectos más humanos de la artista homenajeada. El relato de la película está a cargo de la propia cantante y de su hijo Fabián. Se van repartiendo esa posta de contarnos una vida llena de vicisitudes personales, de experiencias dolorosas y emotivas, de exilios y retornos, de pobreza y gloria, de pérdidas y logros. Las palabras de Matus y de Mercedes, intercaladas con imágenes de archivo, van hilvanando así una historia en la que no hay manera de escapar a la emoción. El recuerdo de los dos hermanos, el llanto espontáneo de Pintos, la alegría de Fito Páez, el recuerdo cariñoso de Charly y tantos otros, son momentos de la película que golpean en lo más profundo del espectador pero que, inteligentemente, no llegan jamás al golpe bajo.