Rodrigo Demirjian registra el proceso de transición entre la vida y la muerte reflexionando sobre vínculos y “legados”. Tras su paso por BAFICI llega a los cines con su mirada severa sobre la paternidad y la herencia.
La ópera prima de Adriana Lestido se vale de la experiencia cinematográfica para hacernos reflexionar sobre el tiempo y el espacio, pero también sobre los lugares que habitamos y los que no. Visualmente única.
Fallido relato sobre el sello Casablanca que puso en órbita a grandes de la música de todos los tiempos. No funciona como homenaje, y menos como ejemplo de la búsqueda del sueño americano que intenta recorrer.
Por esos avatares del destino, esta propuesta, trillada, plagada de lugares comunes y chistes obvios, tiene a un protagonista, Sebastián Maniscalco, que no está a la altura del relato y mucho menos de sus compañeros. Robert De Niro, Kim Catrall y David Rasche hacen lo que pueden con un guion que se abusa de la copia en vez de buscar originalidad.
Intensa propuesta que adapta un cuento de Stephen King en donde uno de los miedos más profundos de los seres humanos, el miedo a la oscuridad, es reinventado a partir del relato de dos hermanas que mientras “duelan” a su madre deben lidiar con una visita bastante particular. Efectiva
María Laura Cali tuvo contacto con Sebastián Moro apenas horas antes de su asesinato. Conmovida por la sorpresiva noticia decidió construir un apasionante documental en el que se desnuda el detrás de escena de sus últimos días y cómo, cuando no, la censura marcó su trágico destino.
Marco Berger se supera. Para aquellos que entre bromas siempre hablan del “plano bulto” o se refieren a la reiteración de algunas temáticas en sus películas, en “Los Agitadores” potencia sus ideas con una precisa radiografía de jóvenes de una clase acomodada. Una casa veraniega. Las fiestas. Amigos. Música. Calor. Deseo. La narración de la propuesta avanza desandando los pasos de cada uno de los personajes, y, también, la tensión in crescendo entre tres de ellos, que, por lo que se va revelando, algo más que una amistad se esconde. Hay planos detalles, y también acompañamientos, que sirven para acentuar, justamente, las líneas que disparan el conflicto central de la película Con música, sábanas, agua, sol, Berger desnuda a un grupo de jóvenes, una “manada” que, entre juegos de seducción, alcohol y drogas, terminarán por reflejar, de una manera precisa e implacable, un estado de cosas inalterable. Aquello que la sociedad patriarcal determina, y que imposibilita la verdadera interacción entre sujetos, permite que Berger desarrolle una profunda reflexión sobre la construcción de la identidad masculina, en donde ser distinto Berger desnuda los cuerpos, los acerca, amucha, para demostrar que los disfraces, muchas veces, sirven, hasta cierto punto, de coraza, para, luego, abrir el juego hacia una verdad que no puede ocultarse, pese a que los deseos y el intercambio sexual con el sexo opuesto intente apaciguar esa virilidad que explota en cada roce. “Los Agitadores” cuenta la intimidad de un grupo que no entiende el cambio de época y que entre risas intenta ocultar un deseo natural e irrefrenable, el de explorar la sexualidad sin ceder a presiones que sólo profundizan una obligatoriedad tácita que ya ni siquiera debería mencionarse.
Valiéndose de su poderosa infraestructura y apoyándose en el “ruido” con el que viene transitando su camino antes de llegar a las salas, el live action de “La Sirenita”, de Rob Marshall zozobra por donde se lo mire. Las primeras noticias de la adaptación con actores de carne y hueso del clásico animado de Disney de 1989, el que inició una nueva era para los estudios, reflejaban el actual estado de la agenda de la empresa, con una imperiosa necesidad de aggiornar sus contenidos escuchando al público el que, harto de años y años de heteronorma blanca patriarcal, exigían nuevos protagonismos para todo el mundo. Atendiendo a estas inquietudes y reclamos decidieron que Ariel, protagonista del relato inspirado en el clásico de Hans Christian Andersen, tuviera la tez oscura, algo que en determinados círculos molestó, pero que en otros cayó de mil maravillas, principalmente en aquellas jóvenes, niñas y mujeres que nunca se sintieron representadas por su piel en una película de Disney. Tras ese ruido inicial, con un tráiler que se nos mostró hasta dentro del plato de sopa, “La Sirenita”, finalmente, llega a los cines, y el principal problema no tiene que ver con los ajustes que hicieron respondiendo a una era donde la corrección política manda, sino que, más que nada, tiene que ver con aquello que replica en su forma, un entretenimiento vestido de “cine” pero que en realidad es un largo episodio de cualquier serie de plataforma. La versión, calcada de la animada original, comienza con una larga secuencia de Ariel nadando en las profundidades del océano, recogiendo objetos perdidos de la superficie y planteando el conflicto esencial de la historia: sus ganas de ser humana. Esa secuencia, de alrededor de 7 minutos, es sólo utilizada para que la versión 3D luzca los avances en materia de efectos especiales y en la capacidad del estudio de mejorar sus técnicas. Justamente, apoyado en esos avances, el relato continúa con la progresión dramática que conocemos, Ariel se enamora de un príncipe, quiere ser humana para estar con él, su padre le exige que continúe bajo superficie y por un maleficio de la villana de turno todo puede convertirse en una catástrofe. En “La Sirenita” todo es artificio, todo es mentira, las cabezas de los actores son colocadas en cuerpos creados por CGI y la cercanía con los espectadores es cada vez más lejana. Si en el live action de “El Rey León”, la principal crítica era la manipulación de las imágenes de animales o la utilización de animatronics (o como se llamen) para recrear el clásico animado, aquí, todo se exacerba. “La Sirenita” es tan fría como el agua que transita la protagonista, y excepto por la intervención en algunas escenas de Melissa McCarthy (que se apropia de Úrsula pero no logra superar a la versión animada inspirada en Divine) todo es aburrido, conocido, oscuro y sin gracia. Las canciones se precipitan y se acumulan y aquello que funcionaba como comic relief en cada una de las intervenciones de Sebastián y Flounder, acá, por la búsqueda de realismo, asustan más que generar gracia. Ojalá en este afán de apoyarse en lo ya hecho para impulsar nuevos proyectos Disney recule su andar y continúe por nuevos y originales senderos, porque si la cuestión va a seguir metiendo la mano en su librería para asegurarse ganancias, el cine, la nostalgia, y su legado, estará en graves problemas.
A partir de uno de los personajes más ricos de la historia argentina, pero también uno de los más desconocidos, la propuesta transita entre la experimentación y los sinuosos caminos de la convencionalidad. Algunas decisiones erradas, como la incorporación en pantalla de la realizadora y los avatares de producción, resienten una reivindicación válida para alguien que hizo mucho más que organizar tertulias en su casa.
Meritxell Colell Aparicio indaga sobre los vínculos a partir de la historia de una pareja de baile a la que el tiempo y la distancia no le han sido de mucha ayuda. Rodada en el norte argentino, con imágenes de una poesía y belleza absoluta, el cruce entre géneros y la potencia sonora del relato, hacen de la propuesta una inteligente reflexión sobre el paso del tiempo, el amor y la pasión.