Cinco diablos (Les cinq diables, Francia, 2022) es una película de corte fantástico que combina un drama familiar con elementos de magia y viajes en el tiempo. Vicky es una niña especial que vive con su madre Joanne y su padre Jimmie. Cuando la tía de Vicky, Julia, la hermana de Jimmie, llega después de salir de prisión, su presencia trae de vuelta el pasado de una manera mágica y violenta. La niña, excéntrica y solitaria, tiene un don muy particular e insólito: puede reproducir cualquier aroma que le guste y coleccionarlo en frascos. Vicky ha capturado en secreto el olor de Joanne (Adèle Exarchopoulos), su madre, por quien cultiva un amor salvaje y desmesurado. Por eso cuando Julia (Swala Emati), irrumpe en su vida, Vicky será capaz de entender algo sobre el pasado de ella que pondrá en duda toda la estructura de su familia e incluso amenazará la propia existencia de la niña. La película podría ser una especie de film fantástico con toques de M. Night Shyamalan e incluso tiene conexiones con Volver al futuro. Pero es tan pretenciosa y solemne que se pierde la chance de ser interesante. Su necesidad de mostrarse muy artística tal vez la ayudó a participar de festivales, pero daña mucho a Cinco diablos como película.
Cómo diría Bob Dylan: “¿Cuántas veces el hombre hará adaptaciones de Calabozos y dragones hasta entender que serán todas insufribles?” La del año 2000 era un papelón y sólo nos queda el consuelo de la declaración cínica de Jeremy Irons que confesó haberla hecho para pagar su castillo. Ahora queremos creer que el beneficiado por esta nueva película es Hugh Grant, al que queremos mucho, aunque aquí le ponga muy pocas ganas a su personaje. La próxima vez prometo pagar la entrada para beneficiar a algún buen actor, pero les pido que no me obliguen a ver la película. Calabozos y dragones: honor entre ladrones es un intento para aprovechar la supuesta popularidad del juego de rol de 1974 y todos sus derivados. Es difícil precisar cuál es el vínculo entre todos aquellos que lo han jugado y juegan y los espectadores de cine. Pero en base a todas las horas que he pasado frente a esos legendarios tableros puedo afirmar sin dudar que esta nueva película es, para ser generosos, mediocre. Aclaro que la totalidad de tiempo que he jugado Calabozos y dragones en mi vida es cero, nada, ni un segundo. Sabrán los jugadores más leales de las mil referencias en el largometraje, pero he pasado mucho más tiempo viendo cine y reconozco un bodrio fallido con bastante facilidad. Lo que hayan querido hacer, no ha salido bien. Si se hubiera llamado Calabozos y Dragones Vol. 1 tal vez hubiera tenido la decencia de admitir que quisieron copiar la aventura cómica y aligerada de Guardianes de la galaxia, pero entre ladrones no hay honor, al parecer. Esta cuarta película (hay dos telefilms que Dios me libre de cruzármelos algún día) trae un equipo de ladrones liderados por Edgin (Chris Pine) que empieza la película encarcelado junto a su amiga Holga (Michelle Rodríguez) por motivos que pronto serán aclarados. Edgin ha perdido a su esposa y luego de dos años de cárcel desea recuperar a su hija Kira (Chloe Coleman), quien ha quedado al cuidado de un ladrón con el que ellos trabajaban, Forge Fitzwilliam (Hugh Grant) ahora convertido en Lord of Neverwinter. Lo que parece un reencuentro se transformará tan sólo en el comienzo de una compleja aventura. El único registro que parece una declaración del legado de Guardianes de la galaxia es una escena que no anticiparemos, pero el resto es simplemente entrar y salir del drama y la aventura para entrar abiertamente en la comedia. Comedia que arranca bastante mal, porque se interpone con el drama de forma muy torpe, y que recién en la mitad encuentra algunos momentos logrados. La escena del cementerio muestra algo de lo que la película pudo ser pero tarda en mostrar y que finalmente abandona al final de las escenas con Xenk Yendar (Regé-Jean Page). Previsible a niveles importantes, tiene más elenco del que necesita y muchas escenas aburridas. Se hace eterna la aventura y su lógica nunca se termina de cerrar. Copiar aquí y allá, inspirarse en un éxito previo y creer que todo saldrá bien suele ser la fórmula para esta clase de películas que uno pensaba ya no se iban a hacer más.
Extraña e inesperada coproducción entre República Dominicana, México y Argentina. La historia transcurre en Buenos Aires en la década de 1990, cuando el SIDA era una sentencia de muerte y se discriminaba a las personas enfermas. En ese momento, un hombre y una mujer dominicanos prósperos y exitosos residen en Argentina, pero al contagiarse primero él y luego ella, viven las consecuencias del rechazo, prejuicio e ignorancia. Ella deberá aprender a reinventarse y encontrar la manera de convivir con su nueva situación. En la escena inicial es evidente que se trata de una producción acartonada, antigua, de poca calidad y muy al uso de un cine argentino de segunda categoría que ya casi ni se hace en este país. Cómo denuncia o película didáctica poco tiene que aportar veinte años después. No es ni innovadora, ni osada, ni aporta nada. Aunque está claro que busca homenajear a todos los que se han contagiado, es muy raro elegir esta historia, algo fuera de época y sin tener algún valor artístico que le de al menos una razón de ser.
Berlín, 1942. Cioma Schönhaus es un joven judío de veintiún años que sobrevive gracias a un extraordinario talento para la falsificación. Con el fin de escapar de la deportación, Cioma utiliza la identidad de un oficial de la marina, aprovechando un arte que va depurando día a día, no sólo para salvarse, sino para ayudar a otros a no caer en manos de los nazis. Esta película alemana tiene como punto sobresaliente un tono más ligero que otros títulos ambientados en esos años. Aprovecha la juventud del protagonista para mostrar la vitalidad y la irresponsabilidad de Cioma, quien se toma muy en serio su trabajo pero nunca vive con terror a ser capturado. La película es rescatada de la rutina de este género del cine europeo gracias a eso, pero no va más allá. Hay una genuina necesidad de volver sobre los oscuros años del nazismo al mismo tiempo que existe la certeza del éxito comercial. Inevitablemente la película debe abandonar el tono leve al final, cuando la tragedia se impone y obliga a la realizadora a mostrar el drama y no tanto el suspenso divertido que sostenía hasta entonces. Varios carteles finales nos recuerdan el horror del Holocausto, algo que nunca está de más, pero que no convierte a una película mediocre en una buena.
Jeff Zorrilla es un director norteamericano que que con un proyecto cinematográfico trunco, está viviendo en Buenos Aires junto a su pareja cuando empieza la cuarentena del Covid-19 en el año 2020. Con película de 16mm y químicos para revelarla, decide empezar a filmar durante más de un año todo lo que se le ocurre. Una mezcla de diario personal con cine experimental a la que luego va sumando los mensajes que se manda con otras personas. Zorrilla tiene cierto talento para jugar con las imágenes pero es bastante básico intelectualmente. Primero se suma a la mentira del gobierno argentino y manifiesta que Argentina es uno de los mejores países en tratamiento de la pandemia. Luego, cuando la cuarentena argentina entra en crisis, su diario cinematográfico se interrumpe misteriosamente. Apenas esboza algunas dudas al pasar luego de un incomprensible bache en el rodaje. Es implacable contra Estados Unidos, su gobierno y su gente, lo que por otro lado es comprensible, ya que cada uno entiende mejor su país que los otros. Sus bajadas de línea de escuela primaría incluyen diatribas contra el capitalismo bastante básicas. Pero desde el comienzo surge una pregunta que cualquier persona que haya sufrido la cuarentena argentina tiene que hacerse: ¿De qué viven el matrimonio rebelde que filma en 16mm durante todo ese encierro? La respuesta es escatimada durante casi todo el largometraje pero finalmente llega. Cuando Zorrilla tiene la oportunidad de ir con su mujer a vacunarse a Estados Unidos lo hace al instante, sin mencionar nada de la vacuna en Argentina. Tendrá peleas con su padre, un hombre conservador, creyente del capitalismo con el cual él se pelea. Se pelea pero le acepta toda la plata que este le da. El misterio del cineasta bobo finalmente se revela y nuestras sospechas se confirman. Jóvenes no tan jóvenes en guerra contra el sistema pero mantenidos por sus padres no es algo exclusivo de Argentina. Jeff Zorrilla ya podría tener la ciudadanía, si sólo de eso se tratara. Pero su sensibilidad frente al sufrimiento de los argentinos es cero. No es capaz de pensar en el país en el que está viviendo ni un instante. Es un poco tonto, bastante hipócrita y finalmente muestra una ausencia total de empatía con el prójimo.
La película sigue a Félix, un joven que busca armar un rompecabezas alrededor del complejo militar Campo de Mayo. Allí se vivieron muchos momentos claves de la historia argentina y en la última dictadura fue un centro clandestino de detención donde la madre de Félix estuvo detenida y finalmente desaparecida. Aunque la película falla en la claridad de explicar correctamente todo lo que cuenta, es el estilo moderno que propone lo que la lleva a eso. El horror aparece, pero no con suficiente fuerza. Camuflaje es un documental que hace un esfuerzo por salirse de los lugares comunes, tratando de aportar muchas entradas para completar el cuadro que intenta realizar. Eso la vuelve por momentos muy forzada, incluso ridícula, con cierta incapacidad para editar y evitar escenas que sobran y no aportan absolutamente nada. Peca de excesos, pero no de carencias. Su duración excesiva es en parte porque el ego del director le hace creer que todo lo filmado vale la pena. Hay muchas grandes películas que logran construirse en base a la ausencia y teniendo en cuenta el tema de esta película, uno imagina que el director, Jonathan Perel lograría eso. No lo consigue, así cómo tampoco conmueve en lo más mínimo. Pero Perel elige la frialdad como método y por lo tanto no puede considerarse un error, lo que sí es una falencia es plasmar la mencionada ausencia. Pasa demasiado tiempo en líneas externas, charlando con personajes sin interés alguno, incluso con un marcado compendio de pavadas. Otro esfuerzo por recuperar la memoria de la década del setenta, algo que el cine argentino viene haciendo hace cuarenta años, sin llegar casi nunca a una mirada compleja o completa del tema. Bajo la mirada sesgada de cineastas nacionales, seguimos girando en falso sin aportar nada nuevo. Camuflaje parece intentar algo más, pero no le alcanza.
El hijo (The Son, 2022) es una precuela de El padre (The Father, 2020) dos películas dirigidas por Florian Zeller, basadas en sus propias obras de teatro. Aquí Peter Miller (Hugh Jackman) es un hombre muy ocupado que se ha casado con su segunda esposa, Beth (Vanessa Kirby), con la que tiene un hijo recién nacido. Su ex esposa, Kate (Laura Dern), aparece inesperadamente y dice que su hijo de diecisiete años, Nicholas (Zen McGrath), está deprimido y ha dejado la escuela. Peter acepta que el joven se quede en su casa, aunque han tenido una relación distante parecida a la que él a su vez ha tenido con su propio progenitor, Anthony (Anthony Hopkins). Las conductas depresivas del adolescente angustian a todos y no saben cómo resolver el tema. La película es un intenso drama realista, lleno de tensión, con la amenaza permanente de la tragedia desde el comienzo. Los actores están correctos, aunque les gana en ese aspecto la breve aparición de Anthony Hopkins, que interpreta a un personaje siniestro con absoluta maestría. Cómo en El padre el director demuestra un amor por el teatro mayor que el que experimenta por el cine, pero mientras que allí lograba aprovechar los recursos del medio, aquí no aparece ni una sola idea visual aceptable. Todo el realismo del cual se jacta se rompe con la resolución, un truco que produce más enojo que emoción.
Arturo (Gustavo Garzón) es un hombre de sesenta años a quien se le anuncia una enfermedad terminal. Esa angustia frente a la muerte lo llevará a buscar alguna respuesta o incluso la chance de encontrar una cura a partir de un elemento mágico irrumpe en su vida. También revisa todo lo que ha hecho, tanto en su vida familiar como laboral. La relación con su esposa (Noemí Frenkel) también recupera una comunicación que parecía perdida, lo mismo con su hijo. Este proceso de redescubrimiento es el centro de una película de una solemnidad aplastante, pero también cargada de cursilería en cada una de las escenas. El costado filosófico mágico no funciona en ningún momento y la inexpresividad de Gustavo Garzón no colabora en nada. Noemí Frenkel le saca varios cuerpos de ventaja en lo actoral y el resto del elenco no deja huella alguna. Una película algo inexplicable, de las que quedan fuera del radar pero se estrenan todos los años en Argentina. Las citas a Fernando Pessoa y Olga Orozco no tienen ninguna razón de ser, aunque delatan algunas intenciones por parte del director, cosas que nunca se plasman en la pantalla. Lo mismo para la banda de sonido, pura solemnidad sin emoción. Ni una mala cita a Siempre (Always, 1989) le puede dar algo de gracia.
Winnie The Pooh: miel y sangre es un título que a muchos les llamará la atención porque Winnie the Pooh es una historia infantil que fue exitosa desde su creación hace un siglo atrás y más tarde se convertiría en uno de los clásicos para público infantil de los estudios Disney. ¿Pero cómo se transformó en una película de terror para adultos? La respuesta es muy sencilla, los derechos vencieron y ahora son de dominio público. Pero Disney todavía posee las imágenes de los dibujos animados, por lo cual se pueden usar todos y cada uno de los personajes y las historias, pero sin copiar los diseños de Disney. Los derechos no vencieron en Europa, por lo cuál allí la distribución de la película no es posible. Tampoco lo será en China, pero eso es por una prohibición anterior del gobierno hacia el personaje de Winnie Pooh. Rhys Frake-Waterfield, el director de esta nueva película, se puso a filmar en cuanto los derechos fueron liberados. Tal vez este sea un sueño suyo de la infancia, tal vez creyó que una idea ingeniosa alcanzaba. En el prólogo nos cuentan que Christopher Robin tenía unos amigos en la infancia, unos amables y raros animales con los que se reunía en el bosque. Este prólogo, contado con dibujos en blanco y negro, termina cuando nos cuentan que Robin los dejó finalmente para ir a la universidad. Los animalitos también crecieron y se transformaron en un monstruoso grupo de caníbales, empezando por Winnie The Pooh. Tanto él, como Piglet, ya no tienen el aspecto agradable de antaño, ahora son monstruos con las caras que nosotros conocíamos pero con cuerpos de hombre. Vestidos, eso sí. Robin tiene la malhadada idea de regresar, mucho tiempo después, al bosque, para descubrir que aquellos hermosos animales antropomórficos ahora son seres salidos de una película de terror, pero reales. No será ni el primero ni el último en cruzar por esos parajes, por lo que el festín sangriento más salvaje se desatará en esta corta pero aburrida película de terror gore. Una idea ingeniosa no alcanza. Las caras monstruosas de Winnie The Pooh y Piglet no son particularmente temibles y las escenas de terror tienen dos problemas. Por un lado las víctimas no generan empatía y por el otro los villanos no despiertan interés. A esto hay que sumarle que la falta de simpatía hace que las escenas gore sean desagradables, sin ese encanto ambiguo de la sangre a baldazos que habita en el género. También tiene algo de mal cine violento, no de terror. Tres o cuatro decisiones de montaje hablan de un emparchado a último momento y aunque intenta salir a flote, al final termina perdiéndose en sus propia falta de ideas. Su vínculo con los personajes infantiles tal vez le asegura una secuela, mi consejo a los que aún no han visto esta primera es que pasen directamente a la que sigue.
John Wick 4 llega tres años después de la anterior entrega de la serie de películas protagonizadas por Keanu Reeves y dirigidas por Chad Stahelski. No es necesario repasar los títulos previos para conectar con este nuevo capítulo, basta con recordar que clase de películas son. La venganza inicial que sacaba del retiro a Wick iniciaba una cadena de eventos que alcanzaba un nivel global y que en la tercera entrega tomaba un sutil respiro para adentrarse en el largometraje que se estrena en el año 2023. Sería seguir perdiendo el tiempo no decir ya mismo que se trata de una obra maestra, posiblemente una de las mejores películas de acción de todos los tiempos. No sólo su calidad es asombrosa y el entretenimiento que brinda es inolvidable, también tiene la osadía de plantear su juego sin especulación y sin renunciar a su plan estético y narrativo. Verdadero cine con mayúsculas. La escena inicial nos recuerda quién es John Wick. Una persecución a caballo por el medio del desierto con el protagonista vestido con su impecable traje negro nos marca que acá no hay concesiones para buscar un verosímil fuera de la serie. Podría estar nadando en el mar o en el espacio, Wick tendría su traje negro. Cuando se logra ese vestuario como marca identificatoria a la que no se renuncia es porque se ha alcanzado el nivel de mito cinematográfico. Aclarado ese punto la película comienza su narración, tomándose el tiempo para presentar a más personajes y conflictos. John Wick 4 tiene una ambición parecida a sus antecesoras pero va más allá. Como una especie de Sergio Leone del cine de acción moderno, Chad Stahelski arma las escenas de forma sofisticada, deteniéndose en detalles que hacen la diferencia, buscando el clima adecuado para cada momento. En esta ocasión los demás personajes tienen más tiempo en pantalla y hay buenas escenas sin la presencia de John Wick, aunque todo el tiempo se esté aludiendo a él. Bill Skarsgård interpreta a Marquis, un villano que tiene lo que necesita un villano, personalidad y provocar en el espectador un odio sin límites. Ian McShane interpretando a Winston es una pieza imprescindible a la que se le da gran peso en esta entrega y Lance Reddick en el rol de Charon, en la que ahora sabemos era su despedida del cine. Cada uno de los secundarios tiene su momento, lo que nos permite extrañar un par de minutos a Keanu Reeves para que luego vuelva en todos los mejores momentos de la película. Hay dos cosas que definen los largometrajes de John Wick y en John Wick 4 se destacan particularmente. Lo estético es fundamental. Cada escena posee un esteticismo marcado que no afecta jamás al ritmo narrativo, pero que hace que cada plano sea bello, que tenga un criterio visual que lo vuelva inolvidable. En el cine clásico las películas estaban llenas de planos cuidados al milímetro, pero con los años, saliendo de los estudios, el concepto del cine cambió y todo se transformó en un mundo más real y menos bello. En John Wick 4 vive ese espíritu más antiguo, aunque todas y cada una de las escenas se vean modernas. Las luces, los encuadres, un juego visual que nos va regalando un sinfín de escenas memorables. El director juega al máximo con las posibilidades narrativas contemporáneas, no se asusta de los recursos actuales, pero siempre se encarga de armar momentos de narración ordenada, clara y veloz. Estético y narrativo por partes iguales. El otro elemento fundamental de John Wick 4 es que todo transcurre en un mundo paralelo al real. Si bien los personajes viven en el mundo real, las locaciones son famosas ciudades y los lugares por donde pasan son conocidos, la historia corre por un carril paralelo a la gente. Todos los personajes son asesinos, forman parte de una organización criminal o tienen un asunto pendiente que los convierte o los convirtió en criminales en algún momento. Las personas no se ven amenazadas por este grande juego mundial de asesinos, de organizaciones secretas y códigos antiguos bajo los cuales viven los personajes de la película En escenas donde hay gente, como la espectacular secuencia del club nocturno en Berlín, las cientos de personas que están ahí ignoran primero la pelea, luego la observan con estupor y finalmente se van del lugar pero no en pánico. No viven las peleas mortales entre asesinos como una amenaza para ellos. Los únicos no criminales que existen y podrían correr peligro son los familiares de los asesinos. Pero incluso ellos no tienen líneas de diálogo ni mucho menos. Es como si no supieran de ese otro mundo. Las escenas de acción, que son muchas, que son extensas, que son asombrosas, todas llevan el concepto de coreografía al borde del musical. Cómo si John Wick fuera un Gene Kelly del cine de acción, tiene las mejores escenas para él, acompañado por un grupo de personajes que en cada número se mueven al ritmo de las armas elegidas y la locación que acompaña el clima de la escena. La mencionada belleza acompaña con luces y colores cada momento generando formas que pasan del duelo de a dos al enfrentamiento grupal, incluso con tomas cenitales que son una mezcla entre Martin Scorsese y Busby Berkeley. No hay forma de resumir todo lo que entrega John Wick 4 a nivel visual. Sin proponérselo deja en ridículo a casi todo el cine de acción contemporáneo, con la única excepción de los films de Misión: Imposible, con los que comparte un amor por el cine que hoy por hoy es difícil de encontrar. Otro personaje clave es Caine, un asesino ciego, viejo amigo de Wick que ahora deberá enfrentarlo por razones de fuerza mayor. Quien lo interpreta es nada menos que la leyenda del cine de artes marciales Donnie Yen. Hay tantas referencias cruzadas en ese personaje que ya en sí mismo contiene un mundo. Su destino también es clave en este mundo de asesinos que se matan entre ellos y pelean con unos códigos que parecen de otro mundo y otra época. John Wick 4 es un neo noir y un film de acción e incluso tiene algo de wuxia, como sutilmente se desliza en la trama. Pero también es un largometraje de aventuras, una historia de capa y espada e incluso un western. Las referencias a Sergio Leone no son gratuitas, como tampoco lo es la presencia del cine de acción asiático y el mencionado Scorsese. En las escenas finales el calvario y la redención de John Wick se mezclan hasta convertirlo en un personaje como Eddie Bartlett (James Cagney) de Héroes olvidados (The Roaring Twenties, 1939), pero con un destino más ambiguo. No sé si alguien habría pensado, casi una década atrás, en que John Wick sería el nombre de una saga de películas exitosas con destino de clásico. Mucho menos que quedarían dentro de ese pequeño grupo de largometrajes que luchan a brazo partido por defender el gran cine. Asombrosamente no sólo todo eso finalmente está pasando, sino que la cuarta entrega ya figura entre lo mejor del cine mundial contemporáneo. Si es el director, si es el guión, si es Keanu Reeves o el resto del elenco. En cualquier caso lo que finalmente queda en claro es que John Wick 4 consigue sorprender y maravillar y a pesar de su notable seriedad, también se guarda un poco de sentido del humor para varias escenas. Todo lo que uno esperaba de esta cuarta parte es poco en comparación al espectáculo sin precedentes que finalmente se desarrolla frente a nuestros ojos. John Wick 4 es otro nivel.