Más melancolía que porno. Todos somos consumidores de pornografía, en menor o mayor escala, la cuestión es admitirlo. Se cree que el actor o actriz de la industria para adultos está sobre un pedestal de privilegios, felicidad y fortuna que solo la fama puede otorgar, lo que no se dice es lo qué sucede tras cámaras. Esto me recuerda a un film sueco que vi este año, Pleasure (2021), de la joven directora Ninja Thyberg: una joven sueca decide viajar a Los Ángeles para incursionar en la industria porno, con poca experiencia, pero sí mucho «talento». Su ambición por ser reconocida la va a alejar de sus propósitos y de sí misma. El planteamiento anterior lo menciono ya que, Pornomelancolia del director argentino Manuel Abramovich, va por la misma pendiente. Abramovich decide grabar su película en Ciudad de México, su intención era hacer récord de la vida de Lalo Santos, un actor pornográfico amateur, sus intentos por ser reconocido, su incursión en una gran productora y su soledad. Lalo Santos es quien devora la cámara y lo hace con sus silencios y nostalgia. Se supone que veremos su incursión en el porno profesional y en el ámbito de OnlyFans. Esto nos debería excitar pues esperamos escenas gráficas, pero, al contrario, el director elige la sutileza y la narrativa poética para poder contar la vida de Lalo, entonces se diría que el resultado se vuelve una triste autoestimulación. Si OnlyFans diera a conocer el diario personal de aquellos hombres y mujeres que se hacen y son deseados sexualmente, ¿Quién se va a suscribir para ver alguien en un live hablando de su soledad? Lalo se expone, aunque no sabe qué tanto, porque, por ejemplo, el actor no asistió al Festival de San Sebastián donde Pornomelancolia obtuvo el galardón a mejor fotografía. La razón fue la siguiente: no estuvo de acuerdo en la exposición y el tratamiento que se le dio a su problema de depresión. ¿Cuál es el limite de llevar la realidad a la ficción? Pornomelancolia es muy estética, se dirige hacia lo natural, lo poético y lo erótico, pero soft. No hay actores ni personajes, solo personas hablando de su sexualidad y su visión sobre la industria del porno, la del .com y la del OnlyFans. Un problema claro en Pornomelancolia es que se muestra pesimista, trágica y distante de las personas que documenta, es la voz del director y no el testimonio de aquellos que incursionan en este género que solemos ver en las madrugadas.
Instinto animal en el lugar indicado Todos llevamos un animal adentro, al menos la biología nos ve igual que el ser sin conciencia. Nuestros instintos nos ayudan a sobrevivir, pero también sacan lo peor, es en la naturaleza donde se pone a prueba nuestra humanidad y se nos deja el campo abierto para ser civiles o ser bestias. Los paisajes de la Patagonia han sido retratados en la carrera cinematográfica del director Juan Dickinson. Y, a pesar de ser un territorio despoblado, no significa que no tenga historias por contar, en especial en el cine nacional cuya tradición y recorrido se ha enfocado en la ciudad de Buenos Aires. El lado salvaje es su más reciente película, en ella expone las relaciones padre-hija en un ambiente que parece calmo, pero que esconde bestias internas. Vanessa González es la protagonista de esta historia, en ella esconde la introspección y el rencor, y este bosque patagónico hará que tome decisiones: dejar a un lado aquellos recuerdos o seguir acarreándolos. El lado salvaje posee una tensa calma que irá incrementando de a poco, su mayor misterio se esconde entre los pinos, hay rugidos y ladridos que se oyen, pero no se saben si están cerca o lejos. La fotografía aprovecha la luz natural para dar realismo, pero también tonos otoñales que dan el toque lúgubre. El film es monótono y no tiene grandes emociones sino hasta los últimos minutos, sin embargo, se van develando detalles al comienzo que darán indicios de que la amenaza no es animal sino humana. Dickinson pudo aportar más emoción para enganchar más al espectador, pero eligió la serenidad actual de cine argentino, dramas que se cocinan lento, aunque no necesariamente quedan bien cocidos.
La experiencia es parte de la carta Las veces que he ido a comer en un restaurant «elegante», siempre termino insatisfecho. Se entiende que no te venden comida sino una experiencia, que la idea es degustar y descubrir historias mediante el concepto de cada plato, por lo que el menú termina siendo un libro de relatos, una forma de conocer al chef. Honestamente, siempre acudo a comer una buena hamburguesa a gastar mi dinero en algo que solo encanta a la vista, pero poco al estómago, pero, en este caso, Mark Mylod nos lleva a ese mundo esnob donde hay personas que si pagan por estas experiencias. Mylod ha dirigido episodios de varias series que me encantan, entre ellas están Succession (HBO), United States of Tara (FOX), Minority Report (FX), Shameless (Showtime) y Game of Thrones (HBO); esto nos lleva a conocer su agilidad de dirigir varios géneros y a combinar thriller con comedia negra y sátira para su película más reciente: El menú (The Menu, 2022). El film nos lleva a conocer a un grupo de millonarios, aficionados y críticos culinarios, entre ellos la joven pareja protagonizada por Nicholas Hoult y Anya Taylor-Joy. Ellos se dirigen a una experiencia única: una isla en la cual se encuentra un prestigioso restaurante, tan exclusivo que debes pedir una reserva con meses de antelación. Un chef (Ralph Fiennes) pondrá a prueba a los comensales en un menú impredecible cargado de secretos y desafíos. La película agarra fuerza una vez que los comensales entran al restaurante, lo previo a la entrada establece las bases de la tensión que no va a parar hasta que se revele por completo este menú por pasos. Con una fotografía soberbia donde se aprecia los detalles del plato haciendo zoom directo hacia los mismos, enfocándolos como si fuera un programa de cocina del canal Gourmet o de Discovery Travel & Living, la mayor parte de la tensión ocurre dentro del restaurante, para la cual una paleta de grises aporta elegancia, pero también austeridad y misterio. La sátira arranca desde el comienzo pues se vuelve una experiencia inmersiva y medio reality show, este tipo de esquema la hace peculiar y un poco diferente a lo que pensaríamos de un thriller, llega a lo absurdo, pero sorprende en los momentos donde todo se va al carajo. Gran parte de la tensión es gracias al personaje de Ralph Fiennes. El chef que interpreta sabe cómo manipular y lanzarnos su ego disociativo, siendo su contraparte Anya Taylor- Joy como el personaje rebelde que dará la vuelta del menú. El menú es un thriller disfrutable de inicio a fin, soberbio como todo restaurante de cinco estrellas Michelin, es consciente de su grado de esnobidad pero aun así, logra entregar un producto disfrutable, aunque mas bien un plato con muchas matices, interesante pero que nos dejará con ganas de comer más.
Cuando muchas personas son poseídas por una fuerza demoníaca Si hiciéramos la pregunta ¿cuántas películas sobre posesiones demoniacas hemos visto estrenar desde que tenemos uso de memoria? ¿Qué responderían? ¿Unas treinta? Es que, sin exagerar, se exhiben en salas una por año, todas con la misma línea narrativa, técnica y personajes. El señor está con nosotros y en las películas de posesiones genéricas también. El exorcista (The Exorcist, 1973), La profecía (The Omen,1976) y Horror en Amytiville (The Amityville Horror, 1979), sentaron las bases del subgénero de posesión en los setenta, es una simple formula: un niño es poseído + una familia desesperada que, al no encontrar ayuda médica decide acudir a la iglesia católica + un cura joven o viejo, determinado e inquebrantable comienza a cuestionar su fe + el mal seduce a los personajes y se sale de control + escenas largas de exorcismo = el demonio sale del cuerpo y pasa a otra persona. Con esta misma fórmula podemos definir a la nueva película de Daniel Stamm llamada La luz del diablo,pero la diferencia es acá es que vamos a añadir a la formula una monja exorcista. tenemos el conocimiento de que las mujeres tienen capacidad limitada en la iglesia católica, se les asocia como sirvientas de Dios o esclavas de Jesús, más allá de eso hay participación, siempre veremos a curas condenando a un demonio con una cruz, pero ¿Una monja exorcista? Stamm es uno de los directores de Them (2021), la serie de Amazon Prime, pero su carrera ha sido enfocada en el terror sobrenatural y, el tema de las posesiones no le es ajeno, ejemplo es uno de sus primeros filmes El último exorcismo (The Last Exorcism, 2010), pero lamentablemente no fue el último. Una joven monja, la hermana Ann (Jacqueline Byers), se prepara para un exorcismo luego de que haya sido aceptada en la escuela de Exorcismo del Vaticano. Se debe enfrentar a una fuerza demoniaca que posee a una niña que está misteriosamente relacionada con su pasado. Con esta descripción más los dos trailers que están disponibles, ya podemos predecir de qué va y cómo será toda la película. Para destacar lo positivo, el apartado técnico es impecable, especialmente el diseño de sonido, este nos hace saltar de las butacas por un momento, la fotografía con el manejo de luces y colorimetría aporta el peso lúgubre que se necesita para estos filmes, las actuaciones están decentes y se comprometen a lo máximo que pueden, especialmente Jacqueline Byers quien sostiene toda la cruz. La luz del diablo es una película para ir a ver con amigos, no es la nueva Exorcista y creo que nunca fue su intención, busca más bien dar inclusión a las mujeres dentro del subgénero de posesiones, lo que falla (además de todos los clichés que ya hemos visto en decenas de filmes como este) es que queda a medias en ese intento, ¿Acaso está pasando en el mundo real en la iglesia católica? No. ¿necesitábamos esta inclusión en un filme pochoclero? Tampoco.
La voz de una mujer no logra hacer eco dentro de una mina. Lugar masculino de origen donde no se concibe la existencia de la feminidad. Si un día una mujer logra entrar a una mina, ¿qué cosas vería?, ¿qué cosas diría? Es un misterio lo que pase allí pues los gritos de las injusticias no logran salir a la superficie. ¿Qué lugar ocuparía dentro de un pueblo minero? Tatiana Mazú González dirige y escribe Río Turbio, documental estrenado en 2020. La película nos lleva a Rio Turbio, pueblo minero ubicado en Santa Cruz, donde la industria del carbón sigue en auge. En Rio Turbio se recuerda la trágica masacre a los mineros en huelga, ocurrida entre noviembre y diciembre de 1921 bajo órdenes del entonces Presidente Hipólito Yrigoyen. Hay muchas historias que se pueden documentar sobre Río Turbio y en parte creería que fue la intención de Tatiana Mazú, sin embargo, la joven directora no termina de arrancar y no llega ni a medias. Chats de WhatsApp ficticios que incluyen poemas, charlas personales entre personajes que nunca se muestran o dan su voz. Imágenes de archivo superpuestas que no aportan valor documental. Planos estáticos del pueblo que no se animan a explorar más del mismo. Figuras abstractas con finalidad artística que quedan bajo la libre interpretación. Un diseño de sonido que, si bien es interesante, se vuelve perturbador. Río Turbio pudo ser una herramienta de denuncia ante las atrocidades que ocurren en las minas de carbón, pero carece de voluntad para atreverse. Hay testimonios anónimos en la mitad del film que son llamativos y para ello se usa la grabación de voz de las testigos, pero el solo hecho de dejar el audio vagar entre imágenes y no recurrir a un fin estético, hace quitar interés al mismo. Si bien la finalidad de la película es mostrar la alianza entre los sindicatos y las mujeres, se vuelve una mezcolanza de experiencias que se mencionan, pero no se profundizan. Los tantos planos estáticos y figuras abstractas hacen perder metraje valioso. La carencia de voz en off o contexto obliga al espectador a adivinar que está pasando o de qué va el documental, siendo esto un recurso de desamparo. Río Turbio es una experiencia no grata para ver en salas, el lenguaje es abstracto y la denuncia tímida, el diseño sonoro aturde y el montaje parece un juego de experimentación, lo cual no está mal, pero pudo ser mejor y más trabajado.
Durante los siglos XVI y finales del XIX existió en África Occidental el reino Dahomey. Este se convertiría en un Imperio que abarcó Benín y zonas de Nigeria y Burkina Faso. Los Dohomey competían con el regente Imperio Oyo por el control de las zonas agrícolas y la explotación de esclavos, todo esto debido a las colonizaciones portuguesas y francesas. Un grupo de mujeres formó un regimiento militar que luchaba en nombre en nombre del reino, se las llamó las Amazonas de Dahomey (esto en referencia a las Amazonas de Anatolia de la mitología griega). Hollywood tiene la tradición de estrenar un par de películas cada año inspiradas en culturas lejanas a sus fronteras. Un solo «basado en hechos reales’’ basta para atraer al público, pero también hace temblar los historiadores. Si he de mencionar las producciones que occidente ha hecho sobre antiguos imperios y culturas actuales, tendría la tarea de crear un metaanálisis. En este caso la directora estadounidense Gina Prince-Bythewood juega con la papa caliente en La mujer rey (The Woman King) al recrear una historia de cultura ajena. La precisión histórica siempre será un tema de debate a la hora de estrenar un film, que si bien se intenta hacer lo mas obsesivo con recrear la época como lo hace el director Robert Eggers, siempre se dan libertades creativas para dar paso al dramatismo y espectáculo. Protagonizada por Viola Davis, esta película nos lleva a África occidental en 1823. Naniska (Davis) es la líder de las guerreras Dahomey. Estas combaten de manera continua y determinada contra el reino de Oyo, el cual quiere tener el control absoluto del puerto de esclavos. Naniska y su fiel compañera Izogie (Lashana Lynch), tendrán que reclutar un grupo de adolescentes para luchar contra el enemigo. Con un reparto conformado un 95% por actores afrodescendientes y africanos, La mujer rey es un espectáculo de épica, violencia y fuerza femenina en dos horas de duración. Viola Davis es el foco de atención en el film, su papel es el más visceral y temario de todos, se desprende de sus roles buenistas y entrega la interpretación más enérgica de su carrera a sus 57 años. Lashana Lynch aporta las dosis de comedia necesarias para hacer más ligera la solemnidad: su personaje es empático y establece un lazo con la joven actriz sudafricana Thuso Mdedu (la cual se lleva todos los aplausos por su nivel de interpretación). El diseño de vestuario y escenografía dan con el clavo en cuanto a la representación del pueblo Dahomey. La fotografía acierta y conjuga los valores ya mencionados para poder hacer creíble esta cultura aunque no sepamos nada de ella. El guion tiene todas las conveniencias del cine hollywoodense, intenta ser diferente, pero tiene plot twists innecesarios cuyos objetivos son crear drama y más contexto a los personajes. Estas conveniencias se entienden pues nunca hubo necesidad de crear un drama histórico sino una película épica de empoderamiento femenino y afro. Hay un preámbulo que nos introduce el conflicto y el momento histórico, aun así, ocurren dos cosas: Nos quedamos con ganas de saber más sobre la historia de estas guerreras o nos dejamos deslumbrar con los fuegos artificiales y peleas. La mujer rey tiene escenas de batallas sorprendentes y viscerales, la crudeza necesaria para no edulcorar y mostrarnos lo que significa el combate, unas interpretaciones admirables y valientes, una historia que funciona y entretiene pero que corre el riesgo de envejecer mal.
Todos son sospechosos Desde el estreno de la película Entre navajas y secretos (Knives Out, 2019) y las recientes dos temporadas de Only Murders In The Building (2021), ha resurgido la comedia detectivesca. El género que parecía ya muerto conlleva un homenaje a los clásicos literarios de Agatha Christie y Sherlock Holmes. El misterio es lo principal y todos son sospechosos, aunque uno más que otro, se pueden dar giros de trama interesantes o predecibles. Hace poco pude ver la adaptación argentina de Tijeras Salvajes (Schrenschnitt, 1963) de Paul Portner y dirigida por Manuel González Gil. Al ver esta obra no pude no pensar en Mira cómo corren, porque había visto la película un día antes y las ideas y asociaciones seguían frescas. ¿De qué va Mira cómo corren? La historia nos lleva a Londres de la década de 1950. Un engreído director de cine estadounidense (Adrien Brody) quiere adaptar al cine una famosa obra de teatro que, a su vez esta se basa en un libro de Agatha Christie. Varios miembros de la producción son asesinados de forma misteriosa. El desmotivado inspector Stoppard (Sam Rockwell) y la inocente pero determinada oficial Stalker (Saoirse Ronan) deben resolver el crimen. El film supone el debut del joven director británico Tom George (quien ya dirigió episodios de series para la BBC) junto al guionista Mark Chappell. Los primeros diez minutos son eléctricos, esto es gracias al montaje y recursos como la pantalla dividida, la cual permite ver las reacciones y acciones de los demás personajes. Luego es una montaña rusa de ritmo en lo que, si bien conocemos las historias y dinámicas de los personajes, se pierde el foco del crimen a resolver. Al ser una comedia es claro que tendrá chistes y momentos hilarantes, no todos funcionan, pero la hacen simpática y es Ronan quien aporta el alma de la película. Su personaje de oficial novata, pero llena de entusiasmo, logra transmitir al público carisma y empatía. El misterio de saber quién es el asesino es lo que deja al espectador con intriga, al principio todos los personajes parecen serlo, pero es acá donde entran los juegos y trampas del guion. El saltar de culpable en culpable nos hace estresar y querer saber qué está pasando, para ellos habrá pistas que conduzcan hacia esto por lo que el espectador se vuelve un detective más. Mira cómo corren rompe la cuarta pared, pero no de una forma descarada, sino inocente; esto permite más dinamismo dentro de sus muchas conveniencias y obviedades. Si somos conscientes de que el producto que se nos ofrece es el mero entretenimiento y que no será el más destacado dentro de la larga lista de comedias detectivescas, se disfruta.