Respirar sigue de cerca a Julia (María Canale), una mujer colapsada por pérdidas que no sabe afrontar, dentro de un laberinto emocional del que no encuentra salida, hundida en su ensimismamiento. Una pesadilla recurrente la atormenta: ella, suspendida en las oscuras profundidades oceánicas, exhalando burbujas de aire, sin poder emerger a la superficie para respirar. Este sueño, que se potencia con los sonidos del entorno pero distorsionados en el inconsciente de Julia, tiene relación estrecha con su presente. Así empieza la película, con ella flotando, envuelta por sonidos que parecen ser un llanto de bebé, pero que en realidad provienen de los maullidos de un gato en celo, como si una cosa llevara a la otra. En su despertar sobresaltado, toma conciencia de la realidad que evadía y concurre a un hospital para verificar que está embarazada de su ex novio, luego de un encuentro casual. Durante el transcurso de la narración, la incertidumbre y la consternación atraviesan las expresiones de Julia, cuyo estado nervioso es una constante, sin desvelar nunca sus pensamientos y preocupaciones, sino encerrándose en su propia fantasía. Esta pesadilla que la persigue representa su interior desbordado, hundiéndose cada vez más en dicho sueño y en la vida real. Ante la pérdida de la figura materna, su padre (César Bordón), que entiende que algo le pasa, intenta ayudarla sin resultados. Por otro lado su ex (Esteban Bigliardi) es para ella más un conflicto que un apoyo, mientras que la única amiga a la que recurre (María Villar) está lejos de ser su confidente. Al fin y al cabo, parece ser la rememoración de lo onírico lo único que la orienta a tomar decisiones, que siempre serán impulsivas. De esta forma, Julia fuerza las situaciones que se le presentan con mentiras y apariencias, aprovechando las oportunidades según vienen, pese a que estas conlleven una responsabilidad que no podrá asumir. La ebullición que siente dentro de sí, quizás representada por las burbujas que salen de su boca en el sueño, le es difícilmente manejable y la hace actuar sin medir consecuencias. En el desarrollo del film Julia se complicará cada vez más la existencia por no tener la fortaleza necesaria para afrontar la realidad, escondiéndose así dentro de las aguas oceánicas de su interior. María Canale (Abrir Puertas y Ventanas) interpreta desde su constante gesto de ceño fruncido la complejidad interna de este personaje, que es perseguido sin tregua por la cámara durante todo el desarrollo de la película. Respirar, que en lo formal es tímida aunque correcta, tiene su fuerte en las actuaciones y en el guión, pero en cuestiones de puesta en escena apenas tambalea un poco la cámara para ejercer tensión, sin jugarse demasiado, lo cual podría haber resultado interesante teniendo en cuenta el devenir del relato. Sin embargo, las elipsis bien ejecutadas conducen la historia, que no decae en su ritmo y cuya resolución es neurálgica y da sentido a los detalles que la narración va acumulando. El film transcurre en Uruguay y es algo de lo que nos damos cuenta sin indicios a simple vista: los actores son argentinos, casi no hay diferencia de modismos, el paisaje es similar. Pero cuando la protagonista va al ginecólogo y este le confirma que aún está en tiempo legal para abortar, la palabra legal resuena más fuerte que el término aborto. Respirar se vuelve así una película importante en estos momentos de debate, que deja asentado el progresismo del país vecino con respecto al nuestro, pero también la burocracia que tiene que padecer una mujer para decidir sobre su cuerpo. En su ópera prima, Javier Palleiro pone en pantalla aunque sea tangencialmente cuestiones significativas de una histórica discusión que hoy en día sigue matando mujeres en nuestro país y en el mundo, y que fue llevada al cine en varias ocasiones, por ejemplo, la imprescindible Asunto de mujeres (Une Affaire de femmes – 1988), de Chabrol. En Respirar vemos la aplicación de la Ley; también vemos que ante el aborto, la libertad de decisión de la mujer es lo que prevalece, sin que esto implique un riesgo que pueda condicionar su salud física.
Fragmentos rebelados rescata la obra inacabada de Enrique Juárez y lo hace a través de la mismas latas de fílmico corroídas que se encontraban en posesión de los hijos y sobrinos del militante peronista. Ellos, como cuando eran chicos, las examinan, las abren y sacan los diversos rollos para mirar sus fotogramas a través de la luz, tratando de encontrarles un sentido, como a la ejecución de su padre y tío en Diciembre de 1976 a cargo de las Fuerzas Armadas. El hermano de Enrique, Nemesio Juárez (responsable de la polémica adaptación cinematográfica de La revolución es un sueño eterno en 2010), es quien acompaña al montajista en la moviola mientras descubren esas piezas inéditas, que darán como resultado el hallazgo del cortometraje de ficción La desconocida (1962). Entre fílmicos deteriorados por la mala preservación y cintas magnéticas, hay entrevistas y registros que exponen la convulsión social y la radicalización política de los años previos a la última dictadura cívico militar que afectó a nuestro país de forma irreparable. También imágenes del Cordobazo, que fueran parte de su mediometraje Ya es tiempo de violencia (1969), película indispensable para la recuperación de la historia y del cine de nuestro país. Pero Fragmentos rebelados no solo hace énfasis en la obra de Juárez, sino también en la de otros directores contemporáneos a éste, reabriendo los debates fundamentales de aquella época sobre la función del cine como instrumento de expresión social y divulgación política. Basado en el dispositivo testimonial frecuente en sus documentales, acompañado de material de archivo y fragmentos de diferentes películas, David Blaustein, director de Cazadores de utopías (1996) y Botín de guerra (2000) entre otras, entrevista sin hacer presente su voz a diferentes personas involucradas en la vida de Juárez, quienes relatarán lo escalofriante de su secuestro y la angustia que sufrieron al conocer su muerte. Entre ellos están la generación de cineastas que bajo la clandestinidad retrataron los acontecimientos políticos y sociales de la época. Estos fueron los responsables de restituir la historia vivida, que de otra forma habría sido silenciada por la oficial. Entre estos artistas/militantes rebelados contra el sistema político, pero también, contra la estructura cinematográfica convencional, se encontraba Enrique Juárez, quien orientó no solo su vida, sino también su arte a la consagración de la práctica revolucionaria. Así irán apareciendo en pantalla Pino Solanas, Dolly Pussi y los ya fallecidos Octavio Getino, Gerardo Vallejo, Humberto Ríos, César D´angiolillo, por lo que este documental toma un valor adicional al estrenarse casi una década más tarde de su realización. También son fundamentales los aportes de José Martínez Suárez (autor de relatos cinematográficos al respecto), Horacio Verbitsky (por aquellas épocas hacía las veces de crítico cinematográfico en la revista Tiempo de cine), Carlos Roffé y Mario Pasik (los dos últimos, actores de La desconocida). Por el lado de la política, Guillermo Greco (dirigente principal de la JTP [Juventud Trabajadora Peronista]) y otros compañeros de militancia profundizan sobre la obra y la acción de “Quique” Juárez como jefe de la columna norte de Montoneros, afrontando las situaciones que se presentaban con una personalidad contundente. Con guión de Gustavo Alonso, el relato conmovedor de cómo Enrique Juárez, a través de una posible “cita envenenada”, fue muerto y desparecido, da paso a la evocación del Grupo Cine Liberación haciendo hincapié en su obra fundamental, La Hora de los Hornos (Solanas y Getino, 1968). Tal recurso demuestra la relación y el compromiso colectivo que tenía aquella generación con la militancia. Así, los cineastas antes mencionados no solo hacen referencia a Enrique Juárez, sino que abren el panorama y ponen al espectador en sintonía con la problemática entre arte y política de esos tiempos, siendo este uno de los rasgos más destacables del documental, aunque lamentablemente en la sola opinión individual de cada participante no se genera un cruce, pues estas voces solo relatan su memoria y no dialogan entre sí ni con un interlocutor que los interpele. Fragmentos rebelados se estrena comercialmente a nueve años de su realización, pero el paso del tiempo afianzó el síntoma testimonial que el documental propone, dando motivos de sobra para que el film salga a la luz después de haber sido proyectado en nuestro país por única vez en el BAFICI 2010. A diferencia de otros documentales de Blaustein que se enfocaban en una sola temática mediante imágenes de archivo, Fragmentos rebelados utiliza varios disparadores para revelar la vida y obra de uno de los directores de cine desaparecidos en dictadura, entre los que también se encuentran Raymundo Gleyzer, Pablo Szir y Jorge Cedrón (en exilio). El film establece, además, una mirada de lo que fue el cine y la militancia de los años 60 y principios de los 70. Una película necesaria (como todas las que hacen referencia a esa época) para ejercer memoria y reflejar el pasado de nuestro país y de toda Latinoamérica en esos años de agitación política y cinematográfica.
La música incidental de Fatorusso y Yafalián acompaña los títulos de la película, que muestran un conglomerado de miradas inquietantes viajando en la parte trasera de un camión: son enanos de jardín, el tesoro de un coronel que llega a intervenir al pequeño pueblo de Mosquito. Con los enanos también llega la dictadura y todo lo que esta trae aparejado: la imposición del toque de queda, la condescendencia de los medios de comunicación, los delatores, los que callan, la persecución, la censura, la impunidad, el despotismo, los secuestros, la desaparición de personas. Otra historia del mundo, a través de un humor con cadencia uruguaya, retrata en pequeña escala otra dimensión de la dictadura militar que afectó al país oriental y a gran parte de Latinoamérica. Una metáfora de los hechos en clave de comedia, que ilustra el costado opresivo y grotesco de esos tiempos sin explicitar su terror y su violencia reales. Lo hará a través de los diferentes y reconocibles personajes de la época, muy fáciles de identificar: los que apoyaron la causa, los que siguieron su vida cotidiana en silencio, los se rebelaron ante el autoritarismo impuesto, los que lo padecieron. Mosquitos es un pueblo de ficción del interior del Uruguay, aislado y adormecido, que no muestra interés por ninguna ideología, y donde la dictadura parece haber llegado diez años tarde. Este será el epicentro para recrear el pasado reciente del país con una mirada despojada de dramatismo, que llega a causar gracia y hasta emocionar. La película comienza y termina en un cementerio, una buena elección de guión, ya que podemos considerarla una representación de aquellos que no tienen tumba, ni tuvieron entierro, porque fueron desaparecidos. Basado en el libro Alivio de luto del escritor uruguayo Mario Delgado Aparaín, el film se aboca a parodiar la tragedia acontecida para evidenciarla. Milo Striga (Roberto Suárez) y Gregorio Esnal (César Troncoso), serán quienes se resistan a la primera imposición del Coronel Valerio (Néstor Guzzini) de cerrar los bares a las 22 horas. Para revertirla, estos dos amigos que gustan del alcohol y la buena vida deciden cometer un acto de rebelión, secuestrando los enanos que adornan el jardín del coronel y tomando por asalto la radio del pueblo para enviar un mensaje libertario, con la proclama de que sea levantado el toque de queda; pero también con la intención de hacerle una chanza al ridículo oficial y, por qué no, de despertar al pueblo de Mosquitos antes de que sea dominado por la dictadura, como lo está el país entero. La broma sale mal. Milo es desaparecido y secuestrado, mientras que Gregorio se encierra en su casa con los enanos por miedo a correr la misma suerte. Sin embargo, cuando las hijas de Milo lo van a buscar, Gregorio toma conciencia y sale a hacer justicia intelectualmente, manipulando la historia del pasado para que el pueblo entienda el presente, y ubicando como héroe a Striga, su amigo desaparecido. En esta comedia sombría de Guillermo Casanova (director de El viaje hacia el mar), elegida para representar a Uruguay en los Premios Goya y en los Oscars, se destaca la performance de los actores, que son los que llevan el relato con agilidad. Amén del verosímil creado, el espectador debe admitir algunas licencias que se toman los realizadores en un guión de estructura circular, que se centra solo en el desarrollo y la interacción de los personajes. Sin embargo, el recurso no carece de interés, pues su consigna de dictadura para principiantes pone de relieve los mecanismos del terrorismo de Estado y de la sociedad de la época en su carácter funcional. Otra historia del mundo es además una película que habla de la amistad, la solidaridad y responsabilidad, empleando el tono, el ingenio y la picardía uruguaya. Arriba la celeste.
El sur de Florianópolis es un lugar mágico. Muchos argentinos prefieren el norte de la isla, donde las playas están atestadas por sus compatriotas, el mar es cálido y casi no se escucha el portugués. Otros más afortunados deciden lanzarse a la aventura y conocer los pequeños pueblos pesqueros, donde el idioma es más cerrado y las playas más tranquilas, donde la isla se vuelve Brasil: Armação y sus rincones secretos, Ribeirão da Ilha y su belleza colonial, Pantano do sul y su típica postal de botes coloridos que uno puede disfrutar desde el clásico bar de Arantes. Este último será el sitio que oficiará de detonante principal en la película de Martín Viaggio, guionista, director y productor de Amando a Carolina. El segundo largometraje de Viaggio nos lleva a descubrir tales lugares, dejando la sensación de que su intención primera fue hacer una película que tuviese relación con esta zona poco conocida y muy cercana del país vecino, pese a no ser ese el objetivo principal de la ficción en sí. Como su título lo indica, Amando a Carolina es una obra que, sin descanso, hace referencia al amor no correspondido que siente el personaje principal por la mujer de ese nombre, con toda la desilusión que trae aparejada esta constante y que la aleja de ser una comedia romántica para desembocar en un drama sencillo, asentado en dicha obsesión. La película se basa en la (auto) reflexión que experimenta Diego (Guillermo Pfening) sobre su enamoramiento con una brasilera que conoce en la calle, Carolina (Bela Carrijo), a quien solo lo une una relación de amistad. La historia es contada a través del libro que irá escribiendo, cuyo título es el del film. El relato nos hará recorrer el sufrimiento y la apatía de su protagonista en el intento por olvidar, conquistar, reemplazar o descubrir a Carolina. La película está dividida en los mismos capítulos que el libro, del cual sabemos, por las varias prolepsis que adelantan su suerte, que será un best seller internacional; al menos es lo que Martín Viaggio se encarga de señalarnos durante todo el film: de qué manera se interesa y se conmueve la gente al leer esta historia, que al menos en su versión filmada, mucho no emociona. Como base de la trama tenemos la actuación de Guillermo Pfening, quien lleva la película de forma amena, amén de la monotonía de su personaje y de la somnolencia que su constante voz en off agrega. Hay una búsqueda formal apenas comenzada la ficción, en sus primeras imágenes, pero esta queda inconclusa en el transcurso de los capítulos. El guión literario, quizá, haya condenado la puesta en escena, que se destaca por su buena fotografía y dirección de arte, pero que no sorprende ni hace guiño acompañante alguno. Su mayor virtud es el juego con las estructuras narrativas, proponiendo un relato anacrónico, que no le da servida la historia al espectador sino que deja cabos sueltos. Así, observamos capítulos colgados en los cuales aparecen ciertos personajes sin sustento en la historia, tramas que empiezan y terminan sin relevancia, y otras que quedan pendientes, en el olvido, sin desarrollar. Amando a Carolina es una buena forma de acercarse a las playas del sur de Florianópolis. Gracias a la buena intención técnica podemos disfrutar de las imágenes, aunque el aporte cinematográfico es escaso. El resultado, en definitiva, es otra historia que habla del amor de forma episódica y redundante, desde un punto de vista que por momentos se vuelve polémico y que evita a toda costa la humildad.
Los territorios es un documental, pero envuelto en una gran ficción que justifica los registros. La cámara está pocas veces enunciada, por lo cual, por momentos, podríamos confundir la película con una narración puramente ficcional, aunque la permanente voz en off del protagonista nos indique lo contrario. En otras partes se hace evidente el hecho cinematográfico, con una desprolijidad muy marcada, justamente enunciando de forma exagerada su producción. A nivel formal, entonces, podemos considerar Los territorios como un gran juego cinematográfico en el que pareciera que uno de sus grandes objetivos es hacer (re)conocer al espectador las vicisitudes de realizar una película de forma independiente. En cuanto al contenido, salvo algunas entrevistas, relatos o lugares, podemos creer que la mayor parte de lo contado existe desde un planeamiento de guion y de producción más que de hechos axiomáticos y/o cronológicos. Por lo tanto, podemos decir que en Los Territorios hay un constante simulacro de la realidad, con momentos muy dispares en su estructura, que desestabiliza cualquier noción genérica o de clasificación. Esto crea una ambivalencia, una incertidumbre, en la cual el espectador quedará atrapado, ya que no podrá saber nunca la consistencia de la verdad contada. Al principio mismo de la película, cuando el protagonista relata uno de sus fracasos como director de cine, muestra el Kurdistan Iraquí, con una infografía que presenta el lugar como tal; poco después nos cuenta que en realidad era una escenografía natural en la Provincia de Mendoza. Con eso nos da la pauta que, a partir de allí, todo podrá ser puesto en duda. Sin embargo, esta manipulación hace a Los territorios una pieza interesante ya que crea un verosímil que, desde el principio, pero sobre todo hacia el final, se deja disfrutar sin cuestionamientos. La película mantendrá íntegramente el punto de vista de Iván Granovsky, quien nos narrará en primera persona, a través de determinados aspectos de su vida, la necesidad de conocer la profesión de corresponsal de guerra y de llegar él mismo a una línea de frente, a experimentar lo que es presenciar un conflicto armado. El punto de partida, la excusa que lo hará salir en busca de una posición ante a las tensiones del mundo actual, con todas las implicancias de producción y de financiamiento que le traerán aparejados estos viajes, será la contrariedad que le genera saber que su padre, el conocido periodista de Página/12 Martín Granovsky, nunca fue corresponsal de guerra, ni siquiera estuvo en una, solo de Internacionales, digamos, de asuntos diplomáticos. Más allá de la exposición que Granovsky hijo haga de su historia y su persona, la veracidad o no de los sucesos, lo que lo lleva a decidir “el plot” de su película será, en principio, su deleite por la geopolítica y su profesión de cineasta, pero también su cotidianeidad como viajante, su infancia rodeada de libros de aventuras, el altlas geográfico que lo acompaño desde chico y que lo ayudó aprenderse las capitales de todos los países del mundo, hasta sus aeropuertos. De las múltiples referencias que nos brinda, la más representativa que conlleva lo cinematográfico, lo periodístico, lo político, constantes que hacen al film, es sin lugar a dudas la película Z (1969), de Costa Gravas. De esta forma, el espectador empieza a transitar y a conocer el mundo del protagonista y este, a la vez, va creando el relato con gran coherencia, probablemente reafirmado por el colectivo de guionistas que vemos en los créditos de la película. El objetivo principal no es dado de antemano, como cualquier documental que plantea la hipótesis investigación apenas comenzado, sino que surge desde las propias cavilaciones del protagonista dentro de la película. Su búsqueda itinerante, a través de sus reiterados fracasos, será entonces el catalizador de los acontecimientos. De esto mismo derivará una obra de múltiples tesituras, tanto sociales como políticas, por momentos con rasgos cómicos, a veces un tanto forzados o molestos, como el imaginario que crea con Rafael Spregelburd haciendo las veces de corresponsal de guerra y que, quizás como buen productor, puso solo para extender la lista de actores, entre los que figura las apariciones de Lula da Silva, Evo Morales, entre otros. En Los territorios, Granovsky, un apellido frecuente en los créditos de las competencias de los últimos BAFICI, deja el anonimato y pasa a ocupar la mayoría de los rubros existentes en el esquema de labores cinematográficas con su primer largometraje como “no solo productor”. Así se convierte también en este actor llamado Iván, Ivanchi o “ruso”, a quien no conocemos por lo que demuestra, sino por lo que quiere mostrarnos, lo cual hace satisfactorio el encuentro, si a uno le cae en gracia el personaje, claro está. Su padre, el Granovsky hasta el momento más famoso, será el gran partener en una película que viaja por muchos lugares, pero que siempre hace cede en Buenos Aires. Él será quien lo guíe en la búsqueda de esa línea de frente, donde se ubican los corresponsales del guerra, a las que Iván quiere llegar en sus diferentes facetas: como actor, director, productor, guionista y, quizás, si le creemos, como él mismo, haciendo trascender su apellido del otro lado de la línea de cámara.
Publicada en la edición digital Nº 6 de la revista.
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Publicada en la edición digital Nº 5 de la revista.
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