Aballay es un gaucho ya entrado en años que seguido de un convoy de los más rudos hombres de la llanura, se dedica a saquear diligencias, el robo a mano armada y al delito seguido de muerte en algunos casos. Los asesinos, al comienzo del filme y desencadenando la narración, atacan a un vehículo con el fin de robar el oro que supuestamente llevan. Luego de acabar con la compañía armada que vigilaba el carro, se disponen a asesinar a los viajeros, es así que al acabar con todos y revisar el interior, Aballay se encuentra con un niño, Julián, el hijo del hombre que acababa de matar y sostiene un duelo de miradas que resulta en la libertad del pequeño. Julián ya crecido, diez años después del accidente de la diligencia, busca uno a uno a los asesinos de su padre, con la única referencia de unos dibujos al estilo identikit, para darles muerte mientras hace una vida normal trabajando para un gaucho y su hija. El Muerto, uno de los ex secuaces de Aballay pretende a la joven de la cual Julián se enamora (Juana) y en un enfrentamiento deja casi ciego al muchacho que luego es curado por el propio Aballay (elevado a Santo por los pueblerinos), ya venido a menos y con una promesa que no le permite bajar de su caballo ni perpetuar más muertes ni robos. El pasado entonces puede más que el olvido y la bondad del ahora buen gaucho, y la venganza de Julián será el primer plano hasta concretar la muerte de los asesinos. Con una fotografía impecable y planos generales propios del mejor Spaghetti Western, Fernando Spiner nos deleita con una historia que, sin mayores vuelcos o giros engorrosos, transmite la sanguinaria realidad del siglo XIX de nuestro país, mientras a su vez, retrata personajes complejos y de fuertes convicciones, donde cada uno tiene una razón de existir, en donde el cambio, el destino y la justicia son de lo más impredecibles pero gustosas de ser vividas. Aballay, el Hombre sin Miedo, remite a la cinematografía gauchesca vernácula, en la cual, desde el primer éxito argentino, Nobleza Gaucha (Argentina 1915), pasando por la versión no circense de Juan Moreira (Argentina 1973) y Pampa Bárbara (Argentina 1945), recrea e invita a redescubrir el género (muy poco explotado en el país) y a su objeto de estudio, reivindicando la figura y vida social del icono campestre nacional. Con elementos del gore más liviano y escenarios de lo más espectaculares, la transposición cinematográfica del cuento homónimo del mendocino Antonio Di Benedetto (escrito durante su estado de preso en la última dictadura militar), narra con una simplificación más que destacable respecto a las posiciones de cámaras, y con transiciones, planos master y trabajos de sonido dignos de un far west norteamericano. Los elementos que hacen de Aballay, el Hombre sin Miedo, un filme argentino for export, son los que proponen un cambio drástico o una salida del cliche de género, como lo son los heroicos momentos de Juana y su escape (que recuerda a Mattie Ross de la original Temple de Acero (True Grit, EE.UU. 1969), o el detenimiento en el drama general del relato sin hacer hincapié en las escenas de batalla, que, aunque están genialmente logradas, no hacen a la totalidad de la historia como se podría esperar; y por otro lado, el alejamiento de la figura del gaucho de la planicie para situarlo en exteriores realmente imponentes como los rodados en Tucumán para la versión fílmica. Si bien el tratamiento del guión decae y muchas veces se deja de lado al verdadero protagonista de Aballay, el Hombre sin Miedo, las relaciones entre personajes y los diálogos denotan un verdadero esfuerzo de Spiner por imponer su punto de vista más allá de lo narrado en el cuento original. Desde su trabajo con actores, el director acudió a la técnica de lograr el filme respecto del logro de la malicia enemiga, acertando en la posición encargada a Claudio Rissi, quien demuestra ser un malvado de esos que ya poco se ven en el cine. El director de la obra, emerge hacia un estadío superior de su carrera fílmica con Aballay, el Hombre sin Miedo, dejando relegados a un segundo plano producciones fílmicas anteriores como La Sonámbula, Recuerdos del Futuro (Argentina 1998) o Adiós Querida Luna (Argentina 2003) y abocándose al género propiamente dicho, demostrando que las raíces de la historia no se pierden, que los clásicos no pasan de moda y que el relato del Gaucho Santo está destinado a traspasar fronteras como un western propiamente dicho, de gran calidad y de profundo trabajo.
Hanna es una adolescente de 16 años que, acostumbrada y reclutada por su padre, Erik Heller, vive como una ermitaña en los bosques de Finlandia junto a él, que pretende convertirla en una especie de arma letal, en un perfecto soldado de batalla que estará listo para enfrentar algún día a Marissa Wiegler, la asesina de su madre cuando tan solo era una bebe. Como parte de su entrenamiento, la muchacha tiene: prohibido conocer el mundo moderno (con excepciones descritas a través de breves textos que su padre le obliga a recitar automáticamente, automatizándola), el deber de adiestrarse en el combate cuerpo a cuerpo y con diversas armas, el poder manejar varios idiomas (alemán, español, italiano, francés e inglés) y cazar animales salvajes. El punto culmine de la vida de ermitaña se da cuando la joven rebela estar preparada para salir “afuera” y empezar una existencia normal, lo que le da el pié a Erik para efectuar un escape tras dar inicio a un rastreador por el cual vendrán a buscarlo y a ponerle fin. La casa del bosque es atacada entonces horas más tarde de la partida del hombre y Hanna, sola, temerosa y asombrada por la revuelta que se arma al llegar la CIA a su hogar, cae víctima del hombre/tecnología para ser llevada a un centro donde la estudian y ponen en contacto con Marissa (una falsa, ya que la verdadera desconfía de las intenciones de la niña). Hanna escapa del establecimiento y comienza una carrera contra el tiempo y los hombres de Weigler en donde se reencontrará con su padre un (que se da a conocer como un ex-CIA), descubrirá su pasado, replanteará su presente y se preparará para un incierto futuro en la nueva normalidad, si es que así podrá llamarla. Hanna, representa, con recursos repetidos y trillados, una historia que no se destaca por ser original, lo que no significa que sea poco entretenida, de hecho resulta, gracias al rico juego visual y sonoro (más las cuotas de acción que adornan el dramatismo), una forma más de ver un cine que pretende ser de género, pero sin jactarse de respetarlo por completo. La historia de la joven Heller y su adaptación al mundo, nos avoca a filmes que nos presentan mujeres de corta edad como las heroínas absolutas y capaces de llevarse todo por delante mediante la ultra violencia, pero sin dejar los valores de lado: recibcibiendo entonces influencias de la genial Kick Ass (Kick Ass EE.UU. 2010) y la menos conocida historia de Chocolate (Chocolate, Tailandia 2008), comprendiendo entre ambas a la ermitaña que recorre Europa en busca de respuestas mientras es seguida por la CIA y organismos ilegales. Por otro lado, respecto de la profundidad narrativa, la novela Un Mundo Feliz (A. Huxley, 1932), la historieta Cybersix (Trillo, Meglia, Argentina 1991) y la serie televisiva El Angel Negro (Dark Angel, EE.UU. 2000), comprenden un basamento creativo en donde varios de los aspectos de la manipulación genética, niños perfeccionados para ser soldados y la búsqueda de un pasado perdido (o hecho perder por aquellos que dominan el poder), son transmutados creando Hanna. Remitiéndonos a los aspectos más técnicos del filme, dato no menor resulta el hecho de que el filme haya sido dirigido por Joe Wright, un artista ya consagrado por trabajos como Expiación (Atonement, Inglaterra 2007) y Orgullo y Prejuicio (Pride and Prejudice), donde da cuenta de su fabuloso talento gráfico. El director amante de los planos-secuencia, como el realizado magistralmente en Expiación, se anima, en Hanna, a uno sobre la llegada de Erik a la estación que sobrepasa las expectativas, ya por su movimiento perfectamente controlado, ya por su coreografía delimitada con exactitud, ya por su iluminación y colorimetría conjugándose con lo que se va narrando, creando un clima adecuado y calculado para que se funda con aquello que sucedió y lo que se sucederá. El detalle clave, por ser modestos (ya que representa el punto más fuerte de la producción), se encuentra en el acierto respecto del impecable trabajo del soundtrack a cargo de The Chemical Brothers que, a través sintetizadores y elementos sonoros y efectos electrónicos, crean sucesivos climas que hacen a la historia de una complejidad extrema comparado a los otros filmes del director inglés. Esta vez, con un guión escrito por un novato en cine, Seth Lochhead y la corrección y ultimación de detalles a cargo de David Farr, Wright nos entrega una película de calidad apta para el entretenimiento, alejándose de sus horizontes antes explorados y demostrando nuevamente, que es un artista digno de análisis y lleno de aciertos, sobre todo en la elección del elenco y en los juegos de planos descriptivos.
Es el año 1991, siete convictos de la cárcel de Villa Devoto se escapan cavando un túnel que conecta el exterior con el hospital de la prisión. Desconcierto y dudas de parte de policías, vecinos del barrio residencial y periodistas son pobremente paliadas por el testimonio de un vecino, el único testigo del escape. Es aquí cuando entra Ricardo, un periodista de criminales que se compromete con lo acontecido e intentará escribir una nota sobre lo que ocurrió, sobre cómo ocurrió y por qué ocurrió; para esto deberá llegar incluso con los autores materiales del túnel: los prófugos. Un llamado telefónico es el encargado de contactar al periodista, quien luego de seguir una serie de indicaciones, se encuentra en una casa de los suburbios cara a cara con dos de los escapistas: Vulcano y Toro, cabezas de equipo y mentes detrás del escape, seguidos y acompañados por otros cinco convictos que la casualidad se encarga de reunir. Ricardo, cumpliendo con su labor interroga a Vulcano para luego dejarse llevar por la narración de una crónica de escape que lo lleva a encontrarse con la historia de unos cadáveres hallados por los criminales en su intento por alcanzar la libertad, con la promesa que los presos le hicieron a los muertos y la duda sobre el origen de estos restos. El Túnel de los Huesos, un filme que sabe relatarse como la historia real en que fue basado. En el año 1993, el periodista Ricardo Ragendorfer recibió el premio Príncipe de Asturias por su investigación sobre el escape criminal sucedido en el año 1991 de la cárcel y, sumado al testimonio de uno de los criminales libres, el director santafesino, Nacho Garassino, elabora con su Ópera Prima, una historia que se desarrolla en dos arcos argumentales conectados por un narrador que solo dando detalles superficiales en persona, nos introduce en la espectacular fuga, que parece ser lo principal en la historia, pero todo va más allá cuando una promesa se hace presente: La de relatar una historia más, la de aquellos que ya no tienen voz. Pero no todo es narración en El Túnel de los Huesos, también la influencia se hace presente, recordándonos los pasajes carcelarios de Sueños de Libertad (The Shawshank Redemption, EE.UU. 1994) y con una maestría raras veces vistas en una ópera prima, la técnica cinematográfica se sucede con recursos estéticos de lo más prolijos e intercalando varios planos secuencia (especialmente el impecable que inicia el filme) que solo en su recorrido, nos inunda de sentimientos, de personificación y de empatía para con aquellos que narran la historia. Factor más que importante en el desarrollo de la obra de Nacho Garassino, es la utilización absorvente del sonido, que sin resultar desubicado ni repleto de sinfonías rimbombantes y carentes de alma, con un sonido monocorde que se impone, se nos recuerda a la opresión, al peligro y al mundo interior de los protagonistas, como así Stanley Kubrick, con sonidos similares, nos narraba la historia de Alexander Delarge en La Naranja Mecánica (A Clockwork Orange, UK 1971); y el uso de la fotografía, que sin grandes innovaciones nos remite a penumbras acordes y la iluminación remitente a los foquitos de luz que los criminales utilizan como único recurso de visión en el túnel mientras cavan, dando la impresión una vez mas, de encontrarnos allí. Destacable, como ya se lo vio en infinidad de producciones televisivas como cinematográficas, la figura de Raúl Taibo, que, en complemento con Valenzuela, recrea a un personaje frío, crudo, valiente pero dejando entrever una desesperación que caracteriza el personaje que encarna: Vulcano. Respecto de Daniel Valenzuela, compone magistralmente la otra cara del personaje de Taibo, bajo la personificación de Toro, el segundo de mando en el plan de escape y compañero fiel de Vulcano. Lo que compone El cine argentino demuestra una vez más su potencial y riqueza no solo en imágenes y narraciones, sino también, en las originales historias que se suceden cada vez con mayor frecuencia en los escenarios de la industria. Otra vez nos encontramos con una pieza de calidad, una propuesta hacia los caminos de los relatos no contados, una puerta abierta a un cine que sin ser abyecto, retrata dicotomías sociales, los códigos, los cambios y las realidades dentro y fuera de las cárceles argentinas.
Po el panda, luego de vencer a Tai Lung, adentrarse en el vasto mundo del kung fu y ser reconocido por fin como el Guerrero Dragón, continúa su entrenamiento junto a los cinco furiosos (Tigresa, Mono, Mantis, Víbora y Grulla), bajo la enseñanza del Maestro Shifu, continuando el legado de Oogway, el gran Maestro Tortuga. Varios Señores del kung fu comienzan a desaparecer de forma misteriosa, por lo que el equipo de animales es enviado a investigar y a encontrar a los Maestros Cocodrilo, Trueno Rhino y Mofeta. Gran sorpresa se lleva todo el templo de entrenamiento cuando descubren que quien está detrás es Lord Shen, un pavo real y formidable guerrero, que fue desterrado mucho tiempo atrás por manipular las artes oscuras de los fuegos de artificio, y vuelve con todo su ejercito de lobos para conquistar China y acabar con el kung fu ahora que posee un arma capaz de arrasar con todo lo conocido. Shifu legará a Po la última enseñanza del Maestro Oogway, que es el dominio de la paz interior, para liberar un nuevo poder que haga frente a la nueva amenaza, pero el panda cuenta con mayores problemas ya que deberá lidiar con el pasado, su origen y la verdad detrás de su padre ganso, el Sr. Ping, que lo crió desde pequeño. Será entonces que tras resolver todas las incógnitas que Po será capaz de enfrentar al mal y poder vivir el presente, que es lo único que importa. Kung Fu Panda 2 nos presenta una vez más una historia por demás entretenida en la que se cuenta con gran calidad y maestría, esta vez bajo la dirección de Jennifer Yuh (a diferencia de la primera entrega dirigida por Mark Osborne), las aventuras de los animales antropomorfos amantes de las artes marciales. Esta segunda entrega, contando con un mayor presupuesto y un staff mucho más amplio, es exhibida tanto en la modalidad 2D como en 3D, brindando así la posibilidad de interactuar en el mundo fantástico creado por la gente de Dreamworks y apreciar más de cerca el arte animado de última generación. Contamos nuevamente con la adaptación de las costumbres marciales chinas llevadas a un extremo hilarante en donde, siguiendo el ejemplo del buen cine de Kung Fu Panda 1, se continúa la narración bajo la consecución de planos bellamente creados y agotando con gran criterio todas las posibilidades que brinda hoy el dibujo animado haciendo preferencia nuevamente por la magnificencia de los planos largos, especialmente cenitales que, a diferencia de lo que se puede sospechar, no emanan aire alguno de inferioridad en lo mostrado en pantalla. Contando con texturas realistas de lo mejor, la comedia que hace entrega la principal competidora de Pixar Animation Studio, nos retrotrae al estilo humorístico de la impecable Megamente (Megamind, EE.UU. 2010), con mayor cantidad de situaciones de gags que su antecesora y con un juego técnico que sobrepasa las expectativas, dando especial cuidado al sonido, con el que se evocan todo tipo de situaciones en donde cumple un rol principal en lo que hace a la historia, como por ejemplo la declaración de guerra de Po a su nuevo enemigo gritando desde lo lejos, dejando la magia surja a partir de planos auditivos que explotan al máximo las posibilidades que brindan las salas y su envolvente sonido. Jennifer Yuh, primera vez directora de cine, da cuenta una vez más de su capacidad artística, como ya sorprendió en otras ocasiones por su trabajo en producciones tales como (y por solo mencionar algunas), Spirit, el Corcel Indomable (Spirit stallion of the Cimarron, EE.UU. 2002), Madagascar (Madagascar EE.UU. 2005) y la televisiva Spawn (Spawn, EE.UU. 1997); haciéndonos ver, citando en un crossover al Maestro Tortuga y a el Sr. Ping, que “nada es imposible y lo especial de las cosas radica en la creencia de que aquellas son especiales”, los accidentes no existen, lo cual indica sin riesgo a equivocarnos, que Kung Fu Panda 2 es una de las grandes películas de animación del año.