Sobre padres e hijos Estructurado como un documental apócrifo o falso documental, la cuarta película de David Lipszyc (Volver, 1982; La Rosales, 1984; El Astillero, 2000) hace foco en el tema de la adopción de una pareja homosexual. Pero el eje del conflicto no solo está puesto en la dificultad de adoptar de los gay, sino en la problemática del tema, la ley argentina, los chicos adoptados en la última dictadura y como se vive el vínculo padre-hijo desde adentro. Ricardo es homosexual e inicia los trámites de adopción, no mintiendo pero sí ocultando esa información. Juan nació en 1976 y vive en un orfanato. La vida de Juan cambiará cuando por fin se lo den en adopción a Ricardo. Pero sus miedos y la búsqueda de su pasado se intensificarán a medida que la vida vaya transitando. Así desde el presente Juan y Ricardo nos adentrarán en un pasado de temores, injusticias, desaparecidos y dudas, pero también en un pasado dónde el amor de padre a hijo y la verdad sirvieron para constituir una familia en el presente. El realizador nos introduce en el conflicto a través de lo que puede denominarse un falso documental. Basado en una historia verdadera pero llevada a la ficción se nos presenta a los personajes como si fueran los reales. Mediante los típicos reportajes a los que se somete a cada uno de los entrevistados, se va narrando la historia desde las visiones de cada uno. El film toma un sentido a partir del momento en el que se pierde la noción de la ficcionalización de los hechos y se pasa a vivirlo como una historia real. Para otorgarle un sentido aún más documental Lipszyc nos brinda un punto de vista anterior a los hechos, para ello reconstruye en Súper 8 imágenes caseras con la vida de Juan, Ricardo y su pareja José, que se van intercalando con los testimonios actuales. Este elemento le da a Adopción (2009) una visión aún más real y que termina por poner en crisis lo falso con lo verdadero. En Adopción no solo aparece el conflicto de lo difícil que es el tema para los homosexuales, sino la complejidad del tema en sí mismo. La burocracia de los organismos encargados del mismo, el marco legal argentino, la forma de actuar de la justicia, elementos que son intercalados con los conflictos internos de cada uno de los implicados, además de las dudas que se dan en la generación de chicos adoptivos que nacieron durante la última dictadura militar. Lo interesante del tratamiento cinematográfico es que solo se muestran los hechos, sin miradas acusadoras, ni juzgamientos impropios. David Lipszyc nos presenta a través de una ficción documentada un tema universal, que si bien se focaliza en la homosexualidad, éste es tomado como el desencadenante para narrar una historia, en la que la elección sexual de los protagonistas es solo un hecho fortuito de un conflicto mucho más profundo, que ataña a cualquier ser humano con la necesidad de enfrentarse a la paternidad. Una película necesaria que hay que ver.
Vuelven los miedos del pasado Una pareja gay decide adoptar un chico en este film ambientado en los años de la dictadura militar. La película es un falso documental que juega también con la ficción. El registro con estética de imágenes en super 8 permite mostrar el pasado, mientras que las entrevistas del presente se realizan en soporte digital. La búsqueda de la identidad es uno de los motores de esta historia en la que Juan, un chico nacido en 1976, descubre que su pasado es diferente al que le contaron. Y Ricardo, quien vive una relación homesxual con su pareja, lo adopta y cree que lo más adecuado es que conozca sus raíces. La película de David Lipszyc, el realizador de las interesantes La Rosales y El astillero, va descubriendo con lentittud una historia y varios relatos, como las capas de una cebolla, pero no logra emocionar. Un buen tema que tenía mucha tela para cortar, pero no ayudan ni el ritmo elegido, ni las actuaciones.
El documental, otra ficción David Lipszyc cuenta, en formato de "falso documental", la historia de un chico adoptado por una pareja gay en la Dictadura. Bastante curioso e intrigante este experimento llamado Adopción. En principio, para el espectador distraído, puede parecer un documental que mezcla entrevistas con películas caseras filmadas en Super 8. El tema, de por sí, agrega otra dimensión interesante: el caso que cuenta es el de un hombre gay que adoptó un chico en la época de la dictadura militar sin saber si era o no (sin preguntarse en el momento siquiera) hijo de desaparecidos. Pero de a poco se nota que algo raro pasa en la película. Los entrevistados (padre e hijo) suenan algo ensayaditos en sus palabras, como si sus modulaciones y expresiones fueran guionadas y no capturadas directamente por la cámara y el realizador. Y las películas caseras parecen haber registrado todo lo que los personajes hablan y lo que hicieron, con una obsesión propia del director/protagonista de Tarnation. ¿No será mucho? Lo que pronto queda en claro es que estamos ante un falso documental. Los protagonistas son actores y las películas caseras fueron filmadas "como si" fueran tales. La historia que se cuenta, sí, es real, pero acaso porque el realizador no pudo contar con la presencia de los verdaderos protagonistas y porque no quería hacer una previsible ficción sobre el tema, decidió usar este particular formato. Que intriga, que se presta a cuestionamientos éticos (especialmente por el tema que trata, esto no es Spinal Tap), pero que hacen a Adopción una película original, aunque por momentos también fallida. Los actores cuentan a cámara la historia de una adopción muy particular en un momento explosivo de la Argentina, y las películas caseras y el material de animación (con algo de Los rubios, de Albertina Carri) van completando los baches de la trama. Así sabremos lo que pasó con ese padre, con ese hijo, con la aparición de la pareja del padre, con la reacción del hijo y, finalmente, con el descubrimiento de quienes fueron sus verdaderos progenitores y qué pasó. David Lipszyc (La Rosales, El astillero) demuestra inquietud e ideas para salir de una parada difícil con recursos acaso debatibles, pero sin duda originales.
Pretenciosa película sobre la adopción El director David Lipszyc y un tema sensible Al tratar un tema como la adopción, tan sensible como susceptible de caer en el golpe bajo, el director y guionista David Lipszyc corrió un riesgo. Al encarar su película como un falso de documental, basado en una historia real, corrió otro. Al mezclar el caso de familia homoparental con las trágicas apropiaciones de chicos durante la dictadura militar, el realizador aumentó tanto la apuesta artística que terminó por construir un film confuso, cuyo bien intencionado contenido se pierde en desconcertantes elecciones de guión y edición. El relato comienza con unas confusas imágenes de los supuestos recuerdos de un niño. Gritos, llantos y un coche huyendo a la carrera sugieren más de lo que explican. Las explicaciones llegarán cuando la historia se ubique en el "presente" para mostrar a un padre y un hijo compartiendo un mate y hablando frente a cámara de su relación. Las miradas expresivas y cariñosas que comparten Juan (Ignacio Monná) y Ricardo (Ricardo González) quedarán aplastadas por unos textos más bien forzados en los que uno y otro contarán como llegaron a ser una familia. Del orfanato dónde vivía el chico de ocho años que Ricardo decidió adoptar a pesar de la desconfianza que su soltería generaba en el ámbito social y la necesidad de ocultar su homosexualidad y a su pareja, la película salta sin demasiada lógica dramática ni de estilo por diferentes etapas de la vida de Juan. Como separadores entre un segmento y otro aparecen juegos infantiles, muñequitos playmobil que por momentos representan, de manera bastante rudimentaria, a Juan, Ricardo y su pareja José. Los mejores pasajes de Adopción son aquellos que se centran en el establecimiento del lazo entre un niño conflictuado y su nuevo padre, claro que esas escenas pronto dejan lugar a desordenadas menciones a la historia argentina reciente. Tanto la Guerra de Malvinas como la represión y la desaparición de personas son usadas como marco para hablar de cuestiones más íntimas que, aunque estén basadas en situaciones verdaderas, son muy poco verosímiles.
Adopción, nuevo film del veterano Lipszyc (El Astillero, Volver, y otras películas pertenecientes a un generación bienintencionada pero decadente dentro del cine argentino lamentablemente) empieza como un híbrido ambicioso, complejo, pero resuelto de forma sencilla y con pocas pretensiones. O sea, bastante más interesante y atractivo de lo que promete la gacetilla de prensa. Ricardo y José fueron pareja en plena dictara militar. Debido a los prejuicios de la época, no podían mostrar su relación abiertamente. Sin embargo, Ricardo se animó contra todas las reglas a adoptar un chico de 8 años. Con el correr de los años, Juan, el chico, va madurando y Ricardo no quiere ocultarle su pasado, por lo tanto, sospechando que es hijo de “desaparecidos”, empieza la búsqueda de sus padres biológicos. Lipszyc no decide caer en una recreación de época como recientemente fueron Hermanas, Cordero de Dios o Andrés no Quiere Dormir la Siesta, y en cambio encara la historia en formato documental. Aunque no se trata de una historia real y los entrevistados son actores (Gonzalez como Ricardo es muy creíble en el personaje), Lypszic decide no enfatizarlo, e incluso las recreaciones de épocas la graba en película Súper 8, lo que supone que fueron hechas por algún personaje real y no una cámara invisible. A la vez, el tono de Adopción, no hace énfasis ni en lo melodramático ni lo sentimentalista. Ricardo cuenta la historia de forma cotidiana, como si fuera una anécdota. A su relato se sumará el de Juan adulto, y otros personajes que conocieron al chico cuando iba al orfanato. Desde un principio se hace énfasis en que el tema no es el “ser hijo de desaparecidos” solamente, sino lo que significa para un chico crecer en un orfanato y ser adoptado en una edad no demasiado lejana a la adolescencia; como Ricardo tenía que ocultar su homosexualidad para adoptar, como tenía que presentarla ante Juan; el rol de José (que nunca aparece) en la pareja; el miedo de que los militares descubran la homosexualidad y lo maten. A esto se le suma, el misterioso pasado de Juan. ¿Quiénes fueron los padres? ¿Por qué se “escapó” la madre? La película pasa de ser un documental a un tipo de ensayo acerca de las diferentes capas psicológicas que incluye la adopción para el chico y para los padres. El problema viene en la segunda mitad, cuando se empieza a develar el misterio del pasado, y cuando así de repente la película, cuando se ponía más interesante, termina abruptamente, dando algunas respuestas en la forma más simplista, conciliadora, y banal posible. Otras, como cual fue el destino de José, quedan sin resolver. Es verdad, que Lypszic no quiso caer en el “lugar común” de ubicar a Juan como hijo de un padre buscado por la triple A, pero también es cierto que al final todo resulta poco verosímil. Una verdadera lástima que a nivel narrativo, la película decaiga tanto en su último tercio. Incluso se podría hablar casi de una falta de respeto por el pasado argentino. A nivel estético, sin demasiadas ideas en cuanto a la estética documental resulta acertada la inclusión del Súper 8, meticulosa su reconstrucción. El director también incluye secuencias animadas que remiten al cine de Albertina Carri, y una secuencia con “Playmoviles” es referencia casi directa a Los Rubios. Cuando alguien decide encarar una producción abarcando tantos temas “importantes” debe entender que si no profundiza en lo narrativo, que si lleva la investigación a mitad de camino, y da las respuestas más fáciles y obvias, no importa cual sea la intención de la obra, si da en la tecla con el tono o la estética, si rompe moldes o no, lo importante es que no queden cabos sueltos. Y si quedan debe explicar el porqué, justificarlo de alguna manera. No estamos hablando de una película ambivalente, donde la información no se da porque los realizadores quieren dejar una brecha para que complete el espectador, no servir todo en bandeja. Claramente, esa no es la intención de los realizadores de Adopción. “Algo” en el proceso creativo, no lograron entender. Por abarcar demasiado, aprietan poco y, así terminan estrenando una película incompleta, lamentablemente condenada al olvido, como tantas otras…
Retrato de (otra) familia Adopción parte de un caso real: el de Juan, adoptado por Ricardo, un profesional soltero y gay, a los ocho años. Los dos temas, adopción y homosexualidad, entran en combustión cuando se tiene en cuenta que Juan, nacido en 1976, permanecía en un orfanato al que había llegado con una historia confusa. Por un lado, se decía que su madre militaba en una organización armada y había sido asesinada en Tucumán, por otro, que había sido abandonado. Ricardo, por su parte, debía enfrentar la burocracia que no le puso las cosas fáciles al conocer su homosexualidad y su vida en pareja. Ante la imposibilidad de contar con testimonios de los protagonistas reales, el realizador, David Lipszyc, optó por el falso documental. Esto es, actores que personifican a Ricardo y a Juan en cámara. La película mezcla esas entrevistas con filmaciones que dan cuenta del origen de Juan, sus recuerdos difusos, la indefinida relación con su madre y su padre, además de animaciones y otros elementos que hacen a la narración. Ricardo fogonea en Juan la inquietud por conocer su verdadera identidad, mientras trata de amarrar su homosexualidad al derecho a armar una familia. Esa tensión está en el centro del film, que a partir de su segunda mitad se acerca a lo ficcional, revelando qué sucedió con los padres de Juan y cómo Ricardo pudo articular su realidad con la misión de una vida familiar sin ocultarle nada al niño.La elección formal de Lipszyc constituye un punto a favor ante la manipulación que un tema como éste puede sufrir. Pero le resta fuerza al relato. La película evidencia una bienvenida falta de énfasis –el director expone sin juzgar ni opinar–, pero no puede evitar cierta hibridez. De todos modos, el acercamiento respetuoso al tema y la nobleza de la realización hacen de Adopción una película valiosa.
Una película para oír, con poco para escuchar Una cosa es diluir, confundir, anular incluso las fronteras entre lo real, lo reconstruido y lo inventado, y otra intentar disimularlo. Recreación de un caso real que habría tenido lugar durante la última dictadura, Adopción recurre a actores para representar los papeles de quienes vivieron esos hechos. Pero no hace explícita esa condición (no, al menos, hasta el rodante final, donde aparecen los nombres del “elenco”). Otro tanto sucede con el “material de archivo”, presuntas filmaciones caseras en Super 8 que son en verdad fragmentos actuados y filmados para la ocasión. La mayor objeción que puede hacerse a la película (la única que de veras importa, tal vez) no es sin embargo de orden ético, sino cinematográfico. Mal actuadas (en uno de los casos, al menos), las entrevistas (falsas) a cámara “dicen” tan poco, en términos visuales y expresivos, como los fragmentos de (falsas) home-movies. El problema de Adopción no es ser un falso documental que no se asume como tal, sino fragmentos filmados que no llegan a hacer una película. Toda una summa al servicio de la corrección política, el caso es el de un chico huérfano a quien durante la dictadura adoptó un hombre gay. Tras disimular su condición (no eran tiempos en los que la homosexualidad se aplaudiera), el hombre lo llevó a vivir con él y su pareja. Sospechando que los padres del chico podrían ser desaparecidos, el adoptante se puso a investigar, dando la impresión de que la mamá podría haber sido una combatiente del ERP en la selva tucumana y el papá, el dueño de una funeraria (oficio simbólico si los hay, en tiempos de represión), vinculado con los militares. El hombre habría secuestrado al chico, separándolo de su madre y poniéndolo al cuidado de unas tías. Pero finalmente resulta que no, que la mamá no era combatiente del ERP ni de nada, y no queda muy claro si el papá secuestró o no al chico. Con lo cual la sensación es que el material narrativo fue sometido a más de una manipulación, para condimentar el asunto con pizcas de suspenso político. El primer chirrido proviene del actor que hace del chico adoptado en la actualidad. En la primera parte sobre todo, el muchacho “recita” sus diálogos, haciéndose notar que están escritos y levantando una primera sospecha. Sospecha referida tanto al pacto que la película establece (con la verdad, con el espectador) como a la pericia dramática con la que está manejada. Incluso al actor que actúa bien (el que hace del hombre adoptante) se le hacen decir textos semiteóricos sobre la situación de adopción, que también hacen ruido dramático. Cuando el hombre aparece, en los presuntos fragmentos de hace treinta años, con una peluca oscura, la película empieza a hacer pensar en algo así como una versión de Los rubios a la que se le borraron las comillas. Igual, el problema básico de Adopción es que las filmaciones caseras comunican tan poco como los fragmentos talking-heads. Con lo cual termina resultando una película para oír, antes que para ver. Pero tampoco lo que se oye tiene mucho interés...
Contradicciones Adopción se basa en una historia real situada dentro de la última dictadura militar. Un hecho que da lugar a la historia de Ricardo, un gay que vive en pareja con José, y decide adoptar a Juan, un niño de 8 años abandonado en un orfanato. La identidad de Juan será un interrogante a descubrir por Ricardo quien comienza a ahondar sobre el pasado del niño. Lypszyc hará referencia no sólo a una etapa monstruosa de nuestra historia sino también abordará la homosexualidad masculina en su deseo de formar una familia dentro de una realidad político - social represiva y excluyente. Sin embargo, si en Adopción el interés de los temas es lo fuerte y lo que Lypszyc desea resaltar, construir un relato desde la ficción sería adecuarlo a mayores elementos y formas narrativas que podrían jugarle en contra. Hacerlo desde el documental se ajustaría más; pero el film no opta ni por una cosa ni por otra, sino a una suerte de ambos registros que forman “un falso documental”; o sea se inventa todo, desde los entrevistados hasta las entrevistas mismas, los lugares como las filmaciones caseras que se intercalan en todo momento. De esta forma, toda la historia se termina ficcionalizando bajo una estética y una narrativa visual que simula ser lo que no es. Además de ciertos tropiezos dentro del guión, respecto a quienes eran los padres del niño y lo que hicieron de él, los temas principales se terminan desdibujando, el film se vuelve un producto híbrido. Una contradicción dentro de un discurso destinado a develar mentiras y reconstruir identidades.
De padres e hijos Buenas intenciones que no redundan en un buen filme. “De pronto llega alguien, te elige y tu vida cambia”, algo así dice Juan en un momento de Adopción. Y eso puede aplicarse a tantas cosas, tantas situaciones de la vida. Por lo pronto describe su soledad en un orfanato, su transcurrir la vida esperando un hogar y un papá y una mamá. Y a su vida llega Ricardo. Ricardo y José, que son pareja. Claro que sólo Ricardo adopta a ese niño que nació en 1976. Pero hay demasiados cabos sueltos en la historia del pequeño y muchos miedos que empiezan a aparecer a medida que Juan va creciendo. Por lo que el padre, entonces, decide asumir la responsabilidad de descubrir la identidad verdadera de su hijo. David Lipszyc no se anda con chiquitas a la hora de elegir que quiere contar. Adopción, homosexualidad y dictadura militar se entroncan para desarrollar una historia de amor singular. Partiendo de una investigación sobre adopción de parejas homosexuales en el derrotero de la misma el director recabó información sobre casos conmovedores y decidió urdir con ellos el centro de su filme. El problema casi insalvable es que la elección sobre los géneros se ubica en la lábil frontera del documental y la ficción, ese docudrama tan en boga en la actualidad y que en este caso no cuaja. A pesar de la ayuda insoslayable del material fílmico de los participantes (Super 8, que luego resulta una construcción también), de las fotos y los recuerdos (revistas, juguetes), que aportan su cuota de verdad, verdad que late en los testimonios, la verosimilitud se va deteriorando a medida que pasan los minutos y los mismos testimonios a cámara suenan forzados, artificiales, construidos, actuados. El problema no es la ficción de la que se echa mano sino la manera en que frente a la cámara surgen las palabras. Pocas veces se logra que la puesta en escena no se vea como tal. Y entonces más allá del dolor y la historia de vida que se cuenta, más allá de sentar posiciones con respecto al tema de la adopción por parte de las parejas homosexuales que hoy está sobre el tapete, más allá de sus buenas intenciones se hace muy difícil despegar al filme de esos programas televisivos donde la exposición es completa. Y buenas intenciones no significan buen cine. Ni siquiera cine.
Adopción está atravesada por una inusual calidez que parece venir a refutar en parte la obligada gravedad de su tema. Un niño recién nacido pierde a su madre a manos de un grupo de tareas en plena dictadura militar. Literalmente la pierde. Es decir, no se sabe qué pasa con ella, desaparece en medio de la noche. El hecho es un agujero negro en la memoria del joven que hoy recuerda (o más bien intenta hacerlo) ante la requisitoria del director David Lipszyc. Así, una zona de la película se construye orbitando alrededor del misterio de esa ausencia y de su peso. El chico separado de manera cruenta de su madre va a parar a un orfanato y termina siendo adoptado por un hombre homosexual. El hombre reconstruye también su historia desde el presente junto a su hijo adoptivo, y la película se balancea entre una historia y la otra sin hacer pie completamente en ninguna de las dos. Lipszyc hace una película muy rara de verdad. Esto podría ser bueno, pero en este caso no alcanza. Despareja y arrítimica por donde se la mire, Adopción parece proponer un culto a la memoria, en la que los recuerdos adoptan a veces la forma sinuosa de lo fantástico (la eficaz utilización de los muñecos playmobil recuerda superficialmente a Los rubios), pero prácticamente sin asumir conclusiones acerca de sus efectos en el presente. Padre e hijo recuerdan como en un pacto de amor, a partir del cual todo conflicto ha sido neutralizado, expulsado de ese pequeño paraíso privado en el que el cariño persevera ciego: el hombre trayendo de vuelta pasajes más o menos angustiantes de su vida juntos en el pasado que se ven al fin morigerados por el afecto y el apoyo mutuo; el hijo, feliz de haber vivido en un mundo en el que los juegos infantiles operan como guarida y eficaz protección contra las perturbaciones del mundo circundante, que por supuesto incluyen el enigma del amigo de su padre que compartía el hogar con los dos. La película dice poco sobre la homosexualidad bajo un régimen represivo, poco sobre los hijos de desaparecidos, poco sobre la adopción por parte de padres del mismo sexo. La memoria no duele en la película de Lipszyc. Tampoco formula pregunta alguna. Más bien se limita a hacer las veces de artilugio, de motor que dispara historias para alimentar diligentemente al cine (como en las zonas apenas recordadas de la infancia más temprana del joven, en las que la falta de información se repone con imágenes y formas cercanas al videoarte, algunas muy bellas, por cierto, que aparecen proyectadas en una pantalla). No estaría mal si no fuera demasiado poco. Discreta por vocación y fatalmente anémica, Adopción podría representar (tal vez no del todo a su pesar) el ejemplo tardío de una cierta clase de cine cuyas imágenes no osan hablar sino que apenas se remiten a ilustrar.
Cuando en la Argentina se vive el furor por adoptar niños haitianos, y existe una denuncia gravísima sobre el caso de niños adoptados que permanecen hasta tres años en institutos porque el Estado paga 1.500 pesos mensuales para ello; Cuando en el Congreso Nacional se debatirá este año un proyecto que permitirá a las parejas homosexuales a adoptar, y un candidato a legislador reveló que su padre adoptivo es gay, llega a las pantallas nacionales "Adopción”, cuarta realización de David Lipszyc tratada como "falso documental ficcionado" para narrar la historia de un hombre homosexual que decide canalizar su necesidad de brindar amor con la adopción de un niño alojado en un orfanato, y lo hace durante la época de la última dictadura militar que sufrió la Argentina. El niño crece y con su padre adoptivo forma un núcleo familiar al que se integra la pareja de éste último, y todos juntos investigarán el origen biológico del adoptado para encontrarse con una casi verdad que no esperaban. La obra toca varios temas, pero no profundiza en ninguno. Su trama principal es como lo indica el título, la adopción, pero al tratarse ésta de una acción surgida de una necesidad emocional, pero que conlleva un procedimiento jurídico, resulta tan compleja que no puede desarrollársela de manera ligera sin que el espectador caiga en la incredulidad, sobre todo si se afirma que el guión está basado en un hecho real. Si bien la ley nacional 24.779 y el Código Civil en su artículo 315 determinan que el adoptante puede tener cualquier estado civil y no hacen ninguna referencia a su opción sexual, desde el comienzo la platea se siente movilizada porque quien adopta es una persona gay. La sexualidad del adoptante no es tratada en la temporalidad de la película, cuya acción transcurre en la época en que reinaban los edictos policiales que eran usados para hacer punible la homosexualidad. Al rozar lo sucedido con niños hijos de desaparecidos la producción deja la amarga sensación de que al tocar ese tema, tan duro, de manera casi superficial, se lo ha hecho como un gancho taquillero. El comportamiento de la familia biológica del niño tampoco resulta muy creíble para el espectador. Y no existe un cierre total de guión, sino una casi conclusión: que una persona sola, más allá de su orientación sexual, puede dar amor a un niño, criarlo y no influir en la sexualidad del adoptado, aunque esto último está apenas sugerido. Un metamensaje valioso, sin duda, pero al que no es fácil acceder. Técnicamente el "falso documental ficcionado" es un formato novedoso, aunque recuerde mucho a los flashbacks que el director utilizó profusamente en "La Rosales" (1984). David Lipszyc además de dirigir cine conoce el arte de dirigir actores y crear situaciones, por lo tanto Ignacio Monná, actor de teatro alternativo porteño, como el adoptado ya adulto, y Ricardo González, actor y dramaturgo platense, como el adoptante, son medidos y convincentes en cuanto a la composición de sus personajes, dentro de una puesta que les exige trabajar lo gestual, apoyándose en el texto sin recurrir a la expresión corporal, constituyendo sus trabajos lo más destacable del filme.
La historia de “Adopción” es la siguiente: Ricardo, que vive una relación homosexual con su pareja, adopta a Juan, un chico nacido en 1976. Si bien el niño se integra al nuevo hogar, continúa padeciendo los miedos del pasado. Ricardo cree conveniente que su hijo conozca sus raíces e inicia la búsqueda de su identidad descubriendo que la verdadera historia es diferente a la escrita en el legajo de Juan. Ésta irá apareciendo como la punta del iceberg en un mar helado. Hasta acá la sinopsis que se registra en la gacetilla de prensa. Lo cierto es que en “Adopción” no se puede creer en nada. En primer lugar, es un “documental” en el cual abusa el material en súper 8 y se termina dudando hasta que punto es verídico lo que se ve. En muchos momentos parecería que esas imágenes son actuadas y pertenecen a una ficción que reconstruye una historia imaginada. En segundo lugar, los testimonios vertidos a cámara por parte del padre adoptivo y de su hijo parecen parlamentos aprendidos al pie de la letra. Esto hace que las situaciones más que naturales parezcan forzadas. En los 80 minutos de proyección nada queda claro. Uno termina preguntando si la historia es real o es una ficción. Eso nunca queda en claro, sobre todo si en la gacetilla remitida al periodismo se lee lo siguiente: "opté por actores con experiencia teatral, desconocidos en el ambiente", expresado por el realizador. Sin palabras...