Cine Vacío. Agua y Sal es un cine rancio, viejo (en el peor de los sentidos), con diálogos imposibles. Mal actuado, mal filmado, un cine que claramente atrasa treinta años y que no tiene ningún tipo de cimiento dentro de la rica historia fílmica del cine argentino...
Agua y sal, segundo largometraje de Alejo Taube, aborda el tema del doble. Sí, está permitido pensar en Borges, en Cortázar, en la Véronica kieslowskiana, e incluso en dos películas argentinas recientes con llamativos puntos en común con la aquí comentada: El otro, de Ariel Rotter (las dudas ante la paternidad; el anhelo de una realidad alternativa) y Las vidas posibles, de Sandra Gugliotta (una desaparición repentina; el mismo actor para dos personajes). En film comienza cuando Javier (Rafael Spregelburd) confiesa -desde una voz over- que a veces le gustaría llevar otra vida, aun teniendo ya lo que cualquiera soñaría: una buena posición económica y una bella mujer a quien amar. Mientras él y su esposa se sacan fotos en el puerto de Mar del Plata, la imagen se concentra en otro sujeto (el mismo Spregelburd, con barba espesa) que está descargando cajas en un barco. De allí en más el relato sigue el conflicto de ese otro hombre, apodado “Biguá”, acostumbrado al mar y ahora perturbado porque su novia adolescente está embarazada. Lo mejor de Agua y sal reside en esta primera parte, cuando se describe la melancolía de Biguá, la familia de su chica, la rutina en el barco pesquero, hasta que un enroque narrativo nos reubica en la historia del primer personaje. Si bien hay suficiente ambigüedad como para debatir si todo es producto de la imaginación, o de la pura casualidad, o de la simple magia de la ficción, estas disquisiciones no despiertan la curiosidad esperada, porque hay algo anterior que falla en el film, sobre todo en la conexión emotiva con los personajes. Probablemente se deba a que las comparaciones con otros autores y obras similares contaminan a cada paso la percepción, o a que el relato no logra entibiar su rigidez programática, su barniz “cerebral”. En lo personal me parece que el director perdió con el cambio de registro, que del realismo urgente y vigoroso de su estimable film debut, Una de dos (2004), pasó a una contemplación distanciada y prolija en exceso, en donde la reflexión sobre lo social irrumpe de forma necesaria pero al mismo tiempo desvaída. Porque acá lo interesante era la dialéctica que se podía haber jugado entre las conciencias del empresario y del pescador, una idea inquietante que el film no consigue aprovechar.
La aspiración de ser otro Un hombre aspira tener otra vida en este relato que fusiona dos historias: la de un marinero y otro que busca ser padre. Se perciben las buenas intenciones de este relato que fusiona dos historias, pero que peca de desparejo a la hora de trasladarlas a la pantalla grande. El tema del hombre que aspira tener "otra vida" y los deseos de formar una familia son los móviles de Agua y Sal, que cuenta dos historias -ambas protagonizadas por Rafael Spregelburd, el mismo actor de El hombre de al lado - que se irán juntando cerca del cierre de la película. Un hombre de buen pasar económico pasea por el puerto de Mar del Plata con su bella mujer (una correcta Mía Maestro) y se saca fotos, mientras la cámara se detiene en un pescador apodado “Biguá”, un hombre que conoce el mar como la palma de su mano y que se ha enamorado perdidamente de una adolescente (Paloma Contreras) que espera un hijo suyo. Agua y Sal juega con las dos historias, ofrece datos interesantes en la pintura de personajes (la familia de la chica, el duro trabajo a bordo de un barco) en la primera parte, pero decae en interés y emoción en su segundo tramo. La búsqueda de una familia, los sueños a distancia y la necesidad de un hijo que no llega son reflejados a partir de dos mundos opuestos y contrastantes, como lo indica el título del film.
Paso en falso Tras su auspicioso debut con Una de dos, Taube da un paso en falso con este ambicioso, "trascendente" thriller psicológico a-lo-Kieslowski con Rafael Spregelburd en dos papeles (un exitoso empresario cuya esposa -Mía Maestro- no puede quedar embarazada y un trabajador de la industria pesquera marplatense que planea casarse con su joven novia que está por dar a luz) que encuentran una "conexión" en medio del misterioso, climático, ambiguo relato. La película nunca alcanza la solidez, la intensidad ni la emoción que sus grandes temas (el amor, la muerte, la paternidad/maternidad) requieren para conectar con el espectador. Y hasta el dream-team técnico/artístico que acompañó a Taube (desde el director de fotografía Diego Poleri hasta el músico Gabriel Chwojnik) está lejos del nivel de sus mejores trabajos. (Esta reseña se publicó tras la presentación del film en la Competencia Latinoamericana del Festival de Mar del Plata 2010).
Sensaciones encontradas Muchas veces el cine se vale de una narración consistente para forjar un film. Pero también, como arte que es, debe transmitir sensaciones a través de la pantalla. Allí radica su valor y sentido último. Agua y Sal (2010), segundo largometraje de Alejo Taube (Una de dos, 2004), se apoya en dicha experiencia para hablar de la paternidad. Rafael Spregelburd interpreta a dos personajes: Javier, un hombre de clase media alta que no puede tener hijos con su mujer, y Biguá, un marinero pescador que embaraza a su novia de 17 años. Cuando el pescador muere accidentalmente, y la otra pareja busca adopción, las historias se cruzan. Agua y Sal propone un juego de miradas y pequeños gestos, para construir las sensaciones vividas por su protagonista. Un momento sumamente sensorial como lo es la llegada de un hijo, que el director trata de materializar en imágenes y sonidos. No hay una historia lineal o argumento cerrado, la película se plantea en la búsqueda que implica la reestructuración de la identidad de un hombre a apunto de convertirse en padre. El viaje que realiza Javier a Mar del Plata grafica su conflicto interno visualizado en un recorrido nuevo y desconocido para él. Lo demás es puro misterio, magia y ensoñanación, pero no de un modo surrealista sino como forma de captar las sensaciones que promueve la responsabilidad de ser padre. El deseo, los miedos y las expectativas generadas, se conjugan y mezclan sensitivamente en la película de manera aleatoria, arbitraria y emotica. Por ello, la forma narrativa no importa tanto como la generación de climas y la formulación de un estado emocional a partir de pequeños elementos como lo son la composición del personaje y la banda sonora. Seleccionada para la Competencia Oficial Latinoamericana del 25° Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, Agua y Sal gana en sensaciones con un tratamiento complejo y emotivo de su temática, logrando transmitir y envolver a los espectadores en su discurso.
Agua y sal no transcurre completamente en la ciudad de Mar del Plata, pero dicha ciudad cumple un papel determinante en la construcción del universo ideado por Alejo H. Taube, su director. La llamada ciudad feliz, pareciera simbolizar una especie de Leteo, uno de los ríos del Hades de cuyas aguas se decía que quien las bebía perdía toda memoria. De él también se dice que se hacía beber a las almas antes de reencarnar pues así se garantizaba el completo olvido de vidas pasadas...
Muchas crisis, poco cine Un mismo actor (Rafael Spregelburd) interpreta dos papeles en Agua y sal, dirigida por Alejo Taube: por un lado, es un empresario exitoso, por otro un pescador. El empresario, en crisis, viaja con su esposa a Mar del Plata. El pescador, también en crisis, vive en Mar del Plata. El empresario y su mujer están intentando tener un hijo, pero no pueden. El pescador está pensando en casarse con su joven novia, a la cual dejó embarazada. ¿Por qué estos paralelismos? ¿Por qué estas historias? En algún momento Spregelburd empresario cruzará miradas con el Spregelburd pescador, mientras la pareja pasea por el puerto. Se miran. La cámara muestra que se miran. Y siguen sus caminos. El empresario se va con su mujer; el pescador se embarca en un pesquero para tratar de ganar algo de plata. Las dos crisis se miran y estallan las metáforas. La acción en Agua y sal se acerca a lo nulo. Lo que importa acá no son las historias -porque de las historias no tenemos casi nada- tenemos apenas las crisis que resultan de esas historias. Lo que importa es en definitiva la crisis misma. Y tampoco termina de importar la crisis en sí, sus tensiones, sus resoluciones. Es tomada en Agua y sal como excusa poética; como momento lírico en sí mismo. No hay resolución porque lo que importa son los planos pictóricos del puerto, la ciudad, los primeros planos, etc. ¿Por qué todas esas miradas profundas al horizonte? ¿Por qué la voz en off tan filosófica? ¿Por qué una voz en off en chino? ¿Por qué tanto plano lírico de océano, olas, infinito y luz? ¿Por qué tanta crisis con estos personajes? No lo terminaremos de entender, pero eso no importa. Lo que importa es que el agua esté turbia para que parezca profunda. Si no se explica nada, es porque es “abierto”. Si no pasa nada es “poético”. Como ocurre con el agua de mar: no es aconsejable beber de esta película.
Vidas paralelas Rafael Spregelburd y Mía Maestro protagonizan este drama. La opera prima de Alejo Taube, Una de dos , era un pequeño pero bien construido filme acerca de cómo los sucesos de diciembre del 2001 se reflejaban en un pueblo. Su crudeza capturaba, antes que un mundo, un estado. Había, sí, cierta rigidez en lo actoral, que anulaba a veces esa sensación de improvisación que aparecía en otros tramos. Esa huella de un registro teatral que atenta contra la potencia del relato es más visible en Agua y sal .Aquí, Taube narra dos historias. Agua, que sería la historia de un matrimonio de buena posición (Spregelburd y Maestro) que no puede concebir un hijo. La película los muestra primero, en Mar del Plata, paseando, en el puerto, y el instante donde él tiene un accidente en el mar. Sal es un relato ubicado en Mar del Plata: una menor de edad (Paloma Contreras) y un pescador (otra vez, Spregelburd) se enamoran, ella queda embarazada pero él fallece en un accidente.Lo teatral del registro le quita esa textura que tanto Mar del Plata como el lujo ascético de la pareja infértil parecen querer contagiarle a la historia. Y el doble rol de Spregelburd exige mucho: esa conexión entre los personajes, que jamás logra respirar lo suficiente para generar paralelismo, termina dejando a la deriva dos historias que, en singular, tenían más posibilidades de funcionar. Esa deriva, a veces intencional, otras involuntaria, termina hundiendo los pequeños aciertos, como la actuación de Contreras.La película nunca alcanza la intensidad ni la emoción que sus grandes temas (el amor, la muerte, la paternidad) requieren para conectar con el espectador. Y hasta el dream-team técnico/artístico que acompañó a Taube está lejos del nivel de sus mejores trabajos.
Una historia que permite reflexionar sobre cómo percibimos nuestras vidas No siempre lo que se vive puede dejar íntimamente satisfecho a aquellos hombres que parecen tenerlo todo para ser felices. A los 40 años, Javier tiene una esposa que lo ama y un buen pasar económico, pero de manera recurrente sueña con otra vida, con conocer lugares soñados. Por su parte, Biguá, un trabajador portuario, espera un hijo de su joven novia y se embarca a alta mar para dejar flotando en su cabeza sueños y emociones que no había conocido antes. Un día, ambas historias coinciden como en un sueño mágico y misterioso, sacudiendo los cimientos de sus destinos. Esos dos hombres buscan, en definitiva, la manera de ser otros. El director Alejo H. Taube logró, con un guión que le pertenece, radiografiar tanto a Javier, que parece haberse convertido en el hombre de mar que siempre deseó, como a Biguá, ese ser que deja transitar su melancolía entre las encrespadas aguas. La trama va encaminándose hacia un viaje emotivo y permite guiar a través de la vida imaginada de esos dos hombres tan iguales como diferentes. Si por momentos el relato cae en cierta confusión, no por ello sus dos protagonistas, encarnados con indudable calidad por Rafael Spregelburd, retratan esas existencias que son, en definitiva, la necesidad de hallar cada uno de ellos su ansiado destino. En este, su segundo largometraje -el primero fue Una de dos-, Taube supo conciliar lo cotidiano con lo onírico y pudo hallar así un film que permite recapacitar acerca de la necesidad de buscar más allá de la realidad esos íntimos deseos de ser otro y de hallar en su nueva personalidad lo que ambos siempre, y muy dentro de sí, necesitaban para proseguir su camino en el mundo. Impecable en sus rubros técnicos -una excelente fotografía y una música que apuntala el clima de la historia- Agua y sal es un film tan atípico como fascinante al que se le deben sumar los muy buenos trabajos, además del protagónico, de Mia Maestro, de Paloma Contreras y de Daniel Cúparo, convirtiéndolo así en una anécdota que relata el misterio de la vida y de la muerte, así como el deseo de trascender y mantener vivo un sueño a pesar de la naturaleza efímera de nuestra existencia.
Fantasía con bastante más de agua que de sal Hay quienes creen tener un sosías en alguna parte del mundo, con el cual podrían intercambiar sus destinos. La cuestión es conectarse con él. También existe la idea de ser uno y despertarse siendo otro. Esto puede ocurrir como consecuencia de hiperinflaciones y quiebras, pero, más frecuentemente, sólo como simple especulación literaria derivada de antiguas fantasías sobre el mundo onírico. Con este esquema Julio Cortázar hizo unos cuentos muy interesantes, como «La noche boca arriba», donde un motociclista se descubre atado a una piedra de sacrificios aztecas. Ahora, en esta película, un tipo casado se ve de pronto boca abajo sobre una linda muchachita, lo que no suena como una atadura de mucho sacrificio que digamos. Pero el asunto tiene sus bemoles. ¿Esto es alguna forma de imaginación, o está pasando de veras? ¿Y cómo puede ser? Así vemos a un pescador marplatense, que espera un hijo de su novia adolescente (quieren apurar el casamiento para que los padres de ella se enteren recién cuando esté todo en orden), y vemos también a un tipo exitoso, con una esposa realmente bonita, pero sufriendo un matrimonio sin hijo. Uno percibe cierta conexión con el otro, al que no conoce. De pronto pasa algo sorpresivo (eso está muy bien expuesto con mínimos medios) y sus mundos empiezan a vincularse en un plano verdaderamente real. Por ahí va el juego. En su primera película, «Una de dos», sobre un joven comerciante de monedas falsas, el director Alejo Taube ya había sugerido el vínculo de lo falso y lo verdadero como piezas intercambiables. Y también, la responsabilidad que debe asumirse ante cualquier opción que uno tome. En ésta, la sugerencia avanza sobre planos afectivos que llevan a grandes cambios de vida. Así presentado, el relato es muy interesante. Lástima grande que la película carezca de clima para envolver al espectador en su fantasía inicial, atraparlo con sus ambigüedades, y comprometerlo después junto al personaje que está tomando serias decisiones. Como si fuera deliberado, acá las cosas se suceden sin provocar mayor interés ni demasiada inquietud. En resumen, un cuento que pudo ser atrapante pero no lo es. Rafael Spregelburd hace los dos personajes masculinos, Mia Maestro y Paloma Contreras Manso lo acompañan, Daniel Cuparo y Mónica Lairana completan el elenco. Fotografía, Diego Poleri.
El juego de los Spregelburds El dramaturgo y actor le pone especial brillo a una película que vuelve a ensayar interrogantes sobre la posibilidad de otras vidas, otras elecciones. Y aunque por momentos toma cierta distancia emocional de sus personajes, la trama funciona. Las dos películas de Alejo Taube no podían ser más distintas: de la sequedad de un verano en el interior de Buenos Aires a la ventosa Mar del Plata fuera de temporada; de un registro urgente y furtivo a otro preciso y excesivamente prolijo; de Jorge Sesán, el mismo de la seminal Pizza, birra, faso, a la hollywoodense y bellamente pecosa Mía Maestro (Frida, Poseidón, Amanecer Parte 1). Hasta la aproximación al eje común de ambas historias, la dualidad, es antitética. Porque si la doble vida mantenida por el protagonista de Una de dos, quien surfeaba entre la tensión cívica de diciembre de 2001 y la participación en negocios espurios, requería de un ojo si se quiere pasivo; en Agua y sal, en cambio, la ambigüedad del relato aspira a operar directamente sobre el espectador. El quid está, entonces, en si las causas y justificaciones que el film propone son suficientes para alcanzar ese cometido. Estrenada en la Competencia Latinoamericana de Mar del Plata ’10, Agua y Sal aparenta tener en Javier (Rafael Spregelburd) a su protagonista. El tipo tiene todo para pasarla bien: una mujer hermosa (Maestro), un trabajo empresarial y plata suficiente para gatillar un buen hotel en Mar del Plata. Pero –sin peros no habría película– algo falla. Y bastante. Su voz en off alerta que a veces le gustaría llevar otra vida, ser otro. Un paseo por el puerto con su chica, una foto y primer plano al marinero de un barco pesquero. Nada raro, a no ser porque el apodado Biguá –¿la sal?– no es sino... Javier –¿el agua?–, pero barbado. ¿Suena conocido? Puede ser: Agua y Sal es una suerte de hibridación entre Las vidas posibles y El otro. El dispositivo es similar al de la ópera prima de Gugliotta, con un mismo protagonista poniéndoles el rostro a dos personajes, inflamando así la idea de una potencial desaparición electiva; mientras que, a su vez, adopta trazos argumentales cercanos al film de Rotter, como ese deseo manifiesto de despersonalizarse adoptando usos y costumbres ajenas. Biguá es la antítesis de Javier. Habitante de una pensión, está envuelto en la incertidumbre generada por el incipiente embarazo de su novia adolescente (Paloma Contreras). En ese panorama, un viaje en alta mar es la oportunidad perfecta para recaudar el dinero suficiente y solventar una mudanza en pareja. Pero –otra vez los peros– otro suceso quiebra el eje narrativo, llevándolo nuevamente hasta Javier. Qué ocurrió en las profundidades, quién es quién y qué esconden los Spregelburds son piezas que el lector deberá descubrir por su cuenta, siempre y cuando establezca una sinapsis continua con el devenir de la trama. Aquí Taube relega la cercanía perroneana de su ópera prima para apostar a un relato más distante y prolijo. Lo que no es necesariamente negativo, salvo cuando esa prolijidad deviene momentánea frialdad y genera un desapego para con los personajes y su suerte. Sin embargo, Agua y Sal no se hunde en la distancia emocional insalvable gracias a la flotación natural de ese actor enorme que es Rafael Spregelburd. Desde la excelente La ronda en adelante, el dramaturgo se apropia de sus criaturas para darles carnadura a través de gestos mínimos. En él confluyen el andar bonachón del taxista de la ópera prima de Inés Braun, el gesto adusto y repulsivo ante su vecino en El hombre de al lado, y ahora Javier y Biguá, dos personajes en las antípodas, aunque apenas distanciados por la pasada o no de una afeitadora.
Borges, Cortázar y el mar Javier tiene una vida de esas que muchos envidiarían. Casa, trabajo y amor en plenitud. Pero eso no lo es todo, dice en el comienzo del film. Le falta un hijo que no pueden tener con su esposa. Fernando trabaja en el puerto de Mar del Plata y está saliendo con Milena, una jovencita de 17 que está embarazada y él se embarca sin saber exactamente qué quiere hacer con semejante situación. Agua y sal es la segunda película de Alejo Taube luego de Una de dos, que también se aprovechaba de un marco geográfico particular alejado de lo porteño, que prima en nuestro cine. En este caso es la costa de Mar de Plata, con preeminencia de la zona portuaria, y precisamente el film fue presentado durante la realización del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata de 2010. El trabajo del director y también guionista es fundamental, ya que desarrolla esta historia del doble, con mucho de borgiano y cortazariano, con sutilezas y repeticiones, cambios precisos, inteligentes y sopesados y una ambigüedad que ayuda para sembrar más dudas que certezas y que exige un espectador activo. Pero además hay que destacar la mano del realizador para trabajar con el elenco (liderado por Rafael Spregelburd, Mía Maestro y Paloma Contreras), que luce muy parejo y sólido, y para aprovechar el marco marplatense (ciudad y habitantes), dos elementos de Agua y sal que colaboran para cerrar una atractiva película.
Este es el segundo largometraje de Alejo Taube (Una de dos, 2004), el elenco lo componen: Rafael Spregelbur, Mía Maestro, Paloma Contreras, Daniel Cúparo y Mónica Lairana. Se relatan dos vidas paralelas, un hombre de clase media alta que no puede tener hijos con su esposa y sufre la crisis de los 40, otro, un pescador de la misma edad y su novia de 17 años, quien está embarazada; en un punto dichas historias se entrecruzan. Su narración se apoya en las posiciones de la cámara, los distintos planos y en el off; aquí vemos dos hombres que viven dos vidas casi paralelas, por un lado esta Javier (Rafael Spregelburd) un empresario exitoso, de unos 40 años, casado con Micaela (Mía Maestro), solo en apariencia lo tiene todo, porque su interior está en crisis, en su relato comenzamos a conocer un poco más, constantemente sueña con otra vida y con ser otro muy diferente. Ellos viajan a Mar del Plata mientras pasean por el puerto, (donde la cámara va mostrando detenidamente este recorrido), Micaela se saca una foto y de fondo una embarcación con pescadores, donde allí esta Fernando, su apodo “Biguá” (Rafael Spregelburd), este seudónimo no es casual, esta es un ave solitaria, vuela a ras del agua y de vez en cuando con la punta de las alas toca la superficie, él es un pescador y mecánico, quien pasa parte de su vida en alta mar y que está pensando en casarse con su joven y dulce novia Milena (Paloma Contreras), porque esta se encuentra embarazada y su familia aún desconoce la noticia. Pero un día sucede algo, esta situación es como volver a nacer, el destino cambia, surge algo mágico y misterioso, juega un rol importante la vida, la paternidad y la muerte, el deseo puede ser posible y los miedos desaparecen, buena fotografía de Diego Poleri (El árbol, Encarnación, Judíos por elección, entre otras) y la música acompaña dando los climas apropiados, su narración resulta algo filosófica y ambigua, para algunos espectadores el relato puede llegar a ser algo confuso; su ritmo se va tornando lento, no logra emocionar, ni la fuerza, en la mitad de la historia cae y no llega.
Cuando uno ve “Agua y sal” se pregunta qué quiso contar su director, Alejo Taube. Y eso es muy grave, que no se entienda lo que se propuso decir. Si el cine argentino dejase de ser “pretencioso y engrupido” y volviese a contar historias simples y desarrollar contenidos claros, quizás la historia cambiaría y se llenarían las salas. En la realización de Taube la narración sigue un lineamiento que no termina de exponer con meridiana claridad el relato y su propósito. Los intérpretes cumplen con su función, pero poco es lo que pueden aportar. Así, por ejemplo, Rafael Spregelburd es un excelente actor, empero su trabajo termina diluyéndose porque nunca se sabe, en definitiva, qué rol está jugando. Parlamentos estirados gratuitamente y una cámara que se detiene en largos letargos hacen que el bostezo y el sueño no terminen de hacer de las suyas. Según el realizador esta es la historia de Biguá, un trabajador portuario, que espera un hijo de su joven novia, y se embarca en una travesía por alta mar. Javier tiene 40 años, una esposa a la que quiere, casa, trabajo, un buen pasar. De manera recurrente sueña con otra vida, con ser otro muy distinto. Un día, ambas historia coinciden como en un sueño mágico y misterioso, sacudiendo los cimientos de sus destinos. “Agua y sal” es otra de las películas nacionales ya estrenadas en el 2012 que pronto se olvidarán, aunque pareciera que no sería la peor, porque lamentablemente hay otras, cuyos estrenos se anticipan, que a priori se podría estimar le saldrán al ruedo en seria competencia.
La historia de dos hombres, tan distintos. Un marinero y un ejecutivo que sueñan con otra vida y comparten angustias. Uno elige la muerte; el otro se salva y se cruza con la historia pendiente. Buenas ideas, buenas actuaciones pero al film le sobran pretensiones y le falta redondear mejor lo que ocurre.