Con guión, dirección y producción de Martín Viaggio, la película propone una disquisición sobre amores ideales, correspondidos, agraviados, encuentros y desencuentros que tienen que ver con experiencias, literatura, deseos de ser amado y vientos de independencia que atraviesan todas las relaciones amorosas. Una comedia que tiene su frescura, pero a medida que avanza tropieza con situaciones de poca profundidad, de recetas para amores soñados, de ilusiones perdidas. Escritor que conoce a una bella brasileña que es su amiga pero también su amor, ella se enamora de un artista brasileño que recorre el mundo y después de un tiempo corre tras el. Lo quiere y no lo quiere, mientras el sufriente escritor enamorado suma experiencias y deseos. Tanto ir y venir transforma a la película en un manual para melancólicos que tiene su discreto encanto. Bien el elenco con Guillermo Pfening y los brasileros Bella Carrrijo y Daniel Alvin. Entretenimiento módico.
Porteño y atormentado por un amor no correspondido, Diego escribe una novela acerca de su inexistente historia con Carolina, una brasileña residente en la Argentina. Mientras él se sumerge en la escritura, ella se enamora en Buenos Aires de un pintor trashumante a quien tratará de convencer de comenzar una nueva vida en Brasil. El director Martín Viaggio estructuró una relación que habla de encuentros y de decepciones amorosas. Cálido en su planteo, por aquí desfilan los sentimientos de esos personajes que se buscan y se apartan, y a los que Guillermo Pfening, Daniel Alvim y Bella Carrijo dan calidad a este relato que espía al amor en sus más diversas facetas.
La definición del amor Amando a Carolina (2018), con la dirección y guion de Martin Viaggio, nos trae una historia de amor protagonizada por Guillermo Pfening y Bela Carrijo, que sucede entre dos países, Brasil y Argentina, donde el mero acto de la imaginación de un escritor dará a entender qué es el amor. Diego (Pfening) es un joven porteño y cosmopolita que, atormentado por un amor no correspondido, empieza a escribir una novela sobre su inexistente historia con Carolina (Carrijo), una brasileña residente en Argentina que conoció tiempo atrás. Mientras Diego se sumerge en la escritura y realiza inútiles ritos de olvido, ella se enamora en Buenos Aires de un artista plástico brasileño que recorre el mundo en camioneta. Decidida a dejar a un lado su fobia al compromiso, emprende la vuelta a su país para tratar de convencer a Diego de comenzar una vida juntos allí. Toda esta premisa desembarca una historia de amores y desamores, contada de una manera bastante peculiar: el espectador visionara la trama como si leyera un libro, es decir, divido en capítulos, pequeñas notas a pie de página que son importantes para el desarrollo del film. El director trata de salirse de lo convencional a la hora de contar una película sobre el amor, porque va más allá de eso, busca mostrar lo que pasa por la cabeza de una persona enamorada y que encima no es correspondida, la cual vive atrapada sin salida en diferentes pensamientos imaginarios con miles de posibles finales, ya sean tristes o felices. Pero lo más importante y destacable de un film que por momentos puede llegar a ser un poco lento, es la actuación de Guillermo Pfening (Wakolda, Caito) que demuestra el gran actor que es. Su trabajo nos permite sumergirnos en la soledad y fantasía que vive este escritor a través de la imaginación y la redacción de algo totalmente inexistente y que, además, termina definiendo un poco, algo tan complejo como el amor, pero para ello el espectador tiene que estar muy atento a cada escena que sucede y tratar de diferenciar que es real y no. Al final, tal vez la clave sea que el amor es sólo una fantasía que oscila entre esa dimensión irreal y la realidad.
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La segunda película del realizador Martín Viaggio (“A quién llamarías”) parte de una premisa interesante, aunque ya vista con anterioridad, que mezcla dos planos narrativos para configurar una estructura discursiva a modo de racconto de hechos que determinan el presente del protagonista. Diego (Guillermo Pfening) es un escritor que ve cómo tras ser abandonado por la mujer que da título al film su vida cambia para siempre. Desmenuzando los avatares que lo ubicaron en ese lugar comenzará a escribir una historia en capítulos que marcarán el pulso narrativo de la película. El recuperar el amor de Carolina, o el encontrar en otros brazos el sosiego necesario para seguir adelante, son tan solo dos de los caminos viables para que el escritor pueda superar el momento de angustia y soledad en el que se encuentra. sí, dividiendo la historia en capítulos, e incluyendo trazos gráficos y elementos literarios a la propuesta, “Amando a Carolina” intenta romper moldes y esquemas que han configurado, al menos en los últimos 20 años, la identidad y búsqueda amorosa de los espectadores. A contracorriente de las rom com, trazando un camino completamente diferente, Viaggio, quien también es autor del guion, erradica prejuicios y esquemas para consolidar con recursos novedosos el relato del amor y el desamor, de la falta de objetividad ante la separación y del inicio de nuevas vinculaciones para despegarse de aquello que ya no se tiene. En el camino se pierde en su propio laberinto, principalmente porque la mayoría de aquellos recursos novedosos mencionados anteriormente son sólo artificios que en la totalidad de la trama se pierden ante la monotonía, por ejemplo, de la narración en off. La voz en off es un soporte en algunos casos que bien podría funcionar cuando directamente con imágenes o acciones de los protagonistas no se pueden traducir, por ejemplo, pensamientos o sensaciones. Pero aquí se la utiliza todo el tiempo, obstaculizando así la fluidez natural de la propuesta, a la que se le agregan algunos vistosos elementos escénicos, dado que una gran parte del relato transcurre en Brasil, lugar al que Carolina decide ir para descubrir su verdadero amor. La solvencia de Pfening realza en todo momento el anodino devenir para los personajes, que aún justificando las idas y venidas entre el escritor y las mujeres, las que lo dejaron, las que quieren estar con él, las que él no deja que estén, potencia la narración en muchas escenas desconectadas del hilo principal. Si se deja de lado la voz en off, las lagunas y retrocesos de la progresión, la recurrencia de la palabra escrita como impulsor del relato, y se presta atención a algunas situaciones mejor resueltas durante la primera parte, “Amando a Carolina” es una fresca renovación de la comedia romántica de esta región. Lamentablemente las fallas en cuanto a drama, conflicto y, principalmente, la falta de carisma del elenco femenino, resienten la totalidad de la obra, la que, con una mejor resolución y facturación, podría haber sentado un agradable precedente en la búsqueda de nuevas narrativas.
Cruces, desamores, páginas de un libro conocido. Los caminos del amor son insondables. Frase de sobrecito de azúcar, pero no por ello menos ilustrativa de la incertidumbre que genera ese momento extraño donde la química del cuerpo le gana a la frialdad de la mente. Se ama, se llora, se odia, no obstante la búsqueda nunca cesa. Tampoco cesa el deseo y la necesidad de apagarlo cuando no es correspondido -en más de una ocasión- por el sujeto amado. El despecho comienza a cobrar entonces diferentes formas y prisas por someterse a rituales del olvido. Amando a Carolina es un opus muy consciente de que para hablar del amor; de los efectos del amor sobre los enamorados o románticos la mejor receta es bucear en los aspectos de la idealización, a partir de la construcción literaria como catarsis o herramienta para no tomar decisiones extremas durante la desesperación. Y si el protagonista de este relato es nada menos que un escritor, interpretado por Guillermo Pfening, quien en su discurso nos describe y muestra su subjetividad sobre Carolina (Bela Carijo), las posibles aristas que lo atraviesan se vuelven definitorias en los cruces de dos viajes: desde Argentina a Brasil para buscar a la huidiza Carolina tras una repentina partida y declararse en un rol distinto al de amigo y confesor; en otro viaje desde Brasil a Argentina la contracara del regreso la tiene como protagonista a ella cuando un azaroso encuentro con un artista errante en plena ciudad de Buenos Aires se transforma en la esperanza de una nueva búsqueda, en la certeza de que por fin ahí se encuentra el verdadero amor. Influencias literarias (Prevert, Barthes, Drumond de Andrade) se cuelan en una estructura narrativa fragmentada en capítulos como si se desplegara esa novela incompleta ante nuestros ojos, tiempo de ficción y tiempo real, siempre desde el punto de vista de Diego y su pasaje de experiencias o ilusiones al terreno de la novela que comparte con lectores en primera persona y que deviene una vez publicada best seller sin poder explicar cuál es la conexión entre el éxito literario y la desventura de un romántico, quien no consiguió escapar del enamoramiento de una mujer -real o no- que duda.
El sur de Florianópolis es un lugar mágico. Muchos argentinos prefieren el norte de la isla, donde las playas están atestadas por sus compatriotas, el mar es cálido y casi no se escucha el portugués. Otros más afortunados deciden lanzarse a la aventura y conocer los pequeños pueblos pesqueros, donde el idioma es más cerrado y las playas más tranquilas, donde la isla se vuelve Brasil: Armação y sus rincones secretos, Ribeirão da Ilha y su belleza colonial, Pantano do sul y su típica postal de botes coloridos que uno puede disfrutar desde el clásico bar de Arantes. Este último será el sitio que oficiará de detonante principal en la película de Martín Viaggio, guionista, director y productor de Amando a Carolina. El segundo largometraje de Viaggio nos lleva a descubrir tales lugares, dejando la sensación de que su intención primera fue hacer una película que tuviese relación con esta zona poco conocida y muy cercana del país vecino, pese a no ser ese el objetivo principal de la ficción en sí. Como su título lo indica, Amando a Carolina es una obra que, sin descanso, hace referencia al amor no correspondido que siente el personaje principal por la mujer de ese nombre, con toda la desilusión que trae aparejada esta constante y que la aleja de ser una comedia romántica para desembocar en un drama sencillo, asentado en dicha obsesión. La película se basa en la (auto) reflexión que experimenta Diego (Guillermo Pfening) sobre su enamoramiento con una brasilera que conoce en la calle, Carolina (Bela Carrijo), a quien solo lo une una relación de amistad. La historia es contada a través del libro que irá escribiendo, cuyo título es el del film. El relato nos hará recorrer el sufrimiento y la apatía de su protagonista en el intento por olvidar, conquistar, reemplazar o descubrir a Carolina. La película está dividida en los mismos capítulos que el libro, del cual sabemos, por las varias prolepsis que adelantan su suerte, que será un best seller internacional; al menos es lo que Martín Viaggio se encarga de señalarnos durante todo el film: de qué manera se interesa y se conmueve la gente al leer esta historia, que al menos en su versión filmada, mucho no emociona. Como base de la trama tenemos la actuación de Guillermo Pfening, quien lleva la película de forma amena, amén de la monotonía de su personaje y de la somnolencia que su constante voz en off agrega. Hay una búsqueda formal apenas comenzada la ficción, en sus primeras imágenes, pero esta queda inconclusa en el transcurso de los capítulos. El guión literario, quizá, haya condenado la puesta en escena, que se destaca por su buena fotografía y dirección de arte, pero que no sorprende ni hace guiño acompañante alguno. Su mayor virtud es el juego con las estructuras narrativas, proponiendo un relato anacrónico, que no le da servida la historia al espectador sino que deja cabos sueltos. Así, observamos capítulos colgados en los cuales aparecen ciertos personajes sin sustento en la historia, tramas que empiezan y terminan sin relevancia, y otras que quedan pendientes, en el olvido, sin desarrollar. Amando a Carolina es una buena forma de acercarse a las playas del sur de Florianópolis. Gracias a la buena intención técnica podemos disfrutar de las imágenes, aunque el aporte cinematográfico es escaso. El resultado, en definitiva, es otra historia que habla del amor de forma episódica y redundante, desde un punto de vista que por momentos se vuelve polémico y que evita a toda costa la humildad.
Películas cuyo argumento se basa en que su protagonista escribe lo que sufre por amor y lo convierte en un libro que termina siendo un éxito de ventas, se hicieron infinidad de veces. Pues aquí nos encontramos con una nueva versión, un renovado intento por darle una vuelta de tuerca a la temática, en una coproducción argentina-brasilera dirigida por Martín Viaggio. Diego (Guillermo Pfening) trabaja en una editorial de libros y por su labor está muy bien considerada por el directorio, vive solo en una amplia casa y sufre por amor. Se encuentra abatido porque Carolina (Bela Carrijo), una brasileña que vende ropa en ferias callejeras, se instaló en su casa pero está enamorada de otro compatriota, Daniel (Daniel Alvim), que está de paso por Buenos Aires pero se llevó a la chica más linda. El protagonista no sabe. no puede conquistarla, y para encontrarle alguna explicación escribe un libro en el cual mezcla ficción y realidad de sus desventuras sentimentales. El triángulo amoroso tiene sus vaivenes. Partes del relato son flashbacks, otros ocurren en presente, y entre en la voz en off de Diego que cuenta lo que le pasa y lo mal que está, repitiéndolo en imágenes acompañadas por melodías acordes a los momentos melancólicos, lo vuelven soporoso al relato, pues la reiteración de la información le quita ritmo y el film parece más largo de lo que es. La factura técnica es muy buena, las locaciones son las acertadas para respaldar a cada personaje. Hay diálogos que están bien elaborados, en tanto que otros se exceden en explicaciones filosóficas. El remanido tema del amor no correspondido, una vez más, deja un sabor amargo en la boca. El cuestionamiento de por qué la chica que lo vuelve loco, elige a otro y no a él, tortura la cabeza de Diego, lo tiene deprimido, aunque sus esforzados intentos por recomponerse sean sólo un maquillaje exterior porque la procesión va por dentro. El director realizó una obra demasiado refinada y pretenciosa para buscar una profundidad que termina siendo un inconveniente, y conspira contra la necesidad que tiene de contar con un film que no sólo busque contar una historia de la mejor manera posible, sino quen también, entretenga al espectador aunque lo que veamos sea un drama que no tiene respiro.