Alma de acordeón Anconetani (2014) de Silvia Di Florio (Raúl Barboza, el sentimiento de abrazar) y Gustavo Cataldi es un viaje al pasado de la primera fábrica de acordeones de Latinoamérica pero, sobre todo, un retrato de Nazareno, el hijo menor de Giovanni Anconetani, que continúa con el oficio en el mismo lugar donde su padre se instaló a principios del siglo XX. El documental no es sólo un registro de una fábrica de acordeones, es la historia de Nazareno y de su familia que, como otras tantas, llegó a este país en busca de un futuro prometedor. Con una mezcla de español e italiano, Nazareno cuenta con orgullo y emoción esos recuerdos. Mientras lo vemos trabajar en la fábrica que lo vio crecer, su voz en off nos traslada hacia Loreto, lugar de nacimiento de su padre y una región bien conocida por albergar a los mejores fabricantes de acordeones. Así, con el correr de los minutos, el pasado queda en un segundo plano desplazado por el atractivo que adquiere el personaje de Nazareno. Los directores explotan este costado con astucia y logran una obra que, lejos de provocar melancolía, transmite sabiduría y amor a un oficio que se encuentra al servicio del arte. La figura encorvada, frágil en apariencia, pronto se reconfigura cuando lo vemos tocar la batería con una energía envidiable. Si bien él se erige como protagonista indiscutible, el resto de la familia también tiene su lugar cuando explican la necesidad de crear un museo que reúna los recuerdos de cada rincón de la casona ubicada en Chacarita. Raúl Barboza y el Chango Spasiuk son visitantes asiduos de la fábrica y también dejan su testimonio sobre la importancia de los Anconetani. Será en la voz del misionero que se evidencia la importancia de Nazareno en su vida cuando manifiesta que el acordeón termina siendo una excusa para acercarse al menor de los hermanos Anconetami y escuchar sus historias. Esto es lo mismo que hace la dupla Di Florio – Cataldi a través de Anconetani: el acordeón no es más que un pretexto para conocer a Nazareno, su familia y el oficio que con tanto amor y dedicación realizan hace casi cien años.
Un mundo feliz. La historia de los Anconetani resulta fascinante, incluso antes de ver este documental del dúo Silvia Di Florio y Gustavo Cataldi, porque la primera fábrica y taller de acordeones de Latinoamérica (que funciona desde 1918 a la fecha) es, en realidad, la puerta de acceso a un mundo mucho más cercano que el del instrumento. Giovanni Anconetani llegó de Ancona (Italia) en 1918, compró una carpintería en Guevara 488 (hoy barrio de Chacarita, en la Ciudad de Buenos Aires) y estableció con el tiempo lo que se conoce como la primera fábrica y taller de acordeones de Sudamérica. Los primeros instrumentos los hacía traer de su Italia natal, sin embargo a los pocos años empezó él mismo a fabricar los acordeones e incluso a arreglar a aquellos que le acercaban a su casa- taller. Todos sus hijos heredaron la pasión y el amor por la música a través del acordeón, pero también por extender el oficio familiar. Nazareno (uno de los hijos de Giovanni) mantuvo el lugar vivo hasta el momento de su muerte en agosto de 2013 a los 91 años. Hoy la casa del barrio de Chacarita está convertida en museo: ya no se fabrican acordeones aunque sí -gracias a los nietos y bisnietos de Nazareno- se mantiene el servicio de taller para la reparación de esos instrumentos. Nazareno trabaja en un ambiente en el que suena Gardel desde un disco de 78 RPM, acompañado de sus gatos y de otros familiares que pasan desapercibidos. Su hogar es un espacio detenido en el tiempo: la disposición de esas casas llamadas “tipo chorizo”, el comedor con paredes descascaradas en las que cuelgan retratos de Giovanni y fotos de su esposa, la madre de Nazareno (imperdible la anécdota que cuenta sobre su “resurrección” en una gata), y esa “italianidad” generalizada que atraviesa la pantalla. Nazareno muestra un perfil de anciano entrañable, portador de mil y un anécdotas y de una filosofía popular sobre la honestidad, aunque no en el sentido de un binarismo sobre valores actuales sino una honestidad relacionada con la construcción de un propósito de genuinidad. Las apariciones de Raúl Barboza (enorme acordeonista correntino de mayor reconocimiento en el exterior) y del Chango Spasiuk se enaltecen en la pleitesía al legendario Nazareno y -principalmente- en el relato de su primera vez en el taller (ambos recaen, por ejemplo, en las escaleras que conducen al taller, las que simbolizan un privilegio adquirido). Anconetani es una película rebosante de luminosidad, de nostalgia y de una alegría particular. Despojada de todo cinismo y a contracorriente del cine más urgente, se ubica entre las gratas sorpresas dentro de una marejada de documentales que perecen antes de la cuenta y siempre en la tristeza de una sola sala, el Cine Gamount de la Ciudad de Buenos Aires. La palabra tristeza es precisamente una que se ubica en las antípodas del mundo de Nazareno Anconetani, un hombre que ha forjado su camino sin traicionarse y sin exponer más que su corazón a un oficio durante casi un siglo.
Una película que encierra muchas otras La persistencia en el tiempo de una legendaria fábrica de acordeones es apenas uno de los hilos con los que se teje este atípico documental, que oficia como retrato de una forma de vivir y de entender la vida tan anacrónica como sus protagonistas. Anconetani, dirigida por Silvia Di Florio y Gustavo Cataldi, es una película que pretende ser algo que no es pero que, de manera sorpresiva, resulta ser muchas otras cosas, convirtiéndose en un inesperado Aleph cinematográfico. Así, Anconetani no es una película sobre la tradicional fábrica de acordeones fundada por un inmigrante italiano algunos años después de la Segunda Guerra, ni sobre su hijo Nazareno ni sobre las nietas que heredaron y aún siguen adelante con la empresa familiar, manejándola como si todavía vivieran en 1950. O sí, tal vez sea eso, pero de manera superficial. Anconetani es, en realidad, el retrato de una forma de vivir y de entender la vida tan anacrónica como sus protagonistas. “Hacemos acordeones porque se lo prometimos a mi padre”, admite uno de los hermanos de Nazareno desde un viejo registro fílmico, haciendo que la película se convierta al mismo tiempo en una historia de fantasmas y en una lección de ética en la cual la palabra sigue siendo un bien de valor innegociable.Pero el film es también el registro de un hallazgo antropológico que muestra, hoy, cómo era la vida de una familia de inmigrantes en Buenos Aires durante la primera mitad del siglo XX. Como un yacimiento arqueológico, la casa de los Anconetani –en cuyos altos se encuentra el taller en el cual desde hace casi 70 años se fabrican de manera artesanal los acordeones que llevan por marca el apellido de esta dinastía de luthiers– acumula los detalles, las señales, los usos y las costumbres de una familia italiana casi como si sus integrantes recién hubieran bajado del barco en 1918, año en el que el viejo Anconetani decide radicarse en esta ciudad, procedente de Ancona. Una máquina del tiempo en donde, en plena era digital, el conocimiento y la tradición aún sobreviven a través de la transmisión oral, ofreciendo una prueba adicional del poder de la palabra.Aunque en rigor lo sea, Anconetani tampoco es un documental. El film de Di Florio y Cataldi puede ser visto como ficción. Como una saga familiar que, en contra de lo que podría pensarse, revela que las reproducciones farsescas que ensayaban programas televisivos como Los Campanelli o Los Benvenutto eran en realidad frescos bastante certeros de una identidad viva y fundacional de la cultura argentina. Más aún, Anconetani podría ser el relato de unas memorias inventadas y repetidas hasta convencerse de que en sí mismas son el testimonio de un pasado auténtico. Es el propio Nazareno quien se encarga de aportar una prueba para sostener la tesis de la película como artefacto de potencia ficcional: “De Ancona tenemos todos los recuerdos que nos contaba mi papá; entonces, la conocemos como si hubiéramos estado allá”.Desde ahí, Anconetani puede ser también una suma mitológica que de algún modo recupera la figura de los lares, aquellos dioses romanos protectores del hogar. Siempre entre las herramientas y las piezas infinitas de los acordeones, Nazareno recuerda que un día su madre prometió que, una vez muerta, si alguna vez conseguía volver a visitarlos desde el más allá, lo haría asumiendo la forma de una gata. Cuando años más tarde una gatita desconocida comienza a visitar el taller, Nazareno se pregunta si aquella no será su madre cumpliendo con la promesa. Desde entonces ella descansa todos los días sobre el banco de trabajo, junto a Nazareno, y cada noche él la despide con un cálido “Ciao, mamma”.Pero en esta lista de las películas posibles que pueden hallarse dentro de Anconetani, la más destacada sea quizá la historia de amor. O amores, porque no es uno sólo, sino una legión. El amor de un hombre por un oficio que luego sus hijos aceptan como herencia, sólo por amor; el de una familia por su propia mística, al que las nietas de Don Anconetani le dan forma de museo y lo trasmiten a los chicos de las escuelas primarias que lo visitan; el de un grupo de hombres devotos de los sonidos y los objetos que los producen, ellos mismos la mínima expresión de ese amor de amores que la humanidad siente por la música. Y por fin, pero no necesariamente al final, el amor de los directores por Nazareno, ese personaje extraordinario de nobleza transparente sin el cual ninguna de estas películas sería posible
Anconetani: historia de una pasión familiar Calidez y recuerdos. Sobre la base de ambos elementos transita este documental que habla de un hombre que, a los 91 años, sigue la tradición familiar de construir acordeones. Por su lúcida memoria se recrea la única fábrica de esos instrumentos musicales fundada por su padre, Giovanni Anconetani, a principios del siglo XX, quien había nacido en Loreto, Ancona, una región italiana especializada en la construcción de acordeones. Nazareno, el menor de cinco hermanos, es quien narra la historia comenzada por su progenitor llegado a la Argentina como representante de los famosos acordeones Paolo Soprani. Al dejar de venir las piezas importadas para armar estos instrumentos como consecuencia de la Segunda Guerra Mundial, Giovanni funda aquí su propia fábrica de acordeones. Nazareno, quien heredó el oficio, recrea frente a la cámara su artesanal manera de trabajar y la magia de sus relatos. Por ese taller que encierra la magia de la tarea diaria de un Anconetani siempre sonriente, que no deja un solo día de elaborar con sus manos los más difíciles artilugios de la fabricación de acordeones, pasan Raúl Barboza, Chango Spasiuk y Tarragó Ros. Los directores Silvia Di Florio y Gustavo Cataldi lograron un film emotivo que es, a la vez, un homenaje a los inmigrantes que dedicaron su pasión y su trabajo a construir un patrimonio y una identidad cultural.
Todo un luthier El documental sigue en detalle un emprendimiento familiar, la fabricación de acordeones, con singular ternura. Los acordeones Anconetani no sólo son de una calidad difícil de igualar -el Chango Spasiuk y Raúl Barboza pueden dar buena fe de ello-, sino que surgieron de la primera y única fábrica de esos instrumentos en Latinoamérica. El documental que se estrena hoy rastrea sus orígenes, a partir del recuerdo de Nazareno Anconetani, el más chico de los cinco hijos que tuvo el italiano Giovanni Anconetani, que era representante de los afamados acordeones Paolo Soprani, de Italia. Giovanni había nacido en Loreto, Ancona, y además de construirlos artesanalmente allí, viajaba a la Argentina para venderlos. Pero como consecuencia de la Segunda Guerra Mundial, las piezas ya no llegan a estas orillas, y los Anconetani comienzan a fabricarlos aquí. Es un emprendimiento familiar, que se continúa hasta estos días, y que los directores Silvia Di Florio y Gustavo Cataldi reflejan a partir de los recuerdos de don Nazareno, que superaba los 90 años durante el rodaje, y unas primas. Recorrer el taller, de la manera en que lo muestra la cámara, permite hasta sentir el olor a la madera recién trabajada. Tan fresco es el filme, que da gusto ver a Nazareno tocar la batería, enseñar su métier, recordar a su familia, verlo cómo registra en un viejo grabador a casete las enseñanzas -de vida, de honestidad- que aprendió de sus mayores. Cuando la película también registra momentos más íntimos, como una comida y un brindis, pierde la magia, pero recupera el sentido familiar del relato. Una pequeña joyita.
Silvia Di Florio y Gustavo Cataldi nos regalan un documental sobre un personaje increíble, Nazareno Anconetani, dueño de la única fábrica de acordeones de Sudamerica, que tiene como clientes a Raúl Barboza y el Chango Spsiuk. Un hombre encantador dueño de una filosofía de vida maravillosa, amante de la perfección artesanal, pasión que comparte con su familia. Véala y me agradece.
La documentalista Silvia Di Florio y Gustavo Cataldi dirigen esta película sobre Nazareno Anconetani, el último de los hijos de Giovanni Anconetani, y la primera y única fábrica de acordeones de Latinoamérica. La película expone muchas pequeñas historias dentro dela principal que gira en torno al nacimiento de esta fábrica, y explora el trasfondo y la familia que se esconde detrás de la marca de acordeones. Es por momentos un viaje al pasado, es a veces el reflejo de un trabajador entregado cien por cien a su oficio, se habla de la migración, de la música, resumiendo, de la vida. De la vida de un trabajador que aún a su avanzada edad sigue en el taller, porque realmente ama lo que hace. “Antes de nacer yo ya estaba en el taller”, toda una vida entregada a una pasión más que a un trabajo. Narrado por el propio Anconetani, a veces en español pero otras veces en italiano, el film se sucede a través del registro de diferentes situaciones cotidianas para este hombre, junto a su narración que deja en evidencia a un hombre siempre intenso que disfruta de relatar historias. Otro detalle a favor de la película es el uso que hace de la música, una protagonista incuestionable del film. Es ya en los primeros minutos en que sus directores dan un claro ejemplo de cómo utilizar de manera adecuada e interesante los recursos que un medio audiovisual permite, interactuando entre sonidos e imágenes de una manera rítmica y armoniosa. En fin, Anconetani es una película pequeña (además de que tiene sólo una hora de duración), sin muchas pretensiones, hecha desde el corazón, de manera honesta, y en su sencillez radica el encanto que además imprime principalmente su protagonista. Es que además el film expone ciertos oficios que hoy en día ya casi no existen, y sobre todo valores. “Menos mal que la gente todavía valora las cosas genuinas. Si se valoran esas cosas todavía hay algo que hacer”, reflexiona Nazareno cerca del final.
Mucho más que una historia de inmigrantes Bien dicen que Buenos Aires es la ciudad más austral de Italia. Nazareno Anconetani nunca necesitó conocer la península para hablar diariamente la lengua de sus mayores, venidos de Ancona, reunir a la familia en la mesa de tallarines y tarantela, y, más que nada, mantener vivos los valores de trabajo, honestidad y alegría de los inmigrantes, aunque él haya nacido en un barrio porteño. Eso es lo que se respira en su casa, que es también taller y Museo del Acordeón. Y eso es lo que transmite esta deliciosa película. De sus padres habla en italiano. De Italia, en castellano. El padre, don Giovanni, cuya fotografía coloreada preside el comedor, llegó a estas lejanías como representante de una famosa empresa de acordeones, y cuando la guerra lo dejó aislado de la casa matriz, empezó a fabricar acá los repuestos. Así empezó. Y hasta tuvo sus propias plantaciones de pinos, para estar seguro del material que usaba (y también hacía su propio vino). La madre ayudaba en el taller, trabajaba en la casa y en el campo, y los domingos amasaba fideos caseros. Así la recuerdan las nietas. Ahí siguen en el taller Susana y Elvira, sobrinas de Nazar eno, y también el hijo de Elvira. Ahí llegan de visita Raúl Barboza y el Chango Spasiuk, que en recital aparte tocan "La colonia", de Tránsito Cocomarola. Y ahí está don Nazareno, la espalda encorvada, pero siempre animoso. Y cuando uno cree que ahí se queda, saca la batería. Durante 38 años la Típica Anconetani alegró bailes de barrios y de pueblos, y hasta fue telonera de la orquesta de Osvaldo Pugliese. "Begin the Beguine", tararea el viejo, y se larga un pasodoble, o pasodoppio, como él dice, figura central de la Babel Orquesta, compuesta por acordeón a piano, batería y bombardino, o algo parecido. ¿Cuántos años tiene este hombre? Es una maravilla, envuelta en música que llena el alma, de "Palomita blanca" y "Matinatta" para abajo. Digna de elogio, la autora de este documental, Silvia Di Florio (ya autora de "Raúl Barboza, el sentimiento de abrazar"), aquí en trabajo conjunto con su director de fotografía, Gustavo Cataldi. Vale la pena.
Narrador de oficio El mérito de este anómalo documental de los realizadores Silvia Di Fiorio y Gustavo Cataldi es haber encontrado el equilibrio para construir un relato que puede interpretarse de tantas maneras como elementos narrativos se utilizan para escapar del convencionalismo de las historias de vida. Es que en Anconetani traza la diferencia entre realidad y mito, pero sin el mecanismo del artificio o la falsedad del documental, sino desde las propias vivencias de una persona compleja para encasillar simplemente con el rótulo de personaje. Nazareno, un hombre mayor, luthier marca registrada en el mundo de los acordeones, hace de su oficio, heredado de su padre inmigrante, parte de su vida, pero además de un espacio en el que genera una realidad paralela. El lugar donde trabaja con los acordeones, que le llegan desde diferentes lugares y además pertenecientes a personalidades conocidas en el mundo musical, como Raúl Barboza o El Chango Spasiuk, esconde misterios e historias que el propio Nazareno se encarga de reforzar. Además, sus interlocutores, ayudan a creerle y así tomar en esa complicidad la posta para que el mito perdure. Basta con ver los ojos de Spasiuk al expresar que si Nazareno te invita a subir a esa suerte de santuario, la mística se vuelve magia y, solamente se entiende desde una conexión o sensibilidad particular. El amor por el trabajo se entronca entonces con el amor por la música, y si de música se trata, los acordeones y la batería juegan para Nazareno un rol importantísimo, cuando se deleita sin ningún prejuicio en sus presentaciones junto a una pequeña banda de amigos. La vitalidad que expresa en cada movimiento de sus brazos al castigar con cariño esos tambores y platillos, gozar al ritmo del mismo modo que a la melodía para generar en el público una atmósfera de fiesta, es directamente proporcional a la filosofía de vida o legado que Nazareno deja a los suyos. La familia italiana, que aparece al comienzo en esas comilonas tan características, pero que al día de hoy resultan anacrónicas, tiene por un lado la autenticidad de la pertenencia que la hace creíble y querible, pero por otro trae el recuerdo fantasmagórico de dos emblemáticas gemas televisivas locales como Los Campanelli y –en su versión moderna- Los Benvenutto. La pasta casera, la parentela en versiones generacionales intactas y ese clima entre acogedor, intimista, aunque inclusivo y no expulsivo para los propios realizadores, encuentra la distancia ideal para no contaminarse de su propia dialéctica o código de retórica enunciativa que lo volviese artificioso. Lo que menos importa de Anconetani, en definitiva, es la historia, es decir, la línea narrativa central que adopta diferentes rumbos, que exceden lo histórico o lo familiar -por citar el ejemplo más cercano- porque Nazareno es el centro y todo lo demás la periferia, sus enseñanzas reales encuentran en la mirada atenta de los directores el mejor legado cinematográfico posible, pues no especula con una cámara que lo intrusa a la vez que escruta desde lo más profundo, hasta lo superficial y ese resultado no tiene otra explicación que la de una puesta en escena en permanente cambio y dispuesta a mutar con el mismo ánimo que su personaje.
Es notable cuando los directores se las arreglan para contar o retratar una vida, y a la vez contar otras tantas en el sub texto de la imagen. “Anconetani” en definitiva hace eso. Por un lado es el retrato de Nazareno Anconetani un hombre que, como su padre y su abuelo lo han hecho, fabrica acordeones desde hace muchos años. Siempre en el mismo lugar, en la misma casa de toda la vida en la cual la familia se instaló a principios del siglo XX, y que funciona también como taller. Los realizadores Silvia Di Florio y Gustavo Cataldi aprovechan cada rincón del lugar para contar el paso del tiempo en esos objetos y muebles que juntan tierra, pero que a la vez son testigos de la inquebrantable tradición familiar. Por supuesto que Nazareno es la gran atracción de la película. Su porte de viejito lindo está acompañado de una vitalidad que muchos de nosotros quisiéramos tener. En esas charlas, en donde nunca falta una anécdota jugosa, vamos armando el árbol genealógico. Por supuesto, al ser fabricantes y luthiers, la visita de músicos como el Chango Spasiuk son también de lo más interesante. Bellamente filmada y encuadrada, “Anconetani” le saca el jugo a todo lo que la cámara registra. Decíamos que hay otras historias que se cuentan, pero en realidad se trata de entender la vida e idiosincrasia de muchas familias de inmigrantes que llegaron hace tantos años. Esos inmigrantes tanos que hacían de la dedicación y la disciplina del trabajo un culto y una filoso, y que encuentran en éste documental cierta forma de homenaje.
El último acordeón Hace cien años, el padre de Nazareno Anconetani llegaba una y otra vez a la Argentina como corredor de Paolo Soprani, uno de los mejores fabricantes europeos de acordeones. Cuando, durante la Segunda Guerra, la marca dejó de llegar al país, Anconetani puso manos a la obra: su apellido es, desde entonces, sinónimo de los mejores acordeones argentinos y Nazareno, a sus 91 años, es el último heredero de esa tradición italiana. El documental muestra al lutier en soledad, con sus recuerdos y reflexiones cotidianas, rodeado de familiares, que son sus asistentes y quienes lo sucederán, y con dos músicos de renombre que en off evocan cada visita a esa vivienda chorizo, y se emocionan al recordar la magia de la escalera que desemboca en el taller del orfebre. Los reencuentros de Nazareno con Raúl Barboza y Chango Spasiuk son los momentos cumbre, que además reflejan la importancia del lutier, pero también lo son las remembranzas de su familia. Con todo, el documental resulta el rescate de otro héroe anónimo que no trasciende el sentido homenaje.
Founded by Giovanni Anconetani in the early 20th century, Anconetani is the first and only manufacturer of accordions in Latin America, a brand much cherished by most renowned musicians for the quality of its instruments. But prior to making his own instruments, Don Giovanni had arrived in Argentina as a representative of the Italian brand Paolo Soprani, a leading name in European accordions, which he manufactured, sold and even played in several orchestras. It was a meticulous task that demanded precision and devotion in equal doses, and it was carried out to perfection. Unfortunately, as a result of the War World II, many accordion pieces and parts could no longer be imported from Europe, so there was no way to keep making the instruments. However, the silver lining is that Giovanni decided to take advantage of this hardship: he founded his own factory where he and all his relatives put hands to work to make the best possible instruments of the type. And so they did. As expected, sooner than later these Argentine accordions became as valuable as the Paolo Soprani ones — if not more. The Argentine documentary Anconetani, directed by Silvia Di Florio and Gustavo Cataldi, traces the origins and development of said factory, which is now being run by Nazareno Anconetani, Giovanni’s youngest son, currently an old man who nonetheless feels, talks, and behaves like the youngest one of the bunch. Each day, with as much accuracy and devotion as his father had, Nazareno tirelessly repairs and restores old accordions that still are way better than the ones made today. As the musicians say, the purity of their sound is unparalleled. He also plays the drums with the energy and spirit of a young heart, just like he mingles with people at ease, always willing to share some quality time doing the simplest and most genuine things which give life much of its meaning. And just like Nazareno’s everyday life is admirable in its vivacity, so is the story of the factory which he warmly narrates from the very beginning when his father first stepped on Argentine soil. What makes Silvia Di Florio’s and Gustavo Cataldi’s film an appealing piece is how unobtrusively Nazareno’s energetic personality, his sweet memories and current views are rendered to viewers from a loving point of view that shows the man in total transparency. And at the same time, you get to have more than a glimpse of a trade that is performed with both responsibility and endless affection. In fact, it’s hard to think of the work without thinking of the man. So, Anconetani is not just a documentary about making instruments, or even about music. It’s goes far beyond that. Production notes Anconetani (Argentina, 2014) Written by Gustavo Alonso. Directed and edited by Silvia Di Florio, Gustavo Cataldi. Cinematography: Gustavo Cataldi. Music: Mintcho Garramone. Produced by Felicita Raffo, Andrés Logares. Runtime: 63 minutes.
El texto de la crítica ha sido eliminado por petición del medio.
El jueves pasado llegó a los cines la historia de los Anconetani, familia que trajo a Argentina los primeros acordeones y que continuó la fabricación de los mismos durante años. Nazareno Anconetani con sus 91 años atesora el oficio casi extinguido de constructor de acordeones, tradición que aprendiera de su padre Giovanni, que llegó a la Argentina desde Ancona, Italia, en 1918. La alegría de Nazareno y la magia de sus relatos nos transportan a un pasado en donde el esfuerzo y el trabajo eran una celebración cotidiana de la vida. En la antigua casa de la familia Anconetani, situada en el barrio de Chacarita en la Ciudad de Buenos Aires, funciona el taller, el negocio de venta de instrumentos y el Museo del Acordeón, que atesora instrumentos centenarios y conserva la historia de esa familia. Recorrer la casa es descubrir en cada objeto algo que nos habla del pasado. Cada miércoles a la noche, al cerrar el negocio, la familia Anconetani comparte su mesa con músicos y amigos. Al mejor estilo de la tradición italiana, la pasta y la tarantella se funden en una alegría a la que siempre queremos volver. El documental atraviesa la historia de esta familia italiana protagonizada por Nazareno; que con una gran pasión y reflexión llena las notas del film, que no solo habla sobre la música y el significado del acordeón en nuestro país; sino que simboliza la “italianidad” y las bases de la inmigración en nuestro país; identificando a todos aquellos que tuvieron abuelos o bisabuelos que llegaron a nuestro país a principios del Siglo XX. Estas anécdotas son acompañadas y enmarcadas en el contexto de ese mítico taller, lleno de pequeños objetos que construyen la música del acordeón, tan presente a lo largo de toda la película.