Recordarás con ira Basada en un diario de una mujer violada por soldados rusos, es un filme atrapante. Dentro de los terribles hechos que sucedieron en la Segunda Guerra Mundial, las violaciones a ciudadanas alemanas luego de la entrada del Ejército Rojo a Berlín, en abril de 1945, es uno de los menos difundidos. El relato de Anónima: una mujer en Berlín fue escrito en forma de diario personal por una de las víctimas y, cuando se lo publicó a fines de la década del ‘50, fue denostado en la misma Alemania. Su autora pidió que no se realizara ninguna reedición hasta su muerte. En 2002 Anónima se convirtió en bestseller. Un polémico bestseller. “Era una de los muchos que creían con fervor en el país. ¿Dudas? Sólo los débiles las tienen”, escribía Anónima. Fue una de las 100.000 mujeres que, se estima, resultaron agredidas por las tropas que ingresaban a liberar la destrozada ciudad. Repetidamente violada, Anónima decidió que sería ella quien decidiera a quién le entregaría su cuerpo. “Sobreviviremos a esto, al precio que sea”, sentenció a otra mujer. La película es, como resulta fácil imaginar, brutal. Anónima está ante una situación extrema, e intenta acomodarse a ella de la única manera que, siente, sufrirá menos. ¿Su decisión está reñida con la ética, o con la supervivencia? Mujer de un oficial alemán, del que no tiene noticias, es la única que habla un poco de ruso en el edificio en ruinas, pero eso no la salva de los vejámenes. ¿Qué es capaz de hacer un ser humano ante semejante encrucijada? El director Max Färberböck ( Aimée y Jaguar ) no ahorra crueldades, pero no se regocija en el salvajismo. La relación que Anónima traba -con un teniente, con un mayor- (“El amor tiene otra acepción ahora”) van más allá de la descripción. En los vínculos entre los vecinos, en la urdida connivencia con los rusos ocupantes está el foco, el centro del relato. Es una historia en la que las mujeres quedan shockeadas, donde la desprotección es moneda corriente. Nina Hoss, la actriz de Triángulo y Yella , de Christian Petzold, atraviesa cada momento de la protagonista con el corazón en la mano. Es la gran médula de una película fortísima, un drama que difícilmente se disfrute, pero sí se siga con atención, porque atrapa.
El error Spielberg En 1993 Steven Spielberg presentaba La lista de Schindler (Schindler List, 1993). Se trataba de una hermosa película sobre lo horrendo; un impresentable escaparate sobre el Holocausto. Quince años después, Max Färberböck insiste en la Segunda Guerra Mundial pero en un capítulo diferente y mucho menos conocido, la toma de Berlín por las fuerzas soviéticas. Sin embargo, comete algunos mismos errores del cineasta americano. Anónima (2008) es una película basada en el libro que una mujer escribió en el sótano de un edificio derruido en Berlín durante los últimos meses del conflicto. Allí, la protagonista daba buena cuenta de las atrocidades cometidas por el ejército soviético. Un material muy interesante pero también ciertamente conflictivo y sobre el que hay que pisar con mucho cuidado. En primer lugar porque es un escrito creado sobre el momento con todos los odios y los resquemores que podían existir entre pueblos; y, segundo, porque, como en toda película bélica (o antibélica), es realmente fácil caer en la sensiblería y las ganas de forzar la lágrima al espectador. En este sentido, Max Färberböck parece no haber leído jamás aquello que escribió Jacques Rivette en Cahiers du Cinema sobre Kapo (1960), la película de Pontecorvo y que tituló De la abyección (De l’Abjection, 1961). Allí, el ahora cineasta, criticaba la última escena del film en la que una mujer se arrojaba a la verja electrificada de un campo de concentración y el director, travelling mediante, se acercaba a su cadáver para recuadrarlo con mimo. A algo similar llega el cineasta alemán, que, en un recurso que remite claramente al Spielberg de La lista de Schindler, es capaz de filmar la cara de una mujer a la que van a violar y colocar música emotiva de fondo. A parte, toma prestados de aquella película algunos movimientos de cámara absolutamente gratuitos en busca de un lirismo que sus imágenes nunca logran obtener. Por si fuera poco, el director también echa mano de una prescindible voz en off que nos guía a través de los angostos lugares por los que transita esta superviviente anónima, pero de los que nunca es capaz de sacarle fruto alguno ya que prefiere comprimir los encuadres en busca de una opresión (que nunca trasciende) a permitir al espectador sumergirse libremente en el plano. Estamos, pues, ante el enésimo acercamiento a la Segunda Guerra Mundial, a un capítulo al que se le debe mucha más atención pero que, a su vez, merece una mayor capacidad crítica y sobre todo moral. Algunas veces parece que la guerra sea una hermosa cosa del pasado de la que se pueden regalar postales.
Caos y abusos tras la liberación de Berlín "¿Cómo seguiremos viviendo?", pregunta y se pregunta a sí misma la protagonista ahora que la guerra terminó, su marido ha vuelto y entre las ruinas, que no son solamente las que están a la vista, sólo queda un enorme vacío. No hay respuesta. No se puede volver atrás: la guerra ha dejado sus marcas en todo, desde el alma de los que han logrado sobrevivir hasta el sentido mismo de palabras como amor o moral. Con Anonyma , el cine alemán indaga otra vez en zonas dolorosas de su pasado, más precisamente en los últimos días antes de la capitulación, cuando las tropas soviéticas ya han comenzado a tomar Berlín y con ella a sus mujeres, que son violadas y esclavizadas como si fueran botines de guerra. El film está basado en el diario que una de ellas (anónima, periodista y con conocimientos de ruso) llevó en esos días para dejar registro de las atrocidades de que fue objeto y del modo que halló para conservar un mínimo de libertad (la de elegir a quién entregarse) y sobrellevar la situación hasta el previsible final del conflicto; así, se convirtió en la compañera de un oficial ruso que la puso a salvo de los ataques de la tropa. La compleja relación que se establece entre ellos ocupa el centro del relato, que el director Max Färberböck adaptó cuidando de mantener la desolación emotiva que según parece viene del original, pero presumiblemente incorporándole también algunos agregados en busca de ecuanimidad: suele aludirse a la perversión nazi, de cuya barbarie fueron testigos o víctimas muchos integrantes del Ejército Rojo. Por otro lado, la crueldad de las escenas del comienzo es compensada sobre el final con algunos apuntes que sugieren algún ánimo de reconciliación, difícil de imaginar en los textos de Anonyma. Cuando éstos fueron publicados, en 1959, indignaron a los lectores, que acusaron a la autora de difamar a la mujer alemana; el rechazo fue tanto que Anonyma prohibió cualquier reedición hasta después de su muerte. El film no avanza demasiado en el arduo asunto de la moral en tiempos de guerra, pero reproduce los hechos sin excesos ni sentimentalismos aun en los tramos finales, cuando cobra más intensidad emocional. A Nina Hoss se debe buena parte del vigor expresivo del relato, y también es excelente el trabajo de Evgeny Sidikhin.
Junto con La caída, podría decirse que Anónima: una mujer en Berlín (2008) representa el discurso de un cine alemán valiente que nos habla desde la derrota, mostrando la otra cara de la moneda a partir de los fracasos en la Segunda Guerra Mundial que sumieron al pueblo alemán en un período de humillaciones y miseria por vincularse de alguna forma con el bando del vencido. Pero muy poco se sabía de la suerte de las esposas o novias de los soldados alemanes durante la guerra y a partir de la llegada del ejército rojo a la ciudad de Berlín, a no ser por el testimonio de un diario íntimo de una periodista alemana (su nombre permaneció en el anonimato hasta después de su muerte en el 2001) que describió con lujo de detalles la convivencia de los ciudadanos berlineses con los soldados enemigos, meses previos a la capitulación total de Alemania que diera por finalizada la Segunda Guerra Mundial. En aquellas páginas no sólo quedó plasmado el documento de una época sino también el descubrimiento de las prácticas vejatorias que los soldados rusos realizaron durante varios días como parte del escarmiento contra los alemanes, especialmente las mujeres sin distinción de edad o estatus social. Esas crónicas de violaciones –de las cuales la autora también fue víctima- además reflejaban por parte de la escritora la idea del deshonor de las mujeres alemanas, quienes para sobrevivir entablaban relaciones con los rusos, llegando algunas incluso a enamorarse como es el caso de la escritora anónima, quien tras la publicación del libro en 1959 pidió expresamente que no se editara el best seller homónimo hasta después de su muerte (recién en el 2003 se volvió a publicar y se supo su verdadero nombre). Max Farberbock, el prestigioso realizador alemán, no conocía la historia hasta tomar contacto con la novela y así elaboró junto a Catharina Schuchmann el guión del film para el cual decidió ofrecerle a la actriz Nina Hoss el papel protagónico, encarnando a la periodista anónima en la que podría considerarse una gran actuación. La estructura elegida toma con fidelidad las crónicas desde el 20 de abril hasta el 22 de junio de 1945 en las que la periodista da cuenta del escenario de la guerra como testigo privilegiado y víctima del abuso de los soldados rusos para quienes Berlín era un motín de lujo y sus mujeres un objeto más dentro del saqueo. Sin embargo, también lo que se desprende de ese relato cotidiano en primera persona (por suerte no hay abuso de la voz en off) es una historia de amor que comienza luego de conocer a un alto mando del ejército rojo, el coronel Andreij (Yevgeni Sidikhin), que se diferencia de sus subordinados por no compartir las ideas de arrasar con todo lo que se interponga y mucho menos con el maltrato hacia las mujeres. El resto de los personajes variopintos que integran la trama lo constituyen un grupo representativo de alemanes que se refugian en unos departamentos abandonados en los que inmediatamente se instalan los rusos, de cuyos soldados se destaca el teniente Anatol (Roman Gribkov), quien también pretende ganarse el amor de Anónima (Nina Hoss). Sin apelar al golpe bajo a la hora de exhibir los vejámenes y la humillación, Max Farberbock consigue elaborar una trama lo suficientemente sólida para reflejar los estragos de la guerra en sus víctimas y victimarios; exhibiendo los costados más oscuros de los hombres pero compensándolo con altas dosis de naturaleza humana, despojándose de toda estigmatización. La guerra cambia a los hombres parece ser la frase que dibuja este retrato, pintado con la lucidez de un artista y con los colores vivos y opacos de los vencidos en un juego de matices que encuentran su vinculo estrecho con los matices morales, sin importar de qué lado se haya estado.
El cine industrial europeo viene haciendo justicia con tópicos otrora escabrosos como las miserias de la resistencia o las atrocidades cometidas por las milicias de ocupación, poniendo en el candelero eso de que los nazis no fueron los únicos genocidas de la Segunda Guerra Mundial (la masacre fue potestad de todas las potencias involucradas). Como si se tratase de una versión sintética de Black Book (Zwartboek, 2006), la muy interesante Anónima: Una Mujer en Berlín (Anonyma: Eine Frau in Berlin, 2008) retrata con agudeza las vejaciones que padecieron las alemanas durante la invasión soviética de 1945. Más allá del contexto circunstancial de revancha bélica, lo que sobrevuela constantemente es la mugre ideológica del machismo, esa respuesta idiota a las frustraciones e inhibiciones de los pobres diablos (si la voluntad de imponerse como hobby frente a la mujer es propia de los cobardes, el maltrato ya califica de furia gratuita derivada de un deseo homosexual reprimido). Con una gran actuación de Nina Hoss, este “diario de campo” no deja títere con cabeza en su afán desmitificador para con las mal llamadas “fuerzas de liberación”, hoy el patético Ejército Rojo…
La verdad siempre sale a flote. A fines de la 2º Guerra Mundial, una mujer de la cual se desconoce su nombre en todo el relato es abusada por soldados rusos luego de la invasión en Berlin. Ella está casada con un oficial y es de las únicas mujeres que hablan el idioma ruso en una de las residencias ocupadas por un período de aproximados cuatro meses. El extenso film dramático está basado en el libro escrito en 1945 por una de las víctimas de consecutivas violaciones, en aquel período este no pudo ver la luz debido a que se destacó que la sociedad alemana no estaba preparada para seguir conociendo atrocidades acaecidas durante la guerra sumadas a las experiencias atroces de amplio conocimiento durante el régimen nazi. El libro pudo editarse recíen llegado el fallecimiento de la autora, convirtiéndose en un best seller en Alemania. Anonyma recorre lugares oscuros dentro de la residencia, el tema es por demás sensible tanto para una lectura como para en este caso la visión, el mostrar la experiencia de cómo un grupo de mujeres deciden sacar el mínimo provecho de una relacion sentimental con soldados enemigos a su nación por el simple hecho de no ser violadas sexualmente u obtener a cambio alimento diario. El film funciona como un ejercicio macabro de mostrarnos esta realidad, crudamente, con herramientas cinematográficas débiles (música incidental, un guión demostrando como buenos y malos a los soldados de ambos ejércitos), pero, al menos sirve para comprender que los acontecimientos han de hecho sucedido y a veces la escapatoria a un problema no es más que otra aberrante situación. Con 131 minutos, el film no escapa de la controversia que puede generar, en él se vincula el precio que alguien tiene que pagar para sobrevivir ante un suceso límite, sin dar rienda a mucha reflexión, la decisión de dirección parece haber sido la de mostrar tal cual relata el texto biográfico, sin medias tintas ni sentimentalismos.
¿Valiente, sensacionalista o propagandística? “¿Cómo empezar?”, se pregunta la narradora, entre imágenes de caída, disgregación y humillación. “¿Cómo encontrar las palabras adecuadas?” Cuando se publicó en forma de diario, a fines de los años ’50, Eine Frau in Berlin produjo tal rechazo en Alemania que la propia autora –que firmaba simplemente como “Anónima”– decidió prohibir su reedición, hasta el día de su muerte. Narrado en primera persona, el libro daba cuenta de la sumisión humana y sexual a que los integrantes del Ejército Rojo sometieron a las mujeres alemanas –de modo sistemático, en ocasiones con un forzado consentimiento– a partir de su ingreso en Berlín, en abril de 1945. Reeditado el libro tras el fallecimiento de la autora, en 2001, el realizador Max Färberböck decidió hacer de él una película, que según como se la mire puede ser calificada de cruda, valiente, sensacionalista o revulsivamente propagandística. Un primer punto complicado es que la heroína (interpretada por Nina Hoss, actriz fetiche de Christian Petzold, protagonista de Yella y Triángulo) es la orgullosa esposa de un oficial nazi (August Diehl, que en Bastardos sin gloria haría un papel semejante). Teñida de su mirada, Anónima hace de la derrota militar alemana un verdadero Götterdämmerung, una operística caída de los dioses. Los soldados rusos son nuevos bárbaros, hordas de Atila que no vacilan en tomar a las mujeres enemigas como botines de guerra. Un edificio en el centro de Berlín, en el que los sobrevivientes de ejecuciones sumarias pasan a ser rehenes de los brutales enemigos, entre ruinas y caos de enseres, funciona como representación de Alemania entera. Mientras en la calle soldados y oficiales son fusilados o hechos prisioneros, en un departamento del antiguo edificio las mujeres (entre ellas Irm Hermann, rostro inconfundible de la galaxia Fassbinder) son hechas cautivas de los transpirados eslavos y mongoles de Stalin. ¿Pesadilla filonazi, variación de Genghis Khan al servicio de una renacida paranoia aria? Anónima no termina de despejar esas dudas, incrementadas por el hecho de que los únicos enemigos “aceptables” parecen ser un par de oficiales, algo más cultos y rubios, algo más aristocráticos que la soldadesca bolchevique. Lo que ella misma reconoce, desde el off, como “último margen de libertad posible”, es ese par de oficiales a quienes la protagonista elige como amos y amantes. Para salir al cruce de posibles acusaciones, un par de referencias abonan la idea de que la guerra brutaliza a diestra y siniestra por igual. Alguna víctima teme que “los rusos nos hagan lo mismo que les hicimos a ellos”. Unas escenas más adelante se entiende a qué se refiere, cuando un sobreviviente del otro lado entra en detalles sobre una masacre nazi en la Unión Soviética, ante cuyo salvajismo los abusos rojos quedan casi como una estudiantina salida de madre. Se trata, sí, de un contrapeso, que no deja de sonar al “amigo judío” del antisemitismo. Más allá del posible mal olor del asunto –olor que el costado escabroso no hace más que intensificar–, no hay duda de que la película de Färberböck (que unos atrás conoció un primer éxito internacional con el drama bélico-lésbico Aimée & Jaguar) logra transmitir de modo convincente el apocalipsis que toda guerra representa. Apocalipsis que aquí se expresa no sólo en lo dramático sino en el terreno de la forma misma, gracias a un montaje que, en lugar de ligar un plano con otro, tiende a hacerlos chocar, a atomizarlos. Como si la bomba que poco más tarde caería sobre Hiroshima lo hiciera aquí sobre el propio cuerpo del relato.
Con maestría y crudeza narrativa es recordada la ocupación rusa de Berlín Filme de guerra, con pocas escenas propias del género, pero sí de mucha violencia. Violencia que ahoga, y que a mi particularmente no sólo por mi condición de judío, sino también a través del relato de la novela familiar, me toca de cerca. Se podría decir que, de no haberle sucedido durante la Primera Guerra Mundial lo que le sucedió a mi abuelo paterno, yo no habría nacido y mi viejo tampoco. Pero eso es otra historia. La que aquí narra el realizador Max Färbeböck, con mucha maestría y sin ninguna delicadeza, salvo alguna que otra escena amenizada con música, donde no la hubo, es la tortuosa vida de un grupo de mujeres alemanas en el momento de la invasión del ejército ruso a Berlín, sobre finales de la Segunda Guerra Mundial. La narración en primera persona es, en realidad, un diario íntimo escrito por una periodista alemana, cuyo marido, escritor, esta en el frente de batalla. Ella es joven, alrededor de los 30 años, bella, valiente, audaz e inteligente, habla ruso, entre otros idiomas, y esto tanto la protege en los primeros momentos como que la expone en otros. A muchos con lo que hable del filme les sorprendió el acto y/o el hecho narrado por la película, los soldados rusos haciendo abuso de esa superioridad de fuerza en relación a los prisioneros alemanes, en este caso eran civiles, mujeres, viejos y niños, que comenzaron sistemáticamente, sólo movidos por el deseo y porque podían, a violar a las mujeres que se refugiaron en los pocos edificios que quedaron en pie después de los bombardeos. Pero esto es tan antiguo como la guerra misma, cuando en el siglo I a.c. el ejercito romano invade lo que luego será la provincia de Judea, en forma sistemática y como plan para hacer desaparecer todo vestigio de judíos, violan y embarazan a las mujeres para que sus hijos no sean judíos, pero los jueces del Sanedrín modificaron la ley y desde entonces rige la “Ley del vientre Materno”. Pero volvamos al cine, y nada mejor que volver hablando del montaje de la película, el que no es lineal en tanto y en cuanto las secuencias tengan una relación continua, si es, si se quiere. de recorrido temporal directo. Los cortes temporales son en realidad bruscas elipsis, saltos violentos que hacen al relato, en el mismo orden se encuentra el diseño de arte, la escenografía recreada minuciosamente, tanto los exteriores como los interiores, sobre todo la fotografía con oscuridad plagada de detalles en esos ambientes cerrados, casi subterráneos, por la sensación de encierro que provocan. En tanto las escenas de la calle, donde lo que primaba era el polvo en el aire, están trabajadas como para dar sensación de invisibilidad a los sucesos cotidianos. Todo sustentado por una trouppe de actores maravillosos destacándose Nina Hoss como la protagonista, August Diehl como el marido y Yevgeni Sidikhin como el oficial ruso amante de la protagonista. Sí queda absolutamente claro, a partir de la mirada que instala del guionista y realizador, que el verdadero enemigo, el verdadero mal, es la guerra, para eso construye un relato sólido, sin golpes bajos, donde victimas y victimarios ocupan esos roles en forma alternada, en tiempos y espacios diferentes. El libro que dio origen al filme, fue publicado en 1959 por primera vez y muy mal recibido por la sociedad alemana, que sólo quería dar vuelta esa página de la historia. La autora prohibió que se volviera a publicar mientras ella viviera. Sólo se pudo volver a editar en el año 2002, y hasta ese entonces se desconoció su nombre.
Un tema hasta ahora tabicado de la Segunda Guerra Mundial, en una crónica lacerante. Berlín, abril de 1945. El Tercer Reich se derrumba. Todo es caos y destrucción. La población, ante el avance de las tropas soviéticas, huye adonde puede. En medio de ese contexto donde todo es polvo y espanto, la protagonista, amante de un joven oficial del régimen, escapa como puede. Busca refugio en casas abandonadas y sótanos precarios. Los vencedores se toman su revancha por las atrocidades cometidas por los nazis al invadir la Unión Soviética. Bajo el efecto del alcohol, los rusos no dejaban títere con cabeza y se ensañaban con las mujeres. Se calcula que más de 100.000 mujeres fueron violadas por el Ejército Rojo en esos días. El film, rodado en un color terroso, dibuja las historias de un puñado de sobrevivientes y su capacidad para resistir en ese infierno tan temido. Memorable, el trabajo de Nina Hoss.
Un relato de supervivencia, donde el recuerdo no logra perdonar la barbarie Anonyma. Una Mujer en Berlín/(Anonyma. Eine Frau in Berlin) este autorelato involucra un modo de seguir siendo. Cuando la novela se publicó recibió denostaciones y reprobación. Berlín ocupado por los rusos, el caos y la desolación se encaramaron en las vidas. Era otro relato de la Segunda Guerra y la herida no había cerrado aún pero Alemania no soportó, allá por los años 50, ese relato de una moral posible de una representante de la mujer germánica. ¿Cómo condescender a que la violación sirva de medio de subsistencia? ¿Por qué narrar el abuso? ¿Cómo soportar la denostación cuando las heridas del mismo no cicatrizan? Por ello, su autora prohibió su re edición hasta su muerte. El texto en el año 2002 alcanzó records de ventas. La crueldad sigue siendo un buen agente de mercado y la indagación de los hechos terribles que suceden durante una guerra, ocupación o conflicto de cualquier especie siguen siendo crónicas ineludibles para re pensar cierta cosmovisión de la atrocidad humana. Una violación es aterradora aquí, allá y en todas partes. Y así como la Malinche usa su lengua para sobrevivir sólo un poco más, esta mujer que habla algo de ruso, que se encuentra casada con un oficial alemán del que desconoce el paradero, será ultrajada muchas veces. Hasta que se convierte en la elegida de un oficial ruso. No hay opción pero la crueldad jamás se naturaliza en el film porque si bien está en el orden de ese estado de cosas hay algo del orden que comprende la ética y la pulsión de vida que permite absolver (si tuviéramos esa potestad) a esa mujer, muy bien interpretada por Nina Hoss, ya que hay que vivir para contarla y porque al fin de cuentas, nadie, absolutamente nadie sabe de qué sería capaz con tal de seguir respirando. Si bien, las imágenes dan cuenta de una ferocidad sin límites, la cámara de Max Färberböck no concede nunca, no metaforiza pero retoma desde un lugar en que el género (gender) alcanza otras concesiones la infortunada vida de esta mujer que el centro de un debate que no parece terminar. ¿Cómo vivir, afrontar y continuar en la guerra? ¿Cómo se hace cuando todo ha terminado y las heridas siguen supurando una sustancia viscosa sin nombre y sin fin? ¿Se puede amar al enemigo? ¿Puede la empatía surgida de la posibilidad de salvación abrir una rendija para otro tipo de amor? Esta pregunta circula por el film del mismo modo que los vínculos que se entablan en medio de las ruinas del edificio que los reúne. Dramática al límite como puede serlo una película que hable de guerra, violación, ocupación y demás desastres, Anonyma desanda un camino muchas veces recorrido por la pesquisa del desastre que significa cualquier gesto beligerante donde lo que se compromete es algo más que la vida.