El paraíso perdido del Nuevo Cine Argentino Atlántida (2013), la ópera prima de la cordobesa Inés Barrionuevo, transcurre en un pequeño pueblo de provincia durante una tarde-noche de verano. Allí, dos hermanas adolescentes, Lucía (17) y Elena (15), ven pasar el tiempo encerradas en casa mientras esperan entrar a la universidad, la mayor, y que le saquen el yeso, la más chica. Pero de pronto, se abren las puertas y las dos aprovechan para vivir momentos claves de sus respectivos, y muy dispares, despertares sexuales. Si bien Atlántida no es una película de temática y formas novedosas (ya que hace eco del llamado Nuevo Cine Argentino y su predilección por la adolescencia), su singularidad probablemente recae en la exactitud y la precisión en el uso de ciertos recursos. Así, una cámara indiscreta, casi siempre en mano y muy cercana a los personajes y sus acciones, muestra la sutileza de los cuerpos y sus movimientos, las miradas cómplices, la sensualidad incipiente y los primeros deseos sexuales. Entonces, el uso del recurso genera atención sobre el relato y provoca parte de su suspenso. A su vez, la sencillez y el cuidado en el esteticismo son otras elecciones claves para la película. También las impecables actuaciones, llenas de frescura e intensidad, de las jóvenes Melisa Romero, Florencia Decall y Sol Zavala, constituyen otro de los puntos altos de la película cordobesa que las convierte en tres nuevas promesas del cine nacional.
La ópera prima de Inés María Barrionuevo se pliega a la senda celinamurgeana de esta era post Nuevo Cine Argentino, pero más que nada se inscribe en la columna del Nuevo Cine Cordobés, en el cual busca acurrucarse. La seguridad en la que Barrionuevo emplaza el contexto de un pueblito del sur cordobés, a fines de la década del ochenta, nutrido de una serie de factores que anuncian un apocalipsis (hiperinflación, sequía, cortes de luz veraniegos), se articula con la tempestad gestada en la relación entre dos hermanas: Elena de quince y Lucía de diecisiete (Melisa Romero, una cara que empieza a ser reconocida en el Nuevo Cine Cordobés). La primera -enyesada e histérica- saca de quicio a su hermana, quien busca una salida a la vida mundana de pueblo mediante una posible carrera en Buenos Aires. Ambas se encuentran solas ocasionalmente porque sus padres fueron a un funeral a otro pueblo. El punto culmine de esta relación/ polvorín acaba con Lucía yéndose en la vieja camioneta de la familia. En el camino, levanta a una amiga de Elena (“rarita” por no interesarse en chicos ni en salidas con la barrita del lugar) y ambas emprenden una pequeña excursión a las afueras del pueblo. Mientras tanto, Elena -a pesar de su impedimento- también se las ingenia para salir del hermetismo de una casa que rebalsa de aburrimiento. El médico (participación efectiva de Guillermo Pfening), que la visita en la casa, la lleva a sus rondas por el pueblo. Barrionuevo propone una atmósfera sensible, sensual y por sobre todo madura sobre cuestiones urgentes en el cine argentino independiente, preocupado por retratar el andar y la cotidianeidad de aquellos que deambulan en la hibridez etaria del pasaje a la adultez. Aunque no se detiene solo en una mirada general (por ejemplo, en los banditas de nenas y varones que se muestran en varios pasajes), ya que también reposa sobre lo estrictamente particular, representado en Lucía y en la amiga de Elena. Ambas no pueden ser clasificadas en ninguna columna, es por eso que aparecen aún más aisladas de un pueblo aislado de por sí. La iconografía de un interior profundo (una de las tantas asignaturas pendientes del cine nacional) asoma con fuerza, gracias a la puesta de cámara de Barrionuevo que se articula armoniosamente con las situaciones que envuelven, con cierta opacidad, una progresión vincular entre los personajes. El pulso firme de la directora también permite transitar una veta histórica reciente para construir una metáfora preciosa sobre cómo las búsquedas, las decisiones erradas (propias de la edad) y el gusto por la abulia pueden ser parte de un caldo de cultivo, expectante de una chispa para explotar. Atlántida es otra página de este fenómeno cordobés, que merece un foco mejor direccionado por parte del epicentro audiovisual (al menos en lo nominal) que es Buenos Aires, el cual solo apunta al cine del interior en el circuito de festivales pero niega un espacio verdadero en su cartelera comercial. La ópera prima de esta cordobesa podría (y debería) ser el punto de quiebre, al menos, para pensar la distribución del cine independiente realizado por fuera de la capital, lo que representa una doble lucha para llegar a un público más grande.
Transiciones en pueblo chico La debutante cordobesa Inés María Barrionuevo muestra en su ópera prima, Atlántida, una capacidad narrativa asombrosa así como la sensibilidad para acercarse a los conflictos de sus personajes sin perder la distancia y mucho menos el centro de atención en los detalles a la hora de pensar la puesta en escena. La película aborda la idea de los cambios y la transición que atraviesa el derrotero de dos hermanas, Elena y Lucía, en el corto periodo de un verano de 1987. La más pequeña, Elena, quiere convertirse en Maricruz y sale al mundo con sus ropajes de inocencia para aprender y vivir nuevas aventuras junto al médico de pueblo cuando lo convence de que la deje acompañarlo en su recorrido de rutina mientras que la mayor Lucía pretende escapar del letargo pueblerino y probar suerte en el estudio en una ciudad con más atractivo y lejos de su familia y su hermana. Algo del horizonte trazado por Lucrecia Martel o Celina Murga en sus respectivas óperas primas que generaron la atención en otro tipo de mirada sobre su propio lugar parece transitado desde este enfoque muy particular y personal de esta novel y talentosa directora, quien ya se encuentra trabajando en su segunda película.
La adolescencia y el despertar sexual diverso es el tema de la ópera prima de la cineasta argentina Inés María Barrionuevo, que reflexiona sin emitir juicios sobre una etapa vital en la transición a la adultez.Situada en 1987, el filme sigue la moda "vintage" de mostrar una época, con sus costumbres, términos y lenguaje, para contarnos una hermosa historia de auto descubrimiento en un momento en que hablar de sexualidad diversa no tenía aceptación.
Una mirada novedosa En Atlántida, de Inés María Barrionuevo, dos adolescentes que viven en un pequeño pueblo se quedan durante un día solas en su casa por un repentino viaje de sus padres. La menor de ellas está enyesada y de algún modo su hermana mayor, mientras estudia, debe atender a sus reclamos. En algún momento, las situaciones permiten que ambas salgan del hogar y se relacionen con otros personajes en el devenir más o menos accidentado de la jornada. En el contexto de “el joven cine argentino”, la trama no sorprende. Es más, repite la propuesta estética y la historia de tantas otras. Atlántida sería un pobre película si no contara con un trabajo interesante de Barrionuevo en la realización, que logra hacer que ese universo, limitado, arbitrario y anacrónico, sea a pesar de eso dramáticamente atractivo; por sus actrices que se adaptan muy bien en el registro del naturalismo pueblerino y por un par de aciertos en el guión, que deja apuntados algunos conflictos interesantes y deja abiertos los temas sin pretender ni moralizar ni explicar. Es en el manejo correcto del ritmo, en la interesante construcción del clima y las microrelaciones, el trabajo sonoro, la imagen cuidada sin buscar el preciosismo y en el carisma de las jóvenes actrices que Atlántida se diferencia de las muchas operas primas similares que se acumulan en la mera estadística. Barrionuevo demuestra que merece crédito para el futuro.
Otra Atlántida perdida Luego de haber pasado con éxito por Berlín y de ser exhibida en el BAFICI, con un amplio consenso de la crítica porteña, es más que claro que la directora María Inés Barrionuevo debe pensar que es una genia, o como mínimo debe tener una muy buena opinión de sí misma. Pero la verdad que luego de haber visto Atlántida, la opera prima en cuestión, me encantaría poder acordar con todos ellos porque en mi opinión su película es apenas correcta y está notablemente inflada. Hubiera sido bueno que la cineasta se atreviera a contar bien a fondo las respectivas historias de sus protagonistas, a abordarlas en toda su profundidad y complejidad. Talento, es evidente, tiene la directora, pero seguir de cerca a los cuerpos no la enlaza automáticamente con la filmografía de Lucrecia Martel y contar un relato de crecimiento, como el de estas dos hermanas cordobesas en pleno despertar sexual, no la convierte en una heredera de Celina Murga o Ezequiel Acuña. Lo que pasa con películas como esta es, en todo caso, culpa de los críticos porteños -que no sólo son Capital Federal-, muy complacidos en sostener y contemplar una visión porteña sobre los cordobeses, y del circuito internacional de festivales, cómodo con su idea sobre el cine argentino repleto de jóvenes tristes, que sólo de a ratos es capaz de expresar su sexualidad en plenitud. Pero también es de los cordobeses, demasiado preocupados por adquirir relevancia nacional e internacional, respondiendo a mandatos que no tienen demasiado que ver con su propia identidad. ¿No pueden ser más vitales y sexuales los jóvenes cordobeses? ¿No se puede construir una verdadera poética del deseo, que los exprese en toda su magnitud? ¿No se merecen tener una construcción más compleja, donde se pueda intuir verdaderamente su pasado, presente y futuro? En otros encuentros festivaleros tuve oportunidad de ver Algunos días sin música, La jaula de oro y Club sándwich, películas con personajes con virtudes y miserias, que deciden por ellos mismos, sin piloto automático, en espacios-tiempos bien definidos. Lograr eso tiene su dificultad, pero tampoco es tan pero tan difícil, y lo de Barrionuevo -junto con todo el campo intelectual que la sostiene- es demasiado fácil y cómodo.
La historia transcurre en los 80 durante un verano en Córdoba y tiene como protagonistas a dos hermanas: Lucía, la mayor, es irritable y se muestra poco sociable mientras estudia para entrar a la UBA; Elena, la menor, es caprichosa, malcriada, está enyesada por una lesión de jockey y mortifica a Lucía pidiéndole cualquier cosa como si fuera su esclava personal. Las fricciones que se generan en la casa mientras los padres se ausentan por un funeral van en aumento hasta que todo estalla y cada una toma un camino distinto: Lucía sale con una amiga de su hermana igualmente confundida y recorren la zona en auto sin un rumbo preciso. Elena, en cambio, aprovecha la visita del médico familiar (Guillermo Pfenning) para acompañarlo en su recorrido y escapar de la casa. La película de Inés Barrionuevo toma distancia del conflicto inicial y opta por darle el espacio suficiente a las hermanas para hacer un breve viaje de maduración y conocimiento, eso sí, siempre absteniéndose de señalar un camino correcto o un destino obligatorio. Fuera de ellas, los chicos y las chicas del barrio mantienen relaciones inciertas en las que hay más desafío y agresión que romance o verdadero descubrimiento; un beso robado, por ejemplo, se esgrime como un trofeo de guerra y como provocación. La directora se aleja sutilmente de ellos y les abre a Elena y Lucía las puertas de otras experiencias posibles, algunas felices, otras más amargas, pero todas tan imprevisibles como la perspectiva de ser adolescente durante un verano caluroso con mucho tiempo libre y nada para hacer.
La vida de los adolescentes no es del todo placentera y menos si deben vivirla lejos del atolondrado trajín de alguna gran ciudad. Con sus ansiosas pretensiones adultas pero con cuerpos y mentes en pleno desarrollo, son fáciles de reconocer por sus frecuentes estados apáticos o sus raptos de frenética locura injustificada. Rodeadas de casas bajas y silencios insoportables, el verano de dos hermanas pronto se volverá una caja de sorpresas. Condenadas, sin prisión efectiva, a la cansada rutina de la vida en el campo, Lucía y Elena, intentan pasar uno de los veranos más calurosos de los últimos tiempos. La sequía apremia la economía de los productores, la luz eléctrica no dura más de 10 horas seguidas y la única atracción disponible es la Feria de la Miel, porque el boliche es peligroso. Con marcada diferencia de personalidades, Elena carga con un yeso en su pierna derecha y Lucía debe servirla cual esclava. Elena vive rodeada de amigas y Lucía estudia sola en la cocina para el ingreso a la facultad en Buenos Aires. La brecha que las separa es cada vez más profunda y un creciente odio inconsciente comienza a hacer mella en Lucía. ¿Cómo salir del encierro si el yeso lo impide? ¿Qué hacer más allá del estudio si no se tienen amigas? Cada una con sus imposibilidades a cuestas, no tardarán en descubrir la manera de cambiar el rumbo del verano. La fluida narración y la atractiva intriga que se va creando a medida que nos situamos en el tiempo y espacio presentados por el filme, dan lugar a la reflexión acerca de que tan diferentes pueden ser los destinos de dos hermanas que se criaron juntas, en el mismo hogar, bajo las mismas reglas. Sin embargo, y a pesar de que Elena y Lucía son muy diferentes, lo que se sobrepone es el amor fraternal. Ya poco importa si Lucía provocó el accidente de Elena o si ésta última tiraniza a su hermana. Luego de haber vivido aventuras, cada una por su lado; al llegar el fin del día una se apoyará física y psicológicamente en la otra para poder comenzar un nuevo día. Recurriendo a la apicultura, la cordobesa Inés María Barrionuevo, pone en escena una metáfora exacta: la abeja reina gobierna en su panal mientras las obreras dan la vida por su supervivencia. Cualquier parecido con la diégesis propuesta por Atlántida no es pura coincidencia. Elena manda, Lucía obedece. Por Paula Caffaro redaccion@cineramaplus.com.ar
El espíritu de la colmena Atlántida, película de la cordobesa Inés Barrionuevo, transcurre durante un agobiante día de verano en un pueblo. Allí, dos hermanas adolescentes vivirán una tarde de iniciación y descubrimiento. La sensibilidad de un director de cine se puede verificar en la forma en que presenta un mundo desconocido a través de su cámara. Las primeras secuencias de Atlántida son magníficas: alguien que aparecerá bastante más tarde en el relato trabaja con unas colmenas. Solamente se ven sus manos. El sonido de las abejas es omnipresente, un zumbido que sintetiza un universo simbólico, una forma de ver el todo. Luego, una jovencita de espaldas se prepara para zambullirse en una pileta. Una vez más las elecciones formales son ostensibles: a Lucía (Melissa Romero), antes de saber quién es, se la descubre de espaldas. Conforme avanza el relato, ese mundo se irá poblando de personajes: Ana (Sol Zavala), una amiga de Lucía; Elena (Florencia Decall), la hermana menor de nuestra nadadora, algunos jóvenes del pueblo y, un poco más tarde, un médico joven (Guillermo Pfening). Los padres de Lucía y Elena permanecerán siempre en fuera de campo. Filmar consiste siempre en saber revelar un lugar y sus personajes. Más que un lugar físico, el concepto de Atlántida es aquí un signo sin referente, un nombre propio que alude a una civilización hundida en un pasado remoto y propio de una mitología imprecisa. En este contexto, esa idea es antes que nada una alusión a un impreciso estado anímico general. La metafísica no juega ningún papel determinante en este filme, aunque la interrogación sobre la muerte sobrevuela a menudo el relato, y también al margen de que el filme cuenta con una escena lateral en la que se habla de los chupacabras y los ovnis del Uritorco. En verdad, en su ópera prima la realizadora cordobesa Inés Barrionuevo filma un ethos y un estadio de la vida sin entregarse al confort característico del costumbrismo. ¿Cuál es el tema de Atlántida? La libido, esa fuerza incontenible que traspasa el cuerpo adolescente y a la que resulta difícil habituarse. Prácticamente todas las escenas tienen conexión con ese impulso vital. Todos los personajes secundarios –los adolescentes del filme– están obsesionados con el despertar sexual. Discretamente, del mismo modo, la sexualidad definirá las acciones de Elena y Lucía. La primera, siempre molesta por tener que lidiar con su obligado reposo debido a un accidente; un pie enyesado en pleno verano la predispone a la irritación permanente. Lucía, por otra parte, no consigue concentrarse en sus estudios, y cuidar a su hermana menor es definitivamente insoportable. Lo que sucederá en el filme, fuera de un conjunto de escenas que develan la cotidianidad veraniega de una localidad, pasa por un paseo de Lucía con Ana en el campo, como también por una inesperada salida de Elena, que decide a acompañar en sus visitas al médico que la atiende. Es el instante en que el relato se bifurca, sorprende y se torna cada vez más misterioso. Barrionuevo es una directora con pulso firme. Sus actores le responden, la puesta en escena dista de ser azarosa y el ritmo de la película mantiene su equilibrio. Incluso asume riesgos importantes, como en una secuencia a mitad de camino en la que introduce un nuevo elemento en el orden simbólico de sus criaturas, por lo que sugiere que la vida adolescente no solamente se define por la explosión de la libido, sino también por la pertenencia de clase. Temprana lucidez y evidente coraje para una directora que, en sus primeros pasos, ya parece concebir una idea de cine.
El arte de filmar lo inasible La sensualidad, el erotismo, el deseo, las inseguridades, las contradicciones y la adolescencia en general (con su inocencia, su desamparo, sus angustias y hasta su crueldad) son algunos de los aspectos más difíciles de transmitir en imágenes sin caer en la obviedad, en el grotesco, en el subrayado con trazo grueso y torpe. Y eso es lo que consigue -con su sutil y fascinante ópera prima Atlántida- Inés María Barrionuevo, la más reciente revelación (y van…) del -ya no tan nuevo- Nuevo Cine Cordobés. Más allá de sus inevitables (y bienvenidos) lazos con el cine de Lucrecia Martel, Celina Murga y Milagros Mumenthäler, Barrionuevo encuentra una inusitada seguridad, madurez, sensibilidad y vuelo propio en este film sobre dos hermanas muy distintas entre sí, Lucía (de 15 años) y Elena (de 17), que están solas durante un caluroso día del verano de 1987 en un pueblo cordobés azotado por la sequía (y con una sensación de pesadez, de que se avecina una tormenta “bíblica”). Película de climas, de sensaciones, de estados de ánimo con la inminencia del despertar sexual como eje principal, Atlántida logra transmitir -con una cámara flotante que sigue siempre de cerca pero sin invadir ni manipular a los personajes- esa precariedad, esa latencia, esa intimidad tan propias de ese tiempo, de ese lugar y de esa edad. Un film sobre búsquedas (de autoestima, de identidad, de amor) y elecciones (muchas veces equivocadas) que se convierte en uno de los principales hallazgos del cine argentino de este año.
Dos hermanas y un día distinto: cada una por su lado transitarán una iniciación que modificará sus vidas. Dirigida por María Barrionueva.
La edad de la inocencia Colmenas, abejas, campo. Lucía salta a la pileta. Nada. Se sumerge y enajena su entorno. Entramos en este día de verano, en un lugar que sabemos es Almafuerte, Córdoba, pueblo chico con tonada. Allí viven dos hermanas, Lucía (Melissa Romero) y Elena (Florencia Dacall). Actúan adolescentes con una soltura atrapante. Y siguen caminos distintos. “Sos una amarga, Lucía”, ataca Elena. “Vos sos una caprichosa”, retruca la hermana en este mundo de puertas abiertas a los vecinos, de ropa comprada en Miami, de miradas adolescentes, el que eligió María Inés Barrionuevo para contar su historia. La situó en el comienzo del fin del alfonsinismo, en un día tórrido que augura tormenta, o lluvia refrescante. Y dejó fuera de campo a los adultos la directora, eludidos de esta mirada del mundo. ¿Qué quiere decirnos Barrionuevo con el título? ¿Qué todo en ese instante de la vida es inverosímil, incipiente? Mientras se va armando, la película desgrana cotidianidad, diálogos banales de chicos que descubren el sexo, o que están a punto de hacerlo mientras se van descubriendo ellos mismos. “Sos virgen y besás mal”, se chicanean. Lucía estudia para entrar a Arquitectura, quiere volar del pueblo. Elena es más chica y está enyesada, las pequeñas historias del lugar parecen sentarle mejor. Son distintas. Y hay una tercera en discordia, Ana (Sol Zavala) que tampoco encaja en el pueblo, y aunque es compañera de Elena se va acercando a Lucía. Allí las hermanas se separan. Dos travesías de un día. Lucía maneja su camioneta hacia el campo, donde hay otras historias, y un aire de western. Elena le pide a su médico que la deje acompañarlo, y también sale en auto, con muletas en un raid iniciático. Dos recorridos, divisiones. Como en esa etapa de la vida. Las chicas que estuvieron con chicos y las que no. Los pobres y los ricos en el campo. Los que les gusta el helado y los que no. Datos nimios para una historia íntima y sensual, pero sin estridencias. Un pueblo, abejas, calor, agua refrescante y tormentosa en los estertores de la inocencia adolescente.
¿Podemos hablar de un nuevo fenómeno llamado Nuevo Cine Cordobés? Quizás sea demasiado pronto para encuadrarlo de este modo, pero en los últimos tiempos arribaron varias producciones provenientes de esa provincia y que tienen como punto en común (pese a ritmos, timing, y géneros dispares) retratar la idiosincrasia propia del lugar. En ese ámbito hallamos Atlántida, ópera prima de Inés Barrionuevo, nombre que en lo sucesivo puede llegar a dar que hablar. El argumento es de por más sencillo, dos hermanas, adolescentes, una dejándolo de ser, Elena y Lucía, habitantes de un pequeño pueblo del interior. Elena, la menor, espera que le saquen un yeso, se siente encerrada. Lucía, aguarda para entrar a la Universidad, y en verdad, para poder huir del pueblo. Están metidas dentro de la casa, Elena está molesta e interrumpe a su hermana. Se nota una cierta rispidez. Luego, el espectro se amplia, y las chicas van a salir a conocer el afuera. La menor se relaciona con un médico, lógicamente mayor que ella; y Lucía hará su propio viaje de autodescubrimiento. Hay otros tópicos, otras relaciones y aristas; pero ahí está todo, entre estas dos hermanas que gritan libertad. Atlantida vuelve sobre aquello que conocimos como Nuevo Cine Argentino, ahora en un ámbito rural. Barrionuevo hace uso de una cámara curioso, entrometida, es por eso que sobreabunda la cámara en mano. Observa los movimientos, los movimientos, los gestos. Todo es pequeño y minimalista, quizás importa más lo que no se diga que lo que se exprese en el habla. Planos cercanos, que también dan una idea de falta de aire, y esa idea del interior queriendo conocer cómo es la vida fuera de sus fronteras de pueblo. Si Atlántida no llega a brillar es quizás por cierta falta de ritmo, un estancamiento propio de un hecho que se resuelve rápido y se ve como una anécdota por más que suceda durante la década del ’80 (lo cual no le aporta demasiado al sustento). Es un film pequeño, curioso y por momentos simpático; pero hay una idea de potencialo para mucho más. Mucho de su carisma se lo aportan sus actrices, Melisa Romero, Florencia Decall y Sol Zavala, acompañadas con solvencia por el experimentado Guillermo Pfenning. Las chicas poseen brillo propio, resplandecen y se les augura muchísimo futuro. Para amantes de la introspección, Atlantida es un film que si no sorprende, como mínimo entraga un grato momento, un instante en una tarde de verano.
It’s 1987, a hot summer day in your average small rural Argentine town. So hot that everyone longs for rain. Lucía (Melissa Romero) and Elena (Florencia Decal) are two teenage sisters stranded at their parent’s home. Bored stiff, Elena lies up in bed with her leg in a plaster, whereas Lucía swims laps at the pool early in the morning. Later that day, she spends some time studying hard, as she wants to enrol in the University of Buenos Aires. But her annoying younger sister keeps distracting her, so she heads to the countryside with Ana (Sol Zavala), a shy book-loving girl her age. Far from the messing-around of other teens and the presence of adults, the two girls are to confront their most intimate, newborn feelings with unexpected tenderness. Featured earlier this year in the Berlin Generation section, Argentine filmmaker Inés Barrionuevo debut film Atlántida is a coming of age story that hinges on the tiniest details of the everyday rather than on big-scale drama. Like the works by Celina Murga (Ana y los otros, La tercera orilla), Atlántida also shows the filmmaker’s belief that the essence of things is to be found in extreme naturalism: observing people and their routines, following characters closely with an unobtrusive camera, focusing on faces and gestures, and only using dialogue when strictly necessary. And while it’s true that in formal terms Atlántida is indeed an accomplished feature — the believable performances, especially that of Florencia Decal, create convincingly candid characters; the luminous cinematography ably conveys summery feelings and moods; the leisurely paced editing perfectly expresses the laid back rhythm of small towns — it’s equally true that this story of sexual awakening could have used a stronger dramatic drive. Granted, the many well-elaborated vignettes build up a singular universe. But the deliberate absence of a stronger dramatic crescendo doesn’t always prove effective. Perhaps a few more dramatic scenes would have given the film a more gripping edge. It’s clear that the filmmaker went for a low-key approach, which is perhaps one of the best ways to tell this story. The problem is that it gets too low-key often times. Leaving that aside, Atlántida is a film that addresses some of the joys and tribulations of adolescence with modest elegance and emotional honesty. P.S. Atlántida (Argentina, 2014) Written and directed by Inés María Barrionuevo. With Melisa Romero, Sol Zavala, Florencia Decall. Cinematography: Ezequiel Salinas. Editing: Rosario Suárez. Running time: 88 minutes.
Otros juegos a la hora de la siesta Con alguna influencia de La ciénaga, el film de Barrionuevo narra el cruce de un puñado de personajes en un día de estío (y hastío) en un pequeño pueblo cordobés, con el despertar erótico de un par de hermanas adolescentes como motivo central. El dato ya no es ninguna novedad: Córdoba se ha transformado en un auténtico polo de producción cinematográfica y en una usina de jóvenes realizadores. Esto puede comprobarse en cada nueva edición del Festival de Mar del Plata y el Bafici y en el estreno regular de los títulos más relevantes producidos en esa provincia. En la entrega más reciente del festival porteño, por caso, tres de las quince películas presentadas en la Competencia Argentina fueron de ese origen. En otras palabras, un notable veinte por ciento. El debut en el largometraje de Inés María Barrionuevo, Atlántida (título enigmático, tal vez poético, nunca literal), fue una de las integrantes de ese trío, un film que difícilmente pueda definirse como novedoso pero que acepta jugar bajo ciertas reglas y sale airoso del desafío. El cruce de un puñado de personajes a lo largo de poco menos de veinticuatro horas, en un día de estío (y hastío, en algún caso) en un pequeño pueblo cordobés, con el despertar de la pulsión erótica de un par de hermanas adolescentes como motivo central. Tal podría ser la sinopsis de Atlántida, en la cual, sin embargo, no resulta tan importante el qué sino el cómo. Barrionuevo elige narrar su historia en un momento preciso, el verano de 1987/1988, dato que surge por inferencias: los constantes cortes de luz, alguna noticia en el viejo televisor de tubo, un comentario sobre el robo de las manos de Perón. Las razones no son políticas, sino que parecen estar ligadas a la descripción de un mundo perdido, en el cual la tecnología (teléfonos celulares, computadoras) no ha desplazado la posibilidad del encuentro o el desencuentro físico. Asimismo, la vida de pueblo es esencial en la poética que Barrionuevo elige para describir a sus personajes, y las recurrentes menciones a la vida en la “ciudad” (Córdoba, Buenos Aires) contienen en sí mismas una idea de escape, de horizonte. Con los padres fuera de casa por razones familiares, Lucía y Elena se pelean como sólo saben hacerlo los hermanos. La mayor, Lucía, se da un chapuzón mañanero en la pileta del club y se pone a estudiar con la esperanza de entrar en alguna facultad de Buenos Aires. Elena tiene enyesada una pierna y no puede caminar por órdenes del doctor. Llegan amigas de visita, se habla de cosas que ya se comentaron un rato antes, en el club: una chica del grupo transó con un chico, tal vez se dejó “toquetear” un poco. “Es medio trola”, comenta alguien. Cosas de la adolescencia que Barrionuevo pone de relieve con atención al detalle, tal vez el mayor de los méritos de la película, ayudada por un excelente reparto de actores jóvenes que siempre da con el tono justo. La lente de Ezequiel Salinas sigue a los personajes de cerca, cámara en mano; esa cercanía logra transferir al espectador una parte de la intimidad de los personajes, más de un deseo insatisfecho, alguna angustia, que no serán explicitados en palabras. Atlántida se va abriendo luego a otros relatos, incorporando personajes mentirosamente secundarios: una amiga con la cual Lucía decide escapar a las afueras del pueblo, un médico (interpretado por Guillermo Pfening) que pasa por la casa de las hermanas, un chico de unos quince años que ya domina las artes de la apicultura. Y el calor, claro está, que parece no aflojará nunca. Más allá de un plano específico que homenajea directamente a otro de La ciénaga, lo cierto es que resultan notorias las influencias del cine de Lucrecia Martel, aunque Barrionuevo es muchísimo menos ominosa (y más luminosa), entregada por momentos a la idea de aventura, como si la película fuera una suerte de relectura minimalista, destilada y madura de “Verano azul”, la serie española que se vio en nuestro país precisamente en los años ’80. En algún momento el comentario social (de clases sociales en tensión) que estaba agazapado salta a la vista de manera obvia y en los últimos tramos la directora no puede evitar algunas metáforas transitadas: la tormenta, la lluvia, el yeso. Como si hubiera decidido entregarse a una lógica narrativa que había logrado evitar en gran medida, cambiando el misterio y la sutileza por la comodidad de la literalidad y la redundancia.
El despertar de la sexualidad es el tema central de Atlántida, ópera prima de la cordobesa Inés Barrionuevo que ya fue exhibida en el Bafici y en el festival de Berlín con buena repercusión. Dos jovencitas quedan transitoriamente solas en su casa; sus padres se han ido de viaje. Esa ausencia parece estimular de algún modo sus leves exploraciones amorosas. El contexto -un verano de fines de los 80 en un pequeño pueblo cordobés- es puntualizado por la directora con la misma sutileza con la que la película aborda cada tema: los conflictos y las intrigas amorosas entre adolescentes, los pequeños cortocircuitos en las relaciones fraternales, las proyecciones vocacionales, la comunicación entrecortada entre jóvenes y adultos. Atlántida se beneficia del carisma de sus dos jóvenes protagonistas (Melissa Romero, Florencia Decall), de la solidez con la que Guillermo Pfenning compone un médico de pueblo ciertamente perturbado por las insinuaciones de una menor y del notable trabajo de puesta en escena de Barrionuevo, muy precisa para crear un universo particular atendiendo sobre todo al detalle. La forma en la que la directora filma esos cuerpos adolescentes en los que empieza a brotar el deseo es muy efectiva: sugiere sin remarcar, invita a imaginar, elude la obscenidad y las obviedades, apuesta a la sensualidad, respeta a sus personajes y los contiene. Mirados a la distancia, los protagonistas de la historia viven sucesos comunes, circunstancias típicas para jóvenes de clase media de su edad. Lo que Barrionuevo logra es revelarnos la importancia que tienen para ellos. En la aparente liviandad de esas minúsculas aventuras juveniles está cifrada la conformación de la personalidad de estas dos hermanas preparadas para romper el cascarón familiar. La película provoca empatía con ellas y curiosidad por su futuro. No es poco.
Con elementos muy similares al cine de Celina Murga, la opera prima de la cordobesa Inés Barrionuevo se centra en la vida de dos hermanas a lo largo de una jornada veraniega en un pueblo cordobés. Cada una, por su lado, vivirán experiencias que en cierto modo cambiarán sus vidas. Por un lado está la aparentemente más agresiva Elena, con su pie quebrado y su tono un poco irritante, quien se involucra en un curioso viaje hacia una emergencia junto a un médico local que le gusta. Por otro, la más tímida y apocada Lucía, que también se embarca en un viaje personal, junto a una amiga. Esos dos caminos (dos “mini road movies” en paralelo) dejarán en claro que más allá de sus diferencias –y su tensa relación– las hermanas buscan algo parecido en sus vidas, un cambio que las sacuda. Como también sucede en el cine de Murga, aquí no figuran los padres y las chicas toman decisiones por sí solas. El secreto del filme está en el poder de observación de Barrionuevo respecto a esos comportamientos y contradicciones, siguiendo los deseos de las chicas mientras se enfrentan a situaciones que van de lo casual a lo más complicado, de lo cotidiano y banal a experiencias que pueden marcar un antes y un después en sus vidas aunque aún no lo sepan. atlantidaATLANTIDA es un “coming of age”, un filme sobre la pérdida de la inocencia, el comienzo de la adultez, el salto de una etapa a otra. Y a excepción de una mínima y algo forzada subtrama relacionada con las abejas, todo parece estar en su lugar preciso: el calor del verano, el pueblo chico, la música en la radio del auto, la pileta del club, las charlas y peleas cotidianas entre adolescentes. Barrionuevo construye un mundo creíble y hace que sus personajes vivan adentro de él, naturalmente, como si lo vinieran haciendo desde siempre. Su poder de observación es tan fino que casi no notamos lo preciso que es. Ese poder, esa capacidad, nos lleva adentro de la historia y atravesamos el filme como si se nos cruzaran fotografías de nuestra adolescencia mientras lo vemos. Una opera prima notable.
Atlántida es la ópera prima de Inés Barrionuevo sobre el despertar sexual de dos hermanas adolescentes en un pueblo de Córdoba. La Colmena La historia se sitúa en un pueblo de Córdoba, a fines de la década del 80. Es un día de verano agobiante, y la tormenta se acerca. Lucía (Melissa Romero) y Elena (Florencia Decall) son dos hermanas adolescentes, sus padres tuvieron que viajar para asistir a un velorio y se han quedado solas en su casa. Lucía es la mayor de las hermanas y estudia para ingresar a la Universidad de Buenos Aires. Elena tiene la pierna enyesada y no hace más que mirar televisión y molestar a su hermana con pedidos y caprichos. En la pileta del club, los amigos de Elena comentan lo sucedido la noche anterior, quiénes se besaron y demás chismes. Fuera del pueblo, en la zona rural, Andrés, un joven apicultor, busca colmenas con sus hermanos pequeños. Lucía se encuentra con Ana (Sol Zavala), una amiga de su hermana, y pasan la tarde juntas en las afueras del pueblo. Elena, cansada de hacer reposo, acompaña a Ignacio (Guillermo Pfening), el médico que la atiende, en su recorrido de trabajo. Será una tarde especial para las hermanas, con los sentimientos a flor de piel. El Deseo El relato comienza con el joven apicultor trabajando con las abejas (a quien no le vemos el rostro), para luego pasar a Lucía yendo a sumergirse a la pileta del club (y tardamos un buen rato en ver su cara). De ahí nos vamos a la casa de las hermanas, las peleas y los berrinches de Elena son cada vez más intensos, la situación es insostenible para Lucía y se va de la casa. Aquí se bifurca el relato y se enrarece el aire. La tormenta se acerca, el deseo está a flor de piel en estos adolescentes, la tensión sexual es tal, que prácticamente se puede ver. Los padres están fuera de cuadro, y las abejas atraviesan estas historias. María Inés Barrionuevo tiene muy bien ojo para mostrar esos sentimientos y situaciones tan inasibles del despertar sexual adolescente. El montaje funciona muy bien, sobre todo en el paso de una historia a otra, y el tono de la película es muy interesante. Las jóvenes actrices entregan muy buenas interpretaciones y Guillermo Pfening también está correcto en su papel. Conclusión Atlántida entrega una mirada muy sensible y original, no es una película más sobre la iniciación. Se luce cuando muestra lo inestable y sutil del despertar sexual adolescente con mucha sencillez, tanto en un grupo de adolescentes como en un nivel más íntimo, en el caso de las hermanas.
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Secretos de Atlántida Lucía está de espaldas. En traje de baño, con gorra y antiparras, respira profundamente mirando a la pileta. Las gotas de agua le resbalan por la nuca. Se tira. Atlántida es la Ópera Prima de Inés Barrionuevo, y relata un día extremadamente caluroso en un pueblo cordobés en la vida de dos hermanas adolescentes, Lucía y Elena. Es el '87, y mientras la sequía hace estragos, un inminente despertar sexual está por tomar control de su cuerpo. "la tormenta está por llegar". Lucía es responsable, estudiosa y tímida. Elena es caprichosa y malcriada, y, víctima de un accidente menor, tiene que soportar un yeso en la pierna que la vuelve loca, razón por la cual aprovecha toda oportunidad para torturar a su hermana. Sus padres se fueron a un funeral en un pueblo cercano. No hay adultos. Todo puede llegar a pasar. Seleccionada para la sección "Generation" del Festival de Cine de Berlín, Atlántida obtuvo también obtuvo la Mención Especial del jurado en la Competencia Internacional del 26ª Festival Internacional de Cine Latino de Toulouse. Y ahora llegó al BAFICI. "Una vez soñé que me moría y no pasaba nada", confiesa Lucía, interpretada por Melissa Romero, en lo que se convierte en una declaración con la que todos nos encontramos, frente a frente, en algún momento de la vida. Éste es el primer largometraje de Barrionuevo, y es sin dudas el primer susurro de una voz del cine que está recién despertándose. Recurre constantemente al simbolismo, a la imagen del agua como la de purificación, pero también de liberación sexual; un manantial de salvación al que hay que dejar correr para descubrirse a uno mismo. Atlántida es un relato íntimo y cercano, que supuso una entrega total de su directora y de su reparto a una historia que esconde la desesperación de la temprana adultez, y el deseo de liberarse y escapar, para ser uno mismo.
Tuvo éxito en Berlín y fue exhibida en el BAFICI, con un amplio consenso de la crítica porteña, esta es la ópera prima de la cordobesa Inés María Barrionuevo, su cine también se relaciona con el de Lucrecia Martel y Celina Murga. Se mete en el mundo adolescente, con sus contradicciones, inseguridades y curiosidades, está presente el deseo, el erotismo, la sensualidad, con temas fuertes manejados con mucha sutileza y se van creando distintos climas que llevan a la reflexión. Se maneja un ritmo lento, no se logra profundizar en tantos temas y por momentos resulta algo reiterativa.
La ópera prima de Inés Barrionuevo, estrenada en Argentina en el pasado BAFICI – y que compitió a nivel internacional en el Festival de Cine Latinoamericano de Toulouse y el BERLINALE – retrata una historia de amor propio enmarcada en la humeante y enrededada catarsis de hormonas que llamamos adolescencia. Barrionuevo, con el título de comunicadora social bajo el brazo, optó por el cine desde un primer momento y dio así origen a dos cortometrajes excepcionales: Picnic (2005) y La Quietud (2011), éste último en competencia en el Festival de Locarno. Finalmente, hace poco más de seis años, comenzó a gestarse ATLÁNTIDA de la mano de Paola Suárez, el concurso Raymundo Gleyzer del INCAA, un crédito del Banco de Córdoba y Edgard Tenenbaum, el co-productor francés. Según palabras de Barrionuevo, “(Tenenbaum) se hizo amigo de la película y ayudó a que crezca. Simplemente la enviamos a Berlín; parece que gustó y acá estamos.” Y esa soltura, ese destino divino de Atlántida, también se ven reflejados en los tensionantes 88 minutos durante los cuales discurre la película. La historia se centra, principalmente, en el despertar sexual de tres adolescentes de un pueblo cordobés de 1987. Dos hermanas, Lucía (15) y Elena (17) – pie enyesado de por medio – están solas en casa. Estación: verano. El calor asfixiante se cuela no sólo a través de los diálogos y las imágenes, sino también en el sonido. Silencios de siesta, cigarras cantoras y quietud conforman el universo sonoro que rodea a las adolescentes, acompañadas de a ratos por Ana (15), amiga de Elena. La rivalidad entre hermanas es evidente: además del natural “tire y afloje”, Elena tiene cierto rencor especial hacia su hermana menor y el espectador no sabe por qué – Barrionuevo explica que, para la dirección de actores, se sugirió que Lucía era culpable por el accidente de Elena -. De esta manera nos introducimos, de la mano de un elenco infanto-juvenil y el bellvillense Guillermo Pfening – impecable como siempre – a un mundo de atardeceres mágicos y fotografía cálida cargada de raíces emotivas. Es una mirada no sólo atractiva sino acertadísima de una época de la vida en la que todo ser humano se encuentra exaltado, emocionado; de energía efervescente: la adolescencia. Es así como, mientras Lucía y Ana pasean fuera de la casa cosechando un sutil sentimiento, Elena – imposibilitada para caminar – recibirá la visita del doctor del pueblo (Pfening) y lo acompañará en un viaje de camioneta para ver a sus demás pacientes. Los escenarios y las situaciones actorales son lugares comunes; están planeados para generar una identificación automática con el espectador, que poco a poco va acogiendo a los personajes para hacerlos propio. Tanto como guionista como directora, es notable cómo Barrionuevo introduce detalles autobiográficos y recuerdos de su infancia para complementar las situaciones que se dan, de la manera más natural y espontánea posible, entre las chicas y sus acompañantes. Un dato memorable: ninguna de las actrices tiene la tonada cordobesa que uno espera escuchar al relacionar el filme con su provincia de origen y, aunque no parezca, le impresiona una calidad máxima a todo lo que se dice sin quitar ni una pizca de realismo. El guión es justo, pulcro, dinámico y embriagador. La sensualidad que van experimentando los personajes – Elena con su doctor y Lucía con Ana – va aumentando a lo largo de todo el discurso y es acompañado de manera fenomenal por una fotografía con tal característica. Un roce con una mano, una mirada desafiante, un helado compartido; todo está teñido de un misticismo estético compuesto de fleurs, tonos cálidos y contrastes suaves. He aquí cuando la narrativa se eleva a lo excepcional: cuando tiene un clima estético altamente logrado. ¿Cómo no sentir la inquietud de Ana y Lucía cuando se miran en primer plano? ¿Cómo no ponernos en la situación de Elena, osada y caprichosa, abalanzándose contra el atractivo médico? El resultado es inmediato: el espectador de pronto no sólo ve discurrir una película frente a sus ojos, sino los propios recuerdos y sensaciones de su adolescencia perdida. Wim Wenders dice: “Las historias están ahí, existen sin nosotros. En realidad, no hay necesidad de crearlas porque el género humano las trae a la vida. Simplemente tienes que dejar que te arrastren”. Y yo digo que sí, que “Atlántida” es la visión madura perfecta de un mundo inmaduro; que retratar la vida de estos personajes nace de una decisión de experimento voluntario para con la adolescencia; que Inés Barrionuevo bien supo colocar su atención y su cámara frente a una escena diaria que esconde potentes acertijos y fórmulas dramáticas. Esta película es un símbolo del trabajo en equipo; de la construcción de un guión desde la importancia de los humanos que van a representarlo; de la fotografía bella y acertada que acompaña, como un óleo, las acciones de la vida per se. Una vez más, el nuevo cine cordobés demuestra tener la capacidad y la coraza dignas de un arte maduro, que de tanto experimentar ha hallado – lenta y dificultosamente – su lugar en el mundo. Un compromiso con historias simples capaz de sensibilizarnos al extremo.
Lo primero que aparece en Atlántida son las abejas. El ruido del panal en el que la cámara se termina perdiendo. Luego una serie de planos bellísimos de una mujer preparada para saltar a una pileta. Mujer que resultará ser una adolescente de 17 años. Una ciudad del sur de la provincia de Córdoba en los tiempos de la sequía de 1987, cuya vida parece girar en torno a los jóvenes que recorren las calles vacías a la hora de la siesta. La pileta del club, la manguera del patio, algún que otro signo de aburrimiento. La historia tiene un nodo principal que es la de dos hermanas Lucia y Elena, la primera se prepara para ir a Buenos Aires a estudiar arquitectura, la segunda con una bota de yeso ejerce su tiranía de hermana menor: una mención a la culpa sobrevuela esa relación. Barrionuevo, joven directora cordobesa, que viene de mostrar su pelicula en Berlin y en Tolouse tiene un sentido del tiempo en el giro de sus historias de una sutileza realmente poco vistas. Inevitable la relación con el cine de Lucrecia Martel: por el ámbito provinciano y por la temática en la que los adolescentes suelen mover los hilos del mundo. En Atlantida, así como irrumpe el médico, se supone amigo de la familia, y aparece la idea de Elena del paseo hacia el campo tambien irrumpe la salida de Lucía en la camioneta, y el encuentro con la amiga de su hermana. Promedia el film y a modo de media res una historia de niños en el campo, una habitación con juguetes construida en medio del bosque y una relacion de poder entre hijo del patrón e hijo de empleado que nuevamente nos devuelve al cine de Martel ahora ya con la ausencia total de los mayores. Y cuando parece que se trata de otra parte nueva, la historia de Elena, la de Lucía vuelven a reaparecer con un nueva vuelta de tuerca, hacia una intensidad más erotica y tambien mas critica. Cierto tono monocorde en las voces no deja de acompañar este cine de climas velados y erotismo latente, en el que parece haber algo amenazante, a la vez que atrayente. Hay momentos casi mágicos: la luz del vestuario que rompe la primer conversación de Lucía y su amiga, el texto que se lee en la habitación: “estas a punto de entrar hacia un mundo deslumbrante y desconocido. ¿Estas preparado para partir?” son simbolos de pequeños estados de revelación por los que los personajes atraversarán esa isla mítica fascinante.