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El arte de robar Muchas de las películas de los más jóvenes directores argentinos giran alrededor de un monotema: los jóvenes que se niegan a crecer. Por eso resulta atractivo cuando los directores del NCA se interesan por otros temas, más variados y fértiles, como sucedía en süden, Invernadero o Yatasto, por ejemplo. Pero una consigna del trabajo realista lleva a filmar sobre lo que uno mejor conoce, y eso no está nada mal. Barroco no es una excepción a esa generalidad. Su protagonista es un joven que acaba de conseguir trabajo en una librería -ama los libros- y novia flautista barroca, y con un amigo está pergeñando una fotonovela que transcurre en una Buenos Aires sin gas, en pleno invierno. El problema es que Julio irá tomando decisiones que habrán de complicar cada uno de estos frentes. El tema del robo vuelve una y otra vez en el film: en la fotonovela habrá un robo de artefactos eléctricos, un compañero de Julio roba libros de la librería y él no vacila en seguir su ejemplo, de manera cada vez más osada. Robo y mentira se van articulando alrededor de Julio, frente a su novia y a sus empleadores, mientras el muchacho rehúsa asumir cualquier responsabilidad. En su opera prima, Estanislao Buisel sabe mantener un ritmo y una tensión acorde con el relato que, si bien no es fascinante, logra su suspenso. Al final, inserta un film dentro de otro al presentar la fotonovela, con rasgos de humor, personajes y referencias a la historia que se narró antes. Con un elenco cohesionado, con nombres ya frecuentes en el nuevo cine más joven -los siempre eficaces Julián Tello y Julia Martínez Rubio- y una música barroca concebida para el film por Gabriel Chwojnik, se trata en definitiva de un estreno valioso.
Sucesos urbanos Barroco (2013) dirigida por Estanislao Buisel es una película que se construye sobre la forma literaria y también desde lo musical, pues utiliza la fragmentación para crear un mundo propio y recurre a la armonía que surge de la contraposición de los intereses de los personajes. Y con ambos elementos (lo literario y lo musical) se entra en un relato de aventura urbana, mostrado desde un lenguaje visual que tiende siempre a la quietud, con un grupo de jóvenes que, con todas sus inquietudes y rebeldías, se encuentran en una Buenos Aires que les da plena libertad a su imaginación. La historia es de Julio (Adriana Maestri) un muchacho que tiene por novia a Laura (Julia Martinez Rubio) una concertista de flauta barroca quien tiene de director musical a Oscar, su exnovio. Un triángulo que a la vez se agranda más, pues Julio tiene una amante en secreto. Aunque es Laura la única que ignora dicho romance, pues todos los demás personajes conocen a la amante. En ese contexto Julio, que comienza a tener una vida junto a Laura, consigue un trabajo en una librería y ahí da inicio a una nueva rutina. Conforme avanzan los días comprende el pequeño mundo de relaciones que se esconde entre los libros y los disparatados compañeros de trabajo que puede tener. Sin embargo, Julio es un ser inquieto y así como planeará un robo, también quiere hacer una fotonovela. Emulando las revistas pornográficas que vienen con fotos y pequeñas historias, anda por la ciudad junto con su amigo Lucas, sacando fotos. Y la historia de dicha fotonovela no es otra que una época en que Buenos Aires se queda sin gas. Empezando por que está organizado en forma de diario (la fragmentación literaria por excelencia) la película nunca pierde ese esquema ordenado. Y eso lo hace interesante si se ve que es un lenguaje como si estuviera pre-determinado y sobre el cual tiene que filtrarse toda la historia. Puesto que siempre utiliza la cámara fija y recurre a escasos movimientos de cámara. Se puede decir que está todo el tiempo como un rompecabezas de fichas similares. Y que con un cuidado fotográfico y un gran trabajo de arte, hacen que todo los elementos dispares se uniformicen. Por ejemplo la música clásica-barroca y los personajes que poseen cierta cultura elevada frente a cuestiones más ordinarias como las revistas pornográficas y los trabajadores de la librería. Aunque no se puede negar que hay una sensación de excesiva rigidez con ese esquema de trabajo visual, tal vez porque lo desigual tenía que venir de otro elemento. Por ejemplo el mundo de las revistas pornográficas que dicho sea de paso, de por sí contagian a que la trama libere el pudor y haya también un trabajo sobre el cuerpo o se presenten desnudos determinados o sobreentendidos. Y estas cuestiones parecen no tomarse de manera decidida en la película, pues hay desnudos que parecen un poco forzados a omitirse o en todo caso a sobre-cuidarse y no dejados a la cotidianeidad. Aunque sin embargo, las escenas no pierden por ello su nivel de encanto. Sin duda el aspecto literario es lo más atractivo, el mundo de la librería y la actuación de Walter Jakob son lo más memorable, pues el libro como tema y la ya mencionada organización literaria enriquecen la película. Además, los personajes ambiguos, enmarcados en la rutina, y lo menos ambiguos de entre la que resalta Julia Martinez Rubio, hacen que se alcancen varios registros y climas. Y si bien al final la película se pierda en la búsqueda constante del humor y algunos detalles narrativos, como el hecho de que un ladrón no muera en su ley o el hecho de que siempre lo más interesante era no poder descubrir del todo lo que traía la fotonovela, es una película arriesgada y hecha de manera impecable, de la que se puede aprender (al ser opera prima) ya que deja una sensación grata y placentera.
Con la mente perdida en intereses secretos Casi como en los trailers paródicos que Jean Luc Godard creaba para sus películas, podemos decir que la ópera prima del director y psicólogo Estanislao Buisel tiene desde humor, mentiras, amor, hasta engaños, mujeres bellas e intriga. El protagonista de Barroco es Julio (Julián Larquier, a quien veremos pronto en La princesa de Francia, el nuevo film de Matías Piñeiro), un joven que consigue trabajo en una librería a la vez que planea una fotonovela junto a su novia -una flautista barroca- y su mejor amigo. La historia transcurre en apenas 13 días -sí, el film nos va diciendo con exactitud en que día se desarrollan los hechos- y muestra como Julio va tomando una serie de desiciones desafortunadas. Primero observa que su compañero de trabajo- el magnífico Walter Jacob-, que hace las veces de guardia de seguridad roba esporádicamente libros al ocultarlos en un bolsillo auxiliar de su abrigo. Ante esto, Julio decide imitarlo, pero la apuesta se vuelve más osada hasta llegar al punto de planear un robo de más de 300 libros. Mientras planea y pergeña todo esto, por las noches saca fotos junto a su amigo, o bien visita a su amante, a quien llama de un modo muy peculiar. Así el engaño, robo y mentira van tomando cada vez más fuerza en la vida de este joven, y obviamente todo se complica, pero él rehúsa toda responsabilidad hasta llegar a un punto insostenible, que prácticamente coincide con el momento en que el film se vuelve denso y repetitivo, dentro de un relato que si bien no es del todo cautivador, tiene buenos momentos. Casi al final, Buisel inserta un film dentro del inicial y presenta la fotonovela que se mencionó durante todo el largometraje, para terminar de afirmar que Barroco es por sobre todas las cosas, una película que roza constantemente lo lúdico, mientras ofrece innumerables referencias y guiños, ya sea a la cultura de la fotonovela pornográfica, al cine de Chris Marker o bien el doble juego que su título permite. Sin duda un gran punto a favor de este film se lo lleva la música con estética barroca compuesta especialmente para el film por Gabriel Chwojnik, que junto a las actuaciones de Julián Tello (el amigo del protagonista), Walter Jacob y Julia Martínez Rubio son lo mejor que esta película puede ofrecer. Por Marianela Santillán.
Lo estático y lo mutable Múltiples capas narrativas o texturas atraviesan el microuniverso mitad ficción, mitad realidad de Barroco, debut cinematográfico de Estanislao Buisel, quien escribió junto al actor Walter Jakob un complejo guión con enormes reminiscencias literarias, las cuales encuentran una sólida plataforma de despegue en la trama, donde además recursos de la metalingüística crean espacios que se yuxtaponen entre los planos de realidad y ficción ya mencionados. Por un lado, Barroco es la expresión de deseo de un protagonista, Julio, al que la idea de sublimación de sus ansias de venganza, dirigida a un ex novio de su actual novia, lo conducen a tramar un robo perfecto. El atraco aparece primero como argumento de una fotonovela ambientada en una Buenos Aires sin gas y tiene desencadenantes trágicos. Pero en la realidad gris, como empleado recién contratado de una librería, la chance concreta de un golpe delictivo casi perfecto germina con la misma rapidez y torpeza en su ambiciosa mente, aspecto que lo sume en un problema de mayor envergadura y por el que se ven involucrados terceros, cuando todo se precipita en un escenario donde parece estar todo bajo control. El elemento de la fotonovela aporta la idea de la connotación o la enunciación, es decir que bajo la saludable impunidad que otorga la ficción, el divorcio entre la imagen y la verdad es bienvenido. Los rostros y cuerpos que aparecen, así como los escenarios de cada fotografía elegida por Julio y Lucas (Julián Larquier y Julián Tello, respectivamente), no responden con exactitud al hecho en que fueron capturadas. De este modo, el rostro de uno de los compañeros de Julio (Walter Jakob) representa un personaje de su fotonovela y la cola del cine hace lo propio para ilustrar una fila de víctimas de ese Buenos Aires postapocalíptico de la fotonovela. Ese juego de capas superpuestas, que rápidamente trae el recuerdo de la genial Historias Extraordinarias, de Mariano Llinás -por citar el ejemplo más al alcance de la memoria- suma una rigurosa puesta en escena que podría relacionar, por ejemplo, la abundancia de libros en la librería, escenario recargado de referencias literarias, con esa idea originaria del barroco, pues en un film cuyo trasfondo no es otro que lo novelesco y literario, se reviste plásticamente el subrayado del mundo ficcional en la locación donde se desarrolla parte de la aventura del atraco. Sin, claro está, hacer una mención directa a la música y a la subtrama musical, que fiel al estilo lúdico que predomina en esta sugestiva ópera prima, habilitan las coordenadas de la rivalidad entre antagonista y protagonista, es decir entre Julio y el ex novio que es un organista (recordemos que el órgano y el clave fueron los instrumentos característicos del barroco musical), con quien su novia actual comparte la pasión, los ensayos y cierta admiración no oculta por su talento y popularidad en el ámbito musical. En todo film de aventuras que se precie la presencia del villano es el recurso fundamental para darle sustento al héroe y mucho más aún si en el medio de ambos aparece un interés amoroso, o esa lucha descarnada de egos por conquistar el corazón de una damisela con características de femme fatale. La película de Estanislao Buisel también propone un relato de fuga hacia adelante. Ahora bien, otra lectura posible y que resignifica el título surge si nos detenemos en uno de los recursos musicales del barroco, con la palabra fuga. Basta recordar que Bach es famoso por sus piezas musicales en forma de fuga, esto significa que una melodía o motivo musical es perseguido por otro u otros en una misma composición. La fuga, tanto literal en las ansias de su protagonista, como simbólica en su juguetón vaivén entre diferentes capas o rumbos narrativos, es un elemento constante y no llegado a la trama por azar o como parte de un caos en apariencia descontrolado, obedece en realidad a un riguroso mecanismo de relojería que se arma y desarma a un ritmo veloz. Julio es un personaje que parece mostrar signos de resistencia a la autoridad o a los convencionalismos, quizá llamado a la aventura por el vuelo de su imaginación, estimulado por las lecturas literarias o simplemente como la expresión de un deseo que aún no se concreta por no estar escrito. En paralelo, Barroco es un film que busca a su autor y a su espectador; huye del estancamiento o la anquilosante trama clásica para abrazar, sin temor, lo mutable y dispuesto a quedarse en la búsqueda, consciente de que para jugar a la libertad se necesita romper las reglas.
Julio busca su propia aventura La semana pasada se estrenó El escarabajo de oro y esta semana Barroco. Ambas son argentinas y vienen de competir en la última edición del BAFICI, aunque lo que más las une es cómo, desde diversas posiciones y con distintos escenarios, van construyendo relatos donde las reglas del género de aventuras son puestas en juego, con los protagonistas buscando, de manera casi compulsiva, esa aventura que defina sus existencias. En ambos films, desgraciadamente, la voluntad por mostrar inteligencia e incluso astucia termina siendo contraproducente. En el caso de Barroco, es un joven llamado Julio quien busca su propia aventura: el inicio de una nueva relación amorosa y un nuevo trabajo son la excusa perfecta para hacerlo. Sin embargo, esa aventura -o esa búsqueda de la aventura- estará siempre marcada por el engaño y la mentira, aunque el film, que observa a la distancia, nunca juzga a su protagonista. Incluso se permite contagiarse un poco de la irresponsabilidad y hasta inocencia con que Julio arma toda clase de triquiñuelas, de idas y vueltas, de maquinaciones de toda clase para quedarse con unos valiosos libros que van a vender en la librería donde trabaja, mientras busca estafar a la ex pareja de su novia -un músico bastante amargo-, lo cual complica al extremo no sólo su vida amorosa y laboral, sino también su proyecto de realizar una fotonovela de tintes apocalípticos. Allí aparecen los mejores tramos de la película, que adquiere un tono juguetón y de sutil comedia que hace que la narración fluya sin problemas, con una puesta en forma simple pero eficaz, que aprovecha tanto los espacios interiores como exteriores. Lamentablemente, Barroco, al igual que su personaje principal, porta muchas máscaras, acumula distintas clases de “ficciones” -es decir, mentiras- y esa acumulación de identidades le termina jugando en contra. Otro factor que resta al conjunto de la película es su distanciamiento: como si se autoimpusiera esa obligación, el film no termina de acercarse a Julio, no se pone a la par de él en los momentos culminantes de la intriga que plantea, lo que termina llevando a que al espectador no llegue a importarle a fondo lo que está pasando. Eso, en géneros como la aventura, el romance, la comedia o el suspenso, es fundamental, y Barroco no lo logra. De hecho, hasta cuesta definir qué quiere contar exactamente, o para qué contarlo. Y esto último también establece un lazo entre Barroco y Julio: el film se propone demasiadas cosas, hasta peca de soberbio y las situaciones que él mismo crea lo terminan superando. No hay un propósito que lo defina, con lo que termina siendo un correcto ejercicio donde se percibe una narración inteligente pero en el fondo desapasionada. Pasión, a Barroco le termina faltando pasión por lo que cuenta.
Cómo construir una fotonovela La película resulta original, bien contada y con resoluciones escénicas a las que sus protagonistas Julián Larquier y Julián Tello le aportan muy buenas caracterizaciones. A veces lo que uno más ama puede conducir a un destino imprevisto. Eso es lo que le sucede a Julio, un joven que se emplea en una librería, en la que a medida que pasan los días se da cuenta que puede descubrir una serie de secretos impensados. Mientras atiende a uno y otro cliente, Julio descubre que un compañero encontró un método para hacer un robo ‘hormiga’ de libros, sin ser percibido por el encargado del local y eso lleva al muchacho a preguntarse ¿por qué no hacerlo? Julio no roba porque necesita, sino por el simple pasatiempo de vivir algo distinto. UNA MANERA CASUAL Historia de un grupo de jóvenes, que parecen vivir de manera casual cada instante, los protagonistas que propone Estanislado Buisel, desprenden un cierto misterio en sus comportamientos, lo que provoca que a medida que avanza el metraje el espectador quiere saber más de ellos. Con algo de suspenso, intriga, amores que aparecen y desaparecen y una Buenos Aires atravesada por la falta de gas y de energía eléctrica, lo que desencandena en sus habitantes extraños comportamientos, ‘Barroco’, es un filme original, impredecible y con un humor que despierta un constante interés. Acá si bien el hilo conductor de la trama es el joven que se mencionó al comienzo, a medida que avanza la historia van apareciendo otros personajes tan enigmáticos como el primero. Uno de ellos es el amigo del protagonista, Lucas, con el que Julio trabaja en la elaboración de una fotonovela, para la que quiere involucrar en distintos papeles, no sólo a sus amigos y novias, también a sus compañeros de la librería. ROBO DE CALOVENTORES La esencia de la fotonovela es el robo de caloventores y una estafa que termina provocando una especie de tragedia. Entre la historia de Julio que aparece al comienzo y la fotonovela del final, el filme de Estanislao Buisel, se vuelve impredecible, a partir de un entramado de situaciones, que coinciden con el universo si se quiere demasiado personal de sus protagonistas. El director no profundiza demasiado en sus personajes, los deja fluir con la evolución de la historia y no deja de resultar atractivo que la forma que elige para mostrar el comportamiento cotidiano de sus criaturas, atrape de principio a fin. El mundo de la librería con sus propias leyes y típicos comportamientos, como el del distante encargado contable; o el del vendedor de usados que elije comprar libros robados, o decide canjear una historieta por un libro; hasta la búsqueda de conseguir fondos para financiar la fotonovela, son mostrados por Buisel con un preciso conocimiento del que sabe lo que está filmando. En este último aspecto su película resulta original, bien contada y con resoluciones escénicas a las que sus protagonistas Julián Larquier y Julián Tello le aportan muy buenas caracterizaciones.
Vale la fotonovela ¿Usted iría a ver la producción de una fotonovela en pantalla gigante? Ojo, la opera prima de Estanislao Buisel no es sólo eso. Hace bien Barroco en titularse Barroco y desconectar su título de la trama. O usted, ¿iría a ver la producción de una fotonovela en pantalla gigante? Ojo, la película, opera prima de Estanislao Buisel, no es sólo eso. Hay una historia dentro de otra y ambas se relacionan. Como un autor con su obra, como un grupo de jóvenes músicos, lectores, con las ganas de crear. Y está la obra en sí, una fotonovela que le disputa pantalla a la historia real, vidas cruzadas en el trabajo, el amor, y la música barroca, sí. Julio (Julián Larquier Tellarini), el protagonista, acaba de encontrar trabajo en un librería, y sufre que su novia flautista lo lleve a escuchar a su ex, que también es músico barroco. Y toma ciertas venganzas Julio, y mete seguido la pata, con ella y con el trabajo, y ésa es la historia que sirve de contexto y de motor para la fotonovela, esa ficción que va armando con su mejor amigo, en la que se mezcla todo. Amores, robos de libros y arte. Sí, todo. Amantes con nombres rebuscados, de folletín, compañeros de trabajo con rostros y perfiles estereotipados en el mejor sentido, que también son fotografiados y participan de estas dos historias paralelas, la real y la fotonovela. ¿Cuál es más real? Ya es un gusto andar por la librería en la que trabaja Julio y ver crecer su personaje con humor y cierto aire intelectual. Hasta se puede discutir con él sus insólitas y desapegadas actitudes, sus decisiones. Su obra, no. Porque él y la película quieren llevarnos a la otra trama, a los cuadritos que consume en la revista Kiling, y que anima en su propia versión: en Buenos Aires no hay gas, y al principio, como el problema afecta a todos, a nadie le importa, pero sube el consumo de luz y la ciudad es un caos. Allí aparecen los personajes de Julio. Buscavidas como él. Y allí le puede ir mejor que en su vida real, en la que no le va tan mal a pesar de él. Decídalo usted, pero si le hablan de la peli fotonovela, vale la pena.
Sucesos no muy extraordinarios En los primeros minutos de Barroco, Estanislao Buisel deja delineado con eficacia el argumento de su ópera prima: Lucas acaba de dejar la carrera de Letras, entra a trabajar como empleado a una librería, tiene una novia que se dedica a la música barroca, prepara con la ayuda de un amigo una fotonovela y vive en un departamento que calienta haciendo fuego con desperdicios, ya que le cortaron el suministro de gas. Es el punto de partida de una historia que hilvanará algunos sucesos no muy extraordinarios que serán narrados siempre en un tono sosegado, casi neutro, que sólo se verá alterado por una reacción violenta del protagonista con un pedante pianista que en el pasado tuvo una historia amorosa con su novia. Estrenada en el Bafici 2013, la película pone el foco en un sector social bien determinado: gente de la clase media porteña con un cierto nivel de ilustración que el espectador podrá confirmar a partir de algunos parlamentos deliberadamente explicativos. Buisel no altera el ritmo de la narración en ningún momento y mantiene el volumen discreto aun cuando aparece el conflicto que Julio desatará en su flamante trabajo cuando decide perpetrar un robo sin tomar los recaudos necesarios para que no lo descubran. Más tarde, comprobaremos que parte de la vida personal de los personajes se irá filtrando en esa fotonovela que funcionará como coda del film. En ese epílogo de casi veinte minutos que homenajea a un clásico de la fotonovela, la italiana Killing, publicada en la Argentina en la década del 70 -y que remite de algún modo al trabajo de Chris Marker, el artista francés al que se le atribuye la invención del documental subjetivo-, Buisel acelera necesariamente la velocidad de la narración y despliega un humor, una inventiva y un temperamento lúdico que asomaban con más recato en la otra zona de su película. Una vez más, la música de Gabriel Chwojnik, en esta ocasión de inspiración barroca, es excelente y colabora a generar clima en cada aparición sin apelar a subrayados ni lugares comunes.
La ópera prima de Estanislao Buisel sobre un grupo de jóvenes que se niegan a crecer, que siguen sus impulsos creativos y delictivos, con un buen ritmo, suspenso y la inclusión de una fotonovela dentro de la trama, con los inevitables paralelismos.
Barroco es el relato de una caída, la de de Julio, un joven que comete errores hasta que la situación se torna insostenible. Julio, viviendo solo y sin gas, tiene la idea de hacer una fotonovela junto con su amigo Lucas sobre una falta del preciado servicio en una Buenos Aires de ciencia-ficción y casi posapocalíptica. El rodaje de la fotonovela, que recuerda a La jetée de Chris Marker pero en clave de comedia, se cuenta a la par de la rutina laboral del protagonista en la librería Gutiérrez, los ensayos del grupo de música clásica de su novia (que incluyen sus escarceos sentimentales con un profesor) y de sus frecuentes incursiones al departamento de Traslado (en realidad, Carolina), una suerte de amante discreta que goza de una curiosa fama entre los hombres de la historia. El tono levemente extrañado de la película, típico de la factoría FUC, se apoya en las actuaciones tanto como en la notable galería de personajes secundarios. Los diálogos y su particular ritmo le terminan de dar forma a un pequeño mundo que parece atravesado por una comicidad distante y casi marciana, que trata de interpelarnos a través de una risa y complicidad nuevas, diferente a las que que haya ensayado cualquier película anterior.
Al film y su bonus les falta ritmo y sustancia Un joven se consigue una novia, lo que no le impide visitar a otra. También consigue trabajo en una librería con doble sistema de vigilancia, lo no le impide robarse libros a gran escala. Fuera de eso, está entusiasmado con hacer una fotonovela al estilo de las viejas "Killing" (o "Kiling", como dice un experto). No vemos que la termine, pero eso no impide que la misma aparezca después como un bonus al final de la película. No insertada, sino agregada, a modo de consuelo para los espectadores. Ni la película ni el bonus son la octava maravilla, lo que tampoco impide que los exégetas del Nuevo Cine Argentino línea Universidad del Cine se llenen la boca de elogios, hablen de autor promisorio, grandiosos actores, infinidad de referencias ocultas o semiocultas, espíritu lúdico, etcétera. Algo de eso hay, pero no es para tanto. Le falta más ritmo, y sangre en las venas (y más sangre fuera de las venas en la supuesta parodia de "Killing"). Se aprecian, eso sí, unos momentos bien logrados, como la escena del primer robo en la librería, o la figura del enmascarado rasposo imaginada para la fotonovela. A propósito, la revista aludida no era pornográfica, como aseveran los personajes de "Barroco", sino apenas morbosa. Siempre aparecían unas cuantas mujeres tiradas por ahí en ropa interior, y el tipo las dejaba tiradas del todo, directo para el forense, pero lo de porno es una exageración. Algo tan falso como la música de Vivaldi que anuncia otro personaje, y que en realidad fue compuesta por Gabriel Chwojnik, "a la manera de". Buena música, dicho sea de paso.
Acerca del arte de robar Se filmó en 2011 cuando aún se pagaba el viaje en colectivo con monedas pero Barroco es una película de estos días. Otra más. Pero de las buenas que viene organizada bajo ciertos parámetros estéticos originados en la FUC (Universidad del Cine). Julio y Lucas están gestando una fotonovela –como aquellas Kiling de los '70– en un Buenos Aires donde no hay gas. Además, Julio consigue trabajo en una librería, y comparte el espacio con otros dos empleados y un jefe que acepta de entrada las bondades laborales del personaje central en el local. También, Julio tiene una novia (Laura), que toca música barroca con su flauta traversa en un trío donde su ex se encarga del órgano. Pero entre diálogos sutilmente expresados y ese aire culto que resplandece en varias producciones de estas características (Castro; El escarabajo de oro y porqué no la reciente Dos disparos), a Julio se le ocurre robar libros, motivo por el que al principio será acusado por su jefe y sospechado del atraco por algún compañero del trabajo. Estanislao Buisel mira al detalle los comportamientos de los personajes, registra cada una de sus mínimas acciones y explora ciertas rutinas con delectación y nobleza, sin caer en clisés y en ese denso minimalismo recurrente de cierto cine argentino de pose autosuficiente. Cerca del final, la fotonovela se construye a través de las imágenes, concretándose como un reflejo de lo visto anteriormente, donde se incluyen otros robos y engaños. Allí, aquella revista Kiling de décadas atrás se convierte en un material de culto que remite a La jetée de Chris Marker. Otra cita más, otra referencia de renombre que aclara, por si no bastara, las intenciones de la película.
Apocalypse Now. Exhibida dentro de la Sección Competencia Argentina del 15° Bafici, la ópera prima de Estanislao Buisel -realizador de los cortometrajes Porteros y Tenis, también vistos anteriormente en el Bafici- cuenta la historia de Julio, interpretado por el talentosísimo y versátil Julián Larquier Tellarini, un adolescente que trabaja en una librería. Pero lo que quiere, más que nada en el mundo, es hacer una fotonovela de ciencia ficción con su amigo Lucas (Julián Tello, compañero de banda de su tocayo en la vida real y en escena en la obra de teatro Los Talentos), inspirada en revistas pornográficas en blanco y negro con enormes fotografías y minúsculos textos y ambientada en una Buenos Aires apocalíptica que pareciera salida de Fase 7, pero en vez de estar inmersa en una epidemia, la ciudad se encuentra bajo una seria crisis de gas. Contada mediante intertítulos que ordenan cronológicamente el relato, Barroco está concebida como una gran cadena de causa-consecuencia en la que cada escena diaria posibilita la acción de la siguiente, construyendo de esta manera el relato. Un relato de iniciación, como lo era la obra de teatro co-dirigida por el que aquí es uno de los guionistas de la película y compañero de trabajo de Julio en la pantalla: Walter Jakob o “Poe”, como lo apoda el protagonista por su parecido con el escritor. Sucede que la ópera prima de Buisel tiene varios puntos en común con Los Talentos. Además del más obvio y ya mencionado, ambas comparten los mismos protagonistas y en papeles muy similares -personajes nerds intelectuales, algo torpes e inocentes y también adorables- con la diferencia de que aquí no parecen titubear cuando de acercamientos al sexo opuesto se trata. Pero por sobre todos esos detalles, obra de teatro y película se sumergen hasta el fondo del océano turbio que es ese universo adolescente de la inexperiencia, el deseo, la torpeza y las nuevas búsquedas, los comienzos. Así como Los Talentos era una obra tan tierna como compleja en la que Larquier y Tello ya demostraban que podían sostener el nivel de intensidad que ésta les demandaba frente al público, superando minuto a minuto la dificultad de sus extensos y exhaustivos parlamentos y manteniendo en todo momento el carácter lúdico de sus personajes y de la obra, Barroco trabaja la puesta en escena como un juego conformado por varios juegos; robar forma parte de ese desafío. Porque Julio no roba por dinero, roba por la aventura. Es un personaje que, a diferencia de los demás, no piensa en el futuro; es puro presente y ganas de lanzarse a la vida como si formase parte de Las Aventuras de Tintín, sin importarle demasiado las consecuencias. Por eso le interesa tanto la fotonovela y tan poco su trabajo, cuyo objetivo es simplemente pagar las cuentas. Lo que sucede es que Barroco es un fotomontaje en sí mismo, que comienza a moldearse a través de varios pedazos (situaciones, fotos e ideas que disparan los personajes) unidos con Plasticola, que se van sumando para construir una identidad propia y un estilo visual muy ecléctico, pero sin ocultar su sencillez, hasta volverse orgánico. En algún lugar en medio de la historia de iniciación y de esa fotonovela apocalíptica que se convierte en una película dentro de la película, se cuelan declaraciones de amor a músicos, partituras, escritores, directores, películas, historietas y fotonovelas, claro. Si esta comedia extraña que es el debut cinematográfico de Buisel logra que su relato genuino y su frescura se sostengan durante todo el metraje, es en gran parte gracias a sus actores principales: los talentos de Los Talentos (dirigida Walter Jakob y Agustín Mendilaharzu, casualmente amigos desde la adolescencia) y dupla artística en cualquier escenario local; actualmente tocando en vivo con la banda de rap que fundaron bajo el extraño (escrito con una V en vez de una U) pero por otro lado tan lógico nombre de “Jvlian”. Larquier y Tello se juntan y se potencian hasta sacarse chispas; no le tienen miedo al desnudo completo ni al amplio abanico de disciplinas artísticas en las que incursionan. Como seres anacrónicos y extensiones de sus personajes en los libretos, este par de artistas todoterreno en plena ebullición está comenzando a pisar fuerte en el teatro, en la música y en el cine argentino. Expertos del timing de la comedia, carismáticos y versátiles, hipnotizan con sus personalidades superpoderosas dentro y fuera de la pantalla y con la sensación de que son capaces de hacer cualquier cosa que se propongan. Para cuando termina Barroco, cierta incertidumbre queda flotando en el aire; un final abierto y una fotonovela terminada, pero por sobre todas las cosas, nos deja la apreciación de un cine argentino fresco, genuino, ingenioso y arrojado que encuentra nuevas formas de contar una historia y nuevos rostros que esperan ansiosos por ser aún más explorados.
Entrega en capítulos Apenas entra a trabajar en una librería, a Julio, un villano de poca monta (esos patéticos personajes que supo retratar Bresson), ya se le ocurre robar libros junto a su amigo Lucas. Ambos tienen otros planes, de algún modo literarios, también. Circulan de noche por Buenos Aires para sacar fotos en lugares siniestros, con el fin de editar una fotonovela que están escribiendo. En el proyecto participan una chica curvilínea que llaman Traslado, con quien de vez en cuando Julio tiene sexo; un amigo recluido, fantasmal, llamado Mozeta, y la novia de Julio, flautista de un ensamble de música barroca. En torno a su novia se generan incidentes que dan tono a la película, como los celos hacia Oscar, ex novio de la chica, organista y conductor del ensamble. Los avatares de Julio tienen ritmo barroco, con un scherzo final compuesto por la fotonovela, narración fantástica de una Buenos Aires sin gas, protagonizada por un ladrón enmascarado y un tallerista que transforma motores de auto en generadores de energía. Este debut de Estanislao Buisel cuenta a Walter Jakob como su coguionista e integrante del reparto, y el aire superado de Julio recuerda al rol del mismo actor, Julián Larquier, en Los talentos, la notable obra de Jakob y Agustín Mendilaharzu. Barroco es una ópera prima entretenida y con la cuota de originalidad que se espera de la productora Rayo Verde Films.
The problem is no longer how to produce a film. In a way, nowadays anybody with a camera and a computer can make a film. It’s no longer a production issue. The problem now is why you make a movie. At any rate, this was always the problem. But production issues used to override this fundamental issue: does your story have a heart and soul? Or are we simply making a film because we have a camera and a computer?,” says Nicolás Prividera, a notable Argentine filmmaker and critic, in a brief interview in Rosendo Ruiz’s Tres D, a technically well-crafted local feature that efficiently mixes documentary and fiction, although, ironically, it doesn’t have much of a heart or a soul. Tres D takes place over a few days at the Cosquín International Film Festival, where Matías (Matías Ludueña) and Mica (Micaela Ritcacco), two youngsters in their 20s, work together documenting some of the facets of the indie festival. Among other things, there are snippets of interviews with the likes of Gustavo Fontán and José Campusano, two equally thought-provoking and yet totally different local filmmakers who are screening their films. And with Jorge García, Alejandro Cozza, and Prividera, on the critics’ side. At the same time, Matías and Mica begin to establish a friendship, or perhaps something more than that — it remains to be seen. And there’s Lorena (Lorena Cavicchia), an attractive folk-dancer on the verge of a romantic break up. Incidentally, she and Matías seem to like each other as well. Rosendo Ruiz, whose debut film was the successful De caravana (2010), definitely has a knack for skillfully linking the documentary edge of the film with the fictional one, so transitions are smooth and, most importantly, logical within the narrative. He also does a good job at capturing the overall atmosphere of the event as well as a few particularities. In terms of “how” it’s done, Tres D does not fail. However, there’s no genuine depth in the approach, no insights other than those you can see at first glance, no digging up. In short: there’s a lot of rich material here that hasn’t been put to good use. That’s why it often ends up being anecdotic. As for the fiction side, a few details and gestures here and there about the possibility of a romantic story (or whatever) are not enough for some dramatic interest. There’s an “air” of something, but that “something” never takes off at all. It’s clear that the film is not intended to be an exhaustive study of cinema within the cinema, but this deliberate light take is of no emotional or intellectual resonance either. If you are a festival-goer or a critic, you are bound to see the inside jokes and references, which are quite precise and well-thought. But they are no more than inside jokes. When you get to think and feel what Tres D is all about, you may realize it’s got a feeble heart and a pale soul. Production notes TRES D (Argentina, 2014). Written and directed by Rosendo Ruiz. Cast: Matías Ludueña, Micaela Ritacco, José Celestino Campusano, Lorena Cavicchia, Maura Sajeva, Eduardo Leyrado. Cinematography : Pablo González Galetto. Editing: Ramiro Sonzini, Rosendo Ruiz. Running time: 91 minutes