El consagrado pianista de jazz Bill Evans visitó tan solo dos veces la Argentina, en el año 1973 para tocar en el teatro Gran Rex y en 1979 para presentarse en el Teatro Ópera; en el El Círculo de Rosario y en el teatro San Martín. Presentaciones a las que se le agregó una fecha en San Nicolás de los Arroyos que por aquellos años era un pequeño pueblo de escasos habitantes, sugerencia de los productores, ya que consideraban que podían encontrar una gran audiencia, debido a la comunidad de estadounidenses que se encontraba allí a raíz de los labores que llevaban a cabo para una empresa petrolera norteamericana.
Gran vuelta al cine de Mariano Galperín en la que narra el encuentro de Bill Evans con el público argentino en la ciudad de San Nicolás. Contrastes entre la banda y los lugareños, una cuidada reproducción de época y una soberbia interpretación de Diego Gentile permiten disfrutar de este gran relato.
En 1979 Bill Evans vino por segunda vez a la Argentina (ya había tocado en el Gran Rex en 1973) para una gira que incluyó un par de shows en el Teatro Ópera, otro en el Teatro El Círculo de Rosario, alguna fallida participación televisiva y un concierto final en la sala Martín Coronado del Teatro San Martín, donde se grabó el excelente disco en vivo Inner Spirit (ver abajo). En medio de esas actuaciones, el genial y ya bastante degradado pianista se presentó en San Nicolás en una sala semivacía y en medio de un concurso de belleza local para elegir a Miss Invierno. Es precisamente ese evento el que inspiró Bill 79, nueva incursión en el terreno de la música (en este caso desde la ficción) de Mariano Galperín, uno de los directores más importantes de videoclips (Soda Stéreo, Andrés Calamaro y Charly García, entre otros) y realizador de una película con Daniel Melingo como foco titulada Su realidad. Estamos en septiembre de 1979, plena dictadura (al Torino que traslada a Evans, a su manager Susan, a su baterista y a su contrabajista rumbo a San Nicolás lo paran en un control militar), y el músico finalmente llega a esa ciudad, se aloja en un hotel no precisamente lujoso (le aseguran que es el mejor que hay) y lo llevan al teatro municipal, donde encontrará un piano decididamente desafinado y una realidad de apenas ocho entradas vendidas. El artista sobrelleva como puede sus adicciones (bebe mucho whisky pero la dependencia es sobre todo a la heroína) y lo cierto es que fallecería muy poco después, en 1980, con tan solo 51 años, a causa de una cirrosis hepática. Bill 79 no es una biopic ni una película musical (aunque tiene grandes momentos al respecto, como cuando Evans escucha y disfruta a bordo del Torino de Moris cantando De nada sirve) sino una historia con tintes tragicómicos sobre una leyenda del jazz en medio de cierto patetismo provinciano, pueblerino. El guion de Galperín se toma varias libertades (Evans tocó en San Nicolás el 24 de septiembre, pero lo vemos enganchado viendo por televisión la pelea entre Víctor Emilio Galíndez y Mike Rossman, que en verdad fue el 15 de ese mes), trasladó el rodaje a Capilla del Señor y apeló al doblaje de varios de los actores y actrices, lo que genera por momentos cierto distanciamiento y artificialidad, más allá de las sobrias y eficaces interpretaciones de Diego Gentile como Evans y de Marina Bellati como su manager. En medio de la crisis interna y las dificultades externas que carcomen al protagonista, la narración apuesta en varios pasajes por unos recuerdos con estructura de flashbacks en los que aaparecen su ex esposa Kiki (Julia Martinez Rubio) y su hermano George (Walter Jacob), quienes en ambos casos se suicidaron. El principal problema de Bill 79 es que por momentos le cuesta encontrar un eje definido, un tono del todo convincente, pero -como buena película sobre jazz- tiene sus irrupciones de genialidad (como si fueran esos solos donde hay lugar para la improvisación a base de talento) que nos regalan escenas inspiradas, sensibles y dignas de una historia más que curiosa que ocurrió en un medio de un período de nuestra Historia más penosa.
La sinopsis nos cuenta que luego de los suicidios de su hermano y el de su ex mujer, Bill Evans, el pianista de jazz más importante de su generación, llega a la Argentina junto a sus músicos y la mananger para realizar una serie de conciertos. En plena dictadura militar, Evans y los otros tres norteamericanos suben al auto del empresario argentino que los lleva por la ruta. Entre drogas, comidas y recuerdos llegan a una pequeña ciudad pueblerina. En un pueblo similar al de su infancia, lo imposible y verdadero hacen que la mente de Evans llegue a lugares insospechados. ¿Que? Como establece la máxima, lo que decepciona son las expectativas. Solo sabía que era un filme sobre la visita del pianista blanco de alma negra, así se lo denominaba,
“Bill 79" es un cautivador drama basado en hechos reales que explora la última visita de Bill Evans a nuestro país. La película nos sumerge en la vida del exitoso, perturbado e influyente pianista de jazz Bill Evans en su última visita a Buenos Aires y por pedido de Carlos (Marcelo Xicarts), el productor, también visitan el pequeño pueblo de San Nicolás para dar un concierto. Ambientada en la década de 1970, el film recrea los días previos al concierto y la lucha interna del músico con sus adicciones sumada a una oscura historia familiar. La excelencia actoral se hace presente con la destacada y comprometida interpretación de Diego Gentile como Bill Evans, Marina Bellatti como Susan, su representante y Guido Botto como uno de sus músicos. Sus actuaciones magistrales añaden profundidad emocional a la historia. El guion de "Bill 79" logra capturar los demonios internos de Bill Evans y su interacción con la gente del pueblo haciendo foco en la simpática relación que se genera con Diego, el personaje interpretado por Paco Gorriz y su encantadora abuela (Elvira Onetto). Este drama con guion y dirección de Mariano Galperín ofrece una recreación auténtica de la época y una historia que conmueve. Más allá de su enfoque dramático, "Bill 79" destaca por su particularidad de ser hablada tanto en inglés como en español, lo que añade un toque realista y auténtico a la narrativa. En definitiva, "Bill 79" es una película recomendable para aquellos que deseen explorar la historia y la vida del renombrado pianista de jazz Bill Evans. Con actuaciones sobresalientes y una atmósfera emocionalmente intensa, esta película no decepciona a los amantes de las biopics.
Bill Evans (1929-1980) fue uno de los pianistas de jazz más importantes de todos los tiempos. La película Bill 79 (Argentina, 2022) cuenta su paso por Argentina por segunda vez. La primera fue en 1973 y esta, la última, fue casi al final de su vida, luego de dos tragedias que los golpearon duramente. Luego de los suicidios de su hermano y su ex mujer, el pianista estaba sumido en el alcohol y las drogas, lo que dañaba cada vez más su salud. Aún así, y según cuentan las crónicas de la época, brilló cuando tocó en la ciudad de Buenos Aires. Luego de ese concierto, Evans, su dos músicos y la manager se movilizan hasta la ciudad de San Nicolás junto con un empresario que, convencido del gusto por el jazz de un grupo de locales, Evans podrá dar un gran concierto. La película mezcla ficción con realidad sin ningún problema, sabiendo que imprimir la leyenda funciona siempre y confiando en que los expertos en jazz e historia podrán corroborar o desmentir lo narrado. Bill Evans, en una crisis que luego se sabrá terminal, ve en el pueblo recuerdos de su infancia y se integra a sus anfitriones comiendo empanadas o viendo la pelea de Galíndez por el título mundial. Todo es un poco raro, teñido por la visión del propio pianista y su estado emocional. Sorprende Mariano Galperín con esta película por varios motivos. En primer lugar se nota un presupuesto bajo y aún así nunca pobre, donde todo cierra y funciona perfectamente. El tono es exacto, tiene humor, tiene drama, es algo absurdo y siempre es interesante. Y finalmente los actores, ya que la película está casi totalmente hablada en inglés pero el elenco es argentino. Diego Gentile como Bill Evans está brillante y lo mismo Marina Bellati como su manager, aunque ella no se someta a la comparación con el personaje real. Bill 79 es una película que aborda un hecho bastante insólito y, lejos de aclararlo, lo vuelve aun más mágico y misterioso.
"Bill 79": aquel show descabellado en San Nicolás Sobre un episodio verídico protagonizado por el gran pianista de jazz estadounidense, el director de "1000 boomerangs" construye una ficción no exenta de humor absurdo. Bill Evans visitó la Argentina en 1973 y 1979. En la segunda de esas oportunidades abrió la gira en el teatro Opera, la cerró en la sala Martín Coronado del Teatro San Martín, y entre ambas presentaciones hizo sendas escapadas a las ciudades de San Nicolás y Rosario. La primera de ellas tuvo ribetes propios de un absurdo de ciudad chica, tal como lo contó Joaquín Sánchez Mariño en una crónica excelente, publicada por el diario La Nación un lustro atrás. En esa crónica se basa Bill 79, la película escrita y dirigida por Mariano Galperín, que tiene a Diego Gentile en el difícil papel de quien está considerado el gran pianista de jazz entre fines de los '50 y 1980, cuando pocos meses después de aquellos últimos conciertos en Argentina falleció, a los 50 años, debido a un consumo de heroína de larga data, que acabó con su organismo. La decisión de Galperín de ceñir su relato a esa presentación en San Nicolás es beneficiosa, ya que, a diferencia del género de las biografías musicales, elimina dispersiones y permite concentración. En términos narrativos, el film se divide en tres zonas. La primera y la última cuentan el viaje a San Nicolás y la presentación final, de contornos disparatados. La sección central es la relación (ficcional) de Evans con un admirador, que no puede creer que semejante monstruo se haga presente en su ciudad. Recordando un poco a su ópera prima 1000 boomerangs (1995), donde un grupo de rock estadounidense iba a parar a un asado bien criollo, la primera y última secciones de Bill 79 están signadas por el desfase entre el enorme artista extranjero y el provincianismo nacional de tiempos de la dictadura. El manager local de la gira, que habla en el más estricto espanglish, se presenta a recoger al músico en la puerta del Hotel Bauen (donde Evans efectivamente se alojó) en un Torino, en lugar de la kombi convenida, dando excusas y gesticulando como un personaje de Alberto Olmedo. De allí en más se convierte en el elemento cómico del film, confundiendo a Stravinsky con el jazz y tratando de explicarle a la manager del músico (una tensionada Marina Bellatti) que el show de éste va a tener lugar en el medio de la elección de la Reina de la Invierno (en la realidad fue la de la primavera). Evento que para el público de San Nicolás, donde Evans no era precisamente famoso, representaba la sal y pimienta de la noche. En otra decisión acertada, la película se cierra cuando el músico toca sus primeros compases en aquel show descabellado de San Nicolás (en verdad hubiera sido preferible ahorrarse incluso esos compases, ya que la versión que se escucha no le hace honor al músico). A Galperín no le interesa mostrar a Evans en su rol de pianista, sino en el mucho más colateral de extrañado visitante de la ciudad bonaerense. Es una opción válida (motivada también por el hecho de que la producción no contaba con los derechos sobre las interpretaciones de Evans). La sección central no carece de su grado de absurdo, cuando la madre del fan, que no sabe inglés e ignora quién cuernos es ese hombre de barba, traje y camisa floreada para nada al tono, impone la decisión de ver por televisión la pelea en la cual Víctor Galíndez se consagraría campeón mundial medio pesado, adornando la velada con unas criollísimas empanadas. Otra decisión bien encaminada es la de hacer que Evans no se comporte con desdén ante esta clase de situaciones (lo que hubiera generado un enfrentamiento maniqueo entre el genio universal y los mentecatos “pueblerinos”) sino por el contrario con buena disposición. Mientras tanto va al baño repetidamente, desplegando allí su set de aguja, manguera de goma y cucharita. La tragedia corre en paralelo con la comedia. Lo que no parece tan acertado es haber compuesto a un Evans monolítico, marmóreo incluso, aun considerando que el pianista no derrochaba extroversión (y que la heroína lo dejaba duro). De este modo el espectador queda privado de empatizar o conocer un poco más al protagonista, que se afloja solo en dos ocasiones. Una es trágica, cuando recuerda la muerte de su hermano y su exesposa, y la otra de comedia, cuando con el mayor de los gustos decide maquillar a dos de las candidatas a reina de invierno, que es también la única ocasión en la que el Grande del Jazz se relaja y sonríe.
Basado en una investigación periodística de Joaquín Sánchez Mariño, el director Mariano Galperin cuenta los pormenores del show del jazzista Bill Evans en San Nicolás tras su gira por la Argentina de 1979. Anécdotas de giras de músicos hay un montón, pero quizás haya una que merecía una película. Es la que tiene al músico y compositor de jazz Bill Evans, reconocido como uno de los mejores de la historia, en gira en Argentina, a punto de embarcarse en un último show en San Nicolás en medio del concurso Miss Invierno y justo un año antes de morir a la temprana edad de 51 años por cirrosis hepática. Mariano Galperin produce, escribe y dirige ese periplo desconcertante para el músico estadounidense (interpretado por Diego Gentile), en medio de sus traumas por la muerte de su hermano George (Walter Jacob) y de su ex mujer Kiki (Julia Martinez Rubio). Un viaje de fantasmas entre su adicción a la heroína y su gusto por el whisky. Pero también, un homenaje exquisito a su figura y a la música como arte liberador. Presentada en el BAFICI, Bill 79 (2023) presenta los vicios propios de un pueblo del interior, con sus tradiciones y relación con la cultura. Se percibe en el film que nadie en el lugar se percató de la magnitud de la figura que tuvo en el escenario y Bill, encerrado con sus demonios, disfrutó de ese anonimato. Galperin (1000 boomerangs, Su realidad) no cae en ningún cliché de este tipo de relatos. No recurre ni a la biopic ni al rockumental en ningún momento. Hace en cambio un film intimista, sobrio y magnético, dando vueltas alrededor del aura de Bill Evans sin tratar de resolver con facilísimos su misterio. La película es por momentos fascinante, llena de pequeños detalles que funcionan como una caja de Pandora. Párrafo aparte merece la actuación de Diego Gentile como Evans, seco y parco, sin nunca esbozar una mueca de más ni tampoco una mimesis descarada. En tiempos de imitaciones de músicos por doquier, su interpretación es sobria, contenida, convencido que desde su composición se puede imaginar a Evans con mayor profundidad que desde la caricatura. Bill 79 es una película diferente en muchos sentidos, única y surreal. Tiene la capacidad de seducir a los amantes de las anécdotas de músicos extravagantes, promueve a saber más sobre las peripecias de Evans en Argentina, y a quienes no estén interesados en el tema, los invita a un viaje enigmático y sensorial por la mente de un personaje conflictuado en medio de un particular intercambio cultural. Y siempre desde un punto de vista extrañado, que nos devuelve un reflejo desconocido de nuestra sociedad.
Mariano Galperín, director y guionista se basa en un hecho real, curioso, para trazar un retrato de un músico talentoso perdido en dolores, angustias y adicciones. Bill Evans el mítico pianista visito nuestro país por segunda vez en 1979, en el medio de actuaciones exitosas en el Opera y el Círculo de Rosario, se presento en San Nicolás, como parte de un concurso de belleza. Situación límite para alguien famoso que solo vende 8 entradas para su show y por eso el empresario decide ese intermedio musical en una parte del certamen. El músico se encuentra en un hotel lejos del lujo, con un piano afinado a último momento por gestión de un fan y en una casa donde ve una pelea de Galindez por el título. Pero siempre con el whisky al lado, la heroína y los recuerdos recurrentes de su ex mujer y de su hermano, los dos terminaron sus s por suicidio. Toda la atmósfera es de antesala del fin que sobrevendrá por cirrosis pocos meses después. Marina Bellati y especialmente Diego Gentile acierta con una exacta actuación de la vida que transita el pianista. No es una película musical pero hay grandes momentos subrayados por la música. Y una situación que marca la época de nuestro país en plena dictadura.
Estrenó el once de mayo pasado la última película del realizador de Todo lo que veo es mío (2015) y Su realidad (2015), quien en esta oportunidad relata una de las visitas del reconocido jazzista Bill Evans y su equipo a San Nicolás, en 1979 (la primera vez que estuvo en el país fue en 1973). Mariano Galperín construye un relato que se destaca por encontrar en la simpleza un lugar para lo cómico, lo dramático, lo peculiar y escenas breves pero memorables que le sacan una sonrisa (o una lágrima) al espectador. En el recorte que Galperín realiza, Bill Evans, compositor de «I love you» y «My foolish heart», entre otros clásicos del jazz, pasa unos días en San Nicolás para brindar un show en el teatro local. Si bien su visita le costó mucho a los organizadores, no se advierte demasiado revuelo por la presencia del músico, sólo unos pocos lo conocen. Evans se muestra apagado y deambula por las calles con pesadez, encuentra en el alcohol y las drogas la vía de escape de sus propios tormentos y pérdidas familiares. ¿Cuál es la salida del artista? La música sin duda, pero también aquello que lo desconecta de lo real y que lo haga viajar a aquel pasado donde estaba rodeado de personas que amaba, y que ahora solo aparecen a través de los delirios que producen los excesos. Galperín dirige y escribe con inteligencia y sobriedad. El relato se mantiene lineal, lo que por momentos sumerge al espectador en escenas monótonas, hasta que el hilo narrativo salta temporalmente el orden de los acontecimientos. Los recuerdos, materializados a través de flashbacks, e incluso lo que el protagonista se imagina, le aportan un interesante vuelo creativo a la película. «Bill 79» no acude a golpes bajos, el dramatismo se construye a partir de las decisiones que toma el director para narrar el filme y los matices de su elenco. Diego Gentile encarna a un Evans que atraviesa diferentes estados de ánimo, el personaje sostiene el dolor y la angustia del pasado durante cada una de las situaciones que vive. Marina Bellati (Susan) y Paco Gorriz (Diego) logran muy buenas escenas, aunque sin duda la cámara está puesta en la figura de Evans, que viste muy a la moda de la época, usa lentes de sol constantemente, y no oculta mostrarse turbado por los fantasmas que lo persiguen. El vestuario y el diseño de producción, trabajo de Lorena Ventimiglia y Ana Casariego, logran trasladar al espectador al año 79, hay un trabajo cuidado en los detalles, incluso en los interiores, que contribuye al verosímil de la trama. «Bill 79» es una oportunidad cinéfila para conocer la otra de aquel compositor apasionado y talentoso. Lo bueno y lo malo. Lo que se ve sobre el escenario, pero también lo que sucede en lo privado.
Bill Evans fue uno de los más grandes pianistas de toda la historia. Un músico blanco, encorvado y retraído. Pareciera su descripción volverlo ajeno al mundo del jazz. ¿Un profesor de Harvard camina las calles del Harlem? Sin embargo, Evans llamó la atención de inmediato en la década del ‘50 y se convirtió en excelso pianista del género, cambiando por siempre la concepción de dicho abordaje musical, dominado, segmentado y patentado por afroamericanos. Objetos de frecuentes retratos cinematográficos, como en el documental «Bill Evans: Time Remembered» (2015, Bruce Spiegel), su figura se vuelve relevante en la cartelera cinematográfica local. Filmada durante la pandemia, en Exaltación de la Cruz, la crónica reproduce lo acontecido hace más de cuarenta años. Corre el año 1979 y Bill visita Argentina por segunda vez, poco tiempo antes de su muerte (fallecería meses más tarde, a sus prematuros 51 años). Lo había hecho en 1972, de cuyo paso se guarda registro discográfico: “Bill Evans Trío. Vol 1” (1973) recoge su histórica presentación debut en Buenos Aires. La aventura se pone en marcha cuando Evans, dos de sus músicos y su manager parten en auto rumbo al concierto a celebrarse durante el concurso de “Miss Invierno 1979”, que tomará lugar en la localidad de San Nicolás. Mariano Galperín, director de “1000 Boomerangs”, sabe como mixturar el atractivo sabor de lo mágico y de lo real, confluyendo en una fábula del estilo de “Bill 79”. La música nutre permanentemente el universo creativo del director, y es así como se dispone a convertir lo mítico en auténtico. ¿Bill Evans realmente tocó allí? Galperín nos sitúa en la época gracias a una preciosa recreación. Diego Gentle (en la piel del músico), Maria Bellati y Walter Jacob son los principales intérpretes dispuestos a otorgar vida a esta singular crónica sobre una icónica figura de la historia del jazz. Con gran acierto, la película recurre al doblaje del inglés con actores norteamericanos. Además, el director convoca a Diego Tuñon de Babasónicos, quien realiza la música del film. Lo acertado de su abordaje excede el nicho del género, no se trata de una obra pensada en exclusivo para exquisitos paladares de oyentes de jazz. Aunque sí para melómanos. Contemplaos el retrato de un eximio prodigio que en nuestras tierras maravilló a Luis Alberto Spinetta. Podríamos contar parte de la vida de Evans a través de noches de excesos por doquier: sus años de intensa adicción acabarían pasando factura, más pronto que tarde. Trasnochadas de ácido, whisky y empanadas sazonan la penúltima locura de Evans. Las jornadas transcurren, entre preparativos del concierto e intercambio con los incrédulos lugareños. ¿El legendario jazzman está en el pueblo? Lo que está de moda suena en la radio: acá se curte “La Biblia” de Vox Dei y Moris. Los militares pueblan las calles, la amenaza está latente. Se viven tiempos oscuros. Evans sabe que es una buena noche para estar en New Orleans, pero en Buenos Aires dan boxeo en la TV en blanco y negro. Pelean Rossman y Galíndez. ¿Por cuál de los dos brindar? Promediando el film suena una canción. <<¿De qué sirve escaparse de uno mismo?>> anuncia su estribillo. Evans es un ser atormentado. Los suicidios de su hermano mayor y su ex mujer aun calan hondo en el ánimo del pianista. Una veta poética y reflexiva parece tomar por completo su ánimo, y la película saca gran provecho de ello. Hay algo en el aire, son los sonidos colisionando…Suenan más melodías sobre el pentagrama y caminan, una al lado de la otra, la verdad y la belleza. El músico de oído absoluto podría captarlo a la perfección, pero se pregunta qué vale la pena a estas alturas. La partitura quebró. ¿Olvidarse el resto es la clave para existir? Galperín pergeñó una interesantísima película