La bestia interior El exceso en el metraje es la primera señal que deja en claro los desniveles de Blanco o negro, una apuesta arriesgada al cine de género de corte independiente, que en lugar de concentrarse en el derrotero de toda película de venganza como por ejemplo Kill Bill busca introducir elementos de drama, subtramas que bordean lo onírico, para generar atmósferas donde el cambio de registro realza la sobre actuación. No obstante, donde debe hacerse hincapié es en el apartado visual, en la estética elegida por el director Matías Rispau, quien además protagoniza este thriller que se mira constantemente en el espejo del cine oriental. El relato se nutre desde sus intenciones de esa dinámica de la híper realidad de peleas y coreografías para destacar la destreza física de quien las ejecuta. Rispau, en su carácter de peleador y en su técnica de movimiento de piñas y patadas sabe manejarse en el espacio y además mover con criterio la cámara, pero no logra el mismo resultado cuando se mete en la piel de su torturado personaje, un huérfano que busca vengarse por haber sido traicionado y que tras un largo período de reclusión en el sur regresa completamente cambiado y dispuesto a ejecutar su plan, caiga quien caiga. El viraje del color al blanco y negro para las escenas de acción queda en el umbral de la incertidumbre. Si se trata de una elección estética con aires de homenaje cinéfilo o sencillamente de un condicionante presupuestario tratándose de un film de neto corte independiente. Más allá de ese detalle, el cambio no genera ruido alguno en lo que hace a la acción, tampoco la cámara en mano para aproximar la imagen y transmitir el vértigo de cualquier película de acción de bajo presupuesto. El aspecto técnico, pilar y espada de Damocles de los habituales errores del cine argentino y más aún cuando se trata de un cine de género, resulta uno de los puntos más efectivos de la propuesta integral. Sin embargo, como se señaló anteriormente en Blanco o negro se cumple ese refrán que reza: “El que mucho abarca poco aprieta”, aunque apriete con los puños ensangrentados, o grite enajenado desde la cárcel interior para que la bestia no se libere, el efecto seguirá siendo el mismo.
El color de la venganza Un paisaje del Sur. La nieve que cubre la planicie y también los picos de algunas montañas. Un hombre desesperado y una pequeña cabaña vacía de objetos es el lugar para que el protagonista de Blanco o negro (2016), de Matías Rispau, inicie tras años de auto reclusión, su periplo de venganza. Adrián (Matías Rispau) busca resarcimiento tras pasar años fuera de la ciudad imaginando un plan que le permita devolverle cierta paz tras el asesinato de su mujer. En ese intento de pacificarse consigo mismo claramente tiene que tomar decisiones que afecten a su entorno, con el que no tiene, además, relación hace tiempo. El nuevo largo dirigido por Rispau (El turno nocturno) transmite tensión desde la primera escena, con ese hombre transformándose en una maquina asesina con claras referencias a Oldboy (2013), Kill Bill: Vol. 1 (2004), y la nacional La búsqueda (1985), pero también a todo el cine oriental con la venganza como tema y motor narrativo. El realizador va tejiendo lentamente la progresión, con énfasis en el protagonista y cómo atravesó su periplo hasta llegar una vez más a la ciudad para eliminar a aquellos que cambiaron drásticamente su vida de un día para otro. Filmada magistralmente, con inserts y multiplicidad de texturas, y una banda sonora que apela a la emoción y la sorpresa, Blanco o negro es una lograda muestra de cine de género realizada por un director que sabe y conoce de aquello que está hablando. La narración en off, escogida durante la primera etapa del film, en la que conocemos la historias de Adrián, su pasado, su dolor, y luego su transformación física y psicológica, refuerzan el sentido de una película que potencia su propuesta visual en cada escena. Como un habilidoso artesano, Matías Rispau juega con las imágenes, y encuentra en la posibilidad de la referencia, la conexión necesaria para poder avanzar en la narración y, de alguna manera,“linkearla" con la historia del cine. En una escena que transcurre en un bar de mala muerte el protagonista se topa con varios de sus, y justamente allí el director decide homenajear a Quentin Tarantino en la ya clásica escena del restaurante de Kill Bill: Vol. 1, cambiando el color de las imágenes para realizar la masacre que quiere contar. Y en esos pequeños guiños, pero también en la sumatoria de los mismos, es en donde la película se posiciona como un exponente del cine hecho por cinéfilos, logrando una espesura visual y narrativa más allá de cualquier blanco o laguna que se percibe a lo largo de su metraje.
La venganza es el motor de la historia violenta de Blanco o negro, dirigida, co-escrita y protagonizada por Matías Rispau. El relato de un hombre que viaja desde algún lugar de la Patagonia a Buenos Aires para vengar la muerte de su mujer apela a algunos recursos del cine noir, como el protagonista antihéroe solitario, cuya voz en off sumerge al espectador en el mundo interior del personaje. El acercamiento al género resulta atractivo pero el desarrollo de la historia se extiende demasiado y el film se ve afectado por cierta teatralidad de los textos y algunas interpretaciones que no convencen. A pesar de todo esto lo que prevalece es la potencia de la puesta en escena, que se destaca por una selección de planos y fotografía muy efectivos en la construcción en imágenes de la tensión y la violencia que emanan de la historia.
TRANSPIRANDO (DEMASIADO) LA CAMISETA Entre finales de los noventa y especialmente durante la primera década del nuevo milenio, uno de los jugadores más emblemáticos de Racing fue Adrián Bastía: un 5 que era un batallador incansable, que de los 90 minutos jugaba 95 con los dientes apretados, sudando litros enteros de tanto correr. Siempre se le reconocía el esfuerzo y muchas veces funcionaba como el motor del equipo, aunque se podía intuir que, con solo calmarse un poco y tener la mente más fría, habría sido más preciso y efectivo en su labor. Recuerdo que hace poco lo volví a ver –ya como jugador de Colón de Santa Fe- y contemplé a un jugador que había cambiado bastante: mucho más económico en sus movimientos, a partir de la sabiduría que le había dado la edad –y una carrera ya extensa- y la consciencia de sus límites, posibilidades y lo que se le podía pedir en consecuencia. Hace dos décadas, sudaba demasiado la camiseta; ahora lo justo y necesario. La referencia futbolística viene a cuento porque Blanco o negro, de Matías Rispau, es una atendible tentativa por realizar un aporte dentro del policial y la acción, pero que se pasa de rosca en sus intenciones. Su planteo es una simple y directa historia de venganza: un hombre llamado Adrián que, luego de un exilio en las montañas, decide volver a la ciudad para tomarse revancha de los que arruinaron su vida, emprendiendo un camino plagado de obstáculos donde su parte más animalesca y bestial está siempre buscando emerger. Sin embargo, Rispau se aleja rápidamente de toda simpleza, en una apuesta a todo o nada, asumiendo también el protagónico y llevando adelante un relato que coquetea con vertientes del cine negro y la acción oriental; agrega reflexiones filosóficas, éticas y morales; suma subtramas familiares y románticas; pone a coexistir capas estéticas que no necesariamente se complementan; y estira una narración que podría haber sido completada en apenas una hora y media hasta más de dos horas. El resultado es, en un punto, previsible: un film excesivo donde se imponen las remarcaciones del drama interior que atraviesa el personaje; unos cuantas escenas que hacen literales las metáforas hasta caer en lo obvio; un estiramiento innecesario de las acciones; y numerosos desniveles en las actuaciones. Eso termina inclinando la balanza dentro de la totalidad de la película, contraponiéndose a algunos hallazgos puntuales, como un cuidado trabajo estético en la composición de los planos y una verosímil fisicidad conseguida en secuencias de acción o peleas. Blanco o negro despliega muchísimas ambiciones, quiere tocar todos los temas o vertientes narrativas posibles, pero en la mayoría de sus objetivos se queda corta. Rispau exhibe un conocimiento ciertamente interesante de las herramientas cinematográficas, pero debe aprender a dosificar sus esfuerzos y objetivos en las medidas de sus posibilidades, transpirando lo justo y necesario.
Este thriller de acción se presentó en la edición del Festival de Mar del Plata de ese mismo año y en el Festival Buenos aires Rojo Sangre (BARS) en 2017 y se filmó entre septiembre de 2013 y febrero de 2016. Todo gira en torno a Adrián (Matías Rispau, protagoniza y dirige) quien vivió un largo tiempo alejado de todo en el sur de la Argentina y decide regresar a Buenos Aires en el 2003, con una única idea vengarse por la muerte de su novia Elisa Rivero en el 2001. A partir del transcurso del film irá liberando esa bestia que lleva dentro alimentada por el odio. Una vez en la ciudad se reencuentra con su amigo Julio (Matías Rispau) la única persona de confianza que le queda y vamos conociendo mas de esta tormentosa trama a través del flashback. Y todo se va relacionando con el título del film, es Blanco o negro, con algún punto de esperanza en un mundo mejor, el desafío está ante Adrián y su sed de venganza, entre traiciones, mentiras y secretos, para ello goza de buenos planos, hay tensión, mucha violencia, sangre, fuertes peleas, tiros y una buena fotografía. Pero todo eso no termina de alcanzar, resulta demasiado extensa, lo que la hace algo densa, con momentos teatrales que poco aportan, diálogos poco atractivos y algunas actuaciones que no convencen y resultan bastante flojas. Algunas secuencias tienen cierta similitud al cine de Quentin Tarantino como a “Kill Bill”, con toques del cine oriental, entre otras.
Blanco o negro es un film de venganza. Adrián, el protagonista, trabajó en el mundo criminal y por un ajuste de cuentas, mataron a su novia. Luego de un largo exilio en las montañas, Adrián decide regresar a la ciudad para cerrar el círculo. Policial negro de venganza lleno de excesos, algo poco habitual en el cine argentino, demasiado afecto al minimalismo mal entendido. Tan rara es esta película que dura dos horas quince minutos, algo tan poco habitual que es digno de destacar. También es notable lo artificial de varias situaciones, muy al uso del film noir clásico. A pesar de limitaciones de actuación y excesos no siempre positivos, Blanco o negro es uno de los pocos films argentinos actuales que peca de exceso y no de falta. Mejor que sobre y no que falte se suele decir y la película es la comprobación de que a veces esto es cierto. Pero claro, sobran cosas, hay desviaciones, momentos que tal vez podrían haber quedado afuera. Sin duda está hecha por alguien que ha visto, que ha visto policial negro y desea evocarlo en cada escena. Desde los films más clásicos al neo noir de fines de los noventa y hasta la actualidad. Más allá de algunos problemas con las actuaciones y muchas situaciones no logradas, Matías Rispau (protagonista también del film, otra rareza) es un nombre a seguir.