Conociendo al Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) ¿Qué es el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF)? Una pregunta de la que tal vez muchos no conozcan la respuesta y que el documental de Miguel Rodríguez Arias se encarga de dilucidar. Con una estructura didáctica Buscadores de identidades robadas (2013) presenta de forma simple y concisa la historia y funciones de una organización reconocida mundialmente. Creado en 1984 con el fin de desarrollar técnicas de antropología forense que ayudaran a descubrir qué había sucedido con las personas desaparecidas durante la última dictadura militar, el EAAF le ha devuelto la identidad a 700 personas que habían estado desaparecidas. Además, fue quien identificó el cuerpo de Ernesto Che Guevara en Bolivia y participó con diferentes acciones en países como Bosnia, Angola, Filipinas, Croacia y Sudáfrica, entre otros. Buscadores de identidades robadas está construida en base a la investigación, ímagenes de archivo, segmentos de El último confín (Pablo Ratto, 2004), película que trata sobre un tema en el que el EAAF fue partícipe, y testimonios de quienes son o fueron sus integrantes, junto al de personas vinculadas con los derechos humanos como Estela de Carlotto – Presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo- o familiares de desaparecidos, entre otros. A lo largo de 75 minutos Miguel Rodríguez Arias cuenta una historia de casi 30 años abarcando los primeros y difíciles momentos en que se los veía como “los raros” hasta llegar a obtener reconocimiento mundial. Atravesado por el arco político que gobernó el país durante el periodo democrático, el documental también sirve para ver la política de derechos humanos llevada adelante por cada gobierno, para así mostrar como en algunos momentos se retrocedía y en otros se avanzaba. Sin demasiadas pretensiones estéticas (tal vez su pecado sea ser demasiado televisivo), Buscadores de identidades robadas es una forma de acercarse a nuestra historia reciente y poder (re)conocer la labor de aquellos que desde el anonimato trabajan por un país en donde cada uno pueda volver a tener la identidad que alguna vez le robaron.
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De la misma sangre El reconocido documentalista argentino Miguel Rodríguez Arias, creador del emblemático Las patas de la mentira –dado su éxito tuvo incluso programa televisivo propio- narra periodísticamente hablando la historia del Equipo de Antropología Forense Argentino en este necesario film Buscadores de identidades robadas. Más allá de los datos históricos que se remontan a los años de fines de la dictadura militar, seleccionados desde material de archivo televisivo, riguroso, mezclado con testimonios a cámara de los protagonistas en el presente Luis Fondebrider, Mercedes Doretti, Patricia Bernardi y Estela de Carloto, el relato maneja un recurso de contraste y contrapunto entre los audios y la imagen. En primer término, reconocer fácilmente a las voces de la dictadura y a sus interlocutores más siniestros como el ex presidente de facto Jorge Rafael Videla cala hondo en la memoria de cualquier argentino y abre el camino hacia la memoria para recuperar a los desaparecidos como temática de una herida que no cierra aún. Y en ese sentido es donde cobra mayor fuerza reivindicar la labor titánica de este grupo multidisciplinario que en las sombras y en la más absoluta soledad perfeccionó técnicas; aunó disciplinas como la antropología y la odontología con el mismo objetivo de recuperar aquellas identidades en las pilas de huesos de los cientos de N/N dispersados en distintos cementerios, como parte del plan de exterminio ejecutado durante el proceso militar. También es reconocible la figura insoslayable de la presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo Estela de Carloto sumado claro está, al norteamericano Clyde Collins Snow para dar inicio a un cambio de paradigma en la ciencia a partir de la incorporación del ADN y de la sangre como elementos vinculantes y probatorios para identificar los restos que el equipo fue hallando y que al día de la fecha asciende a 1200 cuerpos, de los cuales 577 ya tienen identidad. Miguel Rodríguez Arias, que también se hizo cargo de la investigación junto a Federico Wittenstein (en los créditos como asistente de dirección), otorga todo el protagonismo al equipo de antropología forense, que si bien ha aparecido en otros documentales como referencia nunca había sido en primera persona. Por otra parte, esa posibilidad de reflejar una larga trayectoria a lo largo de casi tres décadas también permite conocer su extensa labor en otros países -ascienden a 45- para entender el verdadero valor y la dimensión de su trabajo que todavía continúa con la misma energía, transparencia, ética y respeto por la memoria y la identidad.
El director de Las patas de la mentira y El Nuremberg argentino reconstruye en este documental la historia y el trabajo del Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF), responsable de haber identificado casi 600 cadáveres enterrados como NN en fosas comunes durante la última dictadura y de haber encarado trabajos similares en varios otros países. El resultado de esta investigación es un documental de gran interés y valor testimonial, aunque con una factura bastante elemental, un sentido decididamente didáctico y una clásica estructura televisiva; es decir, sin el más mínimo vuelo "cinematográfico": el triunfo del contenido por sobre la forma. El esquema narrativo es básico y está sostenido, sobre todo, por declaraciones a cámara mechadas por imágenes de archivo del período del Proceso, del histórico juicio a las juntas militares, de los noticieros de las distintas épocas y, claro, de las múltiples actividades del EAAF. El film describe la épica de aquellos antropólogos, arqueólogos y genetistas (a veces acompañados por médicos, biólogos y odontólogos forenses) que dedicaron años y décadas de sus vidas a que esos miles de restos enterrados o apilados alcanzaran su entidad, encontraran finalmente su nombre y apellido gracias a la técnica de identificar personas con el ADN de los huesos, comparándolos con el de familiares directos. "Hemos identificado a menos del 10 por ciento de las víctimas, eso habla de la modestia que debemos tener", dicen. Pero ese "poco" que consiguieron es muchísimo para decenas de familiares de desaparecidos que pudieron armar su rompecabezas íntimo y terminar el calvario. Formado en 1984, el EAAF contó con muy distintos apoyos (desde las Abuelas de Plaza de Mayo hasta la Conadep, pasando por múltiples jueces, el movimiento ecuménico y especialistas estadounidenses como Clyde Collins Snow y Eric Stover). Precisamente, la capacitación y financiación que el gobierno norteamericano le dio al equipo fueron motivo de más de un debate interno. La película crece en intensidad emocional cuando los protagonistas cuentan anécdotas más íntimas, personales, o cuando se describe brevemente algún caso de exhumación e identificación exitosa (algo que ya se había trabajado con mayor profundidad en el documental Tierra de Avellaneda , de Daniele Incalcaterra). Así, incluso con sus limitaciones narrativas, se trata de una historia que merecía ser contada y reivindicada.
El equipo que venció a la desmemoria El experimentado documentalista pone el foco sobre el Equipo Argentino de Antropología Forense y consigue que su compleja tarea resulte comprensible a los ojos del espectador promedio. A pesar de la inevitable carga emotiva, las imágenes nunca resultan morbosas. Investigador del discurso televisivo y licenciado en psicología, Miguel Rodríguez Arias encaró un trabajo sumamente necesario que demuestra que el cine no es solamente un mero circuito de entretenimiento: también puede funcionar como una correa de transmisión de la historia. Su más reciente documental, Buscadores de identidades robadas, busca desentrañar cómo reaccionó un grupo de profesionales frente al terrorismo de Estado y cómo, a través de la ciencia, se podía llegar a la verdad y colaborar con la Justicia, vinculándola con los derechos humanos. El film narra la historia del Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF), surgido en 1984, cuando la democracia era incipiente y cuando todavía lo sucedido durante la dictadura cívico-militar no estaba tan asimilado por la sociedad argentina como está en la actualidad. Es que este contexto de país, con una activa política de derechos humanos y con la Justicia trabajando en los procesos contra los genocidas es el que favorece que se realicen trabajos como el que desarrolló el creador de Las patas de la mentira. Por eso este documental se vuelve necesario: aporta su cuota de compromiso con la historia reciente. El EAAF surgió luego del asesoramiento del prestigioso antropólogo forense estadounidense Clyde Collins Snow y de Eric Stover –entonces director del Programa Ciencia y Derechos Humanos de la Asociación Americana para el Avance de la Ciencia–, quienes llegaron a la Argentina para realizar los primeros trabajos con profesionales argentinos. En sus inicios, el EAAF estaba compuesto por cinco personas. Dueño de un prestigio mundialmente reconocido, en la actualidad el EAAF tiene 60 integrantes –entre los cuales también hay médicos, odontólogos forenses, biólogos y genetistas–, tiene tres oficinas en el país y su labor ha sido requerida en 45 países. Sin embargo, cuando empezaron la tarea no fue sencillo porque, a la par de la soledad en la que trabajaban, fueron declarados Personas No Gratas por la Secretaría de Derechos Humanos del gobierno de Raúl Alfonsín, el mismo que impulsó las leyes de Obediencia Debida y Punto Final que generaron un debate al interior del equipo, ya que sentía que soplaban vientos de impunidad. Sin embargo, primó la cohesión de sus miembros porque sintieron una enorme responsabilidad de continuar con su trabajo. Los resultados están a la vista: al momento de terminado el documental, el EAAF lleva identificadas a 577 personas. Si se tiene en cuenta que el EAAF suele tener un perfil bajo –sus miembros, dueños de sólidos principios, ejercen la ética científica pero no la declaman–, la tarea de Rodríguez Arias fue difícil: convencerlos de hablar de su trabajo. Una vez logrado el objetivo, este documentalista experimentado, realizador de 38 audiovisuales, puso en imágenes el surgimiento, crecimiento y consolidación del primer equipo de antropología forense de América latina que comenzó a buscar la identidad de las personas desaparecidas a través de un método que consistía en la aplicación de técnicas de la arqueología y que se fue mejorando con los nuevos avances de la ciencia: a fines de los ’80 se produjo un cambio enorme cuando se descubrió que se podía identificar a personas con el ADN de los huesos –la lucha de las Abuelas de Plaza de Mayo fue fundamental desde el inicio– comparándolo con el de familiares directos, algo que hasta entonces sólo podía hacerse con tejido blando. La estructura narrativa de Buscadores de identidades robadas es clásica. El modelo “cabeza parlante” es el elegido por Rodríguez Arias y tiene su justificación para hacerlo: había que contar temas difíciles de explicar de manera sencilla. Por lo tanto, se necesitaba de la palabra de los expertos, quienes relatan su trabajo con un lenguaje llano, conciso y comprensible para quien no es un profesional. Este es uno de los méritos del documental: logra contar la historia del EAAF sin dejar afuera a quienes no entienden de antropología, biología ni arqueología. El relato se combina con imágenes de trabajos de exhumación de restos en cementerios, de las mesas donde depositan los huesos encontrados, con el agregado de la especialidad de Rodríguez Arias: material de archivo audiovisual donde se ve a los antropólogos trabajando y, en algunos casos, visitando programas de televisión para contar sus novedades. Vale recalcar que el trabajo es sumamente respetuoso con las imágenes de los restos óseos; aunque impactan por lo que significan, el cineasta nunca cae en golpes bajos ni escarba en lo morboso, mérito suficiente que lo coloca a la altura de aquello que pretende hacer visible.
La reconstrucción El documentalista Miguel Rodríguez Arias (Las patas de la mentira, El Nüremberg argentino) logra, en Buscadores de identidades robadas, lo que se propone: aportar una pieza más en el rompecabezas del genocidio que militares y paramilitares encabezaron desde mediados de los ‘70. La tarea del realizador se parece, en este punto, a la del grupo que retrata: el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF), vital, desde el regreso de la democracia, para restituir la identidad de las víctimas. Rodríguez Arias utiliza, por momentos, un tono aséptico, como si buscara reproducir en su procedimiento cinematográfico el del grupo científico. No se trata de un rasgo de frialdad, sino de necesaria distancia. El realizador sabe que transmitir ciertos datos irrefutables, como lo hace el EAAF, tiene, a esta altura, mucha más contundencia que cualquier declamación, por justa que sea. Modesto, casi impersonal -otro rasgo que lo vincula con el equipo de antropólogos- elige una estructura clásica dentro del género: cabezas parlantes, imágenes de archivo, fragmentos de otros filmes (como El último confín, de Pablo Ratto), con contenidos más que valiosos, a los que no les agrega artilugios formales, sabiendo que tienen su propio peso: dramático e histórico. El documental Tierra de Avellaneda, de Danièle Incalcaterra, ya daba cuenta, en 1995, del trabajo del EAAF, en un caso recordado en Buscadores... Una de las mayores virtudes del filme de Rodríguez Arias es mostrar cómo fueron variando las tareas del equipo y sus posibilidades científicas, así como las posiciones de los distintos gobiernos y las del resto de la sociedad ante esta tarea. La película elude el maniqueísmo, lo que no quiere decir que sea neutral, un concepto -y más en este caso- imposible. Tal vez hace propio el testimonio de una de las antropólogas que, al margen de su trabajo riguroso, confiesa la emoción que siente cada vez que alguien encuentra los restos de un familiar desaparecido. Ella, entonces, busca la foto que le otorgue identidad a esos huesos que fueron durante tantos años su objeto de estudio. Un acto de reparación, en más de un sentido.
Un documental de Miguel Rodríguez Arias que cuenta cómo y quiénes iniciaron la enorme tarea de intentar identificar los restos enterrados como NN en distintos cementerios de víctimas de la dictadura militar. Un pequeño grupo formó el Equipo Argentino de Antropología Forense en un contexto de una inseguridad aún reinante en los primeros años de democracia. Interesante, didáctica y conmovedora.
Héroes (de los) anónimos. Este documental de Miguel Rodríguez Arias es un austero pero eficiente relato sobre la historia del Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF). Sin dejar de ser didácticos y en poco más de una hora, los propios miembros del EAAF hablan de su trabajo, su metodología y sus logros en la búsqueda de la verdad, la justicia y la prevención de la impunidad. En tiempos donde en el género documental se tiende a la espectacularidad y donde muchas veces se pone al público en el medio de la incertidumbre de una investigación, el experimentado Miguel Rodriguez Arias (quien supo ganar en 1997 el Premio Iberoamericano Rey de España por el recordado ciclo televisivo Las patas de la mentira) se remite sólo a informar y deja que sus entrevistados sean los dueños de su propio relato e historia. Aquí no hay hipótesis a comprobar, ni la parodia detectivesca del periodista devenido en investigador. La austeridad intencional del director privilegia el contenido a la forma en un filme sin ambiciones estéticas ni panfletarias. Hoy, donde la información constantemente se contamina con subjetividades, este hecho es por lo menos, meritorio y rescatable. Valiéndose también de material de archivo, no cae, ni intenta caer, en golpes bajos para contar una parte nefasta de la historia argentina: los desaparecidos de la última dictadura militar, y cómo este equipo logró que algunos (538 personas) dejaran de serlo. "Perdona a tus enemigos, pero nunca olvides sus nombres", frase consejera atribuida a JFK que cobra sentido en esta película y que los militares argentinos de la última dictadura (de los que sí sabemos sus nombres pero difícilmente perdonaremos) no han cumplido, dejando un vacío en la vida de muchas familias que todavía buscan a sus hijos y a sus nietos. Sin embargo, como contraparte a tanto desprecio por la vida, existe un conjunto de personas que, gracias a esta película podemos conocer, que han humanizado su disciplina, que comparten el respeto por las víctimas y sus familiares, y ponen pasión a su trabajo. Un grupo de antropólogos y científicos que día a día trabajan para ponerles nombre y apellido a cajas que contienen huesos. En el final de este texto debo confesar que he cometido un error. El documental Buscadores de identidades robadas sí crea incertidumbre y es la misma que comparten los miembros del Equipo Argentino de Antropología Forense: ¿Quiénes son esos casi 800 cuerpos recuperados que todavía no se han logrado identificar?
Pasaron tantos años, y el asunto fue tan manoseado, que los viejos estremecimientos ante el hallazgo de fosas comunes y otras evidencias del horror a veces hoy parecen tamizadas por la política. Este documental de Rodríguez Arias revive aquellas emociones desde un lugar más noble y objetivo, el trabajo del Equipo Argentino de Antropología Forense, Eaaf. Aunque siempre se destacó su importancia, recién acá vemos la historia de esta organización. Cómo fueron sus primeros pasos, cómo surgió la idea que permitiría recuperar e identificar los cuerpos, el reemplazo de la pala mecánica por los delicados instrumentos de la investigación antropológica, el gran aporte de la Asociación Americana para el Avance de la Ciencia, y la llegada de hombres providenciales, como el forense Clide Snow. Lo convocó el gobierno alfonsinista cuando el Juicio a las Juntas, y se quedó tres años, hasta dejar un equipo plenamente formado. Morris Tidball, Erin Stover y Mary-Claire King, son otros nombres claves de aquel momento. Patricia Bernardi, Luis Fonbrider, Mercedes Doretti, Víctor Penchaszadeh y Alejandro Inchaurregui, algunos de los que tomaron la posta, siguen en la lucha y hasta brindan asesoramiento en otros países, empezando por Filipinas y media Latinoamérica. No falta el recuerdo de desentendimientos con funcionarios políticos o empleados de la Morgue Judicial, los vaivenes de algunos gobiernos, el paso enorme que significaron desde 1991 los análisis de ADN, primero en laboratorios de EE.UU. y Gran Bretaña, que colaboraron gratuitamente, y ahora en un laboratorio de Córdoba. El doctor Carlos Vullo es la figura de esta nueva etapa. Se cuentan algunos casos puntuales, como el de la hija de Estela de Carlotto, y se suman fragmentos de la película de Pablo Ratto "El último confín" (de lo mejor en estos temas), el registro de la multitud de esqueletos amontonados en San Vicente, noticieros de CNN (cuando todavía se mencionaba la cifra de "más de 10.000 opositores desaparecidos"), y hay hasta un bloque de "Almorzando con Mirtha Legrand", donde un joven forense explica en el living, sin que nadie lo interrumpa, los detalles de su trabajo. Hasta el momento, la Eaaf recuperó más de 1200 cuerpos de desaparecidos. Al cierre de esta película, 577 de ellos ya habían sido identificados.
Miguel Rodríguez Arias tiene una interesante trayectoria como documentalista con trabajos tanto en cine como en televisión. Lo suyo es el trabajo de investigación, el documental de estilo periodístico en base a temas de nuestra historia reciente, quienes recuerden sin ir más lejos El Nüremberg Argentino sabrán de lo que hablo. En Buscadores de Identidades Robadas el eje no cambia en absoluto, porque si bien hablamos del trabajo de un equipo científico interdisciplinario, no es uno cualquiera, y Rodríguez Arias lo deja bien claro. El Equipo de Antropología Forense lleva una tarea encomiable en varios aspectos, su importancia es imposible de resumirla aún en un largo cinematográfico. Tienen a su cargo muchísimos trabajos de investigación, reconstruyen las brechas sobre distintos hechos ocurridos en nuestro país, pero principalmente es reconocida su labor en la lucha por recuperar los datos faltantes sobre los desaparecidos durante la última dictadura militar, específicamente en el reconocimiento de cadáveres –huesos encontrados enterrados en los ex centros clandestinos de detención - y extracción de ADN para la comparación con familiares; y por supuesto también en la comparación de muestras para la recuperación de nietos. Arias extrae voces de diferentes ángulos, están quienes integran el equipo, quienes desarrollan las diferentes actividades, y cada uno cuenta un poco de historia y muestra su labor en palabras; hay científicos extranjeros que denotan un grado de admiración; y también están los “beneficiados” con el trabajo. También hace una reconstrucción de época desde el clásico material de archivo, en su mayoría ya visto otras veces, pero en una nueva composición que le da otro parecer. Buscadores... se ancla en los terribles sucesos del gobierno de ipso iniciado en 1976, en especial en sus últimos años; y las imágenes y voces de aquella época toman una relevancia importantísima comparándolas inteligentemente con el ahora. Por momentos pareciera que hablar del equipo de medicina forense es un poco una excusa para volver a esos años pero con la esperanza de un camino reconstruido, de haber “destapado” algo de lo que quisieron ocultar. Como sucede cada vez que se la ve, escuchar a Estela de Carlotto simplemente estremece, sus testimonios, sus palabras, son siempre las más valederas, y es imposible no ligarlas a una emotividad profunda. Hay una idea, no expuesta directamente, pero que ronda todo el film, la de cerrar viejas heridas internas a través de estos descubrimientos.De llegar a una verdad, terminar con años de ocultamiento y silencio, y eso de una vez de un descanso, un fin, a un reclamo por décadas no escuchado o negado. La sensación, por lo menos para quien escribe, y en boca de varios de los entrevistados es la de un sanjamiento parcial; encontrar al familiar desaparecido, reencontrarse con un nieto, tener el reconocimiento debido, y hasta ver el juzgamiento de los culpables da un reconforte inmenso, la idea de una justicia lograda muchos años después; pero igualmente hay heridas imposibles de cerrar, no solo heridas personales, sino sociales. Hay resquebrajamientos que ninguna ciencia puede sanar.
Miguel Rodríguez Arias ha cambiado buena parte de la historia de la TV cuando, allá por principios de los noventa, se despachaba con un gran trabajo de archivo en “Las patas de la mentira”. A partir de esa idea vimos infinidad de trabajos televisivos que usaron la base del formato para editar hasta las comas y transformar un chiste en un discurso político. Lo cierto es que el director innovó en un campo que no necesariamente era documental, pero sí formó parte fundamental del consciente colectivo. ¿Quién hubiera recordado si no lo de “dejar de robar por dos años” entre otras perlas? Más de 20 años después se estrena “Buscadores de identidades robadas”. Sin eufemismos y con la misma minuciosidad, con la que buscó material de archivo, Miguel Rodríguez Arias aborda toda la historia de la creación del cuerpo de antropología forense que, al principio por los familiares de los desaparecidos y luego por entes oficiales, impulsó el objetivo de identificar a las personas que fueron secuestradas, torturadas y asesinadas durante la última dictadura. Por suerte para el espectador toda esta información es entregada en orden cronológico y dentro del formato de entrevista-imágenes-material de archivo. Así nos enteramos de los comienzos en oficinas no más grandes que un cuartucho y la incorporación del antropólogo Clide Snow, quién luego formaría un equipo de excelencia para lo que vendría después. Los testimonios de quienes integran “el cardumen” (así llamados en los ochenta porque iban siempre en grupo) tienen la experiencia que da el conocimiento y el haber vivido todo en carne propia. Precisamente eso es lo que funciona en este documental. Hay lugar también para establecer el punto de vista. El comienzo es directamente una declaración de principios. Los primeros segundos muestran imágenes de fosas, pozos y esqueletos paneados vertical u horizontalmente. Mientras el audio es la estremecedora declaración de Jorge Videla hablando de los desaparecidos. Desde el punto de vista de la realización “Buscadores de identidades robadas” respeta a rajatabla el formato televisivo. En este punto no hay sorpresas, pero en definitiva estamos frente a un eslabón importante para revisar el pasado reciente.
The bloody truth: forensics rebuilding identities “Our goal is to inform. We want young people to know our history and the elders to remember it: this way, we will surely raise awareness. This is a didactic documentary. We’ve wanted to tell this story for a long time”, says Argentine documentary maker Miguel Rodríguez Arias about his film Buscadores de identidades robadas (Seekers of Stolen Identities), which accounts for the origin and development of the Argentine Team of Forensic Anthropology (Equipo Argentino de Antropología Forense – EAAF) which since 1984 has found and identified the remains of 577 persons disappeared during the 1976-1983 military dictatorship. So far, no other feature, neither fiction film nor documentary, has told the story Miguel Rodríguez Arias is now telling with remarkable precision. Buscadores de identidades robadas begins back in 1982 when the Grandmothers of Plaza de Mayo were trying to find a method to identify their grandchildren who had been kidnapped during the dictatorship. If these children could be identified, then eventually they could be returned to their real families. Initially, there were no scientific methods available to verify blood ties between grandparents and grandchildren. But in 1983 there were two events to be celebrated. On the one hand, the advent of the much sought-after democracy with President Raúl Alfonsín, from the Radical Party, as the new president. On the other, scientists from the US announced that a method to potentially establish the identity of disappeared persons had been discovered. Following a request from the Grandmothers of Plaza de Mayo, Raúl Alfonsín brought in US forensic anthropologist Clyde Snow, an expert in identifying corpses in criminal cases. Upon his arrival in Argentina in 1984, Snow and local anthropologists founded the Equipo Argentino de Antropología Forense. From the start, the results proved to be fruitful. It so happens that their first identifications of disappeared persons became essential pieces of evidence against the military juntas in the trials carried out in 1985, in which Snow himself testified. The entire process the EAAF is involved in consists of three major steps: a) the preliminary investigation of the case, b) the archeological exhumation of the remains, and c) the anthropologic and genetic analyses in order to identify the remains and provide elements needed to establish the cause of death. Furthermore, a major turning point was reached about eleven years ago when it became possible to get a sample of DNA from the bone remains, and thus it could be matched with the DNA from relatives of the disappeared. Ever since, the EAAF (a non-governmental organization that runs on state funds since 2009) has identified 577 persons out of remains belonging to 1,200 people. Such hard, valuable work has, in fact, gone beyond the frontiers of Argentina and was taken as a model and replicated in more than forty foreign countries. Buscadores de identidades robadas tells this story in a detailed and most meticulous fashion. Every single aspect of the processes undertaken by the EAAF is explained and shown to perfectly inform viewers of some essential realities our present needs in order to keep memory alive. Different interviewees talk about their work and how they feel about their tremendous and priceless task. They talk about the state of things at the very beginning, back in the early 80s, about how things have slowly changed for the better, and about the meaning of their work. Fortunately, what you get is not only information and cold statistics or technical details regarding the many stages of the process, but you can also appreciate the film’s humanistic gaze, its contemplative tone, the respect toward its material as well as the many uneasy questions and thought-provoking queries posed throughout the narrative. Fittingly enough, there’s the much-interesting archive footage (of the trials, newsreels, exhumations) and some recordings of the dictators’ most infamous words — uttered at public events. A potential problem a documentary with so much information can always have is to become tedious, repetitive or plainly confusing. None of that happens in Rodríguez Arias’ film: it is swiftly edited, very well narrated and it boasts the right tempo for all its contents to slowly sink into your conscience. For a didactic documentary, it’s as good as it gets. And while this is a film that never goes for a melodramatic approach (which would have been downright insulting and manipulative), it still is a work that conveys deep sentiment and stirs emotion. More than anything else, Buscadores de identidades robadas is a film about people, dignity and identity.