Baldosas de la ciudad Calles de la memoria (2012), el nuevo documental de Carmen Guarini, registra un fenómeno poco observado por el cine comprometido con la memoria de aquellos desaparecidos durante el último gobierno militar: las baldosas que les conmemoran con nombres, fechas, cargos y saludos; en fin, con identidades. La película va más allá de los lugares comunes y sus predecibles juicios morales al poner en reflexión la memoria y su representación. La película nace como un proyecto de investigación coordinado entre alumnos de un taller documental. Algunos de ellos están comprometidos con la causa, otros dicen con total honestidad que están hartos del tema, otros son extranjeros con poca idea del tema. “Ya viví esto en Chile,” dice una de las alumnas, apática. “Tienen mi colaboración pero no mi interés”. Lo que sigue es la crónica callejera de encuentros y entrevistas con los vecinos de las víctimas del terrorismo de Estado. Miran a cámara y opinan apasionadamente. Algunos husmean y se alejan con desprecio. Cada tanto los alumnos regresan al taller, a discutir cómo abordar la temática y cómo representar debidamente la memoria de los desaparecidos. Calles de la memoria posee una valiosa cualidad metafísica, a través de la cual vemos el texto de la película ir hilvanándose a medida que se la construye polémicamente. Los alumnos parten de una premisa sencilla –“las baldosas honran la memoria de los desaparecidos” – y proceden a reunir todo tipo de testimonios a favor y en contra de esta premisa, logrando así un documento diverso y auténtico que no cae en alegatos fáciles. La creación de las baldosas, por ejemplo, se muestra como un acto que puede ser tan noble como el la conmemoración de un héroe caído y tan mezquino como una reunión burocrática. Los comités integran a las escuelas, hacen pequeñas ceremonias, intercambian llamadas telefónicas enojadas con vecinos. Los documentalistas arman la película al ritmo de su proyección, cuestionando decisiones políticas y estéticas. Guarini no teme polarizar el tema e invita cuanto punto de vista encuentra con tal de enriquecerle y sostener el interés del espectador.
Puente entre pasado y presente ¿Es posible construir memoria sin anclarse en lo ya ocurrido? ¿Cómo hacer de ella algo activo y comunitario? Desde hace algunos años, los vecinos de Almagro y Balvanera, agrupados en la entidad Barrios x Memoria y Justicia, encontraron una posible respuesta colocando baldosas con inscripciones alusivas al accionar del terrorismo de Estado durante los años '70 en los diversos barrios porteños. El fin es mantener presente el pasado con miras al futuro: al fin y al cabo, si hay algo que caracteriza al nuevo film de la directora de Tinta roja y Gorri es poner en tensión el absolutismo de las temporalidades exhibiendo su relatividad. La voz en off de la primera secuencia explica la idea germinal del proyecto. Iniciado en el centro de un taller de documentales compuesto mayoritariamente por estudiantes latinoamericanos y españoles, el objetivo era poner en perspectiva la funcionalidad de esas baldosas, analizando la opinión de los transeúntes y el conocimiento y aceptación -o no- de los vecinos. Pero el entramado ético detrás del dispositivo empieza a complejizarse a medida que los jóvenes cineastas se cuestionan no sólo el accionar de los vecinos sino también el propio, y que las cámara se inmiscuye en la rutina del grupo vecinal, retratándolos en pleno debate del quehacer cotidiano. Así, esta suerte de documental sobre la confección de un documental que es Calles de la memoria traza un puente entre la militancia del presente y la del pasado. Y lo hace evadiendo lo museístico -una de los grandes dilemas de los vecinos es cómo hacer del pasado algo activo- pero también la entronización enceguecida.
Baldosas del recuerdo Desde hace siete años, en las veredas de Buenos Aires aparecen coloridas baldosas que señalan lugares donde fueron secuestradas, o vivieron, estudiaron o trabajaron algunas de las víctimas de la última dictadura militar. Calles de la memoria se centra en los creadores de este ingenioso homenaje: la agrupación Barrios por Memoria y Justicia. Y lo hace a partir de los ejercicios fílmicos de un grupo de estudiantes que cursó un taller de cine dictado por el cineasta Christoph Bell y la directora del documental, Carmen Guarini. Esta forma de abordar el tema es el punto débil de la película: la presencia de los estudiantes extranjeros nunca queda del todo justificada, ni siquiera con la voz en off de Guarini, que intenta ordenar narrativamente la situación. La idea primigenia, que quizá fue mostrar una mirada foránea, fresca y desprejuiciada, sobre un tema que los argentinos tenemos muy incorporado, no termina de cuajar, pese a haber interesantes momentos de tensión, como cuando una chilena, no precisamente pinochetista, declara estar “un poco harta” de la cuestión de la dictadura, tan abordada por el cine y otras artes en las tres últimas décadas. De todos modos, las andanzas de los estudiantes -que, por ejemplo, a modo de noteros de televisión, tocan porteros eléctricos y entrevistan a transeúntes para saber su opinión sobre las baldosas- se van diluyendo para dar paso a lo más sustancial, la actividad en sí de Barrios por Memoria y Justicia. Así, se ve desde cómo se planean los homenajes y se rastrea la información sobre cada caso, hasta cómo se fabrican las baldosas y se realizan los actos de colocación. También, los debates que se producen dentro del grupo y con los familiares de los desaparecidos, sobre a partir de cuándo considerar el inicio del terrorismo de Estado. Debates que, como la película, ayudan a enriquecer las consideraciones en torno a un tema sensible como la memoria.
Hay películas que nacen con grandes ambiciones y luego lucen empequeñecidas a la hora de apreciar su resultado final. Y hay otras, como es el caso de Calles de la memoria , que tienen un nacimiento casi fortuito y una producción más que modesta, pero que terminan con alcances mayúsculos. Lo que aquí comenzó como un ejercicio de carácter eminentemente pedagógico se constituye en un inteligente ensayo -pletórico de contradicciones y matices, lejos de la bajada de línea y los fanatismos tan en boga por estos días- sobre la construcción de la memoria, sobre esos puentes que se tienden entre pasado y presente, entre los militantes de ayer y los de hoy. A partir de un trabajo grupal en el ámbito de un taller con documentalistas iberoamericanos, la celebrada directora Carmen Guarini (objeto por estos días de una retrospectiva de su filmografía en la Sala Leopoldo Lugones del Teatro San Martín para acompañar este estreno) y sus alumnos/colaboradores registran el proyecto de Barrios x Memoria y Justicia, una muy activa asociación de vecinos de Almagro y Balvanera que instalan en esos y otros barrios porteños baldosas con inscripciones alusivas al terrorismo de Estado durante la última dictadura. Los realizadores consultan a los vecinos sobre el mayor o menor interés que esos homenajes/denuncias les despiertan y al mismo tiempo se interrogan sobre el lugar (y la ética) del documentalista que invade y manipula ámbitos muchas veces íntimos, pero que también da cuenta de actos de fuertes dimensiones sociales y políticas. En ese sentido, el film expone en toda su dimensión los debates internos, las diferencias generacionales y las implicancias emocionales de quienes idean, organizan y llevan a cabo estas iniciativas callejeras. Así, Guarini y su equipo construyen un doble estudio: sobre las nuevas formas de pensar y representar la memoria colectiva y sobre el cine dentro del cine.
Construcción colectiva El último film de Carmen Guarini se introduce en la acción de un grupo de vecinos de Almagro y Balvanera que lucha por conservar y honrar la memoria de los desaparecidos. Carmen Guarini, que asentó casi toda su obra en el ejercicio y los mecanismos selectivos de la memoria –desde Tinta roja y Jaime de Nevares, último viaje, pasando por H.I.J.O.S., el alma en dos, hasta Meykinof y Gorri–, una vez más aborda la temática del terrorismo de Estado, pero esta vez desde la iniciativa de un grupo de vecinos, Barrios por la Memoria, que desde hace unos años vienen interviniendo el espacio urbano con baldosas que recuerdan a los desaparecidos con nombre, apellido y si se conoce, la fecha en que fueron detenidos y luego asesinados por el aparato de terror que tenían montado los militares durante la dictadura. El objeto de interés del documental es entonces la acción concreta vecinal que lucha por conservar y honrar la memoria de los desaparecidos, pero Guarini complejiza la indagación sobre el tema por partida doble a partir de su experiencia como docente de un taller de documentales: por un lado lleva la cuestión a sus jóvenes alumnos que no vivieron la dictadura, pero además, los estudiantes son extranjeros, que en algunos casos no tienen registro de lo que pasó en la Argentina y otros, que vienen de países en donde los regímenes dictatoriales que sufrieron recién están empezando a ser abordados por la sociedad, como Chile, España y Brasil. Esta mirada generacional y si se quiere ajena, toma contacto con los vecinos que llevan adelante su labor en las calles y da como resultado el encuentro de otros significados y sentidos al ejercicio de la memoria. Las discusiones sobre cuál es el texto adecuado para cada baldosa, la participación en la elaboración del objeto en escuelas para que los chicos sean partícipes de la historia, los testimonios de vecinos y transeúntes en las veredas, todo eso está registrado en el film con los ojos "nuevos" de los jóvenes documentalistas extranjeros, que en el film completan el círculo cuando son filmados en pleno trabajo de campo. Es decir, la construcción de las baldosas va de la mano de la construcción colectiva de la memoria, y a la vez, se suman a la elaboración del documental, que por definición, es un documento para la posteridad. Inteligente, incisiva y a la vez profundamente reflexiva, el film de Guarini pone en tensión de qué manera se juega el ejercicio de la memoria en el día a día de una ciudad, una sociedad, que a veces tiende a negar el pasado y a veces, como lo que pasa con el trabajo de los vecinos de Balvanera y Almagro, recuerda de manera colectiva con la ambición de que el trabajo de concientización al alcance a todos.
El tema es la memoria. Un grupo de alumnos extranjeros en un taller de cine deciden investigar el pasado con los que fabrican las baldosas que recuerdan a los desparecidos en las calles. De esa interacción surgen experiencias, debates, un cruce de experiencias promovidas por la directora Carmen Guarini.
Nuestro ayer por las veredas El filme plantea un registro algo desordenado, por momentos caótico, en el que alumnos, docentes y vecinos de la ciudad opinan sobre una nueva forma de ‘registro’, que permite no olvidar parte de nuestra historia. La cineasta, documentalista y antropóloga argentina Carmen Guarini (a la que la sala Leopoldo Lugones, del San Martín, además de exhibir esta película, le dedicará una muestra retrospectiva), invita, nuevamente, a repensar el pasado de la Argentina, durante los años de plomo. EN LOS BARRIOS A un grupo de estudiantes extranjeros, les propone un taller de cine sobre la memoria y los invita a la búsqueda, de aquellas calles de nuestra ciudad, en cuyas veredas, se encuentran baldosas, en las que están estampados los nombres, de hombres y mujeres desaparecidos. Al comienzo de ‘Calles de la memoria’, una voz en off, dice que es llamativo que en una época en que se iniciaron los juicios a los causantes de las desapariciones, la ciudad recuerde los nombres de las víctimas a través de una serie de baldosas, ubicadas en veredas de distintos barrios, entre ellos, San Telmo (Escuela Otto Krause, Paseo Colón 650), Congreso (Ateneo de la Juventud, en Riobamba 165), Once y Almagro. El filme plantea un registro algo desordenado, por momentos caótico, en el que alumnos, docentes y vecinos de la ciudad opinan sobre esta nueva forma de ‘registro’, que permite no olvidar parte de nuestra historia. LOS ESTUDIANTES Lo que se dice y muestra resulta interesante, porque saca a la luz, la presencia de esas ‘baldosas’, que en su mayoría se pisan diariamente, sin saber bien qué significado adquieren para el hombre común. A la reflexión de una estudiante chilena, que luego del taller, dice que llevará la propuesta a su país, para que se haga lo mismo; o la visión de una joven brasilera, que se entera del valor que tiene esa baldosa ubicada en la puerta de la casa en la que vive con sus padres, en Almagro, se suman las voces de varias generaciones de porteños, a los que esos nombres impresos le resultan indiferentes, o le parecen una forma positiva de no olvidar el pasado. ‘Calles de la memoria’, también da cuenta de una cantidad de jóvenes y personas anónimas de escuelas, instituciones, o empresas privadas, que se dedican a hacer las baldosas y hasta a limpiarlas. A esto lon asumen los porteros de las viviendas, en cuyas veredas se ubicaron estas coloridas baldosas, con el nombre de una persona que sufrió aquella época incomprensible para la Argentina. Al terminar la película, nuevamente una voz en off, señala que el registro de las baldosas, es sólo una excusa para que la memoria se mantenga viva.
Sobre las diversas formas de evocación Parece que cada país elabora su forma de recuerdo. Desde 2008, en el frente de los colegios parisienses, unas placas negras dicen, por ejemplo, "A la memoria de los alumnos de esta escuela, deportados de 1942 a 1944 porque nacieron judíos, víctimas inocentes de la barbarie nazi y del regimen de Vichy. Más de 300 infantes de este barrio fueron exterminados en los campos de muerte. Nunca los olvidemos". Con placas blancas se evoca a los mártires de la Liberación: el lugar de Gare du Nord donde los alemanes fusilaron a ocho ferroviarios como represalia por un atentado, el de la Opera donde un improvisado teniente de 21 años defendió una esquina hasta la muerte, etcétera. En Toledo, camino al Museo del Ejército, podía recordarse el emotivo diálogo de despedida entre el coronel Moscardó, defensor del Alcázar, y su hijo condenado a muerte por los sitiadores, hasta que en 2010 la Ley de Memoria Histórica estableció el retiro de toda placa de homenaje a los héroes del franquismo. Tampoco hay, todavía, placas en memoria de sus víctimas. Ni en calles, ni en fosas comunes, nada. Un modo raro de ejercer la memoria. Francesas, españolas, esas placas fueron puestas por sus respectivos gobiernos. Aquí, en cambio, han comenzado a florecer baldosas ajenas a cualquier gobierno. Eso es algo interesante. Dedicadas a las víctimas de la represión entre 1974-83, son fabricadas por los familiares, compañeros y amigos de cada homenajeado, y se colocan en la vereda de sus casas, o por donde caminaban en el momento de su desaparición. Responden, eso si, a un texto común, donde se habla de "militantes populares", sin agregar grupo de pertenencia. Interesante, también, que sean coloridas, y que sean baldosas. Una expresión de vida, y una justa ubicación para tantos argentinos que caminan mirando el suelo. Carmen Guarini ("Jaime de Nevares, último viaje") acerca hasta nosotros a los impulsores de la idea (Barrios por la Memoria), algún grupo que está fabricando el homenaje a un ser querido, estudiantes extranjeros que toman esas baldosas como tema de investigación, se involucran con sus historias y/o sacan disímiles conclusiones, gente que pasa, vecinos que a veces se dan por enterados y otras, las menos, se dan por ofendidos. Será tal vez por eso que las placas no se ponen en las paredes. En resumen, un documental de tema nuestro y actual, que informa y de paso proporciona buenas reflexiones sobre las diversas formas de evocar el pasado y elaborar recuerdos, aunque algunos los pisen con indiferencia. Empresa productora, El Desencanto.
El documental de Carmen Guaraní que se presentó en la Competencia Oficial Argentina en el último Festival Internacional de Mar del Plata 2013, se estrena en las salas comerciales de Buenos Aires. Otra película sobre la dictadura Este es el primer prejuicio que surge al leer brevemente la sinopsis. Sin embargo, no es una película más. El tema que se trata es la memoria y se hace a través de un objeto simbólico y nuevo en la ciudad de Buenos Aires, las baldosas conmemorativas. Esta búsqueda hace que ese prejuicio, común en nuestra generación de nacidos en los ochenta, se derrumbe. Por supuesto que el dolor, las historias y la memoria aparecen, pero lo hacen desde otro lugar. Los personajes que participan en el armado y distribución de las baldosas tienen un pasado de lucha y militancia, sin distinción partidaria, que se conmemora en este acto tan simple como simbólico que son las baldosas las cuales terminan generando un trabajo de taller por las escuelas en donde los alumnos participan en el armado de estas como otra manera de aprender, recordar y crecer. Los alumnos extranjeros de la escuela de cine que van surgiendo al principio buscan testimonios en la personas sobre las baldosas. Esta búsqueda es doble, ellos como foráneos, entender mejor y acercarse a la temática; y el otro, el argentino, poder volver a pensar sobre ello. La memoria sirve para poder reflexionar nuevamente los eventos del pasado pero con una mirada mejorada, no nueva, sino con mayor experiencia. ¿De qué trata el documental? Esta es una pregunta que me hice durante toda la película. Al principio, y sólo por el nombre uno puede asumir que se trata de las baldosas que recuerdan a los desaparecidos durante la última dictadura argentina en los setenta. La relación obvia a partir del poster. Las primeras secuencias, narradas por la directora, nos muestran a los alumnos extranjeros de la escuela de cine trabajando sobre un tema propuesta en clase, la memoria. Allí comienzan a investigar acerca de la dictadura y el documental tiene un giro interesante porque muestra a estos alumnos buscando hacer un documental acerca de la memoria y la dictadura. Luego aparecen las baldosas y los personajes detrás de estas. El documental tiene dos capas. uno con los alumnos y otro con el documental que preparan acerca de las baldosas y su memoria. Pero esta propuesta nunca termina de estar clara. A los treinta minutos se pierden los alumnos y su documental y se centra en los personajes detrás de las baldosas con sus vidas y su lucha. Conclusión Es un tema interesante por el giro que toma a partir de la idea de otra película acerca de la dictadura lo cuál, en el fondo no lo es. Para un documental de una hora, el gran cuestionamiento a hacer sería este acerca de la línea que toma en donde parece no tener un cierre en el final. Por lo que tampoco puedo estar de acuerdo con las loas de la sinopsis.
El recuerdo paso a paso ¿Será el contexto aquel espacio donde se delimita la memoria? O ¿puede ser la memoria la que resignifique el contexto? Lejos de encontrar una respuesta inequívoca cuando se trata de construir el errático mecanismo de la memoria y el recuerdo se está en presencia de un proceso que no acaba jamás; un fragmento flotante del pasado conectado con una Historia y muchas pequeñas historias a su vez entrelazadas y dispersas, que luchan denodada y desigualmente contra dos enemigos invisibles: el olvido y el tiempo. ¿Cuándo hay tiempo para recordar mientras la vida transcurre? Esa pareciera ser una excusa que esgrimen aquellos que no quieren recordar y a partir de esa negativa y de su contrapartida activa, múltiple, contradictoria, emocional es que se abren las puertas a la reflexión sobre la representación de la memoria desde la imagen y desde el imaginario social, elemento unificador de esta experiencia documental de la realizadora Carmen Guarini, Calles de la memoria, proyecto que se concreta gracias al apoyo para documentales digitales del INCAA y que se exhibirá en la Sala Lugones del teatro Gral San Martin como parte de una retrospectiva de la directora, quien junto a Marcelo Céspedes crearon en 1986 (al regresar al país democrático de 1983) Cine ojo. La originalidad de esta obra obedece en primera instancia a la manifiesta intención de exponer el proceso creativo de un grupo de estudiantes extranjeros de un taller documental bajo la consigna de registrar la puesta en escena del paisaje urbano en el que comenzaron a aparecer en determinados barrios baldosas conmemorativas de los desaparecidos. Cada una de ellas pertenecientes a una identidad, con su fecha en el momento de su desaparición y con alguna alusión breve hacia su persona o rol social. La iniciativa responde al trabajo de un conjunto de personas que integran Barrios por la memoria, encargados de un minucioso trabajo de investigación y de la elaboración y confección de las baldosas, quienes siguen soportando a veces la indiferencia y otras el enojo de transeúntes o vecinos que no desean ser invadidos ni confrontados con el pasado, ni mucho menos con los reflejos del terrorismo de Estado. Paradójicamente hay quienes pisotearon las identidades porque gran parte de la historia argentina reciente nace y muere en las calles; en los rincones de algún barrio por donde transitaron miles. Carmen Guarini deconstruye el proceso de la memoria al utilizar la distancia y la aproximación como elemento dialéctico y lo más significativo es que los protagonistas sean estudiantes extranjeros con miradas nuevas ante un fenómeno social que les resulta ajeno desde su propia historia pero no indiferente al comprometerse desde su propia subjetividad con el entramado creativo y problematizar la representación. Esa problematización de los estudiantes también encuentra sus aspectos refractarios en los interesantes debates entre los actores sociales involucrados, en los que lejos de enfrentar una verdad única y aglutinante aparecen muchos matices y reflexiones que enriquecen el camino elegido por la directora. En un segmento de este interesante viaje por los andariveles de la representación se arriesga la idea de que la sumatoria de muchas partes no representa el todo sino que precisamente obligan a que la búsqueda por abarcarlo no cese nunca. Mientras esa búsqueda persista como el mismo recuerdo para ganarle al olvido valdrá la pena el esfuerzo, el dolor que implica recordar así tiene sentido y trascendencia.
Carmen Guarini es una de las grandes documentalistas argentinas. En este film muestra a un grupo de alumnos de cine extranjeros registrando e investigando cómo se confeccionan esas baldosas que, en las calles de Buenos Aires, recuerdan a los desaparecidos. Sin acentos aleccionadores, solo con el registro del descubrimiento mutuo de una historia, Guarini permite una reflexión respecto de los modos de la memoria que exceden el contexto político y se vuelve universal.
Argentina’s past aches in Calles de la memoria “The theme of memory and its many ways of representation it’s a theme I’ve tackled in almost all my films. For us, Argentines, it’s been a very painful topic for quite some time. Every now and then, events in our recent history — and in our not-so-recent, too — trigger a much-needed reactivation of memory. In tune, the strength of the prevailing human rights movements has been expressed by different means, encompassing both ethical and aesthetic issues,” says Argentine documentary-maker Carmen Guarini about her new outing Calles de la memoria (Streets of Memory). And she adds: “This film not only recuperates the experience and knowledge of groups of anonymous men and women who fight against forgetting so many deaths and disappearances, but it also poses questions as to how memory is represented.” In Calles de la memoria, a group of foreign students attending a documentary workshop in Buenos Aires is asked to explore one of the most recent and visible ways of publicly representing memory: flagstones on the sidewalks of many neighbourhoods in the city with names of men and women who were disappeared during the infamous 1976-1983 military dictatorship. None of the students is knowledgeable about the subject, and thus the stories and situations they begin to learn about are very foreign to them. So they first get to know the people who make the flagstones, that is to say who they are, where they come from, and what their particular stories are. At the same time, the process of making the tiles is also being recorded. This way, the documentary also becomes a film essay on how images are protagonists in the reconstruction of the past. But it’s not only about the representational nature of images. Images — in this case the coloured flagstones — are also excuses to conduct brief, assorted interviews with neighbours and passers-by. Their diverse opinions about the laying of the tiles on the sidewalks where victims of the dictatorship lived are, in fact, representative of how Argentine society at large has been dealing with those dark years up to the present. At first, you’d think that most people would want to remember so much carnage just to make sure it won’t happen again. But you’d be dead wrong: in too many cases, the opinions and ideological points of view tend to favour oblivion and comfortable numbness. Some just don’t care, because it’s something that happened too long ago. Others don’t know much about it all, and couldn’t care less — which is even worse. Indifference can be deadlier than anything else. Others certainly do know, but would rather not make any comments. They just won’t talk. And there are some, of course, who don’t want to see any flagstones at all — least of all near their buildings. On the other hand, there are some who not only truly care, but also want to do as much as they can do to keep memory alive. That’s the case of the people of Barrios por la memoria, who have been doing a tremendous, most significant work by having found yet another way to represent through images — flagstones are indeed images — a part of the Argentine story that has healed only in part. Because behind each flagstone there’s a story and remembering that one story is doing justice to every single disappeared. Fortunately, there are many who feel the same way. There’s a middle-aged man interviewed who says that memory is pain, and so it’s better to forget. But he promptly adds that, in cases like these, it’s mandatory to remember. Even if it is painful. There’s a young man who believes that the worst you can do is to forget. He says you have to remember things because otherwise you won’t learn from your mistakes. Or from the history of your own country. If you don’t know your past, how can you understand your present and think of a possible future? There are also many other anonymous men and women who support the project, even if they don’t have any friends or relatives disappeared, or if it all happened long ago when they weren’t even born. There are, in fact, many people who won’t settle for oblivion. So in their quest to keep memory alive, Barrios de la memoria and the documentary Calles de la memoria surely take more than important steps in the right direction. In the hands of a lesser talented filmmaker, a documentary of this type would have probably been sentimental, manipulative or simplistic. But Carmen Guarini smartly eschews these potential problems, and instead goes for a reflexive approach where emotions and feelings do matter, but they are somewhat restrained as not to go over the top. The tone is assured, but needs no stridence to reach viewers. Calles de la memoria is a documentary that certainly knows what it wants to say, but better yet, it knows exactly how to say it as to make a real difference.