Regreso al no lugar La escasa información que define el universo de este segundo opus del director Nicolás Grosso (La carrera del animal -2011-) no es ningún impedimento para que Camino de campaña -2014- gane rápidamente el interés del espectador y alimente sus ganas de querer saber algo más de las vicisitudes de los personajes.
Segundo largo del realizador, que fue premiado en BAFICI con su anterior LA CARRERA DEL ANIMAL, la película toma como eje el regreso de Agustín (Agustín Ritano) a su pueblo natal a presentarse en un juicio, acusado del asesinato de sus padres tiempo atrás. Una vez allí se cruza en su camino Leila (Valeria Blanc), una mujer que también tiene un pasado en apariencia complicado, viene de una situación algo extraña (estuvo en un monasterio junto a un grupo de monjas, entre otras cosas) y empiezan a tener algo parecido a una relación en medio de la investigación del caso policial que lo involucra. Sin embargo, Grosso no parece demasiado interesado en los vericuetos policiales del asunto sino, más bien, en explorar las sensaciones de los personajes –especialmente Agustín, en la piel del siempre sólido Ritano– respecto al lugar, un pueblo en el medio del campo en el que nunca parece pasar nada, y entre ellos mismos. Parca en cuanto a diálogos y, si se quiere, fría en su tono, CAMINO DE CAMPAÑA es una nueva muestra del estilo personal de Grosso, cuyas referencias parecen más cercanas a las de cierto cine de autor existencial de los ’60 (Antonioni podría ser uno de ellos) que al naturalismo que usualmente acompaña a este tipo de relatos de hombres que retornan a sus pequeños pueblos de provincia. La apuesta es difícil, compleja y no siempre redonda, pero si hay algo que se agradece en el filme es la búsqueda de un lenguaje personal, alejado de todos los convencionalismos, tanto del cine comercial como del “relato de pueblo chico” que se ha vuelto, casi, el nuevo cliché del cine latinoamericano for export.
Enigmático film en el valle de Punilla Tras La carrera del animal (ganadora de la Competencia Argentina de la edición 2011 del Bafici), Grosso se trasladó a un pueblo cordobés en pleno valle de Punilla para narrar una historia de connotaciones policiales y románticas. Agustín es un treintañero que regresa al lugar luego de una larga ausencia para someterse al juicio por la sangrienta muerte de sus padres. Leila (Valeria Blanc) también llega a la zona, pero escapando de traumáticas relaciones familiares. El punto de partida es enigmático, inquietante, pero el director prefiere no ser demasiado explícito, opta por no profundizar ni mucho menos resolver los conflictos ni los misterios que plantea. Y esa omisión, ese escamoteo, puede resultar un poco frustrante, sobre todo para un público que busca un cine más clásico. De todas maneras, la indudable capacidad de Grosso para la puesta en escena y la construcción de climas de llamativa densidad, las impecables actuaciones (sobre todo la del protagonista, Agustín Rittano) y el aprovechamiento dramático de los exteriores (especialmente los bosques en escenas nocturnas) hacen de Camino de campaña una película que se sigue con bastante interés.
Tiempo y espacio En Camino de campaña (2014), estrenada en el 29 Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, Nicolás Grosso vuelve a trabajar sobre dos temas que parecen ser los que rigen su obra y más lo perturban: el tiempo y el espacio en medio de una situación familiar conflictiva. Agustín (Agustín Rittano) regresa a su pueblo para ser juzgado por el asesinato de sus padres. Mucho no sabemos de su pasado, ni siquiera si es culpable o inocente del hecho que se lo acusa. Situación que en un punto solo sirve como anécdota del relato. Al llegar se cruza con Leila (Valeria Blanc), una joven muchacha, que huye de lo que se supone podría ser un problema familiar o una relación prohibida. Pero esto tampoco será determinante en la historia, sino otra excusa para hablar sobre los dos tópicos con los que parece estar obsesionado el joven realizador premiado en BAFICI con su ópera prima La carrera del animal (2011). Lo que podría ser un relato policial sobre un parricidio, o un drama psicológico sobre una mujer en crisis, o hasta el retrato pintoresco del pueblo chico convertido en infierno grande, muta en una exploración sensorial sobre lo que les pasa a ambos personajes en un tiempo y espacio determinado. Ambos están ahí forzados por una situación, no fueron por simple elección, sino que fue un hecho fortuito el que los obligó a llegar al lugar. A partir de ese cruce casual es cuando la película deja de lado el camino que en un principio parecía seguir y se desvía hacia otro. De la misma forma que lo hacen los personajes. Camino de campaña es el recorte de ese momento y no hay que buscar más allá de lo que propone. Grosso toma riesgos estéticos y narrativos y es en ese punto donde la película crece y se aleja de los lugares comunes. La cámara explora el espacio, un lugar árido y seco, casi sin habitantes. Lo muestra en su plenitud sin la necesidad de buscar belleza ni forzar que la haya. Es como si fuera la visión de un intruso que bien podría ser la de los propios personajes que van redescubriendo un lugar que reconocen pero les resulta extraño. Camino de campaña se nutre más que de diálogos de gestos, miradas y hasta del uso del fuera de campo para describir los personajes y sus acciones. Hay un gran trabajo de cámara y en la dirección de actores para evitar caer en el exceso y medir hasta el más mínimo detalle. Sorprende Agustín Rittano en una composición despojada de todo clisé. De la misma manera que lo hizo en La carrera del animal, Grosso vuelve a demostrar que tiene un extraño virtuosismo para trabajar el espacio y el tiempo, que viene acompañado de una sensibilidad para retractar personajes en crisis sin la necesidad de ahondar en ellas.
Relato atípico para el típico pueblo Apoyándose en las buenas actuaciones de Agustín Rittano y Valeria Blanc, el realizador construye un film arriesgado y frágil, que evita tanto el registro hiperrealista de tanto cine independiente contemporáneo como la tentación de la alegoría. El segundo largometraje de Nicolás Grosso (La carrera del animal), presentado hace dos años en Competencia Oficial en el Festival de Mar del Plata, puede definirse tanto por los detalles específicos de su relato como por todo aquello que esconde, por lo que no aclara o deja transcurrir a través de un filtro opaco. Esa narración elíptica, llena de pequeños o grandes huecos (que parece, por momentos, deudora de algunos recursos de la gran cineasta francesa Claire Denis), hacen de Camino de campaña un film aparentemente misterioso, marcado por una necesidad de construir las idas y vueltas de los personajes no a partir de sus avatares sino por un universo que los contiene y moldea. Pero si en los primeros minutos esa sensación persiste y se potencia, la misma película se encarga de desmentirla: no hay tal misterio, apenas un registro mentirosamente frontal que elimina algunos de los placeres instantáneos del clasicismo narrativo y los reemplaza por puntos suspensivos que hacen de los personajes seres definidos por sus acciones, nunca por una psicología construida férreamente desde el guión. El perro que es matado a tiros en una de las primeras escenas instala el tono de una violencia usualmente fuera de campo –insinuada, intuida– que atravesará los casi noventa minutos de metraje.La historia es la de dos retornos paralelos y simultáneos a un pueblo del interior (aparentemente bonaerense): el de Agustín (Agustín Rittano), quien regresa luego de mucho tiempo al terruño para definir judicialmente una causa de aparente gravedad, y el de Leila (Valeria Blanc), una joven silenciosa y enigmática que esconde un pasado en ese sitio y un presente en algún otro lugar indefinido. El cruce y choque entre ambos –alejadísimo de cualquier idea de romance en ciernes, al menos en el sentido tradicional del término– tardará en llegar, empujado por el conocimiento mutuo de terceros, una galería de personajes que especifica aquello de “pueblo chico, infierno grande” no a partir de la caricatura o el costumbrismo, sino más bien por una sensación de agobio endogámico, de relaciones inconclusas, de rencores y heridas abiertas. Y de una ligera animalidad que puede sospecharse por la urgencia con la cual los cuerpos se enfrentan al goce o a la agresión. Familias disgregadas, hijos e hijas biológicos y putativos, relaciones laborales que se confunden con otras más personales, amistades que se definen no tanto por el conocimiento profundo y la confianza como por un fatalismo apenas cariñoso.La decisión de Grosso de acompañar esa opacidad narrativa con encuadres no siempre previsibles parece la más acertada: la cámara puede iniciar un prolijo y elegante travelling para terminar en una postal desequilibrada, de cuerpos amputados por los límites del cuadro. Algo similar ocurre con el uso del sonido (que en una escena climática se apaga hasta casi desaparecer) y los diálogos, que en varias ocasiones describen aquello que el espectador nunca llegará a conocer. Las constantes elipsis en tiempo presente eliminan de cuajo la posibilidad de la causa-consecuencia directa. Aunque no en todos los casos: cerca del final, el film provee la posibilidad de una clausura a algunos de los conflictos centrales, aunque abiertos a toda clase de posibilidades. La reconstrucción del hecho por el cual se encuentra imputado el protagonista masculino no ilumina hechos; por el contrario, esa ficción dentro de la ficción replica los elementos de luz y oscuridad, de verdad y mendacidad, que delinean y delimitan a los personajes.Durante el recorrido circular de Agustín y Leila por el pueblo –que el diseño de arte prefiere poblar de caminos de tierra, trenes abandonados y baldíos invadidos por la maleza– el tono de algunos de los actores secundarios parece estar en un problemático fuera de registro, introduciendo un elemento de falsedad que, por momentos, amenaza con romper el hechizo que el realizador intenta construir con denuedo. A pesar de ello, Camino de campaña es un mucho más que promisorio segundo esfuerzo, un film arriesgado y frágil que evita tanto el registro hiperrealista de tanto cine independiente contemporáneo como la tentación siempre presente de la alegoría.
Nicoás Grosso es un joven cineasta que ya ha tenido un impacto importante en festivales locales cuando su película "La carrera del animal" ganó la Competencia Argentina en 2011 en BAFICI. En esta oportunidad, llega a salas "Camino de campaña", también presentada en distintos festivales (Mar del Plata), buscando consolidar el perfil de Grosso como realizador y guionista. La historia que presenta es la de un regreso, sin gloria... Agustín regresa a su pueblo luego de haber pasado muchos años alejado y las circunstancias no son las mejores: está acusado de haber matado a sus padres y espera el juicio que demuestre su culpabilidad o inocencia. En el pueblo, todos parecen saber, lo que cual hace que su regreso y tránsito por ese lugar sea potente y expectante: ¿Cuántas cosas no se dicen pero se actúan en un pueblo chico?¿Por qué el lugar de la palabra es tan lejano e inaccesible en determinadas zonas de nuestro país? Estas simples preguntas orientan el análisis de este camino, un retorno donde Agustín (Ritano) no estará solo, ya que una mujer también reservada (Valeria Blanc) comenzará a tallar en sus sentimientos, llevando la angustia y tristeza a niveles incómodos para el espectador no entrenado en este tipo de ritmos. Como todo producto hecho con módicos recursos, Grosso se apoya en los paisajes y silencios para enmarcar su historia. Ofrece una generosa mirada a la construcción de los vínculos dentro de ese marco pueblerino, lleno de códigos propios y desplazamientos cansinos. Hay extrañeza, dolor contenido, pasión y búsqueda de redención. Cuando charlamos con el director (a quien entrevistamos en nota aparte), el decía que había una conexión con su film anterior ("La carrera..."), en términos de que "Camino de campaña" también bucea sobre la desafección al núcleo familiar y el pasaje por estos espacios de tanta tensión contenida. Aquí, se percibe la capacidad y riguriosidad profesional de Grosso para llevar adelante su idea con pocos recursos materiales, explotando al máximo los escenarios naturales y las condiciones de su elenco. "Camino de campaña" parece esos desvíos que uno en vacaciones toma, estando en el interior, y encuentra universos que no tienen nada que ver con el propio, siendo que lo citadino y lo rural hacen fuerte contraste. Si estás dispuesto a conocer un cineasta diferente, tenés que adentrarte en la sierra Cordobesa a vivir la historia que Agustín te cuenta. Su estructura narrativa está lejos del cine comercial convencional (siempre lo repetimos porque después los espectadores mainstream se enojan cuando siguen nuestras recomendaciones), pero hay que reconocerle claridad en lo que cuenta y nobles armas para sostener la trama a lo largo de su extensión. Creo que a pesar de que aparece poco en las salidas del fin de semana, el cine nacional pugna por ocupar un espacio en la cartelera que el público rehúsa darle. "Camino de campaña" es otra oportunidad más de acortar esa brecha a través de una experiencia cinematográfica diferente.
No hay nada explícito acerca de por qué Agustín llega al pueblo serrano, y cuando la razón da a conocerse (la acusación de parricidio), la película ya naufraga en un remanso de sordidez. Es que no hay nada definitivo en Camino de campaña; se mueve a un ritmo propio y es una película sin acentos. Al inicio, tras una breve escena de cacería humana, Camino... se estanca en un morbo de morosidad, al estilo de los films de Lisandro Alonso. Pero pronto los breves intercambios entre el regresado Agustín y los lugareños dan una cuota de dulce indiferencia pueblerina. Es en ese realismo donde el film pisa firme y halla su propio idioma. A la figura del regresado se la emparda con Leila, una chica que, en modo inverso a Agustín, llega al pueblo sin conocer nada. Cada personaje tiene su propio camino y el hecho de que en alguna instancia se crucen parece más un producto de la inevitabilidad que de la atracción. Que la película no genere empatía no es algo que pueda calificarse como débito; parece, más bien, una estrategia del director Nicolás Grosso, cuya conciencia del punto de vista recuerda mucho a Juan José Saer.
Por un lado, Agustín (Agustín Rittano), quien vuelve a su pueblo natal, esperando la sentencia por el asesinato de sus propios padres. Por otro lado, Leila (Valeria Blanc), una fugitiva que llega al mismo poblado, también por cuestiones vinculadas a su familia. En aquel contexto de sierras y de calma, será inevitable que ambos terminen conociéndose y que comiencen una relación que lo cambiará todo. Tras La Carrera del Animal, su ópera prima, Nicolás Grosso vuelve con su segundo largometraje. Aquí se centra en dos personajes que huyeron de su entorno (en el caso de Agustín, de una manera más extrema) y que ahora deben quedarse allí y esperar. Una espera que producirá momentos incómodos, de tensión, de violencia. La búsqueda del director pasa menos por el efectismo y más por crear un pequeño drama climático, contemplativo, en donde el pasaje serrano de Córdoba funciona como una especie de Purgatorio para estos seres torturados. Otro logro de la película es el nivel actoral, sobre todo el de la pareja protagónica. Rittano y Blanc logran empatía con el espectador, quien de a poco irá descubriendo más sobre sus personajes. Camino de Campaña podría haberse conformado con ser un thriller, o un drama combinado con thriller, pero Grosso opta por un enfoque menos convencional, más íntimo. Una propuesta que tendrá adeptos y detractores, pero la búsqueda artística sigue siendo atípica y llamativa.
CONTRADICCIONES VUELTAS SOMBRAS “A mí seguro que no me conocen pero a la historia sí”. La frase de Agustín está muy lejos de la trivialidad o del azar; por el contrario, encierra en sí misma mucho más que el tema de la película: devela la lógica de su construcción. En consecuencia, en Camino de campaña se produce un quiebre, un pasaje desde la importancia del tema en sí hacia los elementos para desarrollarlo. Ya no se trata tanto del regreso de Agustín a su pueblo para ser juzgado por el presunto asesinato de sus padres (y del revuelo que el hecho pueda generar en un lugar donde todos se conocen), sino de ese tiempo de espera del protagonista en el cual aguarda la llegada de su abogado y del juicio, se reencuentra con algunos viejos amigos o se cruza con nuevos vecinos del pueblo. A través de un marco minimalista y de un tono reticente y hasta quizás algo esquivo, la película está elaborada a partir del trabajo de las tensiones: por un lado, asociadas al misterio o a la incógnita; por otro, ligadas al plano sexual pero siempre puestas al servicio del juego entre su estado latente y la posible concreción. De esta manera, el director Nicolás Grosso dispone de los elementos en un espacio alejado, con poca población y regido, en su mayoría, por la oscuridad de la noche; características que favorecen la creación de una atmósfera de fuerzas contrapuestas. Sin embargo, a lo largo del filme, la dicotomía de la frase del protagonista se diluye: ya no se trata de una tensión entre dos fuerzas, sino de la pertenencia a un mismo universo confuso, olvidado y oscuro, que acaba por convertirse en algo agobiante. Como ese camino que promete el título y que, con el paso del metraje, se vuelve cada vez más pantanoso y lejano. Por Brenda Caletti redaccion@cineramaplus.com.ar
Nicolás Grosso es el director y guionista. Es interesante lo que provoca la llegada de un hombre, ausente de un pueblo por seis años, cuando regresa para ser juzgado por el supuesto asesinato de sus padres. Con final abierto y tensión, violencias y sospechas.