Bienvenidos a la ciudad de la locura Un trabajo observacional (la variante más clásica, más pura, más directa, menos "experimental" del documental, hoy tan denostada por los cultores del "documental de autor") resulta en estos tiempos una verdadera rareza: mucho plano fijo (cuidados, expresivos, inteligentes) para exponer las contradicciones, los contrastes, los vertiginosos cambios, la decadencia y la belleza que, a pesar de todo, subsiste en el centro porteño. El talentoso director de París, Marsella logra transmitir la melancolía, la sordidez, el patetismo, el vértigo o el hacinamiento que dominan a la zona en muy distintos horarios. Martínez elige a los vacíos salones de la ex galería Harrods como signo de los tiempos: una tradición más (y van...) que se pierde, mientras en los alrededores crece la deshumanización y la degradación. De todas maneras, la austera, sobria propuesta del realizador (no hay testimonios a cámara, no hay énfasis ni subrayados) evita caer en el miserabilismo, en el amarillismo. Por allí se ve al pasar a los niños de la calle, a los homeless, a los cartoneros, a algún pervertido apresado por la policía, pero aquí estamos muy lejos de esos realities televisivos obscenos en su sensacionalismo. El resto son oficinistas, comerciantes, evangelistas, turistas y miles de buscavidas que pululan por allí. Martínez -que se pasó casi tres años ligado a este proyecto- construye algunos planos formidables (hay también algunos intrascendentes), que retratan en toda su dimensión a la Buenos Aires cosmopolita, subyugante y agresiva a la vez, con su bella arquitectura de cúpulas de antaño, con su tensión racial y con su incontrolable polución visual. No estamos, como decíamos al comienzo, ante un documental "revolucionario", pero Martínez (mérito de su capacidad de observación) logra hacernos redescubrir una zona por la que transitamos a diario, pero que evidentemente no sabemos mirar.
Sebastian Martínez ubica en Centro al espectador como base fundamental del relato. Este documental muestra imágenes del día a día del centro porteño (sin entrevistas ni voces en off “didacticas”)...
Sebastian Martínez ubica en Centro al espectador como base fundamental del relato. Este documental muestra imágenes del día a día del centro porteño (sin entrevistas ni voces en off “didacticas”)...
En Centro, el realizador Sebastián Martínez (París Marsella) retoma el género documental, no para seguir los pasos de alguien, como hiciera con Cortázar y su mujer Carol Dunlop, sino la vida de un lugar, o de varios. Precisamente se concentra en las calles Lavalle y Florida, uno de los emblemas más importantes del centro de Buenos Aires. Sus negocios, su gente, todo eso se refleja en pantalla durante estos 90 minutos. Se trata de una película nostálgica. Hay mucha participación de gente mayor, recordando tiempos pasados que, por supuesto, para estas calles fueron mejores. Los ejemplos pasan desde la tienda Harrod's, rememorada a través de fotos en sus épocas de gloria, pasando luego a un presente testigo de su estado derruido, hasta una clásica barbería por la que en su momento pasaron grandes del espectáculo pero que hoy solo vive de recuerdos. El costado de crítica social también tiene su espacio, negar a los niños que día a día revisan la basura es esconder aquella realidad contrastante de ese cruce, en el que el hambre de los más pobres convive con los momentos más felices, como el de la pareja grande y humilde que se casa en el Registro Civil. Ocupa un lugar muy importante el cine en esta sinfonía. Los únicos datos que permiten situarnos temporalmente, en un principio, son los afiches de las películas. Si los primeros minutos hacen pensar que se trata de "un día en el centro de Buenos Aires", son los pósters de diversos meses los que evidencian que no es así. Para cerrar, hay un último punto a destacar de esta recomendable película y es una crítica al cine comercial y al estado actual de nuestra industria. Dos señores recuerdan viejos tiempos de Lavalle a partir de la cantidad de cines que había. Nombrando uno atrás de otro llegan a veinte, solo en una calle, y se lamentan al pensar que hoy hay tan solo 17 salas repartidas en solo dos complejos. Como si fuese en nombre de Sebastián Martínez y de todos los que participan de festivales como el Bafici o de circuitos de distribución alternativos, uno de ellos dice: "los americanos tendrían que haber enseñado algo más que vender pochoclo". Nosotros pensamos lo mismo.
Lo que pudo haber sido y no será Este documental sinfonía (así se denomina a aquellos proyectos que pretenden retratar a la metrópolis) presentado en la edición número 12 del Bafici tiene como eje el centro porteño en los alrededores del Obelisco y como epicentro la calle Florida. Con una buena edición en el montaje de imágenes que se yuxtaponen y buscan relacionarse, por un lado dialécticamente y por otro simplemente a partir del contraste, por ejemplo movimiento y quietud; ruido y silencio, el film de Sebastián Martínez nunca pierde la brújula y se ocupa de una arista tan visible de la ciudad de Buenos Aires, con su fauna variopinta de vendedores, transeúntes apurados, evangelistas y viejos fantasmas que no la abandonan que, vista en detalle, parece ajena pero gracias a la capacidad de observación del realizador recupera el sentido del conjunto. Ese es el mayor mérito -más allá de los valores estéticos y la armonía en los planos- de su director, que no cayó en el atajo facilista de la mirada turística o “for export” sino que penetró en lo más recóndito, lo más sucio y lo más decadente; la radiografía cruel que nos sigue representando como el país tercermundista que somos donde lo marginal se escurre en cada rincón de la urbe ante la indiferencia de los ojos apurados que prefieren mirar hacia abajo. En Centro, la cámara de Martínez hace todo lo contrario: mira y observa de frente aunque lo que encuentra no es precisamente una postal bella sino la imagen de lo que pudo haber sido y no será.
Imágenes porteñas La película de Sebastián Martínez propone un recorrido por las calles Lavalle y Florida a partir de una interesante composición audiovisual. Centro (2010) expone y sintetiza las contradicciones de nuestra urbanidad. Cuando fue presentada en la Competencia Internacional del BAFICI 2010, Centro fue comparada con Berlín: Sinfonía de una ciudad (1927), el clásico film de Walter Ruttmann. Y la comparación es pertinente, pues ingresa dentro de un tipo de documental “sinfónico”, en donde se intercalan secuencias como si se trataran de compases con la finalidad de formar un todo armónico. El universo auditivo, fundamental en este “sub-género”, es un aspecto que en la película de Sebastián Martínez no siempre llega hacia resultados óptimos, aunque vale la pena destacar que se trata de un trabajo loable en términos visuales. Sobre todo porque el realizador ha seleccionado imágenes del epicentro porteño muy identificables, sin caer en la postal turística pero incluyendo a la mirada del turista. Y con esas imágenes ha estimulado el pensamiento crítico sobre nuestra idiosincrasia. Alrededor de la intersección de Florida y Lavalle conviven el turismo, la marginalidad, la melancolía, el mundo bancario y comercial, el paseo romántico. Cada uno de estos núcleos son “acompasados”, alternándose a lo largo de noventa minutos. El mayor logro de Centro es la capacidad con la que el diagrama de imágenes hace “dialogar” diversas capas de sentido entre sí, sin ofrecer tesis alguna. Desde este punto de vista, el vínculo de la película con el espectador queda abierto a múltiples asociaciones. Que, inexorablemente, estarán ligadas al tránsito que cada uno de nosotros ha establecido con esas calles. Martínez filma como si hubiera aterrizado por primera vez en esta ciudad, virtud que le permite construir una puesta en escena que opera como “descubridora” de movimientos, transacciones (concretas y simbólicas), espacios repletos de contradicciones. Vemos los contrastes entre el día y la noche en nuestra ciudad, la opulencia y la pobreza, lo local y lo cosmopolita fundidos en un mismo tiempo y espacio. Para conseguir este resultado, contó con el trabajo de la montajista Alejandra Almirón, capaz de sintetizar estas dicotomías con la precisión de un orfebre, aunque la extensión del metraje resienta un poco el resultado final. Centro es, en resumen, un interesante documental sobre dos calles emblemáticas de la Ciudad de Buenos Aires, realizado con sensibilidad poética y rigor técnico.
Florida y Lavalle, lejos del cliché Con el curso de dos días como único eje a seguir, este film ciñe el foco sobre el microcentro porteño, pero con recortes de todo aquello que le da carácter de hábitat. Y hay tanto ritmos que se repiten como oposiciones drásticas. Cuando en 1927 el arquitecto, artista plástico y realizador de vanguardia Walter Ruttman encaró el rodaje de Berlín, sinfonía de una gran ciudad, seguramente no era consciente de estar inaugurando toda una línea de films de no ficción: aquéllos que hacen de la ciudad su objeto excluyente, su obsesión, su protagonista. No es que todos los días se filmen películas sobre ciudades, pero dos años después de aquélla, Robert Siodmak, Edgar Ulmer, Billy Wilder y Fred Zinnemann rodaron en la propia Berlín Gente en domingo. Ese mismo año, Jean Vigo filmó A propósito de Niza y más adelante hubo, entre otras, Daguerréotypes (Agnès Varda, 1976, sobre los comercios de la calle Daguerre, en París), Lisbon Story (Wim Wenders, 1994), una Madrid (Patricio Guzmán, 2002), Los Angeles Plays Itself (Thom Andersen, 2003), Del tiempo y la ciudad (Terence Davies, 2007, sobre la ciudad de Liverpool) y, con las licencias del caso, Fellini-Roma (1972). A ese linaje, el realizador argentino Sebastián Martínez suma ahora Centro que, como el título indica, ciñe el foco sobre el microcentro de la ciudad de Buenos Aires. Sobre todo, la zona de Florida y Lavalle. Huyendo como de la peste de la postal turística, la imagen for export, el cliché icónico, este documental de observación –que dos años atrás fue parte de la Competencia Internacional del Bafici– reniega, en principio, de toda forma de organización del material. De toda progresión o correspondencia, concatenación o serialización. Aunque el espectador podrá, como en un test proyectivo, establecer sus propias relaciones. El curso del día parecería ser, como en el caso de Berlín, sinfonía de una gran ciudad, el único eje a seguir, desde la mañana de un día hasta la noche del día siguiente. Son (o se supone que son, ya que ni el documental más estricto es del todo esclavo de la realidad) las últimas 48 horas del año. Esto queda claro recién sobre el final, con la aparición de guirnaldas, cohetes, lluvia de papelitos. Se trata, en principio, del puro registro de aquello que aparece ante cámara (lo cual tampoco es nunca así; siempre hay elección, exclusión, corte y montaje). Aparecen “personajes”, como en un documental “normal”, pero Martínez parecería querer darles también esa condición a objetos y lugares. Si hay algún criterio de selección, éste parecería, ante todo, de carácter espacial, hecho de recortes de todo aquello que le da al microcentro el carácter de hábitat. Bancos, negocios, la Bolsa de Comercio, alguna galería, alguna galería de arte, el esqueleto muerto de alguna vieja y legendaria “tienda de departamentos” (Harrods), algún cine que todavía queda, alguno de los templos evangélicos que les coparon las salas, algún hotelito por horas, ambas peatonales. La reiteración de ambos días marca ritmos que se repiten, con los mismos promotores callejeros, los mismos vendedores (la película es previa, desde ya, al desalojo de los manteros), los mismos cartoneros a la noche, reiterando rutinas. Surgen oposiciones, en ocasiones drásticas: la Florida de día, con su movimiento incesante de gente de todos los colores, y la de noche, con sus cartoneros, chicas de la calle, gente sin techo que se acomoda para dormir sobre la vereda. La Florida de hoy, superponiéndose sobre las huellas de la de ayer: Rita, veterana empleada de la Asociación de Amigos de la Calle Florida, hojea viejos diarios y recuerda lo que ya no está. De pronto, una chica de minifalda parece atraer la atención de la cámara, que describe, con ella por protagonista, un relato circular. La chica se arregla frente a un espejo y abandona un hotel, yira, hace puerta frente al local de London Tie, levanta un cliente y sube con él la escalera del mismo hotel. Otro personaje: el morrudo asistente de un templo evangélico, que para a uno en la calle, se lo lleva al hall del ex cine y empieza a hacerle pases como los del manosanta de Olmedo. “¡Quema, quema, quema!”, dice, refiriéndose seguramente al ser del tridente. Detalles: la policía retiene a un chorro y éste, esposado, le recuerda a un peatón que él también tiene hijos; una señora les ofrece a los turistas bebés de plástico a los que llama argentine babies; un cartel frente al templo ofrece asistencia de un “pastor virtual”; un peluquero-melómano recuerda a los grandes cantantes de ópera y directores de orquesta que pasaron por su sillón; el cartel luminoso que dice “Iglesia Universal” se solapa con el de El Palacio de la Papa Frita. Lirismos: el de Harrods vacía y abandonada, como tumba de sí misma y conservando muebles que parecen haber quedado tal como estaban, después de una huida urgente de sus habitantes. Como si en lugar de un cierre se hubiera tratado de un exilio o un escape. Incluyendo la calesita del subsuelo, que todavía gira, pero ahora para nadie. Salvo la cámara del intruso.
Las callecitas de Buenos Aires... Documental de Sebastián Martínez sobre el microcentro porteño. Centro es un estudio en imágenes y sonidos de una zona clásica de Buenos Aires (el microcentro, delineado por el largo de las peatonales Lavalle y Florida), que es un universo tan complejo como transitado, tan observado como asimilado, al punto que la gran mayoría de los porteños que han pasado muchas veces por allí sienten que lo conocen de memoria cuando, en realidad, no se han detenido mucho a mirarlo. Para los que -por diversas circunstancias- lo hemos hecho, Centro , documental de los llamados “observacionales”, dirigido por Sebastián Martínez, ofrece descubrimientos, incógnitas, sorpresas y también clichés, zonas obvias. Hay una mirada que intenta incluirlo todo, de personajes a lugares geográficos precisos: vendedores ambulantes, locales de ropa, cines viejos, nuevas e ignotas iglesias, vendedores, profesores de tango. En ese muestreo enorme de “íconos” hay hallazgos, pero también la extraña sensación de que, más allá de sus enormes diferencias con un documental convencional, Centro puede terminar resumiendo Buenos Aires de una manera no tan distinta de lo que lo haría un folleto turístico. Lo que más atrapa del filme es su punto de vista. No tanto lo que mira sino cómo lo mira, cómo mezcla sonidos e imágenes, reflejos de la calle en las vidrieras y puntos de vista inusuales. Lo mismo pasa con algunos personajes, como los dos nostálgicos de la “Lavalle de los cines”, los que conversan en una peluquería o el hombre que ensaya y luego hace un rito religioso. Y el atractivo del filme pasa por ahí: no por haberlos descubierto (hay que estar muy alienado en la ciudad para no ver gran parte de las cosas que se muestran), sino por elegir un original modo de retratarlos. La sinfonía urbana que es Centro tiene esa lógica de viaje del día hacia la noche y los personajes que muestra también se suman esa cronología. Ver ese “doble fondo” del centro porteño -oficinas de casas de cambio, lustradores de monumentos, gente que pega posters en los cines- tiene ese atractivo del detrás de la escena. Un atractivo que, mal que le pese al filme, también refuerza, en su variopinta diversidad, todos los lugares comunes que este Centro exhibe. Algo así como una lateral y extrañada manera de decir “así es mi Buenos Aires...”.
La cosmopolita Buenos Aires Desde las diez de la mañana hasta el amanecer del otro día, en la city porteña suceden innumerables cosas. En ella están los que ahullan ‘cambio, cambio!’, hasta la señora que grita ‘a los bebitos argentinos morochos y rubios’ y exhibe unos mini muñecos que mueven su cabeza. Pero más allá está la peluquería de un legendario hombre del céntrico barrio porteño, por la que desfilaron grandes figuras, lo que le permite al director Sebastián Martínez hacer un paralelo entre el presente y el pasado de un zona emblemática de Buenos Aires. CALLE DE LOS CINES ‘Centro’ es un documental que tiene ritmo propio, el que le otorga la misma gente que va y viene sin parar con destinos anónimos, el de los manequíes inmutables en las vidrieras en liquidación, o el stencil en una pared que recuerda la desaparición de Julio López. Pero si se gira por Lavalle se levantan algunos cines que languidecen, como intentando recordar que esa fue la calle de la pantalla grande, en una época floreciente de la Argentina. Ahora muchos de ellos son el recinto de cultos evangelistas y la cámara de Martínez sigue, registra, desnuda, hace una toma sin que el enfocado se dé cuenta. La policía apresa a un ladrón al que la gente apostrofa y el hombre devuelve el insulto diciendo que es padre de dos hijos. Sebastián Martínez hizo un buen trabajo de indagación para darle al espectador una mirada amplia de lo que es el centro porteño hoy, entre casas de cambio, los que ofrecen una parrillada económica en plena Florida y mujeres maduras, y hombres que les van a la par, que intentan aprender a bailar tango. El director también se detiene en dar cuenta de la nueva inmigración argentina, con aportes de Bolivia, Paraguay y Brasil, todo parece caber en este filme, igual que en la Argentina de hoy. La madrugada exhibe otro mundo, el de los restos de comida, el de la gente que duerme en la calle, o el de alguna chica que espera un cliente en una esquina. De Sebastián Martínez se conoció previamente ‘París Marsella’. ‘Centro’ es una road-movie porteña, tan fascinante, como sorprendente.
Florida y Lavalle, retratadas según la mirada de Sebastián Martínez Se suele dice que un buen cineasta debe confiar, ante todo, en las imágenes. Pues bien, Sebastián Martínez se hace cargo de esa exigencia con su notable documental Centro , exhibido en la edición del Bafici de 2010 y que ahora se estrena comercialmente en Buenos Aires. La película funciona como una especie de rompecabezas donde la opinión del director está naturalmente esbozada en el montaje, pero Martínez configura a su modo un mapa sin fronteras del todo definidas, deja aire para que el film respire y cada espectador complete el sentido de lo que está viendo. Documental de observación puro, Centro pone el foco en dos calles peatonales que son seña de identidad de Buenos Aires: Lavalle y Florida, escenarios de exóticas convivencias, agitados conflictos (basta recordar el reciente episodio de la expulsión de los trabajadores informales conocidos popularmente como "manteros") y postales muy particulares. Casas de cambio, cines tradicionales, locales gastronómicos y de juegos electrónicos, músicos callejeros, vendedores ambulantes, recolectores de basura, todo forma parte de ese universo abigarrado donde la ciudad habla su propia lengua. Martínez muestra sin contaminar y resuelve con economía, eficacia e inteligencia sin apelar nunca al subrayado. En un solo plano fijo, por ejemplo, conviven los letreros luminosos de un restaurante porteño hasta la médula, un local de la cadena más importante de fast food del mundo y una iglesia de esas que han invadido la ciudad con su oprobioso merchandising espiritual. Es casi pura superficie lo que muestra la película, confiada en que las imágenes del caos visual y el sonido de la cacofonía urbana servirán para armar una lógica de funcionamiento determinada sobre todo por regímenes de clase. Aunque Martínez -también autor de París Marsella (2005), largo que reconstruye un famoso viaje en auto del escritor Julio Cortázar y su mujer- ha declarado que su película intenta reflejar "un universo colmado de divergencias que buscan articularse y disonancias que pretenden convertirse en acordes", resulta tentador comparar los resultados de Centro con los que el vanguardista John Cage obtuvo en la época del desarrollo de la música concreta. "Mi intención fue unir extremas disparidades, tanto como se encuentran unidas en la calle de una ciudad -decía Cage sobre su Concierto para piano y orquesta- . Cualquier intento por excluir lo «irracional» en una estrategia compositiva es irracional." Al director de Centro el registro polifónico de una ciudad tan viva como anárquica parece escapársele un poco de las manos. Quizá sea ése su mayor atractivo.
Irregular catálogo de postales del centro porteño Según aclaran gacetillas y panegiristas, este documental registra dos días de actividad en y alrededor de Florida y Lavalle. Conviene saberlo, porque la obra no va de lo general a lo particular como haría una exposición clásica (para el caso, desde unos planos generales que nos ubiquen en las calles de referencia, ir derivando hacia determinados rincones, personajes, y objetos), sino que arranca con una sucesión de particulares desparramados a manera de puzzle, y cuesta un poco entrar en tema. Tampoco se distingue fácilmente la sucesión de los días, y hasta parecerían faltarle piezas al puzzle. De a poco nos ubicamos. Reconocemos el piso de Galería Güemes, un club de Reconquista, el Registro Civil de calle Uruguay, un lado del Obelisco, antiguas firmas comerciales, afiches y carteles de hace poco, pero nunca la esquina de Florida y Lavalle. El autor procura «evitar lo obvio», circunscribirse al estricto método «observacional». No importa, pese a ciertos antojos de estilo y persistentes desinformaciones, una exposición se hace presente. Así, chucherías de venta al paso alternan con el interior de una tienda fina, obsesivos pregones suenan más que los recuerdos de un peluquero en cuyo sillón otrora se sentaban grandes figuras, dos veteranos evocan las salas de la que fuera «la calle de los cines» mientras en la vereda del Iguazú un pastor obeso arma su número con un posible incauto, más allá alguien revierte nobles refranes, y desde la Bolsa de Comercio un joven al teléfono sugiere elegantemente que «hay muchas voluntades que piensan que va a subir». Con ese entorno, dos españoles buscan agitadamente una cartera extraviada, alguien se casa, un violinista en silla de ruedas interpreta «El cisne» y apenas una persona se detuvo a escucharlo, la calesita de Harrods gira sin niños, un viejito camina despacio cuesta abajo mientras empiezan a sonar los cohetes previos a un fin de año. Por ahí anda el relato, como se dice. Y por su oficina anda doña Rosita, de la Asociación de Amigos de Calle Florida, señalando con voz dulce y algo temblorosa los recortes que anuncian la inauguración de la peatonal en 1971, la atención al público de Trenes Argentinos en galería Pacífico, más vale no seguir. Varias semanas del 2009, no dos días, llevó filmar todo esto, y varios meses del 2010 le habrá llevado su montaje a la editora Alejandra Almirón. Autor, Sebastián Martínez, un paso adelante respecto a su anterior «Paris-Marsella». Películas para cotejar, «La chica de la calle Florida», 1922, del Negro Ferreyra, o «El dinero de Dios», 1959, de Viñoly Barreto, donde un tipo camina por Lavalle, se mete en un negocio y degüella a otro en pleno día. No todo tiempo pasado fue enteramente mejor.
Sinfonía de una calle Exhibida en la duodécima edición del BAFICI (2010), la ópera prima de Sebastián Martínez, Centro, nos presenta un fascinante despliegue visual y sonoro de los lugares y personajes circunscriptos, en su mayoría, a la intersección de las peatonales Florida y Lavalle. En un primer momento podemos pensar el documental como una sinfonía de ciudad, a la manera de las clásicas À propos de Nice (1930, Jean Vigo) y Berlín, sinfonía de una ciudad (1927, Walter Ruttmann), que recorre el centro y sus rincones -principalmente a través de planos cortos- brindando un abanico iconográfico típico del barrio. Desde el amanecer, cuando el silencio de la ciudad todavía permite escuchar los sonidos del puerto, hasta que empieza a avanzar la mañana con bocinas y el murmullo creciente de la calle, recorremos espacios vacíos que esperan ser ocupados: oficinas, una sastrería, una pileta de natación. Sin llegar a la individualización ni al seguimiento, los personajes no son otros que oficinistas, vendedores ambulantes, buscavidas, artistas callejeros y mendigos. Retratado prácticamente como un lugar separado del resto de la ciudad, el centro alberga todo tipo de actividades en todas las franjas horarias. El trabajo de oficina, deportes como la natación y el alpinismo, iglesias evangelistas, clases de baile y lugares de esparcimiento como tanguerías y cines dejan lugar en la noche, a las clases marginadas. A medida que avanza el film un tono nostálgico comienza a surgir. Para esto son cruciales los pocos diálogos que se pueden discriminar: una conversación en una peluquería sobre los famosos que alguna vez pasaron por allí y una charla de café en la que se enumeran los cines desaparecidos. A partir de imágenes de periódicos de la inauguración de la calle Florida en julio de 1971, que muestran la peatonal con macetones y flores, y los transeúntes elegantemente vestidos, la única entrevistada del film compara melancólicamente el antes y el después de la calle. Tras oír una publicidad de la tienda departamental Harrods, la cámara registra poéticamente el paso del tiempo, recorriendo el otrora centro comercial vacío y sus objetos abandonados, entre los que se halla un carrusel accionado exclusivamente para nuestra visión. Sin recurrir a una instancia narradora externa ni a música extradiegética, el director le otorga la voz a la gente mayor. De esta forma, las imágenes adquieren un tenor más emotivo que descriptivo y Centro termina siendo un homenaje a lo que fue y ya no es.
Un documental inteligente, que tiene en su director, Sebastián Martínez, una mirada curiosa, incisiva, sobre los argentinos que transitamos dos calles peatonales emblemáticas: Lavalle y Florida. Una buena ocasión para desnudar realidad, mostrar espejos virtuales, evangélicos y pecadores, marginales y acomodados. Hay que verlo.
“La mirada que Centro construye sobre la ciudad intenta resistir a la interpretación, se rige por la idea de que no se puede, no se debe, comprender todo." (Sebastián Martinez) No es una película del montón Centro, distanciada, construída en base a una sostenida acumulación de imágenes, asociadas por espacios, personas, formas, colores, letras, objetos. El tema: el centro de la ciudad de Buenos Aires más exactamente las calles Florida y Lavalle, desde donde resaltan lugares habituales, pero observados con una mirada nueva. Es políglota de imágenes la película de Martínez: la complejidad de la ciudad se lo devora todo, lo iguala todo. Y sus 90 minutos resultan tan inquietantes como ásperos. Un objeto que extrema los límites del documental: la mostración sin causa y efecto, sin idea de continuidad. Una manipulación de asociaciones que apunta más a la abstracción geométrica que al realismo documental: el gimnasio, la peluquería antigua, el restaurant, la puerta de un centro evangelista, la casa financiera son temas en donde las formas se adueñan de los planos, todos fijos. Las cúpulas, y detrás, el río. Una película de montaje límpido, entre planos visuales y planos visuales y sonoros donde lo esencial es que cosas, personas, acciones e ideas tienen todas, el exacto mismo valor que le da esta posible mirada de un director de cine. Centro, obtuvo el apoyo del Fondo Metropolitano de las Artes, y participó de la Competencia Internacional del 12º BAFICI.