Afluentes en el rincón del corazón. Parafraseando, así se llega antes y entonces que comience la música, que el torbellino de palabras de aquellas canciones de las que estamos constituidos trace a la par de la estela del río un mapa imaginario en el cual el sonido del pasado se hace presente para representar la única verdad que es la del corazón. Ahí llega el susurro frente al murmullo de lo incierto y entonces una voz dice algo parecido a ésto: no importa el lugar, si vienes o si vas, la vida es un camino, un camino para andar. Andar implica siempre seguir un norte, dejar la orilla del conformismo para encontrar en otra orilla la brújula del sonido de eso que nos recuerda quiénes somos y ese es el objetivo primario de un documental donde la expresa ausencia de especialistas, críticos, musicólogos o teóricos reputados abre las puertas a la música, a los hacedores de esa música para dar en la tecla o en el centro de la identidad de lo que podría llamarse -aventuradamente- cancionero rioplatense. Ese enorme mestizaje de ritmos, estilos y géneros muta desde hace siglos, se retroalimenta mientras el tiempo vuela y se pierde para volver a buscarlo. El músico Pablo Dacal, acompañado por la cámara y la dirección de Julián Chalde reconstruyen un cancionero caprichoso, que reúne artistas argentinos y uruguayos en un devenir atado al armazón de una banda de sonido donde se van sumando versiones en vivo de diferentes canciones y épocas. Los nombres no importan tanto como la música que brota desde el candombe hasta la cumbia, en el tango y el rock and roll, en la murga y en la poesía de las letras. No se necesita recurrir a ningún material de archivo porque la propuesta de Charco … es mucho más lúdica que rigurosa en términos periodísticos. Esa virtud plasmada en el vaivén de las dos orillas, de paseos urbanos o alejados de la ciudad generan una irresistible y seductora sensibilidad que estalla con la fuerza de las interpretaciones, tanto de solistas como de dúos o grupos más numerosos que contribuyen a cada surco de un disco eterno y nuevamente se cuela otra canción y el parafraseo funde pasado y presente, baila enloquecido entre tambores de pregoneros mientras una vihuela sostiene el lamento de un desaire del destino, que vuelve en un tango oxidado desde la orilla de la melancolía, se impregnan del olor a café de La Paz y se hace humo en el agua. ¿Escuchan? Viene el torbellino ¿y de qué lado se quedan?
Una propuesta atrevida con aires de grandilocuencia es Charco, canciones del Río de la Plata (2017), un documental musical que intenta abarcar innumerables voces pero carece de un foco concreto aun cuando posee una gran imagen y una música enriquecedora. Pablo Dacal, trovador argentino, es el conductor de este viaje hacia el corazón de la música argentina y uruguaya de los años 70 y 80s. Entrevista a grandes figuras del rock -o de géneros vernáculos- y otros estilos para que sea la música la que surja desde el dialogo y de la puesta en escena. Desde el inicio este documental dirigido por Julián Chalde genera la idea de seguir un formato televisivo, como si se tratara del capítulo de algún programa de entrevistas sobre la ciudad. La visión es epidérmica y de entretenimiento momentáneo en lugar de ser una mirada profunda y adentrada en una investigación elaborada y concreta. El ritmo de las entrevistas es muy frenético y éstas no terminan por centrarse en una idea. Los testimonios son en realidad conversaciones anodinas y no sirven de intriga y enganche para la curiosidad del espectador. Y resulta extraño, más cuando la mezcla de los diferentes entrevistados produce un distanciamiento innecesario con quien observa. No se sabe qué es lo que interesa ¿El origen de la composición? ¿El ritmo? ¿La inspiración? ¿La historia de determinados ritmos? ¿Un solo ritmo? ¿Un solo género? O es sólo un compilado para el lucimiento de figuras como Fito Páez que parece inmerso en un videoclip suyo, y no tiene nada interesante qué decir o Gustavo Santaolalla o Jorge Drexler que siendo tan enriquecedores terminan en entrevistas que podrían ser el bonus track de algún concierto que hayan dado por el mundo. Una pena porque éstos dos últimos tienen mucho por desgranar sobre el proceso creativo. Tal cual un videoclip, todo pasa rápido. Incluso el montaje genera la idea de que se hizo con apuro y cae en parecerse a un video turístico de la ciudad de Buenos Aires o de Uruguay. Aparte la voz en off del conductor es poco adictiva a lo que vamos a ver. La imagen, desde luego, es bella y atractiva pero después está demasiado centrado en el entrevistador, eso se puede deducir por la puesta en escena donde la cámara, y el montaje nuevamente, está más preocupado en sus reacciones que en el testimonio que era lo importante. Además, algunas charlas exigen demasiado conocimiento y si no se sabe algún detalle, uno se queda afuera. Mucho tiene que ver la estructura pues para contar lo que quiere decir necesitaría cinco horas. Y sólo usa hora y media. En todo caso con un tema concreto u otro diseño narrativo, con la misma belleza estética y esa energía, hubiera sido un éxito. Al final queda un gesto agradable, que sólo quería mostrar un poco de música en vivo y fin de fiesta. Y eso está bien, pero algunos elementos quedaron a medio camino y sin ver lo potente que eran.
Oda a la canción “Uno no hace la música que le gusta, hace la música de la que uno está hecho”, dice uno de los setenta músicos entrevistados en Charco: Canciones del Río de la Plata, documental sobre la hermandad de la música rioplatense que, además de tener una curaduría que sabe escaparle a lo esperable (otorgándole, por ejemplo, un lugar importante a un hit como la fenomenal La Guitarra de los Decadentes), se hace fuerte en la elección de las frases. Pequeñas trompadas de sentido que se hilvanan a través de un montaje riguroso y criterioso. Sentencias de sabiduría popular entrelazadas con la música de los barrios, de los cordones, de acá y de allá, del otro lado de un charco que no se pretende borrar pero que se hace difuso. Buenos Aires y Montevideo se funden como una aleación de metal y generan un tercer espacio, como antes de los límites de manual, una vieja y nueva dimensión donde el charco es eso, una expresión acuática minúscula. Y los acentos y los cantos y los acordes borran los pocos kilómetros. Charco es una aventura audiovisual del consagrado ingeniero de audio Andrés Mayo, quien incursiona por primera vez en el cine (al menos desde un lugar diferente a su trabajo en bandas sonoras) y lo justifica apelando a su costado curioso: “soy un tipo inquieto” dice sonriendo, y nos recuerda que había producido una serie de siete DVDs sobre tango que terminaron siendo un disparador de este documental que llevó seis años de trabajo en terminar de materializarse: “sentí que hacer una película era una forma de reflejar la cultura musical rioplatense de una manera diferente a la que se puede hacer con un disco. Al principio nos quedamos sin un mango y fue muy difícil continuar sin el apoyo de una organización, eso explica un poco el tiempo que tardamos en terminarla. Después conseguimos el subsidio del INCAA y fue un empujón importante. Otra cuestión que demandó tiempo fue la dinámica de los viajes entre Uruguay y Argentina”. Las caras célebres se superponen. La mueca fabulosa de Melingo se cruza con el espíritu nerd de Pandolfo, con la garganta de barrio de Mandrake Wolf, y con la voz suave de Pablo Dacal, que asume su rol de anfitrión sin que haya ruido; sin que la continuidad documental se pierda en sus pasos ficcionados. Charco consigue niveles de emotividad que seguro tengan que ver con las canciones que se interpretan en vivo, pero también con sus verdades de trovador, de payador, de pregón. Si las letras de las canciones anglosajonas a veces no nos importan, acá la poesía importa y mucho. Sean improvisaciones o letras talladas en el corpus popular. Las verdades de café se conjugan con las del cancionero popular, sea éste de ascendencia africana o europea. Compleja o simple. De rock, tango o candombe. Canciones en las que se nota la mano de Mayo: “trabajamos cientos y cientos de horas para limpiar sonido, voces, instrumentos, con trabajo del ingeniero de mezcla, Mariano Fernández, y por supuesto con el mío porque estuve involucrado en todo, revisé cada una de las grabaciones; en el momento que Mariano mezclaba yo le pedía que me mande una mezcla para revisarla, y, después, el pegado de todo eso, que es quizás una de las partes más complejas porque aunque cada canción podía sonar bien, para que tengan una continuidad hubo un trabajo complejo”. Ese trabajo en el plano musical que explica Mayo también se encuentra en la imagen; el ida y vuelta entre las dos ciudades exponen los parecidos de los espacios físicos, de las costumbres, de los rostros y de los ídolos. “Spinetta debería ser una materia” dice Fito Páez refiriéndose a la instrucción musical básica, y Manal también brota en las charlas como sello de calidad y alma del cancionero popular del Río de la Plata, en ese caso, ligado al rock germinal. Charco homenajea a la música rioplatense desde el trabajo minucioso dedicado a cada una de las canciones que suenan en la película, y desde el cariño, no sólo por su objeto argentino/ oriental, sino también por el amor a su formato, al decir de la canción, al poder de su simpleza y al calor de su pasión.
Pablo Dacal y Julián Chalde reconstruyen un cancionero rioplatense, caprichoso, pero único replicando emociones y sensaciones que multiplican las melodías en imágenes. Los ritmos se suceden sin importar lo ecléctico del collage que se configura, y más allá de algunas falencias, en la honestidad de la propuesta se refuerza su narración.
Dirigida por Julián Chalde pero con una idea original de Andrés Mayo, este es el resultado de un largo trabajo de producción que abraza a la música de dos ciudades fundamentales, Buenos Aires y Montevideo, que capitalizan a toda una región “separada por un río”, el charco del título. El trabajo protagonizado por Pablo Dacal nos conecta con más de setenta músicos argentinos y uruguayos que hablan de tango, rock, candombe, murga, cumbia y milonga, desde sus orígenes hasta hoy, con personajes fundamentales y pioneros junto a los músicos de hoy. Con Fito Paez, Daniel Melingo, Fernando Cabrera, Gustavo Santaolalla, Onda Vaga, Pedro Aznar, Jorge Drexler, Hugo Fattoruso, Palo Pandolfo, Miguel Grinberg, Pipo Lenoud y muchos más. Y perlas históricas y conmovedoras, como el testimonio de Donvi Vitale, el papá de Lito que falleció poco después. O un momento mágico, Vera Spinetta cantándole a Luis Alberto poquitos días antes de su adiós. En suma una película directa al corazón, con la banda sonora de nuestras vidas, un atracón de talentos, no se la pierda.
El puente entre la música argentina y la uruguaya se ha tendido hace mucho, pero Charco es una película que lo aprovecha con imaginación, sensibilidad e inteligencia. Con Pablo Dacal, noble e inquieto cantautor criollo, como narrador, entrevistador y elegante maestro de ceremonias, el documental traza un mapa muy colorido de la canción rioplatense, con el foco puesto sobre todo en la tradición edificada a partir de los 60, cuando la explosiva aparición de los Beatles revolucionó el panorama cultural a escala planetaria. Los testimonios de los entrevistados son concisos e ilustrativos (Fito Páez se luce con una sintética explicación técnica de la "androginia musical" de Charly García). Y las intervenciones musicales, un enorme valor agregado, por su singularidad y su aplomo (acompañada por Fer Isella al piano, Vera Spinetta rinde un dulce homenaje a su padre con una versión delicada de "Quedándote o yéndote", del álbum Kamikaze, por citar apenas un caso). Aparecen muchos artistas -Jorge Drexler, Fernando Cabrera, Hugo Fattoruso, Gustavo Santaolalla, Palo Pandolfo, Daniel Melingo, Pablo Lescano, Ana Prada, Martín Buscaglia, Onda Vaga y Jorge Serrano, entre otros- y también la idea valiosa de rescatar la tradición, ya no con afán museístico, sino en su papel de "herramienta para encontrar la libertad", como afirma convencido el propio Dacal.
Un río musical con múltiples orillas La película, que reúne unos cuantos nombres famosos, surfea por la creatividad musical de estos pagos y sus versiones de algunos clásicos ofrecen más de una agradable y emotiva sorpresa. “No hacemos la música que queremos, hacemos la música que tenemos adentro”, afirma uno de los entrevistados de Charco - Canciones del Río de la Plata, el documental de Julián Chalde que ansía abrazar un imposible: describir orígenes, evoluciones, desvíos, márgenes y posibles núcleos de aquello que, a falta de un término superador, suele llamarse “música rioplatense”. Claro que el film es consciente de esa imposibilidad y, a cambio de un registro minucioso que podría ocupar un tomo de varias toneladas de peso, ofrece en cambio un muestrario de ideas, conceptos, ejemplos y anécdotas de la canción popular a ambos márgenes del Río de la Plata, con epicentro en Buenos Aires y Montevideo. Cumbia, tango, candombe beat, el rock sinfónico de Manal, la figura rectora de Spinetta, la payada, la milonga y otros tantos estilos e intérpretes musicales son expuestos en palabras, letras y melodías a lo largo de poco menos de ochenta minutos, con el acompañamiento —en parte didáctico— del compositor y trovador Pablo Dacal, quien se interpreta a sí mismo y hace las veces de personaje viajero/guía de las diferentes entrevistas y mini-recitales que vertebran la película. “Es un juego o una invocación. Escucho la música de esta tierra. La música de los mayores”, afirma Dacal en off al comienzo del recorrido, mientras la cámara panea sobre una mesa ratona repleta de libros y discos, entre los cuales se destaca Blonde on Blonde, de Bob Dylan (a quien, curiosamente, nadie menciona en momento alguno). Si serán consignados, lógicamente, The Beatles como fenómeno bisagra para muchos músicos rioplatenses, una puerta de entrada a la posibilidad de la apropiación de tradiciones y folclores propios y ajenos. Y si algo no le falta a Charco son personalidades, famosas y/o relevantes, del escenario local: Fito Paez cuenta a cámara cómo Charly García cambió su manera de tocar el piano; Jorge Drexler canta y toca la guitarra en un Luna Park vacío, reversionando una canción de Fernando Cabrera; Jorge Serrano, de Los auténticos decadentes, relata anécdotas del inicio de la carrera de la banda, antes de cantar “Cuestión de egos” junto a Onda vaga; el mítico Mandrake Wolf toma soda en el bar Hollywood de Montevideo –hoy triste y definitivamente cerrado– antes de mencionar árboles genealógicos, influencias y genialidades a ambos lados del charco. No alcanza para hacer de la película algo más que un surfeo por las superficies de la creatividad musical de estos pagos, aunque los breves “clips” que registran reversiones de clásicos remotos o recientes ofrecen más de una agradable y emotiva sorpresa. Dos ejemplos de muestra: Vera Spinetta canta uno de los temas de su padre, “Quedándote o yéndote”, y Dolores Solá entona a la perfección la tradicional y anónima “Oh pajarillo que cantas”, luego de una compacta lección de musicología local dictada por Acho Estol. El film vuelve a la idea del café como centro de atracción de artistas y polo irradiador de novedades. “Creo que heredamos la tradición de los bares desde la época de Macedonio”, afirma Pipo Lernoud sentado en una mesa de Los 36 billares, antes de repasar algunos nombres de tangueros y terminar en Tanguito y Miguel Abuelo. Quizás no tenga la fama y no goce de la precisa descripción de bosques, árboles y ramas de la vecina bossa nova, pero la canción rioplatense merece la misma admiración y respeto, parece decir todo el tiempo Charco. Difícil estar en desacuerdo con la idea.
“Charco: Canciones del Río de la Plata”, de Julián Chalde Por Jorge Bernárdez Alguna vez el escritor Abelardo Castillo dijo que Buenos aires y Montevideo son una misma ciudad atravesada por un río y bajo esa misma idea Charco es el viaje de Pablo Dacal, un poco en busca de la genealogía de la canción y otro poco por el puro disfrute de juntarse con músicos de los dos lados del río para charlara sobre los que une a este territorio vasto, plano y tristón. El documental además de mostrar una variedad infinita de bares y del territorio de la bohemia, está atravesado por ideas, frases, por historias que unen más allá de los límites geográficos. Y es que tanto los montevideanos como los porteños parecemos tener bien presente a los de la orilla contraria, tanto para compadrear como para unir las poesías y los ritmos. No es difícil reconocer en la locura de los argentinos Tanguito o de Miguel Abuelo, algo de los uruguayos Eduardo Mateo o de la de Fernando Cabrera. El relato está atravesado todo el tiempo por cruces, ideas y canciones de Buenos aires y de Montevideo pero no solo de la bohemia oficial, porque la cámara lo sigue a Dacal hasta los márgenes de Buenos aires para encontrarse con Pablo Lescano y su cumbia que el músico interpreta porque “Qué otra cosa iba a tocar habiendo crecido donde lo hice”. Las historias están entrelazadas, no sólo sólo porque el folclore entrecano se parezca a algunas cosas de la campiña oriental, sino porque mientras acá en La perla del Once se comenzaba a gestar lo que después se conoció como rock nacional, en Montevideo los hermano Fattoruso creaban el candombe beat. Las canciones brotan en cada encuentro y así se ve en pantalla a Jorge Serrano con Onda Vaga y Fito Páez toca ¨No soy un extraño” de Charly García, junto a Pablo Dacal también alguien toca un tema de Gilda y una orquesta de tango se atreve a una versión instrumental de “El día que me quieras”, mientas alguien propone una materia en las escuelas que se llame “Luis Alberto Spinetta”. Todo tiene un tono a llanura, a tango, a blues de acá y de paso Dacal y Buscaglia se trenzan en una payada como podría haber imaginado José Hernández entre el personaje de Martín Fierro y algún uruguayo igual de mal trazado. Charco es un documental financiado por la plataforma de financiamiento colectivo vía Ideame, es decir, que recibió aportes de gente que además de ser productores era público interesado. Dura apenas una hora y cuarto, como para dejar con ganas de más, pero por suerte la banda de sonido está en las redes y en los sistemas donde se pueden comprar temas online. Se puede ver desde el jueves pasado en el Gaumont, una de las tantas cosas por las que valen los espacios INCAA, en donde se puede disfrutar de esta clase de películas. CHARCO: CANCIONES DEL RÍO DE LA PLATA Charco: Canciones del Río de la Plata. Argentina, 2017. Dirección: Julián Chalde. Guión: Martín Graziano. Participan: Pablo Dacal, Gustavo Santaolalla, Jorge Drexler, Fito Páez, Ana Prada, Hugo Fattoruso, Fernando Cabrera, Sofía Viola, Palo Pandolfo, Miguel Grinberg, Pipo Lernoud, Daniel Melingo, Pedro Aznar. Producción: Andrés Mayo. Distribuidora: Independiente. Duración: 77 minutos.
Charco, canciones del Río de la Plata es un proyecto documental que se viene gestando hace años y que tiene como protagonista inicial al trovador y compositor argentino Pablo Dacal quien, tal como menciona en el trailer, está investigando sobre la canción rioplatense, su origen, presente y futuro de esa escena atravesada por innumerables influencias. Para ello, el músico recorre cuidades mientras reúne testimonios de músicos de ambas nacionalidades tales como, Jorge Drexler, Fernando Cabrera, Pedro Aznar, Gustavo Santaolalla, Fito Paéz, Palo Pandolfo, Martín Buscaglia o bien de cancionistas más jóvenes como Onda Vaga, Franny Glass, Sofía Viola. Todos ellos, de una manera u otra, hablan sobre sus propias experiencias y sobre como conciben al género canción, que a veces es tan difícil de definir. Sin embargo, uno de los momentos más interesantes de Charco tiene como protagonista a Vera Spinetta, quien junto a Fer Isella, reinterpretan Quedándote o Yéndote, de Luis Alberto Spinetta. Imposible no emocionarse. Charco está directamente relacionado con el libro de Martín Graziano; Cancionistas del Río de la Plata, publicado en 2011, Además, una de las riquezas de este psuedo documental es justamente esa, que no está construído bajo la estructura clásica de documental, ya que Dacal con su impronta lírica y teatral, aporta frescura y emotividad, para potenciar la narración. En definitiva, Charco brinda un maravilloso y conmovedor recorrido por las calles de Buenos Aires y de Montevideo, por sus historias, y por los espacios y cafés donde toda esta movida musical se fue gestando y expandiendo. Recordemos que después de todo, el corazón es el lugar y el lugar es el Río de la Plata.
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