Esotérico, del griego εσώτερος «de dentro, interior, íntimo» El hogar, la fauna y las voces fuera de campo son elementos recurrentes mas no exclusivos con los que Alex Piperno aborda la naturaleza misteriosa de sus historias. La diferencia entre su ópera prima Chico ventana también quisiera tener un submarino (2020) y sus tres cortos previos es la manera cómo aparecen tales aspectos para intensificar la ambigüedad del misterio. De hecho, narrar la sinopsis de esta coproducción presenta ya un reto por la multiplicidad geográfica. A bordo de un crucero en los mares de la Patagonia, Chico ventana (Daniel Quiroga), miembro de la tripulación, descubre un pasadizo bajo la cubierta del barco que lleva al departamento de Elsa (Inés Bortagaray), una joven en una ciudad latinoamericana. Paralelamente, en una zona rural de Filipinas, un grupo de campesinos descubre una caseta cerca de su campamento que comunica también con otra realidad. De las salas de máquinas a los salones lujosos de un barco, del vasto mar del fin del mundo a la densa selva asiática, del tradicionalismo al modernismo; la película se desplaza desde la paradoja de los planos fijos y hacia vínculos tan misteriosos como mundanos. De no ser por ciertas pistas o búsquedas, no podríamos ubicar geográficamente los tres sitios si bien se diferencian entre sí por los paisajes y los idiomas hablados. Piperno juega con un realismo a dos aguas entre lo social y lo fantástico pero catalogar su obra solo con uno u otro término es engañoso. Acá no hay monstruos aunque bien podría. Tampoco hay asesinatos ni embrujos, aunque es plausible para algunos personajes, sobre todo quienes llevan a cabo un ritual de sacrificio. Y hay clases sociales, campesinas y obreras atravesadas por una actitud de renuncia hacia su entorno más que por una denuncia activista. Seguramente por esta misma necesidad de franca huida se meten en pasillos a oscuras que como espectadores solo podríamos detallar en una sala semioscura. Tal vez ahí captaríamos mejor el homenaje que Alex está haciendo a la influencia del cine sobre sus espectadores: desplazarnos sin movernos, hacer alma sin que nos hayamos movido del asiento. Para semejante renuncia, los ángulos rectos y los planos fijos en la fotografía de Manuel Rebella aparentan visualmente una historia atenta a la realidad de cada personaje mientras el diseño sonoro de Lucas Larriera sugiere fantasías, maldiciones y fantasmas sin efectismos. También se refuerza la disociación de los personajes a través de los diálogos. Con frecuencia estos se oyen fuera de campo o es difícil observar quién en escena los está diciendo aunque se sobreentienda. Piperno ya ha utilizado estos recursos en sus obras previas. La diferencia esta vez también radica en el tratamiento extradiegético de las figuras animales. En sus cortos* la fauna estaba domesticada o aparecía como entorno aural. Por ejemplo, en Lloren la locura… el perro descubría el cadáver de la hija. Aquí a los animales del entorno sonoro (ladridos, cantos de pájaros y luciérnagas) se suma una serpiente solo enunciada que se esconde en la misteriosa caseta para devorar a los habitantes en el sueño de uno de los campesinos. Habrá también una ballena jorobada que solo veremos saltando por el reflejo de la ventana donde Chico se asoma a verla. La coincidencia de este rostro humano con el cuerpo animal vendrá a sugerirnos que lo sobrenatural está en los personajes como una necesidad intuida que casi nunca se muestra. Piperno quiere mantenernos en vilo mientras matiza con planos fijos las fantasías y embrujos. El realizador es tan riguroso en sus sutilezas que ni la repetición geométrica del plano distrae nuestras expectativas. A la vez que aprovecha de darle perspectiva al encuadre con diagonales, da la sensación de que cada lugar tiene una imagen alterna al punto de fuga que está en constante desplazamiento o disrupción. Así las líneas diagonales de las puertas, ventanas, pasamanos y pasillos indican un tránsito paradójico. Por un lado, la imagen fija invita a detallar los movimientos dentro del plano. Y por su parte, los efectos sonoros y los diálogos nos invitan a pensar en esos mundos alternos tendidos por las líneas. Algo similar ocurría en su corto Hola a los fiordos! donde una lejana canción de Adele ambientaba el humor melancólico de un pasajero a espaldas en un crucero bastante parecido al de la ópera prima Si por el carácter contemplativo o mágico queremos ubicar esta obra en una tradición similar a la de Apichatpong Weerasethakul, Lisandro Alonso o Pedro Costa como han sugerido algunos críticos; habría que hacerlo teniendo en mente la manera de Alex para dosificar el ritmo parsimonioso o los elementos fantásticos. Los vuelve cercanos en duración e inasibles visualmente haciendo que lo esotérico parezca por momentos un anhelo más que una certeza.
Cine con realismo mágico Una caseta es descubierta en el abismo de la noche y de la selva filipina. Su ubicación, sumamente extraña si se la analiza en relación a la geografía que la rodea, (re) despierta las supersticiones de los aldeanos del lugar que, frente a lo desconocido, meditan como enfrentarse a esta amenazante estructura mientras, a su vez, uno de ellos también anticipa el peligro de esta construcción desde las imágenes de sus propios sueños. Posteriormente, el escenario se traslada abruptamente hacia el interior de un departamento en la ciudad de Montevideo. Una mujer bien posicionada económicamente vive allí y es observada desde una cercanía amenazante por un joven que está en el interior del lugar. Chico, el presunto intruso, es un humilde marinero de un ostentoso crucero patagónico que, en un lugar recóndito del barco, mantiene oculta una puerta que parecería idéntica a cualquier otra, pero que posee la particularidad de ser un portal al departamento de la presunta mujer burguesa. La ópera prima del ya interesante realizador uruguayo Alex Piperno se vale del disparador fantástico para entretejer los tres disímiles mundos en cuestión (con una clara influencia del escritor también montevideano Mario Levrero) y dar lugar a contemplaciones, transiciones y acercamientos que intercalan entre la inseguridad por lo desconocido y una tierna inocencia, propia de personajes tan fantásticos como el portal que los relaciona, pero que nunca se distancian del realismo al que se sujeta la narración y la delicada puesta en escena, favorecida por la construcción de cuidados planos fijos (de hecho, toda la película mantiene a la cámara inmóvil) y una imponente fotografía a cargo del ya experimentado Manuel Rebella. Valiéndose de las reflexiones de sus constantes viajes en barco de Buenos Aires a Montevideo y viceversa, el realizador uruguayo compone un relato donde las distancias no se miden entre puntos que las delimitan, sino entre búsquedas que, a pesar de no definir deseos concretos, sí responden a la inquietud de acercarse a otras posibles realidades que anhelamos, esquivamos o que fuerzas indescriptibles nos incitan a conocer. Si bien estamos ante una producción donde lo experimental prevalece por sobre lo argumental, la película de Piperno resulta estimulante aún si nos detenemos en importantes riesgos que podrían atentar contra el efectismo seguro, tales como prescindir del movimiento de cámara o no utilizar ninguna musicalización que pueda opacar los sonidos propios de espacios que no solo resaltan por el impacto que causan visualmente tamaños contrastes geográficos y de clase, sino también por el poderoso nivel de detalle que ostentan. De notable paso por Berlinale (donde tuvo su premiere internacional y obtuvo el Tagesspiegel Award) y el pasado Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, entre otros, Chico ventana también quisiera tener un submarino es un más que satisfactorio debut en el largometraje de Alex Piperno, que apuesta a resurgir y reinventar lo fantástico con una frescura innovadora e irresistible.
ZONA FANTÁSTICA "El primer largometraje de Alex Piperno nos sumerge por completo en una historia exquisita. Su narrativa atrapa desde el título; que propone una especie de pasaje hacia un algo que no deja de sorprender e intrigar en sus 85 fantásticos minutos de duración." Chico ventana también quisiera tener un submarino (2020) En un crucero que recorre las costas patagónicas, un marinero descubre un portal mágico que conduce al departamento de una mujer en Montevideo. Mientras tanto, un grupo de campesinos se topan con una aterradora cabaña de concreto cerca de su pueblo en Filipinas. Dos historias se entretejen en un laberinto cinematográfico en donde las personas se encuentran y se pierden a sí mismas. En algún lugar entre las oscuras salas de máquinas y las salas de estar de clase media, entre el mar y la jungla, las personas se observan con curiosidad, escepticismo y ansiedad. El film se ancla en un cine contemplativo, y es tan importante lo que narra cómo la forma en que lo hace. Cada plano parece una fotografía minuciosamente compuesta donde nada está librado al azar. Y el paso de un dispositivo estático adopta vida cuando los personajes ingresan en cuadro y la máxima del lenguaje cinematográfico se hace evidente: sólo existe el diálogo justo y necesario, porque lo que prima es la acción visual que revela a los personajes. La fotografía a cargo de Manuel Rebella y el trío de editores; Akerman, Piperno y Santos crean una atmósfera donde lo mágico y lo fantástico sobrevuelan en cada escena proporcionando que la pantalla se convierta en un lugar de apariciones. El elenco encabezado por Daniel Quiroga y secundado por Inés Bortagaray y Noli Tobol elevan con sus interpretaciones el tono lúdico que el filme plantea."Mundos opuestos, portales secretos, vidas paralelas y una cuota de romance se entrelazan en este laberinto fantástico que confía en aquel espectador activo que se entregue al acto sensorial y esté dispuesto a descubrir el poder de las imágenes proyectadas." Calificación 9/10 FICHA TÉCNICA: Título original: Chico ventana también quisiera tener un submarino Año: 2020 Duración: 85 min. País: Uruguay Dirección: Alex Piperno Guion: Alex Piperno Fotografía: Manuel Rebella Reparto: Daniel Quiroga, Inés Bortagaray, Noli Tobol Productora: Coproducción Uruguay-Argentina-Brasil-Países Bajos (Holanda)-Filipinas; BALDR Film, ACC Cinematografica Films, Desvia Produções, La Pobladora Cine, Pelicano Cine Género: Romance. Comedia. Fantástico | Cine experimental
En un crucero que recorre las costas patagónicas, un marinero descubre un portal mágico que conduce al departamento de una mujer en Montevideo. Mientras tanto, un grupo de campesinos se topan con una aterradora cabaña de concreto cerca de su pueblo en Filipinas. Dos historias se entretejen en un laberinto cinematográfico en donde las personas se encuentran y se pierden a sí mismas. En algún lugar entre las oscuras salas de máquinas y las salas de estar de clase media, entre el mar y la jungla, las personas se observan con curiosidad, escepticismo y ansiedad.
El realizador uruguayo Alex Piperno, que había dado sus primeros pasos en el formato de cortometraje dando cuenta de su búsqueda no convencional, nos presenta su ópera prima Chico ventana también quisiera ser submarino, una película no realista que viaja entre el territorio de lo fantástico y una narrativa poética alcanzada a través de lo contemplativo y la evasión de lo causal. Un joven sin nombre, que un buen tramo después de iniciado del filme descubrimos que trabaja en un barco, es un marinero, de tantos otros que se dedica a la faena de limpieza de un majestuoso crucero. Una embarcación que transita un viaje turístico por la Patagonia, y se nos impone con un lujo singular, representado claramente en una escena donde se escucha la música de un jazz glamouroso mientras en una enorme pantalla vemos proyectados fragmentos de un gran musical de Hollywood, mientras, los pasajeros deambulan en la cubierta enmarcados por la narrativa de un gran plano general. Nosotros, los espectadores, haremos otro viaje, no el de los turistas en crucero tradicional, sino el viaje de nuestro personaje sin nombre, que será un gran pasaje por una serie de umbrales en los que entramos y salimos de distintos mundos, fuera del mundo real del crucero. Vamos en cada escena como caminando dentro de un pasadizo que nos lleva de la mano de nuestro personaje y su punto de vista en estado de búsqueda. Mundos contrastantes se nos presentan entre sí, que van desde una selva frondosa y cálida hasta el departamento de una mujer sola en el medio de una ciudad. El recorrido es contemplativo, pues hay pocas palabras y mucha carga de sensorialidad en los planos, en los mundos que se imponen con suavidad, pero a la vez son yuxtapuestos entre otros mundos muy distintos. Lo fantástico no se presenta como explicación de otra vida paralela obvia, ni de otro plano de lo real justificado en términos canónicos o expositivos. Aquí el derrotero es interno y subjetivo, pero no sicologista, sino que lo vivimos representado en la exterioridad de los escenarios que transita nuestro carácter central. Nuestro personaje mira, descubre, y nosotros descubrimos y contemplamos junto a él. Ese joven que de alguna manera huye – sin que esto sea una mera evidencia explicada – de esa abulia continua del trabajo por el trabajo mismo es la llave de las puertas. Fuera de eso y junto a eso, están todos los otros planos posibles del deseo y la imaginación, hasta la imagen subacuática de nuestro protagonista nadando en la profundidad del océano. Si hay un sonido narrativo que hace de cada pasaje a otro portal el territorio dramático y expresivo más adecuado es el del silencio. El silencio con sonidos sutiles… los del barco vacío, los del silencio bajo el agua, aquellos del silencio de la selva, o los más huecos del departamento. El silencio del mundo en todos sus matices posibles. Un silencio que se escucha.
Esa sensación de estar en el mundo comprendiendo que hay tantas otras millones de formas puede resultar liberador o desesperante. Nos hace conscientes que podríamos habitar de un modo distinto, que nuestros destinos podrían ser otros. Chico ventana también quisiera tener un submarino presenta tres historias en tres espacios geográficos distintos: un grupo de trabajadores campesinos descubre una casilla en medio de los pastizales de la selva filipina. Una mujer en Montevideo vuelve a su departamento donde la espera un desconocido. Un joven trabaja en un crucero por la Patagonia y encuentra el modo de evadirse a través de una puerta escondida.
El chico ventana y la puerta prohibida La ópera prima de Alex Piperno propone un relato de sombras y figuras elusivas, y se estrena ahora en Cine.ar tras su paso por festivales y la Berlinale. En principio, el título de una película siempre invita. Chico ventana también quisiera tener un submarino. ¿Qué es lo que esconde esta suerte de galimatías? ¿Un juego de palabras? Un chico, una ventana, una manera de caracterizar al personaje. También está el submarino, o el deseo de tener uno. Tal vez para mirar el mar por sus ventanillas, a la manera del Capitán Nemo. Entre varias consideraciones, la película de Alex Piperno propone una deriva entre espacios diferentes y encontrados, a través de lugares de tránsito que están apenas escondidos. De esta manera, la ópera prima del realizador uruguayo plantea tres lugares que son tres caras de la misma historia. Uno de ellos en las afueras de un pueblito de Filipinas. Otro, en el departamento montevideano de una mujer. El tercero en un crucero. Y Chico Ventana que va y viene entre éste y la intimidad de la chica. ¿Y en Filipinas?: la aparición de una caseta fantasma, que contrasta con el verde de la vegetación y altera la paciencia de quienes la descubren. ¿Qué misterio guarda dentro? El director Alex Piperno. Algo comunica estas tres instancias, y para llegar al vínculo, habrá que acompañar las peripecias de este chico ventana que es también un chico sombra. Así como el sonámbulo del doctor Caligari, Chico Ventana repta las paredes. No se trata, a diferencia de aquel film emblema, de una amenaza, sino de una mirada sensible (en verdad, el sonámbulo caligariano también estaba hecho de mirada sensible y sufriente). Que teme ser descubierta. Un alma solitaria, a fin de cuentas, que vaga entre el mundo del crucero lujoso –como una sombra- al que limpia diariamente, y la atención que le suscita esta chica que vive sola, en un espacio distante pero a solo un abrir de puertas. ¿Cuándo y de qué manera los dos se encuentran? Cuando finalmente acepten, ambos, el carácter fantástico del mundo que habitan. Cuando ella entienda, puede suponerse, que las sombras tienen vida propia. Porque, ¿qué otra cuestión encierra este ida y vuelta entre el barco y su casa, si no es la de un anverso y reverso? El pasaje entre los dos mundos posee una evidente esencia carrolliana; por esto, habrá que pensar en la figura de la ventana como en la de un espejo, como un umbral que divide a la vez que reúne a las dos partes recíprocas. Las dos se requieren, se constituyen de manera mutua. Ahora bien, ¿qué es lo que conecta a los dos lugares, tan distintos? No hace falta buscar demasiado lejos la explicación, descansa en el descubrimiento mutuo de los amantes. Si la ventana es como un espejo, entonces el chico es –cuando lo cruza– un reflejo. El desdoblamiento opera en él cuando la conoce a ella. Cuando ella haga lo propio con él, podrá entonces darse el camino inverso y el conocimiento del mundo que habita él y ella atisba, silenciosa. Cuando lo hace, camina descalza sobre suelo frío, a veces de alfombra. Nadie le presta atención, a excepción de que se salga de lugar, de que quiera estar con quienes no le corresponde. El crucero, en este sentido, aparece como un micromundo de castas, de manera similar a un barco de cariz felliniano. Toda una coreografía de movimientos traza el comportamiento de quienes viven gustosos el lujo de sus vacaciones. Las ventanas del crucero permiten admirar el paisaje patagónico, deslumbrante, que la voz del altoparlante indica imperiosa. Los turistas, esa clase variopinta y sin embargo tan fácil de distinguir, acá aparecen amasados por una misma ronda de tragos, piscina y bailes. Diligentes en la obediencia. Pero también el crucero opera a la manera de un barco fantasma, varado en un recorrido que bien podría ser el de una espiral. Un barco cercano tanto al de The Ghost Ship de Mark Robson, de 1943 (parte de ese mundo de sombras inigualable que orquestara el productor Val Lewton para la RKO), como al de Pandora y el holandés errante (1951), de Albert Lewin. Un navegar cansino, que entre su esplendor de turistas dolarizados guarda en sus entrañas el malestar de un chico enamorado; vale decir, la sensibilidad de alguien que mira por la ventana porque lo desea, y no porque una voz de mando lo solicita. El ir y venir entre ellos, el descubrimiento mutuo, tiene otra arista, tal vez su vértice, en la caseta quizás embrujada que aparece a los ojos de los lugareños filipinos. Rituales y sacrificios se suceden con la esperanza puesta en que los espíritus se apacigüen y se marchen en paz. Una pequeña ventanita –quien mira por una ventana no es únicamente el chico– parece que deja entrever algo. Pero quien lo hace soñará pesadillas del futuro. La puerta es de madera, no parece difícil de violentar. ¿Pero qué encontrar? No abras nunca esa puerta es el título de una de las mejores películas del cine argentino. Desde luego, aquel título invitaba a lo contrario. De manera tan inevitable como allí, lo mismo sabrá suceder aquí.
Hipnótica Chico ventana también quisiera tener un submarino, ópera prima del cineasta uruguayo Alex Piperno, guarda varias sorpresas más allá de un extenso título que poco adelanta sobre la trama. Es difícil descifrar los mecanismos que llevaron a crear una película tan auténtica, pero no por ello es menos disfrutable pasar por la rica experiencia de apreciarla. Luego de su premiere internacional en la 70ma. edición del Festival Internacional de Cine de Berlín, donde recibió el Tagesspiegel Award, Chico ventana... llegó a la plataforma CINE.AR PLAY, para disfrute popular. La ficción relata la historia de un miembro de la tripulación de un crucero que recorre la Patagonia descubre bajo cubierta, en el espacio restringido al personal, una puerta mágica que conduce a un departamento de una mujer en Montevideo. Esta chica, por su parte, vive del trabajo a la casa y de la casa al trabajo. Por las noches, el único placer que parece darse es el de una copa de vino, en soledad, mientras mira televisión. El cruce de ambos más que sorprenderla, le da cierto regocijo. Al mismo tiempo, un grupo de campesinos halla cerca de su poblado en Filipinas una cabaña de concreto cuya presencia atemoriza a algunos de los habitantes. Tres mundos distantes que terminan por converger en un mismo punto y una película que propone un tratamiento narrativo audaz al jugar con el tiempo y el espacio. Es un viaje onírico, fantástico, por momentos incomprensible pero siempre hipnótico. Lo más cercano a un sueño profundo que se ramifica como un laberinto de posibilidades alternativas. Piperno no se achica en absoluto y eleva la vara al decidirse contar su película desde una perspectiva experimental, atreviéndose a abrir las puertas de su mente para imaginar realidades alternativas llenas de misterios. Chico ventana también quisiera tener un submarino busca patear el tablero de las historias autoconclusivas instalando nuevas maneras de pensar la cinematografía lejanas a los modelos clásicos. Vaya si lo logra.