Carlos Echeverría es el mayor referente del cine de la Patagonia con sus registros sobre su historia, su geografía y, sobre todo, los estados de injusticia que se viven en ella. Su último documental constituye una denuncia sobre los abusos que se han practicado con la distribución de inmensos territorios, amparados por el Estado. El punto de partida es la figura del doctor Juan Carlos Espina, médico ferroviario entregado a la acción solidaria en El Maitén, provincia de Chubut, quien -tras ser electo diputado por la UCRI en 1960- se alejara de ella y fundara un pequeño partido, Libertad y Tierra, impulsor de la reforma agraria. Por ese motivo fue echado de todos sus cargos públicos. El documental toma el punto de vista de una ficticia nieta del médico que parte en busca de sus huellas y así reconstruye su historia y la del Oeste de la provincia. Si bien el film, como todo el cine de Echeverría, deriva hacia variados temas y vías de investigación, el foco está puesto en la denuncia de la apropiación que la Compañía de Tierras del Sur Argentino, de origen inglés, llevó a cabo con la concesión de tierras desde 1889, y el trazado de vías ferroviarias que convenían para el traslado de sus lanas a los puertos de Buenos Aires. Hoy esas tierras están en manos de la familia Benetton, aunque el documental no especifica cómo se realizó ese traspaso. Si bien en principio se promovía la colonización y la radicación de colonos, con distintas maniobras fraudulentas todo devino un gran latifundio. En 1908, 25.000 hectáreas fueron restituidas a las comunidades de pueblos originarios, pero posteriormente fueron desalojados y usurpados, sin reacción alguna del Estado, que siempre se mantuvo ausente o refrendando el status quo. Así llega hasta la actualidad, con los reclamos de los originarios por su tierra enajenada, y la represión de las fuerzas armadas, que cobró víctimas fatales en 2017. Resultado de una investigación de varios años, con grabaciones, fotos y registros de época, el documental es un riguroso testimonio de verdades no oficiales de la historia de la Patagonia y, si bien se excede en la duración y algunas reiteraciones, constituye un film necesario, de capital importancia en momentos de extremo negacionismo.
Nahuel, un joven aventurero que reside en la costa atlántica de Chubut, se dispone a emprender un viaje para hallar las huellas de su abuelo, un antiguo médico de la cordillera patagónica. Así, recorriendo paisajes silvestres y poblaciones indígenas, el muchacho va componiendo la trayectoria de su antecesor, que vivió durante una época nefasta para la historia argentina. Diálogos con quienes lo conocieron y fragmentos de diarios, de revistas y de noticieros de la época componen esta búsqueda plena de sugestión a la que el director Carlos Echeverría supo insuflarle el necesario aire poético que necesitaba esta ruta de Nahuel, quien desea, en definitiva, ser un cálido retrato de ese abuelo siempre perdido en el tiempo.
Provincia usurpada El nuevo documental de Carlos Echeverría (Juan como si nada hubiera sucedido, Pacto de silencio y Huellas de un siglo) relata la historia de la usurpación de tierras en la provincia de Chubut desde el siglo XIX hasta la actualidad, y lo hace con rigor histórico a cargo de las protagonistas Nahue y Fernanda, historiadoras que realizan una investigación exhaustiva que incluye trabajo de campo, entrevistas a los campesinos y recopilación de documentos. El resultado es una clase de historia magistral sobre el tema. El gran enemigo de los pueblos originarios, aniquilados, esclavizados y luego explotados en las estancias, son los capitales extranjeros y la complicidad del Estado Nacional, encarnados en la denominada Compañía Inglesa. La empresa fue obteniendo tierras liberadas por la Campaña del Desierto ejecutada por Julio Roca y Perito Moreno, y tuvo el control de la explotación de los terrenos por más de cien años y ahora, gran parte pertenece a Benetton Group. Una historia con fundamentos económicos que explican cómo los intereses ingleses posibilitaron ese hurto, incluso al acondicionar a su merced el espacio para dicha explotación: El trazado del ferrocarril para llevar la producción al puerto, la policía para cuidar sus terrenos y la iglesia para contener a los rebeldes. Una historia de injusticias que detrás de víctimas y victimarios esconde intereses económicos muy bien explicados por las protagonistas. Chubut, Libertad y Tierra (2018) es un documental ficcionado, una de las protagonistas relata en off los hechos acontecidos con un punto de partida personal: la historia de su abuelo, Juan Carlos Espina. Espina fue doctor y diputado nacional, fundó un hospital, ayudó a los lugareños a mitad del siglo pasado. Pero en determinado momento y con el apoyo de la gente, decide meterse en política y funda el partido “Libertad y Tierra” dentro de la Unión Cívica Radical Intransigente. Cuando lleva al Congreso la reforma agraria empieza a ser perseguido como comunista y observado por el Gobierno de Frondizi. De esta historia personal se pasa a la universal para contar el despojo de los pueblos originarios de sus tierras ancestrales. Carlos Echeverría narra el cuento de manera clásica, con una intención didáctica evidente pero sin subestimar al espectador. Busca hacer ameno el relato y la cantidad de información para que su discurso (que no esconde su postura política) llegue con mayor eficacia. El resultado es contundente, algunas imágenes hablan por sí solas como la celebración de los cien años de la compañía aplaudiendo la explotación de dos de sus empleados más antiguos al festejar los 48 y 40 años de servicio de esta gente que, evidentemente, nunca obtendrán ni jubilación ni condiciones dignas de trabajo. Por supuesto el documental termina con los asesinatos de Santiago Maldonado y el mapuche Rafael Nahuel, dos personas que lucharon por los derechos de los pueblos originarios a recuperar sus tierras entregadas a empresas privadas -y extranjeras- mediante una gran estafa no sólo a las comunidades sino a todo el pueblo argentino. El tema es crucial y excede al documental que busca denunciar y tomar conciencia de lo ocurrido. Ahí radica su importancia y trascendencia.
El director Carlos Echeverría presenta Chubut, libertad y tierra, una suerte de «falso» documental que se focaliza, entre otras cosas, en la apropiación de tierras en la provincia de Chubut. Para contarnos estos acontecimientos, Carlos Echeverría se posiciona en la figura de Nahue (Mariana Bettanin), una joven que emprende un viaje hacia El Maitén para indagar en la historia de su abuelo, Juan Carlos Espina, quien se desempeñó como médico y también como diputado por la UCRI durante la década de los 60 -y además impulsó la reforma agraria en aquella región-. La ¿protagonista? recorrerá parte de la Patagonia junto a Fernanda (Pilar Pérez), quien nos orientará en los datos más duros sobre aquella época. Si bien en un comienzo parecemos estar frente a una road movie, donde vemos a Nahue tratando de reencontrarse (de una manera espiritual) con la figura de su abuelo, con el correr de los minutos comprenderemos que Chubut, libertad y tierra va más allá. La película no sólo pone su ojo en la figura de Juan Carlos Espina sino que, a partir de él, abrirá la puerta para poner énfasis a la persecución contra los pueblos originarios para apropiarse de sus tierras. La trama se desarrolla principalmente a través del método de voz en off. Como si de una clase de historia se tratase, Nahué irá relatando punto por punto durante los casi 120 minutos de duración. Chubut, libertad y tierra además cuenta con imágenes y audios de archivo, que se van complementando con el relato. A esto se le suman también los testimonios de las personas que de alguna u otra manera fueron cercanas al doctor Espina. Pese a enfocarse en el pasado -principalmente en la apropiación de tierras por parte de grupos poderosos-, la nueva propuesta de Carlos Echeverría también pone el ojo en la actualidad. El cineasta destaca las figuras de Santiago Maldonado y Rafael Nahuel, dos jóvenes que fueron asesinados mientras luchaban por los derechos de los pueblos originarios.
La nueva película de Carlos Echeverría tiene planos hermosos. Primero que nada, Chubut, libertad y tierra prodiga panorámicas de trenes que pueden asociarse a las grandes tradiciones cinematográficas de todos los tiempos. También desde los trenes llegan planos magníficos en los que se descubre una geografía. El Sur no es una extensión infinita de tierra de la que se erige una promesa, más allá del lucimiento de algunos paisajes y la riqueza petrolífera que yace bajo tierra. Con una precaria cámara digital, Echeverría acopia notables planos de un territorio. Pero su filme no es un retrato geológico, sino una poderosa excavación simbólica en la Historia. En esa tierra yerma vivieron y viven hombres y mujeres que han dejado huellas, porque nadie deja de escribir la Historia, aunque no sea más que redactor involuntario de una línea o una coma.
Carlos Etcheverria es un gran referente del cine hecho en la Patagonia, un documentalista riguroso que eligió una situación ficticia, una supuesta nieta del doctor Juan Carlos Espina, buscando su historia. En realidad el foco esta puesto en el derrotero de este médico ferroviario y solidario en la zona de El Maitén, que fue diputado por la UCRI, fundador de una pequeña organización “Libertad y Tierra”, expulsado de su partido por eso, que luchó por la imposición de la reforma agraria. Esta producción es la reconstrucción minuciosa de cómo esas tierras en manos de los pueblos originarios, fueron tomadas por “La compañía de las tierras del Sur” de origen inglés, que trazaron las líneas del ferrocarril según la ubicación de sus estancias. Con idas y venidas oficiales, más maniobras delictivas, se conformó un inmenso latifundio, hoy en manos de la familia Benetton. Una historia no oficial para conocer.
La Conquista Patagónica. Crítica de “Chubut, Libertad y Tierra” CINE, CRITICA, DOCUMENTALES, ESTRENOS, UNCATEGORIZED Documental que investiga la influencia de capitales extranjeros en la vida de las comunidades originarias y campesinas de la Patagonia. Por Bruno Calabrese. El director Carlos Echeverría (“Juan como si nada hubiera sucedido”, “Pacto de silencio” y “Huellas de un siglo”) relata la historia de la usurpación de tierras en la provincia de Chubut desde el siglo XIX hasta la actualidad. A través de Nahue y Fernanda, historiadoras que llevan a cabo una minuciosa investigación que incluye trabajo de campo, entrevistas a los campesinos y recopilación de documentos. El director utiliza los relatos en off de los hechos acontecidos a través de la investigación personal de una de las historiadoras. La historia de su abuelo, Juan Carlos Espina. Espina fue doctor y diputado nacional, fundó un hospital, ayudó a los lugareños a mitad del siglo pasado. Hasta que en determinado momento y con el apoyo de la gente, decide meterse en política y funda el partido “Libertad y Tierra” dentro de la Unión Cívica Radical Intransigente. Cuando lleva al Congreso la reforma agraria empieza a ser perseguido como comunista y observado por el Gobierno de Frondizi. De esta historia personal se pasa a la universal para contar el despojo de los pueblos originarios de sus tierras ancestrales. “Chubut, Libertad y Tierra” es un documental narrado de una manera muy dinámica, y sirve para entender como se vivieron los tiempos de apropiación de las tierras por parte de las multinacionales hasta los tiempos actuales. La construcción de la nieta que viaja sin saber mucho de su abuelo sirve como una representación de un público más joven, más cercano en este tiempo. Una investigación de varios años, con grabaciones, fotos y registros de época, un riguroso testimonio de verdades no oficiales de la historia de la Patagonia. PUNTAJE: 80/100.
El pasado, presente El director de como Juan, como si nada hubiera sucedido recuerda la historia de un médico patagónico y con él la de una región expoliada. En documentales como Juan, como si nada hubiera sucedido (1987) y Pacto de silencio (2006), el realizador neuquino Carlos Echeverría sacó a la luz, como un excavador, algunas de las miserias más escondidas de su región. La historia semidesconocida del único desaparecido de Bariloche en el primer caso, la condición de vecino poco menos que ilustre del criminal de guerra Erich Priebke en el segundo. En Chubut, libertad y tierraEcheverría rescata del silenciado pasado patagónico una experiencia efímera pero luminosa. La del médico Juan Carlos Espina, que a comienzos de los años 60 lanzó, junto a otros aventurados, un partido que proponía una reforma agraria que restituyera las tierras en manos de una compañía británica a los mapuches de la zona. Como esas tierras hoy están en manos de Benetton, y los habitantes originarios viven mayormente en la reserva de Cushamen, el intento frustrado del doctor Espina viene a desembocar en los crímenes de Estado de Santiago Maldonado y Rafael Nahuel, dándole a Chubut, Tierra y Libertad una incómoda resonancia en tiempo presente. En los films previos el propio Echeverría asumía la investigación, llevándola adelante en primera persona. En esta ocasión el realizador delega ese protagonismo en manos de una chica treintañera, nieta de aquel médico, que atravesará la Patagonia de costa a costa para investigar sus huellas. Es una decisión narrativa lógica, adoptada, de hecho, en muchos documentales, en los que algún descendiente, en la mayoría de los casos el hijo o hija, hace de alter ego del espectador, echando luz sobre el derrotero del antepasado. Chubut, libertad y tierra asume así la forma del film de viaje, aunque sólo en el aspecto exterior. Nahue (tal el apodo de la chica) recorre una larga distancia pero jamás se sabrá qué es lo que ese traslado, y la reconstrucción posterior de la figura de su abuelo, producen en ella. No sólo porque en el curso del largometraje (dos horas tres) se mantiene impávida, sino porque poco y nada se sabe de ella. A diferencia del Echeverría de las películas previas, que procedía como un ciudadano corajudo, Nahue no es un personaje dramático. Apenas el agente elegido para contar la historia del doctor Espina. Lo anterior es, en verdad, una drástica reducción. Lo que cuenta Chubut, libertad y tierra es bastante más que la historia del médico de familia que a comienzos de los años 40 dejó la localidad de Camarones, arribó a la pequeña ciudad de El Maitén para atender a la gente del lugar y un tiempo más tarde fundó un hospital que sería de los más importantes de la zona. Hilando con habilidad instancias narrativas y temas históricos, Echeverría se las ingenia para contar la historia de los trenes ingleses, de la colonización del mismo origen en la Patagonia, de la relación entre la corona británica y los gobiernos locales, de la condición de trabajadores explotados de los habitantes originarios de Cushamen, del poder que fueron adquiriendo los “bolicheros” gracias al sistema de venta a crédito, del mejoramiento de las condiciones laborales que representó el Estatuto del Peón dictado a comienzos del peronismo… y eso es apenas una parte. Una montaña de temas, como puede verse, cuya exposición tiene entre otras la virtud de no volverse agotadora. Sin embargo, el rostro y la voz en off de la no-protagonista no comunican interés o pasión por lo que se está contando, sino abulia, languidez, incomodidad incluso. Todo eso se transmite, como no podía ser de otra manera, al espectador, que recibe así un doble mensaje antagónico: el de una historia que se adivina rica, dramática y apasionante y el de una “protagonista” que, más que haber tomado la decisión de ir en busca de su abuelo parece haber respondido sin mucho entusiasmo a un pedido del realizador.
Reflejos en el tiempo de un héroe anónimo a través del relato ameno y cálido De vez en cuando alguien descubre, o encuentra, una historia interesante sobre alguna persona que se destacó por sobre la mediocridad general, sin proponérselo como un objetivo de vida. Simplemente sus acciones lo llevaron a eso, como para que su figura merezca ser analizada en profundidad y finalice su biografía en un libro o un film. Este es el caso por el cual Carlos Echeverría decidió realizar una película sobre la vida y obra de un hombre, de algún modo un héroe anónimo, que trabajó a destajo por el bienestar de la población que lo cobijó durante mucho tiempo. El personaje en cuestión se llamó Juan Carlos Espina, un médico bonaerense qué, en la década del ´40, decidió trasladarse a El Maitén, un pueblo de Chubut, para atender a la innumerable cantidad de pacientes que había abandonados a su suerte porque no existía la asistencia médica en esa zona. Pero, eso no fue todo. Dos décadas más tarde, se involucró activamente en política para, desde otro lugar, poder mejorar las condiciones sanitarias de los pobladores y, de yapa, reclamar la devolución de las tierras a sus habitantes originarios. El atractivo que tiene esta crónica es la manera en que está contada. El director diagramó una estructura típica de documental, con archivos de videos, fotos antiguas, diarios, documentos oficiales color sepia, testimonios varios, pero, además, para completar la idea trazada, en realidad sigue una línea ficcional qué si uno le presta la debida atención se dará cuenta de que no todo lo registrado visualmente es totalmente verídico. Especialmente quién lleva adelante la tarea de ser una suerte de extensión corpórea del realizador frente a la cámara. Nahue Espina (Mariana Bettanín), dice ser nieta del médico y el verosímil está instalado desde el comienzo. Ella vive en Camarones, un pueblo ubicado sobre la costa y su aventura es ir en tren hacia el sector cordillerano donde se encuentra El Maitén, para buscar y conocer cuáles fueron sus orígenes y quién fue su abuelo. En el ferrocarril conoce a Fernanda (Pilar Pérez), que en realidad es una historiadora, y juntas comparten un tramo del viaje en el que va explicando los problemas que hay desde hace más de un siglo con las tierras de esa provincia. Con un relato ameno, extenso en su duración, profundo y cálido, no sólo por el ritmo sosegado generado en la sala de compaginación, sino también por la manera de moverse y hablar, tanto en on como en off de la protagonista, sumado a una muy buena musicalización instrumental, que suena especialmente en los momentos de transición, hace que la narración tenga el tono justo para atrapar la atención del espectador desde el comienzo y entender una vez más la monumental y desigual lucha que se da en nuestro país contra los molinos de viento.
RAÍCES PATAGÓNICAS Como todos los buenos documentales, Chubut, libertad y tierra se va desenredando como un ovillo. Una búsqueda inicial que se afinca en el pasado sentimental de la protagonista, la reconstrucción de un fantasma que sólo conoce a través del archivo de fotografías y grabaciones se transforma en el punto de partida de una búsqueda más general, que atraviesa la historia de la expropiación de tierras en la Patagonia, el origen y desmantelamiento del trazado ferroviario y una lucha política que alcanza nuestros días. Carlos Echeverría encuentra entre el paraje del desierto patagónico una historia que se enmarca en un relato al que periodísticamente le faltan algunas fuentes sólidas para sostenerse, pero que en su búsqueda de justicia y rescate de la figura del doctor Juan Carlos Espina, encuentra algunos argumentos insoslayables sobre la lucha contra los sectores oligárquicos que dominaron nuestras tierras y el reclamo legítimo de los pueblos originarios sobre las mismas. La nieta de Espina, personaje protagónico y voz en off que reconstruye su búsqueda al dirigirse hacia el sur patagónico, inicia su trayecto a raíz de fotos, artículos y grabaciones de la voz de su abuelo, un renombrado médico que vivió prácticamente aislado en El Maitén e inició la hercúlea tarea de dirigir un hospital prácticamente sin recursos, profesionalizando al personal que tenía a su alcance. Durante su viaje en el tren patagónico que conecta Viedma con Bariloche, conoce a una estudiante de la carrera de historia que se encuentra trabajando en un estudio del entramado histórico de expropiación de tierras de la Patagonia y esto le da una nueva punta para construir la figura de su abuelo. Las vertientes se entrecruzarán para responder varios elementos de la vida de Espina, así como su alejamiento de la medicina. Al atender la colonia de Cushamen, se involucrará en las injusticias que padecían los pueblos mapuches a manos de terratenientes ingleses y el sistema usurero de los “bolicheros”, llevándolo a formar a la agrupación política de Libertad y Tierra. Este aproximamiento le costará su carrera en la medicina con el predominio de gobiernos conservadores aliados al poder oligárquico y empresarial, que verán con malos ojos el reclamo de tierras expropiadas a las comunidades indígenas. La dictadura cívico-militar de 1976 terminará de sepultar tanto la carrera política como médica de Espina. El documental va desenmascarando el entramado político, el encubrimiento corrupto hacia los Benetton y las conexiones hasta el presente, no siempre con las mismas bases sólidas con que reconstruye la carrera y la vida de Espina. El documental se arma en base al protagónico y la voz en off de la nieta de Espina, que es la columna vertebral del relato. Por esta razón tiene mucho de documental ficcionalizado, lo cual siempre constituye un riesgo pero le da verosímil a la búsqueda de la protagonista, además de dar un marco visual imponente del desierto patagónico. Esto le da frescura y un tono de documental de viaje que también resulta introspectivo. El montaje construye el entramado de datos que constituye el marco informativo: un enorme archivo de grabaciones, fotografías y artículos que va uniendo las piezas de la vida de Espina. La banda sonora atmosférica resulta tenue y acompaña el suspenso narrativo y el viaje introspectivo de la nieta de Espina, que también resulta un viaje a comprender el origen de como se ha construido y expropiado el espacio en la Patagonia. En definitiva, con sus casi dos horas de duración Chubut, libertad y tierra puede resultar un tanto denso porque no todos los ramales que abre para desarrollar informativamente cada uno de sus segmentos tiene las mismas bases sólidas, pero la forma en que construye la búsqueda exhaustiva en torno a la figura de Espina resulta de una innegable contundencia. Por momentos de una audacia visual que recuerda a los viejos western por sus amplios planos generales y la figura recurrente del tren, se trata de un viaje profundo y laberíntico que es difícil olvidar.
La joven Nahue tiene inquietudes y un pájaro dentro, necesita saber parte de la vida de su abuelo, un médico del ferrocarril Juan Carlos Espina. Para averiguar debe emprender el mismo camino que hizo él por la cordillera patagónica y parte de ese trayecto lo hace a través del tren patagónico allí conoce a otras pasajeras y recaba distintos conocimientos. Luego toma otro camino para llegar a destino El maitén (Provincia de Chubut) y reconstruir su investigación. El documental va transitando por parte de nuestra historia política, social y económica, recorriendo paisajes silvestres, reconstruyéndola a través de fotos, testimonios, imágenes de archivos, audios y recorte de diarios. Un interesante recorrido porque esto también forma parte de la historia.
Una doble búsqueda se plantea en el último documental de Carlos Echeverría. Quien la lleva a cabo es una joven, la cual sigue los pasos de su abuelo, el doctor Juan Carlos Spina, un médico ferroviario, responsable de la fundación del partido Libertad y Tierra en la provincia de Chubut. Esta decisión le valió ser relegado de la esfera pública. Apenas se conservan audios con su voz y algunas fotos. Por ello, la necesidad de sumar testimonios de quienes lo conocieron. El trayecto de la protagonista confirma la experiencia del viaje como transformación de la propia identidad. Hacer el camino del otro, pisar la misma tierra, es una forma de invocar a los fantasmas y sentir su presencia. Pero para ello, hay que estar en el lugar de los hechos. Se dice que Tolstoi para escribir “La guerra y la paz” pasó años tomando notas en los que habían sido los campos de batalla. Supongo que todo documentalista parte de la necesidad de interactuar con un espacio y con los relatos que los habitan. Los largos recorridos de la joven nieta por los paisajes desiertos del sur confirman esa operatoria. Sin embargo, la historia personal es también una forma de sacudir el pasado para interrogar el presente. A medida que transcurre la travesía, nos metemos en el túnel del tiempo para comprobar no sin cierta perplejidad las políticas sucesivas de servilismo a Inglaterra, una lógica de entrega territorial que, por supuesto, no cesa. Puede que el tono marcadamente expositivo y neutro de la omnipresente voz en off genere un lastre innecesario en determinados tramos, pero cada línea discursiva está justificada por la necesidad (ética) de hacer comprender las maniobras siniestras que históricamente se llevaron a cabo contra el pueblo, los constantes abusos y despojos de las tierras cuyo origen data de 1889 y continúan hasta los Benetton. La presencia de los trenes genera un efecto ambiguo. Por un lado, y desde el punto de vista cinematográfico, siempre aparecen pegados a una tradición simbólica ligada a los orígenes. Por otro, son signos concretos de un sistema pensado en su momento para controlar absolutamente el espacio patagónico en función de los intereses de capitales extranjeros. Da pavor escuchar y ver la manera en que hemos entregado el país y lo seguimos entregando. Del mismo modo ,se despierta la nostalgia por un modo de transporte destruido en la década menemista y con ello las esperanzas de miles de familias. Algo similar ocurre cuando se ven los lugares desolados de ese sur que quisiéramos ver y disfrutar como un western (el registro de Echeverría lo hace posible) y sin embargo sabemos de las dificultades de sus habitantes, perdidos en reclamos nunca escuchados, estigmatizados por los medios manejados por el poder. Esa tensión late en la película y es unos de sus puntos más interesantes. Puede que el método empleado por Echeverría traicione las expectativas de quienes están habituados a tantas docuficciones terapéuticas, pero es bueno pensar que existen aún cineastas que combinan rigurosidad y sensibilidad para que no nos distraigamos, porque los embates siguen, están a la orden del día. Por Guillermo Colantonio @guillermocolant