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“Cicatrices” de Miroslav Terzic. Crítica. La única lucha que se pierde es la que se abandona. El próximo 26 de agosto tendrá su estreno el segundo largometraje del director serbio Miroslav Terzic. Drama psicológico inspirado en hechos reales, en el que se involucra a médicos, enfermeros, policías y funcionarios del registro civil, en el horrendo caso de robo de bebés recién nacidos, en hospitales para su venta ilegal. Ana es una costurera que vive en un modesto departamento en la ciudad de Belgrado, Serbia. Con su marido Jova, un personal de vigilancia nocturna y su hija adolescente, Ivana. Hace 18 años se le informó que su hijo recién nacido estaba muerto. Sin la posibilidad de ver su cuerpo y ni siquiera saber el lugar de su entierro. Desde ese entonces, Ana ha tenido la sospecha de que su hijo está vivo. Su lucha por encontrar la verdad, luego de muchos años, se acrecentará con la aparición de una mujer, perteneciente a una asociación, que se dedica a resolver casos de bebés recién nacidos desaparecidos misteriosamente. Casos que se indican principalmente en los años 90 durante el derrumbe de la ex Yugoslavia. A continuación, la protagonista ayudada por una empleada del registro civil descubrirá ciertas irregularidades, en los archivos del hospital en la sala de maternidad. Al enfrentar a la policía, médicos y otros funcionarios, es desestimada y acusada de mantener una fantasía en su mente, al no poder superar el duelo. Ana es una mujer silenciosa y de pocas palabras. Sin embargo, tanto por los gestos que denotan su rostro, como por su expresión corporal se puede dilucidar su padecimiento interior. Una madre perturbada que lleva a cuestas el cansancio y el sufrimiento, que establecen tantos años de lucha contra la indiferencia y la impunidad. No obstante, sus energías no decaen, sino por el contrario se torna más fuerte, resistiendo en esa búsqueda de la verdad, que su corazón le indica y exige. Remarcado desde su oficio de costurera en donde se la puede observar, por momentos concentrada junto a su máquina de coser hilvanando los distintos tramos de telas, como si fueran piezas de un rompecabezas, que como en su vida deben ser reconstruidos. Miroslav Terzic, narra la historia de manera directa, sin la necesidad de abundar en diálogos, ni caer en sentimentalismos fáciles. Con un magnífico manejo de cámara, que se refleja al momento de decidir los diferentes planos, describiendo por si solos el contexto emocional de cada escena. Movimientos y cortes secos, que van de un plano general a un primer plano y viceversa, trasmitiendo así la tensión de la protagonista y manifestando también una sensación de desconcierto, que existe permanentemente en ella.
“Cicatrices” de Miroslav Terzic. Crítica Una película dramática serbia que combina elementos de suspenso, basada en una historia real. Marío Betteo Hace 2 días 0 26 Un film que se acerca al género de un thriller, y que todo el tiempo es la consecuencia de la apasionada búsqueda de un hijo, ubica al espectador como miembro “fantasma” de todo lo acontecido.Cicatrices - SensaCine.com.mxCon articulada paciencia y sereno relato, discreto e íntimo, la primera media hora del film “Cicatrices” (2019) nos presenta a una mujer de mediana edad que está buscando algo, un dato, una marca, un cuerpo, el de un hijo que ella ha perdido, que ha desaparecido al momento de nacer. Es una costurera que se ha ido entristeciendo con los años, que deambula por la vida, con una hermosa y triste mirada. Vive con su esposo Jovan (que trabaja de noche) y una hija Ivana, enfrascada en sus relaciones y amistades a través de su celular, enojada y distante de la madre. Podemos decir que los tres integrantes de esa familia han perdido algo de lo que llamaríamos, la luz de la vida. A Ana, la madre en cuestión (estupenda Snezana Bogdanovic), nada la aplaca en su continuo problema, el misterio que la rodea. Luego sabremos que fue el robo de su bebé recién nacido dieciocho años atrás. Ana contra todos: la familia (que la acecha con indiferencia frente a sus pequeños ceremoniales); la policía que no puede cerrar el expediente pero que le ofrece todo lo posible para que se aleje de la causa; el personal hospitalario que pretende denunciarla por insana si sigue en su investigación. No hay razón que alcance para resolver el enigma. Cada tanto, Ana, al salir de su departamento, mueve unos centímetros de lugar un adorno barato, una pequeña estatua de porcelana de dos caballos entrelazados que está en una repisa. Como si se hubiesen movido independientemente de ella. Todo el resto del film será la consecuencia de esta apasionada búsqueda de un hijo que no es un desaparecido en el sentido que le damos en la historia argentina, ni tampoco un niño que murió al nacer. Quiere saber dónde está su cuerpo. El de ella y el de su hijo. Un detalle no menor es que cuando Ana pregunta acerca de esa falta, le dicen que no quisieron mostrárselo porque era una monstruosidad, que la iba a traumatizar. Esos dos términos serán la clave del carácter de la sustracción, del delito cometido: una monstruosidad y un golpe para ella. El director Tarzic y su guionista Elma Tataragic, no se privan en colocarnos casi como miembros “fantasmas” de ese grupo familiar, ya que la acompañamos en sus averiguaciones y sus tensiones con los otros. Tomas muy cercanas, en ambientes cerrados, se contrastan con tomas abiertas en calles desiertas, en una ciudad que de a poco advertimos que es Belgrado. Estamos en Serbia, años después de lo que fue la guerra de los Balcanes. ¿Qué es un niño recién nacido sino el resultado de haber sido la causa de un deseo, el de los progenitores? Es en ese sentido que podemos decir que Ana persigue una causa, mientras que para los otros, la causa los persigue a ellos. Una extraña y siniestra complicidad los emparentados a todos los otros. Ana ha sido mutilada en su percepción, ha sido engañada frente a algo que no engaña. Un bebé recién nacido pierde sus envolturas y eso lo hace mortal, en el sentido de que ingresa a la vida. Es un cuerpo que ha perdido su pasado, aunque lo añore y no tiene un futuro más que en los brazos de quienes lo nutrirá y lo envolverá en capas de palabras y de pedidos, requerimientos, miedos, fantasías. Es debido a esto que un bebé es un ser con una plusvalía, que puede llegar a encontrarse con otros que lo desean por su valor de cambio, en un mercado que siempre está ávido de esa “mercadería”. No está de más decir que este relato, que apenas roza la tragedia de esa guerra, habla para la Argentina, de un tráfico de recién nacidos en la época del proceso, que fueron raptados a sus padres y madres presos, y entregados a parejas, muchas de ellas, ligadas a los poderes represivos de entonces. Más que por dinero, era por el valor de haber sustraído “almas manchadas” para ser redimidas en el seno de familias estériles o colaboradoras del proceso. No deja de llamar la atención cómo la esterilidad se instaló en síntomas, en hombres y mujeres que estuvieron comprometidos en las tareas de “limpieza política” y de “higiene social”. Ana está tramitando un duelo que no tendrá conclusión hasta que no se encuentre con una nueva pérdida en su ser. Ella, sabe sin saberlo, que no hay más causa que la que cojea. La Verdad no existe completa: como sucede en cada nacimiento, se pierde una parte, se descompleta y es para siempre. Eso no quita que se la pretenda ser toda Una, como Dios. Será cuando ella constate que su hallazgo consta de una nueva pérdida, que encontrará aplacamiento a su convicción y su sombría vida. En un final que se acerca al género de un thriller, el encuentro la pondrá a Ana en la necesidad de ofrecer una disculpa, algo que parecería a primera instancia, un despropósito. ¿No serían los apropiadores, los adoptantes, los que tendrían que disculparse? No, el film, nos muestra que es ella la que lo necesita. Una dis-culpa habla de un acto en el que la culpa ha perdido algo: su objeto. Debido a eso se disuelve su gris mirada y advertimos en su cara un leve tono de relajación, de alegría. Nada indica, al final de la película, acerca del destino de ellos. Serán cicatrices. Eso sí: sabremos qué es lo que mueve a esos caballos de porcelana que están sobre la repisa. Crítica: Mario Betteo
Empecemos por el final. Justo antes de los créditos, la clásica placa negra con letras blancas asegura que, durante la guerra que terminó con la división de Yugoslavia, hubo más de 500 niños que se cree que fueron robados de los hospitales después de nacer, dándolos por muertos en los registros oficiales y ante los padres. Padres que, en muchos casos descreídos de la versión oficial, emprendieron búsquedas personales para dar con el paradero de sus hijos. Una de esas madres se llama Ana (Snežana Bogdanović) y es una costurera que perdió a su hijo hace 18 años. Por su carácter silencioso y mirada por momentos pérdida, es evidente que el duelo no ha terminado. Por el contrario, la certeza de que está vivo es cada vez mayor. Aunque su marido le suplica que deje el pasado atrás y su hija le haga varios desplantes, Ana se acerca a una asociación dedicada a resolver este tipo de casos. Gracias a un contacto ingresan a las bases de datos oficiales y descubren no solo faltantes llamativos, sino también varios documentos con información contradictoria. El segundo largometraje del realizador serbio Miroslav Terzic acompaña a esa mujer internamente rota pero que no da muestra alguna de desesperanza. Tan encerrada está en sí misma, tan presa de sus teorías y pensamientos, que por momentos la película se enclaustra con su protagonista, imponiendo una distancia que se refuerza a través de un relato seco y en clave mayormente naturalista. Pero Cicatrices tampoco es un drama en estado puro porque, a medida que avanza el metraje, empieza a surgir una obsesión de ella por quien podría ser su hijo. Cuánto hay de fabulación interna, cuánto de deseo oculto, y cuánto de realidad en esa teoría filial es una incógnita con la que el film juega en el último tercio, entregando un desenlace abierto y nada concluyente que evita las soluciones narrativas facilistas.
La apropiación o venta de bebés recién nacidos tiene una trágica historia en la Argentina. Cicatrices transcurre a miles de kilómetros de aquí, en Serbia. Y el dolor es el mismo. Stefan, como habían decidido llamarlo, nació en medio de la Guerra de Kosovo, un dato que la película de Miroslav Terzic no informa. Es que el director no es que dé por sentado nada, pero prefiere reforzar la narración en imágenes que con palabras. No son muchos los diálogos ni parlamentos. Vean sino la escena en la que Ana, la madre, está hoy sentada a la mesa con una torta con una velita encendida, y corta tajadas, una para su marido, otra para su hija. No hace falta explicar nada, aunque esa escena sea prácticamente al comienzo de la proyección. Y luego apenas se menciona que Stefan nació en 1998, en un hospital en Belgrado, la capital serbia. Desde el día en que a Ana le informaron que había nacido muerto, ella descree que haya nacido muerto, o con una malformación. Hay una asociación que nuclea a madres y familiares de cerca de 500 bebes desaparecidos en Serbia, que vuelve a contactar a esta costurera de clase media, que viaja en transporte público. No porque tengan novedades, sino porque la lucha y la batalla por saber la verdad no se apaga. Ana no sabe si Stefan murió o fue vendido, porque nunca le dieron su cuerpito, y no sabe dónde está enterrado. “¿Qué es lo que querés?” le preguntan. “La verdad” es su tajante y lacónica respuesta. Ana en un momento no siente que cuenta con el apoyo familiar. Ni su esposo, ni su hija, ni su hermana. “Solo te preocupa tu hijo muerto”, le reprocha Ivana, su hija. ¿No quieren saber qué pasó con el bebé? Las incongruencias en las actas de nacimiento y de defunción de bebés, sumado a la escasa diligencia de la policía o la Justicia hacen que los intentos de Ana, que no tiene amigas, que parece tener una vida apagada, sin sonrisas, fuerte, decidida, no hayan cesado nunca. Cicatrices casi no tiene música incidental. Se refuerza, de esa manera, la idea de potenciar lo que se ve, como decíamos, más que lo que se escucha. Esa actuación Y es entonces en la actuación de Snezana Bogdanovic, que vio recompensado su trabajo en varios festivales, donde recae el mayor peso. El de la historia, el de los primeros planos, el de desandar esta historia con matices sin reforzar nada. Es sinceramente un logro que una película sobre un tema tan difícil y arduo no caiga en simplismos ni discursos altisonantes. La información se va revelando de a poco al público, que entra a la trama como si estuviera dentro de esa casa. Sin subestimar al espectador, como que la mirada y el centro de atención están en esa madre y su entorno, que llevan adelante esta búsqueda implacable, a la que los años no la han deteriorado nada.
ESPEJOS "Interesante alegoría en tiempos de observación interna. Encantador y fuerte filme serbio. Basado en hechos reales. Relatado desde una perspectiva soberbia y excepcional crítica hacia la sociedad" Šavovi (Stitches), 2019 Es la historia de Ana, una mujer que después de dieciocho años de haber dado a luz a su hijo, sigue buscando respuestas sobre su paradero tras la sospecha de que a ella -como a otras mujeres serbias- le robaron sus bebés recién nacidos para entregarlos en adopción ilegal. Basada en hechos reales, el film muestra la lucha de una madre desesperada quién deberá emprender un largo y duro camino en busca de la verdad. Miroslav Terzic brilla con cada plano y sutiles movimientos de cámara, realzando la figura de la protagonista y trazando su meticuloso estilo. Luces y oscuridades a medida que avanza el film. El guion, a cargo de Elma Tataragic, es el fuerte de la película. Cada personaje está construido de una manera inmejorable. La trama dramática resuelta en tres actos y la voz del autor se presenta en cada escena. Brindando en su profundidad, pistas, generando cierta incertidumbre en el espectador y consiguiendo su inmediata empatía, en una atmósfera intrigante. Con respecto al majestuoso Diseño de Arte, cada recurso está muy bien aprovechado, contrastes y paleta de colores en sus locaciones interiores y en exteriores. La utilería y fotografía de la mano de Damjan Radovanovic son impecables. Por otra parte, es importante mencionar, la dramática música de Aleksandra Kovac, quien sigue de manera apasionada la armonía del filme. Además, las inmejorables interpretaciones, destacándose la de la protagonista Snezana Bogdanovic, con un elenco que acompaña, en una gran labor de casting. "Se agradecen películas como estas, que se pueden tomar como lecciones de guion y por otro lado, representan y expresan el rol de la lucha de las mujeres en la sociedad. Interna y externamente, un conflicto actual y vetusto. Recomendable para reflexionar e imperdible mirar en pantalla grande."
El cine de los Balcanes -con la excepción de los trabajos del serbio Emir Kusturica, su connacional Goran Paskaljević, el croata Dalibor Matanić o el bosnio Danis Tanović-, prácticamente permaneció ausente de las pantallas argentinas en las últimas décadas. Herederos de la escuela yugoslava que había alumbrado a la denominada Ola Negra de los años sesenta (con su humor negro, su fatalismo y, fundamentalmente, su crítica política), el cine actual busca en pequeñas coproducciones volver al plano internacional. Calidad técnica y destreza narrativa no les falta. Allí se encuentra Cicatrices, la película del serbio Miroslav Terzić, en coproducción con Eslovenia, Croacia y Bosnia y Herzegovina. La historia, como en mucho cine de la antigua Europa del Este, presenta traumas heredados del viejo régimen soviético. Al título Šavovi, le correspondería la más exacta traducción de “costura”, o sea la unión de dos telas o la sutura de elementos dañados en una; precisamente de eso se trata el trabajo cotidiano de Ana, que se dedica a hacer andar la máquina de coser en su pequeño negocio. Pero tiene otra labor más importante, y también diaria: lleva años buscando datos concretos sobre su hijo, que supuestamente murió al nacer. Sus sospechas de un caso de adopción ilegal la llevan a enfrentar un entramado de corrupción institucional que también hace poner en duda su salud mental ante su familia. Aún con ciertas líneas narrativas habituales y repetidas en su historia, pero efectiva en su combinación de drama y thriller, Cicatrices -basada en casos reales- es una encomiable realización que se agiganta en el descomunal trabajo de Snežana Bogdanović, como esa madre que busca una respuesta hasta el final.
El rostro de Ana expresa lo que calla, lo que contiene tanto vivo como muerto. Su actitud corporal tan retraída y apacible despierta interrogantes y genera una constante tensión. Tensión que colma su modesto departamento; se traslada con reproches hacia su hija y a su marido, o se enciende en la vela de una torta de cumpleaños que debería soplar alguien que nunca estuvo. Pero está ella, esa madre incansable que busca a su hijo insistentemente hace 18 años. ¿Es sólo una obsesión o hay algo que le ocultan? ¿Qué pasó con ese bebé al nacer? Así comienza la nueva película del realizador serbio Miroslav Terzic (Redemption Street, 2012), quien expone con solvencia narrativa y una interesante puesta en escena, un drama que fusiona con el thriller psicológico en torno a la identidad y a las irregularidades en los nacimientos en Serbia durante la conflictiva década de los 90. El testimonio de esos hechos, no han dejado más que cicatrices abiertas en muchas familias. Magistralmente interpretada por Snežana Bogdanović en el papel de Ana, una costurera de Belgrado que vive con su esposo Jova (Marko Baćović) un vigilante nocturno, y su hija adolescente, Ivana (Jovana Stojiljković). Ana insiste en seguir buscando a su hijo, desconociendo dónde fue enterrado el cuerpo que jamás vió. La búsqueda la llevará a interpelarse, a confrontar con su familia y con autoridades locales, porque hay algo que no la deja claudicar. Ella insistirá hasta encontrar la verdad. Como si todo estuviese en función de un enigma y de las puntadas con que Ana arregla las prendas de otros, Terzic dosifica muy bien la información que brinda al espectador para hilvar los hechos y generar climas. De esa manera, trabaja sobre los indicios, la gestualidad, y las miradas en función de lo no dicho, lo latente, lo que falta descubrirse. En esa búsqueda, va desorientando el conflicto inicial en torno al mundo interior de la protagonista, mostrándola endeble e inestable, para despegarse un poco del drama y otorgarle más dinamismo a través del suspenso. Desde lo visual, el realizador compone una estilizada puesta en escena junto a su director de fotografía Damjan Radovanovic, con una elección que va desde planos cercanos e interiores asfixiantes hasta tomas panorámicas que se ajustan a una composición naturalista ajustada a los hechos. Exhibida en la sección Panorama del Festival de Berlín y ganadora del Premio del Público, Cicatrices nos acerca a un realizador que forma parte de las nuevas voces del cine serbio contemporáneo; un realizador que demostró no estar ajeno a la realidad que denuncia desde un interesante relato de ficción. CICATRICES Savovi / Stitches. Serbia, 2019. Dirección: Miroslav Terzic. Guion: Elma Tataragic. Intérpretes: Snezana Bogdanovic, Marko Bacovic, Jovana Stojiljkovic, Vesna Trivalic, Dragana Varagic y Pavle Cemerikic. Música: Aleksandra Kovac. Fotografía: Damjan Radovanovic. Distribuidora: Mirada. Duración: 98 minutos.
La búsqueda de la verdad en territorio serbio Basada en hechos reales, el segundo largometraje del director de “Redemption Street” tiene puntos de contactos con el cine testimonial argentino al retratar la lucha de una madre contra las instituciones por el paradero de su hijo. Ana (Snezana Bogdanovic) es una mujer ausente. Está en su casa con su marido e hija adolescente pero no conecta con ellos. Deambula por la ciudad (Nueva Belgrado) y sus edificios públicos en la búsqueda de respuestas sobre su hijo muerto al nacer hace 18 años. La falta de información administrativa, la ausencia del cuerpo del niño, le dan una mínima esperanza. Por eso sigue con fervor, 18 años después, una investigación al respecto. Las cicatrices del título local (el original se traduce “puntadas” acorde a su profesión de costurera) son el impedimento de Ana para rehacer su vida. Confronta con su familia y otros actores sociales por esa herida del pasado que sigue abierta. Miroslav Terzic logra una película intensa por el tema tratado, que tiene puntos de contacto con lo sucedido en tiempos de dictadura militar en nuestro territorio. En el cine nacional esta temática fue retratada en infinidad de oportunidades y de múltiples formas, cuestión que le quita novedad al premiado film. Sin embargo, vale su reflexión sobre las consecuencias de un conflicto que tiene sus raíces en la guerra que dividió Yugoslavia, donde se registraron más de 500 niños robados de hospitales al nacer con la complicidad de los médicos, y que fueron notificados como fallecidos a sus padres. Las demandas salieron a la luz a principios del milenio. Cicatrices (Šavovi/Stitches, 2019) es un drama intenso, de silencios y gestos, donde lo no dicho adquiere una sombría capa que envuelve la trama. La tensión reposa en la inmensa actuación de Snezana Bogdanovic, quien oculta su dolor debajo de su rostro. Su mirada y pequeños gestos expresan su calvario interior.
Cine serbio. Película sobre una madre que busca a su hijo. En un país víctima de una guerra cruel, en la que las mujeres fueron violadas y los bebés robados al nacer de los hospitales. Cicatrices, segundo film de Miroslav Terzic, lo tenía todo para drama lacrimógeno. Pero esquiva el que quizá era el camino más fácil para narrar esta historia y elige meterse en un retrato psicológico de esa mujer, la costurera Ana, que transita su duelo con las herramientas humanas más universales. La mujer que perdió a su hijo hace casi dos décadas pero, convencida de que está vivo, parece enfrentarse a todos y a todo, inclusive a su propia obsesión, que la recorta de sus vínculos. Con un estilo naturalista, directo, Terzic y su protagonista dejan que la intriga crezca y nos atrape. Así como crece al misterio sobre la naturaleza de la verdad y que nos lleva a creer en ella.
UNA MADRE Y LA BÚSQUEDA DE UN HIJO QUE LE ROBARON La historia de una madre a quien le arrebataron su hijo. Cuando nació le informaron que había muerto pero nunca vio su cuerpo, no sabe donde descansas sus restos. Han pasado 18 años y ella nunca bajo los brazos, ni dejó de buscarlo, pese a las amenazas y denuncias, a los consejos desesperados de su marido, de su hija adolescente, de su hermana. Un tema tan cercano a la historia argentina aunque esté basado en el reclamo de más de 400 madres serbias, que en Belgrado reclaman por el robo de bebes y aún ningún caso fue resuelto. Una historia tan sensible para nuestro país, le permite al talentoso director Miroslav Terzic ( este es su segundo largometraje) hurgar con sencillez y rigor en lo que ocurre en la mente de esta mujer, de rostro plácido, andar tranquilo, pero con un espíritu de lucha de hierro, a la que no se puede detener. Ella está inmersa en su rutina, pero siempre en actitud de espera o de búsqueda. Según el guion de Elma Tataragic casi no persibe que su hija adolescente le reprocha no poder competir en atención y cariño con alguien desaparecido. Promete y calma a su pareja, a su hermana, pero no cumple. De manera minimalista, en espacios sencillos y desiertos, esta mujer puede mover montañas, y de a poco se acerca a la verdad. Tan intensa como sencilla, la película adquiere ribetes de thriller y de enorme tensión. Grandes actores para un film que conmueve y hacer crecer la empatía con esa protagonista valerosa.
INSTINTO ETÉREO Encerrada en sí misma y con el cuerpo cada vez más descolorido, casi traslúcido, Ana encarna al espectro que vaga sobre la Tierra con una tarea pendiente. Repite de manera automatizada las acciones cotidianas como preparar la comida, ir a su local de arreglo de ropa o acostarse y siempre, antes de salir, acomoda un pequeño adorno de caballos y echa un vistazo al espejo. Por costumbre, como un tic o, tal vez, una invocación silenciosa para romper con el sofoco. Si bien la mirada parece ausente, por momentos está muy alerta: espía desde las rendijas de la ventana a los chicos en la calle o vigila la entrada/salida del hospital para saciar su deseo de verdad. Una verdad negada durante 18 años. ¿Dónde está el cuerpo de Stefan? ¿Realmente nació muerto o la médica, los policías y el mismo Estado la engañaron desde el principio? Según la placa final, Cicatrices se basa en hechos reales que confirman el robo y la adopción ilegal de niños tras la guerra que dividió a Yugoslavia. Una operatoria donde doctores y enfermeras avisaban a los padres que sus hijos habían nacido muertos o con alguna deformidad, les prohibían verlos alegando traumas y, unos días más tarde, les notificaban el fallecimiento. Mientras que los registros oficiales presentaban fallas y/o contradicciones en los datos personales o con parte de la información duplicada, los casos denunciados quedaban truncos y las búsquedas familiares o a través de asociaciones eran abandonadas. Miroslav Terzic plasma ese bucle asfixiante gracias a un trabajo en capas. Desde lo temático incorpora gradualmente aspectos del funcionamiento familiar de la protagonista en sintonía con los estados anímicos. Por ejemplo, la primera vez que ella se levanta está sola en la cama. Al rato, el marido llega a la casa y conversa sobre la jornada de trabajo nocturno. Hacia la última parte del metraje, el matrimonio comparte el lecho. Desde lo visual construye planos cortos cerrados –en especial, medios, primeros planos y detalle– con colores pálidos o mediante el juego de luces y sombras entre el interior de las viviendas y el exterior. También a partir de la vestimenta holgada de Ana en tonos marrones o azules reforzando la idea fantasmagórica. Y desde lo sonoro aumenta o aplaca sonidos de acuerdo a la perspectiva y reflexiones de la mujer o a través de diálogos más o menos expresivos. Tal es el caso del ruido ensordecedor de la máquina de coser dentro de la tienda, las charlas cotidianas entre padre e hija frente a la parquedad de la madre o el silencio en la calle cada vez que Ana camina absorta en sus pensamientos. De hecho, la lenta progresión hacia el sonido ambiente de algunas escenas genera una suerte de dos realidades paralelas: el mundo y el universo íntimo de ella que, sin pedir permiso, intenta apropiarse del otro para atraparlo y absorberle la esencia. La búsqueda de la verdad con información fragmentada, las amenazas tanto verbales como físicas y la esperanza como motor conllevan a nuevas especulaciones y teorías. ¿Cómo separar la fantasía de lo real? ¿De qué forma influye el deseo? ¿Es cierto que en el detalle se encuentra la clave? El director juega con esta posibilidad hasta el último minuto sin aventurarse a una respuesta única. Quizás la plegaria dio sus frutos.
La búsqueda implacable y silenciosa de una madre por encontrar la verdad La guerra en Serbia dejó no sólo muertos, sino también heridas que aún siguen abiertas para las más de 500 personas que continúan buscando a sus hijos. Ese es el punto de partida de “Cicatrices”, un filme que indaga en la psicología de una mujer que tras 18 años de búsqueda no se resigna a dar por muerto a su hijo, tal como le informaron en la clínica donde dio a luz. La cámara sigue a Ana, un personaje silencioso, que raramente manifiesta con gestos o palabras la angustia que la corroe y que altera la relación con su hija adolescente y su marido. La trama se va construyendo con escenas breves que van dejando al espectador algunas pistas sobre esa búsqueda incansable a través de asociaciones de personas en su misma situación, la de otras mujeres que sospechan que sus hijos fueron dados por muertos pero que en realidad fueron entregados ilegalmente para su adopción. Ana se presenta con regularidad en la comisaría para ver si surgió alguna novedad sobre su caso. Así se convierte, año tras año, en una visita incómoda para todos. También para sus amigos y familiares hasta que de manera clandestina consigue un dato que la podría acercar a la verdad. Sucede cuando junto a una persona con acceso a documentación clasificada descubre que el número de documento y la fecha de nacimiento de su hijo coincide con la de otro niño inscripto con otro nombre. A partir de ese hecho y a través de una búsqueda en la web y con la inesperada ayuda de su hija comienza un trabajo de investigación minucioso. “Cicatrices” es una película de climas, con pocos diálogos y escenas intimistas y es el espectador el que debe internarse en la mente de la protagonista, adivinar sus sentimientos, su aflicción y sus razones y sobre todo interpretar y comprender los motivos profundos que impulsan esa búsqueda de un personaje repleto de preguntas y dudas, pero con una inclaudicable voluntad para hallar la verdad.
PASAJERA EN TRANCE Inspirada en hechos reales, Cicatrices aborda una situación dramática que atraviesa a la sociedad serbia: el drama de múltiples familias que han sufrido la pérdida de niños recién nacidos, pero que en verdad podrían haber sido apoderados al momento de nacer. Si embargo el film de Miroslav Terzic, lejos de convertirse en el panfleto de alguna causa, pone en el centro a una madre en estado casi catatónico, que funciona como una pasajera que absorbe no solo el horror de esa situación (la de haber sido despojada de su pequeño hijo), sino además la de un entramado social que ha permitido esa realidad: instituciones corruptas, individuos que habilitan esa corrupción desde el silencio, ausencia de justicia, indiferencia, destrato. Ana busca a su hijo hace 18 años y hace 18 años que padece el desaliento, de autoridades pero de su círculo cercano también. Cicatrices es entonces la muestra distante de esa degradación. A partir de la notable actuación de Snezana Bogdanovic, Ana se convierte en una criatura fascinante. Una mujer que investiga metódicamente, una mujer que también cose pacientemente y en soledad en su taller de costuras. Precisamente el título original hace referencia a las “costuras”, que es en definitiva lo que hará la protagonista: unir todas las partes. Lo simbólico está presente en el film de Terzic, pero no más allá del hecho de habilitar una lectura posible a un personaje que avanza casi en silencio. De hecho el director renuncia a cualquier elemento que condicione la relación del espectador con la película: no hay música incidental que nos chantajee ni impacto dramático excesivo. Al contrario, hay casi una estructura de thriller que se instala casi invisiblemente y que es la que le da fluidez al relato. En ese sentido Cicatrices reconoce una herencia, que es la del cine rumano reciente: ya que se podría decir que hay un naturalismo evidente, pero también cierta estructura genérica que hace evidente los procedimientos del cine. Con todo esto, Cicatrices expone un estado de las cosas pero evitando siempre el subrayado y el didactismo. Hay sí una última secuencia que rompe con el verosímil y que, innecesariamente, quiebra el punto de vista que hasta ese momento se sostenía con mano de hierro. No es algo que arruine particularmente al relato, pero sí que genera extrañamiento. Y que, además, le quita a Ana su enorme y merecido protagonismo. Más allá de ese desliz narrativo, Cicatrices es cine político, cine social, cine que denuncia, pero que nunca deja de ser cine. Y esa es su mayor lección.
Šavovi (Stitches) es el segundo largo del serbio Miroslav Terzic, un hombre que prácticamente es desconocido para estos lares, dado que desde 2012 no dirigía (su primer film fue la destacada «Redemption Street», que creo no tuvo estreno comercial aquí). Si bien su título parece más cercano al término «puntadas» (sobre todo por la actividad y oficio del personaje principal), en Argentina se decidió utilizar «Cicatrices», título que muy bien anticipa el conflicto principal de la cinta. La trama presenta la historia de una mujer que ronda los 40 años y durante la guerra de los Balcanes, sufrió el robo de su bebé al nacer. En esos años y en el contexto en que tuvo lugar el hecho, su pérdida se asemeja a la de muchas mujeres (y padres) que sufrieron hechos idénticos en la vida real en ese tiempo. Los secuestros de niños y niñas eran habituales y sobre todos ellos, se imponían un manto de silencio que dificultaba el acceso a la verdad. Similar, en cierta manera, a todo lo que sucedió en Argentina durante el gobierno militar en los 70′. Quizás por eso, el film es menos sorprendente que para quien no haya tenido en su territorio historias parecidas a los hechos que se presentan. Ana (Snezana Bogdanovic) es la mujer en cuestión. Ha pasado mucho tiempo desde el momento en que perdió a su hijo pero ella no se resigna a vivir con esa pérdida. Algo en ella le dice que puede encontrar no sólo cómo se dieron los hechos, sino también al niño, que ahora tendría casi 20 años… Ella está casada y su marido y su hija son conscientes del grado de obsesión de Ana para con la búsqueda del desaparecido. No es algo que ellos sientan que tiene solución y prefieren seguir adelante, preservando algo de la unidad de la familia. Pero Ana tomará contacto con una asociación que se dedica a bucear en estos asuntos y a partir de una persona dentro del gobierno, darán con varios indicios que permitirían establecer qué sucedió con ese niño. El cineasta narra con prolijidad y emoción contenida, una historia fuerte. Este es un drama de aquellos, por así decirlo. Bogdanovic es todo en la cinta y lleva adelante un personaje sin otra aspiración que descubrir la verdad y reparar el daño que le han hecho. Los rubros técnicos y el nivel general del elenco es sólido y todo se conjuga para ofrecer un relato crudo, invasivo pero bien presentado. «Cicatrices» es una muestra del buen cine serbio al que mayormente no accedemos, por lo cual sumamos nuestro recomendación para que conozcan su particular ritmo narrativo.
"Cicatrices", la narración como un iceberg. En una historia con algunas resonancias de la lucha de Madres de Plaza de Mayo, el film va ofreciendo fragmentos de información que conforman un mosaico que busca la verdad. “Estoy habituada a esperar”, dice Ana, que trabaja como costurera (Snežana Bogdanović), cuando le avisan que el funcionario con el que concertó una cita está retrasado. Ana espera la resolución del caso que la angustia desde hace 18 años. La suya no es una espera pasiva, sino más bien lo contrario: durante ese tiempo una y otra vez ha visitado hospitales, oficinas y departamentos de policía, obteniendo siempre una respuesta en la que no cree. Lo que le escamotean es lo que más ama en el mundo, por eso no va a abandonar la búsqueda. Ni siquiera pretende recuperarlo; sólo quiere que le digan la verdad y le muestren pruebas. Ana es lo suficientemente perspicaz para darse cuenta de que los médicos, empleados sanitaristas y autoridades policiales le ocultan la verdad. Y no piensa renunciar a su búsqueda: tal vez sea ésa la única libertad con la que cuenta. El realizador serbio Miroslav Terzić narra de acuerdo a lo que indica la teoría del iceberg. El corazón de la historia se mantiene sumergido, sólo algunas puntas asoman. La hermética Ana parece vivir en estado de malestar. Habla sólo lo mínimo necesario y guarda todo lo demás para sí. Saluda de modo cortante a su hija por la mañana, como si tuviera algún entripado, y no recibe con mucho mayor entusiasmo a su marido cuando éste vuelve del trabajo. En la escena inicial parece vigilar subrepticiamente a una médica, desde la distancia. En un ómnibus mira fijo a un joven pasajero desconocido, como si viera o imaginara en él a otra persona. Ingresa sigilosamente a una oficina sanitaria y reclama un archivo, que el empleado que la atiende no tiene permitido proporcionar. Hasta que alguien le pasa el dato de una asociación de niños desaparecidos, que por lo que puede verse opera en forma clandestina. Los puntos empiezan a unirse. Yendo en contra de las convenciones narrativas habituales en una historia como ésta, Terzić bloquea toda posible identificación emocional con la protagonista: ésta es casi una esfinge, tan incómoda como incomodante. Como ella, el espectador debe coser hilo a hilo el relato, con paciencia -el título original se traduce como “puntadas”- para dar forma a la prenda. De a poco Ana va definiendo su lugar de heroína indeclinable, en la misma medida en que frente a ella toman forma los poderes que se le oponen: el poder médico, el policial, los partícipes de un acto abominable. Pero Terzić resiste toda épica: Cicatrices es una tragedia ahogada, de catarsis poco probable. Obviamente, desde aquí podría verse en Ana a una Madre de Plaza de Mayo, en estado de soledad. Este edificio narrativo, deliberadamente reducido a sus cimientos, corre peligro de tambalear por obra de una resolución que es como un ladrillo mal colocado, por obra de dos o tres torpezas fácticas, que tienen lugar en los momentos culminantes.
Un robo de infantes recién nacidos como operación de un perverso mercado ilegal se conforma como el disparador argumental de “Cicatrices”. Las consecuencias de un acto negligente no nos dejarán indiferentes, mientras nos adentramos en los crueles pormenores de un episodio histórico real. Materia de delicada reflexión para un cine serbio que ha utilizado el medio como instrumento para cerrar viejas heridas de su pasado. Pensemos en los conflictos políticos, bélicos y sociales, expuestos por la industria a lo largo de los últimos treinta años, desde “Underground” hasta “Father”. Un cine de corte intelectual y multicultural, dispuesto e ejercer una mirada retrospectiva hacia la República Popular Federal y Socialista de Yugoslavia, tanto como hacia la ruptura que desencadenaría una guerra y la independencia de Bosnia-Herzegovina. Junto a la guionista Elma Tataragić, Miroslav Terzic lleva a cabo un estudio psicológico de personajes. Inactivo desde “Redemption Street” (2012), el realizador prefiere un estilo visual que prefigure una atmósfera de thriller que se cuece lento, en la búsqueda de una sufrida madre por allanar un camino de verdad. El resultado es una observacional gema de autor, que jamás se preocupa en otorgar respuestas clausuradas ni tranquilizadoras. Minimalista, hace de la sobriedad su principal aliada. Atenta a los detalles, no desperdicia emociones. Sabe que la contundencia no concibe el más mínimo golpe bajo.