Hortensia tiene 53 años y trabaja como empleada doméstica (en verdad, es una mujer orquesta) en una finca catamarqueña ubicada en el poblado de El Puesto. Esta mujer se ocupa con envidiable capacidad de los olivares, de los frutales, de los asados, de la leña, de la limpieza, de la cocina, del mantenimiento y hasta de ahuyentar murciélagos. No recibe un sueldo (obtiene 150 pesos de un plan social), aunque de vez en cuando obtiene ingresos con alguna venta ocasional (unas aceitunas, una mermelada, una torta). El joven director cordobés Matías Herrera Córdoba sigue a la única y gran protagonista con rigor y con capacidad para ubicar la cámara a una respetuosa distancia (y conseguir siempre muy buenos encuadres), pero al mismo tiempo Criada da una sensación de déjà vu, como si esa combinación entre el documental observacional y la puesta en escena "algo" ficcionalizada ya fuera una marca, un sello (¿un karma?) del Nuevo Cine Argentino. Las comparaciones con el cine de Lisandro Alonso son inevitables pero, más allá de los insoslayables valores narrativos, estéticos y técnicos del film (una buena carte de presentación para su director, otro exponente de la interesante movida del cine cordobés), es hora de pedirle algo más, una vuelta de tuerca, alguna sorpresa, a un modelo ya demasiado transitado.
VIVIR SU VIDA La opera prima de Matías Herrera Córdoba es el síntoma de una nueva camada de cineastas cordobeses que dan motivos para pensar que otro cine es posible en la provincia. No hay muchas películas como Criada. Pocas veces un realizador decide filmar su historia personal y su pasado familiar como ejemplo universal de la infamia. El joven realizador Matías Herrera Córdoba decide colocar su objetivo sobre su conciencia (de clase) y así filmar lo que descubre como una práctica vergonzosa: hace más de 40 años una mujer mapuche llamada Hortensia trabaja en una quinta familiar situada en algún paraje perdido de Catamarca. Jamás recibió un sueldo, tampoco tiene aportes jubilatorios. Su paga se circunscribe a un cuarto. Una evidencia: Hortensia trabaja día y noche. Desmaleza, cuida de los olivos y las gallinas, abre y cierra acequias, espanta murciélagos, mantiene la casa de los patrones y les hace la comida cuando éstos pasan un fin de semana. Hortensia, a veces, vende dulces, lo que le permite sobrepasar los 150 pesos básicos mensuales provenientes de un plan social. Herrera Córdoba registra el trabajo como un ejercicio al que Hortensia confiere una dignidad intrínseca. En efecto, el cine contemporáneo rara vez se ocupa de mostrar el trabajo, excepto como cifra circunstancial del personaje. Lo que suele importar son los recreos, las pausas amorosas, los ritos de un orden social específico (un casamiento, las vacaciones, los entierros, etc.) Aquí, el trabajo no solamente revela un secreto obsceno de la economía política aplicada a un microcosmos, sino que también se insinúa, discretamente, una disociación entre el valor de una tarea y el precio que arbitrariamente se le impone. ¿Cuánto cuesta el trabajo de Hortensia? En Criada, el pretérito concepto de plusvalía adquiere una dimensión poética, además de política. La puesta en escena, es decir, el disponer de los planos, expresa la conciencia de un director. Un plano del cielo atravesado por un alambre de púa o un plano de un revólver en una mano constituyen un discurso. Herrera Córdoba le concede solamente a Hortensia (y en un pasaje a sus amigas) el derecho al primer plano. Es el modo de conjurar el estatuto de criada. La distancia entre amo y criado se simboliza en un candado que impide el acceso a la casa principal, lo que condensa un criterio de propiedad, contrapuesto a otro significado del término que se patentiza en el vínculo de Hortensia con la finca. Este primer largometraje producido por El Calefón Cine encuentra en Herrera Córdoba un heraldo perfecto para sus objetivos. Con Criada se puede “sentir y pensar críticamente la realidad”, declaración de principios de este grupo de jóvenes. Y eso no implica renunciar a la belleza material que un director puede capturar. Los relámpagos, el viento, la tierra seca a punto de ser empapada por un arroyo, y la fisonomía de una mujer extraordinaria como Hortensia, son imágenes imborrables, o, como diría Godard, justo imágenes.
La flor más bella Hay directores que poseen una sensibilidad especial para narrar historias de personajes olvidados, tal es el caso del cordobés Matías Herrera Córdoba y su premiada Criada (2010), film que trasciende más allá de su minimalismo gracias a la poética con la que fue concebido. Hortensia es una mujer mapuche que ha pasado casi tres cuartas partes de su vida sirviendo a una familia. Lejos de sus afectos, ella ha construido un mundo que pareciera caerle a la perfección. La cámara de Herrera Córdoba se entromete en ese universo y lo ofrece a quien quiera conocerlo. Criada se plantea como un documental de observación donde no se juzga ni se indica el camino a seguir. A través de poco más de una hora vemos a este personaje que bien podría pasar desapercibido en cualquier ámbito, pero que aquí está visible y protagonizando una historia, que no es más que la suya propia. Diálogos casuales e improvisados se funden con imágenes del quehacer diario que nos muestran cómo es la vida de esta mujer, que a medida que trasciende el tiempo se nos vuelve más cercana, contraponiéndose a la distancia generada al comienzo. Uno de los aciertos de Criada es la no utilización de los recursos clásicos del género documental, como la entrevista frente a cámara, y cómo a pesar de esto se va conociendo al personaje. Sus sentimientos, sus afectos, el pasado y el futuro de Hortensia quedan claramente reflejados a medida que el metraje avanza con la sola observación de lo que las imágenes nos muestran. Matías Herrera Córdoba expone en su ópera prima cómo se pueden hacer documentales diferentes, reflejando la realidad cotidiana de seres invisibles para convertirlos en héroes de sus propias historias y que el mundo los admire.
En los planos iniciales de Criada parece revolotear el espíritu (cinematográfico, se entiende) de Lisandro Alonso. La película muestra a Hortensia, su protagonista, mezclada con el paisaje y compenetrada en su rutina de una forma tal que es imposible no pensar en Misael, el hachero de La libertad. Pero a los pocos minutos se hace presente la civilización a través de un llamado de teléfono (inimaginable en la película de Alonso), y el parecido se acaba bruscamente. De allí en más surgen personajes que van a ir pintando a Hortensia desde diferentes lugares: sus patrones, vecinas e hijo (del que solamente escuchamos su voz, por teléfono) arrojan pequeños y breves rayos de luz sobre el personaje, como si Hortensia fuese un enigma a elucidar. En uno de esos momentos, cuando se comenta lo poco que gana Hortensia por su trabajo esforzado, el personaje deja ver un matiz de tristeza que antes se intuía pero que no se había llegado a materializar. Así, Hortensia se exhibe en todas sus miserias pero solo de a ratos, porque el resto del tiempo el personaje permanece apagado y sin exponerse demasiado. Criada sabe acompañar a su protagonista sin ceder a ninguna clase de explicación (por ejemplo, del pasado de Hortensia se sabe nada más que fue adoptada por la familia para la que trabaja y nada más), aunque en algunos pasajes cae en la tentación del exceso, como cuando se escucha una ruidosa y muy fuerte música extradiegética que sale de la nada, o cuando se intercalan calculadamente planos de la luna tapada por las nubes. Allí la observación rigurosa que practicaba Córdoba se quiebra y la película pierde su equilibrio, aunque estos deslices no alcanzan a eclipsar un documental como Criada. Córdoba encuentra una buena historia y sabe seguirla con nervio y respeto.
Sierva y dueña Algo de Criada, el documental de Matías Herrera Córdoba (1982, Córdoba) realizado a partir de experiencias de su propia familia y premiado en el MARFICI 2010, lleva a pensar que algunas situaciones no han cambiado tanto en un par de siglos. Hortensia, empleada todo terreno en una finca catamarqueña, cumpliendo obedientemente sus tareas, esforzándose por dominar los caprichos de la naturaleza, recibiendo algo de dinero de los vecinos por la elaboración de comidas caseras (sin intermediarios), ajena a derechos laborales, moviéndose solitaria en una antigua casona de techos altos y gruesas puertas de madera, parece una figura detenida en el tiempo, como si aquéllos esclavos con los que contaban las familias pudientes en épocas del virreynato continuaran existiendo, con muy pocas variantes. La Historia parece señalar a esta mujer mapuche como índice de injusticias repetidas, pero también de la paciencia y la sabiduría fijadas en la vida de indígenas y campesinos en el interior de nuestras provincias, desde siempre. Criada cuenta un hecho actual y, al mismo tiempo, atemporal. El retrato que propone este singular documental está desarrollado con enorme delicadeza y precisión narrativa. Tramos silenciosos se alternan con diálogos pudorosos y plenos de sutilezas. Vecinos y dueños de casa aparecen notablemente marcados como personajes secundarios, útiles para que se evidencie, por ejemplo, que algunos lugares de la casa resultan infranqueables para Hortensia, o que en este sitio los roles se encuentran bien definidos. Comentarios distraídos sobre viejas fotografías familiares son suficientes para exponer datos significativos (como la referencia a un joven chileno que, tiempo atrás, atravesó las mismas condiciones de servidumbre que Hortensia). Y la aparición, como al descuido, de un arma, en las últimas escenas, resulta inesperada e irónica. A diferencia de películas sobre temáticas similares, Criada no desdeña los matices: la actitud de Hortensia es siempre pasiva y resignada, pero no parece del todo incómoda, y sus dueños la tratan de manera afable y respetuosa. La película habla de los abusos sufridos por gente como ella, pero también de su incapacidad para rebelarse. Otro rasgo que la distingue es su belleza. Belleza de las palabras y pronunciaciones, en escenas como la de la conversación con una vecina que se sorprende porque no le pagan por su trabajo. Belleza del extraordinario paisaje, que no es un telón de fondo sino parte de la vida misma de Hortensia. Y belleza de las formas elegidas por el director para contar esta historia de soledad e indolencia, con encuadres siempre expresivos y aprovechando la fuerza poética de una tormenta o una mañana a pleno sol. Finalmente, Criada deja flotando una sensación contradictoria: Hortensia sufre la opresión de trabajar mucho casi a cambio de nada, sin libertad para tener una vida propia, pero, al mismo tiempo, se la ve dueña y señora del ámbito geográfico en el que se mueve, domina con firmeza los elementos de la naturaleza, árboles y surcos de agua son sometidos con paciencia y decisión por sus manos. Aunque esas faenas no son para su beneficio, tal vez se sienta fuerte de esa manera, controlando la tierra y sus frutos como si los poseyera.
Cuando hace más de 15 años se empezó a hablar del Nuevo Cine Argentino, la película que se destacó como precursora fue Pizza, Birra, Faso. Al tiempo, luego de análisis más profundos, se dijo que una película pequeña pero poderosa, filmada unos años antes, no sólo guardaba varias de las características del nuevo cine –al menos en términos de producción-, sino que además había significado una notable influencia para ese movimiento. Se trataba del film Rapado, de Martín Rejtman. Mientras veía Criada, hace unos días, no podía dejar de imaginar que en unos años se pensaría en ella como una punta de lanza. No porque se trate de la primer película filmada en Córdoba, sino porque demostró que se podía hacer cine a otra escala en nuestra provincia. Y su estreno en el BAFICI 2009 fue la confirmación de eso. La ópera prima de Matías Herrera-Córdoba se presenta de una manera tan particular que, si bien nos remite a películas como La libertad, de Lisandro Alonso, discutir acerca de si se trata de un documental o de una ficción es una actitud que no conduce a ningún lado. Primero, porque más allá de la distinción entre el registro (más propio del documental) y el artificio (consustancial a la ficción), lo que prevalece es la contundencia de las escenas más allá de lo que significan. Y segundo, porque esa contundencia encarna en Hortensia, la mujer retratada y de la cual se observan sus días. Hortensia es una mujer mapuche de 53 años que desde hace cuarenta es criada en una finca de Catamarca. Es decir, ofrece su trabajo a cambio de comida, una modalidad que no se puede vincular con otra figura distinta que la esclavitud. Nunca le pagaron un peso por sus labores y en la actualidad vive sola en el lugar, aunque ocasionalmente los dueños pasen algún fin de semana. En dos o tres escenas, Herrera-Córdoba nos ofrece coordenadas para comprender las implicancias simbólicas que tiene esta relación. En uno de estos momentos, un electricista llega a la casa para arreglar unas luces que están averiadas. El hombre le comenta a Hortensia que para revisar la falla debe entrar a una de las habitaciones que están cerradas porque allí se encuentran los fusibles. Hortensia le comenta que si es así, el problema no se va a resolver porque ella no tiene las llaves de esas habitaciones. Vive en el lugar, pero no es su lugar. En otros momentos, Herrera-Córdoba tiene la inteligencia de introducir como interlocutora a una amiga de la protagonista. Mientras Hortensia hace la comida, habla con su amiga sobre el pasado, los juegos de antes y los hijos. En otra escena, ya más directa y potente, la misma vecina le pregunta si cobra algo por el trabajo que hace en la casa. Hortensia responde que no, que logra vivir gracias a una pensión que recibe y a la venta de dulces. Si nos concentráramos en estas escenas, la película develaría únicamente toda la injusticia de la que Hortensia es víctima. Sin embargo, su mayor mérito no está ahí, sino en los pequeños momentos en los que Hortensia realiza sus labores. Gran parte del tiempo vemos sólo eso: una mujer haciendo la comida, trabajando en las acequias, juntando frutas, arreglando el tanque de agua. Lo que importa en Criada es la manera incansable que tiene Hortensia de trabajar una tierra que no le pertenece, y en donde paradójicamente encuentra su lugar. Más allá de su prolija rusticidad, Criada propone un espacio de sensaciones. Cada día y cada hora están atravesados por el sonido de los insectos, las ramas movidas por el viento y la manera en que Hortensia, con sus manos, construye su propia versión de la libertad.