UN PAPA "GENIAL" (A CASSAVETES CON AMOR) Estos hermanos -que se han convertido en una de las sensaciones del indie neoyorquino de bajo presupuesto- ya habían estado por separado en la Quincena de Realizadores de Cannes 2008 con un corto y un largometraje, sección a la que regresaron un año después con este film, que luego se vio también en la Competencia Internacional del BAFICI 2010. En Daddy Longlegs (aka Go Get Some Rosemary) estos émulos del método cassaveteano narran las desventuras de un patético e irresponsable padre divorciado de 34 años que trabaja de noche como proyeccionista en un cine de clásicos y que cria como puede (o sea, bastante mal, pero con un conmovedor esfuerzo) a sus dos hijos varones, mientras intenta iniciar una nueva relación de pareja. El largometraje es muy gracioso e ingenioso en su explotación de las situaciones absurdas, y hace una excelente utilización de los exteriores de Nueva York. Con modestos recursos, pero mucha creatividad. DIEGO BATLLE
¡Cuidado con papá! Con una estructura que remite a Cassavetes, Daddy Longlegs (Go Get Some Rosemary, 2009) sigue durante dos semanas el periplo de un padre inconsciente a cargo de sus dos pequeños hijos. El resultado: un retrato tan irónico como desgarrador. Lenny (Ronald Bronstein) es un treintañero separado de su esposa padre de dos hijos que debe hacerse cargo de ellos durante dos semanas al año. La inmadurez del progenitor saldrá a la luz cuando ante una seguidilla de actitudes desconcertantes sean los propios niños quienes teman por su integridad física y psicológica y deban hacerse cargo de la caótica situación. Mención aparte merece el trabajo de los hijos, interpretados por Sage y Frey Ronaldo (también hermanos en la vida real). Los hermanos Joshua y Ben Safdie son los encargados de dirigir esta típica película indie norteamericana de carácter observacional. Durante poco más de hora y media siguen con una cámara en mano las insólitas actitudes de un personaje que bien podría ser el eje de un film de Adam Sandler o Jim Carrey: Son como niños (Grown Ups, 2010) sería el reverso. Pero que en este caso funciona de manera adversa. Desde la construcción cinematográfica, Daddy Longlegs utiliza algunos elementos del Dogma 95, como la cámara en mano, la imagen granulada, la luz natural y una banda musical que proviene sólo de sonidos diegéticos, exceptuando el lírico final. Las escenas, de una enorme sencillez, crean una sensación atemporal que permite ubicarlas en cualquier época, menos en el presente. Los Safdie presentan una historia edificada sobre el más absoluto de los minimalismos acerca de un hombre autodestructivo y dos niños obligados a madurar antes de su tiempo para así evitar un mundo propio menos peor. Una propuesta diferente.
Tras la presentada en el Bafici 2009, The Pleasure Of Being Robbed, los hermanos Safdie dan un gran paso adelante con la exquisita y frenética historia de un padre tan desordenado, irresponsable y querible, un marginado de la sociedad estadounidense, divorciado y con dos pequeños y adorables niños. Su trabajo no le brinda lujos económicos, es proyectorista de un cine, su jóven novia es aún mas irresponsable que èl. A su cuidado quedan sus niños por un plazo de una semana aproximada donde, el padre, al igual que en films como Kramer Vs. Kramer, Author, Author! o inclusive la olvidable Big Daddy, hace lo imposible por demostrar cuan buen padre es, los resultados son inversos, cuanto mayor es su esfuerzo, mayores son los inconvenientes que desata y origina. Con un cameo genial de Abel Ferrara, el film que remite a films de Cassavetes por su dinámica y estilo, y bien podría convertirse en el puntapiè inicial para que los hermanos sean tomados en cuenta para proyectos mayores. Con Go Get Some…han demostrado estar a la altura de grandes directores. Ronnie Bronstein logra una de las mejores interpretaciones vistas en el festival.
Papá lo sabe todo y lo hace todo mal En la línea de John Cassavetes y Morris Engel, la película de los hermanos Safdie recupera la mejor tradición del cine neoyorquino independiente para narrar las dos caóticas semanas de un padre divorciado a cargo de sus dos pequeños hijos. Es un pequeño placer encontrarse con una auténtica película independiente neoyorquina como Daddy Longlegs. No hay nada en la nueva aventura de los hermanos Joshua y Ben Safdie (que se dieron a conocer en la Quincena de los Realizadores de Cannes 2008 con la estupenda The Pleasure of Being Robbed, luego exhibida en el Bafici) que se ajuste al indie al uso Sundance, con esos estereotipos de lo que suele entenderse por cine joven estadounidense y que lo único que piden, a gritos, es encontrar un lugar en Hollywood (léase Blue Valentine). Por el contrario, Daddy Longlegs viene a recuperar el genuino espíritu de Nueva York, llega para reivindicar esa tradición que no es solamente la del cine de John Cassavetes, sino también la de Jonas y Adolfas Mekas, de Bruce Conner y Lionel Rogosin, de Robert Frank, Morris Engel y Shirley Clarke, en fin, del New American Cinema Group, que allá a comienzos de la década del ’60 pedía films “del color de la sangre”, realizados con verdad y con pasión antes que con dinero. El gesto, hoy, puede parecer anacrónico, incluso ingenuo, pero la película no lo es. Por el contrario, hay en Daddy Longlegs una espontaneidad y una frescura que la convierten en una obra muy viva, muy actual, en tiempo presente, como si se desarrollara sin reservas frente a los ojos del espectador. La anécdota no podría ser más simple, como sus personajes, o más económica, como su presupuesto. Lenny (Ronald Bronstein, también realizador neoyorquino, como los Safdie) es un tiro al aire de treintaypico largos. Vive apenas al día con su trabajo como proyeccionista en una sala de esas que en Manhattan pasan viejos clásicos de Hollywood y, dos semanas al año, por decisión judicial, está a cargo de sus dos pequeños hijos, fruto de un matrimonio que todo indica terminó en desastre. Y lo que cuenta Daddy Longlegs –con humor, con sensibilidad, con una ternura que no le impide ver el costado más negro de la situación– son esos escasos catorce días en los que Lenny convive con sus chicos, duerme y juega con ellos, en los que hace todo lo posible por que los tres sean felices, aunque no siempre lo consiga, claro. Filmada en gran parte con cámara en mano, pero sin enloquecer las pupilas, con una ligereza que se corresponde con el espíritu general de la película, Daddy Longlegs hace que la diferencia se encuentre en los detalles, en la manera de capturar pequeños momentos que podrían ser banales si no fuera por la mirada poética de los Safdie, capaces de convertir algunas escenas en delicadas epifanías. Puede ser un paso de comedia digno del mejor Buster Keaton, como esa instancia en la que Lenny deja clavados a los chicos en la puerta del colegio porque tiene que “largar” la película, y luego corre a buscarlos, y los tres corren a su vez de regreso a la cabina, para llegar a tiempo para proyectar el segundo rollo. O puede ser un momento casi onírico, como cuando los tres emprenden un improvisado viaje al norte del estado de Nueva York y se suben a una lancha y ven cómo un loco a su lado va haciendo surf al mismo tiempo que canta como un auténtico crooner, con big band y todo. O esa instancia directamente pesadillesca, cuando Lenny les administra un somnífero para que los chicos duerman un poco más por la mañana, tanto que después no puede despertarlos. Irresponsable, quejoso, impredecible, Lenny es a la vez un personaje puramente cinematográfico y, al mismo tiempo, enteramente real, creíble, uno de esos grandulones que tanto abundan en cualquier ciudad que se precie de tal y que suelen ser más inmaduros que sus propios hijos. El trabajo de Bronstein no podría ser mejor y –la verdad sea dicha– cuesta no imaginárselo tal como lo muestra la película, casi como si fuera un documental sobre su vida. Pero los chicos también aportan lo suyo. Hijos de Lee Ranaldo, el guitarrista del grupo Sonic Youth, Sage y Frey parecen disfrutar de lo lindo con las locuras de ese “padre” que les deparó la ficción, pero también –a la manera del cinéma verité, como si los Safdie los hubieran arrojado a la película sin instrucciones previas– no dejan de rebelarse contra las caprichos y arbitrariedades de Lenny. ¡Ah!, presten atención, ese homeless que aparece fugazmente por allí y que le quiere vender a Lenny unos cds truchos es Abel Ferrara, otro neoyorquino que, a su manera, también hace cine del color de la sangre.
¿Alguien vio a papá? Comedia dramática sobre una familia muy particular. Es curioso el efecto que genera una película como Daddy Longlegs (también conocida en festivales como Go Get Some Rosemary ), de los hermanos Ben y Josh Safdie. Uno ve al padre que la protagoniza y podría calificarlo, sin vueltas, como un desastre. Sin embargo, pese a su confusión, su locura y su descontrol, termina siendo un tipo querible. Y no sólo para sus hijos -que tal vez no se dan del todo cuenta de la extraña manera que tiene de ocuparse de ellos las dos semanas al año que le toca- sino hasta para el público. Un ejemplo lo pinta a las claras: como una noche debe trabajar hasta muy tarde (es proyectorista de un cine) y no tiene con quién dejar a los chicos, no tiene mejor idea que zafar dándoles una pastilla para dormir. La cuestión es que les da una tan potente que a los chicos les toma días despertarse. Y eso no es nada: sale con una chica y se los lleva a la rastra hasta su casa y allá se topan con que ella tiene pareja; los manda solos a través de un barrio muy denso a hacer compras (tienen 7 y 9 años) y así... Un niño/adulto, irresponsable pero encantador, que quiere ser amigo de sus hijos más que su padre, Lenny (basado en el verdadero padre de los directores) es un gran personaje que Ronald Bronstein (un realizador que debuta como actor) construye con una energía y un carisma que hacen que le perdonemos casi todo. El filme de los Safdie tiene la energía y el nervio de Lenny. Una cámara en mano y en 16 mm., una Nueva York vibrante y nerviosa, y una notoria influencia del cine de John Cassavetes hacen que Daddy Longlegs se convierta en una película tan atractiva y ambigua como su personaje principal.
Improvisación con título engañoso Esta película neoyorquina se presentó en una paralela de Cannes y otros festivales como «Go Get Some Rosemary». Luego, para su estreno en EE.UU., se lanzó como «Daddy Longlegs». Engañoso título, que ilusionó a varios incautos pensando que sería una versión actual del clásico «Papaíto Piernas Largas» tantas veces llevado al cine, desde Hollywood hasta Holanda y Japón, que ha hecho una serie en dibujitos, y ni hablar del hermoso musical con Fred Astaire y Leslie Caron. En fin, lo que aquí vemos, con título prestado, es otra cosa en todo sentido: una serie de diversas situaciones improvisadas en torno a un tipo hiperkinético en los pocos días que le toca la custodia de sus dos hijos en edad escolar, todo registrado con cámara en mano también hiperkinética, lo que, teniendo en cuenta que esto dura 100 minutos largos, termina cansando por partida doble. Pero el personaje no parece un mal tipo. Probablemente sería un buen ciudadano, un buen vecino y un buen padre, si no fuera tan acelerado, inestable, irresponsable, inmaduro, discutidor, superficial, burlón, etcétera. Los autores, los hermanos Ben y Joshua Safdie, lo aman y dicen haberse inspirado en su propio padre, un proyectorista a quien comprendieron recién de grandes. Roguemos que no sean como él. También parecen haberse inspirado en un padre artístico de los cineastas neoyorquinos de bajo presupuesto, el finado John Cassavetes. De modo que, a quien le gusten los locos a veces simpáticos de Cassavetes, acá tiene a sus seguidores. Hay momentos agradables, dentro de todo, y hay otros que no irían ni al festival de aficionados de Villa Gessell.
Con su urgencia y desparpajo, la película de los hermanos Josh y Benny Safdie (directores de The Pleasure of Being Robbed) parece inmediatamente querer remitir a una parte del cine americano ubicado al filo de los sesenta. En la primera escena vemos a Lenny, su personaje principal, que pide en un puestito en la calle un pancho “de medio metro”. Le dan algo que no se parece del todo a eso y se va tan contento. Pero resulta que cuando va cruzando una plaza sufre un tropiezo espectacular y el pancho se desparrama por todas partes. Mientras no para de reírse, el tipo se recompone, junta los pedazos y se los va comiendo como si nada. De algún modo, toda la película está condensada ahí. ¿Lenny es idiota o se hace? Los directores esbozan un drama en el que los participantes no parecen advertir que lo es. Los ribetes de comedia permanente que la película exhibe le agregan una ambigüedad definitiva que es en parte lo que la hace tan incómoda. El hombre tiene dos hijos que están acostumbrados a todo, curtidos en el clima de desquicio en el que se desenvuelve su padre. Papá tiene raptos de entusiasmo y se ven arrancados de la cama y llevados a la rastra en pos de unas improvisadas vacaciones; papá y su novia pelean por su atención como si fueran dos chicos ellos mismos; viene un conocido de la familia y después de revolcarse por el piso bromeando con ellos (el chiste termina cuando pisa a uno de los hermanos sin querer) se les queda la noche a dormir en la cama de papá porque no hay lugar. Las cosas no mejoran demasiado fuera de las cuatro paredes del hogar, en donde Lenny debe lidiar con las autoridades del colegio por el mal comportamiento de los chicos y con su ex esposa, que ante semejante panorama quiere cancelar el tiempo establecido de visita que le toca al padre. Más tarde, Lenny les da somníferos a sus hijos para que no noten su ausencia mientras hace un turno en su trabajo que no estaba previsto. Las escenas familiares de Daddy Longlegs recuerdan con insistencia a Una mujer bajo influencia, y en general los directores parecen sentirse a gusto pulsando esa clase de vitalidad descangayada del cine de Cassavetes de la época. La película no deja de lucir un poco preformateada en esa dirección, pero su poética siempre distante de vidas martirizadas y dolorosamente ridículas ofrece genuinos destellos de emoción y veracidad inesperadas. La tristeza sin nombre que embarga los últimos planos de Daddy Longlegs (mientras suena una vaga música de fanfarria), en el que Lenny va con una heladera atada a la espalda mientras los niños cargan con el resto de sus pocas pertenencias, parece acentuar el carácter de comicidad absurda de la vida al tiempo que revela en forma definitiva el desamparo de los protagonistas.
“Go Get Some Rosemary” y “Ajami” son las únicas dos películas, integrantes de la Quinzaine de Réalisateurs del Festival de Cannes 2009, que integraron la Selección Oficial Internacional del 12º BAFICI. La Quinzaine es posiblemente la mayor fuente de películas de nuestro Festival, lo que se explica al ser una de las muestras que más se parece en lo estético y por contenido a la nuestra. No es casualidad que prácticamente la mitad de lo presentado en esa muestra en Cannes 2009 (24 films) esté programada en alguna de las secciones del 12º BAFICI (Panorama, Cine del Futuro, etc). Joshua Safdie debutó en el largometraje con “The Pleasure of Being Robbed “ que el año pasado integró la sección Cine del Futuro de nuestro Festival de Cine Independiente. Su segundo film, “Go Get Some Rosemary”, fue codirigido por su hermano Ben, estando ambos en Buenos Aires en este momento. Asistimos a una trama bastante delirante cuyo centro es Lenny Sokol (Roonie Bronstein), un padre de familia del cual no sabemos si rescatar su ternura hacia sus dos hijos Sage y Frey (tal sus nombres en la ficción y en la vida real) o rechazar su inmadurez e irresponsabilidad. Separado de su esposa, que podría reclamar la custodia exclusiva de los niños, Lenny los recibe en su casa cada tanto y los lleva a la escuela primaria, aunque a menudo no los busca a tiempo. Su profesión de proyectorista en una sala que da films clásicos (por ahí se lo ve a Cary Grant en una película del cine o en un afiche a Micheline Presle) es caótica y a menudo se confía en que un colega lo reemplace o cuide de sus hijos, no siempre en forma exitosa. Hay momentos logrados como el de una visita a un museo donde se exhibe un mosquito gigante (y recurrente), o la escena en que los chicos se quedan dormidos (no diremos porqué) así como el desenlace. Otros pueden resultar fatigosos, dada la profusión de tomas con cámara en mano y un uso excesivo de close ups. Film netamente independiente y por ello bien seleccionado para este Festival, gustará sobre todo a las generaciones más jóvenes.
Un padre que es más niño que sus hijos de ocho años pone aún más en peligro la disfuncionalmente endeble estructura familiar de las grandes ciudades estadounidenses. Aunque la mirada no está excenta de simpatía y en muchos momentos todos los personajes resultan adorables, GO GET SOME ROSEMARY se recuesta en su recurso narrativo principal (una inmejorable desprolijidad estética) y a veces se duerme profundamente. Pero el final desolador agita el pulso y obliga a pensar de otra manera todo lo que hemos visto, como si Lenny de repente hubiera querido ponerse a mirar la película que proyecta y descubriera otra luminancia en las imágenes. Una sorpresa, amarga.
Un amigo llamado papá Había una vez una época en la que los jóvenes se escondían para fumar sus primeros cigarrillos y se dirigían a sus padres sin el tuteo, que suele denotar familiaridad y cariño; se hablaba con cierta distancia y asimetría, lo que para nosotros hoy resulta entre ridículo y bizarro, y, en última instancia, antidemocrático. Hoy lo sabemos: los padres son camaradas lúdicos en la niñez y posteriormente, en la adolescencia, compinches y amigos. A papá ya no se le dice “señor” sino “chabón”. La segunda película de los hermanos Joshua y Ben Safdie (El placer de ser robado) retrata, más allá de su contexto, una experiencia reconocible. Un padre relativamente joven apenas puede cuidar a sus hijos pequeños durante los 15 días de custodia que le tocan, aunque sí puede jugar y convertirse casi en un niño. Los tres, a veces acompañados por una novia no menos infantil, viven un universo simbólico sin límites: dar rienda suelta al deseo es la única ley. Lenny trabaja como proyectorista de un cine de películas clásicas; es evidente que sabe hacer bien su trabajo, aunque para cumplir un horario y responder a las mínimas exigencias de esta actividad experimenta una tensión completamente devastadora. La inestabilidad laboral, emocional y doméstica es una constante, de lo que se predica un estilo de registro: la cámara en mano comunica en su perceptible vaivén el desequilibrio; y también se transmite la poca sabiduría que Lenny puede legar a sus hijos, que se expresa en una visita al Museo de Ciencias Naturales de Nueva York, en donde él subraya la importancia de mirar los detalles. Hay una escena onírica formidable en la que Lenny lucha con un insecto gigante, un sueño en el que puede ejercitar mucho mejor su función paterna, más todavía cuando en la vida diurna una decisión riesgosa puede llevar a sus hijos a dormir por varios días. En ese sentido, Lenny es perverso, porque ni legisla, ni protege, y en un mundo sin leyes y sin límites su legítimo amor por sus descendientes directos los puede poner en peligro. Una de las consecuencias identificables de cuando los padres dejan de legislar y devienen en compañeros.