¡No abras la puerta! El film nacional de Nicanor Loreti incursiona en el cine de género con buenos resultados y entrega un cóctel de violencia y humor negro a partir del personaje central que ve alterada su realidad cuando suena el timbre su casa. Diablo hereda y explota los recursos de la acción a través de una trama sencilla que guarda sus sorpresas. Marcos Wainsberg (Juan Palomino) es un boxeador retirado después de matar a su rival en el ring. Mientras intenta recuperar a su novia, recibe un día la visita de su primo Huguito (Sergio Boris) y su vida se sumegirá entonces en un impensado espiral de violencia. El relato, que aparece salpicado por "flashbacks" en blanco y negro, ubica al antihéroe en la sala del mismísimo infierno en el que aparecerán un Diablo que entrega, a la manera de Robin Hood, narcodólares a los pobres; un poderoso magnate que está internado esperando el transplante de un hígado que ha sido robado; la hija ambiciosa del poderoso y un grupo parapolicial que trata de encontrarlo. Como si fuera poco, también estará Luis Ziembrowski como un policía fanático del "Inca del Sinaí" y Luis Aranosky que encarna a un lumpen apodado Café con leche. Todos se darán cita en la casa de Marcos en el momento menos pensado y los cadáveres y tiroteos serán parte de un día agitado. El realizador viene del periodismo (fue editor de la revista La Cosa) y también es el guionista del film de terror La memoria del muerto, proyectado en la última edición del Buenos Aires Rojo Sangre. En Diablo pone en funcionamiento todos los códigos del género y es indudable su admiración por Tarantino y por productos ochentosos como Cobra, con Stallone, casi personificado en uno de los villanos que irrumpen en su hogar. Y hasta incluye a Fabián Forte (director de la inminente Malditos Sean!, otra de género) como actor. Divertida y sangrienta, la película acierta en la creación de los climas, en la resolución de las escenas de acción y en la brutalidad del boxeasor que es detonado para volver a la violencia, ahora en un escenario alejado del cuadrilátero. Si tocan el timbre...mejor no abrir la puerta!.
Si Guy Ritchie fuera argentino y filmara una de sus películas de gangsters aquí en estas tierras, el resultado sería similar a la ópera prima de Nicanor Loreti. Marcos (Juan Palomino), "el Inca del Sinaí", un boxeador atormentado, recibe la inesperada visita de su primo Hugito, (Sergio Boris), quien suelen andar en malas compañias. Para peor, el primo está metido en un lío gigante, y sujetos nada divertidos lo buscan para destrozarlo. Pero Marcos demostrará que sigue siendo un luchador como pocos y deberá salvar las papas...
Golpe al corazón Ex jefe de redacción de la revista La Cosa, Loreti -prolífico cultor del cine de género como escritor, guionista y realizador- narra las desventuras de un boxeador retirado (Juan Palomino), traumado por la muerte de un rival sobre el ring. En clave de thriller estilizado, comedia negra y violencia sádica con elementos gore, acumula elementos que remiten al cine de Guy Ritchie, Quentin Tarantino, Robert Rodriguez y el primer Danny Boyle, pero más allá de cierta sensación de déjà vu hay unos personajes, unos diálogos, un espíritu lúdico y un color local que le otorgan un particular encanto. Ganadora de la Competencia Argentina del Festival de Mar del Plata 2011. DIEGO BATLLE Nota: Una pena que este más que digno film -que tiene una salida con 13 copias- no se estrene en ningún completo importante de las grandes cadenas (va al Hoyts Quilmes. Showcase Haedo y Norte, y Cinemark San Miguel). Así, será muy difícil que pueda construir su público (que probablemente lo tenga) o incluso que llegue a funcionar como película de culto (tiene todo para conseguirlo).
El Inca del Sinaí Ganadora de la Competencia Argentina del 26 Festival Internacional de Cine de Mar del Plata Diablo, (2011), del periodista y realizador Nicanor Loreti, apuesta a lo mejor del cine de género con excelentes resultados tanto en lo narrativo como en lo estético. Diablo centra su relato en la relación entre un ex boxeador, que tras matar a su contrincante en el ring se ve obligado a retirase, y su primo, un típico porteño que busca embocar un negocio para así salvarse el resto de su vida. Ambos se verán envueltos en una extraña carnicería humana al mejor estilo Perros de la calle (Reservoir Dogs, 1992) o Machete (2011). Pero Diablo no es sólo una película con escenas sanguinarias sino que va mucho más allá. Desde lo estético Loreti propone un recorrido visual mediante la utilización de encuadres atípicos. Juega con la cámara para que cada plano salga de lo convencional, provocando rupturas desde lo artístico. Hay picados, contrapicados, planos cenitales, flashbacks, flashforwards, pero no con una concesión formal sino para, contrariamente, desorientar al espectador ante lo que puede llegar a venir, y así evitar caer en la previsibilidad sensorial. Juan Palomino logra un trabajo sin precedentes, tanto en lo físico como en lo mental, su construcción de Marcos Waisberg, a quien en sus buenos tiempos apodaban "El Inca del Sinaí", es sorprendente y natural. Lejos lo mejor de su carrera. Sergio Boris, como el primo descerebrado, Luis Ziembrowski y Luis Aranosky logran el contrapeso justo para la historia. Mientras que Palomino trabaja desde lo cerebral y la intuición los otros lo hacen desde la visceralidad. Diablo apuesta a un cine diferente, un cine de género “tarantinesco”, en el que la violencia es la protagonista, los borbotones de sangre el condimento infaltable, y lo inverosímil lo imprescindible para llegar a buen puerto. Un tipo de cine, muchas veces realizado de manera indie, que se está abriendo camino con resultados asombrosos y Loreti así lo confirma. Excelente de principio a final.
Devil thrown off the ring, but... Diablo treads familiar territory — winner down on his luck — but hits the right note The champ is no longer a champ. All the signs of middle age have long started to settle in: his face contour sags under the weight of so many evenings on the ring, so many bouts against unrecognizable bodies and faces. Marcos Wainsberg, a.k.a. “El inca del Sinaí,” is beginning to feel the torpor of a life spent dealing blows, winning most matches, losing some, and bearing the burden of guilt as his last opponent never recovered and died on the ring. It’s both a stigma and a compliment, being brutally labelled a murderer while he mutters that the other guy decided to fight against his doctor’s advice.
Una divertida, sangrienta, original, intrincada y distinta película de género argentina. Una grata sorpresa, bien actuada, dirigida y fotografiada. Un juego de niños sanguinario muy absurdo y entretenido.
Justicia diabólica La historia de un boxeador frustrado que mató a un rival es el pretexto para esta comedia negra en la que abunda la sangre. Un boxeador que besa la lona de la frustración, del abatimiento, al matar a un rival en un combate, ese es Marcos Wainsberg, el Inca del Sinaí. El rústico personaje de Juan Palomino en Diablo , de Nicanor Loreti, muestra su costado más salvaje, casi desconocido. La sorpresiva llegada de Hugo (Sergio Boris), primo del pugilista, con su camisa manchada de sangre, es un aviso de que se avecinan tiempos violentos para los dos. Exactamente tres horas donde pasará de todo: violencia, muerte, torturas, delirios bizarros, humor y sangre, mucha sangre, con algunas escenas no aptas para estómagos y retinas sensibles La tensión entre Marcos y Hugo crece en base a sospechas y silencios de este último, quien carga con negocios turbios y además se conecta “orgánicamente” con un viejo moribundo. Pero el personaje que quiebra el argumento y le inyecta vértigo y muchas risas a Diablo es Café con leche, la eléctrica caracterización de Luis Aranosky. El absurdo y la adrenalina en parejas dosis, tributo al Guy Ritchie de Snatch , también refleja en esta película claros guiños a lo más border del cine de Tarantino. Nicanor Loreti, especialista en el mundo del terror, ensambla una comedia negra con toques de thriller y acción, con coloridos personajes secundarios como los matones de cotillón que terminan muertos en un baño y hasta un grupo de elite a cargo de Hugo “Kato” Quiril, el gran Ninja blanco de Lucha Fuerte . La pelea final entre el grupo comando y los primos es brutal, al igual que la escena de Hugo al grito de ¡mandangaaaaa! La casa del boxeador apila situaciones desopilantes, caseros elementos de tortura (¡hielo, agua hirviendo y un embudo!) y diálogos muy bien llevados por los protagonistas, aunque a veces los recursos se repiten y la historia se torna predecible y demasiado bizarra. La música pesada no falta en el filme (recordemos que Loreti dirigió el documental La H y es afín al heavy metal), donde el sonido distorsionado calza justo en las escenas más fuertes. La presencia del Maligno, ¿versión carnavalesca? deja una enseñanza y un mensaje en Hugo. Esperemos que otros actores, fuera del mundo clase b o gore, muestren su lado más zarpado como lo hizo Palomino en Diablo.
Una película fundacional Con la ultraviolencia explícita como marca, Diablo se permite explorar un estilo de humor negro salvaje que es muy común en el off del cine argentino, pero que difícilmente accede al circuito comercial, como es el caso ahora. Vamos al punto: Diablo es una película con varios aciertos, algunos puntos flojos e influencias evidentes. Si eso fuera todo lo que hubiera para decir de ella, podría concluirse que se trata de una película buena, con lo justo. Pero sucede que es mucho más que la mera enumeración de sus virtudes y defectos. Diablo es una película quizá fundacional, un umbral y un piso para toda una movida de cine subterráneo e independiente que comenzó a gestarse a mediados de los ’90, cuando un grupo de amigos adolescentes grababa películas de zombies por las calles de Haedo, provincia de Buenos Aires. O quizá un poco antes, cuando un grupo más amplio se juntaba a hablar del cine que les gustaba en el local del famoso videoclub bizarro Mondo Macabro; o después, en el Festival Buenos Aires Rojo Sangre. O cerca de eso, con la aparición de la revista La cosa, idea del hoy exitoso productor de cine Axel Kutchevasky. O tal vez haya que viajar hasta fines de los ’70, cuando todos esos chicos eran nenes de verdad y se pasaban los sábados enteros frente a la tele, mirando primero los Sábados de superacción en Canal 11 y a la noche, por Canal 13, las imperdibles películas del ciclo Viaje a lo inesperado, presentadas primero por el impecable Narciso Ibáñez Menta, y más tarde por el quasimodesco Nathan Pinzón. Entonces, si Diablo representa en términos inmediatos el debut cinematográfico del periodista y guionista Nicanor Loreti, en términos de industria representa el primer emergente notorio de un grupo de artistas que hace tiempo se vienen formando en el cine como juego y oficio, antes que como ejercicio académico. Puede decirse que Diablo de Nicanor Loreti marca la mayoría de edad de lo que ya ha sido mencionado como Cine Independiente Fantástico Argentino (CIFA). En términos narrativos, Diablo propende al desborde, a una pérdida de control que a veces excede lo estético y parece trasladarse al artista detrás de cámara. Sin dudas ese exceso forma parte del cine que Loreti escribe y filma, y este debut les hace honor a esos principios. Se trata de la historia de Marcos (Juan Palomino), boxeador de extraño pedigree (judío de origen peruano) cuyo apodo profesional es El Inca del Sinaí, sobre quien pesa la culpa de haber matado accidentalmente a un rival. Justo cuando se disponía a prepararse para el reencuentro con una ex, la llegada de su primo Huguito (Sergio Boris), un delincuente de poca monta, le llenará la casa de extraños personajes y las situaciones se pondrán cada vez más violentas. La estética trash desarrollada por Loreti para su debut sin dudas les debe mucho a los universos creados por Quentin Tarantino y, sobre todo, por Robert Rodríguez en el díptico Grindhouse, o en películas que remedan el cine exploitation como la más reciente Machete. Con la ultraviolencia explícita como marca, Diablo se permite explorar un estilo de humor negro salvaje que es muy común en el off del cine argentino, pero que difícilmente accede al circuito comercial. Sin preocuparse demasiado por la lógica ni la verosimilitud del relato y sus giros, Loreti se concentra en desarrollar y coreografiar el absurdo, sobrecargando el ambiente de personajes con el único propósito de llevar las cosas al extremo, en busca de determinados efectos de violento slapstick. Más allá de su éxito como comedia de excesos (obtuvo el premio a la Mejor película argentina del Festival de Cine de Mar del Plata 2011), Diablo alinea una suerte de seleccionado del CIFA. No sólo porque Loreti dirige y escribe, sino porque cuenta con la colaboración en cámara de Daniel de la Vega (director de la destacada Hermanos de Sangre, ganadora de este año en Mar del Plata) y la asistencia de dirección de Fabián Forte (director de La corporación, que también compitió este año en ese festival, y junto a Demián Rugna de ¡Malditos sean!, que estrena en enero próximo), además del cameo de otro director de la movida, como Valentín Javier Diment (Parapolicial negro). En casi todas sus películas también se repiten los nombres del elenco: Palomino y Boris, Jorge D’Elía, Luis Aranosky, Luis Ziembrowski, e incluso ellos mismos realizan pequeños papeles en las películas de sus camaradas. Aun así, es posible que Diablo no sea lo mejor que puede dar el CIFA, pero no caben dudas de que se trata de un sólido y remarcable primer gran paso del nuevo cine fantástico argentino.
Es esta película de NICANOR LORETI, una divertidísima historia de acción, humor y violencia, en el estilo típico de Guy Ritchie, Robert Rodriguez o Tarantino. Valiendose de una cámara frenética que rompe con los encuadres tradicionales, un montaje trepidante y actuaciones que no temen al absurdo. Juan Palomino, en el papel principal, logra una composición tremenda, tanto desde lo físico como desde la psiquis de un personaje tan complejo como atrapante. Una película argentina, bien de género, como la de los dobles programas de los cines de barrio en la década del setenta, una bocanada de aire fresco para nuestra cinematografía.
Ni siquiera en la lona No tuvo suerte Marcos Wainsberg, mejor conocido como "El Inca del Sinaí", en su última pelea. En el último round, luego de ser castigado durante todo el encuentro, Marcos acabó con su rival de un solo puñetazo; lo mató, literalmente. Peruano, peronista y judío, Wainsberg (Juan Palomino) luce orgulloso los perfiles de Perón y Evita tatuados sobre su pecho, sobre el que también impone su gusto por el metal, con remeras de Riff o V8. Una mañana el teléfono lo despierta, del otro lado una voz femenina le propone una cita. A partir de entonces Marcos tiene tres horas para ordenar el caos que es su casa y así recibir a la señorita. Es en plena tarea de fajina cuando el timbre suena. Es Huguito, el primo de Marcos, que llega para desatar otro caos, uno sangriento. Con evidentes influencias de Guy Ritchie y Tarantino, Loreti logra un producto final propio y auténtico. Lo consigue gracias a la labor de actores que definen un registro adecuado para sus personajes, más el toque localista en modismos y puesta en escena. Por momentos desopilante, con buenas escenas de acción y otras de humor negro -bien cargado-, "Diablo" escapa del molde de cine "bizarro" y berreta con el que algunos todavía juegan, para presentarse como un buen producto para el público que gusta de historias marginales, aderezadas con sangre y todo lo demás.
Con sangre, patadas y algo más Diablo" es cine de género, pero la sangre, las vísceras, las patadas a lo ninja se juntan con el silencio, el humor y las ondas sonoras de un cine fuerte, sin concesiones y con la originalidad de los diálogos y lo insólito del reparto. La canción de Joan Manuel Serrat, dice "hoy puede ser un gran día...". Eso debe pensar el Inca del Sinaí (Juan Palomino) después de levantarse y recibir la gloriosa llamada de su novia que lo quiere ver. Pero a continuación el teléfono suena nuevamente y esa llamada lo puede transportar a la más cruda realidad. Es Huguito (Sergio Boris), el primo que siempre se mete en líos. Ese que seguro lo hizo pelear de chico contra otros, con los que no tenía que estar, cuando el Inca se llamaba Marcos Wainsberg y todavía no había matado a nadie en las peleas de catch. Después que Huguito entre nuevamente en su vida, la puerta se va abrir un montón de veces y los que van a entrar pueden hacer que el Inca del Sinai tenga más de un dolor de cabeza. HUMOR NEGRO La película es dura. Tiene humor negro. A veces lo va a dejar sin aliento. Si no está acostumbrado a la vorágine del cine tipo Quentin Tarantino, Guy Ritchie, o nuestro muy apreciado José Celestino Campusano, no vaya. Este director es tan delirante y puro como él. "Diablo" es cine de género, pero la sangre, las vísceras, las patadas a lo ninja se juntan con el silencio, el humor y las ondas sonoras de un cine fuerte, sin concesiones y con la originalidad de los diálogos y lo insólito del reparto. Desde un Juan Palomino, genial en su "peruano, judío y peronista", hasta Sergio Boris en el incalificable Huguito, o la sorpresa de Kato, el Ninja Blanco de "Titanes en el ring". Una película de una personalidad tan negra, como contundente.
Film con destino “de culto” Aquí tenemos una genuina película de culto, de esas pocas que no tiene sentido comparar o no con el cine argentino, ya que en realidad es imposible de comparar con el cine de cualquier sitio. Al comienzo, luego de una cita del nunca debidamente valorado escritor Jim Thompson, podría parecer que tenemos una mezcla de policial negro sobre box -con imágenes e ideas que quizá sean un homenaje a «The set-up» de Robert Wise- para luego dar la pauta, poco a poco, de que el protagonista (un increíblemente jugado Juan Palomino en un trabajo antológico) tal vez sea admirado especialmente por haber matado de un golpe a su rival, un púgil apodado Bombilla. Todo esto parece gracioso pero no muy coherente, y un poco teatral y hasta como de arte, durante un breve lapso. Luego el astuto guión empieza a enviar escenas asombrosas que van cerrando detalles de lo poco que sabía el espectador sobre la historia, que escena por escena -y sin duda, imagen por imagen- va revelando su verdadera naturaleza, totalmente psicotrónica y delirante, pero muy bien escrita, narrada, actuada y filmada. Todo esto con altibajos, escenas que se separan del conjunto por aprovechar un personaje, y quizá para pescar con la guardia baja al espectador desprevenido que, por suerte, no podría sospechar el nivel de audacia de un guión con diálogos que enriquecen de manera revolucionaria el lenguaje blasfemo argentino, ya sea por haber investigado el lunfardo actual, o por inventarlo a gusto. Ademas de Palomino, el boxeador Marcos Weinsberg, apodado El Inca del Sinaí por su origen peruano-judio (y encima es peronista), hay grandes momentos de Segio Boris (tal vez el personaje del título), un simpático hampón patético, mezcla de Pepe Marrone y Nathan Pinzón a cargo de Aranosky, y una serie de increíbles personajes de reparto que hasta permiten secuencias de acción tan eficaces como imaginativas. «Diablo» tiene talento por todos lados, y por sobre todo, es muy divertida de ver, y se disfruta especialmente por su mezcla de audacia extrema e ingenuidad minimalista.
¡Una película BIEN JEVI METAL! A ver, tiene un boxeador Peruano-Judío-Peronista, sangre, armas, piñas, a Kato de “Lucha Fuerte”, un excelente guión, y metallllll! No puede fallar… ¿o sí? EL INCA EL SINAI Antes que nada, va mi agradecimiento ETERNO a Nicanor Loreti, director de “Diablo”, por traer este cine a la Argentina y, aunque no voy a caer en el espantoso “aquí también podemos hacerlo”, sí quiero hacer hincapié en que nadie se anima a hacer este cine con la calidad, la altura y la factura con la que Loretti encaró “Diablo”. Justa ganadora del Festival de Cine de Mar del Plata del 2011. Cine de género del mejor, que indefectiblemente nos recuerda al glorioso Machete o a los festines sangrientos que el gran Quentin nos tiene acostumbrados. Pero solo eso, nos recuerda, nada más: “Diablo” es 100% original, 100% Argentina, 100% genial! Marcos Waisber es un boxeador retirado, una vieja gloria que, tras matar a otro boxeador, debió retirarse del boxeo. Compuesto genial y sorprendentemente bien por Juan Palomino. Quien va a tener un día un tanto bizarro. Su primo llegará con un negocio entre manos a su casa, con el que intentará “salvarse”. Obviamente todo irá mal, y ante la primera confusión del día, el baño de la casa acabará con dos cadáveres deformados, bañados en sangre y con un boxeador super BADASS saliendo victorioso de tal festín. Esa escena es la que marcará la clave de la película. Donde el “Inca del Sinai”, dirá una y otra vez que no mató a aquel boxeador, que no podía pelear y que bla bla bla, intentando esconder o negar su naturaleza “ultraviolenta”. Pero no se confundan, Marquitos es un tipo tranquilo. Lo que pasa es que tiene un día pésimo, y la casa se le llena de estúpidos, cagadores y asesinos. Y esas cosas, ponen nervioso a cualquiera, ¿no es así? LA CAMARA, PROTAGONISTA Loreti se encarga en todo momento de tener una cámara bien viva, pero viva en el sentido argento, una cámara que acompaña cada golpe, que congela gestos, golpes y trompadas. Una cámara que tira picados o contrapicados, en lugares y momentos (aparentemente) no ortodoxos. Pero todo esto tiene una explicación: el espectador no solo en un principio se puede sentir algo confundido, pero termina disfrutando de todo esto como un nuevo sabor. Todos los personajes, escenas violentas, y música al palo van a hacer que más de uno muerda la lengua y disfrute con lo que pasa en la pantalla. Y eso es genial. La diferencia de los personajes es sencillamente deliciosa: un Marcos pensante y centrado por momentos, que piensa meticulosamente tanto respuestas inteligentes, como escabeches y faenas sangrientas. Un primo piola, eje y clave en la historia, que hasta último momento oculta y sabe más de lo que dice. Un socio turbio construido de manera soberbia entre lo bizarro, lo escatológico y lo border. Así desfilan los personajes, todos diferentes, extremos y deliciosos para los paladares retorcidos que los cinéfilos tenemos. Todas estas personalidades, están retratados por una cámara que tiene su propia personalidad, su propia vida, que nos va a mostrar lo que quiere, y sobre todo, cómo quiere. TRAMA Y AUTOCONCIENCIA Perón y Evita saludan gloriosos desde los pectorales del “Inca del Sinai”, como el primero, pero no el último guiño. Desde una conversación de adolescentes en la que los personajes utilizan la palabra “puto” y sus mil derivados para intentar denigrarse mutuamente, hasta guiños en cataratas a mil películas, todo lo que pasa en “Diablo” es autoconsciente. Y a pesar de eso, esta gran película de género, cuenta con un excelente guión, con desarrollo perfecto de los personajes, una genial e hilarante vuelta de tuerca, y la esperadísima y aplaudidísima aceptación de Marcos de su asesinato boxístico al grito de “Si, lo maté, ¿y qué?”, desatando la bestia que todos queremos ver en esa casa rompiendo cabezas y pateando trastes. A todo esto hay que añadir un ridículo y, justamente por eso, efectivísimo escuadrón de la muerte liderado por Kato Quiril, quien está cada vez más parecido a “Sly”. Lleno de personajes forzados y estereotipados hasta el extremo, lo que los hace geniales. CONCLUSIÓN Sangre, golpes, tiros, trompadas, Perón, Evita, escatología, filosofía. Todo está exacerbado en “Diablo”, para deleite y disfrute del espectador. Una película que los amantes del género van a disfrutar 100%, y es por eso que está certificada. La disfruté como un niño de 12 años, y recordé las palabras de Tarantino, con las cuales ridiculizó a una periodista que decía que lo que él hacía era horrible. ¿Por qué nos gusta la violencia? “Because it’s too much fun!” Así es, nos divierte sobremanera ver estos festines sangrientos. Y más aún si detrás hay actuaciones sólidas y memorables, un guión genial y cerradito, una dirección impecable y una cámara viva que está al servicio del ojo morbo del espectador. Genial y sublime por donde se la mire. Termina el año y llegamos con mucha carga de stress, así que háganse un favor, vean “Diablo” y descarguen. ¡Van a salir pipones del cine!
Los aficionados al cine Clase B (digámoslo, con B de berreta) estamos de para bienes, en las últimas semanas estamos teniendo una serie de estrenos que, bien diferentes entre sí, todos llevan la misma impronta. A las recientes Un amor de película y El décimo infierno (de estreno comercial esta semana), hay que agregarle ahora Diablo, el sorprendente policial negro de Nicanor Loreti, sorprendente en varios sentidos. Es la historia de Marcos Waisberg (El Inca del Sinaí), un ex boxeador que debió/quizo retirarse luego de matar de un puñetazo a su contrincante. Marcos se encuentra en un espiral de degradación constante, y la llegada de su primo Hugo sólo complicará las cosas. Hugo es el típico porteño que se cree piola, un mafioso de poquísima monta que encima anda detrás de unos negocios más que turbios. Marcos sólo quiere pasarla tranquilo, especialmente ese día, pero el destino no lo quiere, y junto a Hugo van a vivir horas extremadamente violentas, un derrame de hemoglobina que puede impactar algún desprevenido. Estos dos personajes se irán cruzando en su travesía sangrienta con personajes aún más borders que ellos... hasta que sí, todo se salga de control, mucho más de lo que estaba entonces. No es bueno adelantar nada, el viaje que se nos ofrece es un viaje de ida, y es mejor disfrutarlo a desconocimiento. Digámoslo ya, no hay reproche posible para "Diablo", Loreti, viejo conocido del mundo del terror, fantástico y la acción más visceral, construye un todo perfecto; cada detalle en particular está extremadamente cuidado, y aunque determinados elementos parezcan logrados al azar, se nota una mano dúctil detrás. No por nada ganó la Competencia Argentina en el Festival de Mar del Plata. Juan Palomino simplemente nos deja con la boca abierta ante tamaña composición de Marcos Waisberg, es un hombre golpeado, una bestia, un pobre tipo, del que sin embargo se tiene empatía, es EL antihéroe; y Palomino nos hace creer todo (lo mucho) que le sucede en su interior. El Hugo de Sergio Boris también es una criatura en definitiva hermosa, un chanta tan despreciable como querible. En definitiva, el espectador goza viendo las (des)venturas de estos dos seres perdidos. También habrá lugar para secundarios destacados de Luis Aronoski, Luís Ziembrowski y hasta de ¡¡Kato, el Ninja!! (Hugo Quiril). Los rubros técnicos también son altamente remarcables, Nicanor Loreti hace uso de todo los recursos que tiene a mano, y desdobla el relato de mil maneras, a su antojo, va hacia delante y hacia atrás en los tiempos, cuenta hechos paralelos, y a todo le otorga una estética diferente, fascinante... y sin embargo logra que el espectador no se pierda. El argumento (otro punto fuerte, desquiciado, pero atrapante) se sigue con interés, a la altura de los grandes thrillers, y además se le adosa buenas cuotas de humor. Como dije al principio, el espíritu Clase B esta presente desde el principio, mucho en decisiones deliberadas, se busca el impacto, el humor desde lo grotesco lo absurdo, y por supuesto, lo guarro. Aclaremos, Diablo no es un film para todos los públicos, mucho menos para el sensible. Para adentrarse en su juego hay que saber que entramos a un mundo donde lo más impresionable es posible, y en dónde todo puede ponerse peor que hace un segundo: hay violencia en todos las formas y formatos posibles, y se hace una celebración de eso; y si bien puede ser interpretado como parodia, nunca es burla. Otro hallazgo, la banda sonora cargada de heavy metal se funde completamente, es necesaria. "Diablo" tiene lo mejor de la época dorada del cine que evoca, pero siendo original, sin imitar a rajatabla el molde; nada tendrá que envidiarle, por ejemplo, a los mejores años de la Cannon Group Films. Leí varias veces que se compara a Loreti con otros competidores hollywoodenses como Tarantino y Ritchie, en mi opinión Diablo es una producción que respira por sobre todo argentinidad. Este film nos invita a completar una aventura, y aquellos corajudos que aman el género, no deberían perdérsela.
La semana pasada con Dulce de Leche caí bajo el filo del cine nacional mas soporífero que existe; en esta oportunidad era hora de conocer el otro lado de la producción argentina, aquella que si o si necesita del boca a boca para funcionar, que es gratificante de ver en selectas pantallas pero que apena que se le de un tratamiento tan independiente, porque estamos frente a una de las joyitas escondidas en la filmografía del país que tiene todos los condimentos para convertirse en una obra de culto. Lo que comienza como un día típico en la vida del ex-boxeador Marcos Wainsberg se convierte rápidamente en el hijo no reconocido de un trabajo de Guy Ritchie y Quentin Tarantino: unos 80 minutos estilizados a la manera argenta, con personajes típicos de la selva de concreto, haraganes, machistas, malhablados, ventajeros, la más baja calaña que se pueda ver cotidianamente en los noticieros, quienes están presentes en la ópera prima de Nicanor Loreti. La mala leche porteña se vive a través de cada sujeto que entra en escena, desde un impresionantemente dejado Juan Palomino, que sorprende con las capas que le aporta a su Inca del Sinaí, hasta el temeroso primo Hugo (un aplaudible Sergio Boris) e incluso el verborrágico Café con Leche de Luis Aranosky; para los más nostálgicos, Hugo Quiril, el eterno Kato, el Ninja Blanco, hace una aparición especial cuando la película toca su lado más rutilante promediado el final. Diablo tiene una calidad enorme y eso se le debe a la mano de Loreti y al mismo guión en co-autoría con Nicolás Galvagno. La historia es simple pero poco a poco, a medida que las "visitas" llegan a la casa del boxeador, la trama comienza a girar desquiciadamente, convirtiéndose en un verdadero festín de clase B que no para de generar situaciones fuera de proporción y carcajadas en la platea debido a su alto contenido de humor negro. Usualmente uno espera una calidad dispar en productos nacionales y más en algo creado independientemente, pero Diablo tiene una definición alucinante que la hace merecedora casi obligada de una gira por las salas. El cine nacional como este es la clase que hay que apoyar; con una historia simple y muy autóctona, personajes identificables, odiosos y egoístas, un sinfín de situaciones cómicas y con el humor más negro que se pueda apreciar en cartelera. Por motivos como estos es que se debe apreciar lo nuestro: una muestra de que cuando se quiere crear algo novedoso y original sin perder las raíces, se puede. Bravo por Diablo entonces.
Escuchá el comentario. (ver link).
Un mundo violento y complejo Nicanor Loreti muestra la historia de un boxeador ya retirado que recibe a su primo en su casa. Con su pariente empezará la aventura con la cual el protagonista, Juan Palomino, deberá demostrar todo lo que aprendió en su profesión. De acuerdo con el género que representa, Diablo genera en los espectadores un cúmulo de sensaciones opuestas. Es de esas películas en las que el sonido se termina de componer con los sustos y las risas de la gente. Hay que remarcar que Diablo logra captar la atención mediante la vacilación constante de la narración, momentos de acción y otros de comedia. Además hay una perfecta visión sobre el universo de su personaje central: la vida de un boxeador tiene varias facciones que son trabajadas en la película. Entre estos tópicos podemos mencionar la presión de los managers; la violencia como deporte con los riesgos que conlleva; así como también pasar de la pobreza a gloria. Sin embargo Loreti no trabaja sólo la superficie, sino que crea un personaje con particularidades como persona: así es como en la película se representan ciertos símbolos como Perón y Eva y algunas protestas como el repudio al antisemitismo. En ese aspecto también resulta interesante la existencia de un dejo de ideas revolucionarias, así como la impotencia ante mundo injusto y desigual. NdR: Esta crítica es una extensión de la ya publicada durante el Festival de Mar del Plata.
Para los chicos bien que estudian cine El boxeador Marcos Wainsberg, conocido como el Inca del Sinaí, mató de un puñetazo a su oponente y ese hecho lo complica moralmente. En medio de esta situación, viene a visitarlo su ex novia. Diablo es una de esas películas que trabajan sobre los límites, acumulando personajes y situaciones hasta el clímax. La película de Nicanor Loreti se organiza a partir de la propuesta del cine conocido como clase “B”, con las reestetizaciones a las que fue sometido aquel género original, cuyo efecto fue convertirlo en artículo de consumo que de los sectores populares pasó a élites cinéfilas cuasi intelectuales. Ese modelo violento en clave bizarra, intenta atraer con un conjunto de situaciones y personajes, que no necesariamente aportan a una narración coherente, sólida y unitaria. Registros diversos de las actuaciones o de los escenarios rompen constantemente con la unidad, tanto como la estructura basada en secuencias y personajes que entran y salen de la casa del “Inca del Sinaí”. Poco más que algunos chistes que funcionan, personajes con algunos chispazos y sangre inagotable. Para los chicos bien que estudian cine, seguro que es una gran película. NdR: Esta crítica es una extensión de la ya publicada durante el Festival de Mar del Plata.
Cine de culto Diablo es una comedia gore que narra los sucesos que transcurren en la casa de Marcos luego de que su primo Hugo lo visite y previo a lo que será un encuentro de reconciliación con su ex-novia. A partir de la llegada de su primo, Marcos recibirá muchas más visitas, todas ellas desafortunadas. La película está llevada adelante magistralmente por Nicanor Loreti que demuestra en este, su primer film, tener una muy buena muñeca para manejar los desbordes, ya que Diablo en argumento y en estructura narrativa coquetea constantemente con el caos, pero siempre manejándolo a su beneficio, algo logrado de manera orgánica por un montaje veloz y vertiginoso que permite palpitar lo absurdo y violento de las situaciones de las que Marcos es victima. Este film, fiel a su estilo, sólo busca divertir, su argumento no presenta ninguna pretensión mayor que mantenerte en la butaca con una sonrisa constante y la incertidumbre de no saber qué tan profundo y oscuro es el lío en el que están metidos los personajes y para hacerlo se aferra a la cultura del VHS incluyendo secuencias que recuerdan a comedias nacionales de culto como Los Exterminators y contando con actores como Hugo Quiril (Kato, El Ninja Blanco) que refuerzan ese clima nostálgico. Diablo es la punta de un iceberg, es una película que continua con una ya tradición de cine independiente Argentino llevado adelante por muchos realizadores que de la mano del video exploran la comedia gore. Farsa Producciones fue seguramente una de las encargadas de hacer explotar esta cultura y abrir muchas puertas pero no hace falta más que asistir a alguna de las emisiones del B.A.R.S (Buenos Aires Rojo Sangre) para darse cuenta que esto ya no es un fenómeno sino que es todo un género en el que muchos realizadores están trabajando hace tiempo, un género que a pesar de tener referencias de otros estilos tiene una identidad propia y bien marcada. No puede definirse a este tipo de cine como splatstick ya que la comedia en ellos transita por otros lugares, es más "argumental" que física, coinciden en el humor negro y la critica oculta a ciertos aspectos culturales y sociales pero sobre todo coinciden en pasajes que "citan" a otras obras fílmicas como homenaje (la mayoría de los realizadores de este género son cinéfilos asumidos) y como parodia no a la obra citada sino a la relación que surge del contraste de culturas de aquella y ésta que la trae, un claro ejemplo de esto en Diablo se da en una secuencia que parodia la balacera final en Scarface, sin dar demasiados detalles voy a decir que la búsqueda de Tony Montana y la de Huguito no distan demasiado, lo que dista son las personalidades de ambos y sobre todo su contexto social, es por eso que esa balacera tiene finales diferentes, una analogía similar puede hacerse entre la gloria del deportista campeón hollywoodense y Marcos, el Inca del Sinaí en cuanto a logros y situación social. La película recurre a relaciones simbólicas invertidas como una constante para la comedia como al revelarse que el diablo que le da nombre al film es un Robin Hood anarquista que tuvo una epifanía proletaria. Ver una película como Diablo en un cine comercial y alejada del contexto de algún festival es realmente una alegría, es una manera de tomar consciencia de que el cine no tiene razón para caer en los clasicismos que lo obligan a vivir a las sombras de otro cine, estrenar Diablo comercialmente es blanquear una situación latente en el under Argentino, bravo por eso!
Con la dignidad del cine clase B Policial con humor y mucho absurdo sobre un campeón de boxeo retirado y en decadencia que se encuentra con su ex novia y varios personajes inverosímiles. Hallazgo de fin de año. El cine argentino tuvo en su edad de oro una fuerte tradición de cine de género, pero luego de la era industrial, nuestra cinematografía se fue volcando hacia otra clase de películas. Si bien muchos cineastas coquetearon con películas de género con espíritu clase B, pocos lograron hacerlo con dignidad. Y es justamente la dignidad lo que define a Diablo. La película de Nicanor Loreti se concentra en la figura de El Inca del Sinaí, un ex boxeador, hijo de un peruano y de vientre judío que se ha retirado del boxeo por haber matado a un contrincante en una pelea. Este campeón retirado (gran trabajo de Juan Palomino) está durmiendo en su desordenada y decadente casa cuando recibe un llamado de su ex novia diciéndole que se quiere encontrar esa tarde. Pero ese es solo el comienzo, porque antes de que ella llegue van a aparecer varios personajes, todos por culpa de su primo, que parece haberse metido en un gran problema. Policial con humor y armado con intencional inverosimilitud, Diablo juega con alegría a divertirse. Como los buenos films clase B, su absurdo no es sinónimo de baja calidad. Con muy pocas locaciones, pero muy bien aprovechadas –la mayor parte del film transcurre en la casa del boxeador– la película tiene ritmo, buenos chistes, divertidas vueltas de tuerca y verdadera habilidad narrativa. Se comparará a Diablo con Tarantino o Guy Ritchie, pero yo la compararía más con el cine clase B europeo de décadas atrás, ese que llegaba bastante seguido a las salas de Argentina. En un momento el primo del protagonista dice "Hay que volver al Colonial", refiriéndose al mítico cine de Avellaneda, donde todo ese cine, y mucho cine erótico solía formar parte de la programación. En algún sentido, la película cumple con el pedido del personaje. Diablo es una muestra más de la diversidad que tiene el cine argentino actual, donde hasta un entretenimiento como este tiene espacio y lo ocupa con indiscutible calidad.
Atención con esta película. La primera de Nicanor Loretti, ganadora en el festival de Mar del Plata 2011, porque aporta originalidad y aire fresco, poco usual en el cine argentino. Delirio, violencia, estilo que recuerda a Quentin Tarantino y Guy Ritchie, presupuesto mínimo y mucha acción y talento. Juan Palomino en su mejor papel en el cine. No la deje pasar.
Un hombre duro tiene que ayudar a otro que no lo es tanto. El momento es inoportuno y la situación, absurda. Lo que sigue tras este comienzo es la declarada intención de juntar violencia, humor y sangre sin sentir vergüenza por los elementos de puro género que se dan cita. El resultado es divertido y muestra que Ezequiel Loretti tiene mucho más para dar. Problema: la estrenan en mínimas y pésimas salas. Quizás si lo protagonizara Néstor Kichner tendría mejores pantallas. Otro film nacional (encima ganador de Mar del Plata en 2011) pisoteado por el sistema.
Violencia, muertes y humor en excelente film nacional Marcos Wainsberg no puede sacarse de la cabeza su última pelea de box. De un golpe en el último round mató (literalmente) a su contrincante. A partir de ahí, “el Inca del Sinaí” se habrá convertido en un boxeador de culto. Pero para el es un cargo de conciencia que no puede sacarse. Más al saber que a su contrincante le habían aconsejado no pelear. A partir de ahí, Marcos no quiso pelear más y quiso alejarse de todo lo que sea violencia. Es más, en el día de hoy se encontrara con su exnovia, quien aparentemente viene con posibilidades de reconciliación. Lo que Marcos no sabía era que a su casa iba a llegar su primo Huguito, la oveja negra de la familia. El gran problema es junto a su pariente llegaran los problemas, las violencias y las muertes. Todo esto es raro verlo en una película argentina tan bien hecha. Toda la violencia, las torturas y el humor mezclados es difícil verlas en una film nacional, y sobre todo tan bien hecho. Porque una cosa es hacer una película profunda y que salga bizarra, y otra hacer una película para que se convierta un film de culto, y la realice tan bien que seguramente será de culto. Los amantes de las películas de Tarantino o las primeras de Guy Ritchie, verán la impronta que seguramente dejo en Nicanor Loretti, director y uno de los guionistas del film. “Diablo” es un film que (estómagos sensibles abstenerse) tiene las cuotas de violencia, de sangre, torturas y muertes justas y necesarias para este genero. Ni más ni menos. También contó con un elenco excelente en los protagónicos. Juan Palomino realiza una sublime labor como Marcos mostrando ternura cuando habla con su exnovia, la tristeza cuando recuerda su última pelea y su furia cuando se convierte en una fabrica de matar. Sergio Boris como Huguito es la pareja despareja ideal a Palomino realizando un trabajo maravilloso. Y en esa línea está también Luis Aranosky como Café con leche. “Diablo” es uno de los mejores Films nacionales de este año, y al ser de un genero tan especifico, tiene doble merito.
Una auténtica sorpresa rojo sangre y tarantiniana nacional, entrega este Diablo, realizada por el casi debutante Nicanor Loretti y celebrada en el Festival de Mar del Plata 2011. Procedente de la redacción de la emblemática publicación de cine fantástico y alternativo La Cosa, Loretti se decidió para su ópera prima de ficción por una pieza repleta de violencia gore y guiños vinculados al cine de Guy Ritchie, Robert Rodriguez, el mencionado e idolatrado Quentin y hasta nombres más lejanos como los de Sam Peckimpah. Sin embargo, y he aquí lo mas destacable y disfrutable de la película, tiene muy poco de cine americano y si -y mucho-, de costumbrismos locales que le otorgan una fenomenal identidad, y que colaboran en un espíritu juguetón que llega a deparar momentos auténticamente desopilantes. Diablo es también el nombre de un antihéroe inesperado que presenta el film, el primo del ex campeón de boxeo que la protagoniza, un hombre acabado y abrumado que sólo desea recibir la visita de su ex novia, pero que se hundirá sin pausas en un cadalso de violencia y muerte. Siempre al borde del absurdo y el ridículo, y aún con algunos cabos sueltos inevitables, Diablo sale a flote de todas sus situaciones extremas con sagacidad narrativa y bizarro sentido del humor. Para ello se sostiene en una explosiva e imperdible caracterización de Juan Palomino, brillantemente acompañado por Sergio Boris, dentro de un elenco consustanciado.
El diablo en el cuerpo Diablo constituye toda una rareza: una película vital y visiblemente imperfecta que es, al mismo tiempo, un antídoto contra la solemnidad y una contundente declaración acerca del carácter del cine como vehículo para la gracia y la imaginación. El año pasado, Nicanor Loreti presentó dos películas en el Festival de Mar del Plata, Diablo y el documental sobre el grupo Hermética La H (que no vi pero me encantaría ver). Pero, además, el inquieto director tuvo también oportunidad de lucirse con la traducción de 10.000 formas de morir, el libro editado por el festival con el que el cineasta Alex Cox despuntaba el vicio de la escritura y daba rienda suelta a su conocimiento y su pasión por el Spaghetti Western. El trabajo de Loreti para esa ocasión revelaba a un traductor generoso y esmerado, pero también ponía en evidencia una afinidad entre su cine y el de su colega inglés que se manifiesta en más de un sentido. Loreti cultiva un gusto por el rock, por algunos géneros reivindicados con cierto espíritu adolescente que se vuelven de pronto una cosa seria en buenas manos, por la comedia truculenta, los estallidos de violencia, la desmesura como evangelio y la postulación de un fetichismo popular como una de las formas de la resistencia a un mundo cuyo signo más distintivo parece ser el del absurdo absoluto. Diablo es la historia de un boxeador caído en desgracia al que todos conocen como El inca del Sinaí. Pero en verdad ese no es el asunto de la película sino apenas un fondo del que emerge, a los tumbos, el protagonista. Si el apodo resulta gracioso, las circunstancias en las que tuvo que dejar el boxeo no lo son tanto, aunque guardan un giro que se vuelve tragicómico: el tipo carga con un fantasma, el recuerdo de una muerte accidental arriba del ring que no lo deja en paz pero por la cual todo el mundo lo recuerda y lo felicita cada vez que se lo cruza. En realidad, lo que hace el director es convertir la desazón del personaje en una especie de chiste recurrente menor que atraviesa la trama de comedia policial de la película, dispuesta como una serie de escenas violentas animadas por una orgullosa impronta de clase B. Diablo desdeña toda verosimilitud para entregarse con un gozo casi desconocido en el cine argentino reciente a las delicias del desempeño brutal de los actores, que atraviesan los planos como bestias de carga enfurecidas bajo el peso de su propio desconcierto. Diablo cree de un modo que resulta conmovedor en el encantamiento que su particular universo de zafarrancho pop produce en el ojo del espectador que la película imagina y reclama para sí: ese territorio donde conviven pasiones populares latentes, Perón y Evita, el boxeo, Riff, V8, Deep Purple, las drogas, la comida, el sexo y un improbable anarquismo que funciona menos como doctrina orgánica que como una confusa pulsión de libertad primigenia. Diablo no desentonaría en un doble programa del mal llamado cine bizarro, junto a algún exponente de película de zombies o de usurpadores de cadáveres, y resulta una inesperada combinación de arrogancia y de amor por el cine.
Publicada en la edición digital #246 de la revista.
Comedia de excesos y humor negrísimo "Dejé que su cara conociera mi puño". La frase es de Jim Thompson y fue extraída de su novela Libertad condicional. Aparece en el inicio de este filme y se justifica porque el protagonista es un ex boxeador. El director de este proyecto es Nicanor Loreti, quien nació en Buenos Aires en 1978, estudió en la década de 1990 en la Universidad del Cine y ejerció el periodismo en revistas especializadas en cine de género (terror, fantástico y afines). Por caso, en "La Cosa", creada por el periodista y productor Axel Kutchevasky. La "segunda escuela" de Loreti fue el videoclub bizarro Mondo Macabro y el Festival Buenos Aires Rojo Sangre. Estos datos sirven para caracterizar las inquietudes intelectuales y cinematográficas de Loreti y de Diablo , su salvaje ópera prima de ficción, porque previamente dirigió algunos documentales. También es autor de los libros Cult people y Cult people 2. El protagonista es Marcos Wainsberg (bien interpretado por Juan Palomino), apodado "El Inca del Sinaí" porque nació en Perú y es de ascendencia judía. Se retiró del boxeo, traumatizado por la muerte de un rival sobre el cuadrilátero. El mismo día que su ex novia lo llama para proponerle un reencuentro, Marcos recibe la visita de su primo Hugo (Boris), un delincuente de poca monta y "oveja negra de la familia", que parece buscar refugio en su casa. Y con él llegarán los problemas. Los primeros en arribar son dos matones que lo identifican como "peruano, peronista, judío y maricón". Y desde ese momento la historia estará dominada por la violencia, los golpes, los tiros y las torturas, lo que derivará en una verdadera carnicería humana. Nadie de los numerosos visitantes que llegan a la casa de Marcos dice la verdad, porque el que lo hace muere, como suele ocurrir en el cine policial negro. Las influencias cinéfilas más notorias que Loreti incorporó a su filme provienen del inglés Guy Ritchie ( Juegos, trampas y dos armas humeantes), Quentin Tarantino (Perros de la calle) y Robert Rodríguez ( Machete). Diablo es una comedia de excesos y humor negrísimo, inverosímil, delirante, absurda y sangrienta, para consumo de los fans del cine de horror, el mismo que inquieta y motiva a su director. Un filme técnicamente aceptable, pero para estómagos fuertes y por ende de difícil inclusión en el circuito comercial. La diferencia con relación a otras propuestas similares es que se trata de una producción sin aportes oficiales. Un exponente del denominado Cine Independiente Fantástico Argentino (CIFA) y que puede encajar muy bien en el ya mencionado Festival Buenos Aires Rojo Sangre.
El texto de la crítica ha sido eliminado por petición del medio.